Filosofía en español 
Filosofía en español


Niceto Alonso Perujo

(noticias biográficas)

Corta, pero penosa y desagradable tarea nos imponemos al trazar la biografía de un hombre insigne y modesto, cuya vida no fue larga; apenas tuvo tiempo para terminar las obras que nos ha legado, y no se explica cómo en medio de variadas ocupaciones pudo encontrar horas para leer y formar el caudal de conocimientos que revelan sus trabajos literarios.

Apenas nos hemos repuesto de la fuerte impresión que nos causara la muerte del amigo que lloramos y la vista de su cadáver nos pareció un libro más elocuente que todos los que escribió; porque un torbellino de reflexiones sorprendió nuestra alma, conmovió el corazón, y tal foco de luz produjo en la inteligencia, que desgarrado el velo de las ilusiones, apareció claro aquel vanidad de vanidades del libro de la Sabiduría.

Pero no debemos ocuparnos de estas reflexiones tan verdaderas como necesarias para conseguir en esta vida la única felicidad posible, la tranquilidad del alma y la dulce esperanza de la muerte. Reflexiones y verdades que, como flores, brotan espontáneamente en los cementerios y entre las piedras del sepulcro, y que desgraciadamente no viven en medio del bullicio, de las equivocadas conveniencias y de los errados cálculos del mundo: porque su candente atmósfera las abrasa, y ese inexplicable vértigo que sufren las gentes a impulsos del cual corren sin descanso, divagan sin rumbo cierto, chocan con fuerza y se precipitan en el abismo de todas las pasiones desordenadas, es el poderoso agente que, aún en germen, destruye la verdadera ciencia depositaria de aquellas verdades, madre de tan profundas reflexiones y de resultados prácticos para el hombre. ¡Ojalá que la humanidad se convenciera de aquello que solo puede desconocerse por una calculada y rebuscada ceguera!

En Marzo de 1841 nació en la villa de Enciso, provincia de Logroño y diócesis de Calahorra, D. Niceto Alonso Perujo, último doctoral de la Basílica Metropolitana de Valencia. Dejando a un lado todo lo que a los años de la infancia se refiere, porque ni tenemos datos auténticos de este período de su vida, edad que pasa desapercibida, ni entra en nuestro propósito reseñar los hechos del niño, sino los actos del hombre.

Dedicado a los estudios para seguir la carrera eclesiástica, demostró poseer gran disposición para los trabajos literarios, y testigos son los seminarios conciliares de Calahorra, Palencia y Toledo, en cuyos centros académicos cursó y probó las asignaturas de Filosofía, Teología y Sagrados Cánones, obteniendo honrosas censuras.

Nacido sin duda para la polémica, comenzó a los 18 años la brillante carrera de las oposiciones, y en las que hizo a una beca en el seminario de Logroño en 1859, fue premiado con la adjudicación de la plaza vacante. Esto fue, sin duda, un poderoso estímulo para aumentar la aplicación del joven alumno, y pruébanlo de una manera evidente las primeras censuras que siempre obtuvo en los exámenes de prueba de curso, como también en los actos y ejercicios para obtención de grados; habiendo recibido el de bachiller en Sagrada Teología, en junio de 1860; el de licenciado en 1862, y al siguiente año el de doctor en la misma Facultad; todos con la clasificación de Nemine discrepante. Para completar los estudios [534] eclesiásticos cursó en los seminarios de Tudela y Vitoria los años de la facultad de Derecho canónico, y recibió los grados de bachiller, licenciado y doctor con la misma honrosa nota de Nemine discrepante.

El año 1864, es decir, cuando solo contaba 23 años de edad, fue para el joven doctor un año fecundo en acontecimientos gratos, de esos acontecimientos que forman época en la vida del hombre. En dicho año 64 recibió la coronación de todos sus esfuerzos y afanes, cuando tuvo la dicha de ser ascendido al sacerdocio. En verdad que para el joven que ha consumido los mejores días de su vida en estudios, e imponiéndose privaciones y sacrificios para formar costumbres y espíritu eclesiástico, que son el fundamento de la vida sacerdotal; para el que sintiéndose llamado al sublime y divino Ministerio del sacerdocio católico, desea ver realizadas sus aspiraciones para trabajar en el amplísimo campo de la Iglesia, no hay, no puede haber ni día mayor ni alegría comparable a la que inunda el alma, cuando recibe, por la imposición de manos y las palabras divinas del Obispo, la plenitud de potestad en el orden espiritual, y cuyo ejercicio tantos y tan inefables beneficios reporta al mundo.

Antes de recibir el sagrado orden del presbiterado, y contando con la dispensa de edad que consiguió de la Santa Sede para poder optar a prebendas eclesiásticas, que llevan la obligación de ordenarse intra annum, esto es, el mes de Abril del mismo año 64, se mostró opositor a la canonjía magistral de la Santa Iglesia Metropolitana de Burgos, y sus ejercicios fueron tan brillantes, sorprendieron tanto, atendida la corta edad del opositor, estuvo tan feliz, muy particularmente en la argumentación, que no solo fuéronle aprobados por unanimidad, sino que obtuvo votos para la provisión. Este ensayo, esta primera manifestación en la difícil carrera de las oposiciones, no pudo menos de darle un nombre y estimación justa y merecida entre los respetables hombres de ciencia.

