Filosofía en español 
Filosofía en español


Santo Tomás de Aquino

Ilustre santo, teólogo y filósofo, que brilló como astro de primera magnitud en el siglo XIII en el vasto campo de la ciencia. Nació por los años 1226, en el castillo feudal de Roca-Seca, situado en la Campania. Sus padres fueron Landulfo, conde de Aquino, entroncado con los Reyes de Sicilia y Aragón, y Teodora, hija del conde de Tiana, descendiente de los príncipes normandos. A los cinco años de edad sus padres lo enviaron al monasterio de Montecasino para que estudiase las primeras letras; allí empezó a dar muestras de lo que sería algún día, cuando a la edad de diez años planteaba y resolvía admirablemente la grave y sublime cuestión de Dios. De allí pasó a la Universidad de Nápoles, donde estudió gramática, retórica y dialéctica con Pedro Martín, y filosofía con Pedro de Hibernia, siendo tal su aprovechamiento en la ciencia que, según sus biógrafos, repetía con más precisión y solidez que sus maestros las explicaciones que de ellos oía. Lectiones quas a magistro audierat, profundius et clarius dicebat quam dixisset magister. Al mismo tiempo supo conservar su inocencia en medio de una ciudad llena de placeres, y carcomida por la gangrena de la corrupción.

Para evitar los peligros del mundo, resolvió retirarse al silencio del claustro, y con este objeto tomó el hábito de dominico en el convento de Lacio, de manos de su prior Fray Juan de San Julián, más tarde Patriarca de Jerusalén. Opusiéronse a tan santa resolución sus parientes, especialmente su madre y hermanos, y le declararon una persecución manifiesta para disuadirle de su intento. Pero Santo Tomás, fiel a la vocación que había recibido de lo alto, resistió todos los embates con una constancia heroica, y protegido por Inocencio III y Federico II, venció todos los obstáculos y dificultades.

En el claustro tuvo por maestro al gran Alberto Magno, aquel célebre sabio de quien se dijo: Albertus Magnus, magnus in magia naturali, major in philosophia, maximus in theologia. Este hombre conoció el profundo talento que ocultaba Santo Tomás, cuando viendo que sus compañeros le llamaban buey mudo, a causa de su carácter taciturno y modesto, él les dijo: “Vosotros le llamáis el buey mudo; pero sabed que sus mugidos en la doctrina resonarán en breve por todo el mundo.”

Esto se realizó cuando habiéndosele encargado una cátedra en la Universidad de París, acudían de todas partes del mundo las gentes a oír las sublimes doctrinas que fluían de sus labios.

Con razón ha sido llamado Santo Tomás el doctor angélico, puesto que este hombre apareció adornado con una inteligencia tan asombrosa, que parecía superior a la de los demás hombres. Su capacidad era tan vasta, que no había ramo alguno del saber en el que no estuviese profundamente versado, como lo asegura la Iglesia, cuando dice que nullum fuit scriptorum genus in quibus non esset diligentissime versatus. Su ingenio era tan agudo, que nada leía que no comprendiese a la primer leída, y su memoria tan tenaz, que nada olvidaba de cuanto había una vez leído. Considerando esto un escritor célebre, dijo: Que nadie supo lo que Tomás ignoró. Su talento era tan poderoso y tan vasto, que sabía cernirse al mismo tiempo sobre asuntos variados y múltiples, sin que por ello perdiese nada de su claridad y aplomo; así es que solía dictar a cuatro o cinco amanuenses al mismo tiempo sobre asuntos diferentes.

Adornado con estas bellas cualidades, no es extraño que nos dejase esos monumentales portentos de ciencia que registramos en sus obras. Merced a su vasta capacidad y talento, logró Santo Tomás lo que hasta entonces no habían podido lograr sus antecesores, es decir, dar una forma científica con verdadero encadenamiento y orden sistemático a la teología, presentando la primer demostración racional completamente acabada y armónica del dogma católico.

