Filosofía en español 
Filosofía en español


Julián Sanz del Río

Sanz del Río

Biografía. Filósofo español, nacido en Torrearévalo (Soria) el 16 de Mayo de 1814 y muerto en Madrid el 12 de Octubre de 1869. Era hijo de unos pobres labriegos, y debió su educación a un hermano de su madre, virtuoso sacerdote, quien al morir el padre de Julián, cuando éste contaba sólo diez años, lo llevó consigo a Córdoba. En esta ciudad cursó Sanz del Río latín y humanidades, y en el Seminario de Santa Pelagia tres años de filosofía, desde 1827 hasta 1830. Durante los tres cursos sucesivos estudió jurisprudencia en el Colegio del Sacro Monte, de Granada, graduándose de bachiller en dicha Facultad. En 1834 cursó el cuarto año de Instituciones y el primero de derecho canónico, y se graduó de bachiller en cánones en Toledo, donde había seguido a su tío, canónigo entonces de aquella población. En 1835 y 1836 terminó los estudios de derecho canónico, licenciándose y doctorándose. El mismo año fue nombrado profesor de derecho romano y presidente de Leyes en dicho Colegio. En 1837 y 1838 terminó en Madrid los estudios de jurisprudencia civil. Al poco tiempo fue nombrado substituto del sexto año de leyes y empezó a ejercer la abogacía. Por aquella época, Sanz del Río debió de conocer la filosofía de Krause, a juzgar por referencias de la época. Tenía amistad con el grupo de Álvaro de Zafra, Navarro Zamorano y Arrazola, que, dedicados a la jurisprudencia y afiliados al partido progresista, leían con avidez las últimas obras de actualidad europea. En 1840 solicitó, sin obtenerlo, el desempeño como profesor interino de la cátedra de filosofía moral, vacante por haber pasado su titular a la magistratura. El año siguiente elevó al Gobierno, con el beneplácito del Claustro universitario, una instancia pidiendo la creación de una cátedra de filosofía del derecho, en la que se refundieran las enseñanzas llamadas del derecho natural, principios de legislación universal y derecho público general. Algún biógrafo ha hecho observar que en este documento demuestra ya Sanz del Río su conocimiento de la lengua alemana y de la literatura filosófica y jurídica de dicho país, mostrando su simpatía por el sistema de Krause, que consideraba complementario del de Kant. En 1842, el Claustro y el rector, Gómez de la Cortina, le encomendaron interinamente la nueva enseñanza, y el director general de estudios, el célebre poeta Quintana, aprobó el proyecto, considerando dicha cátedra como propia del doctorado en derecho, que todavía no se había establecido, aunque existía el grado. Debido a la agitación política de la época, el proyecto no llegó a prosperar, y, entre tanto, Sanz del Río se dedicó a redactar algunos trabajos y a la enseñanza privada, encargándose de la educación de los hermanos Ruiz, a quienes dedicó más tarde su traducción de Weber. En 1843, siendo ministro Pedro Gómez de la Serna, se reorganizó la Facultad de Filosofía y Letras, nombrándose a Sanz del Río catedrático provisional de historia de la filosofía, con la obligación de pasar al extranjero a perfeccionarse en dicha especialidad, durante dos años, al cabo de los cuales ocuparía dicha cátedra en propiedad. Por indicación de José de la Revilla, padre del célebre crítico y poeta Manuel, se dirigió a Alemania, y, por consejo del mismo Ahrens, a Heidelberg, donde dominaban las ideas de Krause, que explicaban en sus cátedras el barón Leonhardi, Roeder y Schliephake. En dicha ciudad vivió en casa del historiador Weber e intimó con Gervinus, Schlosser y otros. Terminada la época de su pensión, regresó a España en 1845, nombrándosele entonces catedrático de ampliación de filosofía, puesto que renunció por considerarse poco preparado para desempeñarlo. Retiróse entonces al pueblo de Illescas (Toledo), donde residió hasta 1854, en que pidió el reingreso en la Universidad, presentando al efecto los trabajos que había redactado. Nombrado para la cátedra de historia de la filosofía, pronto se vio ésta concurrida, no sólo por estudiantes, sino por hombres de edad madura, literatos, políticos, profesores, científicos, formándose a su alrededor un núcleo de adeptos y discípulos que difundieron pronto las enseñanzas del nuevo maestro. Por aquella época, otro educador, Llorens y Barba, llevaba con Sanz del Río la dirección del pensamiento español. Ambos se conocieren, y aun cuando profundas diferencias doctrinales les separaban, trabajaron a su manera con el mismo objetivo: la cultura filosófica española y la formación de una escuela que promoviera dicha renovación. La dirección escogida por Sanz del Río fue el harmonismo y panenteísmo krausista.

