Filosofía en español 
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Cultura física

Conjunto de ejercicios corporales que tienden a fortalecer y mantener en perfecto funcionamiento el cuerpo humano.

En el aspecto del ejercicio corporal por medio del deporte, tan discutido, la Iglesia estima que, al igual que el alma, también el cuerpo ha sido creado por Dios, y, especialmente el cuerpo del cristiano santificado por los sacramentos, constituye un templo del Espíritu Santo; un cuerpo sano, perfectamente cuidado, no solamente es compatible con la doctrina del cristianismo, sino absolutamente deseable. Sin embargo, por encima del cuerpo se halla el alma, y lo que se llama cultura física no podrá constituirse en propia cultura del cuerpo, porque de esta forma llegaría a dañarse la cultura del alma. El Concilio de Braga, celebrado el 651, desechó ya la afirmación maniquea y prisciliana de que el cuerpo humano fuera obra del diablo; por lo tanto, como el cuerpo es también creación de Dios, el objeto de toda cultura física ha de ser la glorificación divina. La doctrina recta será, pues, la de no considerar el cuerpo como un ser, especial, separado de la organización del mundo, ya que Dios lo ha creado para que forme parte de la armonía universal. El IV Concilio lateranense proclamó que el hombre es el lazo de unión de los grandes mundos, materia y espíritu, los cuales forman el conjunto genial de la Creación; el cuerpo físico es el que tomó el Creador en su unión hipostática. Jesucristo debe ser, para la cultura física cristiana, el “camino, la verdad y la vida”, ya que el Redentor, participante de la naturaleza divina, es un cuerpo viviente en el “Corpus Christi” místico.

La cultura física que se apoya en la razón considera al cuerpo en unión viviente y paralela con un alma espiritual e inmortal. La cultura física cristiana considera además al hombre en unión viviente con Jesucristo, y al cuerpo, como continente e instrumento de la gracia; al cual está prometida la resurrección. En oposición a las teorías de un Rousseau respecto a la bondad natural, considera afectado por el cuerpo en la corrupción del pecado original, de modo que debe ser preservado y educado fuera de la concupiscencia y llevado a Jesucristo como ofrenda. La cultura física ha de ser conducente al “camino real de la cruz” en su más alta acepción de salud, fuerza y belleza corporal e inclusive de la vida; y, como actividad superior, a la santificación del cuerpo, sin que esta actividad, pues, se desentienda del contenido del espíritu.

Como actividad corpóreoespiritual, la cultura física produce un doble efecto. Reacciona sobre el espíritu, el cual forma un carácter con arreglo a la fuerza y los límites de su actuación. Cuando el espíritu desea solamente algo corporal, como la salud, la belleza o la fuerza, tiende a desarrollarlas por medio de la cultura física; cuando él desea algo espiritual, o ideal, desarrolla la cultura de forma espiritual; si el espíritu se abandonase sin objeto y sin voluntad a sus impulsos, el hombre sólo sería el juguete de sus pasiones. El segundo efecto de la cultura física es el de la acción del cuerpo sobre el espíritu. Las glándulas, con sus secreciones internas, ejercen una acción sospechosa sobre el temperamento y la vida del alma, y es natural que cuando un cuerpo irradia salud y fuerza en la vida del alma, ésta se halle en un estado de normal contención, y se afirme su tendencia hacia lo divino y espiritual. Sin embargo existe el peligro de que el cuerpo acucie al espíritu en su destierro, e invierta el orden total, de forma que el cuerpo no sirve al espíritu, ni el espíritu a Dios, sino el espíritu al cuerpo; de lo cual se seguirá un simple culto físico. Este peligro es particularmente mayor en la juventud, debido a que en esa edad se prefiere una cultura física “inconsciente”, como los juegos, los deportes y el desarrollo corporal en un plano total, con arreglo a las épocas del año, la edad, el sexo y las circunstancias adecuadas al individuo, y sin que la propia juventud piense lo necesario en el cuerpo.

Cuando la voluntad se concentra toda en una gimnástica para la formación de los músculos, al efectuarse ésta tan exagerada y, pues, desordenadamente, no es posible que la juventud acierte con una verdadera cultura física. Los papeles se trastocan y la juventud, en vez de procurar su verdadera y plena formación, dirige su mirada al placer de las formas corporales o a la consabida “alegría corporal”. No obstante, son los pensamientos y sentimientos individuales, la fuerza de la voluntad, los que deben ser representados por el cuerpo, tomado éste como símbolo del espíritu, y dejando a un lado lo que es exclusivamente materialidad corporal. Ha de tenerse también en cuenta que la vestimenta, además de satisfacer el sentimiento del pudor, tiene por objeto ser, en el hombre, expresión del espíritu, para realzar las excelencias de la razón y de la contención, dejando cubierto lo que es expresión de naturaleza inferior. Que aunque el arte, en su más alta perfección, trate de espiritualizar el cuerpo totalmente, el hombre vivo debe guardarse en el vestido, hasta que llegue a la transformación espiritual de la resurrección.

