Voltaire, Diccionario filosófico [1764] Sempere, Valencia 1901 |
tomo 6 páginas 79-80 |
Religión I |
Los epicúreos que no profesaban ninguna religión recomendaban el alejamiento de los asuntos públicos, el estudio y la concordia. Componía esta secta una sociedad de amigos, porque su principal dogma era el de la amistad. Ático, Lucrecio, Memius y algunos hombres de este temple, podían vivir juntos honestamente, y ejemplos de estos se ven en todos los países. Entre hombres de esa clase se puede filosofar todo lo que se quiera. Son como los aficionados a la música, que se dan para complacerse a sí mismos un concierto de música clásica y selecta; pero que se guarden bien de ejecutar ese concierto ante el vulgo ignorante y brutal, porque podría suceder que les rompieran los instrumentos en las cabezas. El que tenga que [80] gobernar un pequeño pueblo, necesita que este tenga una religión. No voy a ocuparme aquí de la nuestra; ella es la única buena, la única necesaria y la única probada. ¿Hubiera sido posible para el espíritu humano admitir una religión, no que se aproximara a la nuestra, sino que fuera menos mala que todas las otras religiones del universo juntas? ¿Y cuál sería esa religión? ¿No sería la que se propusiera la adoración del Ser Supremo, único, infinito, eterno, creador del mundo, la que nos reuniera a ese ser como premio de nuestras virtudes, y que nos separara de él como castigo de nuestros crímenes? ¿La que admitiera pocos dogmas que son asunto eterno de disputa, la que enseñara una moral pura, sobre la que jamas se disputara? ¿La que no hiciera consistir la esencia del culto en vanas ceremonias, como la de escupiros a la boca, como la de cortaros el prepucio, como la de cortaros un testículo, puesto que se pueden cumplir todos los deberes sociales teniendo los dos testículos y el prepucio entero, y sin que os escupan en la boca? ¿La que sirviera a nuestro prójimo por el amor de Dios, en vez de perseguirle y de degollarle en nombre de ese mismo Dios? ¿La que tuviera ceremonias augustas que emocionaran a la plebe y careciera de misterios que pueden sublevar a los sabios, que pueden irritar a los incrédulos? ¿La que asegurara a sus ministros una asignación honrosa para que subsistieran con decencia y no les dejara usurpar nunca las dignidades y el poder que puede convertirlos en tiranos? Gran parte de esta religión está grabada hoy en el corazón de algunos príncipes, y llegará a ser la dominante cuando los artículos que propuso el abad de San Pedro sobre la paz perpetua los firmen todos los potentados. |
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