Filosofía en español 
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Alma

Filosofía. La existencia del alma es tan evidente para la conciencia humana, que bien puede decirse que ha pasado a la categoría de las verdades de sentido común y consentimiento universal. Pero como en la época actual no faltan autores y escuelas que niegan el dualismo de elementos en el hombre, esto es, la existencia del alma realmente distinta del cuerpo, conviene ante todo afirmar esta existencia que la conciencia, la reflexión y la unidad e identidad de aquélla prueban evidentemente. Según el sentido común y el consentimiento universal, alma es el principio que comunica la vida al cuerpo. Según Aristóteles se entiende por alma, el acto primero del cuerpo físico-orgánico que tiene la vida en potencia Enteleceia< prwth to<n swmatoç fusikou< arganikou< dúnamei zwen ecovtoç. Esta definición altamente filosófica declara ante todo el elemento determinante del cuerpo natural orgánico al cual, comunica la vida y lo hace capaz de ejercer sus funciones. Dice acto primero pues siendo principio determinante o forma substancial, comunica a la materia el específico y substancial de vivo y animado. Del cuerpo natural, porque el artificial, como es una máquina, sólo es capaz de moverse en fuerza de un agente externo y no en virtud de un principio intrínseco, como sucede, en los seres vivientes. Orgánico, porque siendo las funciones del viviente muchas y muy varias, necesita que las diversas partes del cuerpo sean orgánicas y heterogéneas, y no homogéneas e inorgánicas como las del mineral. Por eso la planta tiene tallo, hojas, raíz, etcétera, y el animal ojos, oídos, corazón, cerebro, etcétera. Que tiene la vida en potencia, para indicar que el viviente animado por el alma está en estado de ejercer las operaciones vitales siempre que esté en condiciones debidas, aunque de hecho no las ejerza, al menos todas. Completando la definición de Aristóteles, y considerando el alma con relación a las operaciones vitales, la definió Santo Tomás: el principio primero por el cual vivimos, sentimos, nos movemos y entendemos. Dice principio primero, porque las facultades son los principios próximos e inmediatos de las operaciones vitales, subordinados al alma, que es el principio primero. Por el cual vivimos, lo cual nos es común con las plantas. Sentimos y nos movemos, operaciones que nos son comunes con los brutos irracionales. Y entendemos, porque por la inteligencia nos diferenciamos de los demás vivientes de la creación visible.

El alma humana tiene facultades y atributos. Son las primeras, las potencias orgánicas e inorgánicas que sirven al compuesto humano a o al principio espiritual sólo para ejercer las funciones y actos de la vida vegetativa, sensitiva e intelectiva. Son los segundos, la substancialidad, la simplicidad, la espiritualidad y la inmortalidad, que es en el alma intrínseca y extrínseca.

1. Errores acerca de la naturaleza del alma: el materialismo. Es la más antigua concepción filosófica del mundo; se ha presentado en las formas de dualista (dos materias distintas) y monista. El materialismo dualista se encuentra en las primitivas concepciones de la filosofía sobre la naturaleza y atribuye todo lo psíquico a una materia más delicada, trabada superficialmente a la substancia del cuerpo. Así Demócrito enseñó que el alma es cierto fuego, que es sumamente móvil y causa del movimiento de lo demás; Leucipo, que la componen átomos redondos, los más aptos para el movimiento; Diógenes, que es el aire; Heráclito, que es el vapor, y para Hipón, es el agua. Todos estos filósofos consideraban al alma como principio movente. Empédocles la consideró como principio de conocimiento y dijo consistir en el abrazo de los cuatro elementos, para que lo pueda conocer todo: Simile simili cognoscitur. El materialismo dualista fue renovado más tarde por Epicuro en Atenas y Lucrecio Caro en Roma. Aristoxeno, discípulo de Aristóteles, creyó ser el alma una armonía o equilibrio de los elementos contrarios dominantes en el cuerpo, apoyado en la ligazón de la vida psíquica con los procesos corporales. El materialismo monista moderno, sostenido por Lamettrie, barón de Holbach, Prestley, Cabanis, Magendie y Broussais y más concretamente por J. Moleschott, Büchner, K. Vogt, Littré, Darwin, Häekel y otros, explica el alma por leyes matemáticas y de movimiento (monismo-mecánico). Borel, Belini, Est. Hales, Bernouil, Böerhaave, entre otros, aplican al alma las leyes y los principios de las matemáticas (yatromecanistas); el último, en la explicación de los fenómenos vitales, emplea las voces mecanismo de presión, presión del estómago, frote de los glóbulos de la sangre, filtros, resortes, instrumentos mecánicos, concibiendo el cuerpo viviente como una máquina fabricada para transformar el movimiento que de fuera se le imprime. Häcke1 cree que el alma consciente es la totalidad de fuerzas de tensión almacenadas. Otra fracción de filósofos del monismo, quiere que el principio quede reducido a acciones y reacciones químicas (yatroquimistas). Los organicistas identifican al alma con la sola disposición y propiedades de los órganos. Los positivistas, con Augusto Comte a la cabeza, reducen toda psicología a la fisiología; la escuela asociacionista inglesa (Hume, Stuart Mill, Bain, Spencer), dice que el yo es la posibilidad del sentir así como la materia es la posibilidad de ser sentida; la última respuesta de Stuart Mill a la cuestión, no resuelta en dicha escuela, de cómo se distingue el yo del no yo, es que el cuerpo es causa desconocida de sensaciones y el espíritu es recipiente desconocido de sensaciones; por lo demás, todo proceso psíquico se explica en ella por sensaciones y asociaciones de sensaciones de una manera positivista.

