Filosofía en español 
Filosofía en español

“Ciencia”
en el Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora

 
1941

Editorial Atlante · México 1941páginas 77-80


Ciencia. La palabra ciencia procede del latín scire y significa, por tanto, el saber. Sin embargo, este término caracteriza asimismo a saberes estimados propiamente como no científicos, por lo cual precisa una distinción rigurosa entre la ciencia estricta y los demás tipos de saberes, ante todo el saber vulgar y el filosófico. En cuanto saber en general, la ciencia, ἐπιστήμη, constituía en la Antigüedad clásica el conjunto de los conocimientos y era confundida ora con la filosofía, ora con el arte o la técnica. Para Platón, la ciencia es el más alto saber teórico, pero a veces da esta calificación al saber teórico de la técnica misma, con lo cual el término ἐπιστήμη pierde su sentido unívoco, sobre todo si se tiene en cuenta que puede haber también un saber práctico que no coincide exactamente con la forma superior del ἐπιστήμη, concebido como dialéctica. Esta confusión persiste, bien que disminuida, en Aristóteles, quien distingue entre mera experiencia, ἐμπειρία, y el arte o técnica, τέχνη, que puede elevarse hasta el razonamiento, λογισμός. La mera experiencia es lo propio del conocimiento vulgar, de la opinión, δόξα, opuesta ya por los presocráticos y con especial empeño por Platón al saber propiamente dicho. Pero el saber en este sentido no es distinguido de un modo riguroso de la filosofía si no es por el grado de mayor o menor generalidad de la cosa sabida, con lo cual el nombre de saber es otorgado a cuanto es objeto de la ciencia, prescindiendo de que la investigación se refiera a las causas primeras o a las derivadas, de que sea, en las propias palabras de Aristóteles, filosofía primera o segunda, metafísica o física. Lo que las distingue es únicamente en el primer caso el estudio del ser en cuanto ser y de sus atributos esenciales, y en el segundo el estudio de las causas derivadas o menores, de las causas segundas. Por otro lado, el saber es identificado con la teoría en cuanto visión de lo que las cosas son verdaderamente, y por ello la filosofía, la ciencia y la teoría forman en el pensamiento platónico-aristotélico un conjunto en el que, a lo sumo, la diferencia se halla solamente fundada en la mayor o menor amplitud del objeto y, en todo caso, en el modo de su productividad. Así ocurre, por ejemplo en la clasificación aristotélica de las ciencias en prácticas, poéticas y teóricas, clasificación que no tiene en cuenta, desde luego, la peculiar condición del saber científico a diferencia del filosófico y del vulgar, tal como ha sido descubierta principalmente en la época moderna. Pues el concepto de la ciencia y la idea del saber científico son propios de la modernidad y obligan a recurrir a ella para señalar en cada caso sus notas esenciales.

La distinción entre ciencia y filosofía o, para seguir la tradición, del carácter genérico del ἐπιστήμη entre el saber científico y el filosófico, ha nacido principalmente de la progresiva autonomía de las ciencias particulares y, sobre todo, de la constitución de la ciencia cuantitativa de la naturaleza, a la cual se ha dado durante muchos años la calificación de ciencia con exclusión de las ciencias históricas, consideradas simplemente como un arte. Todavía en Kant queda la historia excluida de la esfera de la ciencia, al tiempo que, con el predominio de la gnoseología sobre la ontología, la filosofía misma y, en su último fondo, la metafísica se convierten paulatinamente en una reflexión sobre el saber científico, sobre su justificación, fundamento y límites. Al hilo de esta proyección de la filosofía sobre la ciencia se ha formado simultáneamente un nuevo concepto de la ciencia misma; este concepto que, prescindiendo de las exclusiones apuntadas, ha llegado, finalmente, a abarcar todas las esferas del efectivo o posible saber científico, desde la matemática hasta la sociología, ha desembocado, por una parte, en una discriminación más o menos rigurosa entre la ciencia y la filosofía, y, por otra, en los ensayos de clasificación de las ciencias que, de una manera plenamente consciente, se han sucedido ininterrumpidamente desde Bacon hasta nuestros días. Dicha discriminación, fundada por lo pronto en una teoría del saber filosófico poco justificada, ha permitido, sin embargo, distinguir de él la ciencia propiamente dicha y agrupar los saberes en cuatro grandes regiones que no atienden simplemente a los objetos, sino a la actitud vital humana en el modo de su conocimiento, a su amplitud y a sus propósitos: el saber vulgar, el saber científico en sentido estricto, el saber filosófico y el saber de salvación. Cada uno de ellos tiene una distinta visión de los objetos y representa un ángulo distinto desde el cual los objetos son considerados. Así, en el saber vulgar, que coincide aproximadamente con la experiencia aristotélica, hay un realismo ingenuo que hace del mundo un conjunto de útiles y que no se preocupa por lo que permanece tras el cambio ni por las posibles regiones no dadas en la visión directa de la realidad espacio-temporal. Este saber carece, por otro lado, de una voluntad de organización y de jerarquía, de una tendencia a la determinación de los elementos universales o típicos, así como de una justificación última alusiva a la esencia del saber mismo. El saber científico, en cambio, no consiste en mera experiencia; a los elementos empíricos se añaden necesariamente los elementos aprióricos; a la averiguación de lo dado se agrega la investigación de lo supuesto; a la falta de método y de sistema se sobrepone la ordenación, la estructura, el sentido, la legalidad, la identificación, la causalidad. Su rigurosa diferencia con respecto al saber filosófico requiere, por lo pronto, una dilucidación de la esencia de la filosofía misma, cuya dificultad principal radica sin duda en el carácter esencialmente histórico de la filosofía, en el hecho de que la filosofía no sea nunca una totalidad acabada y dada una vez para siempre. Pero de momento es posible establecer notas distintivas que permitan una separación no siempre confirmada por las propias teorías filosóficas. Dichas notas se refieren ante todo al carácter limitado del saber científico, a su necesidad de supuestos, al hecho de que la ciencia sea en todo momento “ciencia de lo que es”. La limitación, la presuposición y la adscripción a lo óntico, unidas a las diferencias típicas entre su modo de saber y el conocimiento vulgar, no son propias de la filosofía, que desborda todo cuadro óntico, exige la ausencia de suposiciones y averigua, en su último fundamento, en su aspecto metafísico, aquello que hace justamente que lo que es sea. Sólo establecidos estos caracteres es posible atacar el segundo gran problema de la constitución de la ciencia en su aspecto específicamente moderno, el problema de su clasificación de acuerdo con la multiplicidad de la realidad.

