Filosofía en español 
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Laxismo

El laxismo lo podemos considerar: I) como un estado de conciencia; II) como un sistema moral.

I. Como un estado de conciencia

a) descripción; b) causas; c) clases; d) consecuencias; e) remedios

a) Descripción. El laxismo es una disposición moral que nos lleva a negar la obligación de hacer o evitar algo, o al menos a disminuir su gravedad. Por razones insuficientes y a veces despreciables, se juzga permitido lo que está prohibido, o leve lo que es grave.

El pecador ordinario ve la obligación, pero no la cumple; el laxo, por el contrario, niega la obligación, o sea, suprime la barrera que Dios ha puesto entre lo permitido y lo prohibido.

Por lo tanto, será conciencia laxa: 1º, juzgar por leve lo que es grave; 2º, o permitido lo que está prohibido; 3º, rehusar, más o menos conscientemente, ver para no tener que hacer, y así llegar a no querer ver, y finalmente a no poder ver.

b) Causas. Las causas de este estado son múltiples, pero podemos señalar: 1.º El ambiente en que uno ha de vivir: así, la educación familiar, la escuela, la sociedad, contribuyen a veces a desvalorizar las verdades religiosas; desde la niñez se acostumbra entonces a ver las cosas, no como las ha enseñado Dios, sino como las juzga el mundo; los malos ejemplos son continuos, y acaba por creerse que los Mandamientos carecen de fundamento. 2.º La falta de reflexión: se obra únicamente por instinto, por seguir la inclinación, y pronto se forma un juicio erróneo de la moralidad de los actos. 3.º La violencia de las pasiones que aumentan la falta de reflexión. 4.º La costumbre contraída por los pecados pasados. 5.º Finalmente, una vana presunción: Dios es muy bueno y no me condenará. Se olvida, de este modo, que si la misericordia divina es infinita, lo es también la justicia.

c) Clases. Suponemos en todas ellas un conocimiento de la obligación. Con este supuesto, hay un laxismo “perezoso”. Los autores no se entienden. En la duda, hay que favorecer la libertad. He aquí el razonamiento del laxista. La pereza de examinar el caso con seriedad, le induce al uso constante de principios reflejos: “Lex non obligat cum tanto incommodo…” Todos lo hacen… Y poco a poco cae en un laxismo “revolucionario”. Se subleva la carne, se subleva el espíritu y se obra por orgullo, por interés, por placer. ¿La justificación? Uno tiene derecho a divertirse. Y por fin, cae en el laxismo “ciego”. Se pisotean los preceptos de la Ley de Dios, de la Iglesia, pero la conciencia está ya como anestesiada, en un letargo moral, más o menos voluntario actualmente, pero ciertamente voluntario en su causa. Tenemos, por ejemplo, el caso de san Alfonso de Ligorio: a principios del siglo XIX, parecía muy benigno; hoy ya parece riguroso en muchos puntos…

d) Consecuencias. Siempre hay un “mal material”. Mal que, objetivamente, es siempre un ultraje a Dios, porque es un desorden real. Si es meramente tal, no es imputable al sujeto, pero no por eso deja de ser un mal real, aunque en el caso del laxis no es sólo un mal material, ya que es culpable “in causa”. Como consecuencia, este mal suele ir acompañado de “escándalo”. Son muchos los que no saben o no pueden discernir por sí mismos. Hacen lo que ven hacer y por ello juzgan. Finalmente, se convierte con harta frecuencia en pecado “formal”. Porque es imposible permanecer mucho tiempo en la ignorancia respecto de algunos preceptos de la ley natural. Además una lectura, un sermón, &c., pueden abrir los ojos, y ¿quién corrige una mala costumbre contraída?

e) Remedios. Es de los males más difíciles de curar. La oración, la reflexión, el examen, un buen director, pueden hacer mucho, pero es el caso de un enfermo que necesita manjares fuertes y cuyo estómago no los puede digerir.

II. El laxismo como sistema moral

1) noción; 2) historia; 3) refutación

1) Noción. El laxismo como principio o sistema de moral nadie lo ha enseñado. Su principio fundamental sería: Se puede seguir la opinión que favorece la libertad, aunque sea dudosamente o muy poco probable. Sin embargo, si nadie ha propuesto este principio de un modo universal, ha habido autores que han hablado de un modo equívoco o lo han aplicado a casos, concretos, y así se suele llamar laxistas: a) A los que proponen el principio del probabilismo aduciendo que se puede seguir la opinión menos probable sin que excluyan la dudosamente o poco probable. b) A los que no restringen el principio del probabilismo a su materia propia, sino que lo extienden a otras a las cuales no se puede aplicar. c) A los que en cuestiones particulares admiten opiniones dudosamente o poco probables. Así, se suele poner entre los laxistas a Bannoy, Leander, Diana, Tamburini, Moya y Caramuel, a quien san Alfonso de Ligorio llama “príncipe de los laxistas”.