En las obras de los Padres había grandes y sublimes tratados teológicos, pero eran más bien fragmentos aislados y dispersos que no ofrecían unidad sintética y científica.

Siendo la teología la ciencia que trata de Dios y de las cosas que con él se relacionan, ofrece una órbita inmensa, una esfera ilimitada que lo abarca todo; y si la formación de la teología requería un genio vastísimo, capaz de abarcar el universo, este genio tan vasto y capaz que se necesitaba para construir la teología, fue concedido a Santo Tomás de Aquino. Además, como la ciencia aspira a la unidad y síntesis absoluta; para reducir a forma científica los conocimientos teológicos, se necesitaba un talento eminentemente sintético que supiese organizar, reunir y conciliar los elementos dispersos, y la facultad sintética la poseía Santo Tomás en tan alto grado, que parecía aproximarse a las inteligencias supremas de los ángeles.

Con estas dos facultades que hasta Santo Tomás nadie había poseído tan amplias y sublimes, logró el santo construir el hermoso templo de la ciencia teológica, que nos dejó depositada en su inimitable libro de la Summa. En este gran monumento del siglo XIII, aparece realizado el pensamiento que durante tantos siglos había preocupado a los apologistas católicos, a saber, la unión entre la ciencia y la fe, hermanando la filosofía con la teología, defendidos los derechos de la razón humana, sin quedar por ello emancipada esta facultad de la subordinación que daba al orden sobrenatural y revelado.

En esta obra se hallan tratados los misterios del cristianismo con una lucidez y claridad tal, que la Iglesia, siempre que se ha propuesto defender el dogma católico y refutar los errores, ha vuelto los ojos hacia este portento del saber humano y ese baluarte de la fe católica. Basta citar, para elogio de este libro, el hecho glorioso de haber sido colocado por el Concilio de Trento, entre dos velas encendidas, al lado del libro de los Evangelios.

