Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 1
páginas 96-97

Alma
VI. Las almas de los tontos y de los monstruos

Nace un niño mal conformado y absolutamente imbécil, no concibe ideas y vive sin ellas. ¿Cómo hemos de definir esta clase de animal? Unos doctores dicen que es algo entre el hombre y la bestia, otros, que posee un alma sensitiva, pero no un alma intelectual. Come, bebe y duerme, tiene sensaciones, pero no piensa. ¿Existe para él la otra vida, o no existe? Se ha propuesto este caso, pero hasta hoy no ha obtenido completa resolución.

Algún filósofo ha dicho que la referida criatura debía tener alma, porque su padre y su madre la tenían; pero guiándonos por ese razonamiento, si hubiera nacido sin nariz, debíamos suponer que la tenía, porque su padre y su madre la tuvieron.

Una mujer da a luz un niño que carece de barba, que tiene la frente aplastada y negra, la nariz afilada y puntiaguda y los ojos redondos; pero sin embargo de esto, el resto del cuerpo tiene la misma estructura que los demás mortales. Los padres deciden que reciba el bautismo, y todo el mundo cree que posee alma inmortal; pero si esa misma ridícula criatura tiene las uñas en forma de punta y la boca en forma de pico, le declaran monstruo, dicen que carece de alma y no lo bautizan. [97]

Sabido es que en Londres, en 1726, hubo una mujer que paría cada ocho días un gazapillo. Sin ninguna dificultad, bautizaban a dicho niño. El cirujano que asistía a la referida mujer durante el parto, juraba que ese fenómeno era verdadero, y le creían. ¿Pero qué motivo tenían los crédulos para negar que tuviesen alma los hijos de dicha mujer? Ella la tenía, sus hijos debían también tenerla. ¿El Ser Supremo no puede conceder el don del pensamiento y el de la sensación al ser desfigurado que nazca de una mujer en forma de conejo, lo mismo que el que nazca en figura de hombre? ¿Es alma que se predisponía a alojarse en el feto de esa madre, sería capaz de volverse al vacío?

Locke observa respecto a los monstruos, que no debe atribuirse la inmortalidad al exterior del cuerpo, que la configuración nada importa en este caso. La inmortalidad no está más ligada a la forma del rostro o del pecho, que a la configuración de la barba o a la hechura del traje; y pregunta: ¿Cuál es la justa medida de deformidad a la que hay que sujetarse para conocer si un niño tiene alma o no la tiene? ¿Desde qué grado debe ser declarado monstruo?

¿Qué hemos de pensar en esta materia de un niño que tenga dos cabezas y que, a pesar de esto, su cuerpo está bien modelado? Unos dicen que tiene dos almas, porque está provisto de dos glándulas pineales, y otros contestan a esto diciendo que no puede tener dos almas quien no tiene más que un pecho y un ombligo.

Se ha cuestionado tanto sobre el alma humana, que si ésta llegara a examinarlas todas, sería víctima de insoportable fastidio. Le pasaría lo que le sucedió al cardenal de Polignac en un cónclave. Su intendente, cansado de no poderle enterar nunca de las cuentas de la intendencia, hizo un viaje a Roma, y se colocó en la pequeña ventana de su celda, cargado con un inmenso fajo de papeles. Estuvo allí leyendo las cuentas más de dos horas, y por fin, viendo que no obtenía ninguna contestación, metió la cabeza por la ventana. Hacía cerca de dos horas que el cardenal había salido de su celda. Nuestras almas nos abandonaría antes que sus intendentes las hubieran enterado de lo mucho que de ellas nos hemos ocupado.


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