La filosofía de Krause era conocida en España por la Historia de la Filosofía, de Balmes, quien debió inspirarse en las Lecciones de Psicología que Ahrens había explicado en París. La facilidad con que aquí penetraban las doctrinas e innovaciones procedentes de Francia hizo probablemente que el libro de Ahrens fuese conocido por lo menos de un grupo de gente erudita. En 1841, Navarro Zamorano, amigo y condiscípulo de Sanz del Río, tradujo y publicó el Curso de Derecho natural del filósofo krausista. El ambiente, pues, estaba preparado para recibir la nueva doctrina. Cuantos deseaban orientarse a la moderna y simpatizaban con la filosofía germánica se adhirieron a la escuela de Sanz del Río. Así, el krausismo español representa, más que un sistema filosófico cerrado con sus principios y soluciones dadas, un aglutinante de las diferentes direcciones del pensamiento racionalista en política, religión y filosofía, que tuvo enfrente el tradicionalismo escolástico y con menos intensidad quizá, el psicologismo espiritualista. La doctrina de Sanz del Río, convertida ya en propaganda radical, despertó las suspicacias del poder público, alentadas por sus adversarios. Su discurso inaugural de 1857-58, no obstante estar redactado con espíritu conciliador, confirmó aquellas sospechas, creándose una atmósfera desfavorable a dicho profesor, que fue acusado de panteísta y corruptor de las sanas ideas, en la prensa, en los centros literarios y desde la misma tribuna del Congreso (1865). Tanta animadversión culminó en 1867, en que, siendo ministro Orovio, y por haberse negado a subscribir una declaración de fe religiosa, política y dinástica, el profesor fue destituido de su cátedra. Sanz del Río recibió un mensaje de adhesión de los profesores de la Universidad de Heidelberg, entre cuyos firmantes figuraban Zeller, Helmholtz y Bluntschli, y otro de los profesores krausistas, que estaban reunidos en Congreso en Praga. La Revolución de 1868 repuso en su cátedra a Sanz del Río y le ofreció el rectorado, que él no quiso aceptar. Al año siguiente moría, a la edad de cincuenta y cinco años.

Entre el elogio incondicional que es frecuente leer en los libros de sus discípulos y la cruda y violenta diatriba de Menéndez y Pelayo acerca de la personalidad de este célebre catedrático español, se sitúa a igual distancia la crítica imparcial, reconociendo el valor de su impulso intelectual y de su honradez, sin negar sus defectos y la deplorable escisión que el radicalismo de sus partidarios produjo en la mentalidad española. Las doctrinas de Sanz del Río chocaban con algo que es consubstancial a la historia de nuestras ideas filosóficas, y esto explica, primero, la resistencia tenaz de unos y la indiferencia total de otros en asociarse a dicho movimiento, y, en segundo lugar, la escasa duración de la escuela, como unidad doctrinal, no obstante la extensión de su influencia en el ambiente intelectual de España.

