Comunismo
Este término se presta a equívocos que conviene deshacer. El diccionario de la Real Academia lo define como sistema político-social por el cual se quiere abolir el derecho de propiedad privada establecer la comunidad de bienes. Registrada esta tendencia como propia del comunismo, éste reviste formas puramente utópicas y formas históricas. Una realización del comunismo, fuera de círculos muy reducidos, no se encuentra si hemos de ser fieles a la verdad. Entre las formas utópicas de comunismo, como ideal políticosocial, se halla en Platón, descrita en la República y corregida en las Leyes. Se trata de una concepción utópica del Estado --que no se dará ni se ha dado nunca por irrealizable-- en que aparecen tres clases sociales cerradas, los filósofos, los guerreros y los artesanos; correpondiendo a los primeros la función gubernativa, puesto que son los mejores, a los otros las tareas de defensa y de trabajo respectivamente. Platón entendía que no es posible la justicia, tanto individual como social, sin una rigurosa distribución de las funciones entre los ciudadanos, de suerte que ninguno de ellos invada el campo de acción encomendado a otro. “Cada uno a lo suyo, venía a decirnos Platón, para que sea posible dar a cada uno lo suyo”. Y, no obstante, aunque parezca contradictorio, este régimen de clases había de comportar la comunidad de los bienes, de los niños y de las mujeres, siendo el Estado, por medio de sus funcionarios, el encargado de examinar, educar y distribuir a los individuos, conforme a las aptitudes de éstos, en las diversas clases sociales. Las razones en que se fundaba Platón para substituir el Estado a la familia, consistían en creer que el egoísmo familiar es una de las causas de la corrupción de los Estados (V. PLATÓN). En el diálogo Las Leyes atenuaba los rigores que aparecen en La República. Pasando ahora por alto otras concepciones utópicas de la sociedad, como la Utopía, de Tomás Morus, o la Ciudad del Sol, de Campanella, el régimen políticosocial que hoy recibe el nombre de comunismo, dista mucho de ser lo que en sentido estricto significa este término. Los tratadistas citan, aparte de ciertos grados de civilización rudimentaria en que está poco acusada la propiedad individual, una gran diversidad de sistemas históricos económico-sociales, más o menos afines al comunismo, entre otros los de Minos, Licurgo, Falea de Calcedonia, Pitágoras y Epicuro en Grecia; sectas de los Escenios y Terapeutas en los primeros siglos de la Iglesia; doctrinas de los anabaptistas begardos y moravos. A partir del siglo XVIII se citan impropiamente como comunistas, por su tendencia a subordinar los derechos del individuo al Estado, las teorías de J. J. Rousseau, seguidas por Mably y Morelly en el orden especulativo, y por Brissot y Cabet con carácter revolucionario, en las épocas del Enciclopedismo y de la Convención; las de Babeuf en la del Directorio; y a partir de entonces, el sansimonismo, el sistema falansteriano de Fourier, el llamado racionalismo cooperativo de Roberto Owen, el sistema proudhoniano y el de Luis Blanch. Pero nótese que todos estos ensayos de organización económico-social, lo mismo que el comunismo actual o régimen de la Unión de Repúblicas Soviéticas (Rusia), no son más que diversas formas del socialismo (véase este término). Y téngase en cuenta que ninguna de la citadas estructuras obedece al ideal comunista de la República platónica. siendo muy distintos los motivos que impulsaron a los comunistas de hoy a realizar la revolución económico-social. El gran desarrollo industrial que se inició a principios de la pasada centuria y la constitución de potentes concentraciones capitalistas, con la consiguiente desvaloración del trabajo manual frente a las máquinas, originaron las reivindicaciones obreras y promovieron el espíritu revolucionario, dando por resultado la lucha de clases y la agravación de las injusticias sociales, precisamente por los mismos que pretendían corregirlas. En la actualidad, el comunismo no es más que el bolcheviquismo. El origen de esta palabra se halla en la rusa bolshinstvo, que significa mayoría, y de la que se formó la también rusa de bolsheviki, o perteneciente a la mayoría. En una conferencia que el partido comunista ruso celebró en Bruselas y en Londres en 1902-03, adoptaron el nombre de bolsheviki o mayoritarios los que triunfaron votando a favor de las ideas entonces sostenidas por Lenín. A bolsheviki se opone mensheviki o minoritario. Remóntase esta doctrina a 1833, cuando Plejanov y Axlrod fundaron el Grupo para la Emancipación del Trabajo, siendo innumerables los trabajos emprendidos por los revolucionarios rusos y las vicisitudes sufridas por ellos, después del Manifiesto comunista, publicado por Carlos Marx y Federico Engels en 1848, hasta la revolución rusa que acabó con el régimen imperialista de los zares. Para llevarla a cabo, Lenin estableció cinco reglas: 1.