Su Prelado propio que conocía el preclaro talento de Alonso Perujo, y que debía conocer también sus prendas y cualidades sacerdotales, confióle en Setiembre del mismo año la cura de almas de la parroquia de Bañares, categoría de segundo ascenso, y no miró como obstáculo e inconveniente la poca edad del nuevo párroco, fundado en aquella verdad que dice «que la vida del hombre no se computa por el número de días ni de años». Poco tiempo estuvo al frente de la parroquia, y no fue ciertamente porque se notara deficiencia en su servicio, puesto que desempeñó su cargo a satisfacción del Prelado y del pueblo, como consta de documentos oficiales, sino porque el mismo Prelado comprendió que podía y debía prestar mayores y más importantes servicios en la diócesis, como son los de la enseñanza. Al efecto fue nombrado catedrático del segundo año de Teología en el seminario de Logroño, en 4 de Noviembre del mismo año 1864, haciéndose cargo inmediatamente de ella, y desempeñándola hasta que en 1866 fue trasladado al seminario de Santo Domingo de la Calzada, donde explicó además la asignatura de Historia eclesiástica.

En estos centros de enseñanza confirmó el alto concepto que de él se tenía formado, y ratificó el juicio favorable que acerca de su saber se había pronunciado por cuantos le conocían. Tanto en uno como en otro seminario cumplió los deberes de su cargo a toda satisfacción, dice el documento fehaciente a que nos referimos.

No estaba llamado Alonso Perujo a consumir sus días en el reducido círculo de una clase escolar, ni a su inclinación y disposiciones a la polémica bastaba la sosegada y tranquila explicación de cátedra; así es que en julio de 1868 hizo oposición a la canonjía Magistral de Palencia, que fue un triunfo, una nueva victoria, mereciendo la aprobación de sus ejercicios por unanimidad, y obteniendo además algunos votos para la provisión. Mucho debió influir en los ánimos esta última oposición verificada durante las vacaciones del verano, cuando en Setiembre inmediato fue nombrado vice-rector y catedrático de Sagrada Teología e Historia eclesiástica en el seminario de Logroño, cuyos cargos, por su importancia y por los oficios que llevan consigo, exigen una gran autoridad sobre los subordinados, por cuya razón siempre suelen confiarse a personas de edad provecta. Por esto es de creer que las oposiciones de Palencia debieron decidir al Prelado a que, prescindiendo de los años, y atendiendo tan solo a los relevantes méritos de Perujo, le confiara el delicado cargo de vice-rector del seminario antes de comenzar el nuevo curso.

A los dos años de estar ejerciendo el vicerectorado, se le concedió el título de Examinador Sinodal de la diócesis de Calahorra, y en el mismo año 1870 se presentó a oposiciones a la canonjía magistral de la Santa Iglesia de Tudela. No desmereció en nada esta nueva presentación de Alonso Perujo en el palenque de la ciencia, y así como en las anteriores veces supo captarse el aprecio de los jueces y los plácemes de la opinión pública, en Tudela consiguió más, pues como antes fuéronle aprobadas por unanimidad los ejercicios, sus brillantes actos literarios, y en primera votación fue elegido y nombrado canónigo magistral.

No debemos omitir un detalle que tuvo [535] lugar entonces, y que revela lo que era Alonso Perujo. Habiendo espirado el término de los edictos, y debiendo procederse a los actos de oposición, encontrábase Perujo sufriendo una fuerte oftalmía, en términos que no podía resistir la luz por débil que fuera. En tal estado presentóse a llenar su deber de opositor, necesitando lazarillo que le llevara de la mano, y le guiase hasta el asiento que le correspondía: los que hayan sufrido las molestias de esta enfermedad, apreciarán el mérito que supone en el opositor.

Constituido ya como miembro de aquella respetable corporación eclesiástica, prestó muy buenos servicios en las diferentes comisiones que el mismo cabildo le confiara, tanto para los asuntos interiores de la Iglesia cuanto para otros de más importancia, debiendo hacerse especial mención de las que desempeñó cerca del Ilmo. Sr. Obispo de Tarazona, y como uno de los cuatro individuos que componían la Junta diocesana de Tudela para procurar los intereses del culto y clero.

También la jurisdicción privilegiada eclesiástica castrense fijó su atención en el joven canónigo, y utilizó sus talentos y vastos conocimientos, nombrándole fiscal de la subdelegación de Tudela.

El genio activo de Alonso Perujo, su afición instintiva a las lides literarias y el deseo, quizás, de dominar mayores horizontes, fueron causa de que no tuviese como definitiva su estancia en Tudela; además, era todavía muy joven, y por lo tanto muy natural también que aspirara a mayores cargos; y a los dos años y medio próximamente de su elección para magistral lanzóse nuevamente a la lucha, presentándose en Lérida para opositar a la canonjía lectoral vacante en aquella Santa Iglesia. El resultado de estas nuevas oposiciones no pudo ser más satisfactorio, y los ejercicios sobresalientes que fueron aprobados por unanimidad, merecieron la elección para la canonjía.

Al año de residir en aquella Catedral y después que el Obispo pudo cerciorarse por sí mismo de lo que valía el lectoral de su Iglesia, le nombró rector del seminario conciliar en 3 de Marzo de 1874, enseñando no solo la Sagrada Escritura, cátedra aneja a su prebenda, sino las asignaturas de Patrología y Oratoria Sagrada: todos estos cargos los desempeñó a completa satisfacción del Prelado. También en Lérida ejerció el cargo de Comisario de la Obra-pía de Jerusalén y Santos Lugares.

