Vissarion Grigorievich Belinski (1810-1848)
Gran educador, demócrata revolucionario y socialista, crítico literario y publicista ruso; uno de los hombres de Rusia, cuyo pensamiento «en el curso de casi medio siglo, aproximadamente desde la década del 40 hasta la del 80, del siglo pasado... bajo el yugo del zarismo salvaje y reaccionario, buscaba ávidamente la teoría revolucionaria justa, siguiendo con celo y diligencia sorprendentes detrás de todas y de cada una de las “últimas palabras” de Europa y de América en este terreno» (Lenin). En su desarrollo filosófico, Belinski salvó la distancia desde Schelling y Fichte hasta el idealismo de Hegel y, más adelante, hasta el materialismo de Feuerbach. En 1837-1839, Belinski es miembro del círculo de los partidarios de Hegel (el círculo de Stankevich) y colaborador principal del órgano de los hegelianos rusos, El Observador Moscovita. Pero el lado conservador de la teoría de Hegel, que proclamó las conclusiones de su filosofía como la verdad absoluta, obligó a Belinski a romper con el sistema idealista de Hegel. “Es mejor morir antes que hacer la paz con el carácter absoluto de sus resultados”, escribe. Se convirtió en materialista-feuerbachiano. En sus artículos publicados en los Anales de la Patria en 1841-1846 y en el Contemporáneo en 1846-1848, formula los principios fundamentales de la concepción materialista y revolucionaria del mundo de los plebeyos, que se levantan en lucha contra la autocracia y el régimen de servidumbre. Partiendo de la tesis materialista de que la realidad precede a la conciencia, ridiculiza a los “espiritualistas” que inventan “causas imaginarias en la Naturaleza”. La teoría filosófica justa es necesaria para mirar perspicaz y correctamente los fenómenos de la realidad. “El valor de los problemas teóricos depende de su relación con la realidad”. Belinski da una definición materialista del arte: “El arte es la reproducción de la realidad, el mundo repetido como nuevamente creado”. Pero el arte no puede ni debe reflejar todos los momentos parciales, casuales de la realidad. “El poeta no debe expresar lo particular y lo casual, sino lo general y lo necesario que da el colorido y el sentido de toda su época”. El valor más grande de la literatura estriba en que ayuda al pueblo a realizar la “noble y legítima aspiración de adquirir conciencia de sí mismo”, conocer su situación, sus objetivos. Belinski es un socialista utópico, un enemigo irreconciliable del oscurantismo, del zarismo y de la servidumbre. “Hasta su misma muerte, este hombre marchó hacia adelante, expresando sus pensamientos cada vez con mayor plenitud y precisión”, escribía sobre él Chernichevski. En 1847, estando ya mortalmente enfermo, Belinski escribió la famosa Carta a Gogol llena de pasión revolucionaria y de odio al régimen autocrático de servidumbre y a la iglesia ortodoxa. Esta carta que, “hizo el resumen de la actividad literaria de Belinski, fue una de las mejores producciones de la prensa democrática no censurada, que conserva su inmenso y vivo valor hasta hoy”, escribía Lenin en 1914. Las palabras escritas por Belinski hace más de cien años suenan hoy como una profecía: “Envidiamos a nuestros nietos y bisnietos, que están destinados a ver a Rusia en 1940 al frente de un mundo culto, dando leyes tanto a la ciencia como al arte y recibiendo el tributo devoto del respeto de toda la humanidad ilustrada”. Las principales obras de Belinski son: Las obras de Alejandro Pushkin, 1843-1845; Una mirada sobre la literatura rusa de 1846, 1847; Carta a Gogol, 1847; Una mirada sobre la literatura rusa de 1847, 1848, y otras.