La ciencia no es, pues, simplemente, como pretendía Aristóteles, un saber de lo universal, ni tampoco una mera investigación de las causas, sino que es aquello en que lo universal y lo causal se hallan como partes especiales del territorio total de sus objetos. Pero sólo porque hay ciencia en general, a diferencia del saber vulgar, de la filosofía y del saber de salvación, puede haber ciencias particulares y jerarquía de las mismas en la esfera total del conocimiento. Esta jerarquía es establecida en la teoría de la clasificación de las ciencias, del mismo modo que sus fundamentos, en lo que tienen de no filosóficos, son dilucidados por la epistemología, la cual, a diferencia de la gnoseología, es una reflexión sobre la ciencia estricta y no sobre el conocimento. La diferenciación entre la teoría del conocimiento y la teoría de la ciencia es asimismo una consecuencia de la creciente autonomía del saber científico frente a los demás tipos de saberes, pero la necesidad de la separación no debe hacer olvidar la necesidad de la unificación, en la cual el saber mismo en cuanto tal y prescindiendo de sus predicados se presenta como problema. Por otro lado, la epistemología no es por ahora más que una reflexión sobre la ciencia y, por tanto, no ha llegado a constituirse en un saber de tipo peculiar que desborde el cuadro de las consideraciones lógicas y ontológicas. Por teoría de la ciencia se entiende, en efecto, en ocasiones la justificación filosófica de la ciencia; en otras, la lógica del saber científico, y en otras, finalmente, la averiguación de los métodos y objetos de cada una de las ciencias y de la ciencia general. La dificultad de una determinación unívoca de dicha teoría es, en todo caso, una demostración de que el problema de la epistemología y, con él, el problema del saber científico se hallan todavía en la primera fase de su formulación.

H. Poincare, La ciencia y la hipótesis (trad. esp.).– Id. id., Science et méthode, 1908.– A. Lalande, Lectures sur la philosophie des sciences, 9ª ed., 1927.– E. Meyerson, Identité et réalité, 4ª ed., 1927 (hay trad. esp.).– Id. id., De l’explication dans les sciences, 1921.– M. Frischeisen-Koehler, Wissenschaft und Wirklichkeit, 1912.– M. Geiger, Die Wirklichkeit der Wissenschaften und die Metaphysik, 1930.– S. M. Neuschlosz, Análisis del conocimiento científico, 1940.– W. G. Dampier, Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía (trad. esp.).– Varios autores, L'orientation actuelle des sciences, ed. Alcan.– Varios autores, De la méthode das les sciences, ed. Alcan, 2 vols., 1909-11.– Benjamin A. Cornelius, An introduction to the philosophy of science, 1937.

 

 
1944

Editorial Atlante · México 1944páginas 112-114


Ciencia. La palabra ciencia procede del latín scire y significa, por tanto, el saber. Sin embargo, este término (Véase) caracteriza asimismo a saberes estimados propiamente como no científicos, por lo cual precisa una distinción rigurosa entre la ciencia estricta y los demás tipos de saberes, ante todo el saber vulgar y el filosófico. En cuanto saber en general, la ciencia, ἐπιστήμη, constituía en la Antigüedad clásica el conjunto de los conocimientos y era confundida ora con filosofía, ora con el arte o la técnica. Pura Platón, la ciencia es el más alto saber teórico, pero a veces da esta calificación al saber teórico de la técnica misma, con lo cual el término ἐπιστήμη pierde su sentido unívoco, sobre todo si se tiene en cuenta que puede haber también un saber práctico que no coincide exactamente con la forma superior del ἐπιστήμη, concebido como dialéctica. Esta confusión persiste, bien que disminuida, en Aristóteles, quien distingue entre mera experiencia, ἐμπειρία, y el arte o técnica, τέχνη, que puede elevarse hasta el razonamiento, λογισμός. La mera experiencia es lo propio del conocimiento vulgar, de la opinión, δόξα, opuesta ya por los presocráticos y con especial empeño por Platón al saber propiamente dicho. Pero el saber en este sentido no es distinguido de un modo riguroso de la filosofía si no es por el grado de mayor o menor generalidad de la cosa sabida, con lo cual el nombre de saber es otorgado a cuanto es objeto de la ciencia, prescindiendo de que la investigación se refiera a las causas primeras o a las derivadas, de que sea, en las propias palabras de Aristóteles, filosofía primera o segunda, metafísica o física. Lo que las distingue es únicamente, en el primer caso, el estudio del ser en cuanto ser y de sus atributos esenciales, y, en el segundo, el estudio de las causas derivadas o menores, de las causas segundas. Por otro lado, el saber es identificado con la teoría en cuanto visión de lo que las cosas son verdaderamente, y por ello la filosofía, la ciencia y la teoría forman en el pensamiento platónico-aristotélico un conjunto en el que, a lo sumo, la diferencia se halla solamente fundada en la mayor o menor amplitud del objeto y, en todo caso, en el modo de su producción. Así ocurre, por ejemplo, en la clasificación aristotélica de las ciencias en prácticas, poéticas y teóricas, clasificación que no tiene en cuenta, desde luego, la peculiar condición del saber científico a diferencia del filosófico y del vulgar, tal como ha sido descubierta principalmente en la época moderna. Pues el concepto de la ciencia y la idea del saber científico son propios de la modernidad y obligan a recurrir a ella para señalar en cada caso sus notas esenciales.

La distinción entre ciencia y filosofía o, para seguir la tradición del carácter genérico del ἐπιστήμη, entre el saber científico y el filosófico, ha nacido principalmente de la progresiva autonomía de las ciencias particulares y, sobre todo, de la constitución de la ciencia cuantitativa de la naturaleza, a la cual se ha dado durante muchos años la calificación de ciencia con exclusión de las ciencias históricas, consideradas simplemente como un arte. Todavía en Kant queda la historia excluida de la esfera de la ciencia, el tiempo que, con el predominio de la gnoseología sobre la ontología, la filosofía misma y, en su último fondo, la metafísica se  convierten paulatinamente en una reflexión sobre el saber científico, sobre su justificación, fundamento y límites. Al hilo de esta proyección de la filosofía sobre la ciencia se ha formado simultáneamente un nuevo concepto de la ciencia misma: este concepto que, prescindiendo de las exclusiones apuntadas, ha llegado, finalmente, a abarcar todas las esferas del efectivo o posible saber científico, desde la matemática hasta la sociología, ha desembocado, por una parte, en una discriminación más o menos rigurosa entre la ciencia y la filosofía, y, por otra, en los ensayos de clasificación de las ciencias que, de una manera plenamente consciente, se ha sucedido ininterrumpidamente desde Bacon hasta nuestros días. Dicha discriminación, fundada por lo pronto en una teoría del saber filosófico poco justificada, ha permitido, sin embargo, distinguir de él la ciencia propiamente dicha y agrupar los saberes en cuatro grandes regiones, que no atienden simplemente a los objetos, sino a la actitud vital humana en el modo de su conocimiento, a su amplitud y a sus propósitos: el saber vulgar, el saber científico en sentido estricto, el saber filosófico y el saber de salvación. Cada uno de ellos tiene una distinta visión de los objetos y representa un ángulo distinto desde el cual los objetos son considerados. Así, en el saber vulgar, que coincide aproximadamente con la experiencia aristotélica, hay un realismo ingenuo que hace del mundo un conjunto de útiles y que no se preocupa por lo que permanece tras el cambio ni por las posibles regiones no dadas en la visión directa de la realidad espacio-temporal. Este saber carece, por otro lado, de una voluntad de organización y de jerarquía, de una tendencia a la determinación de los elementos universales o típicos, así como de una justificación última alusiva a la esencia del saber mismo. El saber científico, en cambio, no consiste en mera experiencia; a los elementos empíricos se añaden necesariamente los elementos aprióricos; a la averiguación de lo dado se agrega la investigación de lo supuesto; a la falta de método y de sistema se sobrepone la ordenación, la estructura, el sentido, la legalidad, la identificación, la causalidad. Su rigurosa diferencia con respecto al saber filosófico requiere, por lo pronto, una dilucidación de la esencia de la filosofía misma, cuya dificultad principal radica sin duda en el carácter esencialmente histórico de la filosofía, en el hecho de que la filosofía no sea nunca una totalidad acabada y dada una vez para siempre. Pero de momento es posible establecer notas distintivas que permitan una separación no siempre confirmada por las propias teorías filosóficas. Dichas notas se refieren ante todo al carácter limitado del saber científico, a su necesidad de supuestos, al hecho de que la ciencia sea en todo momento “ciencia de lo que es”. La limitación, la presuposición y la adscripción a lo óntico, unidas a las diferencias típicas entre su modo de saber y el conocimiento vulgar, no son propias de la filosofía, que desborda todo cuadro óntico, exige la ausencia de suposiciones y averigua, en su último fundamento, en su aspecto metafísico, aquello que hace justamente que lo que es sea. Sólo establecidos estos caracteres es posible atacar el segundo gran problema de la constitución de la ciencia en su aspecto específicamente moderno, el problema de su clasificación de acuerdo con la multiplicidad de la realidad.

