Juan XXIII
Durante el gran cisma de Occidente, se sucedían en la Silla Apostólica los Pontífices por el deseo de restablecer la paz y la unidad que turbaba la Iglesia. Se hallaba la cristiandad dividida en tres obediencias, Benedicto XIII, Gregorio XII y Alejandro V, habiéndose agravado el cisma en el Concilio de Pisa con la elección de este último, creyéndose que su elección cortaría el mal de raíz, pero lo que hizo fue propagarlo más.
A la muerte de Alejandro V en 1410, fue elegido por 16 Cardenales Baltasar Coscia, que tomó el nombre de Juan XXIII. Uno de sus primeros actos fue publicar una Encíclica, en la cual declaraba nulos los decretos de Gregorio XII y Benedicto XIII, tenidos por Papas, y confirmó las ordenanzas de Alejandro V y del Concilio de Pisa, a excepción de la Bula de este último sobre las órdenes mendicantes, que revocó (porque había excitado el descontento del clero secular, sobre todo en Francia), con la esperanza de hacer amar su Pontificado. Como la prodigalidad y gastos excesivos de sus predecesores habían agotado el tesoro pontifical, Juan XXIII envió a Francia al Cardenal de Pisa para cobrar el diezmo de todos los beneficios, las rentas de las vacantes y las herencias de los clérigos difuntos. Pero la Universidad de París y el Parlamento se opusieron a esta medida, y únicamente permitieron al clero hacer un donativo voluntario al Papa para sostenerse contra Ladislao, Rey de Nápoles, protector de Gregorio XII. Para poner fin al cisma se pensó en la convocación de un nuevo Concilio, instando para ello más que ninguno el Emperador Segismundo, que le daba seguridades de ser confirmado y reconocido si llegaba a reunirse, para asegurar la paz de la Iglesia. Efectivamente, cediendo a las instancias de todos, Juan XXIII convocó el Concilio de Constanza, que se abrió en 5 de Noviembre de 1414 y él mismo se presentó a presidirlo. (Véase, Constanza, tom. III, pág. 185). El Concilio determinó que los tres pretendientes abdicasen a un tiempo para poder proceder a la elección de un nuevo Papa. Juan XXIII accedió enseguida, pero se retractó en breve: Gregorio XII también abdicó y se retiró a Rizenati: Benedicto XIII persistió en su tenacidad. Habiéndose retractado Juan XXIII, y temiendo que en Constanza se le hiciera alguna violencia, huyó secretamente de la ciudad, y se refugió en los Estados de su protector el duque Federico de Austria. Al saber la fuga del Papa, el Concilio, extrañando su proceder, le declaró suspenso y depuesto del Pontificado, en la sesión duodécima, después de haberle acusado de muchos delitos. Después de haberle citado en vano a comparecer en el Concilio, los Padres lograron que Juan XXIII fuese preso y conducido al Castillo de Roffzell, cerca de Constanza, en donde fue encerrado y detenido por espacio de cuatro años. Pero al saber su deposición, Juan XXIII recibió el golpe con la mayor humildad y resignación, declarando que estaba pronto a despojarse del Pontificado. Desde esta fecha se declaró vacante la Silla Apostólica, habiendo hecho cesión auténtica Juan XXIII, y pudo procederse a la elección de su sucesor, resultando elegido el Cardenal Oton Colonna, que tomó el nombre de Martino V.
Juan XIII vivió bajo la custodia del Obispo de Lubech, pero habiendo podido escaparse en 1419, pasó a Florencia y se echó a los pies de Martín. “Este, como hijo de príncipes, los más ilustres de Italia, y ascendido a Pontífice por una elección la más solemne y magnánima, solo experimentaba sentimientos de generosidad, grandeza y elevación: acogió a Juan con las pruebas de la más viva ternura y sincera afabilidad. No se sabía cuál de los dos era el más grande; el uno en su humildad y el otro en su elevación. Martín le nombró inmediatamente Obispo de Frascati, y decano del Sacro Colegio, y le concedió un puesto distinguido entre los otros Cardenales; pero no gozó por mucho tiempo de estos honores, que en ninguna otra jerarquía humana un vencedor hubiera acordado al vencido. Solo en la familia de los Soberanos Pontífices resaltan virtudes que ninguna otra familia de príncipes ha demostrado en el universo.”
Según San Antonio, fue este Papa persona capaz de grandes empresas en negocios temporales, hábil político, atrevido y fuerte en la guerra, pero poco apto para poderse conquistar un nombre en los negocios espirituales. Añaden algunos que sus costumbres habían sido poco edificantes, pero este Pontífice desgraciado, persuadido de que era legítimo, no debía reconocer la autoridad de aquel Concilio convocado por él, y se resistió a sus imposiciones, hasta que convencido de que su abdicación era necesaria para el bien de la Iglesia, se sometió humildemente a lo que allí se había decretado: y sobre todo la magnanimidad con que reconoció a Martino V, le hace acreedor a que la historia haya de respetar siempre su memoria.