Diccionario filosófico marxista · 1946:26-27
Visarion Grigorievich Belinski (1811-1848)
Eminente filósofo materialista ruso, demócrata revolucionario, fundador de la estética democrática revolucionaria, brillante crítico literario. Sus ideas se formaron bajo la influencia de la lucha creciente del campesinado contra los grandes propietarios de la tierra y el zarismo. En la década del treinta al cuarenta, toda la lucha ideológica y política en Rusia gravitaba alrededor del problema de la servidumbre. Durante la década del treinta, Belinski era enemigo de la servidumbre, pero no profesaba todavía ideas revolucionarias. Ya en los primeros años después del cuarenta, aparece como un demócrata revolucionario convencido y animador de la lucha contra la servidumbre, por la liberación del campesinado oprimido. Aparece como el precursor de “la expropiación total de la nobleza por los plebeyos en nuestro movimiento de liberación” (Lenin, Obras, Ed. rusa). Es cierto que no llegó a enunciar formalmente entonces la consigna de la revolución campesina como lo harían más tarde Chernishevski (ver) y sus compañeros, pero llegó a comprender que sólo la revolución popular podía barrer la esclavitud feudal y liberar al pueblo trabajador. Sometió a una crítica implacable a los tres “pilares” de la Rusia feudal: la servidumbre, la aristocracia y la Iglesia. Es conocido el libro de Gógol, Trozos escogidos de mi correspondencia con amigos, que escribió en plena crisis moral. La célebre carta a Gógol (1847) en la cual Belinski critica con vehemencia las ideas reaccionarias de esa obra, constituye un testimonio deslumbrante de su democratismo revolucionario. Este testamento revolucionario que establecía el balance de su actividad literaria, política y social, “ha sido una de las mejores obras de la prensa democrática no sometida a censura, y ha conservado un valor inmenso hasta nuestros días”. (Ibid.).
Esta carta, así como otros escritos de la década del cuarenta, expresaban los intereses de las masas campesinas oprimidas, sus aspiraciones y sus esperanzas.
La evolución de las ideas filosóficas de Belinski siguió un camino complicado. Hasta fines de la década del treinta, primer período de su actividad, Belinski, bajo la influencia de Hegel, es partidario del idealismo filosófico, con el cual no tardará en romper. Como revolucionario que aspiraba ardientemente a la lucha por la liberación del pueblo trabajador, no puede aceptar la filosofía idealista que levanta una barrera entre el pensamiento y la práctica, entre la teoría y la vida. A comienzos de la década del cuarenta, en el curso de la lucha contra la ideología reaccionaria rusa y europea, Belinski pasa del idealismo al materialismo. Se convierte en un filósofo materialista convencido y defiende apasionadamente la filosofía materialista. Afirma que la conciencia del hombre, sus ideas, dependen del medio material exterior, que “las nociones más abstractas no son más que el resultado de la actividad de los órganos del cerebro, al cual son inherentes ciertas facultades y cualidades”. Ridiculiza a los místicos y a los émulos de la “filosofía nebulosa” del idealismo alemán, quienes, al vivir eternamente en la abstracción, consideran indigno de ellos, estudiar la naturaleza y el organismo humano. Enemigo del agnosticismo y del escepticismo, se esfuerza por afirmar la confianza de los hombres en la posibilidad del verdadero conocimiento del mundo. Su pasaje al materialismo, le permite desarrollar sus concepciones dialécticas y apoyarlas en una argumentación más profunda. El devenir no puede detenerse jamás ni en ninguna parte, afirma. El movimiento progresivo de lo inferior a lo superior es para él la ley absoluta de la vida. El desarrollo en la naturaleza y en la sociedad, condicionado por la lucha de contrarios inherentes a los fenómenos, se opera por la destrucción de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo.
El materialismo de Belinski no está libre de ciertos elementos de antropologismo (ver). Habla a menudo del hombre en general, deduciendo de la fisiología del hombre su actividad intelectual y sus cualidades morales. Estima que la naturaleza del hombre es la fuente del progreso social, del movimiento hacia adelante, así como también de toda rutina, de toda inercia. En cuanto a la lucha de lo nuevo contra lo viejo, la considera como la lucha de la razón contra los prejuicios. Sin embargo, contrariamente a Feuerbach (ver) cuyas obras conoce, Belinski se esfuerza por aplicar a la vida del hombre la idea del desarrollo, el principio del historicismo. Las necesidades del hombre, sus intereses, el hombre mismo, cambian en función de la historia. Belinski partía del carácter de clase de la sociedad y asignaba gran importancia a la lucha entre lo viejo y lo nuevo. Escribía: “Cada una de nuestras clases se distingue por la ropa, las maneras, el género de vida, las costumbres… ¡Tan grande es la distancia que separa… a las diversas clases de una sola y misma sociedad!”.
