Filosofía en español 
Filosofía en español


Introducción

Antes de comenzar la exposición ordenada de todos los conocimientos humanos en la obra que damos a luz, hemos creído necesario manifestar nuestro plan, nuestro propósito, y la idea fundamental bajo cuya influencia escribimos. Una Enciclopedia es el cuadro abreviado de todas las ciencias y de todas las artes; es el compendio de todas las ciencias útiles, de todos los conocimientos provechosos que andan esparcidos entre millares de volúmenes: es el resumen de una civilización, la manifestación razonada y filosófica de una época científica, artística, política y literaria de la historia de la humanidad. Ahora se comprenderá cuanta es la importancia de la obra que publicamos. Ella será el depósito de todos los conocimientos que poseemos; ella abarcará en un cuadro razonado y breve todas las ideas, todos los hechos, todos los descubrimientos que en las ciencias, en las artes y en la literatura son el patrimonio de la presente generación. Grande es a la verdad nuestra tarea, superior quizá a nuestras fuerzas; mas aunque no lo desempeñemos como deseamos, tendremos la gloria de haber sido los primeros en intentarla, y de haber abierto el camino a los que después de nosotros quieran volver a emprenderla.

Pero si al hacer la exposición y el resumen de todos los conocimientos humanos no lleváramos una idea fija, capital, dominante, que nos sirviera de guía en el camino que emprendemos, que uniera y enlazara entre sí las ideas separadas y diversas, y que diera cierta uniformidad a toda nuestra obra, poco o nada habríamos adelantado. Semejante Enciclopedia sería un resumen deforme de conocimientos diferentes, de principios contradictorios, de sistemas incompletos, inútil y dañoso tal vez para quien se [10] ocupara de su estudio: sería el compendio de muchas obras diversas: y no el resumen de los conocimientos según el estado en que estos se encuentran en el siglo en que vivimos.

Así como el que escribe el tratado especial de una ciencia debe hacerlo bajo el influjo de unas mismas ideas y de unos mismos principios; así, los que escriben una Enciclopedia deben dar a todas sus partes la uniformidad y la relación que los conocimientos humanos tienen entre sí en la época en que emprenden este trabajo. ¿Pero en qué consiste esta uniformidad? ¿Cómo es posible que ciencias diferentes, que conocimientos diversos, tengan entre sí tal relación, que cuando los unos varían se modifican los otros necesariamente? La secreta analogía de los conocimientos humanos es un descubrimiento de la filosofía moderna. Cuando se desenvuelve y progresa cierto linaje de ideas, se desenvuelven y se modifican la ideas de un orden diferente.

Así lo convence la razón, así lo enseña la historia de todos los siglos. Una revolución religiosa ha sido sucedida a veces de un admirable progreso en las ciencias naturales: una modificación en estas ciencias ha solido producir también otra de la misma clase en las morales y en las políticas. La razón de esto es que hay ciertos principios fundamentales y generadores de los conocimientos humanos que se aplican siempre y en todas circunstancias a las ciencias, a las artes y a la literatura, los cuales, variando con la sociedad y con los siglos, hacen variar también los conocimientos a que se aplican.

¿Pero cuáles son estos principios? ¿A qué ciencia corresponden? Una sola hay que pueda contenerlos, porque no hay mas que una tan universal en sus aplicaciones, y tan eficaz en sus influencias, tal es la filosofía. La filosofía es la que da unidad a todos los conocimientos, porque solo a ella está reservado decidir ciertas cuestiones que influyen de una manera activa y eficaz en todas las otras ciencias, en todas las artes y en la literatura de todas las edades. Fácil nos sería demostrar este aserto con la historia de la humanidad: con ella mostraríamos como siempre que la filosofía es diferente, lo son también todos los otros conocimientos que al parecer no tienen relación con ella: como bajo la influencia de ciertos sistemas filosóficos se desenvuelven y se perfeccionan con rapidez las ciencias naturales, al paso que cuando predominan sistemas de filosofía diversos, aquellas ciencias se estacionan o marchan tal vez por el error: como, en fin, ha variado la literatura de cada nación y de cada siglo, a medida que ha predominado en ellos una diversa filosofía. A esta relación íntima y necesaria que acabamos de señalar se debe la analogía y la semejanza que nota el que estudia la historia literaria y científica en cada una de sus épocas. [11] ¿Ni cómo podrían explicarse de otra manera el carácter profundo de unidad que reina en la filosofía, en la religión, en las ciencias, en la literatura y en las artes del Oriente? Todo es allí estacionario, porque la filosofía lo es: todo revela allí la unidad de Dios y la inmovilidad del mundo, porque la inmovilidad del mundo y la unidad de Dios son los principios fundamentales de sus creencias filosóficas. Por la misma teoría es necesario explicar el adelanto rápido y el desenvolvimiento prodigioso que los conocimientos humanos recibieron en la Grecia. Aquí no había como en Oriente una filosofía única y panteísta que dominaba despóticamente en la sociedad, que abrumaba la inteligencia, y que sofocaba los instintos progresivos del hombre. En Grecia al contrario, se cruzan y se chocan todos los sistemas de filosofía: fructifican los conocimientos, y por consiguiente progresan con la misma rapidez las ciencias, las artes y la literatura. Lo mismo ha sucedido en todas las épocas posteriores: la filosofía ha sido siempre la que ha dado su carácter y su sello a todos los descubrimientos humanos.

No se crea por esto que todas las partes de la filosofía contribuyen de la misma manera a dar unidad a las ciencias, pues aunque cada una de ellas tienen mas íntima relación con uno que con otro ramo del saber, hay ciertas cuestiones capitales que influyen tan activamente sobre el adelanto de todos los conocimientos, que sería imposible explicar su historia sin acudir a aquellas cuestiones. Tales son: primera, la cuestión del origen de los conocimientos: segunda, la del criterio de la verdad: tercera, la de la perfectibilidad humana. No es nuestro ánimo dilucidar detenidamente ahora estas arduas cuestiones, habiendo de hacerlo con toda profundidad en el texto de la obra; mas para exponer por completo nuestro pensamiento, necesitamos manifestar cómo, según ha sido diferente, la manera que han tenido los filósofos de decidirlas, así han sido diversos los principios y las ideas generales aplicables a todas las ciencias, y por consiguiente la ciencia en sí.

Cuando los filósofos han creído que la inspiración sobrenatural era el único origen de los conocimientos humanos, que la autoridad era su único criterio, y que la humanidad había tocado los límites de su perfección, la autoridad de cualquier género que ella fuera ha sido el único principio que dominaba en las ciencias, en la literatura y en las artes, y por consiguiente la única que ha dado a todas estas armonía y unidad.

Mientras ha dominado este principio no ha sido igual su influencia sobre todos los conocimientos: unos se han resentido mas que otros de su benéfico o su dañoso influjo, por más que todos [12] hayan participado de él. ¿Cuál pudo haber sido el progreso de las ciencias naturales, cuando todos creían que la inspiración sobrenatural era el único origen infalible de los conocimientos humanos? Ninguno, porque aquellas ciencias en que la observación era el principal origen de los adelantamientos y de las ideas, no debían ser a la verdad muy consideradas cuando este medio de conocer era tenido por de poca valía. ¿Ni cuáles pudieron ser los progresos de las ciencias exactas, cuando el dicho de la autoridad era superior a todos los cálculos y a todas las demostraciones? ¿Qué estímulo ni que fe podían tener en sus descubrimientos los hombres para quienes la humanidad no era susceptible de ulteriores adelantamientos? Por eso en Oriente y en la edad media no progresaron como debían las ciencias naturales; por eso la geología y la química son obra de la civilización moderna.

No decimos por esto que no se conocieran en tales edades las ciencias del hombre físico, la de la tierra y la del cielo; pero sí sostenemos que encerrado su estudio en los estrechos límites de la autoridad, no era posible su desenvolvimiento: y que faltos de estímulo los hombres que a él pudieran dedicarse por una creencia que pesaba sobre sus entendimientos, así como sobre sus acciones y su voluntad, rara vez se aventuraban en nuevos caminos, o si se atrevían a separarse del anteriormente trazado, al punto eran detenidos en él, o por los remordimientos de una conciencia preocupada, o por la acción de una autoridad intolerante y ciega. Mil ejemplos podríamos citar que comprobaran la verdad de nuestro aserto. Copérnico, encerrado en la inquisición por haber descubierto el movimiento de la tierra; y Buffon, perseguido también por sus descubrimientos en la historia natural, son el testimonio más elocuente de que cuando la autoridad de cualquier especie que ella sea domine exclusivamente en la filosofía, dificulta el progreso de las ciencias naturales cuando no lo hace precario o imposible.

La consecuencia natural de esta falta de progreso es harto evidente. Las artes útiles para la vida marchan siempre a paso igual con las ciencias exactas y naturales. Raro es el descubrimiento que se ha hecho en este ramo importante del saber humano que al punto no haya tenido aplicación a los procedimientos de la industria. El estudio profundo de los gases condujo al descubrimiento del vapor, el de la electricidad al de los telégrafos eléctricos. Pero cuando la ciencia de la naturaleza estaba poco adelantada, cuando las creencias que dominaban en la sociedad dificultaban su progreso y su estudio, no podían las artes útiles perfeccionarse como debieran, no podía la industria obtener los grandes resultados que bajo la moderna civilización ha conseguido. [13]

La acción de este mismo principio sobre las ciencias morales y políticas no es menos evidente. Cuando se sostiene que la inspiración sobrenatural es origen de todos los conocimientos, y la autoridad el criterio único de la certeza, la inspiración sobrenatural es también el origen de todas las instituciones sociales, y la autoridad pública la única fuente de la justicia y del derecho. La moral entonces no es una ciencia de observación, sino un dogma de fe que está sobre la razón de los individuos: el derecho civil y el derecho criminal dejan de ser una ciencia para ser una colección de preceptos arbitrarios: la historia es una enseñanza útil, pero que no se sujeta a ninguna combinación científica ni a ninguna teoría; y las ciencias económicas y el derecho político no existen, porque los preceptos de la autoridad pretenden sustituir a las primeras, y la voluntad de los que gobiernan se pone en lugar del segundo. ¿Qué era la ciencia moral en la edad media? Era un fragmento de la religión que apenas admitía en su ayuda la cooperación de la filosofía. ¿Qué era en el mismo tiempo lo que se llama hoy la ciencia del derecho? No era otra cosa que la colección de todos los preceptos divinos y humanos, y el comentario erudito y superficial de los orígenes de la legislación y de sus relaciones con la Sagrada Escritura y con la teología. El derecho era, pues, la autoridad manifestada, no por la razón, no por el convencimiento, sino por la fe en los principios y en las creencias que dominaban entonces en la sociedad, y que así buscaba su apoyo en los libros revelados, como en el dicho de los antiguos y en los descubrimientos de la erudición. Si el género humano no era susceptible a nuevos adelantos, si nada había que buscar en el porvenir, era necesario empeñarse en la investigación de lo pasado para encontrar en ello, no la razón de lo que fue, sino el fundamento de lo que debía ser en la actualidad.

La influencia de esta filosofía sobre la literatura y las bellas artes no es menos notoria. Cuando se lleva el principio de la autoridad a este ramo importante del saber humano, la poesía, la pintura, la arquitectura, la escultura, todo queda sujeto a reglas eternas e inflexibles. Nada queda que hacer al genio: la inspiración es un arte: el pensamiento de la belleza un precepto de autoridad: la concepción y la viva representación de un asunto una operación mecánica. Nada representa mejor la inamovilidad social, filosófica y científica de los egipcios, que los monumentos que nos quedan de sus artes. Esas pirámides uniformes, semejantes, eternas: esas estatuas que representan a sus dioses y a sus héroes en inmóvil actitud, prueban sobradamente que los sacerdotes que las inspiraban y los artistas que las hacían, estaban muy lejos de creer en el movimiento y progreso de la especie humana. Al contrario [14] sucede en Grecia: los monumentos artísticos que se conservan de este país son un signo brillante de la movilidad, del progreso de aquella civilización. Allí los dioses y los héroes no se representaban como en Egipto por figuras, cuyos brazos estaban unidos al cuerpo y en inmóvil actitud, sino por estatuas en ademán de movimiento con los brazos separados del cuerpo, y con el signo cada una, de su activo y eficaz poder.

La poética de Aristóteles tan en boga, después del renacimiento de las letras en Europa, es un homenaje rendido en puntos de bellas artes al imperio de la autoridad. En las obras literarias de estos tiempos no se buscaba genio, no se buscaba inspiración, sino conocimiento de las reglas establecidas por los maestros, y fidelidad y exactitud en su aplicación. Creíase entonces que las bellas artes no eran otra cosa que la imitación de la naturaleza: el poeta era un retratista: un copista el pintor. No había para los filósofos un tipo ideal de la belleza que, según su mayor o menor desenvolvimiento en cada uno de los individuos, producía obras de talento, de genio o de imitación. Separarse de las reglas establecidas era siempre contrario al buen gusto y a la filosofía, por mas que el que se separaba sobrepujase en habilidad y en talento al inventor de la regla. No era lícito al artista imaginar otros asuntos que los mismos que la naturaleza ofrecía, ni hacer otra cosa que copiarlos sin salirse de las reglas establecidas. Sus concepciones no eran verdaderas cuando cada una de sus partes tuviesen en el mundo una realidad separada, sino cuando el todo de ellas la tuviesen juntamente también. La autoridad, en fin, de la antigüedad y de la regla pesaba sobre las bellas artes lo mismo que sobre las ciencias naturales, sobre las artes útiles, las ciencias morales y políticas y la filosofía.

De la influencia y de la aplicación de este principio provino aquella cuestión que hasta hace poco se ha agitado en las aulas, sobre si las bellas artes son o no verdaderas ciencias. Y en efecto, reconocido como axioma que las reglas que gobernaban en este ramo del saber eran inflexibles, y que por consiguiente no era dado descubrir en ellas nada nuevo, ni la poesía, ni la pintura, ni la escultura, ni la arquitectura, podían ser más que artes mecánicas, ni los que las cultivaran debían tener otra consideración que la que merecen los obreros industriales. Si la tarea del poeta o la del pintor es puramente artificial, ni la pintura ni la poesía podrán elevarse nunca a la categoría de ciencias.

He aquí cómo la autoridad, dominando exclusivamente sobre los conocimientos; y cómo la filosofía, acudiendo a la revelación sobrenatural para explicar el origen de las ideas, invocando la autoridad como criterio de la certeza, y negando la perfectibilidad [15] de la especie humana, da a las ciencias y a las artes un carácter de semejanza y unidad, una relación tan estrecha de parentesco que todas juntas explican completamente un periodo de la civilización, y una época entera de la historia.

