Filosofía en español 
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Teofilántropos

Cuando después del reinado del terror empezó la religión cristiana a reunir sus reliquias, la secta impía que no había abandonado el antiguo proyecto de destruirla, resolvió contrarrestarla con el deísmo. Entonces fue cuando a la burlesca idolatría introducida en 1793 sucedió un culto nuevo, que no era otra cosa que la religión natural revestida de formas litúrgicas. Los discípulos de esta religión tomaron el nombre de teofilántropos, palabra derivada del griego que significa amigos de Dios y de los hombres.

Ya se habían hecho diferentes tentativas así en Francia como en Alemania, Holanda e Inglaterra{1} para establecer el deísmo como un culto exterior; pero el origen positivo de la teofilantropía propiamente dicha se debe referir al año quinto de la era republicana. Generalmente se considera como fundadores de esta secta a Chemin, Moreau, Janes, Haüy y Mandar, habitantes de París, que habiendo adoptado el Manual compuesto por Chemin se reunieron por la primera vez el 26 del mismo año quinto (15 de enero de 1797) en la calle de San Dionisio en la escuela de ciegos de ambos sexos dirigida por Haüy, hermano del físico de este nombre. Mas si hemos de creer una relación histórica de la teofilantropía dada por uno de sus mismos fundadores e inserta en el tomo 9.º de la nueva edición de las Ceremonias y costumbres religiosas de todos los pueblos del mundo, las primeras juntas de la secta se tuvieron a mediados de 1795.

Antes de trazar la historia del culto efímero de los teofilántropos vamos a exponer en resumen sus dogmas, su moral y sus ceremonias y prácticas religiosas, que hemos sacado de sus propios libros y que copiamos textualmente. En varias provincias el rito teofilantrópico se diferenciaba del de París: aquí trataremos solo de este, porque es el que se seguía generalmente{2}.

«Dogmas. La existencia de Dios y la inmortalidad del alma son los únicos dogmas reconocidos por los teofilántropos, dogmas que no han menester de largas demostraciones, porque son verdades de sentimiento que cada cual encuentra en su corazón si le escudriña de buena fe.

»Convencidos de que hay demasiada distancia entre el Criador y la criatura para que esta presuma conocerle, no investigan qué cosa es Dios, qué cosa es el alma, ni cómo Dios premia a los buenos y castiga a los malos.

»El espectáculo del universo, el asenso unánime de los pueblos y el testimonio de la conciencia son para ellos las pruebas de la existencia de Dios. Como la idea de este trae necesariamente consigo la idea de la perfección infinita; infieren de ahí que Dios es justo y bueno y que así la virtud será premiada y el vicio castigado.

»Como el error es inherente a la fragilidad humana y nuestras opiniones dependen de una multitud de circunstancias de que no somos dueños; los teofilántropos se persuaden a que Dios justo y bueno no nos juzgará según nuestras opiniones, ni según las formas de nuestros diferentes cultos, sino según el fondo de nuestros corazones y nuestras obras. En consecuencia se guardan muy bien de aborrecer y mucho menos de perseguir a sus semejantes por opiniones que ellos no profesan: solo tratan, si creen que están equivocados, de desengañarlos por una blanda persuasión. Si persisten en su error, los teofilántropos conservan hacia ellos los mismos sentimientos de amistad. Solo aborrecen los actos criminales: compadecen a los delincuentes y hacen todos los esfuerzos posibles para reducirlos al bien.

»Moral. Toda la moral de los teofilántropos se funda en este solo precepto: Adorad a Dios, amad a vuestros semejantes y sed útiles a la patria.

»La conciencia siempre infalible cuando se trata de juzgar la moralidad de nuestras acciones, es decir, la intención que las ha producido, puede errar algunas veces acerca de la naturaleza del bien y del mal en sí: los teofilántropos para no equivocarse en esta parte tienen una regla segura, que se contiene en la máxima siguiente:

»El bien es lo que tiende a conservar o perfeccionar al hombre. El mal es todo lo que tiende a destruirle o deteriorarle.