Belinski sufrió la influencia de los primeros trabajos de Marx. Leyó en los Anales franco-alemanes los artículos de Marx “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, “La cuestión judía”, y se lamentaba de no poder difundir esas ideas en la Rusia de aquel entonces. Lejos de ser contemplativa, la doctrina de Belinski tenía un carácter militante, revolucionario. Sus pensamientos tendían hacia un solo fin: la transformación revolucionaria de la sociedad sobre bases democráticas.
El centro de sus concepciones sociológicas es el concepto del determinismo histórico. Según él, la sucesión de una época histórica a otra, de un sistema de relaciones sociales a otro, no tiene un carácter fortuito, ni se efectúa al paladar de los gobernantes o legisladores: esta transición se cumple en virtud de la necesidad histórica y de acuerdo con sus leyes. Su concepción en última instancia idealista de la historia, no le permite sin embargo, justificar científicamente la idea del determinismo histórico, de coordinarla con la marcha real de la historia. No veía que la causa esencial y determinante de la lucha de clases, de la lucha de lo nuevo contra lo viejo, reside ante todo en el modo de producción de los bienes materiales (ver). Belinski no hacía distinción entre la clase obrera y la masa de oprimidos. Para él, el proletariado sólo era el elemento más desgraciado. En materia de sociología, tuvo sin embargo, numerosas intuiciones de carácter materialista. Comprendía que las masas populares desempeñan un papel decisivo en la historia. El poder debe, según él, pasar a las manos de los trabajadores por vía revolucionaria. Las masas populares, decía, no pueden todavía decidir la suerte de la sociedad, pero el porvenir depende de ellas. “…Mientras la masa duerme, haced lo que os parezca, todo saldrá de acuerdo a vuestros deseos”; pero a partir del momento en que despierte, el problema de la liberación de los campesinos “se resolverá por sí mismo de una u otra manera, mil veces más desagradable para la nobleza rusa. Los campesinos están sobreexcitados y sueñan con la liberación”. Belinski era un adepto ferviente del surgimiento y desarrollo de la industria, del comercio y de las vías férreas en Rusia. Estimaba que el capitalismo constituía un progreso en relación al feudalismo, pero comprendía que a partir de entonces, la burguesía “no lucha, sino que triunfa”, que el capitalismo sería incapaz de resolver los problemas nuevos, que no traería ni la libertad ni la felicidad a las masas populares. Sólo sería instaurada la igualdad, cuando fuera aplastada la dominación de la burguesía a la que llamaba “la plaga sifilítica” de la sociedad.