Nada falta en este gran monumento del saber humano; la solidez y agudeza de los argumentos compiten en él con la admirable ordenación y encadenamiento de las cuestiones; allí hay abundancia en la materia, vigor y fuerza en los raciocinios, claridad y precisión en los términos, elevación y sublimidad en los pensamientos; allí se halla acumulada toda la sabiduría de los siglos anteriores, las doctrinas y opiniones de Aristóteles admirablemente armonizadas con las de Platón, las de Zenón, Platino, Porfirio, las de Maimónides y Averroes y toda la filosofía de los árabes, las doctrinas de los Santos Padres y especialmente las de San Agustín. Además, en esta obra aparece la grandeza del genio que la escribió, puesto que se encuentran en ella principios y conceptos tan amplios y fecundos, que son abundante semillero de doctrina y de ciencia, los cuales han sido desarrollados con grande aprovechamiento por los sabios y teólogos que a Santo Tomás han seguido. Nadie ha descrito mejor que el Abate Maret, el grandioso cuadro que ofrece la Summa de Santo Tomás, cuando nos dice: “Este libro me atrevo a asegurar que lo abraza todo. ¿Hay una verdad en la Escritura y en la Tradición, una idea de la conciencia, un error en la opinión que no haya removido y manejado la poderosa inteligencia que la ha dictado? ¡Cómo procede en su marcha! ¡Qué seguridad, qué valentía! Santo Tomás no se propone otro plan, que el del mismo Universo.” Y luego, para dar a conocer la universalidad y profundidad del genio de Tomás, dice: "Como Dios que le ilumina, lo ve todo en su conjunto y en sus más pequeñas partes... De algunas palabras breves, precisas, sustanciales, claras, transparentes como el cristal de las aguas, como el azul de los cielos, destellan aquellos rayos de luz, aquellos fulgores del genio que levantan el velo de los misterios, y nos hacen pasar de la simple fe a la ciencia de la fe” Y más adelante, hablando de la especie de infalibilidad que aparece en los escritos del santo, dice: “Lo que más me admira en este libro es el buen sentido siempre reposado, siempre imparcial, ajeno a todo sistema exclusivo, adoptando todo lo verdadero, aprobando todo lo bueno.” Perfectamente se halla dibujado en este cuadro el carácter intelectual y científico del santo doctor y el aspecto imponente y grandioso de la Summa. No ha habido otro sabio que se haya aproximado más a la infalibilidad que Santo Tomás, que haya tenido una inteligencia tan poderosa y sintética, y al mismo tiempo una capacidad tan recta y universal, que haya profundizado más las cuestiones, y a la vez las haya presentado con tal sencillez que han podido entenderlas hasta los entendimientos más rudos; que. se haya lanzado a los más grandes abismos de las cuestiones filosóficas, y al mismo tiempo no se haya separado del sentido común de la humanidad. En la Summa Theologica, dice Maret, que aparece retratado el plan del universo: Santo Tomás estudia a Dios abismado en las profundidades de su ser y de su unidad altísima, y en las misteriosas relaciones de la Trinidad increada. Después estudia la creación que sale en el tiempo de Dios, y en ella ve diversificadas y multiplicadas las perfecciones que en Dios se hallan reunidas; aparecen primero los ángeles, seres perfectísimos que reciben directamente los rayos de iluminación divina; enfrente de ellos el universo material, y en medio el hombre, lazo de unión entre la materia y el espíritu. Después de la creación, estudia Santo Tomás el fin a que está destinado el hombre, y de él deduce la ley a que Dios le ha sometido, de lo cual nacen todos sus deberes, todas sus virtudes, la constitución de la familia y de la sociedad. Pero al lado de la obra de Dios, nace la obra del hombre por el pecado, que afea y altera la obra de Dios. Para restaurar esta, Dios envía un reparador, y esto conduce al Santo a tratar de los grandes misterios de la Encarnación y Redención. Dios, con su redención, mereció al hombre la gracia, lo cual da motivo al santo para entrar en los grandes misterios de la gracia divina y del libre albedrío: esta gracia divina se comunica al hombre por medio de ciertos conductos o canales llamados Sacramentos; por esto el Santo Doctor, después de tratar de la gracia, empieza el estudio de los Sacramentos. Últimamente, el gran drama de la humanidad y del universo tendrá su desenlace en el fallo último que Dios pronunciará sobre los predestinados y los réprobos; por esto Santo Tomás corona su obra con el tratado de las postrimerías en que habla del juicio último, de la felicidad de los justos en el cielo y de los tormentos de los condenados en el infierno.{1}

He aquí una síntesis maravillosa, un plan vasto. Santo Tomás lo desenvuelve admirablemente y lo abarca hasta en sus más minuciosos detalles y relaciones; nada más admirable que la teología por él construida: con ser la Summa Theologica la primer obra en que apareció ya constituida la síntesis armónica y científica de la teología, aún no ha envejecido, y ella ha sido la más estudiada y la más consultada de todas cuantas sobre teología han versado.

Santo Tomás brilla entre los demás teólogos como el sol entre los demás astros; todos los teólogos posteriores a Santo Tomás han bebido sus doctrinas en la copiosa fuente de su Summa; de allí sacaron su saber y ciencia Durando, Egidio Romano, Dante y Savonarola; allí aprendieron la elevada ciencia teológica Cayetano, Suárez de Montenegro, los dos Sotos, Laínez, Salmerón y el eximio Suárez; allí adquirieron su caudal científico Antonio Agustín, Covarrubias, Carranza, Ariel Montano, Melchor Cano, Belarmino, Santes Pagnini. A la luz y al calor de ese esplendente sol, se formaron los grandes filósofos Gioberti, Rosmini, Donoso Cortés, Balmes, Maret y otros, cuyos escritos han brillado con grandes resplandores en nuestros días, y cuya filosofía redúcese en el fondo a una reproducción de las doctrinas del ángel de las escuelas.