»La aplicación moral de este principio enseña a los teofilántropos que no hay más acciones buenas que aquellas que son útiles, ni otras malas que las que son perjudiciales. Hacer una cosa útil a sí mismo y perjudicial a los demás es siempre un delito: el heroísmo de la virtud consiste en hacer una cosa útil a los demás y perjudicial a sí solo.

»De estos principios hacen derivar los teofilántropos una porción de deberes que dividen en tres clases, es a saber, 1.º los deberes para con Dios, 2.º los deberes para con nosotros mismos que llaman virtudes individuales, 3.º los deberes para con nuestros semejantes.

»Los deberes para con Dios consisten en la adoración.

»Los deberes para con nosotros mismos se componen de la ciencia, la sabiduría, la prudencia, la templanza, el valor, la diligencia y la limpieza.

»Por último los deberes para con nuestros semejantes son de dos especies: 1.º los deberes de familia o virtudes domésticas, es decir, la economía, el amor paternal, conyugal, filial y fraternal y los deberes respectivos de los amos y de los criados: 2.º los deberes para con la sociedad, o virtudes sociales tales como la justicia, la caridad, la probidad, la mansedumbre, la modestia, la sinceridad, la sencillez de costumbres y el amor de la patria &c.

»Prácticas diarias. Consistiendo toda la religión de los teofilántropos en el cumplimiento de los deberes que se derivan de los principios sentados más arriba, no dan una importancia supersticiosa a las prácticas exteriores que observan; y si las juzgan necesarias, es únicamente porque las unas sirven para ordenar su conducta y las otras hiriendo los sentidos les recuerdan con más eficacia la divinidad y la perfección de su ser.

»Ve aquí el plan adoptado por el teofilántropo en su conducta habitual. No da al sueño más que el tiempo conveniente para reparar sus fuerzas: al despertarse levanta el alma a Dios y le dirige la siguiente invocación, a lo menos con el pensamiento:

»Padre de la naturaleza, yo bendigo tus beneficios y te doy gracias por tus dones. Admiro el excelente orden de cosas que estableciste por tu sabiduría y mantienes por tu providencia, y me someto a este orden universal. No te pido la facultad de obrar bien, porque me la has dado y con ella la conciencia para amar el bien, la razón para conocerle y la libertad para elegirle. No tendría yo pues disculpa si obrase mal. En tu presencia resuelvo no usar de mi libertad más que para obrar el bien, por más alicientes que parezca ofrecerme el mal. No te haré peticiones indiscretas: tú conoces las criaturas que salieron de tus manos, y no se te ocultan sus necesidades como tampoco sus más íntimos pensamientos. Solamente te pido que corrijas los errores del mundo y los míos, porque casi todos los males que afligen a los hombres, provienen de sus errores. Lleno de confianza en tu justicia y en tu bondad me resigno a todo lo que suceda: mi único deseo es que se haga tu voluntad.

»El teofilántropo huye de la ociosidad y se aplica al trabajo.

»Se sostiene en la práctica del bien por la idea de que siempre está en presencia de la divinidad.

»Come y bebe sobriamente, y al tiempo de comer manifiesta interiormente su gratitud al padre de la naturaleza.

»Huye de singularizarse y obra en todo con la franqueza y serenidad que distinguen a los hombres de bien.

»Al acabarse el día se hace a sí mismo las siguientes preguntas: ¿De qué defecto te has corregido hoy? ¿Qué inclinación viciosa has combatido? ¿En qué vales más &c.?

»El resultado de este examen de conciencia es la resolución de enmendarse y ser mejor al otro día.

»Fiestas religiosas y morales. A los ojos de los teofilántropos el templo más digno de la divinidad es el universo; no obstante tienen templos levantados por la mano de los hombres, donde les es más fácil recogerse y oír las lecciones de la sabiduría y donde se congregan las mañanas de los días consagrados al descanso.

»Todo el ornato de sus templos consiste en algunas inscripciones morales, un altar sencillo donde ponen flores o frutos según las estaciones en señal de gratitud por los beneficios del Criador, y una tribuna para leer y predicar.

»Un teofilántropo padre de familia, vestido con aseo y sencillez{3}, lee los dos primeros capítulos del Manual teofilantrópico relativos a los dogmas y la moral y el párrafo que se refiere a la conducta diaria.