Como socialista utópico, Belinski declaraba que la idea del socialismo era lo esencial para él. Habiendo asimilado las mejores ideas de los socialistas utópicos de Europa Occidental, llegó gracias a su democratismo revolucionario, a una concepción más avanzada del socialismo utópico. No esperaba abolir la servidumbre por vía pacífica, sino par una revolución violenta. Era un gran patriota y amaba ardientemente al pueblo ruso. Su patriotismo se inspiraba en su democratismo revolucionario. Luchaba contra los paneslavistas y los eslavófilos, que formaban un solo grupo para elogiar la servidumbre rusa. Fustigaba a los “hombres sin fe ni ley de la humanidad”: a los cosmopolitas, a los liberales burgueses-feudales, a los “occidentales” que querían hacer de Rusia un apéndice de Europa capitalista, que menospreciaban en toda forma al pueblo ruso y su cultura. Para Belinski, el sentido común, el amor al trabajo, el espíritu inventivo, la firmeza de alma, la ausencia de misticismo, el impulso generoso, el valor y el heroísmo en la lucha contra los enemigos, constituían las cualidades inherentes al pueblo ruso que le permitieron defender su tierra, su libertad y su independencia contra los invasores, y crear su Estado y su cultura nacionales. Belinski subrayó muchas veces que el patriotismo del pueblo ruso desempeñó un papel primordial en el mantenimiento y reforzamiento de la independencia de Rusia. Era partidario de la amistad de las masas populares de nacionalidades diferentes, quería despertar la simpatía por los pueblos oprimidos de Rusia y se rebelaba contra la opresión y la violencia nacionales. Comprendía perfectamente la necesidad de un vínculo estrecho y de una cooperación entre los diferentes pueblos del mundo, y deseaba que Rusia mostrara a todos los pueblos del mundo el ejemplo de una comunidad de naciones, el ejemplo de una vida nueva y feliz. Tuvo palabras proféticas sobre el destino grandioso de Rusia: “Envidiamos a nuestros nietos y bisnietos, que están destinados a ver a Rusia en 1940, al frente de un mundo culto, dando leyes tanto a la ciencia como al arte, y recibiendo el homenaje de admiración respetuosa de toda la humanidad ilustrada”.
Belinski, fundador de la estética y de la crítica democrático-revolucionarias, dio una definición materialista de la esencia del arte: éste, según él, reproduce la realidad, repite y vuelve a crear, por así decir, el mundo. A Belinski debemos los principios teóricos del realismo artístico. Defendía la función social del arte y condenaba el arte contemplativo. El arte auténtico es para él un arte rico en ideas que traza a los hombres el verdadero camino de la vida y de la lucha contra la opresión social. El arte verdadero no se aparta del pueblo, vive con él, lo exalta en la lucha contra los opresores, llama al pueblo a marchar adelante. “El espíritu popular es el alfa y omega de la estética de nuestro tiempo…” escribía Belinski. «Después de Belinski, los mejores representantes de la intelectualidad revolucionaria democrática de Rusia repudiaron lo que se llama “el arte puro”, “el arte por el arte”, y se convirtieron en los campeones de un arte para el pueblo, de un arte poseedor de un elevado alcance ideológico y social» (Zhdanov). Las obras de Belinski sobre crítica literaria fueron de un valor inestimable para el florecimiento de la literatura y han conservado hasta hoy toda su frescura y su actualidad. El arte soviético se beneficia con todo el aporte precioso de Belinski en el dominio de la estética y la crítica literaria; aprende de él a ser intransigente con todo lo atrasado, y hace suyas sus ideas sobre la elevada misión del arte de vanguardia al servicio del pueblo y de la patria. Principales obras: Ensueños literarios (1834), Obras de Alejandro Pushkin (1813-1816), Vistazo sobre la literatura rusa en 1846 (1847), Vistazo sobre la literatura rusa en 1847 (1848), Carta a N. Gógol, 3 de julio de 1847 y otras.