El espiritualismo. Fue el término del progreso de la filosofía griega cada vez menos materialista en la comprensión de los fenómenos del orden psíquico. El espiritualismo, sin embargo, no se presenta bien deslindado hasta quedar bien planteada la base de la filosofía cristiana. Puede ser monista y dualista. En el primero se establece que alma y cuerpo son dos realidades distintas; son dos órdenes distintos de operaciones, ligadas entre sí para componer el todo hombre; el cuerpo privado de toda sensación, el alma ser senciente y pensante, sin dimensiones geométricas. El primer sostenedor de este espiritualismo fue Platón, que inspirándose en las antiguas teorías materialistas y animistas, dio origen y estabilidad a dicha concepción. Este filósofo hace en el Timeo al alma compuesta de los mismos elementos de que constan las cosas por ella entendidas, las cosas en sí, y pues estas son las ideas eternas, inmutables, eternas e inmutable es igualmente el alma; así el alma es la razón, como enseñó en el Fedón; las almas preexisten en el alma universal, Dios, antes de ocupar su cuerpo y a él vuelven después de la muerte. Platón apoya la inmortalidad en el hecho de ser el alma principio de conocimiento, que sólo puede llegar a ser perfecto cuando hay completa identificación de inteligencia e inteligible, lo que sólo tiene lugar hecha la separación de alma y cuerpo; como principio de movimiento dice que es: «el músico invisible que hace resonar la lira (el cuerpo) y puede a su gusto romperla» (Fedón, 94), y tal movimiento es de la naturaleza del que parte del alma universal, y de ser el alma principio de la virtud, que sólo es suficientemente recompensada en otra vida. A partir de Platón, la concepción espiritualista ha estado involucrada en ideas animistas, que en la Edad Media aparecen expuestas con una copia excesiva de pormenores y han perdurado hasta los tiempos modernos.

