Prisciliano
PRISCILIANO, Priscillianus, Heresiarca, Gallego, caudillo de los Priscilianistas Españoles, dimanaba de una familia noble y rica, y era dotado de mucho entendimiento, elocuencia, doctrina. Padecía sin quebranto alguno el trabajo que motivan las vigilias, las penitencias, y las mortificaciones corporales; parecía ajeno de toda avaricia, y habría pasado sin duda por un grande hombre, si el orgullo no hubiera principiado a marchitar sus buenas partidas, y si la herejía no hubiera acabado de corromperlo enteramente. Un Egipcio llamado Marcos, hereje, habiendo sembrado los errores de los Gnósticos en las Gaulas, a lo largo del Ródano, empeñó en sus dictámenes a cierta Agapa, y a un Retórico llamado Elpidio, los cuales instruyeron a Prisciliano. Cubría la vanidad que lo instaba con las apariencias de una humildad profunda, y lo seguían mujeres como a un hombre de Dios. Con tales socorros le fue fácil atraer los pueblos en sus errores; y en efecto esta secta se difundió mucho en muy corto tiempo. Además de las abominaciones de los Gnósticos, enseñaba Prisciliano era el alma de la misma substancia que Dios, y que descendiendo a la tierra por siete cielos, y otros ciertos grados de principado, caía en manos del principio malo, quien la sembraba en el cuerpo. Componía el cuerpo de doce partes, a cada una de las cuales presidía un signo celeste. Condenaba el uso de la carne de lo animales, y el matrimonio, como una conjunción ilegítima, y separaba las mujeres y los maridos sin consentimiento suyo. Según su dictamen, la voluntad del hombre estaba sometida al poderío de las estrellas, lo cual le imponía una necesidad indecible. Decía que Jesucristo era la misma persona que el Padre, y el Espíritu-santo confundiendo las personas de la Trinidad con Sabelio, y quería se ayunase el día de domingo, y el día de Navidad, por que no creía hubiese tomado Jesucristo Señor Nuestro carne verdadera. Cuando los Priscilianistas se hallaban en las iglesias ortodoxas, recibían la Eucaristía pero no la consumían: tenían la mentira por una cosa permitida; finalmente reunían diversas herejías ya condenadas, y diferían únicamente de los Maniqueos en el nombre. Su libro favorecido era un volumen que llamaban la Libra, por causa de que en doce cuestiones como en doce onzas, se veían explicadas todas las blasfemias suyas. Fue en el año de 379 cuando comenzó a aparecer esta herejía. Higinio, obispo de Córdoba, fue el primero que se opuso a ella, y sabiendo que Instancio, y Salviano, obispos de la Bética, habían abrazado con mayor empeño, entre otros, los dichos errores, y estaban ya tan depravados que no era posible apartarlos del error en que se habían empeñado, lo notició a Idacio, obispo de Mérida, el cual arrebatado del ardor de fu celo, empezó a publicar por herejes a Instancio y a Salviano y a cuantos les seguían, negándose a comunicar con ellos. Irritados de esto los herejes, sacaron con más desvergüenza que hasta entonces la cara al empeño, con que los obispos Católicos procuraron con todo su esfuerzo apagar en su principio aquella llama que había prendido fuertemente en España, habiendo tenido su exordio en Egipto. Negocio de tal entidad se llevó al concilio que se tuvo en Zaragoza el año de 381, compuesto de obispos de España y de Aquitania. Véase Zaragoza. Los Priscilianistas no se atrevieron a parecer en el, ni presentarse, y sus caudillos fueron condenados aunque ausentes, quienes fueron Instancio y Salviano, obispos, Elpidio, y Prisciliano, laicos. Después de esta condenación y sentencia del concilio, la cual irritó más a los Priscilianistas, y especialmente a los obispos Instancio y Salviano, estos por hacer más poderoso su partido, consagraron a Prisciliano por obispo de Ávila, persuadidos a que con el carácter de obispo estaría más seguro. Los obispos Católicos de España deseando entonces arrancar del todo las raíces de la nueva herejía, enviaron a los dos obispos Idacio y Ithacio a sacar orden del