Diccionario filosófico abreviado · 1959:42-45
Visarión Grigórievich Belinski (1811-1848)
Demócrata revolucionario ruso, crítico, fundador de la estética realista en Rusia. Belinski es el precursor de los intelectuales pequeñoburgueses que desplazaron totalmente a los nobles en el movimiento ruso de liberación. Nació en Sveaborg, su padre era médico. En 1829 ingresó en la Sección de letras de la Universidad de Moscú, de la que fue excluido en 1832. Desde 1833, colaborador de la revista «El telescopio», en cuyo suplemento –Rumor– publicó su primer artículo importante: «Sueños literarios» (1834). Publicaba también sus trabajos en la revista, de la que fue director. «El Observador de Moscú» (1838-39). Desde fines de 1839, vivió en Petersburgo donde se encargó de la sección de crítica literaria en las «Notas patrias»; desde 1846, dirigió la sección de crítica de «El Contemporáneo». En 1847, fue al extranjero por motivos de salud. Murió de tuberculosis en Petersburgo. La obra de Belinski corresponde al periodo en que el pensamiento social ruso (asimilando las lecciones del movimiento decembrista) tan sólo iniciaba la búsqueda de nuevos caminos de lucha contra la autocracia y el régimen de servidumbre, la búsqueda de una teoría científica del desarrollo social. A ello se debe el carácter extraordinariamente complejo e intenso de la evolución ideológica de Belinski. En la década de 1840, Belinski llega al democratismo revolucionario en el que se reflejaban los anhelos del campesinado, llega a las ideas del socialismo, del ateísmo y del materialismo. En este camino, Belinski tuvo que definir su actitud respecto a las teorías filosóficas y político-sociales del siglo XIX, respecto a Fichte y Schelling, a Hegel y Feuerbach, a los jóvenes hegelianos, a los socialistas utópicos franceses y al joven Marx. Belinski no escribió tratados filosóficos, pero ni en uno solo de sus artículos más o menos importantes dejan de tener su reflejo los problemas filosóficos. Fuertemente atraído por la filosofía de Hegel durante cierto tiempo (1837-39), Belinski interpretaba la tesis hegeliana: «todo lo real es racional» en un sentido de conservadurismo político, como idea de conciliación con la realidad zarista. Pero incluso en dicho período, –que termina cuando Belinski sitúa en un primer plano la idea de la negación, el principio de la lucha contra todo lo que se ha vuelto anticuado, contra todo lo no racional–, la tendencia medular de sus investigaciones ideológicas obedecía al afán de comprender las leyes a que se encuentra sujeta la vida de la sociedad y del hombre. A principios de la década de 1840, Belinski se sitúa en el terreno materialista. Al examinar el problema concerniente a la unidad de lo material y lo ideal, mantiene la tesis de que «lo espiritual» «no es otra cosa que la actividad de lo físico». Señala, a la vez, la función activa de la conciencia en el proceso de interacción entre el hombre y el medio. Habiendo desechado el conservadurismo del sistema hegeliano, Belinski vio en la dialéctica los fundamentos del método de investigación científica y de acción revolucionaria, el germen de la auténtica «filosofía de la historia». La idea de la regularidad objetiva en Belinski se concreta como idea de la necesidad del progreso social, el cual adquiere su realidad a través del cúmulo de actividades de las personas y encuentra su expresión, en particular, en la obra de las grandes individualidades. Tal idea constituye una de las ideas centrales de Belinski y le sirvió de punto de partida para el estudio de los problemas de la historia rusa (papel de Pedro I y otros) y de su correlación con los procesos de la historia mundial. En ella se apoya asimismo Belinski para analizar los problemas que tratan de la correlación entre ideal y realidad. Aplaude el ideal socialista de una sociedad verdaderamente justa en la que «no habrá ricos ni pobres, reyes ni súbditos, sino hermanos, hombres», pero al mismo tiempo se muestra escéptico en cuanto a los proyectos reformadores de algunos socialistas de Europa occidental. Suponía que la nueva sociedad llegaría a establecerse «con el tiempo, sin cambios violentos, sin sangre»; con todo, no llegó a la fundamentación científica de la inevitabilidad del socialismo. Así se explica la apelación de Belinski a las ideas del cristianismo primitivo como cimientos del mundo moral del futuro. Belinski reconocía el carácter progresivo del orden burgués respecto al medieval y consideraba que el objetivo inmediato de las transformaciones sociales de Rusia se cifraba en la eliminación de las formas de vida patriarcales y despóticas (ante todo el régimen de servidumbre), en la realización de diversas reformas democrático-burguesas. En consecuencia, Belinski sostuvo una lucha sin cuartel contra las ideas retrógradas del «nacionalismo oficial», ridiculizó la idealización eslavófila del viejo patriarcalismo ruso. La manifestación más elevada del democratismo revolucionario de Belinski, su legado, fue la carta a Gógol (julio de 1847), una de las mejores obras en la Rusia del siglo XIX, de la prensa democrática no sometida a la censura. La idea de historicismo matiza, asimismo, los juicios estéticos de Belinski. Veía la esencia y el carácter especifico del arte en la reproducción de la realidad, según sus rasgos típicos, por medio de imágenes y atacó duramente el romanticismo reaccionario, la literatura didáctica («retoricismo»), propagó los principios del realismo en que se inspira la obra de Pushkin y la «escuela natural» encabezada por Gógol. Señaló el nexo que se da entre los conceptos de carácter nacional y realismo en arte y formuló capitalísimas tesis acerca de la dependencia en que se halla el valor social de la literatura respecto a la superación del abismo entre la denominada «sociedad» culta y la masa popular, acerca de la «simpatía por lo moderno», es decir, por el progreso como cualidad inseparable del auténtico artista. Las concepciones de Belinski influyeron en gran manera sobre el desarrollo de la estética.