Pero si el resolver de la manera anteriormente dicha las tres cuestiones filosóficas que al principio propusimos daba esta especie de unidad, este carácter común a los conocimientos humanos, el resolverlas de otra manera debía necesariamente conducir a darles un carácter distinto, una clase de unidad diferente. En el siglo XVIII, y aun en épocas anteriores en que ciertas escuelas filosóficas han dominado parcial o exclusivamente, no era por cierto al principio de la autoridad al que conducía la solución de dichos tres problemas. El origen de todos los conocimientos no estaban para estos filósofos en la revelación sobrenatural, sino en las sensaciones materiales del cuerno: el criterio de la certeza no se encontraba tampoco en la autoridad, sino en la observación física de los sentidos; y el género humano, en fin, era perfectible hasta lo infinito, sin que su propia y esencial condición pusiese nunca límite a su adelantamiento y progreso. Estos principios fueron una reacción contra los que habían dominado precedentemente: sus tendencias, pues, debieron ser contrarias, sus resultados diversos. Si los primeros pretendían inmovilizar los conocimientos sujetándolos al imperio de una autoridad estacionaria, los segundos procuraban hacerlos movibles y progresivos, rompiendo con toda autoridad común para no reconocer otra que la limitada de los individuos. Si los unos conducían necesariamente a anudar los lazos que las ciencias tenían entre sí, los otros debían arrastrar por fuerza a disolverlos. Y así, como el primer carácter general de los conocimientos humanos que arriba expusimos, era el predominio de la autoridad, así el que resulta de esta nueva filosofía es la dominación del individualismo: es decir, la derogación de todas las reglas comunes y la elevación del sentido individual, a origen y a criterio del saber humano. Porque si las sensaciones son tan varias como lo son las personas, si la observación que se hace por su medio suele ser tan precaria y tan mudable como las circunstancias exteriores que influyen en nuestra organización, ¿qué puede haber de fijo, de estable, de duradero en las ciencias en que la sensación es la fuente única de la certeza? Todo en ellas deberá ser movible: todo será transitorio. Si la observación experimental es el único origen de los conocimientos, y si por otra parte el género humano es indefinidamente progresivo, ¿qué regla común es posible reconocer como no sea la de que no hay ninguna superior al sentido del individuo? ¿Quién puede tener derecho para imponer a los otros la verdad, cuando todos son igualmente capaces de poseerla? [16] Y si los sentidos son iguales en todos, ¿por qué no han de ser todos iguales también en el conocimiento de lo verdadero, de lo útil, de lo bello y de lo justo?

La tendencia sin embargo de esta errónea filosofía encerraba para el porvenir fecundos gérmenes de progreso. Si entregar el depósito de las ciencias al sentido material de los individuos, era abandonar los conocimientos a todos los errores y a todas las extravagancias de que es susceptible la imaginación humana, también el señalar como origen fecundo de su progreso la observación individual, era abrir un camino para grandes adelantamientos, era mostrar la verdad entre las sombras del error que la oscurecen por donde quiera. No menos fecundo en grandes resultados debía ser el principio de la perfectibilidad indefinida de la especie humana. Cuán poderoso estímulo es esta creencia para el adelantamiento de todos los ramos del saber, solo puede comprenderlo quien ha ya observado los que se hicieron en el siglo último especialmente en ciencias naturales. Esta nueva filosofía debilitaba ciertamente los vínculos sociales, introducía en las ciencias, si puede decirse así, un germen fecundo de anarquía, y derribaba la venerable autoridad de lo pasado para elevar sobre ella el dogma de la razón individual y de la esperanza en el porvenir. La lucha entre unos y otros principios fue empeñada desde luego: el individualismo, al triunfar sobre la autoridad: rompió la unidad de los conocimientos; pero una vez vencedor, una vez elevado a creencia común, debió dar a todas las ciencias y a todas las artes una nueva unidad y una nueva analogía, que si no era tan fuerte y tan duradera como la precedente, no debía ser menos eficaz.

El influjo de estos principios sobre las ciencias sagradas no podía menos de ser pernicioso. Si la sensación es el único origen de los conocimientos, si la observación individual es el único criterio de la certeza, y si la perfección del género humano es ilimitada, claro es que aquellas ciencias fundadas sobre los hechos que los sentidos no pueden comprender, y que solo la fe puede alcanzar, debían destruirse por su base. Si la teología está fundada sobre la revelación, la revelación debe admitirse como medio de comprender ciertos hechos sobrenaturales, a los cuales no puede alcanzar la observación de los sentidos. Si se supone que esta observación es el único origen de los conocimientos, se niegan aquellos hechos, y se destruye por consiguiente toda la ciencia sagrada. Así sucedió en el siglo XVIII: la filosofía que en su origen era esclava de la teología, que después vino a ser su igual, y que luego fue su señora, concluyó por abjurar y por renegar de ella. La escuela filosófica de que tratamos rompió primero la alianza que de antiguo existía entre las ciencias sagradas y las filosóficas, [17] separándolas, no para que fueran hostiles, sino para que fuesen tenidas por extrañas. No dijo ella que los principios de la nueva filosofía fuesen incompatibles con los de la teología antigua, pero sí que no tenían relación con ellos, puesto que procedían de distinto origen, y tenían una naturaleza diferente y un fin diverso. Mas de la extrañeza a la hostilidad no hay mas que un paso, y este paso lo dio la nueva filosofía. No era cierto como ella aseguraba que entre la filosofía y la teología hubiese una separación tan honda, tan profunda: esta última ciencia resuelve, así como la primera, ciertas cuestiones que son comunes a ambas, porque los hechos sobre que versan son a un mismo tiempo enseñados por la fe y descubiertos por la razón. Si la filosofía, por ejemplo, profesaba doctrinas contrarias a la teología, sobre Dios, sobre el alma, sobre el mundo o sobre el hombre, claro es que esta contradicción no podía permitir la separación amistosa de una y otra ciencia. Al contrario, debía empeñarse entre ellas una lucha, en la cual fuera el triunfo por mucho tiempo dudoso, porque no tan fácilmente se destruyen las antiguas creencias y se desmoronan las costumbres seculares. Pero la victoria al cabo, si bien efímera, si bien poco duradera, debía pertenecer a la nueva filosofía, que llena de vigor y de entusiasmo, tenía todas las ventajas sobre una ciencia, que si en su fondo era eterna, vigorosa e inmutable, en su forma era débil, extemporánea y pasajera. Así, el individualismo de la filosofía en guerra con la autoridad teológica, anuló para ser consecuente consigo mismo todas las ciencias sagradas.

Otra debió ser la influencia de este principio sobre las ciencias naturales, donde la observación de los sentidos debía tener un lugar más señalado. Si la filosofía de los siglos anteriores había detenido el progreso de estas ciencias, si había mezclado y confundido las verdades descubiertas por la observación con los errores impuestos por la autoridad, la nueva filosofía, creando un método rigoroso de inducción y de análisis{1}, condujo a separar los [18] errores de las verdades, y a descubrir muchas de estas hasta entonces desconocidas. La duda universal fue el punto de partida de esta nueva escuela; la observación fue su método; la confirmación de todos los conocimientos adquiridos fue su fin. Según ella era preciso rehacer las ciencias naturales, así como las otras ciencias, porque este era a su juicio el único medio de purgarlas de todos sus errores. Y así era la verdad, porque la magia y la alquimia habían sembrado en las ciencias naturales hechos falsos y teorías absurdas que no podían desvanecerse ni refutarse de otro modo que llamándolos a juicio, y sometiéndolos a una crítica severa en unión con los otros hechos verdaderos y con las teorías justificadas. Dos cosas debían resultar de este nuevo examen: primera, la reducción del número de los hechos consignados hasta entonces en el catálogo de los de las ciencias: segunda, el esclarecimiento de los que resistiendo a esta dura prueba debiesen continuar formando parte de aquellas. Los hechos, así purificados y mejor conocidos, no podían consentir las antiguas teorías: otras nuevas debieron forzosamente nacer, puesto que nuevas relaciones acababan de descubrirse en lo que debía ser asunto de observación para la ciencia.

Aún hay más. Este nuevo método aplicado en toda su extensión, y esta nueva teoría del origen de los conocimientos, de la perfectibilidad humana y del criterio de la certeza, llevaban necesariamente al descubrimiento de nuevas verdades que variarán todo el mecanismo de las ciencias. Por eso, cuando más han progresado las naturales, es cuando este linaje de filosofía ha prevalecido en el espíritu humano. Desde fines del siglo XVII datan casi exclusivamente todos los descubrimientos de la química, de la historia natural y de la astronomía modernas. Newton, Buffon, Haüy, Cuvier, y casi todos los naturalistas a quienes debe la ciencia sus más importantes descubrimientos, proceden de esta secta de filósofos para quienes el método experimental es el único origen y el exclusivo criterio de la certeza. Una razón muy natural había para que sucediera así: el individualismo podrá, si se quiere, conducir al error, podrá introducir la anarquía en las ciencias, así como esparce el desorden en el Estado, pero desenvuelve prodigiosamente la actividad humana, y da a los espíritus una dirección fecunda y progresiva, que si los puede extraviar, también los conduce muchas veces a descubrimientos importantes y a verdades inesperadas.

Este fue el resultado que el nuevo método filosófico tuvo para las ciencias naturales. A beneficio de las nuevas ideas, y con la ayuda del reciente método, estas ciencias progresaron en el camino seguro de la experiencia, se enriquecieron con muchos hechos ignorados, con el conocimiento de muchas relaciones que hasta entonces [19] pasaran desapercibidas, y fue tal su importancia y su poder, que ocuparon el primer lugar en el catálogo de los conocimientos humanos, dando a todos ellos su fisonomía, su carácter y su naturaleza. Las ciencias naturales adquirieron así una preponderancia exagerada: los que las cultivaron fueron tenidos por los primeros, si no por los únicos sabios: los matemáticos y los químicos fueron los únicos hombres útiles, y sus profesiones las únicas provechosas.

Muy diverso influjo debió ejercer el individualismo sobre las ciencias morales y políticas, puesto que estas ciencias, aunque de observación como todas, no daban tanta cabida a la experiencia de los sentidos. Ellas tomaron sin embargo la dirección que les imprimiera la nueva filosofía, cuya dirección, siendo exclusiva, debía conducir a más absurdos resultados. El método de observación experimental aplicado a las ciencias naturales no podía llevar a consecuencias absurdas por más que estorbase hacer en estas ciencias altas y comprensivas teorías; pero ese mismo método aplicado a la moral, aplicado a la legislación, aplicado a la política y a todas las otras ciencias de la sociedad y del hombre, conducía necesaria y fatalmente a errores abominables y a consecuencias absurdas. He aquí cómo debía raciocinar en moral el que profesara las doctrinas filosóficas de que ahora nos ocupamos. Si la sensación es el único origen de los conocimientos, no hay para el hombre otras nociones de bien y de mal que el mal y el bien que se perciben por los sentidos: por los sentidos no puede conocerse más que el bien y el mal físico, luego el mal y el bien físico son la única base de toda la moral humana. El bien así considerado no es más que lo útil, de donde se deduce que la utilidad es el fundamento de todas las ciencias morales. Y llevado este principio a sus consecuencias mas remotas, sería preciso convenir con Helvetius en que la moral, la ciencia de las costumbres es una especie de física experimental. La utilidad de cualquier modo que se la considere es el egoísmo: el egoísmo, pues, es no solo el origen, sino el fin y la regla de las acciones. Fácilmente pueden descubrirse cuales serían en la práctica las consecuencias necesarias de estas doctrinas.

Si de la moral pasamos a la legislación hallaremos resultados no menos absurdos. Cuando se ha proclamado lo útil como regla moral de las acciones, mucho menos se podría dejar de proclamarle como norma de los legisladores y como base fundamental del derecho. Si la utilidad es el único fin de la ley, no hay en el súbdito un deber verdadero de obediencia, porque no merece este nombre la conveniencia de practicar lo útil; y por consiguiente no hay derecho en la autoridad para hacer cumplir las leyes establecidas, puesto que no hay razón para cohibir a nadie en nombre de la [20] utilidad a que haga aquello que le repugna. Así la utilidad, elevada a principio de derecho, o es inconsecuente consigo misma imponiendo su autoridad en nombre de la fuerza, o hace inútil e ineficaz la ley despojándola de su carácter obligatorio para darle el de interesado consejo.

En vano, para evitar esta consecuencia absurda, han acudido los partidarios de la doctrina sensualista a convertir la utilidad privada en utilidad común, y a protestar en nombre del buen sentido contra el inflexible rigor de la lógica. Ya se ha demostrado en muchas ocasiones que si la utilidad común es la suma de las utilidades privadas, no puede diferenciarse de estas ni por su naturaleza, ni por sus caracteres. Ahora bien: si la utilidad particular no puede elevarse a regla de las acciones, ¿con qué razón podrá ser considerada la utilidad común como principio del derecho? Si la utilidad privada, siendo variable, insegura, difícil muchas veces de conocer y de apreciar, no puede ser la ley de las acciones: ¿cómo la utilidad común, que es asimismo insegura, y más difícil sin duda de apreciar y de conocer, podrá proclamarse con razón ley de las sociedades?

La influencia del mismo principio sobre la política ha producido las sangrientas catástrofes que de medio siglo a esta parte hemos presenciado. La soberanía del mayor número y el derecho de insurrección proceden naturales y legítimamente de la filosofía de los sentidos. Si los sentidos y la voluntad son iguales en todos los hombres, ninguno de estos tiene más derecho que otro para mandar y ser obedecido. Nivelado así el género humano, no es posible otra superioridad que la que viene de la mayoría de número, y por consiguiente tampoco lo es otra soberanía que la que reside en la mayor suma de los individuos. Si ninguna regla hay superior al hombre, puesto que el hombre es el origen de toda ley, la ley política no fue más que un pacto, la soberanía del mayor número debe ser ilimitada. Y si el gobierno fue un pacto y no tiene límites la soberanía, cuando una de las partes falte a lo estipulado, tiene derecho la otra para faltar también. De aquí el contrato social de Rousseau, y el derecho de los pueblos o de las mayorías de los pueblos para insurreccionarse siempre que se consideren mal gobernados. Sucede, pues, en política lo que hemos observado en las ciencias naturales, en las ciencias sagradas, en la legislación y en el derecho: que la regla es inferior al individuo, que la autoridad que antes era exclusiva y única, hase convertido ahora en universal y multipla.