En 1875 tuvo que proveerse la canonjía doctoral de la Iglesia Metropolitana de Valencia y Alonso Perujo, que salió de Tudela en busca de mayor, espacio, no se contuvo ahora en Lérida, sino que presentóse en Valencia aspirando a la obtención de la doctoral. Sus ejercicios literarios fueron como siempre lo habían sido, y en todas ocasiones llamaba especialmente la atención de las personas entendidas, su facilidad en la argumentación, que revelaba ingenio, perspicacia imaginativa, posesión y dominio de la forma silogística y profundidad en los conocimientos filosóficos y en la ciencia eclesiástica. En primera votación fue elegido doctoral de tan esclarecida Iglesia Metropolitana, cuya prebenda ha disfrutado hasta que la muerte le arrebató.

También en el seminario central desempeñó los cargos de catedrático de Derecho canónico, y una cátedra de ampliación de los estudios eclesiásticos.

No debemos omitir un hecho que fue muy celebrado en Valencia, y ciertamente es merecedor de elogio. Cuando murió Su Santidad Pío IX, de feliz memoria, la venerable Orden Tercera de San Francisco de Paula determinó, como casi todas las corporaciones religiosas, dar una prueba de su amor al Pontífice celebrando unas solemnes honras fúnebres. A última hora, es decir, la víspera del día señalado para aquel acto, acordaron que se pronunciara oración fúnebre, y al efecto suplicaron al Sr. Perujo aceptara el cometido; y aun cuando se dedicó poco al púlpito porque su salud no lo permitía, en aquella ocasión accedió a la deferente invitación. Su discurso impreso está, y para juzgarle basta leerlo; indudablemente es una oración acabada y perfecta, que mereció los aplausos de todos. Pocos, fuera de Alonso Perujo, se habrían comprometido, atendida la premura del tiempo, pero el genio encuentra siempre el camino trillado y fácil.

Vamos a considerar al difunto doctoral de Valencia bajo el aspecto más importante, bajo el punto de vista de escritor católico, que es el que extendió su nombre y le dio a conocer, no solo en España, sino también en las demás naciones. Sus obras fueron el ángel de la fama que reveló sus grandes dotes intelectuales, que le anunció en todas partes; y por más que en los prólogos de sus libros resplandezca la modestia, virtud inherente a los sabios, esta solo sirvió para dar realce al mérito que solo él desconoció.

No es posible formular, aunque sea brevemente, en una reseña biográfica, el examen crítico de sus obras: esto requiere mayor estudió que la simple lectura de ellas; necesita más tiempo y más espacio que el que se le concede a la índole de esta noticia, por lo que nos hemos de contentar con la simple indicación o catálogo de las obras de tan infatigable escritor. Y no se necesita más para comprender el estudio asiduo de Alonso Perujo, la constancia en seguir paso a paso el curso de las cuestiones más importantes de [536] actualidad, el deseo de propagar la verdad católica en todos los terrenos y contra todos los errores, sembrando la fecunda semilla de la verdad divina, de la palabra regeneradora del Salvador del mundo, de la doctrina santa que enseña y de la que es depositaria la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, columna y firmamento de la verdad, cuya enseñanza es y será infalible por asistencia indefectible del Espíritu-Santo, como queda demostrado plenamente por el transcurso de los diez y nueve siglos que lleva de existencia.

Comenzó nuestro malogrado doctoral por los escritos suaves y dulces referentes al culto de María Santísima, defendiendo esta parte de la Teología católica contra las inmundicias de la desvergonzada y cínica impiedad. Providencial es sin duda que casi todos los escritores de nota y católicos ofrezcan las primicias de su vocación a la Madre Inmaculada, a la Virgen Santísima, madre de los hombres por institución divina de su Hijo nuestro Salvador, y sin que medie acuerdo, ni obedezca a disposición o precepto alguno, es notable la uniformidad de conducta entre los que escribieron en distintos países y en diferentes épocas. Aquí podemos encontrar realizada aquella profecía: Ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes.

Los libros de Alonso Perujo

Las flores de la vida y la Reina de las flores, es un estudio filosófico y teológico sobre el culto de María Santísima en el mes de Mayo, considerado en su significado, su belleza, sus relaciones y su influencia: tiene ese sabor suavísimo que necesariamente acompaña a todo lo que se refiere a la Madre de Dios; es un misticismo tan grato al corazón, que le vigoriza con la dulce esperanza que infunde un amor tan grande como el de nuestra Madre Soberana destinada por Dios a ser la dispensadora de la misericordia.

Lirio de los Valles. Este libro es continuación del anterior, en el que se demuestran los fundamentos solidísimos de la Tradición católica, es decir, la autorizada palabra de los Santos Padres y de los expositores cristianos, vindicando cuanto se dice en el primero y confirmándolo con irrefutables testimonios.

Traducción y anotación de la obra de San Ildefonso: De perpetua virginitate Beatae Mariae Virginis, y otro de Corona Virginis, con dos libros más consagrados a honra y gloria de la Madre de Dios y de los hombres, por nuestro escritor; y basta leerlos para ver en ellos cuáles eran sus sentimientos de devoción y esperanza en la poderosísima Reina de los Angeles; debiéndose agregar a estos el titulado Idiota, nuevo mes de María extractado de las obras de Raimundo Jordano.

