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Falsa conciencia / Conciencia
Podemos introducir el concepto de falsa conciencia como una especificación del concepto genérico de conciencia [302]. Una conciencia que si no es especificada como falsa conciencia, no por ello es necesariamente una conciencia verdadera, puesto que la conciencia suponemos se mantiene habitualmente en la vecindad del error [326]. Por tanto, podría establecerse, con carácter general, que el error, la parcialidad, la unilateralidad, etc., es, de un modo u otro, componente ordinario de la conciencia, incluso algo inducido siempre por ella. Por eso, el error no puede servirnos para definir la falsa conciencia. En una primera aproximación, el criterio que puede ofrecernos una distinción entre falsa conciencia y conciencia sin más, lo tamaremos precisamente de una diferencia operatoria de comportamiento ante el error (una vez que éste lo hemos considerado como habitual): mientras que la conciencia verdadera, o conciencia sana, la pondremos en correspondencia con sistemas de ortogramas [304] tales que puedan considerarse dotados de capacidad para corregir, en el proceso de su ejecución, los errores inducidos en su mismo desarrollo, dejando de lado los materiales segregados por su ley de construcción, la falsa conciencia la definiremos como el atributo de cualquier sistema de ortogramas en ejercicio tal que pueda decirse de él que ha perdido la capacidad “correctora” de sus errores, puesto que cualquier material resultará asimilable al sistema. Según nuestras premisas, esta atrofia de la capacidad “autocorrectora” sólo podrá consistir en el embotamiento para percibir los mismos conflictos, limitaciones o contradicciones determinados por los ortogramas en ejercicio, eventualmente en la capacidad para envolverlos o encapsularlos en su curso global. Es obvio que los mecanismos efectivos que llevan a este embotamiento (al menos cuando se trata de las grandes formaciones ideológicas), no son tanto psicológicos o individuales (derivados de patológicas desviaciones de la personalidad) cuanto sociales y políticos. Por ejemplo, la sistemática eliminación (incluyendo aquí la eliminación por la muerte o la hoguera) de quienes aportan “materiales” inasimilables o “conflictivos” al sistema de ortogramas dominantes es la causa principal del embotamiento dialéctico y la ocasión para el florecimiento de una frondosa red de recubrimientos apologéticos destinados a desviar los conflictos fundamentales hacia otros conflictos secundarios. La impermeabilidad hace posible el incremento eventual de una certeza o seguridad puramente subjetiva que conduce ordinariamente a la ingenua aceptación, como si fuera la única opción posible, de las propias construcciones ideológicas. La falsa conciencia termina convirtiéndose así en un aparato aislante del mundo exterior (del mundo social, no solamente individual) y su función está subordinada a los límites dentro de los cuales el aislamiento puede resultar ser beneficioso, hasta tanto no alcance un “punto crítico”. Pero, en general, cabe afirmar que, cuanto mayor sea el grado de una falsa conciencia, tanto mayor será la evidencia subjetiva, aunque no siempre recíprocamente.
Finalmente, la falsa conciencia podría compararse con un aparato transformador preparado para dar sistemáticamente la vuelta a cualquier argumento procedente del exterior, convirtiéndose en argumento de apoyo, aun a costa de prescindir de sus contenidos más específicos (es decir, tomándolo por alguno de sus rasgos secundarios, y ofreciendo una apariencia de asimilación de la respuesta). El racismo ario incluido en la ideología nazi, funcionaba claramente como un ortograma orientado a exaltar sistemáticamente todo logro o propiedad atribuible a los grupos o individuos de raza blanca y a devaluar todo logro o propiedad atribuible a grupos o individuos de otras razas. Si el “ortograma racista” de los nazis encuentra, entre el material que debe asimilar, a un gran músico bantú, pongamos por caso, lo “procesará”, o bien como una falsa información, o bien como un indicio de que hay en su sangre mezcla de sangre aria, o acaso como un plagiario. Sin duda, son las grandes ideologías totalizadoras de tipo político o teológico las producciones más características de la falsa conciencia y, al propio tiempo, los agentes que consolidan la falsa conciencia en una sociedad determinada. Las ideologías totalizadoras han desarrollado mecanismos de estabilidad que obturan incluso la posibilidad de que una dificultad o duda aparezca en el interior del sistema. La duda será atribuida, por ejemplo, a una situación diabólica (“cerrojo teológico”), lo que desencadenará una orden de retirada.
El concepto de falsa conciencia, tal como lo estamos analizando, no debe entenderse como si fuese el atributo global de algún individuo, grupo o institución, puesto que sólo quiere ser aplicado con referencia a contenidos dados de esos individuos, grupos o instituciones. No diremos, según esto, que un individuo, grupo o institución tiene, en general, falsa conciencia salvo que sobreentendamos algún “parámetro” preciso (falsa conciencia religiosa –y aún relativa a un dogma determinado– o política, o jurídica). Es muy probable que una falsa conciencia determinada irradie su falsedad sobre otras zonas de la conciencia, pero es posible que éstas sigan eventualmente intactas. No cabe clasificar a los hombres en aquellos que tienen falsa conciencia y aquellos que la tienen verdadera. Todos los hombres son sujetos de falsa conciencia pero no siempre bajo la misma determinación ni del mismo modo. Sólo por ello el concepto de falsa conciencia puede llegar a ser operativo en sus servicios críticos. {CC 394-395, 399 / → CC 395-418}