Filosofía en español 
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Idea general y Ontología de la Corrupción

[ 755 ]

Corrupción por disipación / Corrupción por condensación

Hemos distinguido dos modos peculiares de corrupción [748], fundados en la consideración de las vías antagónicas que el sustrato debe recorrer para alcanzar la condición de sustrato corrupto: el modo de la disipación y el modo de la condensación. ¿Hasta qué punto puede mantenerse la distinción entre estos dos modos dentro de la unidad de la Idea de Corrupción?

Ante todo, una rápida ejemplificación de estos conceptos:

La idea de corrupción por disipación podríamos verla ejercitada o implicada en la doctrina de Demócrito acerca de la desintegración de un compuesto de átomos. Al desintegrarse el sustrato compuesto en el ámbito de un espacio inmenso, pero envolvente del conglomerado, el complejo desaparecerá ante nosotros, porque los átomos dispersos de ese espacio, por ser invisibles, intangibles, inodoros, incoloros e insípidos, no podrán afectar estéticamente (es decir, a través de nuestros sentidos de nuestra experiencia). Sin embargo, este proceso de disipación, más que a la corrupción, podría compararse a un proceso de aniquilación del sustrato, aunque, como hemos dicho, la aniquilación [750] sería puramente estética, puesto que supone que los elementos del sustrato permanecen en estado invisible e intangible: ningún átomo habría sido corrompido.

Otro tanto habría que decir de los procesos de corrupción de los complejos molares o moleculares, atómicos o infraatómicos, del universo cuando suponemos que su expansión va disminuyendo la densidad de sus compuestos, hasta desaparecer en el límite. Por ello, los aristotélicos negaban que Anaxágoras, Demócrito o Leucipo, aunque pareciera lo contrario, mantuvieran la idea de generación o corrupción. En realidad, como decía Diego de Zúñiga en su Física (recientemente traducida por Gerardo Bolado [Eunsa 2009]), “convirtieron la generación y corrupción en agregación y desagregación”. Y esto porque aquellos filósofos, como decía Aristóteles, solo conocían la causa material.

La idea de corrupción por condensación podría verse ejercitada en nuestros días en los procesos descritos por los físicos para dar cuenta de la formación de lo que J.A. Wheeler llamó “agujeros negros”, una acumulación de masas gravitatorias en un lugar tal que el cuerpo compacto defina una superficie esférica cuyo radio se aproxime al llamado radio de Schwarzschild. En este proceso, que ya fue previsto por Laplace, la gravedad no permitiría que escaparan los rayos de luz y el cuerpo sería invisible (se disiparía ante la vista), sin perjuicio de que pudieran constatarse en el entorno efectos gravitatorios (el radio de Schwarzschild de la Tierra sería el de una esfera con un radio inferior a un centímetro; el del Sol sería el de una esfera de tres kilómetros).

¿Cabría decir que la Tierra se ha corrompido al “corromperse” en una esfera de un centímetro, o que el Sol se ha corrompido al comprimirse en una esfera de tres kilómetros? Desde luego, ahora no estamos ante un proceso de aniquilación, sino de transformación de un sustrato [754], la Tierra, el Sol, en otro sustrato en el cual las partes formales no han tenido por qué desaparecer.

¿Cabe encontrar en la tradición alguna distinción explícita que pudiera aproximarse a la distinción entre corrupciones por disipación (que solo serían corrupciones en casos límites) y las corrupciones por condensación (que serían procesos de corrupción singular)? Por nuestra parte, hemos encontrado en Santo Tomás, tratando del problema de la corrupción del cuerpo de Cristo, una vez que murió en la cruz (S. Th., III, q.50, a.5, r), una distinción que podría ponerse en correspondencia, más o menos lejana, con la distinción que nos ocupa […]: la corrupción por separación de la forma y la materia, y la corrupción por resolutio in elementa.

Habría que tener en cuenta que, según santo Tomás, la separación en la sustancia de la materia prima y de la forma comporta una acumulación casi infinita de formas potenciales distintas entre sí. Y, en la medida en que pueden llegar al acto, con auxilio de diversas causas eficientes, pero en “competición” las unas con las otras, esta acumulación de formas define un cierto estado de corrupción de la sustancia, equiparable a un estado de condensación, espesamiento o acumulación de formas internas en el sustrato, aunque solo sea potencialmente.

En cambio, la composición por resolución en los elementos se aproxima más a una disipación o desitio, que también puede llamarse corrupción por analogía a la corrupción que se reconoce cuando la luz se esfumaba (cuando se iba oscureciendo o corrompiendo) en ausencia del Sol.

En cualquier caso, desde una perspectiva materialista hay que dejar de lado el hilemorfismo [753], es decir, el análisis dualista de la composición de los sustratos existentes en el mundo como compuestos de materia y forma. En su lugar, se analizará cada sustrato como resultado de una composición de múltiples partes [824], insertas en diferentes capas, que se mantienen unidas en el sustrato en virtud del equilibrio dinámico, más o menos precario, entre sus mutuas interacciones y las interacciones con el medio externo. En virtud de este equilibrio dinámico precario, ningún sustrato podrá considerarse incorruptible.

Todo sustrato que pueda ser definido en el universo será corruptible, total o parcialmente, sin que sea posible establecer en general medidas de duración de los sustratos, puesto que estas medidas solo podrán ser determinadas con referencia a las distintas clases de sustratos. (Los planetas del sistema solar pueden durar 107 años; los árboles duran 103 años, los mamíferos y los hombres pueden aproximar su duración a 102 años, y hay sociedades políticas, reinos o imperios, que ha durado setecientos u ochocientos años, aunque su objetivo hubiera sido el de durar mil años).

{FD 63-66 /
FD 9-113}

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