Como fuera catedrático de Historia eclesiástica, y tratando de llenar algunos lunares que para la enseñanza actual se notan en los autores, bien porque la sucesión del tiempo y los nuevos acontecimientos no pudieron ser tratados por aquellos, bien porque el carácter de compendio no permita ventilar ciertas cuestiones, o fuera por cualquiera otra causa, lo cierto es que para llevar adelante su plan de enseñanza creyó conveniente dedicarse a completar la obra de texto Joan Bapt Palma praelectionum Historiae eccle., y la continuó hasta nuestros días; obra que mereció ser aceptada como texto en varios seminarios, en alguno de los cuales todavía continúa.

Levantose una cátedra de espiritismo en Lérida. Una sociedad titulada Círculo espiritista publicó un libro llamado Roma y el Evangelio, con el que se trata de cambiar el nombre a las cosas, apellidando mentira la verdad, y ciencia y progreso al absurdo. El lectoral de Lérida, tan dispuesto a la polémica, tan aguerrido y práctico en estas lides, tan convencido de su misión en la prensa y tan poseído de la verdad teológica, no perdió momento, y como si hubieran herido su fibra más sensible y delicada con la publicación de aquel impío libro, contesta a el con valentía, y su obra La fe católica y el espiritismo es una refutación del titulado Roma y el Evangelio, que atendidas todas las circunstancias del momento, basta para dar justo renombre a su autor, pues no solo se trata de combatir con argumentos, de refutar con razones los errores contenidos en tales escritos; no solo debe conocerse la filosofía pagana y su historia para desenmascarar la impiedad y presentarla como es en sí, como plagiaria de los desacreditados sistemas que murieron más que a impulsos de polémica, por la consumación del descrédito y del ridículo que siempre produce la farsa y la mentira. No bastaba todo esto, era necesario más; se necesitaba tal convencimiento de la verdad, tal celo en defender la doctrina católica, y tal interés porque los hombres no cayeran incautamente en los lazos que arteramente tendía la nueva secta, que por ello se olvidaran lo que se llaman conveniencias personales y sociales, oponiéndose tan resueltamente a las corrientes de una época en la que el espiritismo se tenía por artículo de moda, y como fuerza ciega y avasalladora de toda moda extendíase con rapidez y era defendido con tenacidad a título de nuevo progreso, siendo pocos los que tuviesen valor bastante para contradecirlo y condenarlo. ¡Y llamaban prudencia a la cobardía de callar!

Muchos fueron los disgustos que esta refutación del espiritismo acarreó al Sr. Perujo, pero eran altísimos los fines que se proponía, todo lo sobrellevó resignado, contentándose con decir: He cumplido mi deber [537] y no estoy arrepentido; seguiré impugnando al error donde lo encuentre, sea cual fuere su manifestación, y hasta donde alcancen mis fuerzas.

La prueba de que no debilitaron en lo más mínimo su valor y ánimo de polemista las invectivas de sus contrarios, es que no creyendo bastante la refutación de los principios espiritistas de su libro La fe católica, y proponiéndose seguir combatiendo hasta los procedimientos, fundó una Revista semanal que tituló El sentido común, dedicada exclusivamente a combatir la secta espiritista, según se iba manifestando en el desarrollo teórico y práctico de sus adeptos.

El Apologista católico es otra de las obras de Alonso Perujo, y en verdad es muy notable por las muchas cuestiones que en ella indica y de las que revela tener cabal conocimiento. Cierto es que no se extiende en tan importantes asuntos como pudo hacerlo; pero debemos confesar que esta obra llena cumplidamente su objeto, y si no se concretara el autor a los límites que se impuso, ni sería un Manual, como modestamente le llama, ni le hubiera convenido el título que lleva. Dos tomos forman esta preciosa producción de Perujo, y en ellos vindica a la Iglesia católica considerada en sus dogmas, en su constitución, en sus obras, en sus luchas y triunfos y en sus hombres; y si tales asuntos se hubiesen tratado con toda la extensión y profundidad que realmente merecen, entonces fuera una verdadera Enciclopedia católica, y no un Manual que fue el pensamiento y propósito de su autor.

No obstante el laconismo que le caracteriza, expone con claridad las cuestiones abstractas; narra los hechos con verdad y exactitud, indica profundas consideraciones según lo requiere el asunto; y de tal manera expone su pensamiento, que la lectura del Apologista resulta agradable, interesante y fácil.

La pluralidad de mundos habitados. Esta obra del infatigable escritor, objeto de nuestra reseña, es una tarea verdaderamente atrevida, cuya importancia no puede desconocerse; importancia por razón del escritor a quien combate, importancia por el asunto que en ella desentraña; importancia por la oportunidad de su publicación, y finalmente importancia grande por la valentía y seguridad de la fe que la informa.

