La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Grupos de discusión filosófica
Symploké
Recopilación de cartas
201 a 220
0201 21mar1997 / Felipe Giménez / Cultura 2
0202 22mar1997 / M.A.Rodríguez / Sobre la idea de cultura
0203 22mar1997 / M.A.Rodríguez / "Nosotros somos los bárbaros"
0204 31mar1997 / Felipe Giménez / Cultura 3
0205 31mar1997 / M.A.Rodríguez / Re: Cultura 3
0206 01abr1997 / Álvaro / Saludos
0207 01abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 4
0208 01abr1997 / Juan Carlos / Re: Cultura 3
0209 02abr1997 / Alberto Luque / Relativismo cultural, amor a los salvajes...
0210 02abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 5
0211 02abr1997 / Symploké / Inauguración del seminario sobre la Idea de cultura
0212 02abr1997 / Symploké / Organización del seminario
0213 02abr1997 / Symploké / Sinopsis: El relativismo cultural
0214 02abr1997 / Symploké / Primera propuesta: El relativismo cultural
0215 03abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 6
0216 03abr1997 / Emiliano Fernández / Civilización y barbarie
0217 03abr1997 / Symploké / Sinopsis: El relativismo cultural II
0218 03abr1997 / M.A. Rodríguez / Despedida
0219 04abr1997 / Emiliano Fernández / Civilización y barbarie
0220 04abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 7

Symploké 0201
Fecha: Viernes, 21 Mar 1997 10:54:53 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Cultura2

Estimados contertulios:

Procedo a continuación a analizar el libro del Sr. Prof. Dr. D. Gustavo Bueno Martínez El mito de la cultura, Editorial Prensa Ibérica, 1996, Barcelona.

La tesis del libro es que la Idea de Cultura es un mito. Es una idea de la imaginación, no es ni clara ni distinta. Tampoco es categoría científica. Es una idea inadecuada de la imaginación pero que ha adquirido en función de su ambigüedad su actual prestigio y poder. Se ha convertido en mito cuya destrucción está prohibida. Este mito sustenta el relativismo cultural y el nacionalismo, así como la existencia de los Ministerios de Cultura, antes de propaganda. La cultura justifica gastos cuantiosos y actuaciones absurdas. La cultura santifica y eleva al hombre por encima de los animales, como antes la gracia santificante otorgada por el Espíritu santo. Gratia naturam non tollit, sed perficit.

Así empieza Bueno su libro:

"La Idea de Cultura ha pasado a formar parte, en la España de los noventa, del conjunto de las cuatro o cinco ideas clave que constituyen su cúpula ideológica (no sólo en España: también en otros países, sobre todo en los europeos). Incluso cabe afirmar, apoyados en ciertas encuestas, que, en una escala de prestigio, la Idea de Cultura ha sobrepasado el puesto que ocupaban hasta hace poco las Ideas de Libertad, de Riqueza, de Igualdad, de Democracia o de Felicidad. Al menos, se da por descontado muchas veces que la "verdadera igualdad", o la "verdadera libertad", se obtienen por la mediación de la cultura, y que sólo a través de la cultura, la democracia podrá ser participativa y no sólo formal." El mito de la Cultura, p. 11.

La palabra "cultura" significa dos cosas: cultura subjetiva: ser culto, saber mucho, ser erudito, sabio, estar enterado, educado, formado, ilustrado. y por otro lado, la "cultura" objetiva: Lo que hacen los hombres, sus obras, el producto de su praxis, sus valores, ideas, concepciones del mundo, política, moral, ética, derecho, religión, arte, &c. Esta segunda acepción es la que goza hoy día de universal prestigio y aceptación y es la más confusa y su prestigio afirma Bueno, tal vez se derive de su indefinición. Según Gustavo Bueno, tan cultura es oír a Plácido Domingo cantando en "Rigoletto" de Verdi como ver en un estadio de fútbol a Ronaldo regatear y encajar un gol al equipo adversario.

Atentamente, Felipe.
P.S. Continuará...


Symploké 0202
Fecha: Sábado, 22 Mar 1997 20:36:20 -0800
De: Miguel Ángel Rodríguez
Título: Sobre la idea de cultura

Mis estimados compañeros de lista:

Entrando ya en el debate sobre la idea de cultura, me parece pertinente expresar mi opinión acerca de ciertos puntos que juzgo esenciales.

Felipe Giménez nos está brindando un magnífico compendio del libro El mito de la cultura. Sin embargo, tal vez debido a mi sensibilidad intelectual latinoamericana, he creído oír en su discurso una nota discordante. Me refiero, en concreto, a aquello de que existen culturas mejores o peores que otras. Esto me suena como a una forma metafórica de decir que la clásica dicotomía civilización y barbarie es cierta, que ella no es mera y perniciosa invención ideológica de un pensamiento que se cree en posesión de verdades apodícticas.

Pues bien, a modo de respuesta les remito un escrito mío, inédito, que para bien o para mal trata de los conceptos de civilización y barbarie en el ámbito argentino y latinoamericano. Ya que meditamos en torno a la idea de cultura, valga mi artículo, pensado en y desde uno de los mundos que han sido objeto de la clasificación cultural que nuestro contertulio Felipe Giménez expone y defiende.

Saludos a todos.
Miguel Ángel Rodríguez


Symploké 0203
Fecha: Sábado, 22 Mar 1997 20:39:04 -0800
De: Miguel Ángel Rodríguez
Título: "Nosotros somos los bárbaros"

NOSOTROS SOMOS LOS BÁRBAROS

"El hereje no es el que arde en la hoguera, sino el que la enciende."
William Shakespeare

Desde que éramos niños nos vienen diciendo que la Historia es el relato de la lucha librada por el hombre a fin de trascender un primigenio estado de barbarie y alcanzar otro de acabada civilización. Más aún: los medios de comunicación social difunden la grata nueva de que ya hemos arribado a ese estado de perfección y que, por lo tanto, el mencionado relato concluyó. Las "buenas" ideas, que los "buenos" hombres defendían de las asechanzas del mundo de la barbarie, al cabo se han impuesto. Por consiguiente, habiendo culminado dicho proceso de humanización, vivimos hoy un milenarismo neoconservador.

Sarmiento escribió una bella novela, acaso una de las más vigorosas de nuestra literatura. Junto con Los siete locos, Adán Buenosayres, Rayuela y Sobre héroes y tumbas, Facundo explicita mejor que cualquier estudio sociológico las virtudes y miserias de los argentinos. Sin embargo, con esta obra se ha cometido una enorme injusticia: se la ha canonizado creyendo a pie juntillas que la problemática privativa de su autor revestía carácter universal.

Uno de los mayores ideólogos de la civilización y la barbarie que ha dado Latinoamérica es justamente este Domingo Faustino Sarmiento, sumo hacedor de la escolástica vernácula. Su prédica, encendida e intolerante, llega hasta nuestros días y aún concita la adhesión de numerosa gente, quizás mucho más de lo que se supone. Prueba de ello es el caso de Tomás Eloy Martínez, quien todavía hoy levanta las gastadas banderas de la civilización y la barbarie apelando a una tesis por demás socorrida. Según él, nuestra historia nacional estaría escenificada por la lucha de un Borges representante de la civilización contra un Perón exponente inequívoco de la barbarie nativa.

Esta interpretación tiene su correlato, como fácilmente se infiere, en la mítica pugna entre Sarmiento y Rosas. Los tiempos cambian, no obstante el substrato continúa siendo el mismo.

Los argentinos contamos con una larga experiencia en lo que se refiere al debate de este tema. Hay una abultada bibliografía acerca de este asunto que lo corrobora y los muertos en la disputa, que son innumerables, señalan que tal dicotomía excede con creces el marco de una inofensiva polémica entre intelectuales. Tal vez nuestra historia patria —al igual que la del resto de Latinoamérica— podría resumirse —como lo hace don Tomás, si bien con intención diferente— en el perenne conflicto entre dos potencias de opuesto signo, que no serían unitarios y federales, provincianos y porteños, peronistas y antiperonistas, izquierdistas y derechistas, bárbaros y civilizados. Ambas fuerzas consistirían, más bien, en la voluntad de ser una nación o una colonia. La historia de nuestros pueblos sería así la dramatización de un deseo: ser nosotros mismos o ser otra cosa.

Sólo basta con echar una ligera mirada a los distintos significados que los términos civilización y barbarie han tenido a través de los tiempos para convencerse de que la tan mentada civilización vociferada por Sarmiento y sus discípulos no es más que una de las tantas maneras de no ser nosotros mismos; es decir, otra forma de la alienación. Mas no resulta tan simple de resolver otra cuestión, que aquí se nos muestra perentoria: ¿por qué tales patrañas —al fin y al cabo bastante burdas— poseen un poder persuasivo tan grande? Pues, nos guste o no, el discurso sarmientino ha dejado su impronta en la cultura oficial y casi todos, en mayor o en menor grado, piensan e interpretan el acontecer nacional valiéndose de sus categorías. Incluso cuando el "macondino" Carlos Menem pontifica sobre la conveniencia de renunciar a cualquier pretensión nacionalista a fin de ingresar al Primer Mundo y morirnos de hambre. (La famosa expresión "estar en la vereda de enfrente" —utilizada para situar ideológicamente a quienes no comulgan con el oficialismo— es, lisa y llanamente, un eufemismo de bárbaro.)

El análisis un tanto pormenorizado de las diversas variaciones semánticas que los vocablos de marras presentan en el decurso de dos milenios y medio de historia occidental, confirmará nuestra primera afirmación. Por último, una tentativa de aproximación a los orígenes de la actitud complaciente —o a lo menos pasiva— de vastas porciones del cuerpo social ante el avance de una ideología reaccionaria, proporcionará alguna luz para ulteriores investigaciones al respecto.

BARBARIE, UNA FORMA DE LA DISIDENCIA

En un principio, tanto en Grecia como en Roma se designaba como bárbaro a todo aquello que fuese extranjero. Bárbaro era, por ejemplo, aquél que no hablaba griego, aunque los helenos admirasen las antiguas civilizaciones del Cercano Oriente y el mismísimo Platón elaborase sus ambiciosas utopías políticas en base a modelos institucionales tomados de Egipto y Mesopotamia.

Posteriormente, una vez que la ciudad del Lacio se transforma en imperio universal, se considera que es bárbaro lo que difiere de las pautas culturales latinas, no sólo en un sentido descriptivo, sino también axiológico. Es por ese entonces cuando se comienza a creer en la "natural" superioridad de la cultura grecorromana; la que con el paso de los siglos y con abundantes aditamentos judíos y germanos, constituirá la civilización occidental y cristiana.

Los europeos que invadieron América trajeron consigo, además de su insaciable codicia, idéntica noción de lo que era la civilización y la barbarie. Para ellos la civilización estaba representada por la raza blanca y la religión cristiana (católicos en el sur, protestantes en el norte). Lo bárbaro era lo indígena; aun cuando se tratase de mayas o incas, destacados exponentes de culturas que en muchos aspectos eran superiores a la importada por los recién llegados. Y esto siguió siendo así por más que esa civilización venida de allende el Océano haya enviado a nuestro continente alrededor de cien millones de africanos como mano de obra esclava o haya perpetrado el mayor genocidio que los hombres recuerden.

(Cabe consignar que el valor civilizatorio de todas estas atrocidades consumadas por una sociedad cuyos fundamentos culturales eran el humanismo grecolatino, la religión cristiana y la razón socrática, fue recientemente refrendado en una festiva ceremonia, conmemorativa de los que el establishment denominó "quinto centenario del encuentro de dos mundos". Como se ve, para los pueblos sojuzgados siempre el pasado es hoy.)

Al iniciarse los movimientos independentistas de las colonias ibéricas, el ideal de civilización se expresa en la filosofía del liberalismo decimonónico y ofrece como paradigmas del mismo a Francia en lo cultural y a Gran Bretaña en lo económico. La barbarie ahora se materializa en los "godos", que son monárquicos, clericales y económicamente proteccionistas.

En virtud del positivismo anglofrancés que profesaban, los americanos arremeten fieramente contra su tradición hispánica, con un fervor iconoclasta que no les permite distinguir la paja del trigo.

Consolidada la emancipación de estas colonias, la barbarie toma la forma concreta de lo nativo que se resiste a europeizarse (los gauchos, los caudillos, los ideólogos de una política nacionalista). Concepción que fue sostenida a rajatabla por nuestros estadistas finiseculares, pese a que Inglaterra, Francia y Holanda— los modelos librecambistas que procuraban imitar— realizaban en esos momentos la mayor explotación humana de la historia. Entretanto, a contramano de la moda ideológica imperante, dos naciones entonces periféricas —Alemania y Japón— implementaban una rigurosa política proteccionista. Merced al plan económico de Federico List y a la Restauración Meiji, respectivamente, ellas se convertirían, en poco más de medio siglo, en dos potencias de primer orden. Es evidente que las manipulaciones imperiales, avaladas por la miopía criolla, posibilitaron este equívoco. Nos comíamos la paja y exportábamos el trigo. La sapiencia oracular de Adam Smith y Alexis Clerel de Tocqueville así nos lo aconsejaba.