»Después cuando ya está completo el número de los asistentes, la cabeza de familia de pie al lado del altar reza en alta voz la invocación Padre de la naturaleza &c., y los concurrentes en la misma actitud la repiten en voz baja.

»A este rezo se sigue un rato de silencio, durante el cual hace cada uno examen de conciencia para averiguar qué conducta ha observado desde la última fiesta religiosa. Después se sientan todos para oír la lección o el discurso de moral, que concuerda con los principios de religión, de benevolencia y de tolerancia universal expuestos en el Manual, principios tan distantes de la severidad de los estoicos como de la laxidad de los epicúreos.

»Con estas lecturas y discursos alternan algunos cánticos análogos.

»Los teofilántropos no tratan de llamar la atención con juntas o reuniones numerosas: el mismo padre de familia puede hacerse ministro de su culto y ejercerle entre los suyos.

»Celebración del nacimiento de los niños. El recién nacido es llevado a la congregación al fin de la fiesta religiosa, y el padre o en su ausencia uno de sus más próximos parientes declara los nombres que se le han dado en el instrumento civil de nacimiento y le tiene levantado hacia el cielo. El presidente de la fiesta le dirige estas palabras:

»¿Prometes ante Dios y ante los hombres educar a... en la doctrina de los teofilántropos, infundir en él, en cuanto apunte su razón, la creencia de la existencia y de la inmortalidad del alma y penetrarle de la necesidad de adorar a Dios, de amar a sus semejantes y de hacerse útil a la patria? El padre responde: Sí prometo.

»Es bueno que este vaya acompañado al templo, cuando le sea posible, de dos personas honradas de uno y otro sexo, que consientan en ser padrinos del niño y sepan apreciar los deberes que estos títulos les imponen.

»Cuando hay padrinos, el presidente les dice: ¿Prometéis ante Dios y ante los hombres hacer veces de padres a este niño en cuanto esté de vuestra parte, si aquellos se hallasen imposibilitados de cuidarle? Los padrinos responden: Sí prometemos.

»El presidente pronuncia un discurso sobre los deberes impuestos a los padres y a los que educan a los niños.

»Este día es una fiesta para la familia.

»Bodas. Los dos novios después de haber cumplido las formalidades prescriptas por las leyes del país concurren a la junta religiosa de la familia o del domicilio de la novia. Concluida la fiesta se acercan al altar y son enlazados con cintas o guirnaldas de flores, cuyas puntas tienen los ancianos de ambas familias.

»El presidente dice al novio: ¿Tomas por esposa a N.? Y el novio responde: . Luego hace la misma pregunta a la novia que responde lo mismo.

»A estas formalidades puede añadirse la presentación del anillo a la novia por el novio, la medalla de unión dada por la cabeza de la familia a la novia u otras de este género según las costumbres y usos del país, siempre que estas formalidades tengan un objeto moral y el mismo carácter de sencillez.

»Acto continuo el presidente pronuncia un discurso sobre los deberes del matrimonio.

»La familia celebra en este día la unión de los esposos.

»Exequias de los difuntos. Los filántropos entierran a los muertos según los usos del país. Concluida la fiesta religiosa que se sigue a la defunción, se coloca en el templo un cuadro donde están escritas estas palabras: La muerte es el principio de la inmortalidad.

»Puede ponerse delante del altar una urna cubierta con ramaje.

»El presidente dice: La muerte ha herido a uno de nuestros semejantes (a lo cual añade si el difunto estaba en la edad de la razón: Conservemos la memoria de sus virtudes y olvidemos sus defectos). Sea para nosotros este acontecimiento una advertencia, a fin de que siempre estemos prontos a comparecer ante el supremo juez de nuestras obras. En seguida hace algunas reflexiones sobre la muerte, la brevedad de la vida, la inmortalidad del alma &c.{4}

»Pueden cantarse algunos himnos análogos a todas estas instituciones religiosas.»

Tales eran la doctrina, las prácticas y las ceremonias de la nueva religión.