Basta leer el prólogo de este libro para apreciar la fe religiosa del Dr. Alonso Perujo, su amor a las ciencias, su pasión al estudio, y su ardiente deseo de que el mundo conozca la verdad. No puede menos de prevenir favorablemente el ánimo de los lectores aquellos cuatro párrafos del prólogo, escritos con espontaneidad, sinceridad y convicción, la delicadeza con que indica los errores en que Mr. de Flammarion incurre, y como haciendo justicia al saber y talento del escritor a quien impugna, deduce las funestas consecuencias de sus doctrinas. Este principio del libro, estas cuatro palabras al lector no debieron ser estudiadas ni meditadas por el doctoral de Valencia; su fluidez y suave encadenamiento son la manifestación de sus creencias y de su espíritu, que comienza por la profesión de fe más ingenua y termina por la convicción más firme. La astronomía, dice al fin de su prólogo, apenas ha penetrado en el vestíbulo de sus inmensos dominios; cuando llegue a tomar plena posesión del trono luminoso que le está reservado, ella misma depositará lealmente su corona y su cetro a los pies de la Divina Revelación. Con estas palabras pone fin Alonso Perujo a los párrafos de introducción al libro de que nos ocupamos; no sin haber indicado antes que Mr. de Flammarion ha tenido necesidad de buscar supuestos falsos para poder dirigir sus tiros a la fe católica; emboscadas que ni suponen buena fe en el agresor, ni tienen fuerza ante la razón imparcial e ilustrada, porque se apoyan en fundamentos imaginarios que no pueden existir como principios fijos y ciertos, y por consiguiente que de tales supuestos ninguna consecuencia puede deducirse en buena lógica.

Cuando el nombre de Flammarion tan aceptado generalmente, y tan temible para los que traten de impugnar sus escritos; cuando las ediciones de sus obras se agotaban apenas publicadas, y se publicaron en todos los idiomas, y se encuentran en casi todas las librerías particulares; cuando sus lectores y aún los oyentes de sus hipótesis y teorías se convierten en admiradores, sin duda por lo desconocido que encierran y por la manera como las presenta, se necesitaba gran valor, gran fe y gran confianza en el éxito al proponerse descubrir y refutar sus errores, al colocarse frente a tan formidable enemigo, a cuyas espaldas estaba un ejército innumerable que grita, que mueve ruido para no dejar oír la voz de la verdad católica a la que desatiende, porque le parece más cómodo aplaudirlo desconocido que estudiar cuestiones metafísicas.

Nada de esto arredró al autor de la Pluralidad de mundos habitados ante la fe católica, y con el ardimiento propio de aquellos inmortales atletas de la religión, apologistas de los primeros siglos de la Iglesia, lánzase a la lucha y defiende como sabe hacerlo todo lo que la doctrina católica enseña sobre la personalidad humana, la vida, la muerte, la vida futura y los premios y castigos en la eternidad, cuyas verdades ataca e intenta destruir Mr. de Flammarion.

No es menos notable y digno de estudio [538] su libro titulado: La pluralidad de las existencias del alma ante el sentido común. Aquí nos hemos de dispensar de hacer indicación alguna; cuanto pudiéramos decir, pero mucho mejor dicho y con estilo correctísimo, con frase galana y con modestia que encanta, se lee en el prólogo debido a la pluma del fecundo y justamente ponderado escritor don Manuel Polo y Peyrolon, cuyo solo nombre basta para recomendarse, porque conocido es en la república de las letras. Los que deseen conocer esta obra del Sr. Perujo, sin tomarse la molestia de leerla (si es que les causa molestia), los que busquen una síntesis de este precioso libro, que estudien el Prólogo.

Sigue a las anteriores obras el libro Narraciones de la eternidad sobre la vida de ultratumba. En éste, como en todos los escritos del Sr. Perujo, vemos la noble y empeñada lucha contra el error, venga este de donde viniere, y sean cuáles fuesen las formas que presente. En este libro filosófico combate el Sr. Perujo al mismo Flammarion, y examina las obras tituladas: Narraciones del infinito, Lumen.

Seis narraciones componen la obra del doctoral de Valencia, y en verdad que se necesita leerla y releerla para satisfacer el afán que se apodera del alma por ese dominio que ejerce sobre nosotros todo lo desconocido: podíamos decir que la eternidad es un abismo que nos absorbe por completo, y no es extraño que cuanto se refiere a ella sea mirado con interés vivísimo, sobre todo sabiendo que es nuestro futuro destino. Se necesita ser materialista con ese materialismo que sigue al epicureísmo, para no conmoverse ante la idea y pensamiento de la eternidad.

Si hubiéramos de escribir las mil reflexiones, los sentimientos que en el alma despertó la lectura del libro que nos ocupa, no podríamos conseguir nuestro objeto, y muchas veces dijimos al autor que la lectura de sus narraciones tenía tal virtud para elevar sobre las miserias de esta vida, que nos hacia hasta agradable la muerte. Leyendo esta obra de Perujo, nos parecen lógicos aquellos deseos de la muerte de que nos habla San Pablo, Santa Teresa y todos los justos que dichosamente vislumbran la gloriosa eternidad que Dios reserva a sus fieles servidores. Si la lectura de un libro filosófico de tal manera, nos eleva sobre los dolores de la vida, ¿que será el conocimiento especial y extraordinario que resulta de la caridad, del amor a Dios que inspiraba aquel muero porque no muero? ¿Qué verán, qué sentirán las almas justas, cuando tan generosamente renuncian todas las cosas, que con tanta fortaleza se sobreponen a los sufrimientos y trabajos que tan ardientemente suspiran por la muerte?

Cuando estábamos ante el cadáver del autor de las narraciones, decíamos en nuestro interior: ¡Ahora cuántas cosas sabrás que ignorabas al escribir tu libro! ¡Cuántas verdades podrías decirnos, y si estuviste acertado al consignar tus pensamientos sobre el papel! ¡Grande, muy grande debe ser lo que hay después de la muerte, cuando Dios se lo ha reservado, revelando al hombre tan solo la verdad esencial, su destino eterno y los medios para conseguirlo!

