Filosofía en español 
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Cuba: su literatura

En la isla de Cuba la literatura no tiene color; y no es extraño, porque nada puede determinarse para seguir sus adelantos, en un país donde está prohibido escribir, donde está prohibido hablar, y donde si fuera dable se prohibiría pensar; ¿cómo ha de seguir su vuelo el pensamiento si le cortan las alas? ¿cómo se han de desenvolver las imágenes atrevidas que recelan al genio si una mano férrea sujeta las cuerdas de la lira y esconde la pluma?... Está prohibido escribir, y sin embargo, se escribe mucho: esta no es una paradoja: se escriben trabajos muy pálidos y previa una censura que hace la autopsia, dejando desfigurados los conceptos. –¿Propala el autor ideas contrarias a las formas de gobierno? –¡Nada de eso! Sería arrojar un guante que habían de devolver roto. –La religión es un punto delicado y no es permitido cantarla en todas sus fases. –El amor debe tratarse de cierto modo, porque es un plano inclinado donde se resbala fácilmente. –¿La política?... ¡Oh! La política es la fruta vedada de aquel paraíso literario: guárdese cualquiera de pensar en ella, aunque lo seduzca, porque pronto se vería lanzado de aquel paraíso.

A pesar de estas contrariedades no faltan jóvenes poseídos de entusiasmo, de ilusiones, que escriben, aunque van conteniendo la pluma y desechando los mejores pensamientos, como separa un convaleciente los manjares más sabrosos por temor del médico, conformándose con probar solo algunos, por insustanciales que sean, para dar alimento a su necesidad. Es claro que escriben poseídos de entusiasmo, porque ni siquiera les queda el recurso de buscar un editor y sacar algún fruto de sus tareas: en la isla de Cuba no hay editores, y es necesario imprimir por su cuenta, exponiéndose las más veces a una pérdida. La literatura está reducida a un círculo estrechísimo, y por esa razón la literatura no tiene ni tener puede color que la determine. Pocas novelas se han escrito en la isla, pues lo mismo que en España hacen furor las de allende el Pirineo. La poesía erótica cuenta tantos prosélitos como hijos el país: todo cubano es poeta, y no deja de cantar a su amada con la dulzura tropical, que es reconocida; Zorrilla tiene allí muchos discípulos de su escuela y Espronceda algunos. La poesía burlesca no ha descollado, pues nada de este género se había dado a luz hasta 1845, que publicaron una biblioteca titulada Quitapesares, los jóvenes escritores don Teodoro Guerrero y don Andrés Orihuela, residentes entonces en la isla. Entre la turba de poetas que invade la prensa cubana, descuellan algunos que valen mucho y que valdrían más en otro país donde pudieran medir sus fuerzas y verse alentados al estudio: tales son los señores Betancourt, Tolon, Cárdenas, Turla, García de la Huerta, Roldán, Mendive, Ecay, Millán, Cancio Bello, Güell, Sánchez y otros, cuyos nombres no recordamos, que no desmentirían a la señora Avellaneda, a Heredia, a Zequeira, y a Orgaz. –Dos ingenios privilegiados ha producido en Cuba el siglo presente y a los dos los ha perdido la literatura en la flor de sus años: Milanés y Plácido. –Milanés es un poeta de corazón, desgarrador y entusiasta: perdió el juicio en el exceso de su fiebre y calló su lira. En la Habana se ha impreso la colección de sus obras, colección que se leerá siempre con gusto. –Plácido era un mulato, que murió víctima de sus ideas revolucionarias; no estudiaba, no sabía mucho, pero era poeta. Su facilidad asombrosa para la improvisación, fue la causa de que sus composiciones no saliesen limadas, encontrándose un arranque, una idea bellísima entre pensamientos vulgares. Fuera de Cuba, este mulato hubiera podido conquistarse un nombre envidiable.

Si abundan los poetas en la isla de Cuba, fácil es comprender que escasean los literatos, lo cual no es culpa del país, porque no habiendo estímulo, los hombres se convierten en máquinas que no trabajan a falta de impulso motor. Don José de la Luz Caballero está reputado justamente por un sabio; don Domingo del Monte, goza de una nombradía bien adquirida como filólogo por sus vastos conocimientos; don Gaspar Betancourt (el Lugareño), es un escritor profundo que mira por el país, y los señores Echevarría, Palma, González del Valle y Bachiller, son también escritores de conciencia que han adquirido justamente su reputación.

De obras dramáticas poco o nada puede decirse. Inútil es advertir que tiene su censura especial: la pluma del escritor y la del censor, son el cuerpo y la sombra: la una crea, la otra borra. Se han hecho muy pocos ensayos dramáticos, y exceptuando El conde Alarcos, de Milanés, drama de bellísimos pensamientos, pero muy incorrecto, y algún cuadro ligero de costumbres del país, se ha trabajado sin éxito. Las compañías son regularmente malas o cuando más, medianas, pero nunca buenas; esto, unido al miedo de escribir para los censores y de escribir sin lucro, a la falta de conocimientos prácticos de la escena y a la apatía de los ingenios, es lo que priva a Cuba de obras dramáticas.

Lo que está más desarrollado en la isla es el periodismo, pero debe comprenderse que los diarios están destituidos del mayor interés, pues salvas las noticias comerciales, solo encierran sus columnas los anuncios, el pedazo de novela francesa, comunicaciones del interior de la Península y el aluvión de poesías: no hay persona que no sea felicitada por algún suceso favorable, despedida con sentimiento, o llorada con amargura. En la Habana se publican La Gaceta, La prensa y el Diario de la marina: y en los demás puntos de la isla, aunque en escala más inferior todavía relativamente a su interés, los siguientes: en Matanzas, La Aurora; en Trinidad, El Correo; en Cuba, El Redactor; en Sancti-Spiritus, El Fénix; en Villaclara, el Eco; en Puerto-Príncipe, La Gaceta y otros, sin contar los Boletines oficiales. La literatura en la isla de Cuba es el pálido reflejo de una luz velada por una pantalla; quitada esta, brillaría; porque hay demasiado alimento para la llama: sobra la imaginación, que es la luz del genio.