Materialismo / Idealismo político y democrático
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Evolución del formalismo al materialismo democrático: Antiguo Régimen / Nación política
Derecha socialista / Socialdemocracia / Comunismo marxista-leninista
La oposición entre concepciones formalistas / concepciones materialistas [846] de la democracia (y aun de la sociedad política en general) no es una mera oposición académica o escolástica entre “teorías de la democracia”, ni su oposición es meramente taxonómica, sino que tiene alguna correspondencia con las sociedades democráticas, embrionarias o avanzadas, realmente existentes [854], en cuanto tecnologías políticas efectivas.
Desde este punto de vista, las teorías escolásticas y sus opuestas doxográficamente podrían ponerse en relación con las nematologías correspondientes a esas tecnologías políticas [876-895]. En este sentido, el formalismo político se corresponde ante todo con la política del Antiguo Régimen, en la medida en la cual se dejaba al cuidado de los particulares o de la Iglesia la capa basal (la distribución de alimentos y ropas a los pobres, la educación, los cuidados médicos a enfermos, hospitales religiosos, etc.). Es decir, quedaban al cuidado de las economías domésticas o de la caridad los contenidos más importantes que hoy llamamos “beneficencia” y aun de Estado de bienestar.
Tras la reforma protestante, en los Estados del Antiguo Régimen, estos contenidos de la capa basal continuaron confinados a las economías particulares o a las iglesias, ahora adscritas a los territorios propios de cada Estado. La Iglesia dejó de ser una agencia internacional y se fragmentó en los diversos Estados modernos, si bien la Iglesia católica romana mantuvo un ecumenismo efectivo, aunque fuera indirecto, a través de otros Estados, y en particular, a través del “Patronato Real” concedido a los Reyes Católicos respecto de la Iglesia española, que se ocupaba de las Indias Occidentales. En el Antiguo Régimen (podríamos decir) la capa basal quedaba segregada del Estado, orientado sobre todo a las capas conjuntiva y cortical, y se encomendaba a la sociedad civil (que incluía a la Iglesia, a la Ciudad de Dios, como primera sociedad civil [836] contradistinta en una escala comparable a la sociedad política).
El Nuevo Régimen, abierto por la Gran Revolución [733], comenzó también avanzando por la capa conjuntiva del Estado, y por supuesto atendiendo muy especialmente a la capa cortical (las guerras defensivas de la Francia revolucionaria entre las potencias imperiales que la rodeaban –que cabe simbolizar en la batalla de Valmy– [735] y las guerras ofensivas de Napoleón [736], que cabe simbolizar en la batalla de Austerlitz). La capa basal quedó teóricamente (nematológicamente) [55], y en parte tecnológicamente, en manos de la sociedad civil, es decir, de la Iglesia y de la nueva sociedad burguesa, en el sentido hegeliano (no en el sentido de la Bürgerliche Gesselschaft del §523 en la Enciclopedia).
De hecho, las tres primeras generaciones de la izquierda (la jacobina, la liberal española y la anarquista) [732], orientaron su acción política y teórica, ante todo, a la capa conjuntiva, al traspaso de la soberanía real al pueblo, y dejaron la capa basal al cuidado de la sociedad civil. La idea de democracia comenzó a extenderse, ante todo, en el terreno conjuntivo.
Los planes y programas revolucionarios evolucionaron a lo largo del siglo XIX; por ejemplo, en 1849 apareció un manifiesto, suscrito por Ordax Avecilla, Puig y Aguilar y otros republicanos y progresistas en torno al cual se fundó el Partido Demócrata. También el anarquismo (que llevó al límite el repliegue del Estado hacia el recinto de su capa conjuntiva, hasta el punto de proponer la liquidación de esta capa) comenzó en la primera época de la Revolución, pero se mantuvo vivo en Saint-Simon y Godwin y culminó en Bakunin con el anarcosindicalismo.
Fue, por tanto, la evolución de la sociedad burguesa y su despliegue capitalista lo que determinó la consolidación de masas de trabajadores teóricamente iguales y libres. Iguales en el momento de vender su fuerza de trabajo por un “salario equitativo” que será el resultado de un reparto equitativo establecido en el modo de producción capitalista (del que habló Marx con asombrosa precisión en la Parte I, 2 de su Crítica al programa de Gotha). Estas masas de trabajadores organizados políticamente obligaban a un cambio de perspectiva real, tratada tanto en su momento tecnológico como nematológico.
Su evolución tomará direcciones que la aproximan hacia el materialismo político, es decir, hacia la incorporación de algún modo de la capa basal a los planes y programas del Estado. Es cierto que la aproximación no tuvo lugar siempre en el momento nematológico, sino más bien en el tecnológico; por ejemplo, en la tendencia de la evolución del capitalismo (estudiada por Hobson y Lenin) hacia el imperialismo.
Esta evolución hacia el materialismo político podría ser considerada en tres de sus corrientes principales: la “derecha socialista” de cuño hegeliano, la socialdemócrata (cuarta generación de la izquierda) y la marxista-leninista (quinta generación de la izquierda).