Obras de Sanz del Río: Lecciones sobre el sistema de Filosofía analítica de K. Ch. F. Krause (Madrid, 1850); Sistema de la Filosofía. Metafísica. Primera parte. Análisis, expuesto de la obra de Krause, ampliación y corrección de la anterior (Madrid, 1860); Segunda parte. Síntesis (Madrid, 1874), incompleta, autografiada para uso privado de sus discípulos; El Ideal de la Humanidad para la vida (Madrid, 1860), que Sanz del Río atribuyó modestamente a Krause, pero del cual sólo tiene el pensamiento general, y que no es otra cosa que una apropiación a las necesidades de nuestro país de la filosofía krausista. En 1870 apareció una nueva edición, que más que una refundición es un libro enteramente nuevo, y en 1904 Zozaya la reprodujo en su Biblioteca económica filosófica. Colaboró Sanz del Río en La Razón, Gaceta de Madrid, Revista de Instrucción Pública, Semanario Pintoresco y Revista Española de Ambos Mundos. En esta última publicó una Antología Moral; Pensamientos filosóficos. Filosofía de la Historia: Sentido aforístico, y Biografías comparadas. Kant-Krause. En el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza se publicaron notas tomadas de sus lecciones de cátedra. Sus dos artículos sobre La Psicología del niño, que aparecieron en la misma revista, se encuentran citados en la Bibliografía de Tracy. En el acto de apertura del curso académico de 1857-58 pronunció Sanz del Río el discurso inaugural, del cual dijo Menéndez y Pelayo: «Con mejor estilo del que acostumbraba, y aun con cierta varonil y austera elocuencia que no excluye la dulzura cautelosa y persuasiva, hizo un elogio de los resultados de la filosofía y exhortación a los jóvenes a su estudio como única ley, norma y disciplina del espíritu.» Su tesis doctoral versó sobre La cuestión de la filosofía novísima (1860). Publicó, además, unos Programas de segunda enseñanza (Madrid, 1862) y Doctrinales de psicología, lógica y ética; en el núm. 1.° del Boletín-Revista de la Universidad de Madrid (1869), un discurso pronunciado en la Facultad de Filosofía y Letras; Cartas y cuenta de conducta dirigida al profesor de filosofía don Tomás Romero de Castilla (1865), y Carta reiterada en 1867 con motivo de la separación de su cátedra. Un fragmento, por último, de su obra Análisis, titulado El idealismo absoluto, fue publicado en el tomo IX de la mencionada Biblioteca de Zozaya. Después de su muerte se publicaron: Filosofía de la muerte. Extracto hecho sobre manuscritos por Manuel Sales y Ferré (Sevilla, 1877); Análisis del pensamiento racional, edición revisada sobre notas de discípulos de Sanz del Río y dirigida por José de Caso (Madrid, 1877); son las lecciones explicadas en la Universidad de Madrid en 1862 y 1863; Cartas a D. Francisco de P. Canalejas y a D. José de la Revilla, y Cartas inéditas, publicadas por Manuel de la Revilla (Madrid, 1875).

Como traductor, debemos a Sanz del RÍO, además de los textos de Krause, que aparecen in extenso transcritos y amplificados en las mencionadas obras, la Psicología, de Ahrens; la Historia Universal, de Weber (1851); el Compendio de Historia Universal, del mismo autor (Madrid, 1853-56); Historia de la literatura alemana, arreglo de la obra de Gervinus (1853), y España y sus adelantos hasta 1852, de Munitolh, versión interrumpida. Estas traducciones van acompañadas de interesantes notas y apéndices, particularmente la Historia, de Weber, que los contiene relativos a filosofía de la historia e historia de la filosofía. Entre las obras inéditas y manuscritas de Sanz del Río que se conservaban en la Biblioteca de Ruiz de Quevedo figuraban: Estudio sobre el concepto, división y relaciones de las ciencias de la Naturaleza; Teoría de las sensaciones, compuestas ambas en 1853, y una Historia de la Filosofía.

A Sanz del Río le interesa la filosofía, no como una disciplina especial, una ciencia o una técnica, sino en su aspecto universal y absoluto, como una doctrina del ideal y de la virtud que busca la educación y perfeccionamiento de la Humanidad. Así, aun cuando el desarrollo alcanza únicamente a la parte teorética de la filosofía, su finalidad moral es manifiesta, y ésta es, sin duda, la que perduró y actuó durante dos generaciones en la vida intelectual de España. Su propósito era fomentar la solidaridad y cordialidad humanas. «Para este fin, escribía, cultiváis el espíritu, conquistáis con el genio y el arte los reinos de la Naturaleza; para esto levantáis Estados, proyectáis Constituciones, planes de conducta, sistemas de ideas; para esto educáis a vuestros hijos... para que la Historia hoy militante, cortada a cada paso por oposiciones y limitaciones, torcida, viciada por desamor y egoísmo, sea algún día Historia y vida harmónica, verdadera madre y maestra de sus hijos, como el padre de los suyos, como Dios de la Humanidad.» El gran lema de su Moral es la realización del bien por el bien como precepto divino.