Difícil es de apreciar el benéfico influjo y saludables afectos que la Summa del doctor angélico ha producido en el decurso de los tiempos. En su época echó por tierra las doctrinas de Averroes y de Guillermo de Santo Amor, y apartó a la ciencia de los funestos precipicios a que se encaminaba. Grandes perjuicios hubiera causado la ciencia en aquellos días, dice nuestro inmortal Balmes, a no haberse presentado la figura colosal de Santo Tomás; pues es fácil que la tendencia racionalista y panteísta de la ciencia de aquel tiempo hubiera vuelto a sepultar a la Europa en la barbarie antigua. Mas Santo Tomás, elevando con su poderoso genio la ciencia a una altura muy superior a la que podía esperarse del estado intelectual del siglo, eclipsó todas las luces filosóficas de aquel tiempo, brillando tan solo en el campo de la ciencia la luz esplendente y católica de su grandiosa Summa.

El benéfico influjo de la Summa no solo se experimentó en el siglo XIII, sino también en los siglos posteriores. En el siglo XVI levantóse el protestantismo cual titán poderoso que intentaba derribar el solio de la Iglesia; y los controversistas católicos, templando sus armas en la Summa, echaron por tierra a ese coloso del orgullo humano. Más tarde presentóse en escena el escepticismo, la duda y toda clase de negaciones bajo la forma de filosofismo, y también los sabios encontraron en la Summa argumentos sólidos con que establecer sobre bases firmes los principios de la religión y de la ciencia, acabando con el deísmo y el escepticismo. Últimamente, en nuestros días, en que la revolución religiosa y política ha trastornado todos los vínculos domésticos, sociales, políticos y religiosos, la restauración escolástica y tomística, propuesta y alentada por el gran León XIII, y llevada a cabo por ilustres sabios modernos, ha puesto un dique a esas corrientes de pestilenciales sistemas, que amenazan conducirá la sociedad actual al salvajismo y a la barbarie.

Siendo tan grande la ciencia de Santo Tomás, ya no es extraño ver brillar la Filosofía y Teología del santo en las Universidades más célebres, como la de Alcalá, Donai, Tolosa, Lovaina, Padua, Bolonia, Nápoles, Coimbra y otras; ya no es extraño ver respetadas y aceptadas sus doctrinas en los Concilios más venerandos, como el de León, de Viena, de Florencia, el Tridentino y el Vaticano; ya no es extraño ver aceptada y reproducida su Filosofía por los más grandes sabios modernos, como San Severino, Prisco, Signorielo, Cornoldi, Liberatore, Taparelli, Kleutgen, Ramiere, el Cardenal González, Orti y Lara, Pou y Ordinas y mil otros.

Hasta los mismos enemigos de Santo Tomás y de la Iglesia han dado testimonio del talento y ciencia del doctor angélico, aun en el mismo acto de combatirle. Verdaderamente convencido debía estar de la sublime ciencia del santo el que profirió esta blasfema sentencia: Tolle Thomam et dissipabo Ecclesiam. Todos los que han estudiado a Santo Tomás han rendido el mismo tributo de admiración a la ciencia y sabiduría del santo doctor. Basta citar al P. Ventura de Ráulica, el cual, después de haber estudiado por espacio de 40 años la Filosofía de Santo Tomás, admirado de su profundidad y grandeza, exclamaba:

“¡Santo Tomás! ¡qué hombre! ¡qué genio! Es la razón humana elevada a su más alto grado de potencia. Mas arriba de los esfuerzos de su raciocinio está la visión de las cosas en el cielo. Aquí abajo no puede la razón subir más alto ni ver más claro.”

Y más adelante dice: “La Summa Theologica es la más grande obra que ha salido de las manos del hombre, porque la Sagrada Escritura salió de manos del mismo Dios.” Nuestro inmortal Pontífice León XIII, asegura que Santo Tomás ligó y unió en un haz, disponiéndoles con orden admirable, las doctrinas de todos los escolásticos, dispersas a modo de miembros separados en un mismo cuerpo, y hablando de la excelencia de su doctrina, dice que la razón humana apenas puede elevarse ya a más sublime altura que la que se elevó en las obras del santo, ni a la fe le es dado obtener más eficaces y numerosos auxilios que los que obtuvo gracias a Santo Tomás. Por último, recomienda el Pontífice la doctrina del santo como la más a propósito para defender la revelación de los ataques racionalistas, y para enseñar a los pueblos la verdadera idea de la libertad, hoy degenerada en licencia, y las sublimes doctrinas del origen divino del poder, la naturaleza y fuerza de obligar de las leyes, la obligación de obediencia a las potestades, &c.