2) Historia. a) Circunstancias que explican su aparición. b) Historia de la cuestión. c) Resultado, que viene a ser su refutación.

a) Circunstancias que explican su aparición: Dejando para el artículo Probabilismo el hacer la historia de las soluciones propuestas para resolver el problema de la conciencia dudosa, podemos mencionar las etapas fundamentales. En la época patrística, cuando se dudaba de la certeza de una obligación, los Padres aconsejaban resolverla a favor de la libertad. Así, san Agustín: “Cuando uno no sabe si algún manjar ha sido inmolado a los dioses, puede comerlo sin escrúpulo” (P. L., tomo XXXIII, col. 187); y con él, la mayor parte de los Padres. Hoy diríamos que eran “probabilistas”.

Hasta el siglo XVI, los principios reflejos habían estado latentes en los diferentes autores, pero en la segunda mitad del siglo XVI comenzaron a formularse en sistema teológico. En 1577, Medina, O. P., resumió así su pensamiento: “Si est opinio probabilis, licitum est eam sequi, licet oppossita probabilior sit.” Se supone, claro está, que es probable porque tiene buenas razones. Es el principio del probabilismo sensato, que, a través de los disputas de los siglos XVII y XVIII, ha llegado hasta nuestros días.

Pero este probabilismo, según la contextura espiritual de cada autor, ha revestido diferentes formas:

a) Para unos, para que pueda seguirse la opinión que favorece la libertad, debe ser más probable que la que favorece a la Ley. Así, Suárez.

b) Para otros, basta que el principio que favorece a la libertad sea verdaderamente probable y esté apoyado en razones sólidas, para que pueda seguirse, aunque la contraria sea más probable (Lugo, los Doctores Salmantinos…).

c) Finalmente, otros se contentan, para eximirse de la ley, con una razón cualquiera; son los que hemos citado antes como laxistas.

Fluctuando así las opiniones, hacia mediados del siglo XVII se encontraron los autores con problemas muy graves y delicados. Había que conciliar --como sucede hoy también-- las exigencias de la vida moderna con los preceptos de la moral cristiana. Así, por ejemplo, la teología había condenado siempre, no sólo la usura, sino todo interés; y he aquí que surgió el crédito y se abrieron los Bancos. El problema estaba planteado. ¿Podían los católicos participar en esa fuente de riqueza que acababa de nacer? Los casuístas, al querer conciliar la ley de ayer y la necesidad económica de hoy, no podían destruir la moral permitiéndolo todo, ni apartar a los cristianos de la civilización, dejándolos como seres retrasados.

Como este caso se presentaron otros varios, y en su solución fue donde llegaron algunos al laxismo. Éstas son algunas de las circunstancias que explican la aparición del laxismo.

b) Historia de la cuestión. Si queremos seguir los pasos principales de la cuestión laxista, debemos ante todo hacer unas advertencias.

I. Advertencias

1) En primer lugar, hay que deslindar la cuestión laxista de la cuestión jansenista, ya que, por agitarse al mismo tiempo, se confunden hartas veces. ¡Como si la reacción contra el laxismo fuera jansenismo! Los jansenistas protestaron, es verdad (aunque su conducta suponía hartas veces un laxismo enorme), pero también lo hicieron otros, como los papas Alejandro VII e Inocencio XI, a quienes nadie tachará de jansenistas.

2) Otra cuestión, más delicada todavía, es la distinción entre laxismo y probabilismo. Hemos dado ya las nociones y nadie podrá afirmar que el probabilismo, contenido dentro de sus límites, desemboque en el laxismo. Los casuístas del siglo XVI, por confiar demasiado en la probabilidad extrínseca, cayeron algunas veces en el laxismo, pero el vicio está, no en el principio, sino en la aplicación. Los adversarios de la moral relajada achacaron la responsabilidad al probabilismo, pero Roma cuidó bien de distinguir las cuestiones. Si Inocencio XI determinó los principios que debían seguirse en el uso de las opiniones probables, Alejandro VIII condenó los principios “tutioristas”. Y nadie puede presentar una determinación pontificia que, ni de lejos, condene al probabilismo.

3) Los ataques contra la moral laxista se han encaminado muchas veces a atacar la moral enseñada por los Padres de la Compañía, identificando la moral laxista con la moral jesuítica. En algún tiempo fue esta confusión un arma para atacar a la Compañía. Hoy esta confusión se ha desvanecido. Y cuando la Santa Sede intervino en la cuestión, jamás se dirigió a la Compañía ni a ningún Instituto religioso, sino a los representantes de la moral relajada, que jamás fue una Orden religiosa.

II. Fases principales. 1) Condenaciones particulares. 2) Elenco de proposiciones. 3) Intervención de la S. Sede.

1) Casi todos los ataques a la moral relajada partieron de la Sorbona y de Lovaina, pero ténganse presentes, para entender la cuestión, las tradiciones galicanas de no admitir las decisiones emanadas de las Congregaciones romanas. En 1640 era puesta en el Índice la Summa Peccatorum del Padre Bauny; siguiendo, empero, la costumbre francesa, continuó imprimiéndose hasta que la Asamblea del Clero francés reunida en Nantes en 1641, declaró, en la sesión del 12 de abril, que la obra del P. Bauny estaba sujeta a censura. Al año siguiente, la Facultad de París atacó las doctrinas del P. Airault. Y en 1644, se hizo comparecer al Provincial y a los tres Superiores jesuitas de París ante el Consejo de Estado para advertirles que fueran más diligentes en la vigilancia de las doctrinas que se enseñaban.