La ciencia no es, pues, simplemente, como pretendía Aristóteles, un saber de lo universal, ni tampoco una mera investigación de las causas, sino que es aquello en que lo universal y lo causal son sólo partes especiales del territorio total de sus objetos. Pero sólo porque hay ciencia en general, a diferencia del saber vulgar, de la filosofía y del saber de salvación, puede haber ciencias particulares y jerarquía de las mismas en la esfera total del conocimiento. Esta jerarquía es establecida en la teoría de la clasificación de las ciencias, del mismo modo que sus fundamentos, en lo que tienen de no filosóficos, son dilucidados por la epistemología, la cual, a diferencia de la gnoseología, es una reflexión sobre la ciencia estricta y no sobre el conocimiento. La diferenciación entre la teoría del conocimiento y la teoría de la ciencia es asimismo una consecuencia de la creciente autonomía del saber científico frente a los demás tipos de saberes, pero la necesidad de la separación no debe hacer olvidar la necesidad de la unificación, en la cual el saber mismo en cuanto tal y prescindiendo de sus predicados se presenta como problema. Por otro lado, la epistemología no es por ahora más que una reflexión sobre la ciencia y, por lo tanto, no ha llegado a constituirse en un saber de tipo peculiar que desborde el cuadro de las consideraciones lógicas y ontológicas. Por teoría de la ciencia se entiende, en efecto, en ocasiones, la justificación filosófica de la ciencia; en otras, la lógica del saber científico, y en otras, finalmente, la averiguación de los métodos y objetos de cada una de las ciencias y de la ciencia general. La dificultad de una determinación unívoca de dicha teoría es, en todo caso, una demostración de que el problema de la epistemología y, con él, el problema del saber científico se hallan todavía en la primera fase de su formulación.

H. Poincaré, La ciencia y la hipótesis (trad. esp.).– Id. id., Science et méthode, 1908.– A. Lalande, Lectures sur la philosophie des sciences, 9ª ed., 1927.– E. Meyerson, Identité et réalité, 1908 (hay trad. esp.).– Id. id., De l'explication dans les sciences, 1921.– M. Frischeisen-Koehler, Wissenschaft und Wirklichkeit, 1912.– M. Geiger, Die Wirklichkeit der Wissenschaften und die Metaphysik, 1930.– S. M. Neuschlosz, Análisis del conocimiento científico, 1940.– W. G. Dampier, Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía (trad. esp.).– Varios autores, L'orientation actuelle des sciences, ed. Alcan.– Varios autores, De la méthode dans les sciences, ed. Alcan, 2 vols., 1909-11.– Benjamin A. Cornelius, An introduction to the philosophy of science, 1937.– W. H. Werkmeister, A philosophy of science, 1940.– A. N. Whitehead, Science and the modern world, 1925.– J. David García Bacca, Filosofía de las ciencias, 1941.– M. Planck, ¿Adónde va la ciencia? (trad. esp., 1941).– Albert G. Ramsperger, Philosophies of Science, 1942.

 

 
1951

Editorial Sudamericana · Buenos Aires 1951páginas 149-151


Ciencia. La palabra ciencia procede del latín scire y significa, por lo tanto, el saber (véase). Sin embargo, este término caracteriza asimismo a saberes estimados propiamente como no científicos, por lo cual precisa una distinción rigurosa entre la ciencia estricta y los demás tipos de saberes, ante todo el saber vulgar y el filosófico. En cuanto saber en general, la ciencia, ἐπιστήμη, constituía en la Antigüedad clásica el conjunto de los conocimientos y era confundida ora con la filosofía, ora con el arte o la técnica. Para Platón, la ciencia es el más alto saber teórico, pero a veces da esta calificación al saber teórico de la técnica misma, con lo cual el término ἐπιστήμη pierde su sentido unívoco, sobre todo si se tiene en cuenta que puede haber también un saber práctico que no coincide exactamente con la forma superior del ἐπιστήμη, concebido como dialéctica. Esta confusión persiste, bien que disminuida, en Aristóteles, quien distingue entre mera experiencia, ἐμπειρία, y el arte o técnica, τέχνη, que puede elevarse hasta el razonamiento, λογισμός. La mera experiencia es lo propio del conocimiento vulgar, de la opinión, δόξα, opuesta ya por los presocráticos y con especial empeño por Platón al saber propiamente dicho. Pero el saber en este sentido no es distinguido de un modo riguroso de la filosofía si no es por el grado de mayor o menor generalidad de la cosa sabida, con lo cual el nombre de saber es otorgado a cuanto es objeto de la ciencia, prescindiendo de que la investigación se refiera a las causas primeras o a las derivadas, de que sea, en las propias palabras de Aristóteles, filosofía primera o segunda, metafísica o física. Lo que las distingue es únicamente, en el primer caso, el estudio del ser en cuanto ser y de sus atributos esenciales, y, en el segundo, el estudio de las causas derivadas o menores, de las causas segundas. Por otro lado, el saber es identificado con la teoría en cuanto visión de lo que las cosas son verdaderamente, y por ello la filosofía, la ciencia y la teoría forman en el pensamiento platónico-aristotélico un conjunto en el que, a lo sumo, la diferencia se halla solamente fundada en la mayor o menor amplitud del objeto y, en todo caso, en el modo de su producción. Así ocurre, por ejemplo, en la clasificación aristotélica de las ciencias en prácticas, poéticas y teóricas, clasificación que no tiene en cuenta, desde luego, la peculiar condición del saber científico a diferencia del filosófico y del vulgar, tal como ha sido descubierta principalmente en la época moderna. Pues el concepto de la ciencia y la idea del saber científico son propios de la modernidad y obligan a recurrir a ella para señalar en cada caso sus notas esenciales.