Mas a pesar del espíritu de mansedumbre y tolerancia que afectaban los teofilántropos, la mayor parte de sus discursos estaban sembrados de invectivas dirigidas al parecer contra el fanatismo y la superstición; pero en la realidad iban enderezadas contra el cristianismo. Muchas veces prorrumpían en abiertas y violentas declamaciones contra los sacerdotes. Hoy no cabe ya ninguna duda de que esta secta se fundó por odio a la religión cristiana. El respetable eclesiástico Sicard, director de la escuela de sordos mudos, entró un día por curiosidad en la iglesia de la Visitación, arrabal de Santiago, donde había una junta de teofilántropos; y como no viese cruz, ni tabernáculo, ni ornamentos, dijo a uno que estaba allí cerca: «Bien veo a dónde se encamina todo esto: estos señores no quieren innovar; pero tienen empeño en apagar las velas y apurar el aceite de la lámpara del santuario.»

Los teofilántropos de la calle de San Dionisio, no contentándose con juntas particulares, recurrieron a la autoridad civil para que les concediese disfrutar las iglesias a medias con los católicos. Era cosa muy sencilla destinar tal o cual edificio para su uso exclusivo; pero como se trataba de multiplicar los disgustos y sinsabores a los católicos, los magistrados accedieron a la petición de los teofilántropos y decidieron que unos y otros gozasen en común los templos y que se quitasen los atributos, decoraciones y emblemas de un culto cuando oficiasen los ministros del otro. La ejecución de este decreto ofrecía grandes dificultades: la primera era el quitar los objetos consagrados al culto cristiano, que en su mayor parte estaban fijos y colocados de un modo estable; pero la principal consistía en la repugnancia que sentían los católicos a celebrar el oficio divino en el mismo lugar que los sectarios modernos. El caso les pareció tan grave que le sometieron a la resolución de algunos doctores, los cuales después de una madura deliberación desvanecieron los escrúpulos de aquellos y los hicieron consentir en que dividieran el goce de sus iglesias con los teofilántropos por la consideración de que si se resistían, podrían ser obligados a abandonarlas enteramente; lo cual comprometería por necesidad la causa de la religión. Se resolvió pues que se mantuviesen en las iglesias, salvo que habían de trasladar la sagrada eucaristía a cualquier lugar solitario para preservarla de las profanaciones.

Las primeras iglesias que los teofilántropos usaron en común con los católicos, fueron San Esteban del Monte, Santiago del Paso alto, San Medardo, San Sulpicio, santo Tomás de Aquino, San Gervasio, San Germán el auxerrés, San Eustaquio, San Nicolás de los Campos y San Roque. Sucesivamente fueron consiguiendo otras y aun llegaron a instalarse en la catedral, cuyo coro abandonaron los últimos reservándose solamente la nave. La hora señalada a los teofilántropos era de once a dos; pero no empezaban antes de las doce y sus oficios duraban como cosa de hora y media. Por febrero de 1798 se fijó la celebración de la fiesta en decadi{5}; pero en 1801 habiendo vuelto a ser el domingo día festivo para la mayor parte de los ciudadanos, declararon los teofilántropos que «a petición de muchos socios que no podían celebrar el decadi, harían en adelante sus ejercicios en los días correspondientes a los domingos en el templo de la Victoria (S. Sulpicio), y los del decadi se continuarían en el del Reconocimiento (San Germán el auxerrés); que no entendían por eso adoptar otro calendario que el republicano, sino solamente acceder a los deseos de las personas que no pudiendo suspender sus ocupaciones quedarían privados de asistir a los ejercicios de la religión natural a no ser por este arreglo.»

La teofilantropía no quedó encerrada en los muros de París, sino que también se extendió a varias provincias, y sus secuaces empezaron a ejercitar su apostolado en los alrededores de la capital. Habiendo conseguido la capilla del palacio de Versalles instituyeron allí el nuevo culto; cosa que habían intentado vanamente en Argenteuil, patria de uno de los corifeos de la secta. En Andresy cerca de Versalles se formó una reducida sociedad de teofilántropos, y también se establecieron otras en Choisy-sur-Seine y en Montreuil. En este último lugar era director Beauce-Labrette, uno de los más famosos adoradores de la diosa Razón. A las ceremonias asistían algunas jóvenes de conducta más que sospechosa a quienes pagaba porque cantasen, y se asegura que al principio recibían la mayor parte de los concurrentes a razón de seis reales los adultos por cada vez que asistían, y dos los niños. Pero Beauce-Labrette se arruinó y no pudiendo continuar los pagos tuvo que ceder a otro el puesto. Desde entonces disminuyó gradualmente el número de discípulos en términos que habiendo quedado reducidos a diez se disolvió la sociedad.