Cuando esta misma filosofía ha llevado sus doctrinas a la historia, ha sido para hacer de ella una ciencia falsa o incompleta. Si la sensación es el único origen de los conocimientos, la historia [21] no puede tener por legítimos otros hechos que los que la experiencia y la sensación pueden reconocer por ciertos. Resulta de aquí que los hechos de la historia sagrada, aquellos de cuya verdad sólo la revelación puede asegurarnos no deben hacer parte de la historia. Si estos hechos se niegan o se olvidan, la historia es incompleta, y sus orígenes son incomprensibles. Aún hay más: negada la revelación, tampoco puede comprenderse ni explicarse una época entera de la historia, la del nacimiento y progresos del cristianismo. Así es que para los historiadores materialistas no hay en la historia otra verdad que la que directa e inmediatamente ha podido percibirse por los sentidos. Todas las religiones son según ellos hijas de la impostura; todos los gobiernos producto de la usurpación; las alianzas del sacerdocio con el imperio, una liga de los sacerdotes y de los príncipes para tiranizar al mundo y oprimir a la humanidad. Y como es achaque de esta filosofía no reconocer otra ley que la voluntad individual, la historia es para ella una reunión de hechos que si bien tienen cierta relación entre sí, no reconocen otra causa ni guardan otra regla que la voluntad de los individuos. Así cuando esta escuela pretende juzgar los sucesos no tiene en cuenta el espíritu general del tiempo en que ellos acontecieron ni las creencias, las ideas, o las pasiones que a la sazón dominaban. Todo lo que sucedió pudo no haber sucedido; en la historia no hay nada necesario ni fatal; los errores y los crímenes que ella refiere son el resultado de la ignorancia de esta nueva filosofía. Admiran la libertad de Esparta y de Atenas sin comprenderla y sin advertir la profunda tiranía que se oculta bajo ella: detestan a Roma porque se sirvió de la conquista para civilizar al mundo: desprecian a Aristóteles y a Platón porque no profesaron francamente como ellos el materialismo. La historia considerada así no es la historia de la sociedad sino la historia de los individuos, y su objeto presentar al hombre grandes escarmientos del pernicioso influjo del fanatismo de la ignorancia y de las preocupaciones.

La filosofía de la sensación aplicada a la literatura ha matado las inspiraciones del genio, corrompido la belleza y el gusto. Si el hombre no tiene otro medio de conocer que los sentidos, tampoco puede elevarse a consideraciones ni a pensamientos que sean superiores a estos. El genio no es más que la organización, el sentimiento no es otra cosa que la facultad de percibir por los sentidos; o más bien el sentimiento y el genio son incompatibles con esta clase de filosofía. Si el hombre no puede comprender mas que por la sensación, la idea de la belleza que es el fundamento de la poesía, y de todas las bellas artes, ha de entrar forzosamente por los sentidos. Por los sentidos no puede percibirse otra belleza [22] que la de las formas; no la belleza moral, no la belleza de los pensamientos; luego la filosofía de la sensación no alcanza ni explica otro género de belleza que el material y positivo. Resulta de aquí que la poesía no esté nunca en el pensamiento sino en la forma de su expresión: que la belleza en pintura y en las otras artes de su género no consiste jamás en la idea que el artista se propone representar por ella, sino en la de las formas de que se vale para representarla.

Si la filosofía de la sensación no puede comprender sino de una manera tan imperfecta la idea de lo bello, mucho menos puede alcanzar la de lo sublime. Este sentimiento no cabe en los estrechos límites del materialismo. La idea de lo sublime es el sentimiento espontáneo e irreflexivo de un poder superior que se muestra por las obras del arte o se revela por la naturaleza. El materialismo que negando a Dios ha negado la idea de todo poder sobrehumano, no podía comprender ni explicar el sentimiento de lo sublime. Y siendo esto así, tampoco las bellas artes que estaban sometidas a su influjo podían expresar este grande y alto sentimiento.

Si se suprime en la poesía y en las bellas artes la idea de la belleza moral, y la idea de lo sublime ¿qué queda por ventura a las bellas artes y a la poesía? Esa belleza material, esa belleza de individualidades que mata la inspiración, que corrompe el gusto y que hace de las bellas artes un asunto de mera diversión, y de agradable entretenimiento. Examínense si no los monumentos que quedan de los tiempos y de las naciones donde dominara tan absurda filosofía. Ese siglo XVIII tan fecundo en descubrimientos útiles y en adelantos importantes, ese siglo XVIII que tan grandes hombres produjo, y tantas obras de observación y de análisis dejó a la ciencia, ¿qué monumento ha legado a las bellas artes y a la literatura? ¿Qué poetas, qué pintores, qué artistas florecieron en ese siglo de análisis? Ninguno: Ese siglo no ha producido poetas porque la poesía esta mal avenida con el escalpel del anatomista: ese siglo no ha producido pintores porque la pintura para progresar necesita de que los que la cultivan profesen sinceras y profundas creencias: ese siglo en fin no ha dado el ser a grandes artistas porque las bellas artes tienen mucho de sublime, no poco de ideal, y lo ideal y lo sublime son un sarcasmo sangriento de la filosofía materialista. El siglo XVIII debía producir grandes químicos, grandes astrónomos, grandes naturalistas, porque en la historia natural, en la astronomía, y en la química, es donde más parte tienen la observación experimental; pero donde esta observación tiene menos cabida, donde el olvidar los otros elementos de la naturaleza humana puede conducir a más [23] funestos errores; en las ciencias morales y políticas, en las bellas artes y en la literatura lo incompleto de la observación debía conducir a la falsedad y al absurdo.

He aquí como la filosofía de la sensación, aplicando sus principios y su método al adelantamiento y progreso de las ciencias, de la literatura y de las artes les daba un carácter común, una especie de unidad distinta y contraria a la que más arriba indicamos, pero unidad al fin con cuyo auxilio se podían juzgar desde un mismo punto de vista todos los conocimientos.

Supuesto que la filosofía es la única que puede dar a las ciencias relación y unidad, claro es que las que nosotros apetecemos para las que comprenderá esta enciclopedia deberá provenir de la filosofía dominante. No es nuestro propósito exponer ahora extensamente toda esta filosofía: lugar habrá de hacerlo más oportunamente en el texto de la obra; pero sí tenemos necesidad de decir ligeramente lo que es ella para que se comprenda la especie de unidad que daremos por su medio a todos los conocimientos. Los mismos tres problemas filosóficos que indicamos al principio y que nos han servido como de prisma para buscar el carácter común de los conocimientos en las épocas pasadas, nos servirán ahora para indagar el que tienen los de la época en que vivimos. Ni la sensación, ni la inspiración sobrenatural se consideran ya hoy como el origen de los conocimientos: ni la autoridad ni la observación de los sentidos son tenidas tampoco por criterio exclusivo de la certeza: ni el dogma de la perfectibilidad indefinida ni el que niega la posibilidad de todo progreso son creídos ya hoy como verdades de inconcusa certeza. Una filosofía más amplia, más comprensiva, menos apasionada ha resuelto de diferente modo estos tres importantes problemas. Para hacerlo de una manera acertada ha estudiado cuidadosamente todos los elementos de la naturaleza humana, ha interrogado a todos los sistemas, ha consultado todas las opiniones, y tomando de unos y de otras lo que creyera verdadero, y desechando lo que juzgara falso, incompleto o absurdo, ha creado un nuevo método de observación, ha encontrado un criterio distinto de la certeza, y ha defendido dentro de sus verdaderos límites el progreso de las ciencias y la humana perfectibilidad. La sensación no es para ella el origen único de las ideas sino la ocasión de los conocimientos. La observación experimental no es tampoco el criterio de la certeza sino cuando se trata de averiguar la que tienen los hechos físicos y materiales. La perfectibilidad del género humano tiene por límites inflexibles la condición esencial de la humana especie. Así la filosofía de la época actual ha aceptado lo que había de cierto en el sensualismo, ha recogido lo que había de verdadero en el sistema de la autoridad, y ha fundado una ciencia que si no es [24] nueva en cada una de sus partes lo es en el todo que resulta de la combinación. La nueva filosofía es ecléctica: las ciencias que ella ha fundado deberán serlo también. El eclecticismo es el carácter común, es el punto de analogía que tienen hoy los conocimientos: en el eclecticismo pues deberá consistir su unidad. Así es que la nueva filosofía admite el dogma de la autoridad religiosa; pero es cuando trata de las ciencias sagradas: acepta también el principio del individualismo, pero es cuando el individualismo no conduce a la extravagancia ni al absurdo: acepta la idea de la utilidad pero no como principio y fin de las acciones ni como base exclusiva de la ley, sino como consideración que deben tener en cuenta los legisladores de las sociedades, y como base de las ciencias económicas. Haríamos interminable esta introducción si fuésemos examinando una por una las cuestiones que en cada ramo del saber humano resuelve de este modo elevado y completo la nueva filosofía; porque como es un principio constante que en el mundo así como en las ciencias, y así como en todos los sistemas aun en los que son al parecer más falsos y absurdos, no hay verdad pura de todo error ni error puro de toda verdad, la filosofía necesita averiguar en cada una de las controversias que se han suscitado entre las diferentes opiniones lo que por una y otra parte se ha alegado de cierto, lo que por una y otra parte se ha supuesto de absurdo. Así como los filósofos del siglo XVIII llamaron a juicio a todos los conocimientos para sujetarlos al escalpel de su análisis y al punto de vista de sus doctrinas, así los filósofos del siglo XIX han sujetado también a examen todas las ideas, todas las noticias que les suministraron las generaciones pasadas para someterlas a la prueba de su método y al influjo de sus principios. Hay sin embargo entre unos y otros una notable y capital diferencia. El análisis de la pasada filosofía olvidaba un orden de hechos no menos importante que el de los hechos de los sentidos, y mutilando a la humanidad, mutilaba a la ciencia: el análisis de la actual filosofía abarca todos los hechos, así los físicos como los morales, así los del mundo como los de la inteligencia, y comprendiendo al hombre y a Dios, comprende también por completo todo el saber humano.

Si la enciclopedia ha de ser el monumento de una civilización, es necesario que esté escrita bajo el influjo de este pensamiento y que revele en su conjunto y en cada una de sus partes el carácter común de la ciencia humana. Las doctrinas que profesan los filósofos bajo las fórmulas científicas de las escuelas, descienden a las sociedades despojadas de estas fórmulas y con el carácter de creencias comunes, aunque no sean los principios abstractos los que constituyen estas creencias, y sí las ideas prácticas que son su resultado. [25] Estas ideas se traducen en instituciones; llegan a formar costumbres, y así como dan un carácter peculiar a las creencias y a la filosofía, dan también otro propio a las sociedades, a la legislación y al gobierno. Las doctrinas de los filósofos imprimen pues su sello a una civilización: la enciclopedia que abarque todas las ideas que trabajan las entrañas de nuestra sociedad, que van formando creencias generales y traduciéndose en instituciones y en costumbres, será pues la única que merezca el nombre de monumento de la civilización presente.

Por este mérito sobresalía la enciclopedia del siglo XVIII. Nada más lógico, nada más consecuente que aquel repertorio de los conocimientos humanos. El siglo XVIII con todos sus errores, con todas sus verdades, con todas sus preocupaciones está representado allí. La unidad que la filosofía de la sensación da a los conocimientos humanos es la unidad de aquella enciclopedia. Ciencias, artes, literatura, política todo tenía el sello de esa filosofía material que negaba a Dios, que mutilaba al hombre, que derrocaba los gobiernos y que disolvía las sociedades. Sus principios podían ser falsos como sus teorías eran sin duda incompletas, pero sus procedimientos eran lógicos, sus resultados necesarios. No así algunas de las enciclopedias que se han escrito en el presente siglo. Inspiradas las unas por doctrinas que no son las de este tiempo ni las de esta sociedad, y dictadas las otras por sistemas que aun cuando fueran verdaderos tampoco dominan en la civilización presente, ninguna de ellas representa la época científica, artística y literaria en que vivimos, ni ninguna es la fiel expresión de esas ideas que van formando las creencias generales influyendo en las costumbres, pasando a las instituciones, y gobernando en fin la sociedad. La que nosotros emprendemos, tendrá un carácter distinto, pues no siendo órgano de ningún sistema exclusivo ni de ningún principio cuya dominación haya ya pasado, reflejará fielmente la civilización bajo la cual vivimos apartándose de todo error sistemático y de todo peligroso extremo.

Pero antes de comenzar la razonada y metódica exposición de los conocimientos humanos, es necesario hacer una recapitulación no menos razonada y metódica de todos ellos; es preciso ordenar y disponer los materiales que deberán ser objeto de observación y de examen. Para hacer esto de una manera completa, sencilla y ordenada fueron inventados los cuadros sinópticos de las ciencias, en los cuales teniendo en consideración las relaciones predominantes que las mismas ciencias tienen entre sí, aparecen estas clasificadas y divididas. Grandes eran a la verdad los inconvenientes de este procedimiento, pero no era menor su utilidad ni menos reconocidas sus ventajas. Solían estos cuadros ser incompletos, las divisiones y clasificaciones [26] que en ellos se hacían eran siempre falsas o arbitrarias, pero consignaban al menos un método por cuyo medio se evitaba la confusión que por espacio de largos siglos había reinado en los límites de las respectivas ciencias, y señalando a cada una de estas una jurisdicción separada, abrían una senda más ancha para su progreso.

Bacon fue el primero si no nos engañamos que intentó una obra de esta especie: y su cuadro de los conocimientos generalizado más tarde por los enciclopedistas{2} ha gozado por muchos años de indisputable crédito: todavía merece admiración el grande hombre que a principios del siglo XVI concibió una obra tan atrevida y tan profunda. Bacon habiendo sustituido al método escolástico el método experimental, advirtió que era necesario sujetar todos los conocimientos a un nuevo y escrupuloso examen, que era preciso aplicar a todas las ciencias, este método desconocido y como trabajo preliminar trazó el cuadro que hemos citado. El principio de la autoridad religiosa dominaba entonces en todos los ramos del saber: la teología católica había invadido las ciencias que no eran de su jurisdicción, y las doctrinas reveladas, los conocimientos de la razón y los hechos del mundo material, estaban mezclados y confundidos. La ciencia era una en su fondo por más que apareciese varia y multipla en su forma. ¿De qué servía dividirla en humana y en revelada, si por los principios de la segunda había de regirse la primera? No es posible separar convenientemente los conocimientos humanos mientras no lo sea dividir y separar los hechos y los principios que dominan en cada orden de ellos.