La distinción entre ciencia y filosofía o, para seguir la tradición, del carácter genérico del ἐπιστήμη, entre el saber científico y el filosófico, ha nacido principalmente de la progresiva autonomía de las ciencias particulares y, sobre todo, de la constitución de la ciencia cuantitativa de la naturaleza, a la cual se ha dado durante muchos años la calificación de ciencia con exclusión de las ciencias históricas, consideradas simplemente como un arte. Todavía en Kant queda la historia excluida de la esfera de la ciencia, al tiempo que, con el predominio de la gnoseología sobre la ontología, la filosofía misma y, en su último fondo, la metafísica se convierten paulatinamente en una reflexión sobre el saber científico, sobre su justificación, fundamento y límites. Al hilo de esta proyección de la filosofía sobre la ciencia se ha formado simultáneamente un nuevo concepto de la ciencia misma. Este concepto que, prescindiendo de las exclusiones apuntadas, ha llegado, finalmente, a abarcar todas las esferas del efectivo o posible saber científico, desde la matemática hasta la sociología, ha desembocado, por una parte, en una discriminación más o menos rigurosa entre la ciencia y la filosofía, y, por otra, en los ensayos de clasificación de las ciencias que, de una manera plenamente consciente, se han sucedido ininterrumpidamente desde Bacon hasta nuestros días. Dicha discriminación, fundada por lo pronto en una teoría del saber filosófico poco justificada, ha permitido, sin embargo, distinguir de él la ciencia propiamente dicha y agrupar los saberes en cuatro grandes regiones, que no atienden simplemente a los objetos, sino a la actitud vital humana en el modo de su conocimiento, a su amplitud y a sus propósitos: el saber vulgar, el saber científico en sentido estricto, el saber filosófico y el llamado saber de salvación. Cada uno de ellos tiene una distinta visión de los objetos y representa un ángulo distinto desde el cual los objetos son considerados. Así, en el saber vulgar, que coincide aproximadamente con la experiencia aristotélica, hay un realismo ingenuo que hace del mundo un conjunto de útiles y que no se preocupa por lo que permanece tras el cambio ni por las posibles regiones no dadas en la visión directa de la realidad espacio-temporal. Este saber carece, por otro lado, de una voluntad de organización y de jerarquía, de una tendencia a la determinación de los elementos universales o típicos, así como de una justificación última alusiva a la esencia del saber mismo. El saber científico, en cambio, no consiste en mera experiencia; a los elementos empíricos se añaden necesariamente los elementos aprióricos; a la averiguación de lo dado se agrega la investigación de lo supuesto; a la falta de método y de sistema se sobrepone la ordenación, la estructura, el sentido, la legalidad, la identificación, la causalidad. Su rigurosa diferencia con respecto al saber filosófico requiere, por lo pronto, una dilucidación de la esencia de la filosofía misma, cuya dificultad principal radica sin duda en el carácter esencialmente histórico de la filosofía, en el hecho de que la filosofía no sea nunca una totalidad acabada y dada una vez para siempre. Pero de momento es posible establecer notas distintivas que permitan una separación no siempre confirmada por las propias teorías filosóficas. Dichas notas se refieren ante todo al carácter limitado del saber científico, a su necesidad de supuestos, al hecho de que la ciencia sea en todo momento “ciencia de lo que es”. La limitación, la presuposición y la adscripción a lo óntico, unidas a las diferencias típicas entre su modo de saber y el conocimiento vulgar, no son propias de la filosofía, que desborda todo cuadro óntico, exige la ausencia de suposiciones y averigua, en su último fundamento, en su aspecto metafísico, aquello que hace justamente que lo que es sea. Sólo establecidos estos caracteres es posible atacar el segundo gran problema de la constitución de la ciencia en su aspecto específicamente moderno, el problema de su clasificación de acuerdo con la multiplicidad de la realidad.

La ciencia no es, pues, simplemente, como pretendía Aristóteles, un saber de lo universal, ni tampoco una mera investigación de las causas, sino que es aquello en que lo universal y lo causal son sólo partes especiales del territorio total de sus objetos. Pero sólo porque hay ciencia en general, a diferencia del saber vulgar, de la filosofía y del saber de salvación, puede haber ciencias particulares y jerarquía de las mismas en la esfera total del conocimiento. Esta jerarquía es establecida en la teoría de la clasificación de las ciencias, del mismo modo que sus fundamentos, en lo que tienen de no filosóficos, son dilucidados por la epistemología, la cual, a diferencia de la gnoseología, es una reflexión sobre la ciencia estricta y no sobre el conocimiento. La diferenciación entre la teoría del conocimiento y la teoría de la ciencia es asimismo una consecuencia de la creciente autonomía del saber científico frente a los demás tipos de saberes, pero la necesidad de la separación no debe hacer olvidar la necesidad de la unificación, en la cual el saber mismo en cuanto tal y prescindiendo de sus predicados posibles se presenta como problema. Por otro lado, la epistemología no es por ahora más que una reflexión sobre la ciencia y, por lo tanto, no ha llegado a constituirse en un saber de tipo peculiar excepto cuando se ha volcado no sobre el contenido de las proposiciones científicas, sino sobre los “fundamentos” que “engendran” tales proposiciones. De ahí los equívocos de la expresión “teoría de la ciencia” y la urgencia de definir, en cada ocasión en que se emplee, lo que se entiende por ella. Por teoría de la ciencia se entiende, en efecto, a veces, la justificación filosófica de la ciencia; otras veces, la lógica del saber científico, y, otras aun, la averiguación de los métodos y objetos de cada una de las ciencias y de la ciencia en general. La dificultad de una determinación unívoca de dicha teoría comprueba, en todo caso, que el problema del saber científico sigue siendo un problema vivo, y tanto más importante cuanto que la ciencia no es sólo un conjunto de proposiciones sobre la realidad, sino también una función de la existencia humana. Y depende, por lo demás, de que sea considerada desde uno u otro ángulo –bien que los dos sean, en última instancia, igualmente necesarios para entenderla– el que la ciencia dé origen a un modo peculiar de análisis filosófico. Como conjunto de proposiciones, la ciencia plantea al hombre sobre todo problemas de carácter lógico; como función de la vida, la ciencia le plantea especialmente cuestiones de carácter existencial.