Ya en nuestra época, la civilización se adscribe a las pautas ideológicas trazadas por EE.UU. y, en consecuencia, barbarie es el comunismo, especie de engendro demoníaco que amenaza con acabar con los frutos de la civilización.

Preeminencia ésta que no sufrirá menoscabo ni siquiera cuando el país del norte arrase con bombas napalm cientos de aldeas vietnamitas e implante el uso del terrorismo de Estado en aquellas repúblicas del Tercer Mundo que se oponen a "ser civilizadas". Mientras tanto algunas pequeñas naciones expoliadas —Cuba y Nicaragua, entre otras— ponen en peligro la sobrevivencia de la humanidad por la sola razón de no haber querido aceptar la civilización tal cual la entiende el Tío Sam. Absurdo éste que ha sido internalizado por el hombre occidental hasta el extremo de semejar una verdad infusa.

Finalmente, luego del naufragio del llamado socialismo real, la civilización radica en la postmodernidad (era tecnotrónica, triunfo definitivo del sistema capitalista, fin de la Historia, muerte de las utopías). La barbarie hoy está corporeizada en los que negándose a someterse a un poder despótico internacional, aspiran a desarrollarse independientemente, conforme a sus intereses nacionales y populares. También este nuevo orden —tan inicuo o más que los anteriores— es recibido con beneplácito, por más que sus terribles resultados estén ya a la vista de casi todos: dos tercios de la humanidad sumidos en la miseria, sin posibilidad alguna de gozar de los beneficios de "esa" civilización. (Ahora son las "revelaciones" de Milton Friedman y Francis Fukuyama las que nos conducen a los andurriales de la Historia.)

De lo observado se deduce que la definición del par 'civilización-barbarie' varía según los intereses imperiales. Bárbaros son aquéllos que no hacen lo que el poder desea que hagan.

LA HISTORIA NEGADA

De acuerdo a lo que acabamos de ver, la antítesis civilización y barbarie es puramente relativa; y además, la mayoría de las veces resulta ser una mentira urdida por los grupos dominantes con el propósito de proteger sus privilegios. Pero si bien esto es grave, nunca lo es tanto como el hecho de que semejante engaño rara vez sea descubierto por quienes soportan las consecuencias del mismo. ¿Cómo puede ser posible que el actual proyecto neoconservador, fuente inagotable de males para millones de hombres, sea aceptado por éstos como el non plus ultra de la evolución humana? He aquí el interrogante que nos planteábamos al comienzo de estas reflexiones expuesto en toda su magnitud.

Sin duda que no es nada fácil encontrar la respuesta a esta acuciante pregunta; con todo, al menos nos asiste el derecho de intentar un acercamiento al meollo del problema. En verdad, hay múltiples factores que coadyuvan a crear esta suerte de marasmo colectivo que padecemos. Por un lado, existe la coacción —tanto física como intelectual— ejercida por el Estado a fin de vencer la resistencia de los sectores sociales más combativos. Mediante la represión policial o militar, la censura ideológica y la desinformación generada por los medios de comunicación y sus operadores oficiales, se obtiene cierta aquiescencia popular. Por otro, la carencia de auténticas propuestas alternativas por parte de los sectores progresistas, como así también en muchos casos su incapacidad manifiesta para asumir en profundidad los cambios estructurales que implica la nueva revolución tecnológica, le dejan el camino expedito a los apologistas de la flamante civilización tecnotrónica.

Sin embargo, no creemos que las causas enumeradas sean las únicas que confluyen en la génesis de este fenómeno. Tal vez debamos tener en cuenta otros elementos, tan medulares como los ya citados, pero de clase diferente.

Por ejemplo, que el concepto de civilización —sea cual fuere el contenido de éste— siempre conlleva algún prestigio, puesto que está asociado al poder que lo forjó, y que —por el contrario— el concepto de barbarie sufre de una minusvalía social congénita a raíz de estar compuesto por las notas negativas que le atribuye ese mismo poder que es creador de los valores sociales vigentes. En otras palabras: todo lo que el Poder toca se vuelve conspicuo, sea para alabarlo o para denostarlo. Si Sarmiento asevera que el Padre de la patria uruguaya es un bárbaro dedicado al contrabando, ello es verdadero, ya que éste —el temperamental sanjuanino— integra el cenáculo encargado de dar la versión oficial de la realidad. Sabemos que la Historia la hacen los pueblos, pero a veces olvidamos que la escriben los vencedores, los que casi nunca son "amigos del pueblo".

Es a partir de esta dolorosa constatación que la actualidad nacional se clarifica hasta el punto de hacernos comprender que si los que abogan por un estado de cosas más justo son peyorativamente indios, gauchos, comunistas o utópicos perimidos, es porque están ubicados en el lado oscuro de la Historia. Hoy como ayer, quienes se atreven a contravenir los designios de los poderosos son condenados a sobrellevar el estigma de bárbaros.

Quizás esto señale un rumbo a seguir en la búsqueda de una respuesta satisfactoria a la pregunta que nos formulábamos.

Ciertamente, desde un punto de vista histórico, Facundo es un libro apócrifo; pero desde una perspectiva literaria, que es decir más filosófica, conforma una obra veraz y contundente. Su maniqueísmo desbordante, henchido del aquí y ahora de su autor, desnuda los mecanismos del poder y nos coloca ante una disyuntiva insoslayable: ser nosotros mismos (una nación) o ser otra cosa (una colonia). El texto sarmientino nos confiesa que la barbarie, como el coco de nuestra niñez lejana, no existe. Al igual que éste, ella es mera invención del Poder, el cual ignora que todos los seres humanos —aun los más insignificantes— solamente se pertenecen a sí mismos.

Con la amenaza del coco se le coarta la vida al individuo. Con el mito de la barbarie se les niega su historia a los pueblos. Los epígonos de Sarmiento bien lo saben.

Miguel Ángel Rodríguez


Symploké 0204
Fecha: Lunes, 31 Mar 1997 18:13:19 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Cultura3

Estimados amigos:

El Señor D. Miguel Angel Rodríguez nos envía un patético escrito sobre la diferencia entre civilizados y bárbaros y sostiene que tal distinción es ideológica y al servicio de intereses bastardos.

Olvida que a lo mejor es el relativismo cultural el peor enemigo de la emancipación y de la racionalidad. Si todo es igual, todo da igual, todo vale lo mismo. El nazismo tiene el mismo valor que el comunismo o el liberalismo. La civilización azteca, que practicaba sacrificios humanos es igual que la civilización europeo-occidental representada por Las Casas o Hernán Cortés y la Escolástica. Esto no es serio. No es lo mismo un pueblo que no conoce la rueda ni la escritura, ni el hierro que una sociedad como la española del siglo XVI. Hay que tener en cuenta tales magnitudes. Hay pueblos que practican la pederastia, el canibalismo, que no conciben la idea de la moralidad ni de la ética, que carecen de cualquier concepto de humanidad. Esos son bárbaros indudablemente.

El relativismo no tiene seriedad científica. Es la noche en la que todos los gatos son pardos y pretende confundir y no esclarecer nada.

No he leído a Faustino Sarmiento, pero creo, por lo denostado que es por Miguel Angel que era un gran ilustrado. En cuanto a Perón, era un dictador fascista argentino muy popular, demagógico y adorado por la masa.

Borges era de la derecha tradicional y no lo entendía. Borges era un genio de derechas. Me merece un gran respeto intelectual su obra.

Entre todas las civilizaciones, la occidental es la que inventó la filosofía, la argumentación racional y el ateísmo y eso me interesa y nos interesa a todos. Los términos socialismo, fascismo, comunismo, liberalismo, socialdemocracia, son inequívocamente occidentales. ¿Acaso preferimos el sultanato turco o ser gobernados por el gran Inca? Miguel Angel es occidental y le guste o no, su idioma es el español, idioma occidental y universal. No somos unos santos pero las otras son peores y más irracionales.

Atentamente, Felipe.


Symploké 0205
Fecha: Lunes, 31 Mar 1997 11:26:28 -0800
De: Miguel Ángel Rodríguez
Título: Re: Cultura3

Estimados compañeros de Symploké:

Aunque con cierto retraso, nuestra querida lista se está reactivando. En verdad que ello me alegra.

Conmovido aún por la andanada dialéctica del amigo Felipe Giménez, deseo tan sólo señalar —por el momento— un punto que me parece de capital importancia. La cuestión del relativismo cultural debe ser dilucidada, y quizás superada, pues su antítesis es el absolutismo.

Sin duda que los adherentes al nazismo, al comunismo o al liberalismo están tan convencidos como D. Felipe Giménez de las bondades de sus respectivas ideologías, culturas y sociedades. Ni qué decir de aztecas, incas y turcos. También ellos juzgaban que habían alcanzado la perfección cultural.

Casualmente mis valores culturales coinciden con los de D. Felipe Giménez.

Domingo Faustino Sarmiento es una de las mayores lumbreras que ha parido la América Latina. Lo admiro por esto, pero no le perdono que mientras Jefferson, por ejemplo, luchaba para que su patria fuese grande y soberana, él trabajara para hacer de mi patria una perla de la corona británica.

Juan Domingo Perón fue un dictador fascista, un demagogo... y algo más.

Jorge Luis Borges es uno de los más destacados escritores de lengua española. Algunos lo consideran igual o superior a Cervantes. Fue políticamente derechista, así como otro grande de las letras iberoamericanas —Julio Cortázar— fue izquierdista. Soy un modesto admirador de la obra borgeana.

Adhiero críticamente a los valores de la cultura occidental. Estudié griego clásico durante siete años, he leído a casi todos los autores clásicos, desde Homero hasta Plotino, Porfirio, San Agustín y Boecio. Mi ética, mi moral, mis costumbres y mis usos proceden de ella. Soy ateo, que es una de las dos maneras que tenemos los occidentales de ser religiosos.

Amo la lengua española. Es la lengua de mis mayores. Además, de ella vivo, pues soy ensayista y articulista. Y, ya en el terreno de las confidencias, le informo al compañero de lista que además de ser ciudadano argentino soy súbdito español, por eso de la doble nacionalidad. Soy nieto, bisnieto, tataranieto y chozno de españoles: asturianos, vascos, castellanos viejos y andaluces se entremezclaron en mis genes.

Pero, amigo Felipe Giménez, todo esto es mero asunto personal, que -por otra parte- no debiera ventilarse en una lista de reflexión filosófica.

Mas la índole de su argumentación me compele a hacerlo.

Juzgo prudente que se dejen de lado nuestros "gustos" culturales, o al menos que se procure que éstos no obstaculizen el debate hasta el punto de tornarlo baladí o algo peor: una cuestión nacionalista. Tanto Ud. como yo hemos elegido o nos han impuesto —para el caso es lo mismo— la civilización occidental. Pues bien, asumámoslo, pero no seamos tan ingenuos, o mal intencionados, como para pensar que quienes no participan de esta civilización son retrasados culturales. Eso, su actitud, amigo Felipe Giménez, se llama imperialismo ideológico, y la proyección de sus líneas argumentales conduce lógicamente a los campos de exterminio nazis y a los gulags soviéticos. Lo mío, mi "patético" relativismo cultural, sólo llega hasta el punto de inquietar la falsa conciencia de unos pocos occidentales.

"El culturalismo y el nacionalismo son enfermedades que se curan viajando".

Finalmente, debo de haberme expresado en forma incorrecta, puesto que Ud., mi estimado Felipe Giménez, en su impetuosa argumentación pasa por alto lo medular de mi reflexión acerca del concepto de barbarie. Ya Adorno, por no mencionar a Foucault, había señalado la manipulación que con fines hegemónicos hace el poder de conceptos tales como "cultura", "enfermedad", "locura" y "civilización". En este sentido empleo el término "barbarie" en mi escrito. El concepto de barbarie tiene un uso regulativo: son bárbaros todos aquellos que no hacen lo que el poder desea que hagan.

Pese a que Ruth Benedict se halle harto desprestigiada en el ámbito de los estudios culturales (su pensamiento peca de psicologismo), pienso que algo de su labor puede ser rescatado. Entre otras cosas, la concepción de que los valores de las culturas son relativos. Sin duda que tal concepto de relativismo cultural conlleva algunos de los peligros que el amigo Felipe Giménez menciona. No obstante se los puede moderar. Mas no ocurre lo mismo con el absolutismo cultural: para este modo de pensar, "cada cultura persigue la muerte de la otra" (esto dicho parafraseando a Hegel).

Por el momento, en lo que respecta a esta cuestión, sólo tenemos dos opciones: relativismo o absolutismo culturales. La última de éstas es la que hasta hoy ha primado en Occidente ("¡Oh, Delfos, ombligo del mundo!"). La otra alternativa —es decir, el relativismo cultural— ha constituido un intento de superar las antinomias que inevitablemente genera el absolutismo cultural. Con todo, ésta no ha sido capaz de formalizar un pensamiento "fuerte", ya que siempre ha encallado en el psicologismo. Entonces, o perfeccionamos el relativismo cultural o bien hallamos una síntesis que supere dicha antinomia.

