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Antropología predicativa
Hay múltiples, aunque no infinitas, Antropologías filosóficas, como existen múltiples filosofías del hombre, porque las concepciones filosóficas desde las cuales puede llegar a dibujarse la Idea de Hombre son también diferentes. La defensa de una de estas Ideas de Hombre no puede llevarse a cabo en el terreno exclusivo de la Antropología (aunque tampoco con desconsideración total del material antropológico) [243].
Hay antropólogos materialistas y hay antropólogos espiritualistas [872]. Con todo derecho, los herederos de las tradiciones escolásticas de la Ontoteología (en cuyas divisiones de las ciencias o de las disciplinas filosóficas, incluyendo a los siglos XVI y XVII, no figuraba, por cierto, una Antropología) pudieron rebautizar la Antigua Psicología Racional (agregándole algunos contenidos de la filosofía moral) como “Antropología” en sentido filosófico, como se ve, por ejemplo, en el Cursus philosophicus de Rodier. Porque, efectivamente, tal “Psicología Racional” implicaba una determinada y muy precisa Idea de Hombre, cuya distanciación del interés por los contenidos de las más recientes Antropologías empíricas no podría atribuirse, sin más, a ignorancia (y en muchos casos no lo era), sino precisamente a sabiduría. O, dicho gnoseológicamente, a la potencia de abstracción de la misma Idea espiritualista de Hombre. La sabiduría –la sabiduría filosófica– no consistiría tanto en reconocer la división de los hombres según razas o sexos, en establecer las diferencias de sus ángulos faciales, de su morfología muscular o de las pigmentaciones de la piel, cuanto en considerar todas estas diferencias como accidentales y secundarias, algo que debe ser abstraído; por tanto, en considerar a la Antropología física, en tanto es Antropología, como una ciencia de accidentes, incluso de apariencias. Otro tanto se dirá, incluso con más razón, de las diferencias en indumento, formas de danza o costumbres y determinaciones culturales, en general. Sin duda esta “sabiduría filosófica”, para desarrollarse como una filosofía académica y no permanecer como un impulso mundano –la sabiduría del misionero cristiano o la del humanista revolucionario– necesitaría reanalizar polémicamente los métodos y resultados de la Antropología empírica raciológica, biológica o cultural [261], lo que aproximaría otra vez (aunque desde una perspectiva sólo material) los contenidos académicos de las diferentes Antropologías filosóficas.
Lo cierto es que esto no suele hacerse, y en su lugar se opta por incorporar al cuadro de la antigua Psicología Racional determinaciones que la sacan fuera de la “Pneumatología” y la ponen al menos mirando hacia la “Cosmología”. De este modo, la Antropología filosófica llegará a cristalizar como una “género literario” especializado en atribuir predicados abstractos a un sujeto histórico, cultural y racialmente indeterminado (aunque se diga que es “de carne y hueso”, se trata de una carne y un hueso indeterminados, flotantes en cualquier época, sociedad o cultura) llamado “el hombre” o “la persona”, que, a lo sumo, se considera también en contexto con otras personas, pero igualmente indeterminadas. Un sujeto que sigue siendo gnoseológicamente intemporal, aunque de él se predique la temporalidad; que sigue siendo ahistórico, aunque de él se predique la historicidad; que sigue siendo individual-distributivo, aunque de él se predique el ser-con-otro. Es un género literario que, por sus procedimientos de ideación, recuerda al género teológico de los “nombres de Cristo”. Podríamos llamar a este tipo de Antropología filosófica “Antropología de predicados”, puesto que su estrategia consiste en ir predicando conceptos distributivos al sujeto “hombre” a la manera como antaño se predicaban los nombres de Cristo. Incluso, en ocasiones, los predicados son los mismos o similares: “Hijo de Dios”, “Pastor” (“pastor del ser”, de Heidegger). A veces, estos predicados resultan ser, por su contenido, muy audaces, revolucionarios y hasta picantes, cuando se consideran como predicados de un sujeto que en realidad procedía de la antigua Pneumatología (si se quiere, de la Facultad de Teología). Tal ocurre con los predicados “tener cuerpo” (incluso cuerpo sexuado), o bien “ser-en-el-mundo”. Cuando los predicados se toman de la historia de la cultura –tal es la perspectiva de la Antropología filosófica de Cassirer–, la Antropología de predicados se aproximará a la posibilidad de liberarse de sí misma, precisamente por el carácter no distributivo, respecto de los individuos, de la mayor parte de los predicados procedentes del análisis de la cultura humana dada desde una perspectiva histórica.
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