Descartes emancipó el espiritualismo de la idea animista haciendo entre alma y cuerpo una separación, que, a la vez que abrió la puerta a las teorías idealistas, abrió una era al estudio de los fenómenos psíquicos en el terreno de una fecunda y desconocida observación, que continuada y extendida hasta nuestros tiempos, habría de imprimir a la psicología un carácter de ciencia experimental. Descartes con todo es espiritualista del dualismo; no quiere separación de los conceptos de simplicidad y espiritualidad en el alma: entre lo extenso (el cuerpo), y lo inextenso (el espíritu) no quiere medio; el alma es algo inextenso con poder de pensar. La esencia del alma estriba, en su sentir, en el poder de pensar; mas no toma, el pensamiento en el sentido de producto del solo entendimiento, sino como sinónimo de la voluntad, que quiere que sea más íntima en el pensamiento que el propio entendimiento; éste es el elemento «pasivo», aquélla el «activo» del pensamiento. La esencia del alma está en definitiva en la «conciencia de obrar o de padecer, de querer o de conocer». Si el filósofo holandés al llamar al alma res cogitans quiere significar que ésta es el sujeto pensante, el yo consciente de sus actos y modificaciones, encerrándose en tal conciencia actual todo el ser del alma, ésta será un accidente, una acción viviente representativa, y resulta el alma sin ser propio, una simple manifestación de una substancia única: no puede mantenerse Descartes en tal caso en el espiritualismo dualista. Si la conciencia es una simple cualidad del alma, objeto no percibido por intuición, el alma sería una substancia y la conciencia su accidente; pero tampoco puede mantenerse en este terreno, pues define él la substancia «una cosa que no tiene necesidad más que de sí para existir», definición que bien entendida, no puede aplicarse más que a un solo ser, como lo hizo luego Spinoza, naciendo de allí el panteísmo filosófico. Entonces alma y cuerpo no se distinguirían con distinción de «exclusión» como pretende Descartes, sino que uno y otra serían modificaciones de una sola substancia. El espiritualismo monista admite una sola substancia, la espiritual; los cuerpos y sus formas no son más que modificaciones de la misma; su base es el idealismo, y como éste se apoya en la mayor certeza, inmediata, de la experiencia interna mayor que la de la experiencia externa, sólo mediata. De la concepción de los objetos externos por representaciones, efectos de una substancia intelectual única, nace el espiritualismo monista panteístico originado de la necesidad de creer a causa del escaso o ningún valor que a los criterios objetivos y subjetivos conceden sus partidarios: de aquí el espiritualismo panteísta de Berkeley, que afirma que Dios es quien causa en nuestro espíritu las ideas que en su conjunto total forman el mundo exterior; el mundo nos es a cada instante representado todo entero por la sensación actual; y nuestra alma es sin cesar el «espejo» de lo que se llama el universo físico; a pesar de suprimir la materia fantasma que la ciencia va disipando, Berkeley parece que concedió existencia real a una cosa pensante, una substancia inteligente. En el panteísmo intelectualista de los discípulos de Kant, se llega por vías distintas a la conclusión de que el alma es idéntica al espíritu absoluto, o una parte de él, no en esta vida pasajera, sino en la inmortal y eterna; reconcentrarse el espíritu es formar conciencia de tal vida superior; la vida moral, la más alta manifestación de la actividad del espíritu, es el último grado del desarrollo del espíritu en el camino de la historia, en el que forma conciencia de sí (Fichte, Schelling y Hegel). En el panteísmo pesimista de Schopenhauer, nacido de un espíritu de reacción realista contra Hegel, la voluntad, «cosa en sí», de la que el mundo es objetivación, al seguir su impulso de exteriorizarse en existencia, lo primero que halla es el cerebro y allí sienta sus reales: es el fundamento de la individualidad, que hace al hombre superior a los fenómenos, es independiente del conocimiento del que toma sólo los motivos por los que se desarrolla y se hace sensible y es anterior al mismo conocimiento; de manera que el lugar del alma lo tiene la voluntad en sentido de fuerza enérgica dotada de conocimiento, ante la que el yo queda borrado, destinada a luchar incesantemente en la vida con la seguridad de ser vencida y que sólo llega al aniquilamiento del deseo de vivir por medio de la plena conciencia de sí y del mundo. El pesimismo de Hartmann, reaccionario sobre el anterior, añade a la voluntad la idea. En el original espiritualismo voluntarista de Maine de Biran el yo al analizarse [774] por la reflexión, consistente en la expulsión de sí de toda concepción metafísica y todo fenómeno de conciencia, se encuentra basado en la acción, la voluntad, y descubre que la vida psíquica se desarrolla en tres