ª, la insurrección, una vez comenzada, ha de llevarse hasta el fin; 2.ª, cuando se ha elegido el momento, han de acumularse en los puntos convenientes fuerzas superiores a las del enemigo; 3.ª, se ha de entablar en seguida la ofensiva, pues, como dice Marx, la defensiva es la muerte de la insurrección; 4.ª, es fundamental que exista sorpresa y hay que elegir el momento en que las fuerzas del Gobierno están diseminadas, y 5.ª, es indispensable la superioridad moral; el anuncio de éxitos parciales del día y aun de la hora, deprime al enemigo, consolida la ofensiva y conserva las masas. La revolución, por consiguiente, puede decirse que depende de tres condiciones; a) no ha de ser una conspiración, sino un levantamiento de la clase obrera revolucionaria; b) ha de contar con la masa y, por tanto, promoverse a pretexto de las necesidades más urgentes de la masa popular, y c) ha de estallar en un momento de gran confusión para el enemigo y de la mayor actividad entre los amigos. La doctrina en cuestión preconiza el asalto del poder por el proletariado y dictadura de éste. La aniquilación de toda oposición y derribo de las instituciones capitalistas. La revolución es una guerra y “el enemigo, decía Trotsky, ha de ser reducido a la inocuidad, lo cual equivale, en tiempo de guerra, a destruirlo”. Para lograr este fin, el bolchevique no ha de reparar en los medios; la conmiseración, la lástima, el falso respeto a la democracia, toda vacilación, serían contraproducentes y no harían más que estimular las fuerzas de la contrarrevolución e impedir la consolidación del comunismo. Se adjudica el derecho de la dictadura y de la coacción; la primera ejercida por los miembros dirigentes del partido, debido a su origen popular y probada fidelidad a la doctrina, y la coacción considerada como imprescindible, porque las gentes no se han acostumbrado aún al régimen nuevo. Una vez el bolcheviquismo hubiese triunfado, los fundadores del mismo anunciaban una democratización lenta, no por los medios parlamentarios de estilo burgués, sino por el sistema de los Soviets o Consejos de soldados, obreros y campesinos pobres, que pretende combinar las ventajas de la representación territorial con las de la representación de las clases productoras. Conforme a esta doctrina, todo queda en manos de los proletarios, cuando menos teóricamente. La Prensa y la instrucción, así como todos los medios de producción pasan a depender exclusivamente del Estado bolchevique. La religión, objeto de desprecio, según la famosa inscripción moscovita, es “el opio del pueblo”, es decir el medio de que se valen los poderosos para oprimir a los menesterosos, predicándoles resignación. En cuanto al orden definitivo que se propone establecer el bolchevismo, no existen datos que permitan describirlo con claridad. Puede decirse que aun hoy día está en período de lucha para adaptarse, y buena prueba de ello son las continuas depuraciones a que están sometidos los propios dirigentes, quienes ocupan los primeros puestos, para dejarlos pronto, víctimas de las terribles purgas, en que al celo de los fanáticos se unen las ambiciones de mando de los envidiosos. El bolcheviquismo se propone extender la revolución a todo el mundo, con la pretensión de someterlo a una disciplina férrea y a una sola dirección. En resumen, el comunismo bolchevique trae consigo la aniquilación de todas las clases sociales y la conversión de éstas en una clase única; la socialización o colectivización de todo los medios productivos; la anulación sistemática de la propiedad y de la iniciativa privada. La organización y propaganda de este régimen se llevó a cabo por medio de la Tercera Internacional Comunista (Komintern) identificada con el Gobierno soviético, si no oficialmente, a lo menos de hecho. El organismo fundamental del partido es la célula comunista, que ha de constar a lo menos de tres individuos y sirve de lazo de unión entre las masas y los elementos directores. De los medios de propaganda, el periódico y la radio son los factores principales; y uno de los designios que caracterizan el bolcheviquismo, con la acción enorme que irradia desde Moscú, estriba en lanzar a Oriente contra Occidente y acabar con la civilización europea.
