Tauróbolo
Especie de bautismo de los paganos, inventado en los primeros siglos del cristianismo, por oposición o parodia del bautismo. A pesar de la disciplina del Arcano, había trascendido el efecto maravilloso de este sacramento, que es borrar todos los pecados, y los paganos inventaron este nuevo género de expiación, cuyo efecto, decían, era una purificación perfecta y la desaparición de todos los crímenes con una regeneración moral completa, si bien es cierto que los sacerdotes confesaban que la ceremonia debía repetirse cada veinte años. El candidato bajaba a un hoyo profundo, cubierto con una tapa o plancha, atravesada por multitud de agujeros, a semejanza de una regadera. Sobre dicha plancha se degollaba un toro o un carnero, de manera que su sangre tibia caía sobre la cabeza del penitente, bañando todo su cuerpo desnudo. Degollada la víctima, retirábanla los sacerdotes, y entonces la persona sometida a esta expiación salía del hoyo, salpicada toda de sangre, y presentaba al pueblo, el cual se prosternaba delante de ella, y desde entonces era considerada como santa por espacio de veinte años. Dicho sacrificio se celebraba a media noche. San Gregorio Nacianceno refiere que Juliano el Apóstata se sometió a esta superstición. Este sacrificio era ofrecido a Cibeles. Cuando el sacrificio era de un toro lo llamaban tauróbolo, cuando de un carnero crióbolo, y si de una cabra egóbolo. Una inscripción hallada en Lyon en 1705 sobre el monte de Fourvieres, hace mención de un tauróbolo célebre en tiempo, de Antonio Pío, hacia el año 360 de Jesucristo. Se conservan todavía en algunos museos altares taurobólicos, sobre los cuales hay dos cabezas, una de toro y otra de carnero.