Los teofilántropos se instalaron igualmente en Bernay, Soissons, Poitiers, Lieja, Chalons-sur-Marne, Bourges, Sancerre &c., y en casi todas estas ciudades los católicos fueron el blanco de las más odiosas vejaciones. Auxerre y Sens fueron después de Paris los pueblos donde el nuevo culto echó más profundas raíces y duró por más tiempo. En la última ciudad no hubo medios que no se empleasen para disgustar a los católicos, con quienes los sectarios tenían el goce común de la catedral. La provincia del Yonna se distinguió de todas las demás por su celo en perseguir. Sin embargo donde quiera que se estableció la teofilantropía, se advirtió desde el principio una frialdad que anunciaba su inevitable decadencia.

Si en varias ciudades lograron hacer prosélitos, en otras muchas se frustraron sus intentos. En Nancy el procurador síndico pasó una circular en que vomitaba las más groseras injurias contra el catolicismo y los sacerdotes y manifestaba la esperanza de que prosperase muy pronto la religión nacional fundada por la razón: así llamaba al nuevo culto. Pero los loreneses perseveraron fieles a la fe de sus padres. En la Havra y en Chateau-Thierry no produjeron ningún resultado las tentativas de los comisarios delegados para la propagación de la teofilantropía, y en Burdeos el sacerdote apóstata Latapy, partidario de la secta, que había conseguido la iglesia de San Eloy para establecer su culto, tuvo que desistir del proyecto.

Los teofilántropos no contentos con fundar su religión en Francia intentaron introducirla en país extranjero. Un tal Siauve fue a Suiza en calidad de misionero; mas parece que se vio precisado a abandonar este papel. En el año VII de la república se imprimió en Turín una traducción italiana del Manual de los teofilántropos publicada por G. de Gregori, quien en la prefación trataba de probar que el nuevo culto no era contrario al catolicismo. Un clérigo llamado Morardo dedicó a Ginguené, embajador de Francia en Cerdeña, un opúsculo intitulado Pensamientos libres sobre el culto y sus ministros; libro que puede considerarse como una apología de la teofilantropía. El P. Della Valle le refutó victoriosamente en un escrito que llevaba este título: Cuatro palabras a Gaspar Morardo. Se asegura que habiendo llevado un francés a América los libros de los teofilántropos, intentó infructuosamente introducir el nuevo culto en Filadelfia.

Volvamos ahora a los teofilántropos de la capital donde estaba el foco de la secta. Apenas habían transcurrido diez y ocho meses de su fundación, ya estalló el cisma entre los discípulos. Los que estaban en posesión de la iglesia de santo Tomás de Aquino, habían dado a su culto el título de no católico. Los administradores de aquel templo estamparon la siguiente declaración en una acta oficial del 16 de termidor del año VI:

«Los administradores &c. declaran que no han sacudido el yugo de una secta para abrazar otra: que no obstante han creído que no debían rehusar los servicios ofrecidos por los lectores del culto que toma el nombre de culto de los teofilántropos, porque su moral y sus prácticas les han parecido razonables y porque importa al orden público que se erija un culto nuevo, de cualquier naturaleza que sea: que a pesar de la pureza de los dogmas y el deísmo puro que profesan los teofilántropos, es preciso que no haya nada en la disciplina de una religión cualquiera que pueda ser contrario a las leyes: que sin embargo han notado que los lectores de los teofilántropos parece se forman en secta, se estrechan en comunión, se distribuyen exclusivamente misiones y reconocen un centro de doctrina y de policía entre ellos. Este modo de propagarse les parece contrario al régimen republicano, que no debe tener otro vínculo político que el de la patria, otra jurisdicción que la de los magistrados, ni otra censura que la de la ley. Las antiguas repúblicas tenían cultos libres; pero sus ministros no formaban una especie de jerarquía, comunión &c. entre sí. Para evitar que los lectores teofilántropos degeneren del culto que profesan y que está en su pureza primitiva, los dichos administradores han tomado posesión del templo de su distrito para establecer en él un culto sin misterios, sin superstición y sin dogmas exagerados y por consiguiente diverso del de los católicos. En consecuencia los administradores del culto del templo del décimo distrito se constituyen libres e independientes de la junta de los teofilántropos que reside en Catherine, y de cualquier otra. Las ceremonias, cánticos, lecturas y días de fiesta indicados por la ley serán determinados por los dichos administradores, que adoptarán, si lo juzgan conveniente, las ceremonias y cánticos de los otros templos por imitación y no por jurisdicción. No admiten otras jurisdicciones y relaciones que las de las autoridades constituidas y consienten que el culto que se profese en el templo, se intitule culto primitivo

En general era tal el espíritu de independencia que animaba a los celadores de la nueva secta, que los más de ellos concibieron recelos y temores y aun mostraron disgusto cuando los discípulos eligieron ministros y estos adoptaron un traje y trataron de influir en el pueblo.

Como era de esperar, figuraron entre los sectarios de la teofilantropía una porción de hombres que durante la revolución habían representado los papeles más odiosos, por ejemplo de adoradores de la diosa Razón y partidarios del culto de Marat. También se distinguían algunos personajes entonces célebres como Creuzé Latouche, Julien de Tolosa, Regnault, Dupont de Nemours &c. En general casi todos eran republicanos. Si hemos de creer a un historiador de la teofilantropía, Bernardino de Saint-Pierre fue también uno de sus sectarios y aun hizo de padrino de un recién nacido en el templo de santo Tomas de Aquino. En el año sexto Palissot dedicó a los teofilántropos una nueva edición del folleto de Boucher de la Richardiere intitulado: De la influencia de la revolución en el carácter nacional, donde se halla un pomposo elogio del nuevo culto. Mercier que en El hombre salvaje había anunciado que el universo se sometería a la moral evangélica, exclama en su Nuevo París con ocasión de la teofilantropía: «Gracias inmortales sean dadas a la filosofía, la razón triunfa.»

Comúnmente se cree que Lareveillere-Lepaux, individuo entonces del directorio, fue uno de los propagadores más celosos del culto teofilantrópico y que en razón a la influencia que le daba su dignidad, era considerado como el patriarca de él y ejercía una especie de pontificado. Los discípulos han rebatido esta aserción pretendiendo que su religión se había establecido sin ningún concurso de la potestad civil. Al tiempo de su caída negaron positivamente que el director hubiese sido uno de sus corifeos y publicaron por carteles su denegación. Hoy no se conservan documentos por los cuales pueda juzgarse la cuestión: lo que hay de cierto es que en un discurso que Lareveillere-Lepaux pronunció en el instituto el 12 de floreal del año V, es decir, a los cinco meses de haber nacido la secta, se desató en violentas invectivas contra el catolicismo acusándole de destructivo de la libertad y manifestó deseos de que se erigiese un culto sencillo que tuviera un par de dogmas y una religión sin sacerdotes; cosas bastante difíciles de conciliar. Se sabe también que asistía algunas veces a las juntas de la nueva secta y que contribuyó con una módica ofrenda cuando los administradores del templo de San Sulpicio hicieron una colecta en el distrito del directorio. Se puede pues colegir que si este director que se jactaba de haber humillado al papa y al sultán y que fue uno de los enemigos más fogosos de la religión, no observó públicamente el nuevo culto, profesó a lo menos sus principios{6}.