Saludos a todos.
Miguel Ángel Rodríguez


Symploké 0206
Fecha: Martes, 01 Abr 1997 07:44:09 +0000
De: Álvaro alvaro-mg•usa.net
Título: Saludos

Queridos amigos:

Hace una semana envié un mensaje de critica, sin embargo, me fue devuelto indicando que yo no tenia autorización para enviar....

Espero que esta llegue, para sentir que puedo participar....

Saludos,
Alvaro.


Symploké 0207
Fecha: Martes, 01 Abr 1997 17:06:15 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Cultura4

Estimados contertulios:

Sí hay culturas mejores que otras y ello no quiere decir que uno sea totalitario, ni fascista ni nacionalsocialista. La distinción Civilización/Barbarie es una distinción que ha sido utilizada con fines ideológicos legitimadores de determinadas conductas políticas. Eso es cierto, lo cual no impide que pensemos que hay bárbaros y hay civilizados.

No es lo mismo el canibalismo que el no canibalismo, la pederastia que la no pederastia. Una sociedad que sostiene que los hombres no son iguales en derechos y deberes no es igual a una que sostiene firmemente la idea de la igualdad humana. Una sociedad con filosofía es superior a otra que no la tenga. El relativismo cultural es muy peligroso pues puede fomentar la destrucción de la civilización occidental que, desde luego, ha inventado los derechos humanos y no fueron ni los aztecas ni los incas unos adalides precisamente de tales derechos. En cambio Las Casas sí lo fue. El concepto de persona es impensable sin el cristianismo, así como el de ciudadano sin el mundo grecorromano. En cuanto al ateísmo, bueno, puede haber un ateísmo religioso, pero también puede haber un ateísmo impío. Elegir entre culturas es elegir entre valores diferentes y ahí creo que sí se puede elegir teniendo en cuenta las consecuencias prácticas que se derivan de tales principios. Hay que escoger la menos mala, esto es, la occidental y dentro de ella en su versión atea, impía, anticlerical, antirreligiosa, materialista e ilustrada.

Atentamente, Felipe.


Symploké 0208
Fecha: Martes, 01 Abr 1997 18:20:43 +0200
De: Juan Carlos
Título: Re: Cultura3

Estimados contertulios:

Debo dar una pequeña noticia al Sr. Felipe Giménez : el relativismo no sólo no es enemigo de la racionalidad, sino que la propia razón no puede pensar más que en términos relativos, pensar que pensamos de otra manera es simplemente olvidar que existe siempre un sistema de referencia desde el que estamos hablando. Cuando a ese sistema de referencia se le atribuyen características absolutas, es decir, que valen para cualquier sistema de referencia, se entra en contradicción inevitable con un imaginable sistema de referencia desde el que se pueda aseverar todo lo contrario.

Un saludo
Juan Carlos


Symploké 0209
Fecha: Miércoles, 02 Abr 1997 21:29:50 -0200
De: Alberto Luque
Título: Relativismo cultural, amor a los salvajes...

Estimados contertulios:

A penas iniciada una discusión sobre el concepto de cultura nos enredamos en diatribas que tienen un tinte sospechosamente visceral. Digo sospechosamente porque una vehemencia que traspasa a todas luces el comedimiento de la discusión desapasionada debe de esconder por fuerza algunas premisas que no saltan fácilmente a la luz. ¿No demuestra ya este inicio impetuoso de controversia que nosotros mismos estamos sufriendo todo el peso y las consecuencias más nefandas de lo que la idea de cultura (objetiva) contiene de mito -que no es lo único que contiene tal idea, sino lo peor? Creo que sería bueno encauzar nuestras primeras pesquisas a discriminar con precisión las ideas de cultura objetiva y cultura subjetiva, al hilo de los distingos que ya Gustavo Bueno nos proporciona en su libro. (Luego sería también necesario elucidar, no tanto lo que signifique la cultura desde perspectivas diversas, sino lo que debemos entender por mito). Pero por el momento quiero también contribuir a este incipiente debate con dos citas relevantes, una de Lévi-Strauss y otra de Ernest Gellner, que van más abajo.

No me sorprendo de que una tesis tan apodíctica como la sostenida por Felipe sobre la superioridad (intelectual) de Occidente y su inapelable rechazo del relativismo cultural suscite en otros (Miguel Angel, Juan Carlos) no tanto un ánimo de corregir un posible error cuanto la sensación de una ofensa. Admito que las inflexiones de rigidez que adopta el discurso de Felipe se prestan fácilmente a una reacción más emocional que racional. Pero Miguel Ángel nos decía que su "sensibilidad intelectual latinoamericana" (N.B.: apelaba a un tiempo al sentimiento y al intelecto) había sido herida por las primeras palabras de Felipe, cuando éste aún no había adoptado ese tono de radical hostilidad hacia el indigenismo. Insinuaba ya entonces Miguel Angel que el rechazo del relativismo cultural equivalía a un pensamiento totalitario y dogmático.

Para ser franco, diré de entrada que en rigor me alineo con la postura "apodíctica" de Felipe. Soy, con toda seguridad, etnocentrista y defensor a ultranza, casi apasionadamente, de literalmente todas las formas de racionalismo que ha desarrollado la cultura occidental. Pero creo también que la eficacia intelectual del racionalismo se atempera y refuerza tras una mirada amorosa a los salvajes. La guía de esta actitud la encuentro en Rousseau, y su mejor exponente en Lévi-Strauss. No es independiente la idea del buen salvaje del hálito cívico que adquiere el desarrollo de la doctrina de Rousseau, y no debemos olvidar cuánto le debe la de Marx, sin ir más lejos. Desde luego, hay también en el rousseaunismo una tendencia que lleva al irracionalismo: está sobre todo representada en el célebre discurso de Rousseau sobre las nefastas influencias morales de las ciencias y las artes (por otro lado, Rousseau da a sus lamentos el mismo sentido que las quejas de Sócrates contra los sofistas, y es necesario saber contra quién se dirige un discurso para saber lo que verdaderamente significa). Mientras de la concepción abstracta que Rousseau tiene del hombre se deriva una filosofía realista y una política democrática, en cambio de su concepción de la naturaleza se deriva un ingrato misticismo en todos los terrenos. Como decía el gran ensayista valenciano Joan Fuster, para los rousseanianos la Naturaleza no es un escenario, sino un espíritu -a lo que añadía socarronamente que, en tal caso, probablemente se tratara de un espíritu maligno.

La antropología contemporánea ha impuesto la necesidad lógica y metodológica de pensar en términos de relativismo cultural. Este punto de vista, que deriva de esa gran aportación de las ciencias humanas del siglo XIX -sobre todo la geografía- a la metodología general llamada el "método comparado", es absolutamente indispensable, como daba a entender Juan Carlos. Pero esta aceptación no es simple. En particular, no es incompatible el relativismo cultural con la posición que defiende Felipe. Se trata de precisar qué implica realmente (práctica y lógicamente) el relativismo cultural, y qué es lo que contiene de ideología falaz y sobrepasa el orden racional. El relativismo cultural es ante todo salvaguarda contra el prejuicio moralista, y en tal sentido es indiscutiblemente un logro del racionalismo y el liberalismo ilustrado que únicamente Occidente ha convertido en ley moral. Tiene un significado muy similar a la teoría del arte por el arte como rechazo de doctrinas edificantes y otras servidumbres extraliterarias. Esta actitud escéptica y democrática la adoptamos frente a nuestras propias tradiciones y reglas con el fin práctico (político) de sacudirnos todo vestigio de oscurantismo y de fanatismo cerril. Voltaire nos da un ejemplo todavía insuperable.

Hago notar entonces, en primer lugar, que el relativismo cultural corresponde a una mentalidad inequívoca y genuinamente occidental. No todos los pueblos han llegado a la conclusión de que son superiores, como afirma Miguel Ángel. Nuestra propia sociedad ha dado a luz a etnógrafos que predican a los cuatro vientos la idea de que no hay civilizaciones "mentalmente" (?) superiores a otras. Algunos basan en este mismo hecho la superioridad de Occidente, como comenta Lévi-Strauss en el texto que reproduzco más abajo. Pero esto en realidad es una distinción superficial, porque lo interesante es, en segundo lugar, que la idea del relativismo cultural se transforma vulgar y eficazmente en una forma ideológica de defensa del capitalismo que en el fondo implica una idea contraria. Se convierte en una faceta más de lo "políticamente correcto", como el ecologismo, el feminismo o el "respeto a las diferencias" (raciales, sexuales, "culturales"...). Ante todo, esta fraseología de la tolerancia ha pasado ya a formar parte del lenguaje de los tiranos, lo que empieza a inquietar, como es natural, a quienes sinceramente se han implicado en movimientos antirracistas y otros por el estilo. Sobre todo es importante destacar que muchísimos intelectuales de todo el mundo se están empezando a pronunciar contra esa cultura de lo politically correct, especie de nueva fase de puritanismo y fariseísmo que vuelve buenas la moralidad victoriana y la intolerancia religiosa de los siglos pasados. Lo más siniestro de este asunto es el hecho de que bajo un lenguaje que explícitamente habla de las diferencias -en lugar de ocultarlas, como hacía la burguesía antaño-, se está justificando una práctica de absoluta discriminación. A los negros, a los salvajes, a los inmigrantes, a los paralíticos... se les exhibe y se les invita a mostrar democráticamente ante un auditorio exquisitamente tolerante sus "identidades culturales"; en suma, se les convierte en bufones y se les obliga a admitir esa adherencia de auténtica inferioridad como si se tratase de un orgullo nacional o racial. Esta actitud hipócrita es lo contrario de la idea racionalista de tolerancia. Hablar de respeto a la diferencia es entonces hablar de las virtudes de la discriminación, y en muchos casos es incluso inventar discriminaciones allí donde no las había ni las debía haber, como en el caso de la lengua en Cataluña. No existe diversidad cultural porque cada individuo es diverso. ¿Con qué derecho aplaudimos que a un niño marroquí, que ya sabe lo que es comer mierda y cuyos padres se destrozan el alma trabajando en España para que él no vuelva al Sahara miserable, se le suba a una tarima para que nos dé una muestra de su "cultura" entonando cánticos grotescos e incomprensibles o rezando el corán? ¿Acaso son buenas para los árabes las supercherías religiosas que no queremos para nosotros mismos? Basta leer cualquier revista de estudios sociológicos y políticos sobre los países árabes para cerciorarse de cuán perentoria es en ellos esa morosa lucha por la secularización que ni siquiera en Europa se ha consumado.

La defensa de la "identidad cultural" de un pueblo oprimido -no por otro sola o necesariamente, sino por su propia tradición- equivale, insisto, a la pretensión perversa de anclarlo en su miseria particular. ¿Cómo vamos a tolerar cualquier cosa de toda "tradición cultural" extranjera cuando no toleramos lo que en la nuestra nos parece aborrecible? El relativismo cultural, bien entendido, no implica una carta blanca a la justificación "funcional" de cualquier abyección, de las crueldades y las ignorancias, sean de la cultura que sean. ¿Habéis visto quizá Las montañas de la luna, la película de Bob Rafelson que narra la historia del descubrimiento de las fuentes del Nilo por Richard Burton? Es una película que fue menospreciada por la crítica absurdamente hipercrítica sólo porque no exhibía un vulgar tratamiento freudista de los asuntos psicológicos -una crítica que se lamentaría de que Esquilo no fuese freudiano. En ella hay unas escenas de verdadero patetismo humanista, donde un amigo negro de Burton es asesinado por el depravado capricho de un rey deforme y perverso (cojo y jorobado como un auténtico dios primitivo). El etnógrafo que era capaz de admitir sin recriminaciones la moralina victoriana de sus suegros, así como no discutía obtusamente el hecho de que las costumbres de otros pueblos fuesen diferentes a las europeas, no puede dejar de acusar a aquellos salvajes malvados su crueldad inhumana. Pero no sólo el etnógrafo europeo tenía esos sentimientos; tales sentimientos eran compartidos por aquellos mismos salvajes a quienes oprimía una casta de tiranos-brujos. Sobre esto habló penetrantemente Lévi-Strauss en una obra intensa y profunda donde las haya, Tristes trópicos. Extraigo unos breves pasajes:

"Ninguna sociedad es perfecta. (...) Sociedades que nos parecen feroces desde ciertos puntos de vista pueden ser humanas y benevolentes cuando se las encara desde otro aspecto. (...) Se dice a veces que la sociedad occidental es la única que ha producido etnógrafos; que en esto consistiría su grandeza y, a falta de las otras superioridades que éstos le recusan, es la única que los obliga a inclinarse ante ella, ya que sin ella no existirían. De la misma manera podría pretenderse lo contrario: si el Occidente ha producido etnógrafos, es porque un muy poderoso remordimiento debía de atormentarlo, obligándolo a confrontar su imagen con la de sociedades diferentes, con la esperanza de que reflejaran las mismas taras o de que la ayudaran a explicar cómo las suyas se desarrollaron en su seno. Pero, aunque sea cierto que la comparación de nuestra sociedad con todas las demás, contemporáneas o desaparecidas, provoca el hundimiento de sus bases, otras sufrirán la misma suerte. Esta media general que evocábamos hace un momento hace resurgir algunos logros: y resulta que nos contamos entre ellos, no por casualidad, pues si no hubiéramos participado en este triste concurso y si no hubiéramos merecido el primer lugar la etnografía no habría aparecido entre nosotros: no habríamos sentido su necesidad. El etnógrafo no puede desinteresarse de su civilización y desolidarizarse de sus faldas por cuanto su existencia misma sólo es comprensible como una tentativa de rescate: él es el símbolo de la expiación. Pero otras sociedades han participado del mismo pecado original; no muy numerosas, sin duda, y tanto menos frecuentes cuanto más descendemos en la escala del progreso. Será suficiente con citar a los aztecas, llaga abierta en el flanco del americanismo, a quienes una obsesión maníaca por la sangre y la tortura (en verdad universal, pero patente entre ellos en esa forma excesiva que la comparación permite definir) -por más explicable que sea por la necesidad de domeñar la muerte- ubica junto a nosotros no sólo como los únicos inicuos, sino por haberlo sido, según nuestro modo de ver, desmesuradamente.