Para hacer esta división distinguió Bacon en el hombre tres facultades estableciendo cada una de estas como origen de un orden de conocimientos humanos; así la diferencia capital que encontró Bacon entre las ciencias fue la de las facultades que principal y respectivamente desenvuelven. Tales eran la memoria, la razón y la imaginación. A la primera de estas facultades se refiere la historia. La historia es sagrada, eclesiastica, civil, moderna y antigua, que comprende la civil propiamente dicha y la literaria y natural.

La historia natural examina los fenómenos uniformes de la naturaleza en los cuales se comprenden la historia de los meteoros, la de la tierra y el mar, la de los minerales, la de los vegetales, la de los animales y la de los elementos; examina asimismo los fenómenos irregulares de la naturaleza que son los prodigios celestes, los meteoros prodigiosos, los prodigios de la tierra y el mar [27], los minerales monstruosos y los prodigios de los elementos: y por último la historia natural examina los usos y abusos de la naturaleza: de aquí nacen las artes y oficios que divide Bacon, en trabajo y uso del oro y de la plata, de las piedras finas y de las piedras preciosas, del hierro, del vidrio, de las pieles, de la piedra y del yeso, de la seda, y de la lana.

LA RAZÓN, es para Bacon origen de la filosofía. La filosofía comprende la metafísica general u ontología o ciencia del ser en general de la existencia, de la duración &c.; la ciencia del hombre y la ciencia de la naturaleza. De la metafísica nace la ciencia de Dios y de esta la teología natural y la teología revelada que comprenden la religión de cuyos abusos proceden las supersticiones y la ciencia de los espíritus benéficos y maléficos de donde nacen la adivinación y la magia negra.

A la ciencia del hombre corresponde la pneumatología o ciencia del alma que se divide en racional y sensible, la lógica y la moral. La lógica comprende el arte de pensar, el arte de retener y el arte de comunicar. Al arte de pensar corresponde la aprensión o ciencia de las ideas, el juicio o ciencia de las proposiciones, el raciocinio o inducción, y el método o demostración que se divide el análisis y síntesis. El arte de retener trata de la memoria la cual puede ser natural y artificial (a esta última corresponde la prenoción y el emblema), y trata también de los suplementos a la memoria que son la escritura y la imprenta: de aquí el alfabeto y las cifras; de aquí el arte de escribir, de imprimir, de leer y de contar; y de aquí por último la ortografía. El arte de comunicar comprende la ciencia del instrumento del discurso y la ciencia de las cualidades del discurso. La ciencia del instrumento del discurso es la gramática, que trata de los signos de la Prosodia, de la construcción, de la sintaxis, de la fisología, de la crítica y de la pedagogía. Los signos se dividen en gestos y caracteres. Los gestos comprenden la pantomima y la declamación, y los caracteres son ideales, jeroglíficos y heráldicos o de blasón. La pedagogía trata de la elección de estudios y del método de la enseñanza. La ciencia de las cualidades del discurso se divide en retórica y mecánica de la poesía o versificación.

La moral es general y particular. La moral general trata de la ciencia del bien y del mal en general, de los deberes, de la virtud y de la necesidad de ser virtuoso. La moral particular se ocupa de la ciencia de las leyes o jurisprudencia la cual se divide en natural, económica y política; a estas dos últimas corresponden el comercio interior y exterior de tierra y mar.

La ciencia de la naturaleza comprende las matemáticas y las fisicomatemáticas. Las matemáticas se dividen en puras y mixtas. [28] Las matemáticas puras comprenden la aritmética y la geometría. La aritmética se divide en numérica y álgebra. El álgebra es elemental e infinitesimal: y el álgebra infinitesimal se subdivide en diferencial e integral. La geometría se diferencia en elemental, que comprende la arquitectura militar y la táctica, y en trascendental que abraza la teoría de las curvas.

A las matemáticas mixtas corresponden la mecánica, la astronomía geométrica, la óptica, la acústica, la pneumática, y el arte de conjeturar. La mecánica comprende la estática que se divide en estática propiamente dicha e hidrostática, y la dinámica que se divide en dinámica propiamente dicha, balística e hidrodinámica, la cual comprende la hidráulica, la navegación y arquitectura naval. A la astronomía geométrica pertenecen las cosmografía, la cronología y la gnomónica. La cosmografía se subdivide en uranografía, geografía e hidrografía. A la óptica corresponden la óptica propiamente dicha, la dióptrica y la catóptrica. El arte de conjeturar comprende el análisis de las probabilidades.

A las físico-matemáticas pertenece la física particular, que se divide en zoología, astronomía, física, meteorología, cosmología, botánica, mineralogía y química. La zoología abraza la anatomía, la fisiología, la medicina, la veterinaria, la equitación, la caza, la pesca y la caza de halcones. La anatomía es simple y comparada. La medicina comprende la higiene, la patología, la semiótica y la terapéutica. La higiene se divide en higiene propiamente dicha, cosmética (ortopedia) y atlélica (gimnástica). La terapéutica comprende la dieta, la cirugía y la farmacia.

A la astronomía física pertenece la astrología que se divide en física y judiciaria. La cosmología comprende la uranología, la aerología, la geología y la hidrología. La botánica se divide en agricultura y jardinería. La química se divide en química propiamente dicha y de aquí la pintura, y la tintorería, la metalurgia, la alquimia y la magia natural.

Bacon señala la imaginación como origen de la poesía, de la música, de la pintura, de la escultura, de la arquitectura y del grabado. Divide la poesía en profana y sagrada y una y otra en narrativa, dramática y parabólica. La poesía narrativa comprende el poema épico, el madrigal, el epigrama y el romance. La poesía dramática se divide en tragedia, comedia, ópera y pastoral. A la poesía parabólica pertenecen las alegorías. La música se divide en teórica, práctica, instrumental y vocal.

He aquí como dividió y clasificó Bacon los conocimientos humanos: nosotros empero no podemos aceptar esta clasificación. Ella es consecuente con la filosofía que supone, pero es falsa en sus principios y arbitraria muchas veces en sus procedimientos. [29] Para aplicar a las ciencias el método de observación experimental, era necesario indagar sus orígenes en las facultades del entendimiento y marcar sus detalles por la diferencia de los hechos que cada una de dichas ciencias examina. Esto hizo Bacon, señalando una jurisdicción especial a cada uno de los ramos del saber humano, y he aquí en lo que consiste su gloria. Pero la filosofía de su tiempo clasificaba de una manera incompleta las facultades intelectuales, y Bacon aceptando esta clasificación como origen de los conocimientos humanos, no podía hacer de estos una división exacta, natural y ordenada. No es cierto que la memoria, la razón y la imaginación sean las únicas facultades del entendimiento, y siendo esto así, tampoco puede ser verdad que sean ellas las facultades que principalmente desenvuelve cada orden de conocimientos. ¿Por ventura la memoria puede llamarse facultad intelectual? ¿Acaso es ella la que concibe, la que piensa, ni la que imagina? La memoria es una facultad secundaria que retiene en el entendimiento las ideas percibidas, pero que no produce otras nuevas, ni ilustra, ni esclarece las ya alcanzadas. La memoria es una facultad análoga a la sensibilidad, que así como esta sirve del medio o de ocasión para conocer las cosas presentes, ella sirve de intérprete para conocer las cosas pasadas. Así esta facultad sin dar origen a ningún orden de ideas ni de conocimientos, interviene necesariamente en todos. ¿Mas por eso ha de ser ella menos indispensable para el estudio de la historia civil y natural, que para el de la anatomía? ¿Qué relación especial tiene la memoria con los fenómenos y con los usos de la naturaleza, que no lo tenga asimismo con las ciencias morales, con las matemáticas o con la filosofía? Y si esta facultad no entra sino muy secundariamente en el estudio y en la composición de las ciencias, es absurdo señalarla como una de las que dan origen a cierto orden de conocimiento. Ninguna razón hay para colocar en este lugar a la memoria, y excluir de otro semejante a la sensibilidad: no es esta por cierto menos necesaria para la composición y el estudio de las ciencias naturales, y sin embargo, nada se dice de ella en el cuadro de Bacon.

Es indudable que la razón considerada como facultad de comprender las ideas necesarias da origen a la filosofía, y a todas las otras ciencias a quienes la filosofía sirve de fundamento. Pero no es así como Bacon comprende esta facultad humana: la razón es para él, la aprensión, el juicio y el raciocinio, y por consiguiente, a esta facultad deben corresponder en su sistema la metafísica, la lógica, la moral, y las ciencias naturales. Como si a las ciencias naturales pudiera aplicarse siempre el mismo método de observación que a la filosofía: como si la experiencia de los sentidos tuviera el mismo lugar en la química que en la metafísica o en [30] la lógica. Mas en esto es en lo que principalmente ha errado Bacon: pues habiendo creado un nuevo método de observación experimental, juzgó que su aplicación debía ser universal sin tener en cuenta la diferencia de los hechos ni la dificultad de las observaciones. Por eso ha colocado en su cuadro las ciencias naturales al lado de las filosóficas: por eso ha comprendido bajo la facultad de la razón, lo que si fuera posible hacer un cuadro perfecto de los conocimientos humanos debería estar dividido.

No son menos evidentes los errores de Bacon respecto a la distribución de las ciencias en cada una de las partes de su cuadro. Él coloca la teología revelada entre los conocimientos que nacen de la razón, como si el carácter esencial de esta ciencia no fuese incompatible con el que tienen todas las otras que proceden a su parecer del mismo origen. También es una falta muy grave por más que la disculpen las creencias de aquellos tiempos, el señalar como parte de la ciencia divina la adivinación magia o la negra. La ciencia de las leyes o la jurisprudencia no pertenecen como quiere Bacon a la moral particular, pues la moral y la legislación aunque tienen entre sí relaciones de analogía son dos cosas diferentes. Observase también que una misma ciencia se encuentra colocada en clasificaciones diferentes, de modo que no puede con certeza saberse al ramo de conocimientos a que corresponde. Y por último faltan a este cuadro todas las ciencias descubiertas o reformadas nuevamente, al paso que se hallan en él las denominaciones de otras que han sido ya separadas del catálogo de los conocimientos.

Para enmendar estos errores y para llenar el vacío del cuadro de Bacon reformado por los enciclopedistas, se han inventado otros cuadros nuevos en que por los mismos o por diferentes principios de los seguidos en el anterior se ha procurado trazar la generación; el enlace y la división de los conocimientos. Todos empero han participado de los mismos o de diferentes vicios, que los que hemos señalado en el de Bacon, porque no era posible imaginar un árbol genealógico de las ciencias sin incurrir en inexactitudes, sin suponer falsas relaciones entre los conocimientos, y sin acudir a divisiones arbitrarias. Nosotros también ideamos un cuadro de esta especie en que se expusieran la generación, la división y el enlace de los conocimientos con arreglo a los principios de la filosofía ecléctica; pero después de haber comenzado este trabajo nos convencimos de que es incompatible la aplicación a las ciencias de esta filosofía con un cuadro que abrazara los extremos señalados. Tres puntos capitales debe comprender un cuadro de esta especie: primero la generación de los conocimientos, o el método según el cual producen unas ciencias a otras; segundo la relación de origen o de naturaleza que tienen entre sí los conocimientos: tercero la [31] división más lógica, más natural, más verdadera que de los mismos conocimientos puede hacerse con arreglo a su generación y a sus relaciones: es decir, cuántas ciencias hay, cómo proceden las unas de las otras, y qué relaciones de semejanza y de diferencia tienen entre sí. Los que profesan un sistema exclusivo de filosofía no deben hallar grandes dificultades en la resolución de este complicado problema; porque los que piensan que es único y exclusivo el origen de las ideas, los que creen que un solo principio basta para explicar casi todos los hechos de la naturaleza humana, no deben hallar gran inconveniente en explicar por el desenvolvimiento de una facultad exclusiva el desarrollo y generación de un orden entero de conocimientos ni en asignar entre todos estos las divisiones o relaciones que crea más adecuadas a sus principios. Pero quien no admite ninguna facultad como origen exclusivo de las ideas: quien piensa que el desarrollo de los conocimientos es un fenómeno complejo en que tienen parte todas las facultades humanas, y en el que influyen las ideas y los conocimientos anteriores, no puede de manera alguna creer que las ciencias van procediendo exclusivamente unas de otras, ni que cada división de los conocimientos tenga su origen exclusivo en una sola facultad, ni en un solo hecho del entendimiento humano. Y si la generación de los conocimientos es una cosa compleja, y sus relaciones son infinitas y variadas, mal puede imaginarse un árbol genealógico de las ciencias en que se señala a cada una de estas su origen, sus procedimientos y sus relaciones.

De cuatro modos podría a nuestro parecer intentarse este trabajo. Primero, tomando como Bacon por punto de partida las facultades que principalmente se desenvuelven por cada orden de conocimientos, y que estos reconocen por exclusivos orígenes. Pero este método tiene el inconveniente de que no contribuyendo ninguna de las facultades humanas con exclusión de las otras a producir las ideas ni a crear las ciencias, es arbitrario, es absurdo clasificar y dividir por las facultades los conocimientos humanos.

El segundo método consiste en dividir y clasificar las ciencias, según el objeto que cada orden de ellas se propone. Hase dicho que saber, querer y tener eran los tres fines del desarrollo de la inteligencia y de la actividad humanas, y de aquí se ha deducido que la división más natural y verdadera de los conocimientos es la que los clasifica en ciencias que tienen por objeto cada uno de los fines indicados. Pero esta división es también incompleta y arbitraria, porque ningún ramo del saber se dirige exclusivamente a ninguno de aquellos tres fines: lo que perfecciona el entendimiento perfecciona la voluntad: lo que conduce a saber y a querer, conduce también a tener lo necesario. [32]

El tercer método que en este punto puede seguirse, es el de dividir y clasificar los conocimientos según la diferencia que tienen entre sí los hechos a que se refieren. Estos hechos son relativos a Dios, al mundo y al hombre; de donde deducen algunos que la mejor división de las ciencias es la que toma por punto de partida estos tres objetos del conocimiento humano. Pero en esta clasificación hay también inexactitud. Estos tres órdenes de conocimientos se suponen los unos a los otros y están enlazados entre sí. Las ciencias que se refieren al mundo tienen una íntima relación con aquellas que tienen por objeto a Dios y al hombre. No puede decirse que procedan de distinto origen ni que su generación siga un orden separado.