grados: la vida inferior o puramente afectiva y representativa, en la que el yo no se diferencia distintamente de los objetos de percepción y los afectos que éstos engendran; la vida media o intelectual caracterizada por la reflexión, que al percibir los objetos, percibe a la vez el esfuerzo del sujeto para unírselos, que es una voluntad con tensión, que se le encuentra en el fondo de todo acto intelectual y de toda coalición, y vida divina, en la que la personalidad cede su carácter propio al de un quid misterioso, la gracia divina informando al espíritu. Las tendencias voluntaristas del pesimismo alemán y las fecundas de Maine de Biran han influido poderosamente en los sistemas de los filósofos de nuestros días. En el fenomenismo de Kant, afín al idealismo y al espiritualismo, el alma, al igual que el mundo y Dios, es un nóumeno, un incondicionado, al cual se llega por la operación más alta del sujeto pensante, la razón, que es causa que el pensamiento en su tarea de recoger en una de totalidad las series enlazadas de las cosas y reducirlas a un término último, que las explique, descubra el postulado de la existencia del alma como principio primero o condición suprema de los fenómenos del mundo psíquico; es una incógnita para Kant la existencia en nosotros de una substancia, una y simple, pues sólo la experiencia es capaz de describírnosla, y ésta no pasa de la afirmación del acto del pensamiento uno y simple y no hay razón para afirmar de aquí un soporte del pensamiento de la misma naturaleza. Otra especulación que explicase la entrada del mundo exterior en el espíritu por la percepción dentro del campo espiritualista, fue la de la monadología, espiritualismo monadológico, concebido por Leibnitz; aquí el alma toma su carácter de la elevación a que ha llegado en el desarrollo de la conciencia capaz de hacerse cargo del mundo exterior sin dejar de hallarse en unión con el cuerpo y con la totalidad de los objetos externos. Las dificultades con que tropieza el materialismo en la explicación de los fenómenos de percepción y consiguientemente en la comprensión de la verdadera naturaleza del alma, aparecen a simple vista; por eso se hace el vacío en torno del monismo hilístico y los espíritus pensadores de todas las escuelas convergen a la idea espiritualista. La concepción espiritualista dualista de la filosofía tradicional, no deja de presentar embarazos de monta al ensayar la explicación de la unión del mundo psíquico con el exterior, aun recurriendo al puente de las especies inteligibles y de las variedades del entendimiento agente y posible: en todo caso hay la distancia no salvada del espíritu, inextenso, intangible, y la materia, grosera, extensa. Con todo no ofrece escuela alguna la orientación de ésta en la solución del problema del conocimiento y consiguiente concepción del alma: contra los radicalismos del idealismo y del materialismo, ineficaces para enlazar el mundo objetivo y el subjetivo, ofrece la explicación tradicional la más racional situación de la realidad del objeto y la actividad del sujeto, en un contacto, íntimo en lo más posible, sin que se confundan monstruosamente. Lo complicado y minucioso en la teoría, no prueba imposibilidad de adaptarla en términos más justos, en terreno algo más despejado por fina observación. Leibnitz quiso resolver el problema sentando que el alma es la mónada dominante entre las infinitas que agrupadas forman el cuerpo, que por el grado supremo de conciencia a que llegó una vez salida por metamorfosis del animal espermático, supo imponer unidad al conjunto de fuerzas subordinadas que se llama cuerpo, unidad en que se reflejó la de la propia alma; saca de su fondo todas las sensaciones, representaciones, voliciones, &c.; conserva su identidad a través de las percepciones insensibles que en grandísimo número bullen en la conciencia y que en su sucesión no interrumpida ligan su estado de conciencia con su anterior; aun separada, se halla ligada a una materia muy sutil y conserva el recuerdo de las sensaciones. La monadología de Leibnitz murió con su autor; Wolf no tuvo que dar más que un paso para volver al dualismo espiritualista. Con todo se han profesado ideas monadológicas: Herbart establece que la psicología saca su contenido de las perturbaciones y conservaciones espontáneas mutuas de los seres simples; que el alma es el único ser simple en medio de los seres numerosos que le están subordinados; la representación consiste en la permanencia entre las perturbaciones que el alma sufre de las otras mónadas, y el hecho entero de la conciencia resulta de las relaciones entre las representaciones. Mas la teoría monadologista difícilmente puede conservar su posición en el espiritualismo: con una pequeña evolución, o pasa al espiritualismo monista o al materialismo fisiológico; no poca parte toca a Leibnitz en el desarrollo de ambas tendencias en nuestros tiempos.