Sin embargo, esta condena de nosotros mismos, infligida por nosotros mismos, no implica que otorguemos un valor excepcional a tal o cual sociedad presente o pasada, localizada en un punto determinado del tiempo y del espacio. Allí estaría la verdadera injusticia; pues procediendo de esa manera ignoraríamos que, si formáramos parte de ella, esa sociedad nos parecería intolerable: la condenaríamos por las mismas razones que condenamos a la nuestra. ¿Llegaremos, por lo tanto, a la condenación de todo estado social, cualquiera que fuere? ¿A la glorificación de un estado natural en el cual el orden social no habría aportado más que corrupción? "Desconfiad de quien viene a poner orden", decía Diderot -y era ésa su posición. Para él, "la historia abreviada" de la humanidad se resumía de la siguiente manera: "Existía un hombre natural; dentro de ese hombre han introducido un hombre artificial; y en la caverna se lanzó a una guerra continua que durará toda la vida." Esta concepción es absurda. Quien dice "hombre" dice lenguaje, dice sociedad. Los polinesios de Bougainville (en el "suplemento al viaje" del cual Diderot postula esta teoría) no vivían en sociedad menos que nosotros. Si se pretende otra cosa, se va en contra del análisis etnográfico y no en el sentido en que éste nos incita a explorar."

(...)

"Ubicando fuera del tiempo y del espacio el modelo en el cual nos inspiramos, corremos ciertamente un riesgo: el de subestimar la realidad del progreso. (...)."

Lévi-Strauss defendió entonces la concepción rousseauniana contra la "absurda" de Diderot, pero esto es ya otra cuestión. El caso es que el relativismo cultural se troca fácilmente en su opuesto, aunque siga llevando el mismo nombre. Lévi-Strauss y virtualmente toda la antropología representan el punto de vista del relativismo cultural, pero como se ve ello no contradice ni siquiera la defensa de la idea de progreso. Luego puede discutirse, lógicamente, si tal progreso debe entenderse en términos evolucionistas (darwinistas) o de otra manera, pero ya esa misma discusión se inscribiría dentro del marco tanto del relativismo cultural como de la idea de progreso racional.

La más típica degeneración de la idea del relativismo cultural consiste, a mi entender, en aquello que Lévi-Strauss llamó "la ilusión arcaica", es decir la falacia de la imputación de un primitivismo forzado, según la cual los salvajes jamás podrían reproducir las estructuras lógicas complejas del pensamiento occidental moderno. Mucho de ello fue ya desmontado por la antropología estructural. Recuerdo un pasaje de Alma primitiva de Levy-Bruhl en el que éste narra cómo un nativo africano explicaba a cierto etnógrafo una inverosímil historia según la cual los hombres de su tribu eran hermanos o primos de los cocodrilos, cómo se transformaban en cocodrilos y cómo se socorrían mutuamente estos temibles animales y sus paisanos. Al acabar la historia, el negro añadió un comentario de escepticismo campechano, algo así como: "Pero, ¿quién sabe si todo esto es verdad?" Lo que me llamaba la atención era la conclusión forzadísima que sacaba Levy-Bruhl. Ante el "sorprendente" escepticismo del salvaje, Levy-Bruhl conjeturaba que quizá lo decía para congraciarse con el etnógrafo, del que habría notado seguramente su incredulidad. Pero bueno, el sólo hecho de que el negro notase esa incredulidad, el solo hecho de que le cupiese en la cabeza que para alguien esas historias míticas eran un puro cuento, muestra que comprendía la posición escéptica; por mi parte, está claro que él mismo no se creía el cuento. ¿Por qué nos resistimos a admitir que un primitivo pueda razonar con el mismo grado de realismo y de coherencia lógica que nosotros, aun cuando nos lo demuestre fehacientemente? Sospecharéis ya a dónde conducen estas reflexiones, ni más ni menos que a la admisión de caracteres humanos universales e irreducibles, de contenido fundamentalmente ético, los cuales son también -y principalmente- incorporados por la cultura (subjetiva) moderna occidental: un sentido universal de lo justo, de lo cruel, de lo afable, etcétera. Los ejemplos que nos proporciona la etnografía son inacabables. (Un libro hermoso cuya lectura recomiendo: El lenguaje perdido, de Jean Duvignaud, que explica el contacto con los salvajes de Nueva Caledonia de los comuneros parisinos deportados con sus familias tras la represión).

Pensemos seriamente en las palabras de Lévi-Strauss: ninguna sociedad es perfecta. No es cosa baladí. Por ejemplo, ya que Felipe lo ha recordado como muestra de la superioridad o excelencia moral de nuestra cultura, Bartolomé de las Casas quedará ciertamente para siempre en el registro de la historia de la conquista como un adalid de lo que anacrónicamente podemos llamar los derechos humanos. Pero no nos ceguemos en nuestro entusiasmo idealista: aunque frente a Fray Luis de Sepúlveda y frente a la Corona defendió que los salvajes americanos tenían alma, y que la tenían mejor y más limpia que los europeos, en cambio admitió que los negros africanos no la tenían y aprobó su esclavitud.

Para no hacerme prolijo -innecesariamente, pues este debate recién comenzado da para largo-, vaya la segunda de las citas que os anunciaba. Ernest Gellner, en Cultura, identidad y política, analizó penetrantemente muchos conflictos filosóficos de nuestra cultura y las fricciones de los nacionalismos en alza. En particular, refirió in abstracto dos formas de intentar solucionar el problema de la rivalidad o incompatibilidad o inconmensurabilidad entre las visiones del mundo de culturas diferentes: mediante el exilio cósmico (perífrasis tomada de Quine), de resabios cartesianos, y mediante la evaluación de la excelencia moral de los contendientes. La pugna recién provocada por los comentarios de Felipe y de Miguel Angel contiene lo esencial de la segunda -aunque la posición de Felipe remite a la primera. Os cito lo que Gellner decía al respecto de las debilidades de la segunda, tras analizar las debilidades de la primera:

"La argumentación en este caso es aproximadamente ésta: en el mundo abundan visiones rivales e incompatibles, cada una de las cuales posee sus propios criterios internos de validación que confirman y fortalecen a sus sustentadores en tanto que condenan y combaten a sus rivales. A veces, sin duda existen superposiciones parciales que permiten que el debate o el diálogo se desarrolle con cierta apariencia de razón al apelar a un fondo común compartido.

"Pero el caos, la aprobación de lo interno y la condenación de lo externo no son completos. Si investigamos la estructura de la rivalidad y de la sucesión, precisamente comprobamos una configuración y un orden. Por otro lado, algunos de esos mundos rivales son sustentados por comunidades mucho más atractivas que otras. Por sus frutos los conoceréis, ¿no constituye la santidad del portador un indicio de la excelencia del mensaje transmitido? Además, la coincidencia de criterios, que en ocasiones nos permite juzgar mundos vecinos en el tiempo o el espacio valiéndonos de normas que ambas partes aceptan en alguna medida, esa coincidencia, pues, es ella misma parte de una serie, de una gran configuración que presenta otras coincidencias o superposiciones parciales. Para dar un ejemplo a menudo invocado, digamos que diversos mundos morales comparten a veces la misma evaluación de un género de conducta y difieren sólo en cuanto a la clase de personas a quienes se aplica la obligación o la prohibición. Comunidades vecinas pueden compartir los mismos principios y esto da a una la capacidad de juzgar a la otra . [¿No ocurre exactamente eso, en España, entre gitanos y castellanos?, A.L.]

"Una crítica formulada contra el exilio cósmico no insiste tanto sobre la imposibilidad de llevar a cabo tal ejercicio, sino que se contenta con señalar que si se lo ejecuta no nos llevará a ninguna parte. Los datos puros no constituyen un mundo y no sólo no generan un mundo sino que ni siquiera eliminan los otros mundos rivales. Esto nos lo asegura la general "subdeterminación de las teorías por los hechos", como suele decirse. Cuando se pretende hacer obrar al árbitro neutral y ajeno se percibe que éste es demasiado endeble para formular un juicio. Los exiguos datos de que dispone no permiten decisiones o elecciones teóricas ni morales ni de otro tipo. A ese árbitro le faltan las pruebas para determinar cuál de los litigantes tiene razón. Como juez cósmico, el visitante recién llegado del exterior resulta inadecuado y defectuoso.

"Las debilidades del método de estimar por la excelencia moral son igualmente claras. Si el exilio cósmico presuponía un ejercicio heroico que bien pudiera estar más allá de nuestras facultades, este método recomienda una operación que es perfectamente factible... pero ¡ay! puerilmente circular. Por supuesto, es posible evaluar mundos rivales atendiendo al mérito... si uno se ha forjado ya un mundo, es decir, el mundo propio de uno, un mundo completo con sus propios valores y criterios de evaluación en virtud de los cuales puede uno complacerse y asignar graciosamente notas de buena conducta a otros mundos rivales vistos a través del propio prisma de uno. ¡Cómo puede sorprender si esta curiosa, si no cósmica, empresa termina dándole a uno mismo las palmas! La variante más sutil de esta argumentación, que invoca la configuración de las diferencias entre varias visiones, no es menos circular, aunque su circularidad está ligeramente mejor camuflada. Si nuestro valor es, por ejemplo, la universalidad o la no discriminación, no hay duda de que podemos disponer los sistemas de valores históricamente existentes según se acerquen más o menos a ese ideal. Entonces puede uno luego, si así lo desea, pretender que el ideal de algún modo emana de la configuración histórica o sociológica. Pero, desde luego, la verdad es muy otra: dicha configuración fue generada midiendo sociedades según el ideal tácitamente (o abiertamente) supuesto.

"Ejemplos reales de este modo de razonar son ciertamente complejos. La configuración de las diferencias se obtiene no meramente por la proximidad al ideal, sino también por el momento en que se sitúa dentro del proceso histórico la sociedad en cuestión. Si una parte de la teoría afirma que existe una fuerza que tiende a mejorar la excelencia en la historia y si las sociedades y sus visiones son mejores cuanto más tardíamente aparecen, entonces la fecha misma de una visión constituye también un indicio de su excelencia. Digámoslo una vez más, esta teoría parece especialmente débil y, como es notorio, está sujeta a la acusación de rendir culto al triunfador, de admitir ese tipo de "veredicto de la historia", diga éste lo que dijere. En la práctica, teorías de este tipo derivan su carácter derivan su carácter plausible de la urdimbre de una serie de argumentos que se apoyan unos a otros según de donde procede la crítica. ¿Dice usted que rendimos culto a la fuerza y que convertimos la fuerza en un derecho? De ninguna manera, la historia se venera sólo en la medida en que es racional, en la medida en que en ella cobra cuerpo la razón. Muy bien, ¿poseen ustedes entonces criterios de racionalidad que son transhistóricos, transociales? ¿Tienen ustedes acceso a información moral o a otra clase de información que trascienda los límites de esta o aquella visión histórica concreta encarnada en una sociedad real y que les dé a ustedes criterios independientes de racionalidad? Pero no, de ninguna manera; ¿acaso nos toma usted por ingenuos utópicos, por hombres que creen que pueden dividir la sociedad en dos mitades, una de las cuales reprende y guía a la otra como un maestro de escuela cósmico? No, no; nuestros valores proceden de la realidad histórica, no son impuestos a esa realidad...

"Y así nos quedamos dando vueltas alrededor del mismo árbol."

Posiblemente este discurso sea muy del agrado de Juan Carlos. No os privo de la pragmática conclusión provisional de Gellner en este punto:

"Antes de descartar estas dos estrategias a causa de su impropiedad, debemos recordar que no tenemos otras y que las tareas que ellas se esfuerzan en cumplir no pueden eludirse, de manera que lo mejor será que hagamos uso de las herramientas que poseemos, por defectuosas que sean."

Sólo una cosa importante es soslayada o no muy seriamente tenida en cuenta por Gellner, y es el hecho subrayado por Lévi-Strauss de que muy al margen y aun a contracorriente de cualquier despótico y pragmático "veredicto de la historia", los hombres críticos de cualquier sociedad y época pueden impugnar racionalmente cualquier despropósito -de nuevo retornamos a la perspectiva del exilio cósmico, ¿no?

Un saludo a todos,
Alberto Luque.