El último método en fin con cuyo auxilio puede intentarse un cuadro general de los conocimientos es el de dividirlos con arreglo a las cuatro ideas necesarias que son el fundamento de la inteligencia humana, es decir, en ciencias que tienen por objeto la verdad, la bondad, la utilidad y la belleza. Mas un escollo de la misma clase se encuentra en este procedimiento; porque si bien son estas ideas fundamentales las que dominan más principalmente en cada una de las ciencias, también es indudable que ninguna de estas tiene un origen exclusivo, ni tiende de la misma manera al desenvolvimiento de aquellas ideas. La verdad por ejemplo está comprendida, en la bondad, en la utilidad y en la belleza; lo útil no está separado de lo bueno, ni lo bueno puede comprenderse sin lo verdadero.

Siendo esto así, renunciamos a nuestro primer propósito de trazar un árbol genealógico de los conocimientos humanos, conforme a los principios de la actual filosofía, y hemos de contentarnos con la división completa de todas las ciencias teniendo solo presente los adelantamientos que de cincuenta años a esta parte se han hecho en algunos ramos del saber.

I.

Para proceder con orden dividiremos las ciencias en tres órdenes, cada uno de los cuales deberá comprender cierto número de ellas. Colocamos en el primero las ciencias morales, las creencias sociales, y las ciencias históricas. En el segundo las ciencias naturales, las ciencias físico-matemáticas y las ciencias de aplicación y utilidad. En el tercero las ciencias literarias y las ciencias de imaginación. [33]

Ciencias morales.

Llámanse así las que tienen por objeto la inteligencia, las ideas y la voluntad del hombre, es decir, toda la parte moral del individuo. A tres puntos pueden reducirse todas las investigaciones científicas en cada orden de conocimientos: primero, averiguar los caracteres generales de las ideas comprendidas en él, y por consiguiente de los hechos representados por estas ideas: segundo, investigar el origen de estos conocimientos, elevándose a las facultades u operaciones intelectuales de donde ellos proceden: tercero, confirmar la verdad y certeza de estas ideas. Aplicando estos principios al estudio de la naturaleza moral del hombre, diremos, que esta naturaleza se revela por dos especies de actos, los actos de la inteligencia y los actos de la voluntad, es decir, las ideas y los deseos. La ciencia que examina los caracteres generales de las ideas no respecto a su objeto, sino con relación a la inteligencia, pasando de este estudio al de las facultades y operaciones que son origen del conocimiento, se llama psicología. La psicología, pues, es la ciencia de las ideas y de las facultades intelectuales. La ciencia que analiza los caracteres de estas mismas ideas no con relación a la inteligencia, sino con relación a los objetos del conocimiento, se llama ontología. Las reglas según las cuales debemos averiguar la verdad, y la legitimidad de los conocimientos, se llama lógica. Los actos de la voluntad tienen diferentes caracteres: unos son conformes con la idea del bien que está impreso en nuestra alma, otros son contrarios a esta idea, unos son libres, otros forzados, unos reflexivos, otros sin reflexión. Dedúcese de aquí que la facultad que producen estos actos es susceptible de muchas y muy diversas modificaciones, y que el origen de estos actos es también variable y distinto. La ciencia que los analiza, que descubre su origen, y que deduce de este examen las reglas de las acciones, se llama filosofía moral. El conjunto de todos estos conocimientos, se llama ciencias morales.

Otra ciencia hay que tiene con las anteriores muy íntima relación; pero que sin embargo se diferencia de ellas y merece o no el nombre de ciencia según la acepción en que se toma esta palabra. La teología explica así como la psicología las cualidades más importantes del alma: examina como la ontología la existencia y los atributos de la divinidad, y enseña como la moral los deberes naturales del hombre. Pero la teología se distingue esencialmente de aquellas ciencias porque su punto de partida es diferente. La filosofía parte de la observación, y no admite como verdaderos, [34] filosóficamente hablando, los hechos que no alcanza a descubrir la observación: la teología por el contrario parte de la autoridad y de la fe, y reconoce como evidente un orden de hechos superior a nuestra débil razón, y a las investigaciones de nuestra experiencia. Por fortuna una y otra ciencia vienen a parar a un mismo resultado, porque gran número de verdades que la teología enseña de la fe, las deduce la filosofía por la observación: lo que la psicología, la ontología y la moral dicen del alma de Dios, y de los deberes morales del hombre, sin el auxilio de la fe, lo confirma la teología raciocinando según los principios de la autoridad. Mas no por eso deben confundirse estos distintos órdenes de ciencias, porque si iguales son sus resultados son diferentes sus métodos. Aún diremos más: si la ciencia es producto de la razón libre e independiente de toda autoridad, no debe darse a la teología semejante nombre, porque la teología es una enseñanza revelada exclusivamente por la fe, y desenvuelta y perfeccionada bajo los preceptos de la autoridad. Solamente debería ser llamada ciencia, cuando creyéramos que deben llevar este nombre todas las investigaciones, que se valen de un método científico cualquiera que sea el principio de donde partan, y el resultado a que tiendan. La teología se vale en efecto de los métodos filosóficos, y bajo esta relación ha seguido las modificaciones de la filosofía. Razonadora y dialéctica, pero desprovista de toda fórmula en los primeros tiempos de la iglesia con san Atanasio y san Agustín: escolástica y aristotélica, en la edad media con santo Tomás y Pedro Abelardo: erudita y profunda con Bossuet en tiempo de la reforma protestante: despreciada y vilipendiada por las impías doctrinas del siglo XVIII, levántase hoy en alas de la ciencia en cuanto a sus formas, inmutable y eterna en cuanto a su creencia. ¿Podrá decirse por esto que la teología ha progresado? ¿Se deberá creer que la teología ha seguido el impulso dado de un siglo a esta parte todos los conocimientos humanos? Esta cuestión es en nuestro concepto muy obvia de resolver. La teología considerada como una enseñanza revelada por Dios y sostenida por la autoridad, ni ha progresado ni puede progresar, porque su fondo que es el cristianismo es inmutable y eterno. La teología considerada como ciencia, esto es, como método racional y filosófico para exponer y demostrar las verdades del dogma, ha progresado como las otras ciencias. Ciertamente comprendemos el dogma ahora lo mismo que en el siglo XII; pero ni lo exponemos, ni los enseñamos, ni lo escribimos como en aquel tiempo. Cuando el escolasticismo dominaba en la filosofía, la teología era también escolástica: pero cuando el escolasticismo ha desaparecido para ser reemplazado [35] por una forma más amplia, más libre y más comprensiva, la de la observación racional, la teología ha empezado del mismo modo a olvidar las formas de la escuela, adoptando en cuanto era posible la de aquella observación: la teología en fin pretende ahora con más empeño que nunca demostrar por la razón lo que en otro tiempo creía sobradamente probado por la fe. Ahora también se escriben libros de teología: los alemanes católicos están prestando a esta ciencia eminentes servicios: el cristianismo ha encontrado también ardientes defensores e ilustrados intérpretes, pero sus obras no se parecen en nada, en cuanto a su método, a las de santo Tomas, ni a las de Lugdunense, por más que estén inspiradas por el mismo espíritu.

La razón de esta diferencia es en nuestro concepto muy obvia. Tal modificación en las ciencias sagradas no nace ciertamente de que se hayan descubierto en ellas algunos hechos nuevos: no proviene tampoco de que se haya encontrado ahora entre los hechos conocidos relaciones nuevas, sino de que ha variado la influencia de la filosofía sobre la teología: de que la teología así como el cristianismo se ha acomodado no en su fondo, pero sí en su forma, a las exigencias de la nueva civilización.

Cúmplenos hacer ahora algunas indicaciones sobre la tan debatida cuestión de la importancia que merecen los supuestos progresos de las ciencias morales, verificados desde hace un siglo. Para resolver esta cuestión con acierto vamos a establecer una teoría que juzgamos fundada en la escrupulosa observación de los hechos.

De tres modos puede progresar cada orden de conocimientos humanos: 1.º por el descubrimiento de hechos nuevos: 2.º porque se perciban nuevas relaciones entre los hechos anteriormente conocidos: 3.º porque varíe la influencia que necesariamente ejercen unas ciencias sobre otras. Ahora bien, ¿han sido descubiertos nuevos hechos en las ciencias morales? ¿Leibnitz, Kant, Descartes, Lock, Dugald-Steward han aumentado el catálogo de los hechos de la naturaleza moral del hombre que dejó la filosofía griega desde Tales hasta Zenón? Bien sabemos que muchos eruditos de estos últimos tiempos han pretendido demostrar que los filósofos que pasan por innovadores desde principios del último siglo, no han hecho más que dar nuevos nombres o presentar bajo diferentes puntos de vista las mismas doctrinas que aprendieron de los filósofos de la Grecia. De que la escuela sensualista por ejemplo tenga su origen en Epicuro y Aristóteles, la escuela idealista en Platón, la panteísta en los eleáticos y la mística en los sistemas filosóficos de Alejandría, han deducido estos filósofos eruditos que Kant ha traducido a Platón, que Lock ha copiado a Epicuro [36] y a Aristóteles, que Espinosa es un plagiario de la escuela de Elea y que Van-Helmont no ha hecho mas que reproducir la filosofía alejandrina. Pero semejante opinión sobre ser inexacta nos parece absurda en extremo. Es evidente que la filosofía moderna no ha enriquecido el catálogo de los hechos fundamentales que sirven de base a la filosofía. La humanidad no habría progresado, si tales hechos hubieran pasado desapercibidos por espacio de tantos siglos. Estos hechos que son la base de todo el saber humano, el fundamento de la moral y la regla de las acciones no podían permanecer ignorados a menos que la especie humana hubiera sido condenada por Dios a vivir cinco mil años en el caos del desorden y en las tinieblas de la ignorancia. Y aún diremos más: la providencia habría sido sobradamente cruel con el hombre si hubiera hecho patrimonio exclusivo de los sabios las verdades fundamentales de la filosofía. Mas por fortuna no ha sucedido así: estas verdades han sido reveladas al hombre por la razón y confirmadas luego por la fe. No son los filósofos los que las han descubierto, es el género humano quien las ha comprendido si no por reflexión por instinto: si no bajo las complicadas formas científicas bajo las formas sencillas del buen sentido. Así estas verdades o estos hechos no pertenecen a Kant ni a Platón: no los ha descubierto Epicuro ni Espinosa; pero lo que sí han hecho estos filósofos ha sido reducirlos a forma científica, compararlos y ordenarlos por medio de la reflexión y del análisis, deducir de ellos consecuencias más o menos verdaderas, más o menos legítimas, y fundar los sistemas. Estos sistemas fundados en la antigüedad son el precedente histórico de los establecidos recientemente, así como los hechos fundamentales de la filosofía descubiertos por el buen sentido son el precedente necesario de Aristóteles y de Platón. Si porque Kant y Lock se hayan apoyado en aquellos dos filósofos ha de decirse que son sus copiadores, menester es confesar también que no hay mérito alguno de originalidad en Platón ni en Aristóteles. Y así como estos filósofos no enriquecieron el catálogo de los hechos fundamentales de las ciencias, aunque descubrieron entre estos hechos nuevas y luminosas relaciones, origen de sus sistemas, así Kant y Lock tampoco aumentaron aquel catálogo sin embargo de haber enriquecido las ciencias con el conocimiento de nuevas relaciones entre los hechos ya conocidos. ¿Quien se atreverá a decir que porque sea uno mismo el punto de partida de la filosofía aristotélica que el de la de Lock, y el de la filosofía platónica que el de la de Kant, son respectivamente idénticos estos cuatro sistemas? ¿Por ventura nada ha adelantado Condillac en el análisis de la sensación a lo que habían dicho sobre el mismo punto los filósofos griegos? ¿Nada más ha dicho Kant en el examen [37] de la razón pura y de la razón práctica que Sócrates y Platón? Cada escuela exclusiva de filosofía ha analizado preferentemente alguno de los hechos fundamentales de la naturaleza moral del hombre. Resultado ha sido de esta preferencia un sistema también exclusivo, fundado principalmente en el hecho con exclusión examinado. Aunque cada uno de estos sistemas ha solido exagerar la influencia de los hechos que ha considerado principales, también ha profundizado su estudio y adelantado su conocimiento. Así se suceden unos a otros los sistemas filosóficos refiriéndose cada uno al que le precede que tiene con él mas analogía, pero desenvolviéndolo y perfeccionándolo, exagerando el error, o corrompiendo la verdad, pero enriqueciendo siempre a la ciencia con alguna nueva observación, con algún útil adelantamiento. He aquí todo el progreso posible en las ciencias morales: cuantas innovaciones se han hecho en ellas desde Tales, no han podido ni podrán variar en adelante los hechos ni los principios esenciales: cuantas reformas han sido intentadas con este fin han pasado y pasarán como extremas aberraciones. La Providencia si bien ha consentido que ciertos hechos del mundo físico, cuyo conocimiento no era mas que útil al hombre hayan permanecido ocultos por espacio de muchos siglos, no ha querido permitir que las verdades cuyo conocimiento no era solamente útil, sino necesario para la humanidad fuesen el secreto de ninguna ciencia ni la invención de ningún filósofo.

Así las ciencias morales han progresado hasta nuestros días de la manera que ellas pueden hacerlo: es decir, trabajando siempre sobre unos mismos hechos fundamentales, y exagerándolos sucesivamente, pero profundizando siempre su estudio y su conocimiento. Nunca ha sido mejor analizado el fenómeno de la sensación que cuando los materialistas exageraron este fenómeno para deducir de él la impía doctrina del ateísmo.

Las ciencias morales ofrecen en la actualidad un aspecto muy diverso del que presentaban en el siglo pasado. Ya anteriormente dijimos como el principio de la sensación, había conducido estas ciencias a la impiedad y al absurdo. La filosofía fue entonces una máquina de guerra contra la religión y contra la sociedad: la moral una doctrina perniciosa para las costumbres. Hoy la filosofía es la fiel aliada de la religión, y el precedente necesario de todas las ciencias sociales: hoy la moral filosófica es la misma moral cristiana del evangelio. Y no ciertamente porque estas ciencias hayan retrocedido al estado que tenían antes del siglo XVIII, sino porque han recogido y aprovechado todo lo que había en ellas de verdad antes de este siglo, como igualmente todo lo que no era absurdo en la filosofía de la experiencia. He aquí en lo que [38] consiste el nuevo eclecticismo de las ciencias morales: he aquí el carácter actual y predominante de estas ciencias.