Lecciones sobre el Syllabus es otra de las obras del doctoral de Valencia, dos tomos que tratan todas las cuestiones resueltas por el Papa Pío IX y otros Pontífices en las ochenta proposiciones que contiene tan notabilísimo documento, porque es la norma a que deben ajustarse y reglas que deben seguir los hijos de la Iglesia, los pueblos y las naciones, si pretenden asentar su conducta sobre bases sólidas, que conduzcan a obtener la única y verdadera felicidad posible en la vida.

Alonso Perujo, antes de entrar de lleno en las importantes cuestiones del Syllabus, dirige dos palabras al lector para exponer su pensamiento y su conducta, y conviene mucho que haga declaraciones explícitas, teniendo que hablar de puntos importantísimos combatidos por las corrientes de la época actual. Acertadísimo estuvo el autor de este libro al decir: No pertenezco a ningún partido político, ni quiero; no tengo interés en ninguna situación; no tengo amigos en ningún ministerio, en ninguna oficina de Estado, ni siquiera en ninguna redacción de periódico; no he recibido nada de ningún gobierno; ni espero recibir.

Para apreciar lo mucho que valen estas declaraciones de imparcialidad basta fijarse en lo que actualmente ocurre: en el modo de abrirse paso y hacer carrera; en los medios para crearse falsas reputaciones, que si no sirven para lo que dicen, interesan y mucho para el provecho privado. Hoy la fuerza apasionada de un partido político, los cálculos y cábalas del egoísmo, la astuta e imprudente adulación, los inhumanos consejos de las conveniencias personales que sacrifican los más sagrados derechos del bien público, y otros medios no menos repugnantes, son, generalmente hablando, los motivos determinantes de la conducta de los hombres, y ante este desconcierto y corrupción vergonzosa y destructora de todo lo bueno, ante tal perversidad erigida en sistema, viene Alonso Perujo a oponer su lealtad, su buena fe, su independencia y el recto fin que le guía al tratar las cuestiones capitales de vida o muerte, consignadas en el oráculo pontificio como remedio extirpador de todos los males, y semilla fecundísima de todo bien público y privado. [539]

Pocos serán los que tengan valor para abordar con franqueza asuntos tan delicados, pero el polemista incansable, el último doctoral de Valencia que dedicó su juventud y su vida al estudio de la verdad y a su exposición y defensa, no conocía peligros, no tenia contradicciones, ni formaba cálculos sobre lo favorable y adverso del juicio de los hombres; tan solo el no poder decir toda la verdad era lo que le contrariaba. Esto quiere significar cuando escribe que por más que se tenga el valor de hablar claro, de confesar y defender en alta voz las creencias, muchas veces no puede decirse todo lo que se quiere; y en tiempos de liberalismo vergonzante, el escritor católico se encuentra más atado, en cierto modo, que en una situación francamente revolucionaria. En gran manera recomendable es la lectura y estudio de Las lecciones sobre el Syllabus, que si lo creemos necesario para el clero, es también de conveniencia suma para todos los católicos para informarse de los puntos capitales que siendo erróneos sirven de fundamento, en el que se apoya la impiedad moderna para atacar deslealmente a nuestra Santa Madre la Iglesia. Si todos los que a ella pertenecen tuvieran el cuidado de ilustrarse con su celestial doctrina, mayor fuera el entusiasmo por defender tan divina institución; si los gobiernos de los pueblos fijaran su atención en las divinas enseñanzas, ni decayera el principio de autoridad, ni se debilitaría por las vacilaciones, ni los mismos pueblos fueran juguete de las pasiones, ni aventurados emprenderían el tortuoso y expuesto camino de eternos ensayos, fruto de teóricas impracticables.

Hay que reconocer, y la historia lo acredita palpablemente, que fuera de la doctrina salvadora de Jesucristo, cuya única depositaria es la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, porque así lo quiso su divino Fundador, no es posible la estabilidad en las instituciones, ni la paz en los pueblos, ni la fuerza en los gobiernos ni la dignidad en los súbditos, ni la armonía entre las diferentes naciones, ni la tranquilidad en las familias; porque la Iglesia, con su enseñanza divina, fundada en los inalterables principios de eterna justicia y de indefectible caridad, garantiza todos los derechos, asegura su libre ejercicio, evita los abusos y atropellos, guarda los linderos dando a cada uno lo que le pertenece, realiza el cumplimiento de todas las obligaciones, y da como resultado la perfecta armonía, resolviendo por medio de la virtud dulcísima de la caridad aquellas cuestiones que, por dudosas, no da resueltas la justicia. Estudiando las Lecciones sobre el Syllabus, se forma concepto de las gravísimas materias que hoy se discuten con apasionamiento, y que por sus consecuencias trascendentales deben tratarse con ánimo sereno e imparcial; tanto más cuanto que media la resolución pontificia, autoridad suprema puesta por Dios en el mundo como iris de paz, mensajera de la misericordia y restauradora del orden trastornado por el orgullo y el egoísmo.