Con lo que llevamos expuesto, échase de ver que el comunismo atenta contra las verdades y las instituciones más preciadas de que vive el hombre: la propiedad, la familia y la religión. Fundado en una interpretación materialista de la Historia, característica de la obra de Marx, intenta modificar la misma naturaleza humana por medio de la violencia y del terror, prescindiendo en absoluto de los principios del Evangelio que la Iglesia católica preconiza en su sabia doctrina social. Convierte al individuo en una cifra. Desconoce los derechos inalienables del hombre; y a una libertad moderada, substituye la más oprobiosa de las esclavitudes. Refiriéndonos ahora a la característica propia de todas las doctrinas comunistas, y dejando para más adelante la exposición de la doctrina social de la Iglesia frente al comunismo, expondremos de modo sucinto la crítica que Aristóteles hizo de la doctrina en cuestión. Consideraba el Estagirita (Política, Crítica del comunismo platónico, L. II, c. I) que la unidad política fundada en el comunismo, suprimiría el Estado en vez de fortificarlo. La unidad llevada a los extremos que pretende Platón promovería esta disolución, porque el Estado es muy complejo, y si se le reduce a una familia, desaparece; y más aún si se le conceptúa reducido a un individuo. La verdadera unidad, en este caso, sólo puede resultar de elementos de especie diversa. En cuanto a la comunidad de mujeres y de niños, no permitiría hablar de “mi hijo” o de “mi mujer”, lo que sería contrario a la naturaleza humana. Aparte de otros inconvenientes, Aristóteles señala uno que consiste en el escaso cuidado que pondrían los ciudadanos en las propiedades comunes, debido a la falta de estímulo. Poniéndose en un terreno realista, se funda en el ciudadano tal como es, y por esto rechaza un sistema que olvida que el hombre naturalmente pospone los intereses ajenos a los propios intereses, que son los que con preferencia le mueven. Aparte de esto, la práctica del sistema no sería posible sin las consecuencias más lamentables de tipo moral. Entre individuos que ignoran los vínculos de parentesco que les unen, se producirían ultrajes, asesinatos y muertes por imprudencia, tanto más graves cuanto más próximos son los parientes sobre quienes recaen. “Dos cosas hay, dice Aristóteles, que impelen al hombre a preocuparse y a querer, y son la propiedad y el amor, ninguna de las cuales se puede encontrar en la República de Platón” (Política, libro II, cap. I). En el capítulo siguiente estudia Aristóteles los inconvenientes que presenta el comunismo de la propiedad territorial y en general de todos los bienes. Si normalmente entre los hombres las relaciones de convivencia son muy difíciles, lo serían mucho más dentro del régimen comunista. Uno de los graves inconvenientes acerca de la propiedad territorial comunista consistiría en la imposibilidad de repartir el trabajo por igual entre los ciudadanos; y en último término las diferencias individuales y el amor propio se opondrían siempre a que comunismo fuese una realidad. Véase Socialismo.
Nota bibliográfica. - Sobre el comunismo primitivo, J. H. Kirchmann, Uber d. commun. der Natur, Heidelberg 1882; P. Viollet, Caractère collectif des premières proprietés imm., París 1873; N. D. Fustel de Coulanges, La Cité antique, París 1864; P. Huc, Communism in China, Londres 1927. Sobre comunismo moderno: L. Reybaud, Etudes sur les reformateurs, París 1848; K. Vorländer, Von Machiavelli bis Lenin; E. Antonelli, La Russie bolcheviste, París 1919; Zagorski, L'evol. actuelle du bolchevisme russe, París 1921; R. Labry, Une législation comuniste, París 1920; F. Pallás Salvatella, La doctrina social de la Iglesia; Rutten, La doctrina social de la Iglesia.