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Crítica al principio de Autonomía de la Democracia:
Involucración entre la Sociedad política / Sociedad civil como fuente de corrupciones
[1] La sociedad democrática no se organiza tecnológicamente mediante un “principio de autonomía” [763] que tiende a ver a la democracia como un sistema cerrado y exento […]. Sencillamente, el “principio de autonomía” es un principio ideológico (nematológico) resultado de una sustantivación del sistema, pero que no puede tomarse como un principio tecnológico. Porque la sociedad política en general, y la democrática en particular, lejos de ser autónomas, están siempre envueltas por otras realidades naturales, sociales o históricas que son inseparables del funcionamiento del propio sistema [886].
Dicho de otro modo: el principio de la armonía vinculado a este supuesto sistema procesual sustantivo y recurrente de la sociedad democrática es puramente metafísico, precisamente por su sustantivación [793].
No hay una sociedad política compuesta de ciudadanos (individuos, átomos) [822] que puedan regirse por el principio de la inercia (o de la libertad de) [828], ni, por tanto, por los principios asociados a él. Los movimientos inerciales de cada individuo o ciudadano, que forma parte del sistema, no son libres, están continuamente desviados de su línea teórica por la acción de otras fuerzas envolventes que interfieren en las “líneas de inercia”. La igualdad, que implica la simetría de las relaciones de un sistema cerrado, es solo abstracta (isegoría, isonomía) [848], pero de hecho está frenada, o desviada, o bloqueada por la misma heterogeneidad constitutiva de los mismos átomos o individuos en tanto son simultáneamente elementos de clases de individuos distintas de las clases establecidas en terreno político abstracto.
Es cierto que al conjunto de estas clases de individuos, que es ya un conjunto heterogéneo, o un conjunto heterogéneo de conjuntos heterogéneos, se le sustantiva, a su vez, como si fueran un conjunto homogéneo positivo, con el nombre de “sociedad civil” […] De este modo, la “sociedad civil”, enfrentada a la “sociedad política” […] se convierte en una idea metafísica sustantivada […]
Esta distinción metafísica entre sociedad política y Estado ocupó un lugar importante entre los krausistas españoles, desde el Ideal de humanidad (1811) del propio Krause, plagiado por Sainz del Río, hasta la Teoría orgánica del Estado (1850) de Ahrens, que influyó notablemente en los krausistas españoles, como Giner de los Ríos (me remito al libro de Francisco Querol, La filosofía del derecho de Krause, Kykinson, Madrid, 2001, con un importante prólogo de Enrique Menéndez Ureña).
La sociedad civil, así la entendemos por nuestra parte, es el conjunto (negativo, es decir, definido por el criterio negativo “no ser político”) [836] de todos los complejos institucionales, sociedades y grupos no políticos, heterogéneos y enfrentados en general los unos con los otros, antagónicos en diverso grado (el antagonismo entre familias, profesiones, municipios o comunidades en competencia a muerte, grupos étnicos o culturales –en torno a los cuales Otto Bauer pretendió fundar la idea de una nación cultural, como núcleo principal de la sociedad civil).
Pero precisamente donde estos conjuntos heterogéneos englobados en la llamada “sociedad civil” encuentran la posibilidad de una convivencia continuada a través de la sociedad política, ajustada a las normas que puedan ser impuestas por la violencia, cuyo monopolio asume el Estado. […]
La involucración de la sociedad civil, así definida, con la sociedad política determina en la sociedad política [597] profundas perturbaciones y obstáculos a la supuesta libertad, a la igualdad y a la fraternidad de los ciudadanos. Perturbaciones que podemos considerar como una de las fuentes más profundas de corruptibilidad política. Porque los lemas abstractos de la autonomía política (Libertad, Igualdad, Fraternidad) no van más allá de las relaciones políticas abstractas (igualdad ante la ley, igualdad de proporcional de tributación, contribución solidaria personal). Una autonomía que, sin embargo, no garantiza la conquista de unos derechos libres e iguales entre los ciudadanos, precisamente por la interferencia obstativa constante de la “sociedad civil”.
La igualdad proporcional o absoluta ante un tributo, como la igualdad abstracta [848] ante un semáforo en rojo, no garantiza la igualdad civil ni menos aún la libertad y la fraternidad. Todos pagan el tributo o se detienen ante el semáforo, pero no por ello se hacen más “solidarios” […]; los ciudadanos serán iguales según algunos parámetros propios de la sociedad política, pero esa igualdad los mantendrá aún más separados en la sociedad civil. Todos serán iguales en la sociedad política, pero se separarán en la proporción en la sociedad civil.
La involucración de la sociedad política en la sociedad civil hace técnicamente imposible la realización de la igualdad entre los ciudadanos, más allá de parámetros superficiales con los cuales se contenta una gran parte del pueblo. Las desigualdades (las asimetrías) entre los individuos y los grupos de la sociedad democrática de mercado pletórico son cada vez más profundas y no aparentes. La democracia hace a los ciudadanos cada vez más iguales según los criterios políticos, pero cada vez más separados y desiguales [832-833], según las determinaciones propias de la sociedad civil. Los nexos de unión y asociación entre las personas se producen en la sociedad civil (familia, folklore, fiestas populares) más que en la sociedad democrática parlamentaria, en la cual ser miembro de un partido político equivale a enemistarse y distanciarse de los militantes o simpatizantes del partido contrario.
La sociedad política, en resolución, no puede considerarse como un sistema autónomo, que pudiera funcionar segregado de la sociedad civil. Está involucrado en ella, con la misma necesidad con la que está involucrada con las fuerzas de la naturaleza, que rigen las buenas cosechas o las malas. La sociedad civil, como “la Naturaleza” [69-71], envuelven necesariamente a la sociedad política, interfieren con ella y perturban continuamente, o deforman, sus propias normas. Porque los grupos o los individuos que pertenecen como elementos a una clase políticamente normada no pertenecen únicamente exclusivamente a esa clase, sino también a clases no políticas, que interfieren constantemente con la clase política de referencia. Y esta es la situación que tiende a ser borrada o eclipsada por la propaganda ideológica fundamentalista, anegada en la idea de sociedad democrática perfecta. Una sociedad política democrática no es jamás un sistema autónomo, cerrado y exento, sino un sistema abstracto envuelto por otros sistemas e involucrado en ellos.
Lo que llamamos sociedad civil, como “plataforma” (Hegel) o placenta material de la sociedad política, es en realidad el resultado de una filtración borrosa de multitud de grupos, individuos, generaciones, enfrentados entre sí, en cuanto constituyen la materia sobre la que actúa la sociedad política. Y no tanto para alcanzar unos objetivos “más elevados” que los de la sociedad civil, sino para mantener un curso, dado entre otros, frenando o bloqueando a otros cursos divergentes.