Ya hemos visto que los agentes de la autoridad en diversos lugares favorecieron a los teofilántropos aun con perjuicio de los católicos. El gobierno, si no les concedió una protección especial, a lo menos usó de una indulgente tolerancia para con ellos. En efecto muchos de sus agentes apoyaban abiertamente a la nueva secta, y el ministro de lo interior enviaba graciosamente el Manual de los teofilántropos a las provincias. Otra prueba de esta tolerancia tenemos en el tratado con la corte de Nápoles extendido por Carlos Lacroix y ratificado por el cuerpo legislativo el 3 de brumario del año V. El artículo noveno dice: Todo ciudadano francés y todos los que componen la familia del embajador o ministro y las de los demás agentes acreditados y reconocidos de la república francesa gozarán en los estados de S. M. el rey de las dos Sicilias la misma libertad de culto que disfrutan los individuos de las naciones no católicas más favorecidas en esta parte. Si se considera por un lado que los fundadores de la teofilantropía habían adoptado el Manual de Chemin desde el mes de vendimiario y por otro que el gobierno muy mal dispuesto en favor de los católicos no podía ignorar los proyectos de los nuevos sectarios; no debe quedar duda de que la cláusula preinserta se incluyó en el tratado con la idea de favorecer a estos. Es de notar que la misma cláusula forma parte del tratado negociado con Portugal y que no se estipuló en los ajustados con las naciones no católicas como los Estados Unidos, la Inglaterra, la Holanda &c., donde la libertad de cultos no experimenta ninguna dificultad.

Las juntas teofilantrópicas que fueron al principio muy concurridas porque la curiosidad llamaba a una muchedumbre de espectadores, se acabaron por falta de concurrencia. Vemos que en la época del 18 de brumario del año VIII la secta no ocupaba más que los templos del Reconocimiento (San Germán el auxerrés), del Himeneo (San Nicolás de los campos), de la Victoria (San Sulpicio) y de la Juventud (San Gervasio). Al fin en 4 de octubre de 1801 decretaron los cónsules que los teofilántropos no pudieran reunirse más en los templos nacionales. En esta ocasión se publicó un opúsculo Sobre la interdicción del culto de la religión natural, en el que se queja el autor de que la autoridad civil no quiso darles testimonio de su declaración para continuar en un edificio alquilado por ellos.

Así cayó en Paris a los cinco años de existencia el culto teofilantrópico que en las provincias duró aún menos tiempo, sin que en breve quedase ningún vestigio de él.

El señor Isambert probó, pero en vano, a resucitar esta desacreditada secta en una época inmediata a la revolución de 1830.




{1} Premontval que había abandonado el catolicismo para hacerse protestante, publicó en 1756 un libro intitulado Panagiana panúrgica o el falso evangelista, cuya tendencia es a probar la necesidad de dar un rito a la religión natural. En 1776 David Williams dio a luz con el mismo objeto una liturgia fundada en los principios universales de religión y moral. Abrió también una capilla en Londres para reunir a los libres pensadores de todas las religiones y se anunció como sacerdote de la naturaleza. Pero su proyecto abortó en breve, porque la mayor parte de sus discípulos, habiendo llegado gradualmente del deísmo al ateísmo, consideraron desde luego como inútil toda especie de culto. Más adelante se publicaron sucesivamente una porción de obras concebidas con el mismo designio, entre las que es de notar una que precedió poco tiempo a la teofilantropía y que llevaba por título: Extracto de un manuscrito intitulado El culto de los adoradores, que contiene fragmentos de sus diferentes libros sobre la institución del culto, las observancias religiosas, la instrucción, los preceptos y la adoración. El autor era el diputado Aubermenil.

{2} Véase el Manual de los teofilántropos escrito por C..., segunda edición, París, año V; la Instrucción elemental acerca de la moral religiosa compuesta por el autor del Manual, París, año V; el Año religioso de los teofilántropos, por el mismo, París, año V.

{3} Algunos clérigos que se hicieron teofilántropos, propusieron (y en efecto se aprobó) un traje que consistía en casaca azul, cinturón color de rosa, túnica blanca o manto.

{4} Según estas disposiciones se ve que el cadáver no era llevado al templo.

{5} Los revolucionarios franceses que lo trastornaron todo hasta el calendario, dividieron el mes no en semanas, sino en décadas, y el día décimo o último de cada década se llamaba decadi.

{6} Dícese que un compañero suyo se chanceaba un día con él a propósito de la teofilantropía, y le persuadía a que para preparar el triunfo de esta secta se dejase ahorcar y resucitase a los tres días, asegurándole que en tal caso sería infalible el buen éxito.