emperador Graciano, para que todos los herejes salieran desterrados de España. El emperador la dio por escrito, atendiendo a la justicia de la causa, y volviendo dichos obispos con ella, salieron desterrados Prisciliano, Instancio y Salviano; pasaron a las Gaulas donde sembraron su cizaña, y engañaron algunas mujeres, y después a Roma a purgarse con san Dámaso de los errores que decían se les imputaban, para parecer Católicos, y ver si podían engañar al santo papa, pero este pontífice bien informado de sus maliciosos artificios, no quiso escucharlos, con cuya repulsa se encaminaron a Milán, (habiendo muerto en Roma Salviano,) por ver si podían lograr alguna ventaja con san Ambrosio; el santo, sabiendo también quienes eran, tampoco quiso oírlos; con que despechados pasaron a las Gaulas, donde se hallaba el emperador Graciano, y valiéndose de Macedonio, maestro de los oficios, que era como el secretario de estado, sobornándolo con algún dinero, sacaron decreto para que pudiesen volver a España, y fuesen restituidos a sus iglesias, anulando todo el decreto antecedente, y remitiendo el conocimiento de esta causa a Volvencio, vicario de ella, con lo cual volvieron tan ufanos como si hubieran logrado un triunfo grande de los Católicos. Los Priscilianistas, con el decreto que habían ganado del emperador Graciano; traían a lo que parece, muy alterada nuestra provincia; por que Carterio, que como obispo suscribió en el concilio de Zaragoza, y era Español, se halló este año o el siguiente en Roma, sobre oponerle los Priscilianistas, según conjetura de un nuevo escritor de nuestros días, que por haberse casado dos veces, una antes de bautizarse, y otra después del bautismo, estaba irregular, y así que no podía obtener la sede episcopal que ocupaba, a quien defendió el glorioso san Gerónimo, que pasó entonces a Roma con san Epifanio, para extinguir la dilatada discordia de la iglesia de Antioquía. Instancio y Prisciliano, con el mismo decreto, y la recomendación de Macedonio a Volvencio, procónsul o vicario, sin contradicción alguna, se restituyeron a sus iglesias, cobrando cada día más ánimo por tener de su parte a Volvencio, a quien con el dinero habían ganado a su partido, con lo cual dieron de Ithacio una querella criminal como de perturbador y alborotador de la paz de las iglesias de España, por lo cual mandó Volvencio que saliese desterrado de ella con ignominia. Ithacio, a vista de esto, se huyó a las Gaulas a dar cuenta de lo que se ejecutaba a Gregorio, prefecto de ellas, el cual averiguada la verdad, mandó se trajesen presos los principales autores de la herejía y de los alborotos de nuestras iglesias, dando de todo noticia al emperador Graciano, para que con su autoridad se le cortasen del todo los pasos al error; pero como Graciano era descuidado y flojo dejando todo el gobierno a sus ministros, que hacían lo que querían, los Priscilianistas, con una cantidad de dinero que dieron a Macedonio, sacaron un decreto para que el prefecto Gregorio se inhibiese de la causa, y solo conociese de ella el vicario de la provincia, enviando a Tréveris donde se hallaba Ithacio, ministros para que le trajesen a España; pero este, teniendo noticia, procuró esconderse favorecido del obispo Pritannio, y los dejó burlados. Habiendo muerto Graciano, se puso Máximo a vista de Italia con el ánimo de hacerse dueño de ella, y de cuanto dominaba Valentiniano. Así que llegó a Tréveris, pasó a verlo Ithacio, obispo de Ossonoba, y le dio cuenta del estado en que tenía a España la herejía de los Priscilianistas, dándole noticia por escrito en un apologético de cuanto había pasado, sus errores, y maldades notorias a todos ; con lo cual mandó al prefecto de las Gaulas, y al vicario de España que era Mariano, remitiesen al sínodo que se había de tener en Burdeos, a Prisciliano, y a cuantos se hallaban tocados de sus errores, dando orden a los obispos para que se juntasen en dicha ciudad, y conociesen de la causa de los culpados.