En este mismo tiempo, apareció un libro anónimo, titulado Teología Moral de los Jesuitas. Libro lleno de groseras calumnias. Llevado por los Jesuitas al Parlamento de Burdeos, fue condenado el 2 de septiembre de 1644.

En Bélgica apareció en 1640 el libro del P. Amico. En él defendía que, para librarse de una calumnia, se podía matar al calumniador, y ponía el caso concreto. Un clérigo religioso puede matar al que quiere propagar calumnias contra la Orden o el estado clerical, si no tiene otro modo de defenderse. Esta proposición fue condenada en la Facultad de Lovaina, el 6 de septiembre de 1649. Por otra parte, igual que la Sorbona en París, la Facultad de Lovaina ejercía una estrecha intervención en el Colegio de los Jesuitas, esperando el momento de sorprenderlos. Las relaciones eran difíciles, y no tardaron en romperse. La Facultad escogió una serie de soluciones escabrosas, esparcidas por las casuísticas, muchas de Padres jesuítas, pero no exclusivas de ellos, y las censuró. El arzobispo de Malinas negó la aprobación al que se negaba a jurar que no seguiría en la práctica de aquellas soluciones. Los PP. Jesuitas se negaron aprestar el juramento, y el arzobispo, a otorgarles la aprobación. La situación era en extremo violenta.

Con estos antecedentes y en este ambiente, se comprende fácilmente el éxito que tuvieron las Provinciales de Pascal.

Éste supo aprovechar todos los elementos para aumentar la confusión y avivar las pasiones. Desde 1643, fue en aumento la cuestión jansenista, y cuando iba a quedar centrada en un punto capital para el cristianismo, Pascal divide de nuevo los campos desviando la cuestión al laxismo. Para él, la voluntad salvífica universal, el valor de la Redención, el libre arbitrio, son laxismo, moral relajada.

Por otra parte, acentuó la desconfianza entre el clero secular y regular, presentando a los religiosos, sobre todo a los Jesuitas, como los causantes de la relajación. La cuestión rebasó los límites del clero y pasó al pueblo. Las Provinciales ofrecieron un arma que los seculares utilizaron contra los regulares. Y con esto tenemos abierta la polémica que duró hasta la condenación hecha por Inocencio XI el 2 de mayo de 1679.

No es necesario mencionar las luchas, polémicas y las defensas que se sucedieron sin interrupción durante estos años.

El paso más importante fue la condena que la Sorbona hizo del libro de Amadeo Guimenio. Porque junto con las proposiciones relativas a la Moral, la Sorbona condenó una proposición en la que Amadeo defendía la infalibilidad personal del Papa en cosas de fe y costumbre; la condenó diciendo que la proposición era “falsa, temeraria, contraria a la libertad de la Iglesia galicana e injuriosa a las Universidades, a las Facultades de Teología y a los teólogos ortodoxos”. Esto provocó un conflicto en Roma y París, y fue necesario más de un año para calmarlo.

2) Elenco de Proposiciones condenadas. A medida que la disputa avanzaba, tanto en la Sorbona como en Lovaina se reunieron elencos de proposiciones laxas y en la Asamblea del clero, en 1700, Bossuet logró que se condenaran 527 proposiciones, agrupadas en 30 epígrafes.

En 1653, lo había hecho la Facultad de Lovaina, recogiéndolas en su mayor parte de los moralistas jesuitas. Eran, en total, 17 proposiciones. En 1657 renovó la condenación, aumentando el número de las proposiciones, 26 en total, y fueron enviadas a Roma, al Papa, para que pusiera remedio a tanto mal.

3) Intervención de la Santa Sede. En Roma siguieron el curso de la polémica procurando conservar el equilibrio. Condenaron varios de los libros que salieron por este tiempo, pero no siempre era claro si condenaban la doctrina o el modo de presentarla. Para las condenaciones de este tiempo, hay que tener presentes las circunstancias históricas, pero sobre todo hay que tenerlas a la vista para comprender las proposiciones condenadas por Alejandro VII.

4) Resultado. Las proposiciones recogidas por la Facultad de Lovaina y enviadas a Roma tuvieron una influencia decisiva para la resolución de la cuestión. El 2 de mayo de 1679, el papa Inocencio XI condenaba 65 proposiciones relativas a la moral.

Este acto pontificio puso la cuestión del laxismo en su terreno propio, abriendo paso a la defensa de un sabio probabilismo.

3) Refutación. El laxismo quedó refutado en la proposición tercera condenada por Inocencio XI. “Generatim cum probabilitate sive intrinseca sive extrinseca, quamtumvis tenui modo a probabilitatis finibus non exeatur, confisi aliquid agimus, semper prudenter agimus.”

Los argumentos de razón se pueden multiplicar: basta notar que hay que observar la ley mientras no sea dudosa. Ahora bien, con una tenue probabilidad o con probabilidad dudosa la ley no se hace dudosa; luego, hay que observarla.