Materialismo
Así se denomina a un sistema de filosofía que hace emanar de solas las fuerzas de la materia, o de las diversas materias tales como nuestros sentidos nos las dejan comprender, todos los seres de la naturaleza y todos los movimientos del universo. Según esta hipótesis, la estructura y la coordinación armónica de los cuerpos organizados, animales y vegetales, la inteligencia del hombre, la de los animales y los brutos; las maravillosas relaciones de peso y equilibrio que dirigen los movimientos de las esferas celestes, que mantienen sus leyes de estabilidad, o sus revoluciones perpetuas; todo, en fin, en lo creado, no es mas que el resultado de la espontaneidad de acción de los elementos materiales, y el mundo no contiene mas que su única sustancia en el espacio infinito. Síguese de aquí que la sustancia corporal es la única que posee en sí misma todos los géneros de fuerza que desplega, toda la inteligencia o todos los gérmenes de organización que se desarrollan en la naturaleza, sin intervención alguna de la divinidad, ni de una suprema sabiduría y omnipotencia que presida a estas formaciones, y penetre con su poder los elementos materiales.
Para admitir semejante sistema, es preciso, siguiendo a Espinosa y la filosofía estratónica, o la de Leucipo y Epicuro en la antigüedad, atribuir a materiales originariamente brutos, al carbón, al ázoe y al hidrógeno las facultades completas o medios de organizarse espontáneamente, y de constituir la inteligencia de todo lo creado: y es preciso asimismo, para producir las estructuras animadas, como para la coordinación armónica de las esferas celestes, recurrir a las infinitas probabilidades de ciertas casualidades felices en la inmensidad de los tiempos.
Así formó Espinosa su Dios-Mundo, e incorporó los atributos de la divinidad con la materia misma. Los atomistas prefirieron, por su sistema, los acontecimientos fortuitos del acaso. Todos, sin embargo, estuvieron de acuerdo para desterrar del universo el principio espiritual, la inteligencia pura, y esa fuerza libre y suprema de organización y de armonía, que ha formado la cadena admirable de las [208] criaturas, unidas unas a otras por anillos fraternales, perpetuándose en el curso de las generaciones por el don inmortal de la vida y del amor, desde el gusanillo y el musgo, hasta los seres mas perfectos que han emanado de este origen celestial.
La objeción eterna a que todo el sistema del materialismo no ha podido responder, es la que se deduce de las relaciones combinadas de los seres para alcanzar un fin; tales son, por ejemplo, las relaciones de los sexos para la reproducción y la formación de los órganos destinados a un fin, como el ojo y el oído para ver y para oír. ¿Acaso la materia inorgánica ha podido concebir y predisponer de antemano la organización? Si una casualidad feliz, si los movimientos fortuitos de los elementos en disolución y en putrefacción podían producir alguna estructura regular y orgánica ¿el mismo acaso, en su perpetua inconstancia, no vendría a destruir lo mismo que antes hubiera construido? porque donde no hay un entendimiento ilustrado que dirige, no hay designio premeditado, ni plan fijo. Vemos, sin embargo, que lo contrario se manifiesta en la permanencia de los movimientos celestes, en la regularidad de nuestro sistema planetario, y en la disposición de los cuerpos organizados, que se trasmiten sus formas durante el curso de las generaciones.
Cuando la vida abandona un cuerpo, y sus órganos permanecen aun intactos (en la asfixia por ejemplo), ¿se puede asegurar que los materiales que componen aquel cadáver, constituyen al hombre todo entero, o tan completo como lo era antes, con su inteligencia y su actividad? ¿No es, pues, el hombre en el caso actual, sino un reloj parado, un resorte que ha perdido su tensión? No podemos ni concebirlo siquiera. En este cuerpo había además un principio que era la existencia misma, que daba al conjunto del ser esa fuerza de unidad, de asimilación, y de instinto conservador o de resistencia vital, que tampoco es extraña en su manera particular al vegetal contra la acción destructora de los cuerpos que lo rodean: y es indudable que las máquinas inanimadas no poseen semejante facultad.
Si el hombre, el animal y la planta no fuesen mas que puras máquinas, y autómatas mas o menos complicados, obedecerían necesariamente al juego de sus resortes materiales, como los muñecos a quienes se tira de un cordón; y el frenólogo, que cree reconocer en una protuberancia del encéfalo el órgano predominante del robo y del asesinato, podría afirmar que aquel individuo sufría las consecuencias de su organización, y que no siendo libre, no debe ser responsable de sus actos. Conforme a esta hipótesis, en un todo materialista, si hay en el mismo hombre otras protuberancias que formen contrapeso , se constituye una especie de balanza, y el hombre es esclavo de su estructura: si hace el [209] bien, es porque posee una buena organización; pero no tiene en ello mérito alguno. Por resultado de estos principios, no puede imputársele virtud, vicio ni crimen alguno; porque la naturaleza, que nos forma o nos destruye, es el único árbitro de todos los actos de la humanidad, como de los demás movimientos generales del universo.
Creemos que basta la simple exposición de este sistema para producir en toda conciencia humana un sentimiento de voluntad, de espontaneidad, de poder autocrático que protesta contra una abnegación tan servil, que nos enseña nuestra libertad moral, y que nos dice que podemos luchar contra la tiranía y la muerte, y disfrutar de nuestra independencia. Este yo, aun en la misma Medea, revela algo de superior y de dominante sobre la materia. El genio que mide con Newton el curso de los astros en los cielos; el héroe que sabe vencer obstáculos insuperables y hasta obtener victoria completa sobre sí mismo ¿no serían acaso mas que un poco de polvo arreglado de cierto modo? Y el espíritu de Homero, de Virgilio, y de tantos hombres eminentes, ¿no sería mas que una simple modificación de la médula cerebral, puesta en juego por algunos fluidos, el calórico, el eléctrico u otros agentes semejantes?
El absurdo que lleva consigo el sistema materialista, es por fortuna demasiado manifiesto, además de que disuelve los vínculos sociales, y desencadena las pasiones mas brutales por un egoísmo desenfrenado. Si el materialismo no hace necesariamente malvados a los hombres, es al menos la justificación completa de todos los vicios y de todos los crímenes.
Para ser materialista, en lo cual no redunda al hombre mas que la orgullosa satisfacción de pretender explicarlo todo, sin reconocer el poder superior y la autoridad suprema que preside a todas las cosas de la tierra desde otra región más elevada, es preciso renunciar completamente a la dignidad y a la libertad humana, convirtiéndonos en autómatas o máquinas que no merecemos consideración ni respeto alguno, no ya a los ojos del Criador, sino a los de nosotros mismos. Es necesario envilecernos, degradarnos hasta el último punto de la degradación y del envilecimiento. Dejemos tales ideas para los que han tenido la desgracia de agotar la flor de su espíritu, y quedarse con la rama seca que la sostenía: si su desesperación los ha llevado a pensar así de la humanidad entera, esta se haría culpable de una imperdonable falta dejándose seducir por tan descabelladas teorías. Las concepciones y delirios de las imaginaciones enfermas no han podido ser nunca la regla de los entendimientos sanos y de los espíritus rectos.