Al tiempo señalado, concurrieron los obispos al concilio de Burdeos, habiendo remitido el vicario de España a el, los obispos Instancio y Prisciliano con los más declarados secuaces de sus errores, yendo también contra ellos en prosecución de la causa, algunos obispos de nuestra provincia. En él se trató primero de la causa de Instancio, quien no purgándose de lo que se le objetaba, fue depuesto. Prisciliano, conociendo que también había de salir condenado, apeló al emperador Máximo, y los obispos del concilio por desembarazarse de esta materia le sustrajeron al Juicio, con que Prisciliano y los demás fueron llevados a Tréveris para que Máximo conociese de su causa, siguiéndole Ithacio, prelado de Ossonoba, y Idacio de Mérida sus acusadores.
Ithacio había tomado esta materia con tanto empeño, que propasándose del celo y modestia episcopal, a cuantos les parecían mal sus intentos, notaba de ignorantes o de sospechosos de la herejía, tanto que a san Mastín obispo de Tours que se hallaba entonces en Tréveris, para suplicar a Máximo dejase el conocimiento de esta causa a los obispos, o que la tratase sin verter sangre, le trató públicamente de hereje; pero san Martín con su grande opinión de santidad, persuadió que el conocimiento de ella se dilatase, y estando para partirse, hizo le prometiese Máximo, que el Juicio de ella sería sin derramar sangre; pero así que el santo salió de Tréveris, a instancias de Magno, y Rufo, según parece, prelados Españoles, que habían ido en seguimiento de ella contra Prisciliano, mudó Máximo de intento, y mandó que el prefecto Evodio, conociese de las causas de todos los acusados de la herejía. Evodio, conociendo la causa de Prisciliano y compañeros, hallándolos convictos y confesos de los delitos que les habían acusado, suspendió la sentencia hasta dar parte a Máximo, procurando tenerlos asegurados con la custodia necesaria. Máximo, con esta noticia determinó fuesen castigados con pena de muerte. Ithacio, viendo lo mal que había de parecer a los prelados Católicos, que la instancia de su acusación hubiese sido causa de padecerlos reos pena capital, y la irregularidad que contraía, procuró desistir con disimulo de ella, conociendo estaba ya asegura de su castigo; a vista de esto, nombró Máximo por actor en la causa a Patricio, patrón del fisco, con que últimamente convencidos de sus maldades, fueron condenados a muerte Prisciliano, Felicísimo, y Armenio; Latroniano o Matronieno, y Eucrocia mujer del orador Elpidio (maestro de Prisciliano, de quien aprendió su error) Juliano, y quizás otros. El obispo Instancio, fue desterrado a la isla Silina, que se cree ser Irlanda.
Ejecutada la sentencia en Prisciliano, y sus compañeros, se pasó al Juicio de las causas de los demás; Asarino, y Aurelio diácono, fueron condenados a muerte; Tiberiano, confiscados todos sus bienes, fue también desterrado a la misma isla que Instancio. Tertulo Petamio, y Juan, por no ser personas de cuenta, y por que al punto confesaron su delito, y descubrieron las maldades de los principales fautores de la herejía, merecieron alguna conmiseración, y así fueron desterrados por algún tiempo a España. Prisciliano escribió algunas obras llenas de sus errores; Matronieno, fue muy bien poeta, de quien tuvo san Gerónimo algunas obras, que le hacían igual a los más célebres poetas antiguos. Tiberiano, fue Andaluz, y para purgarse de la herejía que se le imputaba, escribió un apologético con estilo inflado y afectado, el cual despechado por causa del destierro, casó una hija que tenía consagrada a Dios.