Sobre filosofía de la ciencia y de las ciencias: André Lalande, Lecturas sur la philosophie des sciences, 9ª ed., 1927.–  A. Comelius Benjamin, An Introduction to the Philosophy of Science, 1937.–  Albert G. Ramsperger, Philosophies of Science, 1942 (trad. esp.: Sistemas filosóficos de la ciencia, 1946).–  W. H. Werkmeister, A Philosophy of Science, 1940.–  J. D. García Bacca, Filosofía de las ciencias, 1941.–  Sobre el lenguaje y la lógica de la ciencia: K. Pearson, The Grammar of Science, 1892.–  W. S. Jevons, The Principles of Science, 1905 (trad. esp.: Los principios de las ciencias, 1946).– H. Poincaré, Science et méthode, 1908 (hay trad. esp.).–  E. Meyerson, De l’explication dans les sciences, 1921.–  Harold R. Smart, The Logic of Science, 1931.–  Karl Popper, Logik der Forschung, Erkenntnistheorie der modernen Naturwissenschaft, 1935.–  Leon Chwistek, Granice nauki. Zarys logiki i metodologji nauki scistych, 1935 (trad. Inglesa: The limits of science, 1948).– Eberhard Zschimmer, Die Logik des wissenschaftlichen Bewusstseins, 1936.– A. Cornelius Benjamin, The Logical Structure of Science, 1936.–  P. Servien, Le langage des sciences, 1938.– S. M. Neuschlosz, Análisis del conocimiento científico, 1940.–  F. C. S. Northrop, The Logic of the Sciences and the Humanities, 1947. (Véase también la bibliografía sobre este punto que consta en diversos otros artículos de este Diccionario, especialmente en los artículos Lógica, Logística, Matemática, Método, y los consagrados a diversas ciencias: Biología, Física, Historia).  Sobre fundamentos de las ciencias y orden de las ciencias: W. Sauer, Grundlagen der Wissenschaft und der Wissenschaften, 1926.–  Ernst Sauberbeck, Vom Wesen der Wissenschaft, insbesondere der drei Wirklichkeitswissenschaften, der “Naturwissenschaft”, der “Psychologie” und der “Geschichte”, 1914.–  Erich Becher, Geisteswissenschaften und Naturwissenschaften. Untersuchungen zur Theorie und Einteilung der Realwissenschaften, 1921.– Paul Tillich, Das System der Wissenschaft nach Gegenständen und Methoden, 1923.–  P. Oppenheim, Die natürliche Ordnung der Wissenschaften, 1926 (Cf. también la bibliografía del artículo Ciencias, Clasificación de las).–  Sobre la ciencia como misión y la misión de la ciencia: Max Weber, Wissenschaft als Beruf, 1919.–  E. von Kahler, Der Beruf der Wissenschaft, 1931.– Sobre ciencia y filosofía: Paul Häberlin, Wissenschaft und Philosophie, 2 vols., I, 1910; II, 1912.– Hugo Dingler, Grenzen und Ziele der Wissenschaft, 1910.–  Íd. íd., Der Zusammenbruch der Wissenschaft und der Primat der Philosophie, 1926.–  Moritz Geiger, Die Wirklichkeit der Wissenschaften und die Metaphysik, 1930.–  Philipp Frank, Modern Science and Its Philosophy, 1949.–  Sobre ciencia y realidad y la objetividad de la ciencia: M. Frischeisen-Köhler, Wissenschaft und Wirklichkeit, 1912.– H. Reiner, Die Existenz der Wissenschaft und ihre Objektivität, 1934.–  F. Weindhandl, Geist und Intellekt, Wissenschaft und Wirklichkeit, 1939.–  Max Wundt, Die Sachlichkeit der Wissenschaft. Wissenschaft und Weisheit. Zwei Aufsütze zur Wissenschaftslehre, 1940.–  Sobre psicología de la ciencia: R. Müller-Freienfels, Psychologie der Wissenschaft, 1936.–  Sobre la filosofía como ciencia: C. J. Ducasse,  Philosophy as Science, its matter and its method, 1941.–  Sobre la ciencia actual: Varios autores, L’orientation actuelle des sciences y De la méthode dans les sciences, 2 vols. Paris: Alcan, 1909-11.–  A. N. Whitehead, Science and the modern world, 1925.–  Cyril E. M. Joad, Philosophical Aspects of Modern Science, 1932.– Max Planck, ¿Adónde va la ciencia? (trad. esp., 1941).–  Gaston Bachelard, Le nouvel esprit scientifique, 1934.–  Íd. íd., La philosophie du Non. Essai d'une philosophie du nouvel esprit scientifique, 1940.– Íd. íd., La formation de l'esprit scientifique. Contribution à une psychanalyse de la connaissance objective, 1947 (trad. esp.: La formación del espíritu científico. Contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo, 1948).–  Philipp Frank, Modern Science and its Philosophy, 1949.–  Sobre la historia de la ciencia. Historias de carácter general: P. Duhem, Le système du monde. Histoire des doctrines cosmologiques de Platon à Copernic, 5 vols., 1913-17.– L. Thorndike, A History of Magic and Experimental Science, I y II, 1923, 2ª ed., I, II, 1929; III, IV, 1934; V, VI, 1941.– G. Sarton, Introduction to the history of science, 1. From Homer to Omar Khayyam, 1927; 2. From Rabbi ben Ezra to Roger Bacon, 1931; 3, 4. The fourteenth century, 1948.– Aldo Mieli, Historia de la ciencia (varios volúmenes: El mundo antiguo: griegos y romanos; El mundo islámico y Occidente medieval cristiano, &c.).– William Cecil Dampier-Wetham, A History of Science and its Relations with Philosophy and Religion, 1930 (trad. esp.: Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía, varias ediciones).– F. Enriques y G. de Santillana, Compendio di storia del pensiero scientifico, 1937 (en francés: Histoire de la pensée scientifique, I, II, III, 1936).– Charles Singer, A History of Science, 1941 (trad. esp.: Historia de la ciencia, 1945).– F. Sherwood Taylor, A short history of science (1939: trad. esp.: Breve historia de la ciencia, 1945).– Para historia de la ciencia en la antigüedad, véase especialmente: Jules Tannery, Science et Philosophie, 3ª ed., 1912 (trad. esp: Ciencia y Filosofía, 1947).– G. Milhaud, Études sur la pensée scientifique chez les grecs et chez les modernes, 1906.–  Íd. íd., Nouvelles études sur l’histoire de la pensée scientifique, 1911.– A. Rey, La science dans l’antiquité, 4 vols., 1930-1946.– Para la historia de la ciencia moderna, véase especialmente: Leonard Olschki, Geschichte der neusprachlichen wissenschaftlichen Literatur. I. Die Literatur der Technik und der angewandten Wissenschaften vom Mittelalter bis zur Renaissance, 1918. II. Bildung und Wissenschaft im Zeitalter der Renaissance in Italien, 1922.– John Theodore Merz, History of scientific thought in the nineteenth century, 4 vols., 1896-1914.– Véase asimismo la obra de E. Cassirer sobre el problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia modernas mencionado en las bibliografías de los artículos Cassirer y Conocimiento.  Sobre el concepto de la ciencia en Aristóteles: A. Antweiler, Der Begriff der Wissenschaft bei Aristoteles (Grenzfragen von Theologie und Philosophie, 1), 1936.– Sobre arte y ciencia: Martin Johnson, Art and Scientific  Thought. Historical Studies towards a Modern Revision of Their Antagonism, 1949 (Véase también la bibliografía del artículo Arte).– Para el movimiento de la Ciencia Unificada, véase la bibliografía del artículo Viena (Círculo de).–  Información sobre cuestiones relativas a la ciencia se encontrará en la mayor parte de las revistas filosóficas, pero especialmente en Erkenntnis (continuada en el Journal of Unified Science) y Philosophy of Science. Desde el punto de vista más estrictamente científico, véase la revista Scientia. Para la historia de la ciencia véase la revista Isis, fundada y editada por George Sarton en 1913. Esta revista está dedicada a la “historia de la ciencia y de la civilización” y publica periódicamente bibliografías muy completas de historia de la ciencia en todos sus aspectos (la última es la Bibliografía crítica n° 59 que apareció en Isis, n° 86, Vol. XXXII, 2, junio de 1949, pp. 411-494). La revista Osiris (desde 1936), editada asimismo por George Sarton, constituye una serie de volúmenes suplementarios de Isis y habitualmente consagrados a un solo tema o a trabajos más extensos (han aparecido hasta ahora 7 vols. en una proporción media de un volumen por año). A las citadas revistas hay que agregar la revista Archaion, que fue fundada en Italia por Aldo Mieli y que se publicó después en Argentina.

