Apariencias y Verdades en la televisión
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Mundo / Mundo de la televisión: Momentos paratético-tecnológico y apotético-escénico
El significado de la televisión, desde la perspectiva del mundo apotético [702], es bien claro: el “vaciamiento óptico y acústico” [89] (realizado a partir del mundo entorno de los teleceptores orgánicos de los hombres de una determinada cultura), de aquello que llena, sin embargo, el espacio interpuesto entre los sujetos y las cosas que les rodean (y, sobre todo, los mundos entorno de otras sociedades humanas) se lleva a cabo en un grado extremo. La televisión distorsiona o descoloca la estructuración efectiva de los cuerpos y de las sociedades situadas en el “mundo natural” o en el “mundo histórico o social”. De otro modo: la televisión obliga a una recomposición global del mundo a partir de los mismos “mundos” o “fragmentos de mundos” que ella puede ofrecernos.
Los dos momentos duales del Mundo se determinan, a escala de la televisión (que es una parte formal del único mundo en el que vivimos), en: (1) un contexto escénico 𝔈 (apotético, de presencia a distancia) y (2) un contexto físico-tecnológico 𝔉 (paratético, de interacción contigua). Estos contextos son totalidades atributivas [24] cada una de las cuales contiene fases, elementos, aspectos o procesos muy heterogéneos que se extienden desde el escenario inicial que va a ser televisado, hasta la recepción de las imágenes de la telepantalla por el televidente.
(1) Contexto escénico 𝔈 (apotético). Las personas (actores y actantes) que representan profesionalmente su papel en televisión (como informadores, presentadores, predictores del tiempo, como políticos…) habrán de desarrollar conductas re-presentativas (sobre todo ante las cámaras) muy afines a las que son propias de los actores en el escenario [278].
Los componentes del contexto escénico-𝔈 son:
1.0. M*. Mundo envolvente apotético: el mundo [cósmico y social] de los fenómenos en tanto que “envolvente apotético” del contexto escénico 𝔈.
1.1. Contenidos de fase emisora 𝔈(E): escenarios naturales 𝔈(C’) o artificiosos (el estudio, principalmente) 𝔈(C): escenarios poblados de cosas, de actantes y actores, “tridimensionales”; las telecámaras (C), los “cámaras” S(C) y el “montaje” o la “edición” S(m).
1.2. Contenidos de la fase receptora 𝔈(R). El curso de imágenes 𝔈(P) que transcurre en la pantalla, como si de un nuevo “escenario” se tratase: un escenario poblado, ahora, de imágenes “bidimensionales” (superficiales) [690] de cosas, de actantes o de actores; el televidente como sujeto S(t), capaz de contemplar e interpretar las imágenes 𝔈(P). Las diversas 𝔈(P) están calculadas para determinados grupos de audiencias, para determinados grupos de S(t).
(2) Contexto tecnológico 𝔉 (paratético). Es la parte física o mecánica de la televisión; aquella que se desenvuelve a través de interacciones causales [134] que implican la continuidad o contigüidad entre sus términos (no admitimos la acción a distancia), aunque esta continuidad o contigüidad no se haga presente a la vista: para hablar de una acción a distancia entre la antena emisora sobre la receptora es preciso contar con las ondas electromagnéticas, que son materia primogenérica [73], aunque sean incorpóreas, es decir, intangibles e invisibles; unas ondas detectables, por otra parte, en cada tramo de su recorrido y que están “salvando la distancia”, ininterrumpidamente, entre el centro emisor y el receptor.
Sus componentes son:
2.0. Q* Fondo energético “envolvente paratético”: es la energía física, principalmente electromagnética, que debe ser suministrada a la serie íntegra 𝔉 desde el exterior (es homólogo a M* del contexto 𝔈).
2.1. Contenidos de la fase emisora 𝔉(E). Se agrupan en: contenidos de producción 𝔉(p): soportes físicos de los escenarios, lámparas, focos, cámaras 𝔉(C) y contenidos de difusión 𝔉(d): antenas, satélites, cables…
2.2. Contenidos de la fase receptora 𝔉(R). Se agrupan en: contenidos de la fase receptora inorgánica 𝔉(A): antenas receptoras, cables y aparatos receptores 𝔉(a); y contenidos de la fase receptora orgánica 𝔉(r): contiene a la retina ocular 𝔉(r) y su proyección 𝔉(r’) en la zona occipital o segunda retina, adscrita al área V1. Los componentes 𝔉(r’) convergen en un sujeto absoluto S* postulado como correlato de M*.