Symploké 0210
Fecha: Miércoles, 02 Abr 1997 21:34:22 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Cultura5

Estimados contertulios:

Alberto Luque ha hecho un excelente alegato que ocupa un lugar intermedio entre mis tesis y las de los relativistas. Yo soy menos relativista todavía porque desde un punto de vista científico y filosófico hay verdad. No hay verdad absoluta, pero hay verdades menos malas que otras.

Podemos decidir entre varias alternativas por sus consecuencias prácticas de ellas derivadas y elegir la menos mala.

Sigo pensando que la civilización mejor es la occidental y dentro de ella una posición materialista, roja, ilustrada, atea, impía, antirreligiosa.

La sensibilidad de los iberoamericanos se conmueve siempre ante este tipo de afirmaciones. Sólo algunos espíritus ilustrados de aquellos territorios asumen dialécticamente lo ocurrido desde 1492 y lo celebran como un gran logro. A muchos les hubiera gustado haber sido colonizados no por España, sino por Gran Bretaña o Francia o Italia que son "más europeas" y como fue España quien hizo tal hazaña, están insatisfechos. Ahí tenemos tantos argentinos que viajan siempre a Europa sin pasar por España. Prefieren París o Londres. Mi tesis al respecto sobre Iberoamérica es que si algo le da valor a tales territorios es la lengua española, lo universal y no lo particular. Los hechos diferenciales indígenas son despreciables desde una perspectiva materialista histórico-universal. Esto no implica un genocidio.

Es un cambio en la mentalidad de los pueblos primitivos y una asimilación por parte de sus respectivos Estados nacionales por la enseñanza del español. Hay que pegarse mucho al terreno y despreciar el romanticismo relativista de los "hechos diferenciales". Aquí en España sufrimos problemas por esos juegos al servicio de intereses caciquiles inconfesables.

Además, considero que en un Estado democrático no todas las valoraciones son compatibles con la propia existencia del Estado. No todas las culturas son tolerables. No todo es tolerable. El Estado no puede ser multicultural. Un Estado democrático no puede ser islámico por ejemplo. El pluralismo tiene límites. Pluralismo son dos cosas: a)Pluralidad de culturas, b)Pluralismo dentro de una sola cultura. El multiculturalismo se concilia mal con la estructura democrática. Los multiculturalistas, relativistas son partidarios de que los países ricos abran sus puertas irrestrictamente a la inmigración masiva porque todos los seres humanos tienen derecho a acogerse a las ventajas que se les brindan en tales países (ética, derechos humanos) pero ello se opone a los intereses de los ciudadanos de tales países que tienen lógica preferencia en tales ventajas para los gobiernos de tales Estados (derechos ciudadanos, moral). Tales posiciones las compartiría el liberalismo comunitarista (Sandel, Taylor, Mc Intyre) pero también y ¿Por qué no? un comunitarismo de izquierda, porque los gobiernos se deben en primer lugar a sus pueblos respectivos antes que a toda la humanidad distributivamente considerada.

Atentamente, Felipe.


Symploké 0211
Fecha: Miércoles, 02 Abr 1997 23:37:21 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: Inauguración del seminario sobre la Idea de cultura

Estimados compañeros,

Ahora que acaba la Semana Santa, es el momento de empezar con el ya muy demorado seminario sobre la Idea de Cultura. Como sabéis, este seminario surge a raíz de la reciente publicación de El mito de la cultura un ensayo del filósofo materialista español Gustavo Bueno Martínez (cf.

http://www.filosofia.org/gru/sym/syms000.htm).

(N.B.: Todos los materiales de este seminario que aparecen en las páginas del Proyecto Filosofía en Español en Internet, como los que se irán mencionando en éste y otros mensajes, se enviarán por correo electrónico a quien lo desee, sólo con solicitarlo a la dirección de los coordinadores, que se indica abajo.)

Quizá el aspecto más original de la obra, a la vez que clave de su construcción, sea la acusación enunciada contra la confusión inherente a la Idea de Cultura: Bueno la declara ininteligible, lo cual, por otra parte, no es demasiado difícil de admitir si se atiende a la absoluta equivocidad de sus usos. Pero, sin embargo, y aquí está la almendra del argumento de Bueno, cabe dar razón, aun cuando sea críticamente, de esta equivocidad, apelando a las fuentes de la misma Idea, reinterpretando la Cultura como un derivado de la idea de Gracia, elaborada doctrinalmente a lo largo de siglos en los dominios de la Iglesia católica (y después en las Iglesias reformadas).

Podréis encontrar una exposición sumaria de esta interpretación a cargo de su mismo autor en el artículo "El Reino de la Cultura y el Reino de la Gracia" (http://www.filosofia.org/gru/sym/syms007.htm). También es útil, como muestra de su alcance polémico, la recopilación de reseñas de la obra que desde su publicación vienen apareciendo en la prensa diaria (http://www.filosofia.org/gru/sym/syms000.htm#cri).

Mas igualmente esencial en el ensayo de Bueno, aunque menos desarrollado en sus páginas, es el esfuerzo de su autor por construir una idea crítica de cultura, donde sus distintos contenidos aparezcan estructurados con arreglo a criterios materialistas, y no metafísicos: una contribución seminal fue su artículo de 1978 "Cultura" (http://www.filosofia.org/gru/sym/syms004.htm), y ya por extenso desarrolló después sus ideas en "La etología como ciencia de la cultura" (http://www.filosofia.org/gru/sym/syms008.htm). El objeto de ambos ensayos era desarrollar una idea de cultura "clara y distinta", en la medida en que ello es posible, imposible de resumir en unas pocas palabras.

Habrá lugar para ello en la discusión (pero puede verse ya anticipado en http://www.filosofia.org/gru/sym/syms008.htm#18)

Nuestro interés en Symploké al organizar este seminario era, esencialmente, contribuir a la crítica de la oscuridad que, con Bueno, coincidimos en atribuir a la idea de cultura, a la vez que promover distintas alternativas, desde el materialismo o contra él, en su reconstrucción. Este esfuerzo ya conoce algunos frutos como son las comunicaciones de Emiliano Fernández, Miguel Ángel Rodríguez, Antonio Carretero y Walter Farah, ya a vuestra disposición en la red (http://www.filosofia.org/gru/sym/syms000.htm#com), y a ellas añadiremos cuantas comunicaciones nos enviéis.

Empecemos, pues, con la discusión.

Un saludo
Pedro Santana Martínez
David Teira Serrano
Coordinadores de Symploké


Symploké 0212
Fecha: Miércoles, 02 Abr 1997 23:37:24 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: Organización del seminario sobre la idea de cultura

Estimados amigos,

Con objeto de ordenar mínimamente el seminario, os proponemos una mínima estructura complementando a la de las discusiones que ahora se inicien.

Entendemos que la iniciativa en ella corresponde, como es natural, a cuantos deseen participar exponiendo y debatiendo sus ideas, por ello, por nuestra parte, intentaremos simplemente ofrecer materiales complementarios extraídos de las páginas del seminario en el PFE

(http://www.filosofia.org/gru/sym/syms000.htm) o de otras fuentes donde se desarrollen, de un modo u otro, los aspectos de la Idea de Cultura expuestos en los mensajes de los participantes. A ello acompañarán nuestras acostumbradas sinopsis periódicas y otras iniciativas de las que os iremos dando noticia.

Para empezar, os proponemos una recapitulación y nuevas vías acerca de la discusión recién iniciada por Felipe Giménez y Miguel Ángel Rodríguez acerca del relativismo cultural.

Un saludo.
Pedro Santana Martínez
David Teira Serrano
Coordinadores de Symploké


Symploké 0213
Fecha: Miércoles, 02 Abr 1997 23:37:26 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: EL RELATIVISMO CULTURAL (Sinopsis)

Estimados amigos

Os ofrecemos a continuación una sinopsis de la discusión iniciada en Symploké acerca del relativismo cultural como primera propuesta para este seminario.

El relativismo cultural

Felipe Giménez, en su exposición comentada de la ideas expuestas en El mito de la cultura efectuaba en su mensaje del 20 de mazo la siguiente afirmación:

"Las culturas son incompatibles entre sí, puesto que encierran distintas valoraciones y concepciones del mundo. Por ello la tan cacareada por los progresistas de toda laya "educación multicultural" es una solemne necedad.

Hay que elegir forzosamente. Hay que elegir unos valores y rechazar otros.

Por ello, la convivencia entre culturas es incompatible. Es como la convivencia entre diversos códigos morales en una sociedad, el Estado ha de optar por algún código moral que oriente el ordenamiento jurídico o ha de mediar entre ellos. La moral tiene algo de partidista, como la cultura.

Cultura muchas veces equivale a concepción del mundo, ideología, moral. Es algo partidista que se opone a otras alternativas que son incompatibles con ella. Se trata de determinar qué valores de una cultura son rechazables o aceptables o qué culturas son mejores que otras. No hay relativismo moral que valga. Las culturas no son todas iguales."

Suscita así uno de los aspectos más polémicos de la Idea de cultura, su condición de género, análoga acaso a la de la Idea de lenguaje, pues así como cuando nos referimos a un lenguaje inmediatamente nos vemos obligados a considerar múltiples lenguas (chino, inglés, español, ...), al referirnos a la cultura, se nos ofrecen distintas culturas, acerca de cuyas relaciones es obligado pronunciarse: ¿cabe, por ejemplo, una convivencia armoniosa entre culturas o sus relaciones será intrínsecamente polémicas?

Felipe Giménez, considerando la doble acepción de cultura que exponía en su mensaje del 21 de marzo (subjetiva, o referida a la educación del sujeto, y objetiva, referente a sus obras) entiende que, del mismo modo que no se dan valores morales universales sino con unos orígenes muy concretos, y que la elección entre unos y otros es intrínsecamente polémica, lo mismo ocurrirá en la educación, apoyada en esos valores o, en general, en cualquier otro dominio cultural (la música, la industria, &c.), ya que sus contenidos no serían nunca, en su origen, creaciones exentas. Y como la elección implica ordenación, crítica, evaluación, se concluirá, consecuentemente, que "las culturas no son todas iguales".

Miguel Ángel Rodríguez, en su mensaje del 22 de marzo, extraía lúcidamente, a su vez, algunas consecuencias de este enunciado, refiriéndolas a uno de los debates que dividió a nuestra Hispanidad con motivo de las recientes conmemoraciones del descubrimiento de América. En efecto, esta discusión que ahora nos ocupa no es otra que la antigua disputa entre Civilización y Barbarie, cuya versión quizá más difundida, actualizada de acuerdo con el concepto de Postmodernidad, Miguel Ángel nos expone así:

"Desde que éramos niños nos vienen diciendo que la Historia es el relato de la lucha librada por el hombre a fin de trascender un primigenio estado de barbarie y alcanzar otro de acabada civilización. Más aún: los medios de comunicación social difunden la grata nueva de que ya hemos arribado a ese estado de perfección y que, por lo tanto, el mencionado relato concluyó. Las "buenas" ideas, que los "buenos" hombres defendían de las asechanzas del mundo de la barbarie, al cabo se han impuesto. Por consiguiente, habiendo culminado dicho proceso de humanización, vivimos hoy un milenarismo neoconservador."

(Es útil para conocer las ideas de Miguel Ángel al respecto de la Historia y sus fines o de la postmodernidad sus mensajes depositados en el archivo de Symploké: http://www.filosofia.org/gru/sym/sym000.htm. También su artículo "La idea de cultura y el descubrimiento de América": http://www.filosofia.org/gru/sym/syms001.htm#04)

Miguel Ángel se ocupa entonces de comentarnos las ideas del escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento respecto a la Historia de su país: el conflicto entre la Argentina civilizada de un Borges o la barbarie nativa de Perón. Por su parte, él nos propone reinterpretar esta dicotomía apelando a la idea de identidad:

"Ambas fuerzas consistirían, más bien, en la voluntad de ser una nación o una colonia. La historia de nuestros pueblos sería así la dramatización de un deseo: ser nosotros mismos o ser otra cosa."

Nos ofrece entonces, en el epígrafe "Barbarie, una forma de la disidencia" una genealogía de la distinción entre Civilización y Barbarie evidenciando cómo su interpretación nos compromete con una opción entre alternativas enfrentadas: un colectivo en expansión (en su forma última, un imperio) y otro absorbido (en su forma última, una colonia). Civilización, en su acepción valorativa o moral, se referiría a las prácticas de aquél y Barbarie a las de éste. A su vez, Miguel Ángel entiende que lo que para aquéllos representaría el progreso, para los dominados representaría atraso: insiste particularmente en que la conquista implica un genocidio moralmente inaceptable.

De acuerdo con lo anterior, extiende entonces esta dicotomía, reduciéndola a mera expresión ideológica de un conflicto, para aplicarla al ámbito más general de la oposición entre poder constituido y disidencia:

"Es a partir de esta dolorosa constatación que la actualidad nacional se clarifica hasta el punto de hacernos comprender que si los que abogan por un estado de cosas más justo son peyorativamente indios, gauchos, comunistas o utópicos perimidos, es porque están ubicados en el lado oscuro de la Historia. Hoy como ayer, quienes se atreven a contravenir los designios de los poderosos son condenados a sobrellevar el estigma de bárbaros."