II.
Ciencias sociales.

Las ciencias sociales tienen por objeto al hombre considerado con relación a sus semejantes y formando parte de una asociación pública, o más bien establecen los medios de conservar la existencia y aumentar la prosperidad de las sociedades. Estos medios son el cumplimiento de la justicia, y el desenvolvimiento y perfección de los intereses públicos: de aquí nacen dos órdenes diferentes de ciencias sociales: las que fundándose principalmente en la justicia son tan inmutables como ella, y las que teniendo por fundamento la utilidad pública, sufren todas las modificaciones de que son susceptibles los intereses. En el primero de estos órdenes debemos colocar el derecho público que establece los deberes de la autoridad respecto al súbdito: el derecho de gentes que fija los deberes entre las naciones, y el derecho civil o positivo que determina las relaciones de justicia entre los individuos, y define sus derechos y sus obligaciones. Al segundo orden pertenecen todas las ciencias que estudian principalmente los intereses sociales e investigan los medios de desenvolverlos: tales son, el derecho administrativo, y la economía política.

Una cuestión muy importante encierra la división que acabamos de hacer. ¿El primer orden de ciencias sociales que hemos indicado, es decir, el derecho público, el derecho de gentes, y el derecho civil se fundan única y exclusivamente sobre los preceptos rigurosos de la justicia, o bien admiten asimismo por base los intereses y la utilidad? ¿Las ciencias que tienen por objeto el desenvolvimiento de los intereses públicos su fundan únicamente en el conocimiento de estos intereses, o bien tienen en cuenta asimismo, los preceptos de la justicia? Cierta escuela de publicistas exclusivos, ha pretendido demostrar que las ciencias sociales que se fundan en la justicia, no deben tener en cuenta los intereses, esto es, que el derecho público, el derecho de gentes y el derecho civil, no admiten nunca las consideraciones de utilidad, como elemento que influya ellos ni modificando sus disposiciones. Un raciocinio muy sencillo, pero muy incompleto también, y por consiguiente muy falso les ha conducido a este resultado. La justicia han dicho es inmutable y eterna: el derecho es la realización de la justicia: la utilidad es precaria y variable; si pues admitimos la utilidad como elemento que juntamente [39] con la justicia entre a componer el derecho, reconocemos que la justicia es variable, y que por consiguiente el derecho puede con razón ser injusto.

Este argumento al parecer concluyente, está fundado en un principio falso. El derecho es ciertamente la realización social de la justicia; pero no es ni puede ser de manera alguna la realización de toda la justicia, es decir, el derecho no debe mandar mas que lo justo; pero ni debe ni puede ordenar todo lo justo. Porque los publicistas de que hablamos han olvidado esta verdad, incurren en el error que combatimos. Si el derecho no comprende toda la justicia, es porque razones más poderosas de utilidad declaran que esto es inconveniente o imposible. ¿Cuántos preceptos de justicia comprendemos y aplicamos en nuestra conducta privada, y que sin embargo, no están consignados en ningún código por ningún legislador? ¿Cuántos actos declara injustos la razón al mismo tiempo que juzga inconveniente el castigarlos y perseguirlos? Actos de injusticia son las injurias leves, y sin embargo, ninguna legislación las castiga por temor de incurrir en mayores injusticias. Así pues la utilidad, el interés, no como tal interés ni utilidad, sino como consideración también de justicia modifican algunas veces los que en rigor deberían ser preceptos del derecho.

¿Pero se sigue de aquí que los intereses materiales de la sociedad deban sobreponerse a los preceptos de la justicia? De ningún modo: cuando el interés social aparece en contradicción con alguna máxima de justicia, no es ya este interés una mera exigencia de la utilidad común, sino otra consideración de justicia más fuerte y elevada que la primera. He aquí por qué sin dejar de ser el derecho tan inmutable en su fondo como la justicia, se modifica alguna vez por consideraciones de utilidad, que tienen un fin de equidad mucho más importante y rigoroso. Solo bajo este concepto puede decirse que la utilidad es también un elemento del derecho. Además, cuando los principios generales de esta ciencia pasan a los códigos particulares, sufren necesariamente no en su fondo, pero sí en sus aplicaciones, la modificación que exige el estado político y social del país, su religión, su clima, sus costumbres y todas las otras circunstancias que influyen poderosamente sobre el derecho positivo. Entonces también el legislador tiene en cuenta los consejos de la utilidad, al reducir a derecho la justicia. Y no dirán por cierto los más estoicos publicistas que esta máxima de acomodar las leyes al estado de las sociedades, sea una máxima inicua ni absurda.

Las ciencias que tienen por objeto el desarrollo de los intereses materiales de la sociedad, aunque fundadas principalmente [40] sobre el principio de la utilidad común tienen al mismo tiempo una tendencia moral y de justicias. Porque sabido es que si la miseria y el malestar social son ocasión de excesos y de crímenes, aquellas ciencias que tienen por objeto aliviar esta miseria y disminuir este malestar, tienen al mismo tiempo un fin moral más elevado, el de prevenir las injusticias. Así la ciencia de la administración y la economía política, aunque fundadas principalmente en consideraciones de interés público, tienden lo mismo que el derecho a la realización social de la justicia.

Otra grave cuestión se ha suscitado en estos últimos tiempos acerca de la economía política que conviene apuntar. ¿La economía política tiene los caracteres de verdadera ciencia? ¿La economía política es una ciencia impía e inmoral que degrada al hombre porque tiende a materializar su especie? Tal es la vana pretensión de los socialistas modernos, y de esa otra escuela que abrogándose el nombre de católica, pretende hacer retroceder la ciencia. La economía política es una verdadera ciencia, porque tiene todos los caracteres de tal: ella tiene principios generales tan ciertos y tan evidentes, como los de las ciencias exactas: estos principios proceden legítimamente del examen de los hechos: y de las relaciones que estos mismos hechos tienen entre sí han resultado una o muchas teorías que podrán ser si se quiere falsas o incompletas, mas que no por eso dejan de tener una parte verdadera. ¿Dejará acaso de ser ciencia la economía, porque haya adoptado principios falsos y propagado errores absurdos? Si porque una ciencia no es completa, si porque una ciencia tiene algo de falso y de erróneo, no merece el nombre de tal, quítesele desde luego este nombre a la filosofía porque ninguna ciencia ha producido mas aberraciones que ella. Convenimos en que la economía política es hasta ahora muy incompleta: convenimos en que la escuela llamada de los fisiócratas, le dio más importancia de la que realmente tiene: confesamos que la distribución proporcionada y justa de la riqueza, es hasta ahora un secreto de la economía; pero de aquí no se sigue que esta ciencia no tenga todos los caracteres de tal, porque para que tal oposición fuese verdadera, sería necesario demostrar que no hay en la economía política ningún principio legítimo, ni ninguna teoría verdadera, y esta demostración es a nuestro parecer imposible.

No es menos inexacto que la economía política degrade la dignidad del hombre reduciéndolo a la condición de bruto; porque al hablar nosotros de esta ciencia no entendemos por tal ningún sistema exclusivo de esos que exagerando los verdaderos principios han terminado en consecuencias absurdas. De que Malthus dijera «que un hombre que nace en una sociedad ya ocupada, [41] si no tiene medios de alimentarle, o si la sociedad no tiene necesidad de su trabajo, este hombre no tiene derecho a reclamar la subsistencia y está demás sobre la tierra, porque en el banquete de la naturaleza no hay cubierto para él» no se sigue por cierto que esta máxima impía sea la consecuencia necesaria y legítima de la teoría sobre la población del mismo economista, y mucho menos que sea el resultado de los principios incontestables de la ciencia. No es la economía política la que tiende a materializar la sociedad: si la sociedad no tuviera tendencias escépticas y materialistas, todos los esfuerzos de la economía no serían bastantes para comunicárselas. El carácter material que atribuyen algunos a la sociedad presente, no es el resultado de la ciencia, éslo sí del escepticismo que corroe las entrañas de la sociedad. La ciencia económica no contradice abiertamente este carácter; pero tiende a modificarlo satisfaciendo sus exigencias en cuanto esta satisfacción es compatible con el bien común.

III.
Ciencias históricas.

La historia es el libro en que están escritos los decretos de la Providencia: por eso es tan importante su estudio. Ella es la narración razonada y filosófica de lo que los hombres, ya como individuos, o ya como pueblos, hicieron en los tiempos pasados o hacen en nuestros días. Todo hecho acontece en una época, y en un lugar determinado, y de aquí la ciencia de las épocas que se llama cronología, y la ciencia de los lugares que se llama geografía.

La arqueología y las antigüedades son también dos ramos importantes de la historia, los cuales tienen de común entre sí el que ambos se ocupan de la vida política y privada de las antiguas poblaciones; pero con la diferencia de que las antigüedades se ocupan especialmente de las instituciones, las costumbres, las leyes, y el culto de los antiguos, y la arqueología se refiere con especialidad a los objetos materiales. Así esta última ciencia se divide en siete partes: arquitectura, escultura, pintura, gliptografía o piedras labradas, paleografía o inscripciones, numismática y utensilios.

La arqueología y las antigüedades trabajan hoy de consuno para determinar las diferencias que distinguen a las razas, a los pueblos, y a las tribus, y las relaciones de filiación que existen entre las diferentes naciones. Así comienza una ciencia nueva que va siendo más importante cada día, llamada etnografía o historia de las razas y de las tribus. [42] La mitología es también una ciencia histórica, porque da a conocer las creencias religiosas y las supersticiones de los pueblos antiguos. Divídese esta ciencia en ritos, símbolos y ceremonias. Las fuentes de la historia son: primero, los escritos entre los cuales se comprenden los archivos, los periódicos, las leyes y los libros de filosofía y de literatura: segundo, los monumentos tales como las obras de arquitectura, las medallas y las inscripciones: tercero, las tradiciones populares como leyendas, himnos, usos, fiestas y etimologías.

La arqueología y las antigüedades nos dan a conocer aisladamente los hechos; pero estos hechos no podrán ser comprendidos ni explicados, si ignoramos dos circunstancias importantes de su realización, a saber: el lugar y el tiempo en que acontecieron. He aquí de donde procede la grande importancia que se da hoy al estudio de la cronología y de la geografía. La influencia del tiempo, la del clima, y la de las otras circunstancias especiales del territorio, es una consideración indispensable para juzgar acertadamente sobre los sucesos de la historia y consideración que sería imposible tener en cuenta sin el profundo conocimiento de la cronología y de la geografía.

Las fuentes de la primera de estas ciencias son las mismas de la historia aunque más principalmente los monumentos, los escritos contemporáneos, las inscripciones y las medallas. Sucede muchas veces que estos monumentos de la cronología llevan consigo la fecha, mas cuando carecen de ella la deducen los inteligentes por sincronismo, o por lo que se llama estilo de monumento.

La geografía es la ciencia que describe la superficie exterior del globo, esto es, la forma general de los continentes de las islas y de los mares, la dirección y altura de las montañas, el curso de los ríos, la división de las tierras en reinos, provincias &c., las ciudades, la población, las razas, las lenguas, los cultos, la posición, distancias respectivas de unos a otros lugares, el temperamento, los productos minerales, animales y vegetales, la riqueza nacional, las rentas públicas, los establecimientos de todas clases y los monumentos. Estos diferentes puntos que son objeto de la geografía, divídense luego en secciones especiales: así la orografía es la ciencia de las montañas: la hidrografía la ciencia del mar y de los ríos, la etnografía la ciencia de las razas, la idiomografía la ciencia de las lenguas, y la estadística la ciencia que cuenta y enumera los elementos de la riqueza de cada país.

Después de haber enunciado los elementos que entran en la formación de la historia, parécenos conveniente hacer alguna ligera indicación sobre el estado de esta ciencia en la actualidad. [43] La historia no es ya, como han querido suponer algunos, una narración de hechos sin enlace ni relación entre sí, sino una especie de drama cuyas partes y accidentes tienen una íntima relación, cuyos actores son la humanidad, y cuyo autor es la Providencia. Así todo lo que sucede en la historia tiene su causa y su razón: los hechos históricos son el resultado de las leyes del mundo moral, así como los sucesos de un drama lo son del plan y del pensamiento del poeta. No entendemos por esto que la intervención de la Providencia en los acontecimientos de la historia anule la libertad humana y la responsabilidad de los individuos: semejante doctrina es demasiado inmoral para que nosotros la profesemos. Pero la libertad y la responsabilidad humana, son ciertamente muy compatibles con una doctrina que no considera la necesidad de los sucesos históricos como una ciega fatalidad, que absuelve siempre a los individuos que en tales sucesos intervienen, sino como una consideración que aumenta o disminuye la responsabilidad del hombre por acontecimientos determinados, según sea la influencia que hayan ejercido sobre su espíritu las ideas del tiempo, las costumbres, el clima y otras circunstancias. Tenemos por eminentemente moral y justa esta manera de apreciar los sucesos históricos; y los mismos que acusan de ceguedad fatalista a la escuela que lleva este nombre, admiten como equitativo este método para apreciar en rigor de justicia los sucesos contemporáneos. ¿Por ventura no es un principio constante de jurisprudencia que las circunstancias personales de los delincuentes aumentan o disminuyen su culpa, agravan o aligeran su pena? Pues este principio aplicado a la historia es el mismo que hace estremecer a los filantrópicos adversarios del fatalismo.

Las ciencias históricas han hecho así grandes progresos en este último siglo. La historia era antes únicamente la cronología de los príncipes que han reinado sobre las naciones, y la descripción de las batallas que han asolado a los pueblos: cuidábanse poco los antiguos historiadores de examinar las leyes, la religión, las costumbres, el comercio, la industria de los pueblos cuyas hazañas referían. Hoy sucede todo lo contrario, pues al paso que se da más importancia a este ramo esencial de la historia, ocúpanse menos páginas en describir las guerras y en referir las batallas, testimonio del poder de los príncipes o de la heroicidad y la fama de sus generales. La historia es así una enseñanza útil en vez de un entretenimiento agradable, una lección moral más bien que un curioso pasatiempo. [44]

IV.
Ciencias naturales.

Después de haber examinado la naturaleza moral del hombre sus relaciones en la sociedad y sus precedentes en la historia, la ciencia debe analizar la naturaleza física de la humanidad, la del cielo y la de la tierra. Resultan de aquí tres órdenes de ciencias, comprendidas bajo la denominación de naturales, unas que se refieren al cielo, otras que se ocupan de la tierra, y otras que estudian al hombre: esto es, la astronomía, la geología y la medicina.