1. La “derecha socialista”. Una corriente, que se enfrentaba con el anarquismo y después con la socialdemocracia y con el marxismo, considerada, por ello, comúnmente como “corriente de derecha”, aun cuando habría que definirla como “derecha socialista”. Su representante más importante, al menos en lo que al momento nematológico concierne, fue Hegel.
La concepción hegeliana del Estado sigue aferrada al formalismo conjuntivo y cortical, pero de una manera tal que el Estado, en cuanto aparece involucrado en un proceso más amplio, el de la evolución del Espíritu Objetivo (según sus tres fases: familia, sociedad civil y Estado), no puede decirse que esté desvinculado de la capa basal, sino apoyado en ella, puesto que la sociedad civil está presupuesta siempre por el Estado. Y la sociedad civil comprende todas aquellas instituciones que se orientan a la “satisfacción de las necesidades” con la riqueza (§199 de la Filosofía del Espíritu), a todo lo que tiene que ver con la defensa de la propiedad privada y a todo lo que tiene que ver con la administración y con las corporaciones (§230 a §256 de la obra citada). Pero no por ello la sociedad civil, correspondiente a la capa basal, que es presupuesta por el Estado, es la base (Aufbau) del Estado, en el sentido que le daría Marx. Y esto es debido a que Hegel subordina, en cuanto al fin, la sociedad civil al Estado, y no al revés: aunque la capa basal es anterior al Estado en su proceso físico y material, está subordinada al Estado en cuanto este tiene respecto de ella el papel de telos, de fin.
De este modo, el Estado queda muy lejos de la condición de superestructura [410] que le atribuirá Marx. El Estado es sobre todo gobierno (Regierung), pero no solo poder ejecutivo. Hegel considera artificiosa la división de poderes atribuida a Montesquieu, y no se ocupa propiamente, al hablar del Estado, de su capa basal, que queda también confiada precisamente a la sociedad civil. En parte a la Iglesia, al menos en la medida en la cual la Iglesia asume como propios los fines del Estado (§270 de la Filosofía del Derecho).
Por lo demás, el propio Estado hegeliano, concebido como fase superior del Espíritu Objetivo, queda a su vez “envuelto” en el Espíritu Absoluto, es decir, aproximadamente, en lo que hoy llamamos cultura, en su sentido circunscrito [407], a saber, Arte, Religión y Filosofía. Cabría decir, por esto, que Hegel continúa, de algún modo, la teoría del Estado de cultura [422] propuesto por J.T. Fichte (remitimos a El mito de la cultura, pág. 78 de la 7a edición). En efecto, el Estado se subordina a la “cultura” [401-435], a los valores de la cultura, que sin duda, a su vez, habrán de entenderse como valores concordantes con los del Estado que los promueve; en su momento mediante una Kulturkampf, [609] como la que promovió Bismarck cuarenta años después de la muerte Hegel.
2. Eclecticismo Socialdemócrata. La cuarta generación de la izquierda según nuestro cómputo puede considerarse como una evolución de la “derecha hegeliana”. De este estatismo aparentemente propio de la izquierda más radical, con el cual Marx se enfrentó varias veces. El estatismo mantenido por Luis Blanc, que predicó la necesidad de contar con el Estado para llevar a cabo las reformas sociales necesarias en materia de educación, de organización del trabajo o de la industria. Suele decirse que Blanc inspiró el grito que se oía en la revolución de 1848: “Vive la Republique democratique et social!”. También Fernando Lassalle, que fundó la Asociación General de Trabajadores Alemanes, recibió la inspiración hegeliana, reforzada por su relación con Bismark, en lo que al culto del Estado se refiere.
Las ideas de Lassalle, como es sabido, ejercieron gran influencia en el Congreso de Eisenach (en el que se fundó el Partido Socialista Obrero Alemán) y en el de Gotha (1865), en el que se consolidó el PSD o Partido Socialdemócrata Alemán. El Programa de Gotha contiene, entre otras cosas, esta declaración: “La clase obrera procura en primer término su emancipación dentro del marco del Estado nacional de hoy”.
Marx se enfrentó duramente con esta frase: “Por oposición al Manifiesto Comunista y a todo el socialismo anterior, Lassalle concebía el movimiento obrero desde el punto de vista nacional más estrecho”.
Muchos han visto en esta concepción de la socialdemocracia nacional una prefiguración del nacionalsocialismo de Hitler (desde la Unión Soviética, la socialdemocracia fue considerada como “socialfascismo”). Y, por supuesto, en la línea socialdemócrata, aunque divergente de los nazis, se concibieron el New Deal de Roosevelt, la doctrina de Keynes y el Plan Beveridge para un Estado de bienestar.