La réplica de Felipe Giménez vino de seguido (31 marzo): la cuestión, a su entender, sería que no cabría evaluar positivamente por principio la cultura del colectivo sometido atendiendo exclusivamente a su condición de "víctima" ni peyorativamente a la cultura conquistadora por "verdugo". Ni evitar el juicio de una u otra declarándolas igualmente valiosas: lo ejemplifica apelando a otros criterios que los empleados por Miguel Ángel (la cuestión del genocidio, la explotación económica, &c.):

"Si todo es igual, todo da igual, todo vale lo mismo. El nazismo tiene el mismo valor que el comunismo o el liberalismo. La civilización azteca, que practicaba sacrificios humanos es igual que la civilización europeo-occidental representada por Las Casas o Hernán Cortés y la Escolástica. Esto no es serio. No es lo mismo un pueblo que no conoce la rueda ni la escritura, ni el hierro que una sociedad como la española del siglo XVI. Hay que tener en cuenta tales magnitudes. Hay pueblos que practican la pederastia, el canibalismo, que no conciben la idea de la moralidad ni de la ética, que carecen de cualquier concepto de humanidad.

Esos son bárbaros indudablemente."

El mismo 31 de marzo contestaba Miguel Ángel, desarrollando con enorme interés la discusión: por su parte, aclaraba que la cuestión no era de orden estrictamente moral, al menos no de moral individual, pues él personalmente coincidía en apreciar los mismos valores culturales que Felipe Giménez. Por contradictorio que resulte, la elección es apagógica: aun cuando uno asuma ciertos valores, si se elige el relativismo es porque las consecuencias de la elección contraria (que Miguel Ángel identifica con el etnocentrismo) son aún peores:

"Tanto Ud. como yo hemos elegido o nos han impuesto —para el caso es lo mismo— la civilización occidental. Pues bien, asumámoslo, pero no seamos tan ingenuos, o mal intencionados, como para pensar que quienes no participan de esta civilización son retrasados culturales. Eso, su actitud, amigo Felipe Giménez, se llama imperialismo ideológico, y la proyección de sus líneas argumentales conduce lógicamente a los campos de exterminio nazis y a los gulags soviéticos. Lo mío, mi "patético" relativismo cultural, sólo llega hasta el punto de inquietar la falsa conciencia de unos pocos occidentales.

(...) Sin duda que tal concepto de relativismo cultural conlleva algunos de los peligros que el amigo Felipe Giménez menciona. No obstante se los puede moderar. Mas no ocurre lo mismo con el absolutismo cultural: para este modo de pensar, "cada cultura persigue la muerte de la otra" (esto dicho parafraseando a Hegel)."

Finalmente, por ahora, el 1 de abril replicaba Felipe Giménez razonando de modo igualmente apagógico, pero a sensu contrario: los peligros de la opción que Miguel Ángel Rodriguez califica de absolutismo cultural son menores que los del relativismo, pues los valores en que Miguel Ángel se apoya para su elección son los mismos que el relativismo destruiría:

"Una sociedad que sostiene que los hombres no son iguales en derechos y deberes no es igual a una que sostiene firmemente la idea de la igualdad humana. Una sociedad con filosofía es superior a otra que no la tenga. El relativismo cultural es muy peligroso pues puede fomentar la destrucción de la civilización occidental que, desde luego, ha inventado los derechos humanos y no fueron ni los aztecas ni los incas unos adalides precisamente de tales derechos. En cambio Las Casas sí lo fue."

En otro orden de cosas, otro participante Juan Carlos insistía en el fundamento lógico de la opción , recordando el carácter gnoseológico de la distinción:

"El relativismo no sólo no es enemigo de la racionalidad, sino que la propia razón no puede pensar más que en términos relativos, pensar que pensamos de otra manera es simplemente olvidar que existe siempre un sistema de referencia desde el que estamos hablando. Cuando a ese sistema de referencia se le atribuyen características absolutas, es decir, que valen para cualquier sistema de referencia, se entra en contradicción inevitable con un imaginable sistema de referencia desde el que se pueda aseverar todo lo contrario."

De momento aquí queda la discusión,

Saludos
David Teira Serrano


Symploké 0214
Fecha: Miércoles, 02 Abr 1997 23:37:30 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: EL RELATIVISMO CULTURAL (Primera propuesta)

Estimados amigos,

Del debate inicial acerca del relativismo cultural entre Miguel Ángel Rodríguez y Felipe Giménez, donde ya medió Juan Carlos, cabe extraer una primera disyuntiva: optar o no por el relativismo cultural. Miguel Ángel defendía que negar el relativismo (la equivalencia, que no superioridad o inferioridad, entre los valores de las distintas culturas) implicaba la aceptación del genocidio o la explotación de unas culturas por otras; Felipe respondía que los valores de acuerdo con los cuales se elige el relativismo (el derecho universal a la vida, por ejemplo) sólo son defendidos por unas culturas y no por otras, y declarar ambas opciones equivalentes amenaza esos mismos valores (el derecho universal a la vida, &c.) que se pretenden defender.

Invitamos a Felipe y Miguel Ángel a que desarrollen sus posiciones y animamos a otros suscriptores a participar en el debate exponiendo argumentadamente sus opciones en esta disyuntiva.

Por nuestra parte, os ofrecemos un pasaje de El mito de la cultura donde se desarrolla uno de los ejemplos discutidos por Miguel Ángel y Felipe respecto a la comparación entre la cultura azteca y la española en la época del Descubrimiento:

"¿Quién puede negar el alto grado de desarrollo de la cultura azteca en la vísperas de la conquista por Hernán Cortés? Allí existía una sociedad compleja, con estructuras estatales "imperialistas" muy diversificadas, jerarquías estamentales, sacerdocios, calendarios, grados muy notables de "perfección arquitectónica", escultórica o pictórica. Pero ¿ autoriza este reconocimiento a concluir que la cultura azteca era de igual (por no decir superior) rango que la cultura española de la época? No, en modo alguno, puesto que esta conclusión, basada en semejanzas abstractas sin duda impresionantes -pero no más impresionantes que las que se advierten entre el organismo de un ave y el de un mamífero- sólo tiene sentido desde la hipótesis evolucionista lineal de la seriación de las culturas o desde la hipótesis relativista de su incomparabilidad o inconmensurabilidad. Sin embargo, lo más adecuado es proceder desde la hipótesis de la distinción de las respectivas trayectorias "evolutivas" (queremos decir históricas): la cultura azteca fue una "vía de evolución" de culturas preexistentes, sorprendente por su riqueza, pero al mismo tiempo determinada en unas rutas que la incapacitaban para enfrentarse con los problemas con los cuales pudo enfrentarse la cultura europea y, entre ellos, el propio descubrimiento inesperado de la otra cultura.

La cultura europea y, en particular, la española, había tomado un camino distinto, que incorporaba la ciencia griega, ante todo la Astronomía científica: fueron Eratóstones o Tolomeo quienes hicieron posible, mediante la concepción esférica de la Tierra y su medición, el proyecto hispánico-europeo de una ruta hacia el poniente que había de conducir al "descubrimiento de América". Asimismo, en la tradición europea había incorporado la tecnología de los metales que hacía posible la fabricación de arcabuces, carabelas, entre otras cosas y la organización jurídica, con leyes escritas, del Estado. Desde estos puntos de vista, las culturas azteca y españolas sí son comparables, pero sólo después de practicar en ellas "cortes sincrónicos" abstractos. Ahora bien, cuando reinsertamos esos cortes en los respectivos cursos evolutivos o históricos no cabe decir que sea cada una "perfecta" en su género, ni tampoco que se encuentren en fases diferentes de un proceso de evolución similar. Ya habían evolucionado lo suficiente para considerarse adultas y determinadas en su futuro; sólo que habían evolucionado según direcciones distintas, a partir del mismo tronco vertebrado, evolucionaron las aves y los mamíferos.

En cualquier caso no estará de más advertir que estas analogías que utilizamos entre la evolución y la historia no implican un "reduccionismo biologista" de la teoría de la cultura, porque la idea de un evolución (lineal o multilineal) de las culturas -que lleva implícita las confrontaciones mutuas y la "lucha por la existencia" entre las culturas- puede aplicarse al proceso de desarrollo de las culturas a título de "refluencia" de ciertas relaciones ya realizadas en el mundo biológico y en virtud de las cuales tales relaciones manifiestan su carácter genérico. Todo se encubre, sin embargo, al analizar las partes de la "cultura azteca", en general -de su aritmética, de su estructura política, de su astronomía, &c.- como si fueran órganos equiparables a los correspondientes análogos de la "cultura española" (como si las alas de las aves fuesen equivalentes a las patas de los mamíferos, sin perjuicio de sus analogías o de sus homologías) pero lo cierto es que las patas no les sirven, en general, a los mamíferos para volar ni para nadar; tampoco la aritmética, la astronomía o la tecnología de los aztecas les sirvieron para circunvalar la Tierra, o para vencer a los españoles intrusos, por admirables que fueran sus garras o sus hocicos."

(Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Barcelona, Prensa Ibérica, 1996, pp. 193-4)

Saludos
David Teira
Pedro Santana Martínez
Coordinadores de Symploké


Symploké 0215
Fecha: Jueves, 03 Abr 1997 00:31:37 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Cultura6

Estimados contertulios:

David Teira nos envía muy oportunamente una cita de Gustavo Bueno tomada del libro "El mito de la cultura". Por mi parte, nada que objetar. De hecho, he tomado muchos argumentos míos de Gustavo Bueno. Conociendo la filosofía de Gustavo Bueno -además de otras influencias bienhechoras- fue como me quité la mugre progresista que me impedía pensar correctamente.

A mí el libro de Gustavo Bueno me ha aportado las siguientes ideas y que me corrijan si me equivoco en su disección:

1. La cultura es uno de los mitos políticos e ideológicos de nuestra época (capitalismo tardío, posmodernidad).

2. La distinción entre cultura subjetiva y cultura objetiva.

3. La tesis de que la Idea de Cultura es la secularización del Reino de la Gracia.

4. La Idea de Cultura surge con el romanticismo alemán (Herder, Fichte) y está conectada con el nacimiento del nacionalismo.

5. Es imposible una antropología cultural general científica por la oscuridad de la Idea de Cultura, que no sería Idea, sino mito, o pseudoidea.

6. El relativismo no es serio ni científico.

7. La identidad cultural no es algo estático o fijo. Es algo variable. Crítica al nacionalismo.

8. La cultura es el opio del pueblo {Clase burguesa: La Ópera} {Clase proletaria, el vulgo: el fútbol} Vaciedad de la cultura burguesa de fines del siglo XX. Cita de Epicuro, quien criticaba la cultura esclavista de su época. Pero entonces y aquí quiero hacer una pregunta. ¿Hay que rechazar toda forma de cultura según G. Bueno? ¿Debemos ser como Diógenes o, en versión más moderada, como Epicuro?

9. La cultura es ese terreno correspondiente a lo que se llama Ciencias humanas, ideología, moral, valores, filosofía, política. Las matemáticas y las ciencias naturales no forman parte de la cultura porque son saberes objetivos y necesarios.

10. La cultura ejerce el mismo papel que ejercía la gracia santificante del Espíritu Santo sobre los fieles desde el Reino de la Gracia. La cultura enaltece y eleva al hombre por encima de las bestias: Gratia naturam non tollit, sed perficit.

Atentamente, Felipe.


Symploké 0216
Fecha: Jueves, 03 Abr 1997 11:41:51 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández
Título: Civilización y barbarie.

Queridos contertulios:

Con el fin de contribuir en la medida de mis posibilidades a la aclaración de los conceptos de barbarie y civilización, a cuya tarea se han dedicado ya varias misivas anteriores, manifiesto lo que me parece razonable.

No tengo inconveniente alguno en seguir usando tales términos, como tampoco me suscita ningún escrúpulo la utilización de otros como "viejo", "negro", "primitivo", "salvaje"..., pues no creo que haya que preocuparse de las palabras, sino de los conceptos que en ellas se contienen. Pero, en lugar de la clasificación en tres estratos propuesta por Morgan -salvajismo, barbarie y civilización- creo que es más fructífera la que sitúa por un lado a los primitivos y por el otro a los civilizados, distinguiendo si acaso en aquéllos varias subclases, tales como recolectores-cazadores nómadas, pastores... Para simplificar la discusión puede ser útil.

La primera constatación es que, la cultura es humana y el hombre es cultural. Esto es algo universal, sobre lo que no cabe hacer distinciones posteriores para aplicarlas al salvaje o al civilizado. Un hombre no moldeado por alguna clase de cultura es un ser abstracto, inexistente, sobre el que como mucho valdría la pena pensar para hallar principios generales, de la manera en que lo hace Rousseau en su Diálogo sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, y aun esto es discutible.