Pero Santo Tomás no solo logró aplausos inmortales por haber reducido a forma científica la teología, sino también por haber sido el organizador de la filosofía escolástica, llevándose a esta a su mayor alto grado de esplendor y apogeo, contribuyendo más que ningún otro a la formación de esa filosofía cristiana que se distinguió por la seguridad y aplomo de sus decisiones, por su conformidad con el sentido común de los hombres y por su alejamiento de esos abismos del escepticismo, materialismo y panteísmo en que se ha precipitado la ciencia moderna.

Aunque no hacemos papel de bibliógrafos, sin embargo, para que se tenga una idea de la asombrosa fecundidad literaria del santo, citaremos algunas de sus producciones; las principales son: —Summa Theologica; —Summa contra gentiles; —Comentarios sobre los cuatro libros de las sentencias; —Cuestiones disputadas; —Cuestiones quodlibéticas; —Comentarios a los libros filosóficos de Aristóteles; —Comentarios sobre muchos libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, sobre Job, el Cantar de los Cantares, Isaías, Jeremías, San Mateo y San Juan; —Catena áurea; —Los nombres divinos; —Opúsculos sobre los libros de Boecio; —Cuarenta y tres opúsculos sobre asuntos varios; —Oficio del Santísimo Sacramento.

Lo hasta aquí dicho basta para que el lector se forme una idea del genio poderoso de Santo Tomás y de su pasmosa ciencia, y para que se comprenda que la gloria del Doctor Angélico brilla sin rival en la historia de la filosofía y de la ciencia.

No queremos terminar este artículo sin copiar el siguiente elogio de Santo Tomás, que se encuentra en el Flos Sanctorum, Barcelona, 1790, tomo I, pág. 420. Hablando del santo doctor le llama “Flor de la teología, ornamento de la filosofía, delicias de los grandes ingenios, templo de la religión, alcázar de la Iglesia, doctor angélico, escudo de la fe católica, varón enseñado de Dios y que bebió en la fuente de la divinidad, entre los doctos doctísimo y entre los santos santísimo.” Por último, nadie ha caracterizado mejor la figura del gran Tomás que el que dijo, que, “Santo Tomás de Aquino fue el más sabio de los santos y el más santo de los sabios”.

C. Tormo Casanova, Pbro.

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{1} He aquí lo que dice el Cardenal Hergenröther en su Historia de la Iglesia, acerca de esta admirable obra: “La Summa Theologica en tres partes, la última de las cuales quedó sin concluir, aunque puede completarse con los respectivos tratados del Comentario sobre Lombardo, es una obra magistral, precioso arsenal de las doctrinas enseñadas por San Agustín, San Anselmo, Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo y otros muchos escritores del mundo antiguo y del cristianismo, que aventaja a todos los trabajos análogos anteriores. Empieza con una Introducción científica al estudio de la teología, es decir, de la ciencia que en primer término trata de Dios. En los diez artículos de esta cuestión preliminar demuestra Santo Tomás la necesidad de una revelación sobrenatural por tres principales razones: 1.ª, porque el hombre está destinado a un fin sobrenatural, que exige medios sobrenaturales para llegar al conocimiento; 2.ª, porque muchas verdades traspasan los límites de la razón creada, que por sí sola nunca llegaría a conocerlas; 3.ª, porque aún muchas de las verdades accesibles a la razón, no son conocidas sino de un corto número, después de largo estudio y no sin mezcla de errores. Prueba que la teología debe partir de principios cuya claridad resalte a la luz de la fe; combate lo mismo a aquellos que pretenden demostrar todas sus proposiciones con argumentos racionales, por cuyo medio entregan los más sagrados dogmas a la irrisión de los incrédulos, que a los que admiten una oposición invencible entre la fe y la razón, con lo cual sostienen el absurdo de que existe contradicción en Dios mismo, que es autor de ambas; estableciendo, con recto criterio, la verdadera relación en que se encuentra la razón y la fe, sostiene que la primera puede prestar eminentes servicios a la segunda rebatiendo las argucias que se le oponen, buscando analogías que hagan más ostensible la verdad de los dogmas, preparando el camino para entrar en la posesión de la misma y facilitando, en general, su inteligencia. Al sentar esta doctrina impugnó Santo Tomás el averroísmo, en lo que tiene de falso, demostrando que sus doctrinas se oponen a los dictámenes de la razón y contradicen también las enseñanzas de Aristóteles, por lo que hizo notar las peligrosas consecuencias que de ellas se deducen, lo mismo que de los principios sentados por Abelardo y otros maestros que, por delicadeza, no menciona explícitamente.

