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Deberes éticos: Fortaleza, Firmeza y Generosidad
El fundamento transcendental atribuido a la ética permite dibujar el sistema de los deberes éticos: sistema que se funda en la organización de todo aquello que es conducente a la existencia de los sujetos corpóreos. La fortaleza sería, según esto, la principal virtud ética. Y utilizando la terminología de la Ética de Benito Espinosa (parte iii, proposiciones 58 y 59; parte iv, proposición 30, etc.) diríamos que esta virtud ética suprema de la fortaleza (o fuerza) del alma, se manifiesta como firmeza cuando la acción (o el deseo) de cada individuo se esfuerza por conservar su ser (la firmeza impide considerar como ética cualquier acción destinada a hacer de mi cuerpo lo que yo quiera, limitando la posibilidad ética del suicidio), y se manifiesta como generosidad en el momento en el cual cada individuo se esfuerza en ayudar a los demás. La fortaleza no es, pues, simplemente egoísmo o altruismo, porque la firmeza sólo es firmeza en tanto que es fortaleza, como sólo en cuanto fortaleza es virtud la generosidad. Una generosidad desligada de la fortaleza deja de ser ética y, aun cuando pueda seguir siendo transcendental en el sentido moral, sin embargo, puede llegar a ser mala (perversa, maligna) desde el punto de vista ético: las virtudes éticas y las morales se relacionan entre sí dialécticamente. La generosidad ha de entenderse como una virtud sólo cuando es eficaz. No ha de entenderse sólo como un impulso psicológico, como una “buena voluntad”, sino que busca el perfeccionamiento de un objetivo personal. Si se tuviera la seguridad de que nuestras acciones generosas son inútiles carecería de valor ético realizarlas. En general, podría decirse que las virtudes éticas derivadas de la fortaleza, en tanto atienden a la existencia real de cada individuo corpóreo, no se inspiran tanto en la “igualdad aritmética” entre estos diferentes individuos cuanto en la consideración de las necesidades de cada cual (“igualdad geométrica”); para decirlo con palabras consagradas, las virtudes éticas se inspiran antes en la fraternidad que en la igualdad, o, en términos de Aristóteles, se guían por la amistad antes que por la justicia. Las normas éticas tienen un campo virtual de radio mucho más amplio (extensionalmente hablando) que las normas morales: “atraviesan” las barreras de clanes, naciones, Estados, partidos políticos y aun clases sociales; su horizonte es “la Humanidad”, puesto que el individuo humano corpóreo es la figura más universal del campo antropológico. Las normas morales, en cambio, tienen una universalidad distinta, pues las esferas en las que ellas actúan son múltiples y muchas veces contrapuestas entre sí. Por ello, las normas éticas son más abstractas. Los llamados “Derechos humanos”, podrían verse principalmente (salvo el punto 3 del artículo 16, que se refiere a la familia) como un reconocimiento y una garantía de las normas éticas en la medida en que ellas estén amenazadas precisamente por normas morales (ligadas a los “derechos de los pueblos”). Sin embargo sería excesivo afirmar que las normas éticas son anteriores y, por decirlo así, a priori respecto de las situaciones históricas y sociales que vayan constituyéndose, acaso de modo meramente coyuntural. Y sería excesivo suponer que las normas éticas se derivan de la misma condición específica (en el sentido mendeliano) de la “especie humana”, por cuanto sabemos que los límites de esta especie (tanto filogenéticos como ontogenéticos) no están dados de antemano, sino que van estableciéndose, consolidándose y ampliándose dialéctica e históricamente, y precisamente a través, en parte, de las normas morales, en tanto normas conjugadas con las normas éticas. En efecto, las normas éticas sólo pueden abrirse camino en el seno de las normas morales: el individuo sólo se conforma como tal en el seno de la familia, del clan, de la nación, etc. {SV 61, 63-64}