 

 
1958

Editorial Sudamericana · Buenos Aires 1958páginas 221-224


Ciencia. El sustantivo ‘scientia’ procede del verbo ‘escire’, que significa ‘saber’; etimológicamente, ‘ciencia’ equivale, pues, a ‘el saber’. Sin embargo, no es recomendable atenerse a esta equivalencia. Hay saberes que no pertenecen a la ciencia; por ejemplo, el saber que a veces se califica de común, ordinario o vulgar. Se saben, en efecto, muchas cosas que nadie osaría presentar como si fuesen enunciados científicos. Saber, por ejemplo, que el Ministro de Obras Públicas de Islandia ha sido operado de la próstata, es saber algo. Pero la proposición ‘El Ministro de Obras Públicas de Islandia ha sido operado de la próstata’ no es una proposición científica. A menos que tomemos el término ‘ciencia’ en un sentido muy amplio, no podemos, pues, hacerlo sinónimo de ‘saber’. El propio Platón, que distinguía rigurosamente entre el saber, ἐπιστήμη, y la opinión, δόξα, advertía que ésta no es simple no saber; es algo situado entre la perfecta ciencia y la absoluta ignorancia. Parece, pues, necesario precisar qué tipo de saber es el científico. Varias respuestas se nos ocurren. Por ejemplo: que es un saber culto o desinteresado, que es un saber teórico, susceptible de aplicación práctica y técnica, que es un saber riguroso y metódico, &c., &c. Todas estas respuestas nos proporcionan alguna información sobre el tipo especial del saber científico. Pero no son suficientes. Tienen, además, un inconveniente, en nuestro caso importante: el de que no permiten distinguir entre la ciencia y la filosofía. Durante muchos siglos esta falta de diferenciación no ha parecido cosa grave: todavía es arduo separar lo propiamente científico (sea cual fuere su valor actual) de lo propiamente filosófico en la Física de Aristóteles, pero ello no nos dificulta más de lo que es razonable la comprensión de sus proposiciones; en cierto modo, nos ayuda a comprender el carácter peculiar del pensamiento aristotélico sobre la Naturaleza. Pero a medida que se fueron organizando las llamadas ciencias particulares y se fue haciendo más intenso lo que se ha calificado de movimiento, de autonomía primero, y de independencia luego, de las ciencias, la distinción en cuestión se hizo cada vez más importante y urgente: no poder trazar una línea divisoria entre la contribución científica y la contribución filosófica de Descartes o de Leibniz obstaculiza grandemente, en efecto, la comprensión de tales contribuciones. Es preciso, pues, poner en claro en qué consiste el saber científico y cuáles son las principales diferencias existentes entre este saber y el filosófico.

La cuestión de la naturaleza del saber científico sólo puede ser tratada aquí muy someramente. Nos limitamos a indicar que la ciencia es un modo de conocimiento que aspira a formular mediante lenguajes rigurosos y apropiados –en lo posible, con auxilio del lenguaje matemático– leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos. Estas leyes son de diversos órdenes (véase Ley). Todas tienen, empero, varios elementos en común: ser capaces de describir series de fenómenos; ser comprobables por medio de la observación de los hechos y de la experimentación; ser capaces de predecir –ya sea mediante predicción completa, ya mediante predicción estadística– acontecimientos futuros. La comprobación y la predicción no se efectúan siempre, por lo demás, de la misma manera, no sólo en cada una de las ciencias, sino también en diversas esferas de la misma ciencia. En gran parte dependen del nivel de las correspondientes teorías. En general, puede decirse que una teoría (véase) científica más comprensiva obedece más fácilmente a requerimientos de naturaleza interna a la estructura de la propia teoría –simplicidad, armonía, coherencia, &c.–- que una teoría menos comprensiva. Las teorías de teorías (como, por ejemplo, la teoría de la relatividad) parecen por ello más “alejadas” de los hechos o, mejor dicho, menos necesitadas de un grupo relativamente considerable de hechos para ser confirmadas; ello se debe a que trazan marcos generales dentro de los cuales pueden reunirse previas agrupaciones teóricas de hechos o bien ciertos tipos de hechos observados en el curso de algún experimentum crucis. La comprobación y precisión antedichas dependen asimismo de los métodos empleados (véase Método), los cuales son también diversos para cada ciencia y para partes diversas de la misma ciencia. En general, se considera que una teoría científica es tanto más perfecta cuanto más formalizada se halla. Esto no significa, empero, que la única labor del científico que merezca el nombre de tal sea la formalización (véase). En rigor, ésta es una de las tendencias de la ciencia: la que adopta cuando se halla en un estado de madurez relativa. Agreguemos que hasta ahora hemos hablado únicamente de la ciencia, pero que debe asimismo hablarse de las ciencias. Éstas son diversas. Lo son tanto, que más de una vez se ha suscitado el problema de si es posible que todas las ciencias posean algunos caracteres comunes. Ciertos autores lo han negado; a su entender, hay por lo menos dos grupos enteramente diferentes de ciencias: las ciencias de la Naturaleza (véase) y las ciencias del espíritu (véase) o de la cultura (véase). Otros lo han afirmado, pero a base de limitar las ciencias a las ciencias naturales. Otros, finalmente, lo han afirmado, haciendo de las ciencias clásicamente calificadas de morales, ciencias en el fondo naturales, o estableciendo una suerte de pirámide de las ciencias en la cual o bien ciertas ciencias sirven de base a las otras (la matemática, base de la física; la física, base de la biología; la biología, base de la psicología, &c.) o bien se supone posible reducir las unas a las otras (en general, las menos simples a las más simples), si no en sus métodos de detalle, sí cuando menos en las estructuras fundamentales de sus respectivos lenguajes (véase Reducción). La diversidad de las ciencias ha llevado asimismo a muchos intentos de clasificación (véase Ciencias [Clasificación de las]). No podemos detenernos aquí en estos problemas. Lo dicho debe ser considerado como suficiente para nuestro propósito. Por la índole de la presente obra interesa más la segunda cuestión: la relación entre ciencia y filosofía.

Tres respuestas fundamentales son posibles al respecto: (1) La ciencia y la filosofía carecen de toda relación. (2) La ciencia y la filosofía están tan íntimamente relacionadas entre sí que, de hecho, son la misma cosa. (3) La ciencia y la filosofía mantienen entre sí relaciones muy complejas. Señalaremos algunas de las razones presentadas a favor de cada una de estas opiniones y concluiremos con unas breves observaciones sobre el tipo de relación que consideramos más plausible.

(1). (a 1) La ciencia progresa y nos informa cada vez más acabada y detalladamente sobre la realidad, mientras que la filosofía no progresa, porque es un incesante tejer y destejer de sistemas. (b 1) La ciencia es un modo de conocer, mientras que la filosofía es un modo de vivir. (c 1) La ciencia se refiere al ser; la filosofía, al deber ser o, en general, al valor. (d 1) La ciencia es conocimiento riguroso; la filosofía, concepción del mundo expresable asimismo mediante la religión o el arte. Por eso la ciencia está en un lado, mientras la filosofía –con la religión y el arte– están en otro lado –a veces considerado como opuesto. (e 1) La ciencia es conocimiento limitado; la filosofía, conocimiento ilimitado. (f 1) La ciencia opera mediante observación, experimentación, inferencia y deducción, en tanto que la filosofía opera mediante intuición; a consecuencia de ello la ciencia se refiere sólo a lo fenoménico mientras que la filosofía muerde sobre lo nouménico, &c., &c.

(2). (a 2) La filosofía no difiere de la ciencia más que por constituir un estado primitivo (o preliminar) de la actividad científica: la filosofía es, pues, una fase de la ciencia. (b 2) La filosofía es una ciencia igual a las otras en cuanto a la estructura de sus teorías, métodos usados y propósitos que la mueven. (c 2) Hay una filosofía que no puede llamarse ciencia, porque no es más que expresión poética o concepción del mundo, pero que por ello no puede tampoco calificarse seriamente de filosofía; la filosofía que merece tal nombre es una ciencia que se ocupa de ciertos problemas principalmente lógicos y semióticos, el análisis de los cuales constituye un auxilio indispensable para el desarrollo de las demás ciencias.