El matrimonio canónico y el matrimonio civil. El solo título de esta obra ya la recomienda. El autor, Sr. Perujo, al ver que se establecía el matrimonio civil en España, después de haberse ensayado durante el tiempo de la revolución, y de haberse tocado los gravísimos inconvenientes, los males y los trastornos que en la familia causa semejante institución, levanta su voz, acude a la prensa para explicar la cuestión del matrimonio considerado como estado en el órden natural, en el órden religioso y en el órden social. Expone la doctrina católica sobre tan importante materia; recuerda nuestras tradiciones, nuestras costumbres y nuestro carácter, y con valentía combate el proyecto de ley que el gobierno presenta a las Cortes.

Como no es nuestro propósito extractar las obras del incansable polemista: 1º porque no es propio de una biografía; 2º porque se necesitaría para ello escribir un libro bastante voluminoso; 3º porque exige gran cuidado, mucho estudio y particular talento para los trabajos críticos, todo lo cual falta al que esto escribe, y 4º porque confesamos claramente, lealmente, nuestra pequeñez e incompetencia. No entrando en las consideraciones importantes a que se presta esta producción de Alonso Perujo, nos contentaremos con decir que es la genuina síntesis de las grandes obras que acerca de tan importante asunto se han escrito. Los que quieran formar exacto concepto del matrimonio y conocer la verdad de este fundamento de la familia, que es a la vez de la sociedad; los que deseen conocer las funestas consecuencias de los errores que, a título de adelantos, se aceptan sin examen, se aplauden sin conciencia y se proclaman sin reflexión, que estudien la obra del Sr. Perujo, y es seguro que han de reformar los prejuicios formados sin estudio y solo por dejarse arrastrar de la moda.

Y permítasenos llamar la atención sobre un extraño fenómeno. Hoy que tanto se pondera la independencia de la razón, que tanto se clama contra los argumentos de autoridad, que tanto se escarnece y vilipendia la sumisión del entendimiento humano a la palabra divina, el obsequio razonable de la fe; hoy es cuando más se ejerce el despotismo tiránico contra la inteligencia, y los jefes de escuela y los caciques de secta, comienzan por exigir lo que han dado en llamar jefatura indiscutible, que importa la abdicación completa [540] de la idea y de la voluntad de los secuaces, en manos de los que forjan e imponen esas cadenas insoportables a nombre de la independencia del hombre.

Divi Thomae Aquinatis, Doctoris Angelici, Summa Theologica. Cualquiera que hubiera escrito esta obra del doctoral de Valencia se tendría, y con razón, por hombre que prestara gran servicio a la enseñanza católica. Claro está que la parte principal, y como esencial de ella, no es nueva, ni producto de la inteligencia del doctoral, porque es la inmortal doctrina de Santo Tomás de Aquino; pero el trabajo en buscar y comparar varias (son muchas) ediciones para expurgar los defectos y erratas cometidas; el estudio de los más notables comentadores de aquella Suma, el cuidado que para anotarla según los nuevos errores o malas doctrinas contemporáneas reclaman, y la adición de ochenta y siete apéndices, es un trabajo que para otro que no fuera Perujo requeriría los mejores años de la vida.

Pero si meritorio es el trabajo que esta obra supone, no es menos el interés que demuestra por cooperar a los deseos del Sumo Pontífice reinante, tan expresamente manifestados en distintas ocasiones, recomendando eficacísimamente el estudio de la celestial doctrina tan sabiamente enseñada por el Angel de las escuelas. Ni tampoco carece de mérito, y grande en nuestra humilde opinión, la modestia con que el autor atribuye todo lo bueno que contiene la obra, a los distinguidos jóvenes que le ayudaron en la empresa, a quienes indudablemente cabe gloria en ello, reservando para sí los defectos que, como toda obra humana, se noten en la misma.

En el tomo XI de la Suma intercaló Alonso Perujo su Lexicon Philosophico-Theologicum, en el que declara y explica las palabras, locuciones, distinciones, axiomas, &c., usados en las escuelas: adición de utilidad y casi necesidad evidente para la buena, recta y pronta inteligencia de los libros que preceden, mayormente hoy que tan olvidada está aquella filosofía que tan bien dirige al entendimiento en sus operaciones.

El Papa y las Logias. Este libro es una exposición de la Encíclica Humanum genus de S. S. León XIII, con luminosos comentarios que dan idea del objeto y fines que persigue la masonería, desenmascarando la moral que tanto cacarean, la fe que dicen profesar y los frutos que tales raíces producen.

Confiesa el autor que la escribió en 15 días, y hace esta manifestación con el fin único de prevenir al lector en contra del mérito del escrito, y salvar la buena intención que le impulsó a escribir. Sin querer y contra su deseo, ha revelado Alonso Perujo en esta ocasión su facilidad y facundia, su laboriosidad y aptitud, su disposición natural y las gracias con que el cielo le dotara para estos trabajos, por su naturaleza difíciles y pesados. Ni necesitábase tampoco tal espontaneidad, porque con solo recorrer el catálogo de sus obras, fijar la atención en sus diversas ocupaciones y contar los breves días de su existencia, se obtiene el convencimiento íntimo de que Dios envió al mundo a Alonso Perujo para escribir. Además, su conversación revelaba el ingenio; hablaba de todas las cuestiones, citaba autores en todas las materias y demostraba tener conocimientos en todo lo que es objeto de estudio y polémica. Sin duda esta universalidad de ideas, esta multiplicidad de conocimientos le hizo concebir el plan de publicar una obra que verdaderamente asusta al enunciarla, desmaya al ánimo más esforzado, y desvanece cuando se la examina en sus detalles.