Pero esta constatación no debe conducir a olvidar que la categoría de cultura es metodológica, porque el concebirla sin más como una entidad realmente existente y dotada de unidad sustancial y permanencia a lo largo del tiempo puede hacer caer en errores, como el de suponer que las culturas libran entre sí una batalla a vida o muerte, como los individuos naturales de Hobbes. Son los hombres quienes luchan a vida o muerte cuando la ocasión o los motivos les fuerzan, no los dioses, las ideas, los mitos... La participación militar de los dioses olímpicos en la guerra de Troya, por ejemplo, pertenece a la ficción literaria, pero en la realidad fueron los troyanos y sus aliados quienes lucharon con los aqueos y los suyos. La lucha entre culturas es de otra índole: no parece posible que puedan enfrentarse íntegramente los aspectos de dos culturas, sino sólo algunos, o muchos, aspectos parciales. Así, el islamismo se opone al cristianismo en lo que atañe al matrimonio, pero no en la creencia en un solo dios o en la aceptación del Libro. No veo, en consecuencia, que el enfrentamiento ideológico entre los hombres que profesan estas distintas religiones hubiera de librarse en todos los terrenos por igual.

Otra cosa que me parece indispensable para el buen entendimiento de las culturas es dejar de lado las propias preferencias y elecciones. Por otro lado, dudo de que tengan algún sentido en este contexto. Es indudable que, por el simple hecho de ser un hombre, yo podría haber sido nuer, azteca, mandarín de la China, jefe de una tribu sioux,... Pero de hecho he nacido europeo del sur. No he tenido opción. Ahora podría tener otras costumbres, otras creencias, otra cosmovisión, otras fidelidades... Pero esa posibilidad no ha existido para mí y, por tanto, es inútil que trate de elegir. No se opta por la cultura en que se está, sino sólo por la actitud que se tiene ante ella, lo cual en verdad sirve de poco, pues las actitudes suelen ser preferencias morales que en nada inciden en el hecho que se trata de entender. Se puede ser pacifista y estudiar la guerra, ateo y estudiar la religión, antifascista y estudiar el fascismo... Simplemente no se deben mezclar ciencia y conciencia. La elección hecha en el segundo registro no puede enturbiar la percepción que se debe tener en el primero.

He escrito más de que lo que me había propuesto. Seguiré más tarde. Hasta entonces, un saludo a todos.

Emiliano Fernández.


Symploké 0217
Fecha: Jueves, 03 Abr 1997 19:31:26 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: SEGUNDA SINOPSIS (El relativismo cultural)

Estimados amigos,

El volumen e interés de los mensajes llegados entre ayer y hoy aconseja una nueva sinopsis antes de continuar la discusión.

Dejábamos la discusión en nuestra sinopsis anterior a la altura de la disyunción entre la defensa del relativismo o su impugnación, o, más concretamente, la opción entre la asunción del genocidio -que enfrentarán quienes niegan el relativismo- o la amenaza de esos valores universales en los cuales se apoya el mismo relativismo por aquellos otros valores particulares de una u otra cultura que con él se salvaguardan.

Alberto Luque nos ofrecía el mismo 2 de abril un análisis muy sutil, como en él es costumbre, de la disyunción, que ilustraba además con materiales de Lévi-Strauss y Gellner. Nos proponía un racionalismo atemperado, en el cual se conjugase la defensa de los contenidos de la cultura occidental que engendraron ese racionalismo con una reconsideración, desde la etnología contemporánea, del valor que en ella nos ofrece el relativismo. Recorría a su modo la vía sugerida por Juan Carlos. Así, nos dice:

"El relativismo cultural es ante todo salvaguarda contra el prejuicio moralista, y en tal sentido es indiscutiblemente un logro del racionalismo y el liberalismo ilustrado que únicamente Occidente ha convertido en ley moral."

Este prejuicio moralista se cifraría, según se desprende de su paráfrasis de los pasajes de Lévi-Strauss que nos envía, en la denuncia de las pretensiones de cuantos ensayan el análisis cultural asumiendo postulatoriamente una canon de virtudes representado en una cultura con arreglo al cual evaluar las otras. Dice Lévi-Strauss, en los pasajes que nos envía Alberto:

"Sin embargo, esta condena de nosotros mismos, infligida por nosotros mismos, no implica que otorguemos un valor excepcional a tal o cual sociedad presente o pasada, localizada en un punto determinado del tiempo y del espacio. Allí estaría la verdadera injusticia; pues procediendo de esa manera ignoraríamos que, si formáramos parte de ella, esa sociedad nos parecería intolerable: la condenaríamos por las mismas razones que condenamos a la nuestra. ¿Llegaremos, por lo tanto, a la condenación de todo estado social, cualquiera que fuere? ¿A la glorificación de un estado natural en el cual el orden social no habría aportado más que corrupción?"

Ello obliga a Lévi-Strauss a introducir una idea de progreso modulada, relativista y no absoluta, mediante la cual se efectuaría la evaluación de los distintos aspectos de cada cultura. Concluye Alberto:

"Luego puede discutirse, lógicamente, si tal progreso debe entenderse en términos evolucionistas (darwinistas) o de otra manera, pero ya esa misma discusión se inscribiría dentro del marco tanto del relativismo cultural como de la idea de progreso racional."

[Por cierto, es muy útil recordar la entrada sobre el concepto de cultura en Lévi-Strauss, redactada por Emiliano Fernández, que aparece en las páginas del seminario en el PFE:

http://www.filosofia.org/gru/sym/syms000.htm

Esta misma cuestión del análisis evolutivo de las culturas aparece en el texto de Gustavo Bueno de nuestro mensaje del 2 de abril ("El relativismo cultural: primera propuesta") Invitamos aquí a Alberto a comentarlo.]

A esta concepción del relativismo opone Alberto otra que no duda en descalificar:

"La defensa de la "identidad cultural" de un pueblo oprimido -no por otro sola o necesariamente, sino por su propia tradición- equivale, insisto, a la pretensión perversa de anclarlo en su miseria particular. ¿Cómo vamos a tolerar cualquier cosa de toda "tradición cultural" extranjera cuando no toleramos lo que en la nuestra nos parece aborrecible?"

Por otra parte, desarrollando la cuestión del relativismo racionalista en aquella primera acepción, comenta Alberto unos pasajes de Ernst Gellner, donde a su modo plantea las paradojas de la evaluación del progreso al modo que más o menos se aproximaban Felipe Giménez y Miguel Ángel Rodríguez: el fundamento de comparación evaluativa entre contenidos culturales es la comunidad de unos mínimos elementos que posibilitan el diálogo. Dice contra ello Gellner:

"Este método recomienda una operación que es perfectamente factible... pero ¡ay! puerilmente circular. Por supuesto, es posible evaluar mundos rivales atendiendo al mérito... si uno se ha forjado ya un mundo, es decir, el mundo propio de uno, un mundo completo con sus propios valores y criterios de evaluación en virtud de los cuales puede uno complacerse y asignar graciosamente notas de buena conducta a otros mundos rivales vistos a través del propio prisma de uno. ¡Cómo puede sorprender si esta curiosa, si no cósmica, empresa termina dándole a uno mismo las palmas!"

Continúa así, retratando un argumento que quizá ronde a veces Felipe:

"La variante más sutil de esta argumentación, que invoca la configuración de las diferencias entre varias visiones, no es menos circular, aunque su circularidad está ligeramente mejor camuflada. Si nuestro valor es, por ejemplo, la universalidad o la no discriminación, no hay duda de que podemos disponer los sistemas de valores históricamente existentes según se acerquen más o menos a ese ideal. Entonces puede uno luego, si así lo desea, pretender que el ideal de algún modo emana de la configuración histórica o sociológica. Pero, desde luego, la verdad es muy otra: dicha configuración fue generada midiendo sociedades según el ideal tácitamente (o abiertamente) supuesto."

Alberto concluye recordando que para Gellner esta paradoja es de algún modo ineludible, constitutiva, por lo que es igualmente obligado enfrentarla si uno se compromete en el análisis de esta disputa. Alberto sugiere que la vía de Lévi-Strauss anteriormente expuesta nos ofrecería una salida, pero este argumento queda por desarrollar.

Felipe Giménez responde a Luque ampliando sus exposiciones anteriores: contra la paradoja de Gellner opone la consideración de la idea de verdad.

De su admisión (¿en cualquiera de sus variantes?) resultaría la salida de la aporía:

"No hay verdad absoluta, pero hay verdades menos malas que otras.Podemos decidir entre varias alternativas por sus consecuencias prácticas de ellas derivadas y elegir la menos mala."

Por otra parte, nos recuerda a este mismo respecto las constricciones que nos imponen nuestra actual implantación mundana:

"Considero que en un Estado democrático no todas las valoraciones son compatibles con la propia existencia del Estado. No todas las culturas son tolerables. No todo es tolerable. El Estado no puede ser multicultural. Un Estado democrático no puede ser islámico por ejemplo. El pluralismo tiene límites. Pluralismo son dos cosas: a)Pluralidad de culturas, b)Pluralismo dentro de una sola cultura."

En mensaje aparte nos envía Felipe una nueva relación de motivos para el debate extraídos de El mito de la cultura.

Por último, por ahora, aparece en la argumentación Emiliano Fernández, un experto en cuestiones antropológicas de quien podéis consultar un capítulo de su Tesis (y próximamente un resumen completo de la misma) en http://www.filosofia.org/gru/sym/syms000.htm#com.

Emiliano desarrolla el punto de vista etnológico al que se refería Alberto en su comunicación. Por una parte, recuerda la posibilidad de usos más refinados, dentro del campo de la etnología, en la clasificación evolutiva de las culturas en vez de la clásica Salvajismo/Barbarie/Civilización, englobando las dos primeras categorías en la de Primitivos, dentro de la cual se desarrollarían nuevos estadios. Pero Emiliano, y a ello le invitamos, no nos ofrece el fundamento de su clasificación.

También critica los usos omniabarcantes de la idea de cultura, manifiestos en su enfrentamiento como entidades sustantivas:

"La lucha entre culturas es de otra índole: no parece posible que puedan enfrentarse íntegramente los aspectos de dos culturas, sino sólo algunos, o muchos, aspectos parciales. Así, el islamismo se opone al cristianismo en lo que atañe al matrimonio, pero no en la creencia en un solo dios o en la aceptación del Libro. No veo, en consecuencia, que el enfrentamiento ideológico entre los hombres que profesan estas distintas religiones hubiera de librarse en todos los terrenos por igual."

Y finalmente vuelve a su modo a las consideraciones del etnólogo expuestas por Lévi-Strauss comentadas por Alberto:

"No se opta por la cultura en que se está, sino sólo por la actitud que se tiene ante ella, lo cual en verdad sirve de poco, pues las actitudes suelen ser preferencias morales que en nada inciden en el hecho que se trata de entender."

Se abre así el campo a nuevos desarrollos. ¿Será acaso superficial la disyunción entre asumir el relativismo o ir contra él en función de sus riesgos mundanos? ¿No nos obliga la etnología a la asunción en mayor o menor grado de un relativismo, cuyo concepto es obligado aclarar antes de iniciar la discusión?

Saludos
David Teira Serrano


Symploké 0218
Fecha: Jueves, 03 Abr 1997 20:33:04 -0800
De: Miguel Ángel Rodríguez
Título: Despedida

Estimados compañeros de "Symploké":

Por una cruel coincidencia, ayer, 2 de abril, día en que se cumplía un aniversario más del inicio de la Guerra de Malvinas, el señor Felipe Giménez nos remitió una carta, en la cual se refería ofensivamente a mi patria y a mi continente.

Todos ustedes conocen el contenido de tal misiva.

A lo expresado o vociferado por este inefable sujeto poco puedo responder, pues hay actos que no ameritan palabras sino acciones de otra naturaleza.

Nosotros, la gran mayoría de los argentinos, nunca hemos querido ser ingleses. Bien lo evidencia la historia y el número de compatriotas muertos.

Lo que hicieron los conquistadores europeos en estas tierras americanas se llama genocidio. Que se esté o no de acuerdo con ésta o con aquella idea de cultura, es harina de otro costal.

Vivo en el corazón de lo que fue el territorio del pueblo mapuche, el único que jamás pudieron domeñar los bárbaros invasores. Mi hijo mayor lleva un nombre originario de este pueblo: Nahuel, que significa "puma". Mi esposa es de origen palestino, otro pueblo vencido. En fin, soy parte de los vencidos.

Pero aunque no soy ni idealista ni romántico, pues tengo los pies firmemente puestos sobre la tierra, no por ello me plegaré alguna vez al desfile triunfal del vencedor. Y menos aceptaré que algún europeo bien alimentado me hable, subido a un pedestal, de su "gran cultura" y, a la par, menosprecie lo mucho o lo poco que yo poseo.

Hasta aquí llegó mi paciencia.

Renuncio a esta lista de reflexión filosófica.

Nuevamente el dogmatismo, la ignorancia y el autoritarismo parecen haber triunfado. Me queda el consuelo de saber que, al menos en este caso, tales lacras inficionan a poquísimos.

Agradezco el buen acogimiento que recibí de parte de todos ustedes, de los coordinadores de la lista y muy particularmente de D. Gustavo Bueno Sánchez, a quien admiro y considero uno de los mayores pensadores hispanoparlantes del presente siglo.

Asimismo pido disculpas por ser parte de esta lamentable situación.

Jamás estuvo en mí el llegar hasta semejantes extremos. Mas todos sabemos que por mucho menos que esto los hombres se enemistan. Es nuestra naturaleza.

Reciban todos ustedes un cordial saludo.

