Spinosismo
Sistema de ateísmo inventado por Benito Spinosa, judío portugués, que murió en Holanda el año 1677 a los cuarenta y cuatro de su edad. Este sistema se llama también panteísmo, porque consiste en sustentar que el universo, το παν, es Dios o que no hay otro Dios que la universalidad de los seres. De aquí se sigue que todo lo que sucede es efecto necesario de las leyes eternas e inmutables de la naturaleza, es decir, de un ser infinito y universal que existe y obra necesariamente. Fácil es conocer las consecuencias absurdas e impías que nacen de este sistema.
Desde luego se ve que consiste en dar existencia real a unas abstracciones y tomar todos los términos en un sentido falso y abusivo. El ente en general, la sustancia en general no existen; no hay en la realidad más que individuos y naturalezas individuales. Todo ente, toda sustancia, toda naturaleza es o cuerpo, o espíritu, y el uno no puede ser el otro. Pero Spinosa pervierte todas estas nociones y sienta que no hay más que una sola sustancia, de la cual son modificaciones el pensamiento y la extensión, el espíritu y el cuerpo, y que todos los seres particulares son modificaciones del ser en general.
Basta consultar el sentido íntimo, que es el sumo grado de evidencia, para convencerse de cuán absurdo es este lenguaje. Yo siento que soy yo y no otro, una sustancia separada de cualquier otra, un individuo real y no una modificación: que mis pensamientos, mis deseos, mis sensaciones, mis afectos son míos y no de otro y que los de otro no son los míos. Si otro es un ser, una sustancia, una naturaleza lo mismo que yo; esa semejanza no es más que una idea abstracta, un modo de considerarnos el uno al otro; pero que no prueba la identidad o una unidad real entre nosotros.
Spinosa para probar lo contrario forma este sofisma: no puede haber varias sustancias del mismo atributo o de diferentes atributos: en el primer caso no serían diferentes, y eso es lo que yo afirmo: en el segundo serían o atributos esenciales, o atributos accidentales. Si tenían atributos esencialmente diferentes, ya no serían sustancias; si estos atributos no eran más que accidentalmente diferentes, no impedirían que la sustancia fuese una e indivisible.
Desde luego se echa de ver que este sofista juega del vocablo con el sentido equívoco de los términos mismo y diferente y que su sistema no tiene otro fundamento. Nosotros sustentamos que hay varias sustancias del mismo atributo o varias sustancias de las cuales unas se diferencian esencialmente y otras accidentalmente. Dos hombres son dos sustancias del mismo atributo; tienen la misma naturaleza y la misma esencia; son dos individuos de la misma especie; pero no son el mismo: en cuanto al número son diferentes, es decir, distintos. Spinosa confunde la identidad de naturaleza o de especie, que no es más que una semejanza, con la identidad individual que es la unidad: además confunde la distinción de los individuos con la diferencia de las especies. ¡Lastimosa lógica! Al contrario un hombre y una piedra son dos sustancias de diferentes atributos, cuya naturaleza, esencia y especie no son las mismas o no se asemejan. Eso no quita para que un hombre y una piedra tengan el atributo común de sustancia: los dos subsisten aparte separados de todo otro ser; ni el uno, ni el otro no necesitan de un supuesto; no son ni accidentes, ni modos; si no son sustancias, no son nada.
Spinosa y sus partidarios no han visto que se probaría que no hay más que un solo modo, una sola modificación en el universo por el mismo argumento de que se valen para probar que no hay más que una sola sustancia. Su sistema no es más que un tejido de ambigüedades y contradicciones, y no tienen ni una sola respuesta sólida que dar a las objeciones con que se los confunde.