Es verdad que encontramos obras publicadas en este género, pero unas veces fueron corporaciones científicas, otras comunidades religiosas, casi siempre personalidades morales, cuya existencia se perpetúa y renueva con los individuos que se suceden. Algunos, muy pocos individuos, emprendieron la tarea de publicar Diccionarios de ciencias y artes, pero generalmente concretándose a determinadas materias. Alonso Perujo, desoyendo la voz amiga que le señalaba el peligro de acortar la vida si llevaba sus propósitos a la práctica, saltando por encima de todas las consideraciones, anunció la publicación de su Diccionario de Ciencias Eclesiásticas.

Esta gran obra, verdadera enciclopedia católica, tanto por su extensión cuanto por las materias que trata, no puede ser trabajo exclusivo de un solo hombre, y mucho menos en el tiempo cortísimo de su publicación; la vida es demasiado breve para semejantes empresas; la lectura que suponen tales trabajos no puede hacerse en 70 años, y si añadimos la resta del tiempo necesario para las atenciones de la vida y de la sociedad, nos convenceremos de la imposibilidad de comenzar y terminar un solo individuo tan colosal empresa.

Por esta razón, por la vehemencia de carácter del Sr. Perujo, por el deseo de que en su obra figuraran las firmas de escritores acreditados, de hombres de ciencia, de personas respetabilísimas, encontramos en ella muchos colaboradores. No obstante tan valiosa cooperación, el Sr. Perujo tuvo la iniciativa, la dirección, el trabajo de corrección de pruebas, y el haber escrito más artículos que cada uno de los que aparecen firmados.

Es indecible el trabajo que llevó en la publicación del Diccionario; no hay artículo que no leyera tres veces, una antes de darlo a la prensa, otra en la corrección de pruebas [541] que hacía por sí mismo, y otra después de corregida para darlo definitivamente a la estampa. Cuando faltaba algún artículo, y no fue raras veces, al tiempo de entrar el pliego en prensa, Perujo dedicaba un par de horas y el artículo era llevado a la imprenta. ¡Cuantas veces le oímos decir: o el Diccionario me mata o yo le venzo! Desgraciadamente ha sucedido lo primero, y cuando tocaba a su término, cuando apenas faltaban una docena de pliegos para quedar ultimado el Diccionario de Ciencias Eclesiásticas, cortóse el hilo de su vida, apagóse la antorcha de aquella clara inteligencia, dejó de existir el autor de tantos libros, el infatigable polemista, sin ver realizadas sus esperanzas y deseos que perseveraron durante la enfermedad y que solo la muerte pudo apagar.

Y volvamos al principio de este escrito, cuando decíamos, ¡a cuántas reflexiones da motivo la muerte de D. Niceto Alonso Perujo! Estudio, trabajos, afanes, desvelos, contradicciones, sinsabores, ilusiones, plácemes, emulaciones... todo, todo se desvanece en un instante, quia ventus est vita mea. ¿Qué queda de toda la vida? Un día de lamentación, una semana de recuerdo y una eternidad de olvido por parte de los que quedan.

¡Qué triste es la condición humana, y cuán práctica e infalible aquella máxima revelada: ¡vanitas vanitatum et omnia vanitas et aflictio spiritus! ¡Y para esto tanto desvelo, tantas osadías, tantos... crímenes entre los hombres que no han de tardar en morir! ¡Desgraciado es el que no quiere pensar en la muerte, y mucho más desgraciado aquel que no siente el estímulo del arrepentimiento!

La muerte del doctoral de Valencia fue una muerte cristiana; tuvo el consuelo de recibir todos los Santos Sacramentos que la Iglesia guarda para tan terrible trance, y todos los auxilios espirituales destinados a este fin. Abrigamos la esperanza en la misericordia infinita, y creemos piadosamente que el Señor le habrá premiado la fe, el celo, la ingenuidad y el valor con que defendió la verdad católica, que es la doctrina de Nuestro amantísimo Cristo Jesús; tenemos el consuelo de que María Santísima habrá hecho valer para el fallo de su salvación, aquella devoción y filial ternura que revelan los libros Flores de la vida, Lirio de los Valles, Idiota, &c., porque Dios, que conoce los profundos secretos del corazón humano, juzga los actos de los hombres conforme a la grandeza de Su Majestad, pero tomando en consideración la pequeñez de nuestras fuerzas.

Dícese que la muerte todo lo borra: es verdad: todo se olvida con la muerte, pero la memoria de Alonso Perujo, como escritor católico, vivirá tanto como vivan sus obras; y los que tuvimos el gusto de tratarle, los que nos interesarnos siempre por su bien, los que hemos tenido una lágrima o un suspiro, manifestación de la pena que sentimos en su muerte, seguiremos siendo sus amigos, y le enviaremos sufragios, única cosa y único obsequio que podemos hacerle.

Que Dios haya dado descanso eterno, y un lugar entre los bienaventurados a nuestro compañero; que el mundo reconozca lo mucho que valía tan fecundo y laborioso escritor; que la historia le conceda y conserve un nombre honroso y un título de gloria a D. Niceto Alonso Perujo, es lo que deseamos.

Dr. Godofredo Ros Biosca, Arcediano de la Basílica Metropolitana de Valencia.