Sanz del Río acentúa el fondo ecléctico del krausismo, que quiere fundir los dos sistemas: psicológico y ontológico; pero ignora que son dos términos inconciliables, como lo demuestra la historia de la filosofía. Aunque él fue titular de esta cátedra, no explicó en rigor más que su sistema, el de Krause; este sistema debía contener bajo una unidad superior cuantas filosofías han aparecido como visiones parciales del problema del Universo. El punto de partida es la intuición del yo, pretendiendo sacar de la reflexión del yo todas las propiedades generales del ser. Analíticamente, el yo reconoce la realidad de su cuerpo y la del mundo exterior, y últimamente la de otros sujetos semejantes a nosotros. La percepción de la mudanza y de la permanencia relativamente al yo engendran la idea de fundamento y causa. «Yo soy fundamento de mis propiedades y de mis estados individuales en el tiempo, subsistiendo y sabiéndome al mismo tiempo sobre la sucesión de todos y sobre la determinación de cada uno, es decir, fundando eternamente mi sucesión temporal y cada estado en ella.» La vida es la manifestación de la esencia de un sujeto en una continuidad de estados referidos al sujeto mismo, pudiendo decirse, en este aspecto, que todos los seres viven. Potencia y actividad presentan tres modos: conocer, sentir y querer. En la variedad interior del conocer se ofrecen desde luego tres cuestiones: qué conozco, bajo qué cualidad conozco y cómo conozco. Mi conocimiento me lleva a concebir racionalmente otros seres que realicen en sí individualmente su posibilidad y su esencia, el ser común del espíritu. La unión de los dos términos, Naturaleza y Espíritu, se llama Humanidad. Pero es preciso buscar un término superior, ya que ni la Razón por Razón ni la Naturaleza por Naturaleza contienen casi el fundamento de su opuesto, y menos aún el del tercer compuesto. Este término es lo infinito-absoluto, Dios, fuera del cual no se da nada de ser que él mismo no sea. Por las fuentes distingue Sanz del Río el conocimiento sensible, el inteligible abstracto, o por noción el inteligible puro o ideal, el superior o racional y el inteligible absoluto.

Fácil es descubrir a través de estas fórmulas el esquema general de la doctrina, nueva forma de ontologismo que, rectificando o ampliando puntos de vista de Fichte, Schelling y Hegel, identifica el ser y el pensar y el ser plenamente indeterminado con lo absoluto. La ciencia, decía Sanz del Río, no es más que el desenvolvimiento orgánico de los juicios contenidos en el juicio absoluto: el Ser es el Ser, o Dios es Dios. «Yo, en mi límite, soy de la esencia de Dios, o soy esencial en Dios, porque Dios siendo Dios, yo soy yo en particular.»

La filosofía de Sanz del Río es, en síntesis, una adaptación del racionalismo harmónico del alemán Krause. No es su pensamiento un pensamiento original, ni su asimilación una prolongación de un sistema que recibe en manos de su continuador nueva fuerza y actualidad para darle un cierto valor permanente. Sanz del Río es, como se ha dicho antes, sobre todo, un maestro, que entiende la filosofía a la manera socrática, como método y como instrumento de perfección personal. Carecía de talento para idear nuevos puntos de vista, pero tenía la vocación por la enseñanza, y en ella puso toda su alma y su vida, lo cual siempre constituye un mérito, y más aún dentro de la mediocridad docente de su época. Hablando con justicia, la verdadera iniciación de la filosofía moderna no corresponde a Sanz del Río, sino a Martí de Eixalá. El espiritualismo, en sus distintas fases, predominaba en los centros de enseñanza cuando apareció la innovación krausista. Si exceptuamos la Universidad de Barcelona, en las demás de la Península penetró rápidamente el krausismo por obra de Sanz del Río y de sus discípulos. El baluarte inexpugnable, donde resistió hasta fecha reciente la escuela el espíritu de su escuela, fue la Universidad de Madrid, y las Facultades más fuertemente influidas por ella fueron las de Derecho. Pocos son los manuales, tratados y repertorios de jurisprudencia, publicados por profesores españoles durante el último tercio del siglo XIX, que no ofrezcan las huellas del harmonismo krausista; aun en los mismos tratadistas de la escuela católica no es difícil descubrirlas. Más tarde fueron las cátedras de metafísica, establecidas en el preparatorio de derecho (Facultad de filosofía y letras), las que difundieron la filosofía de Krause, al mismo tiempo que los Institutos de segunda enseñanza y las Escuelas Normales se nutrían de elementos favorables a aquella orientación. Fue una irrupción general y rápida, pero a su vez efímera, porque degeneró inmediatamente en una logomaquia verbalista y superficial, con los mismos defectos del nominalismo escolástico que combatía.