En la primera parte de la Summa se expone en 118 cuestiones la doctrina relativa a Dios y a sus criaturas; empieza por examinar la teoría de la existencia de Dios, deduciendo que se conoce por sus obras, más a priori, como pretende San Anselmo; trata luego de su simplicidad y perfección suma, de su bondad, infinitud, invariabilidad, eternidad y unidad; del conocimiento y de la contemplación de Dios, de su nombre; de su ciencia, de las ideas, en cuyo punto Santo Tomás, lo mismo que San Agustín y San Anselmo, no hace más que rectificar la teoría de Platón, sin rechazarla por completo; de la verdad y su contraria, de la vida de Dios, su voluntad, su amor, su justicia y su misericordia; de la providencia y de la predestinación, de la omnipotencia y bienaventuranza (quæst. II, a XXVI). Tocante a la doctrina de Abelardo sobre la omnipotencia divina, según la cual Dios no puede hacer ninguna otra cosa mejor que lo que realmente hace, Santo Tomás, y con él Hugo de San Víctor, declara que es preciso distinguir entre el poder divino, según se manifiesta en el orden cósmico establecido por su sabiduría, o potencia ordinaria, y el poder divino en absoluto, que abraza todo aquello que no envuelve en sí contradicción, o sea la potencia absoluta; únicamente respecto del primero es verdadera la tesis, según lo cual, el poder de Dios es una misma cosa con su esencia y con su sabiduría. Se dice con razón que todo cuanto existe en su poder divino se halla fundado en el orden de su sabiduría, toda vez que esta abraza toda la esfera de la omnipotencia divina; pero el orden establecido en las cosas por la sabiduría de Dios, no es una misma cosa con esta, ni tampoco se halla ligada a él.

Demostrada de esta manera la unidad esencial de Dios, pasa el Doctor Angélico a exponer la doctrina de la Trinidad (quæst. XXVII a XLIII), ilustrándola, según lo hicieron San Agustín y los escolásticos anteriores, por medio de analogías, sin la pretensión de que se aceptasen estas como demostraciones filosóficas. Descubre analogías de esta especie en toda la creación, muy particularmente en la esencia del espíritu humano, y juzga indispensable el conocimiento del misterio de la Trinidad para la recta inteligencia de la doctrina de la creación. Opone la doctrina de que Dios ha creado todas las cosas por medio de sus Logos, el error que busca el origen de los seres en una necesidad natural; la teoría del origen del amor demuestra que Dios no produjo las criaturas en virtud de una necesidad o por otra causa externa, sino por el amor hacia su propia bondad. Preséntase la procedencia del Hijo del Padre como causa y fundamento de la producción de las criaturas, por más que esta no es más que un reflejo imperfecto de la imagen. El conocer y el querer son las dos especies de procedencia. Así como el querer presupone el conocimiento, del propio modo la procedencia del Espíritu Santo presupone la generación del Hijo; y a la manera que el conocimiento exige que exista en el que conoce la imagen de lo conocido, de la misma manera el Hijo es perfecta imagen del Padre; el Espíritu Santo el amor recíproco entre el Padre y el Hijo.