Boulainvilliers después de haber hecho todos los esfuerzos posibles para explicar este sistema tenebroso e imposible de entender se vio precisado a convenir en que el sistema ordinario que representa a Dios como un ser infinito, distinto, primera causa de todos loe seres, tiene grandes ventajas y salva grandes inconvenientes. Resuelve las dificultades del infinito que parece divisible y dividido en el spinosismo, y da razón de la naturaleza de los seres: estos son tales como los ha hecho Dios, no por necesidad, sino por una voluntad libre: de un objeto interesante a la religión, persuadiéndonos a que Dios tiene en cuenta nuestros homenajes: explica el orden del mundo atribuyéndole a una causa inteligente que sabe lo que hace: suministra una regla de moral que es la ley divina con la sanción de los premios y los castigos: nos hace concluir que puede haber milagros, porque Dios es superior a todas las leyes y a todas las fuerzas de la naturaleza establecidas libremente por él. El spinosismo por el contrario no puede satisfacernos en ninguno de estos capítulos; y esas son otras tantas pruebas que le destruyen.
Los que le han refutado han seguido diferentes métodos. Los unos se han dedicado principalmente a descubrir las absurdas consecuencias de él. Bayle en particular probó muy bien que según Spinosa Dios y la extensión son la misma cosa: que estando lo extensión compuesta de partes, cada una de las cuales es una sustancia particular, la pretendida unidad de la sustancia universal es quimérica y puramente ideal. Hizo ver que las modalidades que se excluyen una a otra, tales como la extensión y el pensamiento, no pueden subsistir en el mismo sujeto: que la inmutabilidad de Dios es incompatible con la división de las partes de la materia y con la sucesión de las ideas de la sustancia pensante: que siendo muchas veces contrarios unos a otros los pensamientos de los hombres, es imposible que Dios sea el sujeto o supuesto de ellos. Demostró que es aún más absurdo presumir que Dios es el supuesto de los pensamientos criminales, de los vicios y de las pasiones de la humanidad: que en este sistema el vicio y la virtud son palabras vacías de sentido: que contra la posibilidad de los milagros Spinosa no pudo alegar más que su propia tesis, a saber, la necesidad de todas las cosas, tesis no probada y cuya noción no puede darse siquiera: que siguiendo sus propios principios no podía negar ni los espíritus, ni los milagros, ni el infierno.
Los spinosistas no pudiendo replicar nada de sólido se limitaron a decir que Bayle no había comprendido la doctrina de su maestro y que la había expuesto mal. Pero este crítico aguerrido en la disputa no se dejó engañar con esta evasiva que es la de todos los materialistas, y examinando una por una todas las proposiciones fundamentales del sistema de Spinosa retó a sus adversarios a que le mostrasen una sola cuyo verdadero sentido no hubiese expuesto. En particular demostró sobre el artículo de la inmutabilidad y de la mutación de la sustancia que quien no se entienden a sí mismos son los spinosistas, y que en su sistema está Dios sujeto a todas las revoluciones y transformaciones a que se sujeta la materia primera según la opinión de los peripatéticos.
Otros autores como Fenelon y el benedictino Lami formaron una serie de proposiciones evidentes e incontestables que prueban las verdades contrarias a las paradojas de Spinosa, y así construyeron un edificio tan sólido como un tejido de demostraciones geométricas, ante el que se hunde por sí mismo el spinosismo.
Por último algunos embistieron al ateo portugués en la misma fortaleza donde se había atrincherado, y bajo la forma geométrica en que él presentó sus errores, examinaron sus definiciones, sus proposiciones, sus axiomas y sus consecuencias; descubrieron sus ambigüedades y el abuso continuo que hace de los términos; y demostraron que de unos materiales tan endebles, tan confusos y tan mal ajustados no resultó más que una hipótesis absurda y repugnante. Véase Hook, Relig. natur. et revel. principia, part. 1 &c. También se puede consultar a Jacquelot, Tratado de la existencia de Dios, y a Le Vassor, Tratado de la verdadera religión.
Varios escritores han creído que Spinosa fue arrastrado a su sistema por los principios de la filosofía de Descartes; pero no pensamos nosotros del mismo modo. Es verdad que Descartes enseña que no hay más que dos seres existentes realmente en la naturaleza, el pensamiento y la extensión: que el pensamiento es la esencia o la sustancia misma del alma; y que la extensión es la esencia o la sustancia misma de la materia. Pero nunca soñó que estos dos entes podían ser dos atributos de una sola y misma sustancia; al contrario demostró que una de estas dos cosas excluye necesariamente a la otra: que son dos naturalezas esencialmente diferentes; y que es imposible que la mima sustancia sea a un tiempo espíritu y materia.