(3). (a 3) La relación entre la filosofía y la ciencia es de índole histórica: la filosofía ha sido y seguirá siendo la madre de las ciencias, por ser aquella disciplina que se ocupa de la formación de problemas, luego tomados por la ciencia para solucionarlos. (b 3) La filosofía es no sólo la madre de las ciencias en el curso de la historia, sino la reina de las ciencias en todo instante, ya sea por conocer mediante el más alto grado de abstracción, ya sea por ocuparse del ser en general, ya por tratar de los supuestos de las ciencias. (c 3) La ciencia –o las ciencias– constituyen uno de los objetos de la filosofía al lado de otros; hay por ello una filosofía de la ciencia (y de las diversas ciencias fundamentales) como hay una filosofía de la religión, del arte, &c. (d 3) La filosofía es fundamentalmente la teoría del conocimiento de las ciencias. (e 3) Las teorías científicas más comprensivas son, como hemos apuntado, teorías de teorías; la filosofía puede ser considerada como una teoría de teorías de teorías. (f 3) La filosofía se halla en relación de constante mutuo intercambio con respecto a la ciencia; proporciona a ésta ciertos conceptos generales (o ciertos análisis) mientras que ésta proporciona a aquélla datos sobre los cuales desarrolla tales conceptos generales (o lleva a cabo tales análisis). (g 3) La filosofía examina ciertos enunciados que la ciencia presupone, pero que no pertenecen al lenguaje de la ciencia.

Podrían agregarse otros argumentos en favor de cada una de las opiniones fundamentales mencionadas. Todos ellos encuentran en la historia de la filosofía y de la ciencia datos para apoyarlos. Ello parece tener que desembocar en la conclusión siguiente: la cuestión de la relación entre la filosofía y la ciencia depende enteramente de la historia y varía en el curso de ésta. Ahora bien, semejante opinión (sobre todo si subrayamos ‘enteramente’) ofrece una grave desventaja: la de que hace excesivamente “fluidos” los caracteres de la ciencia y la filosofía, permitiendo transformar fácilmente la una en la otra. Para evitar este inconveniente, es menester distinguir con cuidado entre cada una de las opiniones presentadas y los argumentos proporcionados para apoyarla. Es fácil comprobar entonces que la mayor parte de los argumentos son de carácter parcial. Así, por ejemplo, es cierto que la filosofía se ocupa del valor, pero ello no significa que se desentienda de la realidad. Es cierto que la ciencia progresa mientras la filosofía parece girar perpetuamente en torno a sí misma, en el curso de un incesante tanteo, pero ello no quiere decir que se halle en estado estacionario; lo que ocurre es que, como dice Santayana, “el filósofo contempla astros que avanzan lentamente”. Es cierto que la filosofía analiza con frecuencia el lenguaje de la ciencia o lleva a cabo investigaciones epistemológicas cuyo objeto principal son las proposiciones científicas, pero ello no significa que la filosofía sea sólo semiótica o epistemología. Es cierto que la filosofía es en gran medida una ciencia, pero ello no quiere decir que sus métodos y finalidades sean superponibles a los de la física, la biología, &c., &c. Ahora bien, esta parcialidad de los argumentos es debida a un previo supuesto: el de que ciencia y filosofía son conjuntos de preposiciones que se trata de comparar, identificar, subordinar, &c., &c. Cuando, en cambio, se insiste en examinar los puntos de vista adoptados por la una y por la otra, se advierte que es posible afirmar la existencia de relaciones complejas y variables sin por ello adherirse a argumentaciones parciales o desembocar en un radical historicismo. Estos puntos de vista no necesitan, por lo demás, ser opuestos, pero ello no significa tampoco que sean totalmente distintos; pueden ser en muchos respectos complementarios. A ello aspiran cuando menos muchos filósofos para quienes la ciencia no es ni un error ni un conocimiento superficial ni un saber subordinado al filosófico, sino una de las pocas grandes creaciones humanas, y también muchos científicos para quienes la filosofía no es ni un conjunto de sofismas, ni de sistemas que emergen y se hunden continuamente, ni de más o menos hermosas concepciones de índole últimamente poética. Reconocemos que con ello no se dice todavía mucho acerca de las efectivas relaciones entre la filosofía y la ciencia y, por lo tanto, tampoco mucho acerca de esta última. Pero se destaca por lo menos uno de los problemas que se suscitan cada vez que se enfrentan científicos y filósofos. Por lo demás, la información sobre los problemas de la ciencia susceptibles de interés filosófico son desarrollados en otros artículos; véase al respecto el cuadro sinóptico que contiene este volumen, secciones Teoría de la ciencia y Metodología, Filosofía de la naturaleza, y Teoría del conocimiento, a completar con las secciones Lógica y Metalógica, y Semiótica y Filosofía del lenguaje.