El animismo. Asiento del alma. El animismo considera al alma como principio vital; por el hecho de la conexión de los fenómenos psíquicos con la totalidad de los biológicos, confunde su tarea con la del biólogo. Puesto que los fenómenos biológicos se prestan a la investigación preferentemente a los psíquicos puros, se encauzó en la corriente del animismo, la primitiva especulación filosófica. Aristóteles fijó la doctrina: y de sus ideas arranca el animismo de la filosofía medioeval. Ideas más especiales de animismo han sido profesadas por Perrault, y el médico Jorge Stahl atribuye al alma en su más alto grado, la facultad intelectiva, las funciones de la vida vegetativa, con independencia del organismo y de las combinaciones químicas y las fuerzas físicas; también las encontró Taylor (Anfängen der Cultur) aplicadas totalmente al dominio de la creencia de los espíritus (espiritismo). Contiguo a este concepto es el del vitalismo que explica los estados de salud y enfermedad por las funciones biológicas sin tener en cuenta la verdadera materia inorgánica. El animismo puede ser lo mismo espiritualista que materialista. Para Aristóteles cada alma natural es la última expresión de un cuerpo «la primera entelequia» y debe mirarse, no como producto del cuerpo, sino formada con la misma materia de que están constituídos los cielos, la conciencia y los cuerpos celestes; de aquí al hombre en conexión directa con la esfera de lo eterno; hállase indeciso en la predicación de la inmortalidad del alma humana, pues dice que nuestra razón es doble, la activa y la pasiva; hace indestructible a la primera, pero que si es capaz de recibir impresiones, parecería que nuestra individualidad viene sujeta a la destrucción. Según los estoicos, en el hombre como en los dioses, el espíritu vital se manifiesta como emanación del alma del mundo, en su más alto grado de pureza e intensidad y el espíritu como emanación [775] de la primitiva substancia, el éter purísimo. Como una chispa del fuego celeste animado por el calor vital; el alma es corpórea y es a la vez razón, inteligencia y principio regulador; es para el cuerpo lo que Dios es para el mundo; posee absoluta simplicidad y su ser es la acción, el esfuerzo o tensión; siete distintas corrientes de aire parten del corazón para los órganos, originando otras tantas formas de actividad; la sensación, el juicio y otros fenómenos psíquicos proceden de la unidad del alma. Los escolásticos siguiendo a Aristóteles, distinguen en el alma humana entitativamente una, tres virtudes, la intelectiva, inorgánica; la sensitiva, que ejecuta por los órganos corporales, y la vegetativa, que se deja conocer en las funciones de la nutrición, crecimiento y reproducción; las dos últimas ejercidas en proporción con el estado de disposición de las respectivas partes del cuerpo; la primera necesita para sus acciones perceptivas de las sensaciones que por una virtud del orden intelectivo de la misma alma, el intellectus agens, se depuran de las condiciones materiales, no inteligibles per se, hasta ser convertidas en especies inteligibles adheridas al entendimiento a manera de moldes para las futuras intelecciones, y para las volitivas, la aplicación de la facultad de querer con objeto del bien que el intelecto ofrece a ésta con motivos para atraer o rehusar su abrazo. El médico Paracelso y el matemático Cardan, profesaron la idea de que el mundo es una jerarquía de fuerzas divinas, y que basta asimilarse las fuerzas superiores para dirigir las inferiores, mezcla de neoplatonismo y de magia. En tales ideas se inspiró sin duda Leibnitz para concebir su sistema. En la filosofía de la naturaleza de Schelling se descubre un animismo hilozoístico turbio, de poca trascendencia en las corrientes sucesivas. Ideas animistas aisladas se las observa por todas las corrientes de filosofía, en su mayoría provenientes de la concentración de los que se pusieron frente a la manera de concebir mecánicamente los fenómenos de la vida, que se miró por largo tiempo como opuesta a aquella concepción. Con la disputa entre animalculistas y ovulistas acerca de la esencia de los procesos de evolución, el animismo dejó de jugar su papel en fisiología; William Harvey con sus brillantes descubrimientos indujo a fundir las ideas mecanistas acerca de la vida en su vitalismo, resto de animismo sin espíritu. El animismo, imposibilitado de poder ofrecer su campo de acción bien despejado y afirmado por una amplia y exacta serie de experimentos, resiste difícilmente a la crítica en la explicación del principio de los fenómenos psíquico-biológicos, y no presenta solución alguna al problema del conocimiento.

