Restauración de la filosofía tomista
Los reducidos límites de un artículo de la índole del presente, no me permiten sino exponer brevísimas consideraciones acerca del interesante asunto que hemos indicado.
I. Cuando el racionalismo, engendro natural del protestantismo, barrenó por su base el edificio de la verdad, Descartes, apellidado el futuro filosófico, pone la primera piedra de su obra demoledora en su duda: cogito, ergo sum, pienso, luego soy.
La luz de la revelación cristiana, antorcha brillante que iluminó los horizontes de la filosofía católica, la que desvaneció las sombras gnósticas, acentuando las relaciones de la razón y la fe en las luminosas teorías de los Padres y apologistas de los primeros siglos; la que produjo ese período de la filosofía patrística, estudiada con entusiasmo por escritores inspirados en distintos criterios (1. Ritter, Cousin y Cardenal González, Arzobispo de Sevilla), la que siglos más tarde levantó ese colosal edificio de la escolástica, que en vano han intentado derrumbar los filósofos heterodoxos; la ciencia, hermana de la razón y la fe, toma hoy nuevo rumbo, y haciendo jirones el manto de la sabiduría cristiana, repite ante el universo el grito de rebelión lanzado en el paraíso «non serviam», abajo las trabas de la fe, fuera el ominoso yugo de la revelación, la razón es libre e independiente, la ciencia nueva debe variar de rumbo. Tal fue la consecuencia de la duda cartesiana.
La innovación hecha por este filósofo, aplicada por Bacon a la experiencia, y desarrollada por los discípulos de ambos en las dos esferas idealista y sensualista, hace una cruda guerra a la ciencia cristiana.
Pasando en silencio las teorías de Hobbes, Helvecio, Malebranche y Puffendorf, me fijaré rápidamente en la de Spinoza, Leibnitz y Locke, representantes los dos primeros de la tendencia idealista, y el último de la materialista.
De origen judío, partidario del nuevo método, y aficionado a los estudios teológicos, Spinoza fija su atención en el concepto de sustancia, base de su sistema teológico-filosófico. Para él no existe más que una sustancia: todos los seres son manifestaciones de esa sustancia; los fenómenos naturales, apariencias de la misma; Dios, el mundo y el hombre, son sustancialmente un mismo ser. El sistema de Spinoza es un panteísmo manifiesto.
Imbuido en estas ideas, desarrolladas con el aparato científico de un genio de primer orden, Leibnitz inventa su famosa teoría de la Mónada, y pretendiendo amalgamar las ideas platónicas con las cristianas y cartesianas, a pesar de sus esfuerzos titánicos, abre la puerta al evolucionismo transformista, que es una faz del panteísmo.
Condillac, Wolf, Reid y los Enciclopedistas, preparan el camino a la reforma indicada por Kant en Alemania, punto de partida de la filosofía novísima.
Largo espacio de tiempo se necesitaría para numerar y criticar los sistemas deducidos del formulado por el filósofo alemán; así es, que me limitaré a recordar, que la filosofía del autor de la Crítica de la Razón Pura, modificada por Fichte en su teoría del yo, reducida a sistema por Schelling en la Intuición del Absoluto, desenvuelta por Hegel en Movimiento dialéctico, sintetizada por Krause en el Panenteismo armónico, y amalgamado el cristianismo por Cousin en Filosofía ecléctica se manifiesta en el orden religioso en ese indiferentismo que corroe el corazón de la actual generación; se hace sensible en el mundo real por el suicidio, señal característica de una civilización decaída y falta de fe, y deduce sus últimas consecuencias en el socialismo y comunismo, cuyos nombres horripilan lo mismo a los que mandan que a los que obedecen. Tal fue la obra de la filosofía reformadora. [144]
II. En medio de tantos errores, genios ilustres, representantes de la filosofía cristiana, levantan su ser y reedifican el templo de la filosofía cristiana, bajo las solidísimas bases de las doctrinas enseñadas por el Maestro Angélico. Taparelli, Liberatore, Prisco y San Severino, en Italia; Jungman, Pesch y Costa-Rossetti, en Alemania; Balmes, Ortí y Lara, Mendive, Mir, Cámara y sobre todo el Cardenal González, en España, ponen los primeros cimientos para la restauración de la filosofía tomista, y emprenden trabajos importantísimos, hasta aplicar las teorías tomistas al Derecho público y a la Economía política, como tenemos ejemplo en la reciente obra del citado P. Rossetti.
Pero estos esfuerzos gigantescos y nobles aspiraciones necesitaban una garantía, una autoridad que, uniendo al prestigio de la ciencia, el respeto del poder y de la virtud, le dieran vida y fecundidad en el orden social. Tal ha sido la obra del actual Pontífice. Su inmortal Encíclica Aeterni Patris, documento que formará época en la historia de su glorioso pontificado, ha sido el gran elemento de vida que afianza la restauración de la filosofía tomista. El Santo Padre ha atacado el mal en su raíz, y nos ha entregado la segur que ha de arrancar la perniciosa semilla del organismo social, y no es otra que la filosofía del Angel de las Escuelas.
La Summa teológica, la obra maestra entre las maestras, ha de ser, según los deseos del Pontífice León XIII, la fuente de los estudios teológicos y filosóficos, que, unidos, formarán un cuerpo de doctrina sólida que nos conducirá a la posesión de la verdadera ciencia.
Vastos horizontes se abren a nuestra vista. La cátedra, el folleto, el libro, la academia, la revista, el consejo, hasta la conversación familiar, son otros tantos palenques donde el filósofo católico puede y debe sostener la lucha terrible empeñada entre la filosofía heterodoxa y la verdadera y genuina escolástica, metodizada por las enseñanzas de Santo Tomás. He ahí el segundo carácter de la restauración de la filosofía tomista.
Sea la Summa el sol refulgente que nos alumbre en las investigaciones científicas, sea la estrella luminosa que nos guíe en el tortuoso camino del mundo, el árbol fecundo, bajo cuya sombra reposemos en las difíciles jornadas de nuestra peregrinación por el camino de la vida; sea ella nuestro lema en la filosofía, nuestro texto en la teología y nuestra maestra en el arte de la vida. Instruidos con su estudio, fortalecidos con la meditación de sus enseñanzas, y dóciles a las prescripciones de nuestro Pontífice, lograremos ver restaurada la filosofía cristiana, única que puede satisfacer los sublimes ideales de la religión y de la ciencia (1. Veritas liberabit vos, Joan VIII 32).