Filosofía en español 
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Priscilianistas

Sectarios de Prisciliano. En el año 380 o 381 se levantó en España una secta de herejes, cuya cabeza y caudillo fue Prisciliano, hombre docto, rico y sagaz: de él tomaron sus partidarios el nombre de priscilianistas. Sulpicio Severo, autor contemporáneo, y San Gerónimo nos dicen que estos sectarios juntaban a los errores de los maniqueos los de los gnósticos: y aún los que más se inclinan a disculparlos, confiesan que negaban como los maniqueos la realidad del nacimiento y encarnación de Jesucristo y sustentaban que el mundo visible no era obra de Dios, sino de algún demonio o del mal principio. Abrazaban la doctrina de los gnósticos tocante a los eones o pretendidos espíritus emanados de la naturaleza divina: consideraban los cuerpos humanos como una cárcel que el autor del mal había construido para encerrar en ella a los espíritus celestiales: condenaban el matrimonio y negaban la resurrección de la carne. Estos son ciertamente los principales errores de los maniqueos y gnósticos: así no es extraño que se hayan achacado a los priscilianistas las demás opiniones falsas de estas dos sectas, es a saber, que no hay tres personas en Dios; que las almas humanas son de la misma sustancia que Dios; que el hombre no es libre en sus acciones, sino que está sometido a la fatalidad; que el antiguo testamento no es más que una alegoría; que la costumbre de comer carne es impura y criminal. Podemos pues dar crédito a los que dicen que los priscilianistas ayunaban el domingo, el día de Navidad y el de Pascua para manifestar que no creían ni el nacimiento, ni la resurrección del Salvador; que recibían en sus manos la Eucaristía, pero que no la consumían, porque no creían la realidad de la carne de Jesucristo. Se añade que se juntaban de noche en lugares retirados, hacían oración en cueros hombres y mujeres, cometían actos de torpeza, guardaban un secreto inviolable sobre lo que pasaba en sus juntas, y no se detenían en perjurar para engañar a los que querían penetrar aquellos secretos.

Prisciliano y sus secuaces fueron condenados el año 381 en un concilio de Zaragoza y el 385 en otro de Burdeos. Habiendo el heresiarca apelado de esta sentencia al emperador Máximo que residía en Tréveris, fue convicto por confesión propia de la mayor parte de los errores y desórdenes susodichos, y en consecuencia condenado a muerte con varios de sus secuaces. Mas su suplicio no extinguió la herejía, y aun quedaron algunos sectarios en España, donde causaron turbulencias por espacio de dos siglos próximamente. San León hizo todos los esfuerzos posibles para extirpar en Italia y España hasta las últimas reliquias de los maniqueos y priscilianistas; pero parece que estos últimos subsistían todavía a mediados del siglo sexto.