El asiento que al alma se asigna en el cuerpo, es consecuencia del punto de vista general de la naturaleza de aquélla y de la situación adoptada para resolver el problema del conocimiento. El espiritualismo tradicional la fija en todo el cuerpo con adaptación para el ejercicio de sus potencias a determinadas partes del cuerpo. Descartes la sitúa en la glándula pineal; apoyado en la «más fácil comunicación de los espíritus de su cavidad anterior con los de la posterior»; Herbart, al parecer, en la misma glándula, a la cual convergerían hilos nerviosos de todos lados, cuyas excitaciones comunicarían al alma los estados de las restantes partes del cerebro, hipótesis en abierta oposición con los datos de la moderna fisiología. De aquí se ha pasado a afirmar que será móvil en el cerebro, que divaga por toda la extensión de éste para que esté presente en todas sus regiones, lo que equivale a sentar que el alma se hallará en varios puntos a la vez con solución de continuidad, de cuya rareza no se da razón alguna. El milagro de intervención divina primitiva o la armonía preestablecida, se presupone en la expresada teoría, a menos de decir que la intuición del alma se limite a las mónadas del cuerpo. Alberto Magno hizo ya en el siglo XIII una detenida descripción de las facultades mentales que situaba en la cabeza, y Gordon, profesor de medicina (1292), asignaba a los ventrículos laterales la recepción de las impresiones, y al posterior la fantasía (V. Frenología). Plutarco dice que para Platón y Demócrito el alma racional reside en toda la cabeza; para Estratón, debajo de las cejas; para Erasistrato, en la membrana cerebral que llama epicranida: para Herófilo, en el fondo del cerebro; para Parménides, en todo el pecho; para Epicuro y los estoicos, en todo el corazón, o en el espíritu del corazón; para Diógenes, en la concavidad arterial del corazón, para Empédocles, en la substancia de la sangre; para Pitágoras, la parte vital del alma está cerca del corazón, y la razón y la mente cerca de la cabeza. Entre los modernos, Van Helmont emplaza el alma en el píloro; Lancisio y De la Peyronie, en el cuerpo calloso; Lotze, en el puente de Varolio: Malpighi y Willis tuvieron la corteza cerebral como elemento dinámico.

El alma en la llamada filosofía novísima. Bradley, representante el más genuino de la actual escuela inglesa, de tendencia espiritualista, acogido a un atomismo psicológico con miras a una constitución de vida universal orgánica, dice que la conciencia no es una pura colección de elementos, pues sería imposible comprender cómo tomar conciencia de sí misma, sino que influido de la filosofía alemana, quiere la subordinación de aquellos elementos a la unidad; alma y cuerpo son dos formas de existencia y es imposible formar idea de cómo se comunican mutuamente. En la filosofía francesa, el alma es en aspecto del todo-realidad en el espinozismo semihegeliano de Vacherot y en el espinozismo positivísta-empirista de Taine, un hálito en el espiritualismo absoluto de Ravaisson, un centro de expansión, de fecundidad y de generosidad social en el determinismo vital-sociológico de Guyau; la encarnación de un sentimiento más o menos sordo de bienestar o de malestar envolviendo un discernimiento rudimentario y determinativo de una preferencia instintiva en el psicólogo experimentalista Ribot, que reduce el elemento mental a un epifenómeno (fenómeno de aumento) y lo fundamental de la vida psíquica a una tendencia, entendiendo por tal un conjunto de movimientos; Fouillée hace objeto de la psicología a la voluntad; los fenómenos psicológicos son simple manifestación de un impulso, de una apetición, acompañados en todo caso de placer, cuando son favorecidos, y de dolor cuando embarazados; fenómenos psicológicos y fisiológicos son sólo dos rasgos de la realidad total; todo pensamiento y toda idea señala una dirección más o menos consciente de nuestra vida, que es esfuerzo o percepción sensible. Fouillée es representante el más fiel del voluntarismo, que quiere el obrar de la voluntad sin paréntesis en todo el curso de la vida psíquica, voluntad siempre libre, pero no condenada, como había pensado equivocadamente Maine de Biran, a un esfuerzo para luego entregarse en brazos de una vida divina que hiciese las veces [776] del esfuerzo impotente, sino obligada a emplear el esfuerzo sólo en el período de la vida en que fuera preciso vencer los obstáculos de fuera, y luego sujeta a vencer los del interior en el deseo de progreso inacabable, cuya realización se opera sin emplear el esfuerzo o tensión. Lo que caracteriza aún especialmente a este autor en esta materia, es la teoría de las ideas-fuerzas: la idea de libertad puede despertar un esfuerzo y hacer desprender una fuerza, seamos libres o no: tal es la idea-fuerza, resultado del ideal determinándose a la realización aun antes de toda idea consciente; nuestro yo, en sentir de Fouillée, siente todo el impulso