Diccionario filosófico · 1965:41-42
Vissarión Grigórievich Belinski (1811-1848)
Demócrata revolucionario ruso, crítico literario, fundador de la estética realista rusa. La creación ideológica de Belinski se refiere al período en que el pensamiento social ruso de avanzada, al asimilar las enseñanzas del decembrismo, empezaba las búsquedas de nuevas vías de lucha contra la autocracia y el régimen de servidumbre, las búsquedas de una teoría científica del desarrollo social. Esto determinó el carácter excepcionalmente complejo e intenso de la evolución ideológica de Belinski, que en 1837-39 se entusiasmó con la filosofía de Hegel. A comienzos de los años 40, Belinski pasa gradualmente a las posiciones del materialismo. Al estudiar el problema de la unidad de lo material y lo ideal, demuestra que “lo espiritual” “no es otra cosa que la actividad de lo físico”. Hace constar, además, el papel activo de la conciencia en el proceso de interacción del hombre con el medio. Al someter a crítica el conservadurismo del sistema de Hegel, Belinski advirtió en su dialéctica las bases del método de investigación científica y el germen de una auténtica “filosofía de la historia”. Belinski concretiza la idea de la regularidad objetiva como idea de la necesidad del progreso social, que se abre paso a través de un conjunto de diversas formas de actividad de los individuos y encuentra su expresión, en particular, en las acciones de las grandes personalidades. Suponía que era poco probable que la nueva sociedad se instaurase “por el devenir del tiempo, sin revoluciones violentas, sin sangre”; ahora bien, él mismo no llegó a la fundamentación científica de la inevitabilidad del socialismo. A ello estuvo vinculada la apelación de Belinski a las ideas del cristianismo inicial como base de la moralidad del futuro. Reconocía el carácter progresista del régimen burgués en comparación con el medieval y consideraba que la tarea inmediata de las transformaciones sociales en Rusia consistía en destruir las formas patriarcal-feudales de vida (ante todo, el régimen de servidumbre y aplicar distintas reformas democráticas burguesas). Partiendo de ello, se mofa implacablemente, desde el punto de vista de la educación revolucionaria, de la idealización eslavófila del pasado patriarcal de Rusia y critica con aspereza las diversas ilusiones liberales y revolucionarias utópicas (polémica con Bakunin). La cúspide del democratismo revolucionario de Belinski, su credo espiritual lo constituyó su carta a Gógol (julio de 1847): una de las mejores obras de la prensa democrática sin censura de la Rusia del siglo 19. La idea del historicismo preside también los juicios estéticos de Belinski. Considerando que la esencia y la especificidad del arte consistían en reproducir en forma de imágenes los rasgos típicos de la realidad, Belinski se pronunciaba bruscamente contra el romanticismo reaccionario y la literatura didáctica e hizo propaganda de los principios realistas en la obra de Pushkin. Señalando el nexo existente entre los conceptos de raíz popular y realismo en el arte, Belinski adelantó las importantísimas tesis de que el significado social de la literatura dependía de la superación del abismo entre la así llamada “sociedad” instruida y la masa popular, y de que la “simpatía por la contemporaneidad”, es decir, por el progreso, constituía un rasgo inalienable del auténtico artista. Las opiniones de Belinski sobre el arte desempeñaron un gran papel en el desarrollo de la estética.
Diccionario de filosofía · 1984:40-41