Miguel Ángel Rodríguez


Symploké 0219
Fecha: Viernes, 04 Abr 1997 10:51:02 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda
Título: Civilización y barbarie.

Queridos colegas:

Pensar que una cultura es superior a otra es estar a un paso de la justificación del dominio de la segunda por la primera, un paso que en todos los tiempos y lugares ha solido darse con la mayor naturalidad del mundo.

Fichte, por ejemplo, citado por Gustavo Bueno en la página 63 de El mito de la cultura dice que el salvajismo se halla en contradicción con los fines del estado más perfecto de cada edad, fines que, por injustos que parezcan, sirven para promover "el primer gran rasgo del plan del universo, la difusión universal de la cultura. Y según la misma regla se proseguirá incansablemente hasta que la especie entera que habita en nuestro globo se haya fundido en una sola república de los pueblos cultos". Claro está que para el señor Juan Teófilo Fichte era el pueblo alemán el depositario de esa cultura universal, el Mesías sin cuyo advenimiento la humanidad sólo podría esperar el hundimiento en la barbarie, lo que constituye una lección que, según advierte Bueno, debieron aprender magníficamente los nazis, que se sintieron elegidos y autorizados para portar la antorcha que iluminara a la humanidad.

No fue la falta de cultura o de civilización, ni el exceso de barbarie, como se ha dicho muchas veces, sino justamente sus contrarios, los que sirvieron de justificación al dominio de una nación sobre las demás en el período más negro del siglo XX.

Tres siglos más o menos antes de que Fichte dijera esas cosas, Hernán Cortés no sólo se dedicó a escribir justificaciones del dominio, mejor argumentadas a mi juicio, sino que puso en práctica el dominio mismo de un modo que estuvo muy lejos de soñar aquél desde su cátedra. Según creo, el alemán podría haber aprendido mucho del español, que en su Primera Carta-Relación, escrita a la reina Juana y a su hijo Carlos V, dice (páginas 27 y 28 de Cartas de relación, Globus, Madrid, 1994) que los aborígenes de la Nueva España "no hay año que, en lo que hasta ahora hemos descubierto y visto, no maten y sacrifiquen de esta manera (abriéndoles y pecho y arrancándoles el corazón sangrante) tres o cuatro mil ánimas. Vean vuestras reales majestades si deben evitar tan gran mal y daño, y ceerto sería Dios Nuestro Señor muy servido, si por mano de vuestras reales altezas estas gentes fueran introducidas en nuestra muy santa fe católica y conmutada la devoción, la fe y la esperanza que en estos sus ídolos tienen, en la divina potencia de Dios; porque es cierto que si con tanta fe y fervor y diligencia a Dios sirviesen (¿con las mismas fe, fervor y diligencia con que sacrifican a seres humanos?), ellos harían muchos milagros. Es de creer que no sin causa Dios Nuestro Señor ha sido servido que se descubriesen estas partes en nombres de vuestras reales altezas para que tan gran fruto y merecimiento de Dios alcanzasen vuestras majestades, mandando informar y siendo por su mano traídas a la fe estas gentes bárbaras, que según lo que de ellas hemos conocido, creemos que habiendo lenguas y personas que les hiciesen entender la verdad de la fe y el error en que están, muchos de ellos y aún todos, se apartarían muy brevemente de aquella errónea secta que tienen, y vendrían al verdadero conocimiento, porque viven más política y razonablemente que hasta hoy en estas partes se ha visto".

Mucho habría que hablar de expresiones de este jaez: cómo hace intervenir Cortés la "muy santa fe católica" y el "verdadero conocimiento" (que se habrá de inducir en las mentes de los salvajes por el ejercicio de una pedagogía tan contundente y efectiva como la imposición de castigos, de los que el más frecuente es la muerte, a quienes no entendieren la lección; ríanse uds. de las modernas tendencias didácticas) en la necesidad de conquistar y dominar a "estas gentes bárbaras" (Cortés pone la barbarie donde Fichte pone el salvajismo: ¿antecesores de Morgan?), cómo se alude a los ocultos y sabios designios de "Dios Nuestro Señor", que en su infinita misericordia y providencia habrá seguramente decidido enviarle a él, al mismísimo Hernán Cortés, como heraldo del emperador Carlos, a descubrir aquellas tierras, para que por su medio conquiste Carlos V sin más dilación todo lo que él pille por delante.

Para remachar el clavo, el autor apremia a los reyes para que acudan pronto al Papa y éste dé su bendición a esta empresa, porque, aparte de haber sabido que aquellos indios matan a muchos niños, hombres y mujeres en sus sacrificios, son sodomitas en su totalidad "y usan aquel abominable pecado".

Y acaba: "En todo suplicamos a vuestras majestades manden proveer como vieren qué más conviene al servicio de Dios y de vuestras reales altezas, y cómo los que aquí en su servicio estamos, seamos favorecidos y aprovechados".

¿Qué otra cosa está pidiendo Cortés, que conviene máximamente, según dice, al servicio de Dios y de la monarquía española, sino el desempeñar el fin para el cual él mismo se concibe como medio, y que se dé el beneplácito a todo lo que haya ya ejecutado? ¿Y de qué otro modo se concibe a sí mismo sino como herramienta bien preparada para avasallar todo lo que encuentre a su paso? ¡Y de qué manera lo pide y argumenta! Para sí hubiera querido Fichte estas palabras y los hechos que las acompañaron.

Mi conclusión particular, a la vista de estas razones, más otras muchas que se podrían acumular, es que debe dejarse la historia, la contraposición de los estados, desnuda de toda justificación. La historia es producto del azar, "y el azar es inescrutable", dice Borges con razón. Sencillamente, no hay Dios en ella.

Un saludo a todos:
Emiliano.


Symploké 0220
Fecha: Viernes, 04 Abr 1997 15:35:07 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Cultura7

Estimados contertulios:

El señor Miguel Ángel Rodríguez se retira de la lista de discusión Symploké. No entiendo tanta susceptibilidad. Podría yo haberme ofendido igualmente por haberme llamado imperialista cultural o "nazista". Tanta susceptibilidad no ayuda a razonar y a aprender. Le exhorto desde aquí a retornar a la serenidad. No tiene nada de malo decir que la civilización occidental es la mejor y que muchos iberoamericanos tienen una cierta mala conciencia por no sé qué. Sobre Argentina nada he dicho que sea malo.

Narraba unos hechos de sobra por todos conocidos y por conocidos, de todos tácitamente silenciados. Nadie pretende ofender a nadie.

Otro asunto más importante. Se me ocurre que el tema de la cultura está relacionado estrechamente con el tema del nacionalismo: la gran peste de finales del siglo XX. Los españoles vivimos en una situación cercana a la peligrosidad por tales fenómenos. Por ello, el análisis de la Idea de Cultura es fundamental en la lucha ideológica y política contra los fanáticos nacionalistas que con sus falacias pretenden suscitar el odio y por tanto, destruir la paz civil.

Por una vez, he asistido a un curso para profesores de bachillerato del C.E.P. en honor a Francisco Tomás y Valiente sobre España y el nacionalismo. Ayer intervinieron los lustres señores D. Alejo Vidal-Quadras y D. César Alonso de los Ríos. Quisiera exponer aquí sus doctrinas para introducir el debate ya con matices políticos. Ya que nos hemos enfrascado con el relativismo y algunos se sienten ofendidos porque alguien no comparte sus tesis, qué le vamos a hacer. Esperemos que esto que voy a decir suscite interés y polémica:

Vidal-Quadras afirmó que en la España de hoy (1997) los nacionalismos son el problema político principal. Hoy la contradicción política fundamental es la que tiene lugar entre los que quieren la integridad territorial y política de España y los que luchan contra ella. El lenguaje políticamente correcto hace que se guarde un silencio absoluto sobre el nacionalismo vasco y catalán y otras gracias folklóricas (por ejemplo, el asturianismo bablista). En España hay una tregua política e ideológica unilateral por parte de los partidos nacionales frente al nacionalismo periférico. Sólo los nacionalistas pueden hablar abiertamente.

Hay entonces una asimetría ideológica evidente. La batalla política entre los nacionalistas y los que creen en España la están ganando los nacionalistas. Esto se debe entre otras razones a la presencia en los partidos nacionales de tontos útiles y compañeros de viaje de los nacionalistas. En suma, se ve a las claras que los nacionalistas están imponiendo su concepto de España.

El título VIII de la Constitución de 1978 fue un intento ecléctico de conciliar a los nacionalistas con España y de apaciguar sus ansias independentistas. Se trataba de acabar con ETA. No se ha conseguido nada. El problema se ha agravado considerablemente. El Estado español de ahora es más complejo, confuso y caro. Se podría decir que la historia del Estado autonómico es la historia de una insatisfacción.

La desaparición de España es incompatible con la Constitución de 1978 y con la voluntad de la mayoría de los catalanes y españoles. El enfoque federal o confederal es un disparate político. Un Estado federal lo es por agregación y no por desagregación. Los nacionalistas están en perpetua reivindicación. Ellos son gradualistas. No tienen prisa. El proceso de disgregación de España lo tienen minuciosamente programado a largo plazo.

Es un método anestésico de disolución. Según los nacionalistas el proceso autonómico está a medio camino. Según un documento interno de Convergencia, no hay que descartar la independencia. En el último X Congreso de Convergencia se nos habla del "derecho de autodeterminación". Para conseguir la independencia se recurre a lo que Pujol llama "lectura proautonómica de la Constitución" que consistiría en conseguir la independencia modificando leyes y ello en abierta contradicción con la Constitución.

Esta disgregación está provocada no tanto por la fuerza de los nacionalistas cuanto por la debilidad de los grandes partidos nacionales.

Así se posibilita que un 6 ó 7% de los españoles impone su voluntad antidemocráticamente al 93% restante. Ello es en virtud de la ley electoral.

El proceso de degradación de la convivencia en España avanza progresivamente. Dentro de poco veremos cosas que no hubiéramos imaginado hace 10 años.

En resumen y en conclusión. Los nacionalistas ni son integradores ni son moderados. Hay que combatir implacablemente el nacionalismo a nivel político e ideológico dentro del marco democrático si se quiere conservar a España como algo tangible.

Por su parte, D. César Alonso de los Ríos afirmó su total acuerdo con lo declarado anteriormente por Vidal-Quadras y añadió entonces unas cuantas puntualizaciones.

Afirmó igualmente que el nacionalismo es la contradicción principal.

Añadió que era un problema existencial, social y colectivo y no un problema metafísico o académico. Atribuyó la causa del éxito del nacionalismo al nihilismo pasivo español que domina a los españoles. El problema del nacionalismo es el problema del mantenimiento de la paz civil actual y el problema del progresivo deterioro del Estado. Los políticos no quien ni admitir ni ver el problema. Hemos regalado a los nacionalistas una plataforma formidable para destruir la convivencia civil.

En todo este asunto no podemos entender nada si antes no entendemos la guerra civil española y la dictadura de Franco. La izquierda española ha olvidado su pasado. Ha perdido su memoria histórica. Se ha producido una traición a España de los intelectuales y de la izquierda. Esto ha sido un típico caso de oportunismo de los partidos de izquierda al utilizar a los nacionalistas como compañeros de viaje. Siendo como eran incapaces de vencer a Franco, fortalecieron a los nacionalistas, les dieron coba, asumiendo ellos mismos sus reivindicaciones. El nacionalismo es antidemocrático y la independencia de tales territorios -rendición ante los nacionalistas- provocaría el exterminio de los disidentes, de muchos españoles que no son nacionalistas y que viven allí.

Ahora, que hablen los doctos sobre el relativismo cultural que considera que todas las culturas son igualmente respetables y que por extensión que todas las ideologías son igualmente respetables. Yo, simplemente, no pienso así. Esto quizá explique mejor muchas de mis intervenciones anteriores.

La moral no es universal, es partidista, pero cabe hacer una elección apagógica, indirecta de un sistema de normas morales en función de sus consecuencias y ventajas. Esto lo digo porque se ha hablado de "moralismo". Es que moralismo lo tenemos todos. Los hay buenos y malos, como todo en botica. También ocurre que "Die Weltgeschichte ist das Weltgericht" como decía Hegel y en estas cuestiones esto se nota muy claramente.

Volviendo a Gustavo Bueno Martínez, citado el otro día por David Teira Serrano muy oportunamente, "Pero lo cierto es que las patas no les sirven, en general, a los mamíferos para volar ni para nadar; tampoco la aritmética, la astronomía o la tecnología de los aztecas les sirvieron para circunvalar la Tierra, o para vencer a los españoles intrusos, por admirables que fueran sus garras o sus hocicos." El mito de la cultura, p. 194. En la página siguiente hila muy fino Bueno su discurso: no es progresista unilineal y sin embargo, no es relativista cultural: "El desarrollo de las culturas es multilineal, como ocurre con el desarrollo de las culturas zoológicas. No cabe hablar de una "línea ascendente y continua de evolución (o de progreso)" sino de líneas diferentes, aunque, eso sí, llamadas tarde o temprano a confrontarse mutuamente. Y esta confrontación es la que obliga a poner en duda el relativismo cultural, basado en la "identidad megárica".

Atentamente, Felipe.


Symploké • Cartas
© 1997 Proyecto Filosofía en español