Sobre filosofía de la ciencia y de las ciencias: André Lalande, Lectures sur la philosophie des sciences, 1893, 9ª ed., 1927.– A. Cornelius Benjamin, An Introduction to the Philosophy of Science, 1937.– Albert G. Ramsperger, Philosophies of Science, 1942 (trad. esp.: Sistemas filosóficos de la ciencia, 1946).– W. H. Werkmeister, A Philosophy of Science, 1940.– J. D. García Bacca, Filosofía de las ciencias, 1941.– S. Toulmin, The Philosophy of Science, 1953.– Sobre el lenguaje y la lógica de la ciencia: K. Pearson, The Grammar of Science, 1892.– W. S. Jevons, The Principles of Science, 1905 (trad. esp.: Los principios de las ciencias, 1946).– H. Poincaré, Science et méthode, 1908 (hay trad. esp.).– E. Meyerson, De l’explication dans les sciences, 1921.– Harold R. Smart, The Logic of Science, 1931.– Karl Popper, Logik der Forschung. Erkenntnistheorie der modernen Naturwissenschaft, 1935.– Leon Chwistek, Granice nauki. Zarys logiki i metodologji nauki scistych, 1935 (trad. inglesa. The Limits of Science, 1948).– Eberhard Zschimmer, Die Logik des wissenschaftlichen Bewusstseins, 1936.– A. Cornelius Benjamin, The Logical Structure of Science, 1936.– P. Servien, Le langage des sciences, 1938.– S. M. Neuschlosz, Análisis del conocimiento científico, 1940.– F. C. S. Northrop, The Logic of the Sciences and the Humanities, 1947.– W. Szilasi, ¿Qué es lo ciencia? (trad. esp., 1949).– M. Lins, A evolução lógico conceitual da ciência, 1954.– Véase también la bibliografía de Método.– Sobre fundamentos de las ciencias: W. Sauer, Grundlagen der Wissenschaft und der Wissenschaften, 1926.– Ernest Sauberbeck, Vom Wesen der Wissenschaft, insbesondere der drei Wirklichkeitswissenschaften, der “Naturwissenschaft”, der “Psychologie” und der “Geschichte”, 1914.– Erich Becher, Geisteswissenschaften und Naturtwissenschaften. Untersuchungen zur Theorie und Einteilung der Realwissenschaften, 1921.– Paul Tillich, Das System der Wissenschaft nach Gegenständen und Methoden, 1923.– P. Oppenheim, Die natürliche Ordnung der Wissenschaften, 1926 (Cf. también la bibliografía del artículo Ciencias [Clasificación de las]).– Sobre ciencia y humanismo: E. W. Hall, Science and Human Values, 1956.– Sobre la ciencia como misión y la misión de la ciencia: Max Weber, Wissenschaft als Beruf, 1919.– E. von Kahler, Der Beruf der Wissenschaft, 1931.– Sobre ciencia y filosofía: Paul Häberlin, Wissenschaft und Philosophie, 2 vols., I, 1910; II, 1912.– Hugo Dingler, Grenzen und Ziele der Wissenschaft, 1910.– Íd. íd., Der Zusammenbruch der Wissenschaft und der Primat der Philosophie, 1926.– Moritz Geiger, Die Wirklichkeit der Wissenschaften und die Metaphysik, 1930.– U. Spirito, Scienza e Filosofia, 1933, 2ª ed., 1950.– Ph. Frank, Modern Science and Its Philosophy, 1949 (los Capítulos 1, 2, 3, 4, 5, 8, 9 y 11 de esta obra figuran también en Between Physics and Philosophy, 1941).– J. M. Riaza, Ciencia moderna y filosofía, 1954.– Sobre ciencia y realidad y la objetividad de la ciencia: M. Frischeisen-Köhler, Wissenschaft und Wirklichkeit, 1912.– H. Reines, Die Existenz der Wissenschaft und ihre Objektivität, 1934.– F. Weindhandl, Geist und Intellekt, Wissenschaft und Wirklichkeit, 1939.– Max Wundt, Die Sachlkhkeit der Wissenschaft. Wissenschaft und Weisheit. Zwei Ausfätze zur Wissenschaftslehre, 1940.– Sobre psicología de la ciencia: R. Müller-Freienfels, Psychologie der Wissenschaft, 1936.– Sobre la filosofía como ciencia: C. J. Ducasse, Philosophy as Science, Its Matter and Its Method, 1941.– Sobre la ciencia actual: Varios autores, L’orientation actuelle des sciences y De la méthode dans les sciences, 2 vols., Paris, 1909-11.– A. N. Whitehead, Science and the Modern World, 1925.– Cyril E. M. Joad, Philosophical Aspects of Modern Science, 1932.– Max Planck, ¿Adónde va la ciencia? (trad. esp., 1941).– Gaston Bachelard, Le nouvel esprit scientifique, 1934.– Íd. íd., La philosophie du Non. Essai d'une philosophie du nouvel esprit scientifique, 1940.– Íd. íd., La formation de l’esprit scientifique. Contribution à une psychanalyse de la connaissance objective, 1938 (trad. esp.: La formación del espíritu científico. Contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo, 1945).– Philipp Frank, op. cit. supra.– Sobre la historia de la ciencia. Historias de carácter general: P. Duhem, Le système du monde. Histoire des doctrines cosmologiques de Platon à Copernic, 5 vols., 1913-17.– L. Thorndike, A History of Magic and Experimental Science, I y II, 1923, 2ª ed., I, II, 1929; III, IV, 1934; V, VI, 1941.– G. Sarton, Introduction to the History of Science, 1. From Homer to Omar Khayyam, 1927; 2. From Rabbi ben Ezra to Roger Bacon, 1931; 3, 4. The Fourteenth Century, 1948.– Íd., íd., A History of Science (I, 1952).– William Cecil Dampier-Wetham, A History of Science and its Relations with Philosophy and Religion, 1930 (trad. esp.: Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía, varias ediciones).– F. Vera, Historia de la ciencia, 1937.– F. Enriques y G. de Santillana, Compendio di storia del pensiero scientifico, 1937 (en francés: Histoire de la pensée scientifique, I, II, III, 1936).– Charles Singer, A History of Science, 1941 (trad. esp.: Historia de la ciencia, 1945).– W. T. Sedgwick y H. W. Taylor, A Short History of Science, 1939 (trad. esp.: Breve historia de la ciencia, 1945).– A. C. Crombie, Augustin to Galileo. A History of Science, A. D. 400-1650, 1952.– Panorama General de Historia de la Ciencia, serie de volúmenes iniciada por Aldo Mieli, y continuada por otros autores (D. Papp, J. Babini, &c.), 6 vols., 1948-1952.– Para historia de la ciencia en la Antigüedad, véase especialmente: J. Tannery, Science et Philosophie, 3ª ed., 1912 (trad. esp.: Ciencia y filosofía, 1947).– G. Milhaud, Études sur la pensée scientifique chez les Grecs et chez les Modernes, 1906.– Íd., íd., Nouvelles études sur l’histoire de la pensée scientifique, 1911.– A. Rey, La science dans l’antiquité, 5 vols., 1930-1948.– Para la historia de la ciencia moderna, véase especialmente: Leonard Olschki, Geschichte des neusprachlichen wissenschaftlichen Literatur. I. Die Literatur der Technik und der angewandter Wissenschaften vom Mittelalter bis zur Renaissance, 1918. II. Bildung und Wissenschaft im Zeitalter der Renaissance in Italien, 1922.– John Theodore Merz, History of Scientific Thought in the Nineteenth Century, 4 vols., 1896-1914.– Véase asimismo la obra de E. Cassirer sobre el problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia modernas mencionado en las bibliografías de los artículos Cassirer y Conocimiento, los trabajos de Anneliese Meier citados en Cantidad e Ímpetu, los de C. Michalski citados en Oxford (Escuela de) y los de P. Duhem (véase).– Sobre el concepto de la ciencia en Aristóteles: A. Antweiler, Der Begriff der Wissenschaft bei Aristoteles (Grenzfragen von Theologie and Philosophie,  1), 1936.– Sobre arte y ciencia: Martin Johnson, Art and Scientific Thought. Historical Studies towards a Modern Revision of Their Antagonism, 1949 (Véase también la bibliografía de los artículos Arte y Obra literaria).– Para el movimiento de la Ciencia Unificada, véase la bibliografía del artículo Viena (Círculo de).– Información sobre cuestiones relativas a la ciencia se encontrará en la mayor parte de las revistas filosóficas, pero especialmente en Erkenntnis (continuada en el Journal of Unified Science), Philosophy of Science, The British Journal for the Philosophy of Science, Studium Generale. Zeitschrift für die Einheit der Wissenschaften um Zusamenhang ihrer Begriffbildungen und Forschungsmethoden, Philosophia naturalis. Archiv für Naturphilosophie und die philosophischen Grenzgebiete der exakten Wissenschaften und Wissenschaftsgeschichte, Theoria (de Madrid). Desde el punto de vista más estrictamente científico, véase la revista Scientia (italiana). Para la historia de la ciencia véase la revista Isis, fundada y editada por George Sarton en 1913. Esta revista está dedicada a la “historia de la ciencia y de la civilización” y publica periódicamente bibliografías de historia de la ciencia. La revista Osiris (desde 1936), editada asimismo por George Sarton, constituye una serie de volúmenes suplementarios de Isis y habitualmente consagrados a un solo tema o a trabajos más extensos. A las citadas revistas hay que agregar la revista francesa Thalès (desde 1934) y la revista Archaion, que fue fundada en Italia por Aldo Mieli y que se publicó después en Argentina. La cita de Santayana que figura en el texto del artículo procede de Character and Opinion in the United States, 1924, pág 37.

 

 
1965

Editorial Sudamericana · Buenos Aires 1965tomo : páginas


 

 
1979

Alianza Editorial · Madrid 1979tomo : páginas