Subrayamos, sin embargo, que el adjetivo “social”, que se agregó al adjetivo “demócrata” (y que en 1848 se refería directamente a la República), aunque aludía desde luego a los contenidos más próximos a la capa basal, no hacía esta alusión directamente, sino a través de los componentes sociales de la República. […] La esfera económica y sus leyes propias no se consideraban en sí mismas como políticas, como determinaciones del Estado y de su proceso político, al modo del materialismo histórico o económico; se consideraban como medios para dar solución a los problemas sociales, sin tener en cuenta que estos problemas (la cuestión social, en terminología de los Papas) acaso derivaban ellos mismos de la esfera económica. Por ello, las “conjunciones republicano-socialistas” fueron siempre artificiosas, porque la solidaridad entre “republicanos” y “socialistas” solo se mantenía contra terceros (por ejemplo, contra el Antiguo Régimen, ni siquiera contra la monarquía constitucional). Los socialdemócratas podrían ser republicanos, pero los republicanos no tenían por qué ser socialistas.
La perspectiva socialdemócrata, sin embargo, confiaba y confía en que el progreso gradual y moderado dentro de cada Estado nacional podrá resolver pacíficamente la cuestión social. No se olvidarán las otras naciones socialdemócratas en marcha, y los lazos internacionales que es preciso mantener entre ellas; pero se confiará en una armónica sincronía entre todas las naciones en su común destino gradual hacia el socialismo.
Es cierto que, al final de la Primera Guerra Mundial, el Gobierno socialdemócrata alemán no dudó en fusilar a los espartaquistas que habían gritado “¡Abajo las armas!”, en nombre de la fraternidad entre los obreros franceses y los alemanes. Después de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo después de la Guerra Fría, las democracias nacionales homologadas, principalmente las democracias parlamentarias socialdemócratas, acentuaron en nombre del humanismo y de los derechos humanos, las tesis de la armonía entre las diferentes naciones democráticas y aun la inminencia de una “alianza de las civilizaciones”. [Véase, Gustavo Bueno, Zapatero y el Pensamiento Alicia. Un presidente en el país de las maravillas].
3. Comunismo marxista-leninista. La quinta generación de la izquierda (si bien esta generación no se consideró nunca a sí misma como izquierdista: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, en fórmula de Lenin) incorpora explícitamente la capa basal al Estado, pero sustituye la democracia burguesa por la dictadura del proletariado.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que la tesis central del materialismo económico, en cuanto materialismo histórico, establecía que la esfera económica, tal como aparece en el modo de producción capitalista (y, por supuesto, en los modos de producción anteriores: feudal, esclavista, etc.), implicaba ante todo una apropiación de los medios de producción por parte de una clase determinada, la clase de los expropiadores, que utilizaba la fuerza del trabajo de los expropiados, de los proletarios.
La lucha de clases derivada de esta doctrina pasaba a asumir el papel de motor de la historia. Y el Estado se concebía como resultante de una conspiración de los explotadores orientados a mantener a los explotados en su situación de explotación.
Una situación que, aunque tuviera como escenario los territorios de la cada nación política, era propiamente internacional. En consecuencia, los comunistas (la quinta generación de la izquierda) consideraban absurdo cualquier plan o programa revolucionario a escala nacional, sobre todo si se mantenían los procedimientos del pacifismo gradualista. “Es precisamente bajo esta última forma de Estado de la sociedad burguesa donde se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas la lucha de clases”, decía Marx en su crítica al programa socialdemócrata de Gotha.
Lenin concluyó que la misma revolución de 1917, que se había producido en el “eslabón más débil”, Rusia, de la cadena formada por los Estados capitalistas, fracasaría si los demás eslabones, empezando por Alemania, no lograsen hacer triunfar también la revolución. Nada habrá que esperar, por tanto, de la “vieja y consabida letanía democrática: sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia del pueblo…” (Marx). La revolución no era posible sin contar con el Estado; era preciso contar con el Estado no como el fin definitivo al modo socialdemócrata, sino a través de una transitoria dictadura del proletariado orientada precisamente a la extinción del Estado en una primera “fase dolorosa de la sociedad comunista tal y como brota de las sociedad capitalista, después de un largo y doloroso alumbramiento”. Porque el derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo histórico de la sociedad por ella condicionada.
“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, por tanto, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades”. (Carlos Marx, Crítica del Programa de Gotha, 1875).
Concluimos por nuestra parte: en ese Estado final no cabría hablar en ningún caso de democracia. La democracia solo tiene significación en el ámbito del Estado, como la igualdad de las caras del hexágono solo tiene sentido dentro del poliedro cúbico. Al extinguirse el Estado, la democracia desaparece, entre otras cosas porque también desaparecerían las relaciones de igualdad o desigualdad entre los hombres que participan en una tarea común. Allí ya no regirá ninguna ley de reparto equitativo guiador por la igualdad aritmética: “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!”.
Si se quisiera seguir hablando de reparto equitativo habría que acudir a la igualdad proporcional, analógica o geométrica. Pero esta igualdad proporcional se funda precisamente, como toda analogía, en la desigualdad [832] más radical, sobre la cual se fundamenta. Los escolásticos lo sabían muy bien: los análogos se refieren a cosas que son diversas en sí mismas pero solamente semejantes según alguna proporción (simpliciter diversa, secundum quid eadem).
4. El Materialismo filosófico, tanto frente a la socialdemocracia, como frente al comunismo marxista leninista implica una vuelta del revés de las tesis marxistas del Estado [850].
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