En el contexto escénico, el sujeto cámara S(C) mantiene, respecto de los escenarios (C o C’), una relación escénica análoga a la que el televidente S(t) mantiene respecto de la telepantalla 𝔈(P). En el contexto tecnológico, la cámara 𝔉(C), respecto de la producción 𝔉(p), mantiene una función física análoga a la que la retina ocular 𝔉(r) mantiene respecto del aparato receptor 𝔉(a). Pero no existe una correspondencia punto a punto en 𝔈 y 𝔉, porque los procesos de construcción en 𝔈 –sobre todo en la fase de elección o selección de escenas y en la fase de montaje o edición S(m)– no tienen correspondencia en 𝔉.
Desde el punto de vista técnico, la fuente de las imágenes P hay que ponerla en la telecámara (C) que, a su vez, solo puede emitir las imágenes que ella misma recibe de un entorno propio, de las figuras que actúan ante ella en los escenarios. Pero incurriríamos en una grosera confusión desestimando las “cortaduras apotéticas” (escénicas) que es preciso tener presente en el “tracto” físico 𝔉 (dado en el intervalo cámara-pantalla): (1) la cortadura o discontinuidad de la “cámara ante el escenario” y (2) la cortadura o discontinuidad de la “pantalla ante el sujeto televidente” S(t).
La cortadura que constatamos en el tracto 𝔉 tiene lugar en la “vertical” de la cámara S(C), es decir, en el “ojo de la televisión”, capaz de enfocarla en diversas direcciones, pero también los productores, los actores, los directores de escena, etc., S(m), que ofrecen a la cámara “su alimento” y de los realizadores que establecen, entre otras cosas, el orden de la intervención de las diversas cámaras. Pero el tracto 𝔉 acaba con otra cortadura, dada en el seno de una continuidad sinecoide [37], aunque de otro orden, a saber, la cortadura entre las imágenes de la pantalla y el ojo (o el cerebro) del sujeto que la contempla (las imágenes de la telepantalla para existir, como imágenes apotéticas, tienen que ser vistas por sujetos oculados, han de estar en continuidad con ellos).
En conclusión: el mundo que envuelve a la telepantalla 𝔈(P), y el mundo entorno del cual no puede separarse, acoge no solo al mundo 𝔉, sino también al mundo 𝔈(C) y 𝔈(C’), es decir, al mundus adspectabilis, en general. Por tanto, todas las imágenes que aparecen en la pantalla proceden del Mundo cósmico o social [700] captado por las cámaras; pero el Mundo que envuelve a la televisión y que se hace presente a la pantalla, es un mundo de apariencias, un mundo sesgado, fracturado, puesto que suponemos que el mundo total no puede hacerse presente jamás en la televisión (“hay muchas cosas en el Mundo que caben en tu televisión”). Y, sin embargo, el mundo que se hace presente a la televisión es un fragmento del Mundo. Un mundo de apariencias definidas (diaméricamente) en función de otras apariencias “ante la vista”, al margen de la pantalla, que forman parte de ese mismo Mundo y que son encubiertas, o al menos no descubiertas, por las cámaras.
La paradoja de la disociación, tal como la advertimos en el ente televisivo, se intensifica cuando nos atenemos a las valoraciones que acompañan a los contextos 𝔈 y 𝔉, en la medida en que son contextos culturales. Esto ocurre también en otras situaciones: la imprenta (llamada a extender “a todos los hombres” los saberes científicos y literarios antaño reservados a las élites), sirvió, sobre todo, y sirve todavía, para propagar las banalidades o las supersticiones más ridículas. En nuestro caso, ¿no es paradójico, por no decir contradictorio, constatar continuamente el desajuste clamoroso que se produce entre los asombrosos ingenios que constituyen el contexto 𝔉 de la televisión y los sonrojantes contenidos (inscritos en contexto 𝔈), a cuyo servicio resultan puestos, muchas veces, aquellos admirables ingenios?
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