¿Qué es el cielo? ¿Cómo son esos cuerpos opacos o luminosos que encontramos en él? ¿Cuáles son sus dimensiones? ¿Cuáles sus movimientos? ¿Cuáles sus distancias respectivas? ¿Por qué leyes se rigen? La astronomía es la ciencia que resuelve estos graves problemas.

La tierra puede ser examinada en sí misma y con relación a los objetos que contiene. Deseamos saber lo que es la tierra, si es una masa opaca, o bien un cuerpo brillante y ardiente aunque frío en su superficie. Preciso es también averiguar qué revoluciones han ocurrido en este cuerpo: qué materias entran en la composición de él: qué orden guardan entre sí estas distintas materias: por qué unos volcanes lanzan ahora terribles llamas por sus inmensos cráteres cuando otros se han apagado y extinguido. No es menos importante de saber dónde nace el mar: cuáles son sus movimientos y de dónde provienen, de qué materia se compone la atmósfera: qué fenómenos pasan en ella, y qué leyes la gobiernan y la dirigen. La ciencia que se ocupa de estas importantes investigaciones y resuelve los problemas encerrados en ellas se llama geología en su más elevada acepción: pero comúnmente ha solido darse este nombre a cierto número de hipótesis imaginadas sobre el origen de nuestro globo, sobre las revoluciones que lo han alterado, y sobre la masa solida de la tierra y de las rocas graníticas, profilíticas &c. que la componen. La ciencia del mar, la teoría de las mareas, y la historia de ese inmenso Océano y de sus invasiones sobre la tierra no tienen nombre conocido, pero deberían llamarse talasología. También es indispensable conocer esta masa fluida que se eleva sobre la tierra y que llamamos atmósfera, como igualmente la multitud de fenómenos que ocurren en ella. De aquí la atmosferología y la meteorología.

Los infinitos objetos que ocupan la tierra dan lugar a un número considerable de ciencias. Observamos primeramente que unos de esos seres que pueblan el globo, son inorgánicos y que otros son organizados. [45] Notamos entre los primeros tres clases de cuerpos: los minerales, los metales y las tierras. Deseamos saber de qué modo están compuestos estos cuerpos, cuáles son sus propiedades químicas o físicas, cuáles son sus formas y cuáles sus usos. De aquí nace la mineralogía, ciencia que tiene relación por una parte con la química y con la física, y por otra con los procedimientos industriales. La parte de esta ciencia que trata de las piedras, de las canteras y de los minerales, se llama orictognosia, y la que se ocupa de los cristales cristalografía.

Antiguamente se distinguían tres reinos en la naturaleza, el mineral, el vegetal y el animal; pero los naturalistas han alterado hoy esta división, sustituyéndola por la de cuerpos orgánicos e inorgánicos que ya hemos referido. Entre los cuerpos orgánicos hallamos que unos son vegetales y otros animales: la ciencia que trata de los primeros se llama botánica, y la que se ocupa de los segundos zoología. Para conocer bien los cuerpos que son objeto de ambas ciencias necesitamos: 1.º clasificar los géneros, especies o variedades así de los vegetales como de los animales: 2.º describir sus órganos y sus funciones. De este modo la clasificación y descripción de las plantas son objeto de una de las grandes secciones de la botánica que se llama fitografía; y como las especies de plantas que se conocen hoy suben de sesenta mil, la fitografía se subdivide en muchas ciencias parciales, como por ejemplo, la apotiledonia, la monocotiledomía, la dicotiledomía, y otras que expone y clasifica Jussieu. La parte de la botánica que analiza los órganos de los vegetales y sus funciones comprende la anatomía, la organografía y la fisiología vegetales.

La zoología es la ciencia del reino animal, o como se decía otras veces, la historia de los animales. Distínguense en ella así como en la botánica dos grandes secciones: en la primera se describe las partes de los animales, ya como piezas aisladas y sin relación, o ya como porciones de un gran aparato destinado a ejecutar algunas de las funciones de la vida. De aquí la anatomía. Esta ciencia descubre a cada instante y en cada especie de animales hechos nuevos y órganos desconocidos: estos descubrimientos dan lugar a comparaciones entre las organizaciones de los diversos animales, y de aquí la anatomía comparada: ciencia nueva, que aunque imperfecta todavía, ha hecho en estos últimos años considerables progresos.

Conocidas las partes y los órganos del cuerpo, necesitamos conocer sus funciones y su destino: así después de la anatomía viene la fisiología. Esta ciencia examina las sensaciones, los instintos, las costumbres, el carácter de los animales y las diversas modificaciones que puede ejercer sobre ellos la educación, los hábitos y [46] otras causas semejantes. Cada uno de los aparatos orgánicos da lugar a un ramo de la fisiología; mas el principal de estos ha sido siempre el cerebro, órgano del pensamiento. Los descubrimientos modernos han demostrado que este órgano no es uno como antes se creía, pues que es preciso distinguir por lo menos el de la sensación, el de los movimientos automáticos y el de la voluntad. Es muy posible que queden aun otros muchos órganos por conocer. Gall pretendía haber determinado por las prominencias exteriores del cerebro los caracteres y los talentos de los hombres que se sometían a su inspección. Lavater se ha hecho célebre por su obra titulada Arte de conocer a los hombres por su fisonomía. Los que juzgan incontestable la verdad de esta ciencia suponen que el fisonomismo es una de las partes mas importantes de la fisiología.

Siendo las partes principales del cuerpo humano los huesos, los músculos, los nervios, los vasos y las entrañas, la anatomía se dividía otras veces en osteología, miología, neurología, angiología y esplancnología. Pero hoy se estudian por distinto método, el de los aparatos, estas diferentes partes del cuerpo humano. Así la anatomía conduce a la fisiología, la prepara y la invoca como su complemento esencial. Empieza pues dicha ciencia por el aparato de la locomoción, el cual se compone de huesos, músculos, ligamentos, tendones &c.; vienen luego la respiración y la voz, la circulación de la sangre, la nutrición, la sensación, la generación, la preñez, el parto, la lactancia, y por último la descripción del aparato dermoide o de la piel de las glándulas lacrimales y de otras glándulas de menor importancia.

Como las razas de animales son tan numerosas, ha sido preciso clasificarlas para conocerlas. La ciencia que establece esta clasificación y examina cada una de su partes se llama zoología pura. Entre los animales unos tienen huesos, esqueleto, sólido y vértebras: otros por el contrario no tienen nada de esto, y de aquí la primera división de los animales en vertebrados y no vertebrados. Cada una de estas clases se subdivide luego en cierto número de órdenes. Cuatro órdenes comprende la clase de los vertebrados mamíferos, aves, pescados y reptiles: cinco órdenes abraza la de los no vertebrados moluscos, crustáceos, annélides y zoofitas. La ciencia que trata de los mamíferos se llama mammalogía, la que se ocupa de las aves ornitología, la que trata de los pescados artiología, y la que se ocupa de los reptiles herpetología. La malacología es la ciencia de los moluscos, y la entomología la ciencia de los insectos. El conocimiento de las otras familias de animales no tiene nombre aun.

Hasta ahora solo hemos hablado de los animales que pueblan la tierra en nuestros días; pero debe saberse que se ha perdido un [47] gran número de razas, cuya existencia es sin embargo incontestable, pues la justifican los huesos y los fragmentos de esqueletos que han sido encontrados en las minas y en las canteras. Estos animales son conocidos con el nombre de fósiles. La ciencia que trata de ellos fue fundada en 1808 por Cuvier en su excelente tratado intitulado investigaciones sobre los huesos fósiles.

De dos modos puede hacerse el estudio de la zoología: o viniendo de los animales más simples a los más compuestos, esto es, empezando por los zoofitas, y acabando por los mamíferos, o comenzando por los más compuestos y terminando por los más simples. Al comparar así unos animales con otros se observan en unas clases ciertos aparatos y órganos que faltan en otras: de este modo formamos una escala de seres en cuya parte inferior están colocados los más simples, y en la superior los más complicados. Pero se nota también que un gran número de seres están casi en el mismo grado de composición, ocupando al parecer pequeñas escalas colaterales del lado de la principal. Así los animales más simples o inferiores se aproximan a las plantas, pues no tienen más sentido que el tacto, y aún este está reducido a una especie de estremecimiento o de contracción que sufren cuando reciben alguna lesión, al paso que los animales superiores tienen cinco sentidos y más desarrolladas las facultades intelectuales, mientras más alto es el lugar que ocupan en la escala. Al frente de estos animales está colocado el hombre. Por eso hemos considerado su estudio como parte de la zoología, o más bien de la mamalogía. Esta ciencia, que ha sido la más cultivada, se llama anatomía.

La anatomía es la base de todos los estudios médicos cuyo conjunto forma una ciencia natural mixta que colocamos después de las ciencias naturales simples, la mineralogía, la zoología y la botánica. Las ciencias médicas comprenden: primero, la anatomía, que enseña a conocer el cuerpo sano: segundo, la patología, que examina el cuerpo enfermo, y por consiguiente las causas, los efectos, la marcha, y las fases de las alteraciones que sobrevienen a la máquina animal: tercero, la nosología o clasificación de estas alteraciones, que se llaman enfermedades: cuarto, la materia médica, que examina los cuerpos simples o compuestos, naturales o artificiales que pueden curar las dolencias: quinto, la terapéutica, que enseña a conocer a qué enfermedades o grados de enfermedad conviene aplicar cada clase de remedios: sexto, la cirujía, o el estudio de las operaciones manuales que es preciso practicar sobre el cuerpo humano para volverle la salud: séptimo, la higiene, que enseña a prevenir las enfermedades por cierto régimen de vida, de costumbres, o de alimentos. [48]

Esta larga serie de ciencias pueden ser reducidas sin embargo a una clasificación de tres partes: la primera, que tiene por objeto el cuerpo sano, o la anatomía y la fisiología: la segunda, que se refiere al cuerpo enfermo, o la patología y la nosología: y la tercera, que enseña los medios de conservar la salud, cuyos medios si tienen por objeto prevenir las enfermedades constituyen la higiene; y si se proponen restituir la salud perdida, forman la ciencia que debería llamarse iatrología. Esta ciencia si obra mecánicamente sobre el cuerpo se llama cirujía, y si opera químicamente, toma el nombre de medicina. La medicina comprende la materia médica y la terapéutica.

Apréndese la anatomía por la disección, y la cirujía por la práctica. El profesor que explica las alteraciones morbíficas y prescribe los remedios, y las operaciones que pueden curarlas haciéndolas aplicar por sus discípulos, enseña un curso que se llama de clínica.

Mas el hombre no es el único animal sujeto a las enfermedades que todo ser orgánico; hasta las mismas plantas las padecen. Aunque casi todos los animales tienen el instinto de curarse a sí mismos, la necesidad que el hombre tiene de muchos de ellos le ha obligado a estudiarlos, y a indagar los medios propios de conservarles o restituirles la salud; de aquí la veterinaria, que es la medicina y la cirujía aplicables a los animales.

V.
Ciencias físico-matemáticas.

Conocidos los fenómenos de la naturaleza, obsérvase en ellos cierta regularidad, cierto orden que suponen la acción de ciertas leyes. El conocimiento de estas leyes que rigen la materia es el objeto de las ciencias físico-matemáticas. En la escala de estos conocimientos las matemáticas puras ocupan el primer lugar, porque son las que establecen los principios en virtud de los cuales podemos elevarnos al conocimiento de aquellas leyes.

Hase dicho en estos últimos tiempos que las ideas matemáticas no tenían una realidad en el mundo: que estas ciencias creadas arbitrariamente por el espíritu habíanse mantenido luego por la convención: que los números, por ejemplo, no existían en la naturaleza. Mas este errado concepto no puede pasar sin refutación. Las ideas matemáticas tienen tanta realidad en la naturaleza como las de todas las propiedades por las cuales se diferencian los cuerpos. ¿Cuáles son por ventura las ideas en que están fundadas las matemáticas? La de cantidad y la de extensión. [49] ¿Y la cantidad no es una cualidad de los objetos tan real como la extensión, la impenetrabilidad y otras? Lo uno y lo múltiplo existen en la naturaleza, puesto que son diferencias de que nos servimos para conocer. Si existe lo uno y lo múltiplo existen también todas las graduaciones posibles entre uno y otro término, y por consiguiente existe la cantidad que es una de las bases fundamentales de las matemáticas. No diremos por eso que la imaginación suponga en estas creencias ideas sin realidad, por ejemplo, el punto matemático; pero de aquí no se sigue que dejen de tenerla aquellos conocimientos sobre los cuales está basada toda la ciencia del cálculo. La imaginación ha hecho pues en las matemáticas lo mismo que en todas las otras ciencias, es decir, ha observado los hechos, descubierto sus relaciones, y deducido su teoría y su ley. Los hechos en las matemáticas son la cantidad, y los grados de la cantidad, la extensión y las formas de la extensión: de las infinitas relaciones que tienen entre sí las cantidades y las formas extensas han deducido los matemáticos las reglas de la aritmética, las fórmulas del álgebra, y los resultados de la geometría. ¿La inteligencia ha procedido de otro modo por ventura al estudiar los cuerpos terrestres, o al descubrir las leyes del sistema planetario? ¿El círculo o el cuadrado no existen como cualidades de los cuerpos en la naturaleza del mismo modo que el tres o el uno?

Divídense las matemáticas en elementales y trascendentales. En las primeras están comprendidas la aritmética, el álgebra, la geometría y la trigonometría, según la opinión de algunos: a las segundas pertenecen la geometría descriptiva, el análisis y el cálculo diferencial e integral.

Estos conocimientos combinados con el de los cuerpos de que hablamos anteriormente, han dado lugar a las ciencias físico-matemáticas, o al estudio de las leyes por las cuales se rigen los fenómenos de la naturaleza. La ciencia que ha considerado estas leyes como propiedades generales de los cuerpos o como agentes que producen los fenómenos, ha sido llamada física: la que ha examinado las reglas que guardan los cuerpos en su composición y descomposición, ha sido nombrada química.