Viene después la doctrina de la creación y de las criaturas, expuesta primeramente en términos generales (quæst. XLIV a XLIX): para tratar luego de cada clase de criaturas, de los ángeles o de los espíritus puros (q. L a LXIV), de los seres corpóreos (q. LXV, a LXXIV) y, por último, del hombre como síntesis de las dos clases de seres (quæst. LXXV a CII). Por lo que respecta a los seis días de la creación que algunos Santos Padres toman por días naturales y otros por períodos más largos, Santo Tomás juzga admisibles ambas opiniones, puesto que ninguna se opone a la fe. Examina detalladamente el significado de la creación y el concepto del milagro, pasando luego a exponer la doctrina relativa al primer estado del hombre, con sujeción a los principios sentados por San Agustín. De acuerdo con los demás teólogos católicos, no busca el principio del supernaturalismo en la Redención, sino que le hace remontar al estado primitivo del hombre. Pero, en tanto que San Buenaventura, lo mismo que su maestro, admitió en este dos estados sucesivos, en el primero de los cuales el hombre solo poseía los dones naturales, a los que se agregaron en el segundo las gracias sobrenaturales, Santo Tomás no reconoce la existencia de aquel primer estado en el indicado sentido, por más que distingue asimismo lo puramente natural de los dones superiores de la gracia; antes bien sostiene como más probable que desde un principio ambos estadios estuvieron unidos en armónico concierto. En la doctrina del pecado original, sigue también a San Agustín y San Anselmo, rebate la teoría de traducianismo, y supone que el pecado original lleva consigo la pérdida de la primitiva justicia, y produce, como consecuencia, una disposición desordenada de las fuerzas del espíritu; de suerte que por él se perdieron los bienes sobrenaturales, pero no los naturales. Hecho el estudio de las criaturas, según sus clases y sus circunstancias, dirige el Príncipe de las escuelas su atención al examen del gobierno y del orden cósmico (quæst. CIII, a CXIX). Este asunto le suministra ocasión para desarrollar profundos pensamientos, a los que se han dado interpretaciones muy varias. Sostiene que Dios tiene también presencia de lo contingente, que obran las criaturas en el ejercicio de su libertad, y que lo mismo en las cosas contingentes que en las necesarias, se cumple la voluntad divina; pero aunque hace resaltar la acción y la influencia de Dios en todas las cosas, se halla muy distante de querer menoscabar la libertad humana.

Tratadas así las cuestiones dogmáticas por el Ángel de las escuelas, vamos a exponer los asuntos relacionados con la Ética, o que constituyen esta ciencia, en la segunda parte de su obra, que se halla dividida en dos secciones: 1.ª Ética general, prima secundæ en 114 cuestiones: 2.ª Ética especial, secunda secundæ, que abraza 189 cuestiones. Al exponer el dogma y la moral en un mismo cuerpo de doctrina, demuestra la relación íntima en que se encuentran, y sin embargo separa ya estas dos disciplinas que los escolásticos anteriores estudiaron unidas: la Ética puramente filosófica que aparece separadamente en los escritos de Abelardo, se halla en la Summa unida con la Ética cristiana positiva. La exposición tomística parte del fin último o bienaventuranza (I-II.æ quæst. II, a V) para examinar a seguida aquello por lo cual alcanzamos este último fin y lo que nos aparta del mismo, a saber: los actos y los afectos humanos (quæst. VI, a XLVIII), sus principios, que son de dos clases: a los internos, como son las potencias y los hábitos; y b los externos: Dios por medio de la ley y de la gracia, que son origen y fundamento del escrito (quæst. XLIX a CXIV).