Después de la muerte de Prisciliano y sus compañeros, estuvo tan lejos de apagarse el fuego de su herejía, que antes creció mas el incendio, por que sus secuaces cogieron los cadáveres de los castigados y los trajeron a España, donde empezaron a darles culto, como si hubiesen sido mártires. Este suceso ocasionó grandes altercaciones entre los prelados de las Gaulas, por que unos no querían comunicar con Ithacio, y Idacio, acusadores de Prisciliano, y de sus secuaces, y causas de sus muertes, teniéndolos por irregulares, viendo que con todo eso se portaban como obispos. Otros, viéndolos favorecidos de Máximo, comunicaban con ellos por haberse sustraído Ithacio a la acusación antes de la sentencia de Máximo, siendo el principal que defendía no había de comunicar con ellos, un obispo de las Gaulas llamado Thegonisto. Máximo, viendo la discordia que había entre los obispos Católicos sobre la comunión de Ithacio, y Idacio o Ursacio, mandó juntar un concilio en Tréveris, donde se juzgase esta causa. Juntos en el los mas de los obispos, por emplacer a Máximo, declararon no estar Ithacio separado de la comunión de la iglesia, ni irregular, resistiéndolo algunos obispos tenaces de la disciplina eclesiástica. Abdicóse Ithacio o Ursacio voluntariamente del ministerio episcopal, en que procuró después restituirse.
En este ocasión teniendo Máximo animo de enviar tribunos pesquisidores a nuestra España, para que a los tocados en la herejía quitasen la vida, y confiscasen los bienes, conociendo san Martin, obispo de Tours los daños que habrían de sobrevenir a los Católicos de nuestra provincia, por la ciega codicia de los jueces pesquisidores que nunca hacen distinción de personas, aunque le llevaban otros cuidados, fue a Tréveris a verse con Máximo; con cuya noticia los obispos del concilio se sobresaltaron, temiendo que san Martín les negase su comunión, y procuraron que Máximo no le permitiese entrar en la ciudad sin que primero profesasen la comunión con ellos; a que respondió san Martin venía con paz Cristiana con que entró en la ciudad sin querer comunicar con los obispos que se hallaban en ella, y habían favorecido la parte de Ithacio. Los prelados se quejaron agriamente de esto a Máximo; y conociendo este la gran santidad de san Martín, procuró vencerla con blandura, dándole a entender que la causa de Ithacio se había justificado en el concilio, y se le había dado por libre del exceso que se le acriminaba, y viendo que no le podía persuadir, enojado le volvió la espalda mandándole salir de palacio, y ordenando que al instante se despachasen a España los ministros pesquisidores que había determinado; con esta noticia san Martín de parte de noche, fue corriendo a palacio, y viéndose con Máximo, lo prometió la comunión con los obispos, que antes rehusaba, con tal que se desistiese en enviar los ministros que había determinado a España; teniendo la caridad grande de este santo por menos mal comunicar con aquellos prelados que no padeciese la iglesia de España las tiránicas extorsiones de sus ministros. Este tal príncipe, que no dejaba perder ocasión de cuantas podía lograr contra los Priscilianistas, mandó que Higinio, obispo de Córdoba, saliese desterrado de España, y le trajesen a su presencia para señalarle el lugar de su destierro; lleváronlo pues cargado de años, desnudo y sin abrigo alguno de quien tuvo al verlo san Ambrosio gran compasión, sin que sepamos el fin de este miserable obispo.