de la voluntad que respira en toda la naturaleza. Renouvier, discontinuista, concibe la conciencia como relación entre mi yo sujeto y mi yo objeto; ve en el querer el fundamento de la casualidad en nuestra conciencia. Boutroux arregla las leyes del dominio psicológico por la costumbre, que acaba por establecer un mecanismo en las operaciones psíquicas. Wundt, el más ilustre filósofo del experimentalismo, tiene el concepto de alma como el de un postulado, como el del sujeto del que hay que suscribir el contenido de la experiencia interna; pero un sujeto lógico, determinado por los predicados de los hechos de experiencia interna. La verdadera alma la establece en la actividad (Thätigkeit), no en una cosa-sustancia; el concepto actual de alma lo afirmó ya Fichte y antes lo inició Kant al considerar la conciencia como síntesis; Sibborn y Höffding lo han adoptado. Una síntesis continua de todos los hechos psíquicos, revelada en todos los procesos de experiencia interna y que tenemos derecho prolongar y concluir más allá de lo que permite la observación, descubre para Wundt la esencia del alma. Es voluntarista, no en sentido de que la voluntad absorba todas las formas de la conciencia, a la manera de Fouillée, Jodl y Stout, sino como el tipo y concepto central, y por analogía a éste hay que pensar el resto de la vida psíquica (V. Psicología Experimental). Ardigó, positivista original italiano, concibe el alma como la característica común de todos los estados internos; fenómenos psíquicos y fenómenos fisiológicos son manifestaciones de una sola substancia, el Indistinto, producto de la abstracción, al que llama realidad psicofísica; mejor que preguntar cómo la materia puede convertirse en alma, es preguntar cómo nuestras representaciones más indistintas en su origen, llegan poco a poco a diferenciarse de tal modo que unas aparecen como manifestaciones del yo y otras del no yo.

2. Facultades del alma. Hasta la evolución de la psicología en nuestros días, facultad significaba una entidad permanente agregada al alma con destino a desarrollar una especial forma de actividad. En la psicología experimental esta voz no tiene cabida, y lo que con ella se señalaba son dominios de actividad de extensión y relaciones diferentes de la antigua concepción. Platón, partiendo de una base ética, hace el en Timeo una triple división de las facultades: facultades del conocimiento, del sentimiento y del deseo; el sentimiento y el deseo propios del alma superior y el conocimiento del alma inferior; el sentimiento es intermedio del conocimiento y del deseo; la sensación y el deseo pertenecen a la misma parte del alma, en tanto que el pensamiento (diánoia) y el sentimiento dicen cual respecto a la razón. En toda esta enumeración no logró Platón la unidad. Aristóteles (De anima, 1. III), atendiendo a una base biológica, a un concepto del alma como principio de vida, dividió las facultades en nutrición, sensación y facultad de pensar, entre las que intercala otras menos principales; subordina el deseo a la sensación. Descontada la nutrición, coincide con su maestro en la división, en sensibilidad y razón. Los escolásticos adoptaron la división aristotélica. Wolf, apoyado en la distinción que Leibnitz había hecho en representación y tendencia, dos formas fundamentales de las mónadas, aprovecha la división platoniana subordinando el sentimiento al deseo, conocimiento y deseo y subdivisión de ambos en parte superior y parte inferior. Los escolásticos atribuyeron el concepto, el juicio y el raciocinio al entendimiento; lo que hizo suyo Wolf`, que explicó como disposiciones del entendimiento, la razón, el ingenio, el arte de descubrir, de observar, &c., y daban a las facultades del sentimiento y del deseo la misma extensión que al conocimiento; éste presentó una mejor sistematizada división de las facultades. Tampoco en esta división aparece unidad, a pesar de haber intentado Wolf derivar las facultades de una fuerza fundamental única, de la fuerza de representárnoslas. Kant, al contrario de los wolfianos, admitía que el conocimiento, el deseo y el sentimiento tienen cada uno su origen; para él el conocimiento se halla por encima de las tres facultades a las que dicta leyes, y es la norma de la vida moral y la luz en las investigaciones científicas; así el entendimiento en su más estricta acepción es el legislador de la facultad del conocimiento, la razón rige la facultad del deseo y el juicio dirige al sentimiento: entendimiento, juicio y razón son tres variedades del entendimiento. Otra división establece del conocimiento en facultad superior, que abraza el entendimiento, su lado activo, e inferior que es la sensibilidad, lado receptivo del conocimiento. El entendimiento engendra los conceptos puros, y auxiliado de la sensibilidad los conceptos empíricos. Herbart da a las facultades el valor de solas posibilidades que nada añaden al contenido de la experiencia interna.