La Ética especial trata de las virtudes y de los vicios particularmente considerados, y de los deberes que incumben a los hombres según sus respectivos estados. Santo Tomás distingue las virtudes naturales, de que ya tuvo conocimiento. Aristóteles, de las sobrenaturales peculiares del cristianismo que se practican en diferente grado, según la mayor o menor bienaventuranza; a las primeras, pertenecen las virtudes cardinales, cuyo número cuatro se considera como congruente; entre las segundas están las tres teologales, de los cuales la fe se dirige al conocimiento, la esperanza y el amor afectan a la voluntad (II-II.æ q. I a CLXX). Sigue la exposición de los dones del Espíritu-Santo (Isai., II, 2) que impulsan y fomentan la obra de Dios en el alma, robustecen las fuerzas naturales y alejan los defectos. Santo Tomás niega la existencia de actos indiferentes en el dominio individual y concreto; examina en las acciones la moralidad con sujeción al objeto, al fin y a las circunstancias, y, en oposición a la doctrina de Abelardo, sostiene que la voluntad debe hallarse dotada de tal fuerza para obrar lo bueno, que dada la ocasión ejecute realmente la acción. Viene inmediatamente una breve exposición de los diferentes estados del hombre, y se hace acto continuo la oportuna distinción entre preceptos y consejos (q. CLXXI a CLXXXIX). En este punto explana Santo Tomás los principios morales en senlido cristiano, sin dejar de utilizar lo bueno que hay en Aristóteles; así la magnanimidad (Megalopsyje) que este considera como una manifestación de la orgullosa moderación del antiguo paganismo, se presenta en la Summa como la virtud que establece la medida racional respecto de los grandes honores, y que llena de satisfacción a los hombres por los dones que Dios les dispensa.

En la tercera parte se expone la doctrina de la Redención y de aquellos puntos que con ella se relacionan, como los medios por los que nos la apropiamos. En la cristología se discuten, con gran ingenio, todas las controversias que sostenían los teólogos de aquel tiempo; por ejemplo, si la impecabilidad de Jesucristo debe entenderse en un sentido absoluto –non posse peccare–; o solamente en un sentido moral –posse non peccare–; Santo Tomás se decide por lo primero, como antes lo hizo San Agustín, cuya autoridad se respeta asimismo en lo que se refiere a los defectos y flaquezas de la naturaleza humana que tomó sobre sí Jesucristo. En la teoría de la reconciliación acepta, por lo general, los principios sentados por San Agustín y San Anselmo, que habían tratado este asunto con su acostumbrada maestría. Demuestra que la Pasión del Señor era, no solo suficiente para satisfacer a la divina justicia, sino muy superabundante, por la magnitud del amor con que el Señor padeció, por la dignidad de su vida divino-humana, y por la grandeza del mismo padecimiento. No se considera la Encarnación del Verbo divino como absolutamente necesaria, pero sí como el medio más adecuado para borrar el pecado; pero Santo Tomás rebate la opinión de algunos teólogos, que afirman que la Encarnación del Hijo de Dios hubiera tenido lugar o se hubiera debido verificar necesariamente aun sin el pecado de Adán, por más que no la juzga contraria al dogma católico.

En pos del tratado de la persona y de la obra del Salvador, viene la teoría de los sacramentos en general (quæst. LX a CXV), y luego en particular considerados, haciéndose un examen más detenido del Bautismo, de la Confirmación, la Eucaristía y la Penitencia, (quæst. LXVI a XC). En el mismo tratado de la Confesión empieza el suplemento, en el que se estudian los demás Sacramentos (quæst. I a LXVIII) y termina en la Eschatología (quæst. LXIX a XCIX). Esta grandiosa obra es un verdadero arsenal de profundas y hermosas doctrinas, en el que no pocas de las ya conocidas se presentan y exponen bajo diferentes puntos de vista, con lo cual fue más poderosa y saludable la influencia que ejercieron en otros ramos del saber, ya que el Príncipe de las escuelas expone y desarrolla, también con su habilidad y talento acostumbrados, los principios de la política cristiana.