La extensión y la impenetrabilidad, son las únicas propiedades esenciales y generales de los cuerpos, de donde se derivan todas las otras. La movilidad supone fuerza motriz; la pesadez supone presión, y así por el estudio de las propiedades de los cuerpos, llegamos al de las fuerzas que se llama mecánica. Divídese esta ciencia en mecánica propia que trata de las fuerzas en general, o de los cuerpos sólidos, y en hidrostática que se ocupa de los líquidos. De dos modos pueden ser consideradas las fuerzas: en reposo o equilibrio, y en movimiento o sin equilibrio: de aquí [50] resultan dos ciencias: la estática y la dinámica, las cuales cuando tratan de los líquidos toman el nombre de hidrostática e hidrodinámica. Los movimientos de los planetas en el espacio, dependen de la pesadez y de la presión: de aquí una mecánica celeste, cuyos fundamentos echó Newton descubriendo la gravitación universal y que ha sido completada por Laplace a fines del último siglo.

Los grandes agentes de los fenómenos naturales son ponderables o imponderables. Pertenecen a los primeros el aire y el agua: el aire considerado como vehículo de los sonidos da lugar a la ciencia llamada acústica, y el agua considerada como principio del vapor, ha dado origen a la teoría de los vapores. Los agentes imponderables son el calor, la luz, la electricidad y el magnetismo. La ciencia de la luz se llama óptica. La óptica se divide en dióptrica y catóptrica, que tratan la una del modo de acercar o separar los objetos por medio de los cristales, y la otra de los medios de reproducirlos con ayuda de los espejos. Las ciencias de la electricidad y el magnetismo no tienen aún nombre conocido.

Pero los cuerpos son simples, cuando todas sus partes tienen las mismas propiedades que el todo, y compuestos cuando cada una de estas partes tiene propiedades diversas. Es objeto de la química conocer los cuerpos simples y sus afinidades, los compuestos que con ellos se forman, ora en la naturaleza, ora en los talleres y en los laboratorios; las afinidades que estos compuestos tienen entre sí y con los cuerpos simples, las proporciones en que entran estos cuerpos en la composición, y el uso a que pueden ser destinados. Y como la ciencia a que nos referimos examina todos los cuerpos de la naturaleza, es preciso dividirla en química, inorgánica o mineral y aeriforme, y en química orgánica que se subdivide en vegetal y animal.

VI.
Ciencias de aplicación.

Estas ciencias que se llaman también tecnológicas comprenden todas las artes útiles en que se desenvuelve la actividad material del hombre. Estas artes tienen por objeto la explotación, la transformación, y la traslación o distribución de los productos de las naturaleza, o bien la defensa del hombre, de las naciones y de los pueblos. De aquí las artes de explotación, de transformación, de traslación de los productos, y el arte de la guerra. Este último es un arte mixto que participa de los caracteres de los oficios mecánicos, [51] y del de las altas concepciones científicas{3}. La primera comprende la agricultura, y la orictotecnia (arte de explotar las canteras, las minas &c.,) la segunda se llama industria, y en un sentido más limitado tecnología: la tercera es el comercio.

Artes de explotación.

La explotación puede ser mineral, vegetal y animal. La explotación mineralógica comprende: primero, las canteras de yeso, arcilla, petona, kaolin, y otras tierras que se usan en las artes industriales; segundo, las canteras de piedra, de cal, de greda, mármol y alabastro: tercero, las hornagueras: cuarto, las minas de carbón de piedra, las de metales como hierro, cobre, zinc, plomo, estaño, plata, oro &c., y las minas de piedras preciosas: quinto, las minas de sal gema, las salinas donde se confecciona la sal marina y otras sales.

La explotación vegetal comprende tres clases de trabajo: primero, la agricultura propiamente dicha o cultivo del campo: segundo, la horticultura o cultivo de los jardines: tercero el cultivo de los montes y plantíos.

La agricultura propia de nuestros climas comprende los cereales (o granos y legumbres harinosas), las praderas, las viñas y las plantas tintoriales, y las oleosas que producen aceite.

El cultivo de los montes y plantíos se presta también a numerosas divisiones; la madera de construcción civil, la de construcción naval, los productos de los árboles, como resina, goma, corcho, &c., todo es objeto de artes especiales. Debe distinguirse también la madera de los árboles tropicales, cuya aclimatación sería entre nosotros muy útil, y no tan difícil como algunos creen. A todos estos ramos de explotación vegetal, se agrega la recoleción del sargazo y la de la criadilla de tierra, tan sujeta a peligros y variaciones.

La explotación de los animales consiste: 1.º en criarlos: 2.º en aprehenderlos. De aquí la higiene animal, la caza y la pesca. [52]

Artes de transformación.

Cuando un producto sale del taller del fabricante, ha pasado ya por infinitas manos que han cooperado a su transformación, y los trabajadores que han contribuido a perfeccionarlo, forman uno o muchos cuerpos de oficio. Pero esta materia no pasa solamente por muchas manos, si no por muchos y diversos talleres, de donde resulta que es casi imposible clasificar las artes según la naturaleza de las materias que transforman, y casi imposible también el clasificarlas según el uso para que sirven. La verdadera clave de sus divisiones deberá ser pues, la naturaleza de las operaciones que se ejecutan sobre los productos de la naturaleza. Diferenciamos las artes, pues, en químicas y mecánicas. Las artes químicas se refieren a seis operaciones principales: la maceración y la ebullición, la fermentación, la destilación, la fundición, la tintura y los procedimientos de las artes mixtas.

A las ebulliciones pertenecen el arte de elaborar las sales, el alumbre, el vitriolo, el salitre, el azúcar, la sosa y otras sustancias colorantes, la fundición de la cera, la preparación de los aceites &c. A la clase de las fermentaciones corresponden el arte de sacar el vino y todas las bebidas que se obtienen por el mismo medio. En las destilaciones se comprende el arte de extraer el espíritu de vino y todas las sublimaciones, volatilizaciones, esencias, aceites volátiles &c. A la fundición pertenecen las artes de fundir las tierras y los metales. La tintura da lugar a un número considerable de industrias, que pueden reducirse a dos clases; las que tienen por objeto la coloración y las que enseñan los medios de descolorar los productos. Entre las artes químicas mixtas debemos citar como una de las principales la del curtido y todo lo que es anejo a ella.

Distínguense en las artes mecánicas, siete operaciones principales que dan origen a un número igual de industrias: tales son: 1.º la trituración, 2.º la operación de aserrar, 3.º la de batir, 4.º el dibujo y pintura, 5.º el tejido, 6.º las artes de edificar, 7.º las artes de embutir.

Artes de traslación y distribución.

La traslación da a los productos un valor nuevo, pero es necesario que se haga previo el conocimiento de las necesidades y de todas las circunstancias que aumentan o disminuyen el precio de las cosas. Así pues todas las artes que tienen por objeto verificar [53] esta traslación, de la manera más adecuada a fin de dar a los productos el mayor valor posible, son las artes mercantiles.

Arte de la guerra.

Colocamos este arte entre las mixtas, porque como dijimos arriba participa de los caracteres de las demás. Los elementos de este arte se dividen en materiales y personales: los primeros comprenden la fortificación y la construcción de armas, y los segundos la artillería, la estrategia y la táctica.

VII.
Ciencias literarias y de imaginación.

En las ciencias que llevamos enumeradas hasta ahora tres ideas fundamentales aparecen como norte de ellas. La verdad es el fin de las ciencias filosóficas, de las ciencias históricas y aún de aquella parte de las naturales que tiene por objeto el conocimiento de la naturaleza física. El primer ramo de las ciencias sociales, tienden, según dijimos en su lugar, a la realización de la justicia: y el segundo ramo de las mismas ciencias, como igualmente algunas de las naturales y todas las de aplicación, tienen por objeto la utilidad, el engrandecimiento de los intereses materiales. Pero otras ciencias hay que no se fundan sobre ninguna de dichas ideas, y que sin embargo tienen la realidad y los caracteres de la verdadera ciencia: tales son las ciencias literarias y de imaginación, cuya realidad aunque de distinta especie de la de las otras que hemos nombrado, no por eso deja de serlo. La realidad de estas ciencias consiste en la de las ideas que las dan nacimiento, es decir, en la realidad de la belleza y de lo sublime: ideas necesarias y esenciales a las artes y a la literatura. Diferenciase pues la realidad de esta ciencia de la de las otras de que hemos hablado, en que la verdad de los pensamientos y de los juicios consiste en su conformidad, o más bien en su identidad con las existencias, al paso que la verdad de una obra literaria o de arte consiste en la armonía de sus partes con el todo, o en la relación íntima de todos sus pormenores con la idea de que es expresión.

Al raciocinar cierta escuela de filósofos sobre las ciencias de imaginación, han concluido que no merecen estas ciencias el nombre de tales por suponerlas fundadas en ideas de convención cuya verdad no solamente es variable en cada siglo, sino en cada pueblo y hasta en cada hombre. La belleza han dicho es la generalización de la sensación, y como la sensación es contingente, [54] variable, caprichosa, desigual: la belleza no puede tener nada de necesario, nada de eterno, nada de constante. Son bellas las cosas agradables; las ciencias de imaginación, pues, son artes puramente de recreo, que no tienen más realidad que la de los placeres de los sentidos.

Pero discurren falsamente los filósofos, que consideran de este modo material las artes de imaginación. Lo bello no es bello por que agrada, al contrario, agrada porque es bello. Los objetos que tienen atractivos, gracia, interés, agradan también, y sin embargo no merecen la calificación de bellos. El sentimiento de la belleza se diferencia de la sensación agradable en que esta es relativa solamente al sujeto que la experimenta, al paso que el otro tiene una verdad real y objetiva. Así el sentimiento de la belleza es al mismo tiempo una sensación y una intuición: como sensación tiene relación con nosotros: como intuición tiene relación con ciertas cualidades de los objetos. He aquí por qué la belleza tiene como la justicia, un carácter universal y algo de absoluto, por más que sea también relativa bajo ciertas consideraciones. La belleza de los objetos consiste en la variedad de sus pormenores y en la unidad de su conjunto. La variedad satisface las necesidades de la imaginación: la unidad es necesaria para que el entendimiento pueda aprobar una obra del arte. Pocos objetos han sido tenidos por bellos en todos los tiempos y en todos los lugares; mas los que con tal carácter han sido considerados, han tenido siempre respecto a sus admiradores, los signos característicos de la belleza, la unidad y la variedad. Y según que en estos pueblos o en estos hombres ha predominado la imaginación, o el juicio, así han sido juzgados bellos los objetos en que sobresalían los caracteres de variedad o de unidad. En la literatura de los primeros habrá más genio que gusto, en la de los segundos más gusto que genio. Pero a ninguna literatura han faltado estos dos elementos de la belleza, porque a ningún pueblo ni a ningún hombre puede faltar esta idea. He aquí por qué en las ciencias de imaginación no es todo caprichoso y variable: he aquí por qué no son esas ciencias meras artes de pasatiempo y de recreo.

Todos los objetos que son la prueba, el signo o la imagen de un poder grande, enérgico, cuyos límites no percibimos, inspiran el sentimiento de lo sublime. Esta idea que bajo sus infinitas formas inspira así como la belleza muchas obras del arte tiene una realidad incontestada.

Las ciencias de imaginación tienen por objeto realizar estas dos clases de ideas. La ciencia que enseña el modo más adecuado de conseguirlo se llama Estética. La belleza y lo sublime pueden consistir en el pensamiento y en la forma del pensamiento [55] que son las dos partes esenciales de toda obra del arte. De varios modos podemos expresar y hacer sentir un pensamiento bello o sublime, o sirviéndonos de la palabra, y de aquí la literatura, o empleando otros medios que hablan a diferentes sentidos, y de aquí la música, la pintura, la arquitectura &c.

Tal es la división y clasificación de los conocimientos que va a servirnos como de punto de partida en la obra que emprendemos. No nos hemos propuesto comprender en esta división toda la generación y el enlace de las ideas capitales de cada orden de conocimientos, porque como ya hemos dicho, semejante empeño sería excusado, atendidos los principios eclécticos que dominan hoy en todos los ramos del saber, sino referir simplemente su división y su nomenclatura, apuntando con harta brevedad algunas de las cuestiones fundamentales que ponen en duda la existencia, el carácter y la importancia de ciertas ciencias. Para ello hemos tenido presentes las últimas clasificaciones adoptadas en cada ramo de los conocimientos, de cuya exposición nos vamos a ocupar. Mas estas clasificaciones consideradas aisladamente no son del todo arbitrarias, porque o se fundan en el estudio de algunos de esos hechos que han cambiado recientemente la faz de muchas ciencias y de muchas artes, o proceden de la aplicación de un método ecléctico y filosófico.

La Enciclopedia, pues, no solamente tendrá unidad entre todas sus partes, esa unidad que proviene del método ecléctico, sino que será completa, es decir, no olvidará ningún ramo del saber humano por mas que no atribuya a todos ellos una importancia igual. Pero aun no habríamos llenado todas las condiciones de una obra de esta clase, si en la que escribimos no consignásemos los últimos descubrimientos de cada ciencia y de cada arte. No sería la Enciclopedia el monumento de una civilización si no tuviesen cabida en sus páginas cuantos hechos, cuantas observaciones, cuantos adelantos son fruto y resultado de la misma.

——

{1} Cuando hablamos de la novedad del método científico no se entiende que lo consideramos como una pura invención de Descartes, ni como un descubrimiento de los filósofos del siglo actual. Todos tos grandes sistemas filosóficos son tan antiguos como la misma ciencia, porque todos tienen su origen en los primeros tiempos de la filosofía. Pero estos métodos y estos sistemas se han desenvuelto y perfeccionado con el trascurso de los siglos hasta el punto de no parecerse a lo que en otro tiempo fueron, sino en reconocer ahora como entonces un mismo principio como punto de partida. Bajo esta relación llamamos innovadores a los que sirviéndose de un descubrimiento hecho antes que ellos, fundan un sistema diferente del que con los mismos o con más escasos datos fundó el autor del descubrimiento. Así Aristóteles y Epicuro eran dos filósofos sensualistas como Loke y como Bentham; mas ¿por qué Bentham y Loke se sirvieron de las verdades o de los errores sostenidos por Epicuro y Aristóteles no ha de poder decirse que fueron tan innovadores como ellos? Ecléctico era Sócrates: ¿pero cuanta diferencia no hay entre el eclecticismo de Sócrates y el de Royer-Collard?

{2} Los enciclopedistas pusieron al frente de su obra el cuadro de Bacon, con algunas ligeras correcciones.

{3} Hemos aceptado esta división, porque nos parece la menos imperfecta de todas y de ningún modo porque la creamos acabada. No es posible establecer en este punto como en otros, una clasificación que no tenga nada de forzado ni de arbitrario.