Suicidio
El hombre, esta noble criatura de Dios, este rey de la naturaleza, hecho para conocer y poseer la verdad eterna se ha disgustado de la verdad, se ha disgustado del ser, invoca la nada; y, ¡cosa horrible! en su furor insensato, arráncase voluntariamente la vida. ¡Abismo, misterio incomprensible de iniquidad!
De todos los seres sensibles solo el hombre puede darse la muerte, en tanto que la bestia es incapaz del suicidio; prueba cierta de que hay en el hombre un principio que domina al organismo, y que no se encuentra en los animales. Sometidos estos al imperio invencible de su instinto de conservación, deben resistir constante y necesariamente a todas las causas destructivas de su ser, languidecen y mueren, mas no se destruyen por sí mismos; prueba de que no hay en la bestia nada que pueda conocer su estado y mandar a la organización sustraerse a él.
Los animales, por su naturaleza, son incapaces de tener noción alguna de la muerte; no pueden conocerla como término de la existencia desgraciada, porque ninguna idea tienen de felicidad e infelicidad, que son sentimientos del orden moral, de los cuales la naturaleza animal es absolutamente incapaz. Jamás usamos seriamente estas locuciones que repugnan al sentido común: tal animal es desgraciado o feliz, imbécil o demente; o tiene ingenio. Nada de esto se dice, porque una bestia no tiene ingenio ni sentimiento moral; por consiguiente los animales no pueden resolverse a un acto o a un fin que les es imposible conocer: solo en el hombre existe un principio inteligente y libre, un poder soberano, dueño de la materia y del organismo, el cual por un triste abuso de su libertad y una inconcebible depravación rompe, como un tiesto de arcilla, la más noble y sublime de todas las organizaciones creadas.
El suicidio es un crimen enorme, un crimen irremisible, porque no tiene arrepentimiento; un crimen contra Dios, contra los hombres o la sociedad, y en fin, contra el que lo comete.
El suicidio es crimen contra Dios.
El asesino de sí mismo, usurpa los derechos de Dios, desprecia abiertamente sus leyes santas, rehúsa llenar sus sagrados deberes hacia Dios; en fin, abandona espontáneamente, como un desertor cobarde, el honroso puesto de la vida.
1.º Usurpa los derechos de Dios, del árbitro soberano de la vida y la muerte, del que ha dado la vida, el movimiento y el ser a todo lo que respira debajo del sol. El hombre no puede mirar la vida como un bien de que ha de disponer a su arbitrio; es un depósito que se le ha confiado, y al dueño de este depósito pertenece retirarlo cuando lo juzgue conveniente.
2.º Desprecia la ley de Dios. Esta ley es la ley de la naturaleza, grabada en el corazón de todos los hombres que a todos conduce invenciblemente a huir de la muerte y de todas las causas destructivas de su ser. Pues esta ley universal e inmudable, de todos los tiempos y lugares, que domina a todos los hombres, esta ley santa es la que desprecia el suicida, y contra la que se revela en cuanto está de su parte.
3.º Rehúsa llenar sus deberes sagrados hacia Dios.
Dios ha unido a todos los días de la vida del hombre deberes que llenar, ya hacia él mismo por medio de la religión, de la adoración y el culto, ya hacia nuestros semejantes por medio de las diversas relaciones sociales, de modo que el hombre no puede disminuir el número de sus días, sin menoscabar al mismo tiempo la medida y extensión de los deberes que exige Dios de él. Luego el suicida niega a Dios lo que le debe.
4.º En fin, el suicida abandona espontáneamente como un cobarde desertor, el puesto honroso de la vida.
La vida presente es una prueba para merecer por su medio otra mejor; es un corto período de días llenos de miserias, de penas y trabajos; un tiempo de paso, para disponernos a entrar en nuestra verdadera patria. Es pues, un crimen renunciar absolutamente a esta esperanza, rebelarnos contra un orden sabio y suponer que la Providencia no quiere poner término a nuestras penas y dolores, y esto es lo que hace el suicida.
El suicidio es un crimen contra la sociedad.
Dios no nos ha criado solo para nosotros, sino también para la sociedad: las ventajas que esta nos ha proporcionado desde nuestro nacimiento, nunca quedan bastante compensadas con los servicios que le hemos hecho. La sociedad ha recogido al hombre del seno de su madre; lo ha educado, alimentado, vestido, hospedado; le ha dado la existencia intelectual y moral: en una palabra, le ha proporcionado toda clase de bienes y ventajas en un tiempo en que él era incapaz de hacer nada por ella. La deuda contraída hacia la sociedad no puede satisfacerse sino con el empleo de toda la vida. El suicida le priva de un miembro que podía serle útil aún; porque, ¿se puede poner a un hombre en tal caso, que esté seguro de que la sociedad no reportará de él ninguna ventaja? Un hombre honrado que lucha con el infortunio, es un espectáculo conmovedor, de que no se la debe privar; y si somos culpables, solo ella tiene derecho para juzgarnos e imponernos castigo. ¿Por qué atentar contra sus derechos y darle un ejemplo funesto, que la despoblaría, si contagioso fuere? Aquel, pues, que la abandona antes del tiempo señalado por la naturaleza, es injusto para con ella.
El paganismo señaló en otro tiempo un lugar en el tártaro para suplicio de los insensatos y desgraciados que se habían dado la muerte. Sócrates, Platón, Pitágoras y sus discípulos, sostenían que la vida es un apostadero en que Dios ha colocado al hombre, y por consiguiente que no podía este abandonar cobardemente el puesto por capricho o fantasía, sin violar las leyes universales del orden y economía de la divina Providencia.
Mas diráse tal vez: en cualquier posición en que sea colocado el hombre, es para permanecer en ella, mientras esté bien, y dejarle luego que esté mal. Según esto, cuando juzguemos que nos hallamos mal en la tierra, serános permitido abandonarla; y como cada uno discurre a su manera acerca de la felicidad y desgracia de aquí bajo, cuantos se crean desdichados tendrán derecho para matarse. ¡Qué principios!
Mas yo de nada sirvo; soy inútil en el mundo. A esto responderemos con las palabras de Juan Jacobo Rousseau: “Filósofo de un día, ¿ignoras que no puedes dar un paso sobre la tierra, sin encontrar un deber que cumplir, y que todo hombre es útil a la humanidad en el solo hecho de existir? Cada vez que te veas atentado de acabar con tu vida di en tu interior: Quiero hacer aún una buena acción, antes de morir; después anda y busca algún indigente que socorrer, algún infortunado que consolar. Si esta consideración te detiene hoy, también te detendrá mañana, el otro día, toda la vida.”
El suicida comete un crimen contra sí mismo.
La inmortalidad del alma es consecuencia necesaria de la existencia de Dios, como en otra parte hemos probado. Si en estos tristes y malhadados días se comete el suicidio “con frecuencia inaudita, es porque los hombres han negado el alma inmortal, y son por tanto materialistas. El que libre y voluntariamente se expone al peligro manifiesto del mal supremo, merece sufrirlo, y es cruel y criminal consigo mismo: esto es lo que hace el suicida. Sabe o debe saber, que está destinado a eterna dicha o desventura, según haya llenado o no la medida de los deberes que Dios exige de él; u debe racionalmente juzgar que no ha cumplido aún todos sus deberes, cuando a cada día van unidos deberes nuevos. Luego comete una grande iniquidad, un crimen respecto de su alma, respecto de sí mismo.