El emperador Teodosio, que había ocupado el trono por la muerte violenta de Máximo, hallándose en Milán, y viendo el cisma que mediaba entre los obispos de las Gaulas, España, e Italia, sobre la comunión de Ithacio, defendiendo unos se podía comunicar con el, y negándolo otros, no queriendo tener comunicación con los que lo defendían, determinó se volviese a juzgar la causa de Ithacio, para lo cual se juntó en dicha ciudad un concilio de algunos obispos; y habiéndola juzgado con madurez, fue depuesto Ithacio del ministerio episcopal, y desterrado, ejecutándose lo mismo con Ursacio. Ithacio murió poco después. A este concilio parece vinieron algunos prelados de España, y entre ellos Simposio y san Dictino, los cuales fueron recibidos a la comunión con la protesta de cumplir algunas condiciones que parece no lo ejecutaron después.
Por los años 391 de J. C. Simposio, obispo de la provincia de Galicia, y en dictamen de muchos, de León, hallándose la iglesia de Astorga sin prelado, a instancias del pueblo, consagró por obispo de ella a san Dictino, que se hallaba en el grado de presbítero, y había abjurado ya los errores de Prisciliano, por los cuales había escrito algunos libros, atento al santo ejemplo de su vida, después de haberse reducido al gremio de la iglesia Católica. Esta, y otras consagraciones de obispos, que parece hizo Simposio por no haber prelado en Braga, y ser el, el prelado más antiguo de la metrópoli de Galicia, ocasionó algunas discordias entre los demás prelados; por que los mas celosos de la disciplina eclesiástica, no querían comunicar con ellos, respecto de estar prohibido de ascender a grado superior por Siricio, los clérigos que hubiesen caído en la culpa de la herejía; lo cual debía de parecer a Simposio que no debía observarse siempre, porque algunas veces para bien de la iglesia debía hacerse lo contrario. Por los años de 400 se juntó en la ciudad de Toledo el primer sínodo de los que se celebraron en ella, para desarraigar la herejía de Prisciliano, y reducir a unión los prelados de España, cuya discordia la había fomentado, no tan solamente la herejía, sino también la causa de Ithacio, y compañeros, y la falta de observancia de los sagrados cánones. San Dictino, obispo de Astorga, pidió a los padres del concilio perdón y corrección de sus errores; condenándolos todos, y condenando a su autor Prisciliano y los libros que él había escrito, y el autor de la herejía. Lo mismo hizo Simposio, y Comasio su presbítero, condenando a Prisciliano, sus errores, sus libros, y la herejía de que la persona del hijo era innascible. Lo mismo Isonio, Vegetino, y Auterio, obispos de Galicia, y Paterno, obispo de Braga, a los cuales restituyeron a la comunicación, con tal que se esperase la determinación del pontífice Romano, y otros prelados, sobre esta materia, y que se abstuviesen de celebrar órdenes, apartando de ellas a los obispos Herenas, Donato, Acurio y Emilio con todos los demás que no quisieron condenar los errores de Prisciliano y su persona, y lo último que se determinó en el, fue, que Ortigio, obispo de Celemir en Galicia, de donde lo habían repulsado los Priscilianistas, fuese restituido a su diócesis. Véase Toledo. Además, fueron condenados los Priscilianistas por un rescripto de Honorio el año de 407, y por el papa san León, por medio de una carta en que condenaba todos sus errores, y con especialidad diez y seis capítulos principales. Esta es la 93 de las epístolas de este santo pontífice que comenza así. Quam laudaviliter pro Catholica fidei veritate movearis, &c. Los obispos de España excitados con esta epístola, celebraron concilios, en los cuales acabaron de condenar a los Priscilianistas, y finalmente el concilio de Braga del año de 563 renovó la condenación de sus errores. Véase Braga. * San Gerónimo, Catal. scriptor Eccles. Sulpicio Severo, lib. 2. y dial. 3. San Agustín, Hæres. 70. Prateolo, V. Priscil. Sandero, Hæres. 84 y 103. Baronio, A. C. 301. y siguientes. Godeau, Historia Eclesiástica. Tillemont, Memorias. Du-Pin, Biblioth. de los Autores Eclesiásticos del V. siglo.