3. Origen del alma. Tres teorías han sido profesadas para dar razón de la procedencia de las almas individuales: 1ª el preexistencialismo, profesado por Pitágoras y Platón y adoptado por los esenios, Filón, y Orígenes, con el fin de explicar el pecado original, por el filósofo Nemesio y por el poeta Prudencio, que dicen que las almas existen todas antes de ser infundidas en el cuerpo que cada una debe informar; 2ª el traducianismo o generacianismo, o afirmación de que el alma es engendrada por el padre al mismo tiempo que el cuerpo; de los traducianistas, algunos creen que el alma fue producida por una generación material, y otros que su Progenitor es el alma del padre; fue profesada esta teoría por los apolinaristas, y en cierto sentido por san Agustín, y recientemente por Frohsehammer; Rosmini enseñó que las almas, en cuanto sensitivas, proceden de los padres por generación y que luego se vuelven intelectivas al aparecer la conciencia; 3ª el creacionisino, por el que se afirma que el alma de cada hombre es creada por Dios e infundida en el cuerpo, sea en el momento de la concepción, sea en el estado embrionario del cuerpo: es tesis de la doctrina católica.

4. Relación recíproca del alma y el cuerpo. Platón, partiendo de su afirmación de que el alma está unida con el cuerpo a la manera del marinero con la nave y que se sirve de él como el músico se sirve de [777] la lira, no admitía otro contacto más que el virtual. Descartes, con limitación del asiento del alma en la glándula pineal, dejó la cuestión de la correlación del alma y el cuerpo expuesta a ser tratada de diferentes maneras, otras de la información substancial aristotélica. De allí nacieron tres teorías: la del ocasionalismo o de la asistencia, seguida por Mallebranche: establece que, con ocasión de algunas percepciones o voliciones que Dios produce en el alma, son excitados por el mismo Dios correspondientes movimientos en el cuerpo y viceversa; en cada caso se requiere la intervención de la asistencia divina por un milagro; la teoría no plugo a Leibnitz, a quien siguió Wolf, y concediendo, contra Descartes, actividad a la mónada alma y la suma de las del cuerpo, se hallan en tal disposición ordenados alma y cuerpo que, sin ligadura intrínseca, los movimientos de uno y otra están en paralela armonía (armonía preestablecida) desde que Dios arregló desde un principio estas series de paralelismos de seres y actividades: una sola vez admite el milagro de la intervención (en el principio) en vez de la continuada de Descartes. La tercera teoría derivada de Descartes fue la del influjo físico empleado por Locke; a cada impresión de los órganos corporales responde el alma como un cuerpo herido, que, a su vez, reacciona contra ellas por movimientos centrífugos. Cudworth discurrió una substancia muy sutil intermediaria de alma y cuerpo, de naturaleza tal que sirva de puente entre ambos: la llamó mediador plástico. La cuestión de la correlación es resuelta en cada sistema en armonía con la explicación que acerca de la naturaleza del alma se adopte. Las expresadas teorías no han dejado rastro, si se exceptúa la del influjo físico, modificada en sentido materialista. La del ocasionalismo destruye evidentemente la actividad manifiesta de los seres haciendo intervenir a Dios en acciones que la constitución del ser creado reclama por suyas. A la aparatosa frase de Leibnitz «las mónadas no tienen ventanas», oponen todos los sistemas, aun los modernos, «los seres tienen ventanas», que permiten el acceso al influjo de los demás seres.

Divisiones de las facultades del alma

Platón Conocimiento Alma superior
Sentimiento Alma inferior
Deseo
Aristóteles y los escolásticos Nutrición Potencia generativa Nutrición
Alimento
Reproducción
Potencia locomotiva
Sensibilidad Potencia intelectiva Razón Habito discursivo
Habito de los primeros principios
Entendimiento (hábito intelectivo intuitivo)
Potencia sensitiva Sentidos externos... 5
Sentidos internos... 4
Razón Potencia apetitiva Superior (voluntad)
Inferior (apetito sensitivo) Concupiscencia
Irascibilidad
Wolf Conocimiento Facultad superior Atención
Reflexión
Entendimiento
Facultad inferior Sentido
Imaginación
Facultad de la poesía
Memoria
Deseo Facultad superior Querer y no querer
Voluntad
Facultad inferior Placer y disgusto
Deseos de los sentidos y aversión sensible
Afecciones
Sentimiento
Kant Conocimiento Entendimiento
Razón
Juicio
Facultad superior: entendimiento (activo). Conceptos puros.
Facultad inferior: sensibilidad (receptiva). Conceptos empíricos.
Deseo
Sentimiento