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Culturas objetivas como sistemas morfodinámicos
No negamos todo sentido (gnoseológico u ontológico) a la idea de “identidad cultural”, sino a la tergiversación que, en forma de un mito, imprimen a esa idea determinadas élites de políticos o de ideólogos a su servicio. Pero la idea de una identidad cultural, en cuanto equivalente a la unidad de aquellas culturas objetivas que puedan ser consideradas como “unidades morfodinámicas”, tiene plena significación ontológica, al menos desde las coordenadas del materialismo filosófico. Denominamos “cultura morfodinámica” a la unidad del sistema constituido por la concatenación causal circular de un conjunto de contenidos culturales subjetuales, sociales y materiales, en tanto que una tal concatenación da lugar a un equilibrio dinámico de las formas a escala operatoria. Podrían ser ejemplos de cultura morfodinámicas: la cultura del Egipto faraónico de las cuatro primeras dinastías, la cultura griega clásica (o “cultura de la polis”).
La idea de cultura objetiva alcanza su sentido más positivo cuando se subrayan las funciones causales (internas, no ocasionales) moldeadoras de las corrientes humanas individuales y sociales que corresponden a la cultura objetiva intersomática y extrasomática. La cultura objetiva no es algo que pueda disociarse de la cultura subjetiva porque está intrincada causalmente con ella. Las conductas automatizadas de cada sujeto (sin duda controladas por mecanismos nerviosos subjetuales) son contenidos objetivos (no subjetivos) para los otros sujetos de su grupo y desempeñan el papel de “registros” de las pautas de conducta ceremoniales que forman parte de la cultura morfodinámica de ese grupo; las máquinas, los libros los caminos con sus hitos y señales, tienen “grabada” la mayor parte de los programas de conducta de los sujetos y son, por tanto, internos (causales) de la misma memoria de los pueblos. La cultura objetiva (extrasomática e intersomática) constituye una unidad o identidad morfodinámica y se nos muestra como un rótulo capaz de designar no ya una entidad global unitaria, suprasubjetiva (un Paideuma), constitutiva de una esfera, sino más bien como un conjunto de “placas” de tamaños diversos que están implicados en la corriente subjetiva social de la que llegan a ser pautas impersonales o suprapersonales que nos vienen dadas, a la manera a como le son dados a los hombres las montañas o los bosques. Esta idea de cultura objetiva, la cultura morfodinámica en cuanto unidad, sí que es una idea eficaz capaz de determinar lo que tienen en común formaciones tan heterogéneas como puedan serlo partituras musicales, ideologías vinculadas a instituciones artísticas o tecnológicas (por ejemplo, las armas), lenguas gramaticalizadas, instituciones sociales, etc. Y lo específico de la cultura humana, frente a las culturas animales, no hay que ponerlo en sus factores o capas (intrasomáticas, intersomáticas, extrasomáticas) sino en las proporciones y en la figura resultante según sus relaciones características. Y lo más característico y nuevo de las culturas objetivas humanas son dos cosas: su dimensión normativa y su dimensión histórica; pues mientras que el entorno natural de los animales, aunque sea cambiante en cada generación, no “transporta” las acciones morfológicas de las generaciones precedentes, el entorno cultural extrasomático o intersomático sí que transforma, y de modo determinista, la acción de unas generaciones sobre las que le siguen. Esta idea de cultura tiene entre otros efectos una función eficaz: sirve para subrayar el carácter impersonal de los determinantes ideológicos e históricos de la “corriente de la vida”. {MC 176-179, 237}