Sería injusto, no obstante, negar la existencia de figuras importantes entre los primeros krausistas. Del número considerable de seguidores de Sanz del Río se destacan los catedráticos Giner de los Ríos, Azcárate y Salmerón, que enseñaron en las mismas aulas de la Universidad Central y que, a su vez, influyeron en la vida política y cultural de España durante el siglo XIX. En la misma Universidad explicaron otros adeptos: Francisco de P. Canalejas, Fernando de Castro, José de Caso, Manuel Sales y Ferré. El discípulo más fiel, y a su vez el que mejor representa la idealidad moral de Sanz del Río, fue Federico de Castro, catedrático de la Universidad de Sevilla, entusiasta investigador de la filosofía española y el que con mayor claridad ha expuesto algunos puntos doctrinales del krausismo. Con algunas diferencias, pero krausistas en el fondo, fueron los catedráticos de metafísica M. Arés, de Salamanca; Arnau e Ibáñez, de Valencia; Sanz y Benito, de Valladolid, y Leopoldo Alas, catedrático de derecho natural y eminente crítico, de Oviedo, cuya Universidad se convirtió en centro secundario del krausismo; los naturalistas A. González de Linares y L. Calderón; los catedráticos de segunda enseñanza Romero de Castilla, Álvarez Espino y Hermenegildo Giner de los Ríos; el pedagogo Sama y Vinagre, &c. Movimiento de radio tan extenso careció de la suficiente intensidad que comunica la unidad y cohesión de doctrina; así, al poco tiempo de haber sido iniciada la escuela krausista española, surgieron las diferencias de apreciación en puntos capitales de filosofía y vimos derivar a direcciones nuevas, especialmente al positivismo, muchos de sus secuaces. Figuran en esta enumeración, que podría ser todavía ampliada, discípulos fieles, tránsfugas de otros campos, especialmente de la filosofía tradicional, y algunos que creen compatibles la fe católica con el krausismo; espiritistas, enemigos irreconciliables de la escolástica, partidarios todos de la secularización de la enseñanza; lo cual explica la creciente diversificación a que alude F. Giner de los Ríos cuando dice que aquellos pensadores «todos son ramas de un mismo tronco, y ramas a veces cuya filiación sería tan difícil de reconocer como lo sería probablemente para Kant las filosofías de Schuppe, Riehl o Volkmann o para Hegel respecto a las de Marx y Benedetto Croce». La influencia del krausismo se consolidó, sin embargo, en algunas instituciones que subsisten todavía. El mismo Sanz del Río había legado su biblioteca y su hacienda a la Universidad de Madrid, para fundar una cátedra del Sistema de la filosofía, que desempeñó José de Caso. La Institución Libre de Enseñanza y la Enseñanza para la Mujer, y otros centros culturales, nacieron al calor de la ideología propagada por Sanz del Río o sus inmediatos discípulos.

Bibliografía. Revista de España (X, 1869), por L. de R.; Menéndez y Pelayo, en su Historia de los heterodoxos españoles (lib. 8.°, cap. III, págs. 715-746, Madrid, 1881); González Serrano, «Análisis del pensamiento racional» por D. Julián Sanz del Río, en Revista de España (LX, 1878), de interés para conocer el valor de este pensador como educador más que como filósofo; la sucinta noticia de R. Altamira en La Grande Encyclopédie, la más extensa y documentada del Diccionario enciclopédico hispanoamericano; José de Castro, en su Historia de la Filosofía, tradujo la corta noticia de V. Lutoslawski, en el Grundriss der Geschichte der Philosophie, de Ueberweg-Heinse. Recientemente, J. V. Viqueira, en el Apéndice a su traducción española de la Historia de la Filosofía, de Vorländer; La filosofía española en el siglo XIX y comienzos del siglo XX (págs. 445-451). Complemento obligado de esta biografía es la reseña del movimiento krausista en España, que se encuentra en Krause y en las biografías de los principales representantes de esta escuela en España y de sus impugnadores más conspicuos. Recordamos de ambos grupos a A. Martínez, Caminero, Fernández Valbuena, Dionisio Gómez (seudónimo), R. Montoro, Ortí y Lara y Romero de Castilla.