Con arreglo a las condiciones del sexo, el vestido es más necesario en la mujer que en el hombre. La práctica ha determinado que en muchas manifestaciones deportivas se haya relajado la presentación, invocando no muy aceptables razones higiénicas y que demuestran una lamentable falta de espiritualidad; esta última argumentación tiene aún mayor fuerza cuando se trata de ejercicios físicos de los dos géneros, en los que es evidente la escasez de vestido. Por esta razón, debe rigurosamente exigirse que la gimnasia sea enseñada en establecimientos separados, masculinos y femeninos, y que el vestido gimnástico no ofenda al sentimiento del pudor. Los ejercicios de cualquier especie, al desnudo, deben prohibirse, en cuanto a las muchachas, su mejor vestido deportivo será el que no haga resaltar las formas corporales; sus gimnasios deberán hallarse en locales inaccesibles al público; y este mismo punto de vista debe prescribirse para los lugares en que se bañen o hagan ejercicios natatorios. Para otras manifestaciones deportivas, como el tenis y las marchas a pie, se tendrán en cuenta las leyes de la moral.

En cuanto a la extensión o duración de los ejercicios físicos, debe considerarse que las fuerzas humanas son limitadas, y que los excesos podrían conducir a grandes males físicos y espirituales, ya que agotan las reservas materiales y abren el camino a las enfermedades.

El efecto de la cultura física para la vida de la gracia es igualmente doble y debe tenerse en cuenta que este estado es el más importante para el cristiano. Partiendo de la hipótesis de que el principio de la actividad es un estado de gracia sobrenatural, en el que va incluido el buen juicio, resulta que la actividad aumenta la gracia santificarte, como ocurre con todo otro don sobrenatural. La cultura física, por lo tanto, mejora los fundamentos para el efecto de la gracia (“gratia supponit naturam”) y evita los males que aquejan a la ida espiritual, tales como la falta de alegría, la histeria, la falta de valor, las tentaciones sexuales y la supersensibilidad; asimismo, impide la debilitación de los músculos, la distribución anormal de la sangre y la contaminación del organismo. De esta conjunción se deduce claramente que la cultura física concuerda con la conducta de la Iglesia, en lo que a religión y moral se refiere. La Encíclica del papa Pío XI referente a la educación cristiana expresa que “la llamada cultura física no puede ser considerada como extraña a su maternal empleo educador, porque también la idea del médico está ligada a ella, y la educación cristiana puede salir perjudicada o beneficiada con ella”.

La opinión materialista y liberal ha acusado repetidamente al cristianismo y en especial a la Iglesia católica, de “enemistad hacia el cuerpo”. La superestimación o supervaloración de la cultura física, sobre todo de la “cultura desnudista” como frutos maduros, son los que constituyen objeto de las advertencias de la Iglesia. Por otra parte ésta demuestra con palabras y hechos, en las numerosas declaraciones de los Papas, obispos y escritores ascéticos, su posición positiva en pro de una cultura física racional. La idea favorable, de segundo orden, mantenida por muchos escritores ascéticos, de que la esencia de la santidad consiste en la lucha contra el cuerpo, puede ser válida, en la actualidad, como medio de autodominio. La propia Iglesia y sus grandes doctores han predicado a través de los siglos la necesidad del renunciamiento pero también el cuidado racional de la salud. Es indudable que en tiempos anteriores la salud exigía menos cuidados que hoy, debido a que la mecanización ha suprimido muchos ejercicios físicos sanos, como los muchos trabajos corporales que se efectuaban al aire libre, y a que la insana dirección de la vida ha debilitado los organismos en el transcurso de varias generaciones. Lo que se nos presenta en la vida de la santidad como enemigo del cuerpo es, en parte, una representación unilateral, y en parte, una dirección de la gracia en la lucha contra un mundo visible dedicado al placer de los sentidos. Sin embargo, la recusación de la mayor parte de los Padres de la Iglesia hacia los torneos, se explica por el hecho de que en la época en que éstos se celebraban no tenían apenas relación con la cultura física. La culpa de este ocaso de la vida física no puede achacarse al cristianismo, sino al hundimiento de ciertas condiciones en que se desenvolvía la vida en otros tiempos.


 

Deporte

V. Cultura física.