Otros dudaron si la mayor parte de los filósofos griegos y latinos que parece enseñaron la unidad de Dios, entendían bajo este nombre el universo o la naturaleza entera: muchos materialistas no titubearon en afirmarlo así y en sustentar que todos aquellos filósofos eran panteístas o spinosistas, y que los padres de la iglesia se equivocaron torpemente o engañaron a los demás cuando citaron los pasajes de los antiguos filósofos en favor del dogma de la unidad de Dios profesado por los judíos y los cristianos.
En el fondo no tenemos ningún interés en tomar partido en esta cuestión: vista la obscuridad, la incoherencia y las contradicciones que se encuentran en los escritos de los filósofos, no es muy fácil saber cuál fue su verdadero modo de pensar. Así no se podría acusar a los padres de la iglesia ni de disimulación, ni de falta de penetración, aun cuando no hubieran comprendido perfectamente el sistema de aquellos disputadores. Los que pueden ser acusados de panteísmo con más probabilidad, son los pitagóricos y los estoicos, que consideraban a Dios como el alma del mundo y le suponían sujeto a las leyes inmutables del destino. Pero aunque estos filósofos no sentasen de un modo claro y preciso la distinción esencial que hay entre el espíritu y la materia, parece que no confundieron nunca el uno con la otra, ni discurrieron como Spinosa que una sola y misma sustancia fuese a un tiempo espíritu y materia. Tal vez el sistema de aquellos no valía más que el de este; pero en fin no era absolutamente el mismo.
Toland que era spinosista, llevó más al extremo el absurdo, y se atrevió a afirmar que Moisés era panteísta y que el Dios del legislador hebreo no era otra cosa que el universo. Un médico que tradujo en latín y publicó las obras póstumas de Spinosa, hizo todavía más y pretendió que la doctrina de este ateo delirante no tiene nada de contraria a los dogmas del cristianismo, y que todos los que han escrito contra él le han calumniado. La única prueba que da Toland, es un pasaje de Strabon, en el que dice que Moisés enseñó a los judíos que Dios es todo lo que nos rodea, la tierra, el mar, el cielo, el mundo y todo lo que llamamos la naturaleza.
De ahí solamente se sigue que Strabon no había leído a Moisés o que había comprendido muy mal el sentido de su doctrina. Tácito le entendió mucho mejor. Los judíos (dice el historiador romano) conciben por el pensamiento un solo Dios, sumo y eterno, inmutable e inmortal: Judaei mente sola unumque numen intelligunt, summum el aeternum, neque mutabile, neque interiturum (Hist., l. 5, c. 1 y sig.). En efecto Moisés enseña que Dios crió el mundo; que el mundo empezó; que Dios le hizo libremente, porque le hizo por su palabra o por la sola voluntad; que todo lo dispuso como quiso &c. Los panteístas no pueden admitir ni una sola expresión de estas, y se ven precisados a decir que el mundo es eterno o que se hizo por el acaso; que el todo hizo las partes, o que las partes hicieron el todo, &c. Moisés destruyó por el pie todos estos absurdos. No hay necesidad de añadir que los judíos no tuvieron otra creencia que la de Moisés y que los cristianos la siguen aún.
De nada sirve decir que el spinosismo no es un ateísmo formal: que si su autor concibió mal la divinidad, no por eso negó su existencia; que hablaba con respeto de ella; que no trató de ganar prosélitos &c. Una vez que el spinosismo acarrea absolutamente las mismas consecuencias que el ateísmo puro, ¿qué importa lo que pensó Spinosa? Las contradicciones de este delirante no remedian la fatal influencia de su doctrina: si él no la vio, era un insensato estúpido y no le estaba bien escribir. Pero el anhelo con que todos los incrédulos le visitaron en vida, conversaron con él, reunieron sus escritos después que murió, explicaron su doctrina y la defendieron, forman su condenación. Un incendiario no merece ser perdonado, porque no previó todos los estragos que iba a causar el fuego puesto por él.