La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Grupos de discusión filosófica
Symploké
Recopilación de cartas
241 a 260
0241 09abr1997 / David Teira Serrano / Objeciones contra la distinción propuesta por Emiliano Fernández
0242 10abr1997 / Joaquim Camprubí / Nacionalismo y relativismo cultural 2
0243 10abr1997 / Emiliano Fernández Rueda / Culturas y Hegel
0244 10abr1997 / Nestor Casado / Saludos y Durkheim
0245 11abr1997 / Symploké / Acto en Madrid
0246 11abr1997 / Emiliano Fernández Rueda / A David: ya no podemos ser bárbaros
0247 12abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 10
0248 12abr1997 / Emiliano Fernández Rueda / Puntualización
0249 14abr1997 / David Alvargonzalez / Más comentarios al señor Camprubí
0250 13abr1997 / Javier Pulido Biosca / Re: Lucha a muerte
0251 14abr1997 / Emiliano Fernández Rueda / Moral y cultura
0252 14abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 11
0253 14abr1997 / Alberto Luque / La historia, último reducto de la trascendencia
0254 14abr1997 / Felipe Giménez / Idealismo
0255 15abr1997 / Symploké / Acto en Madrid (II)
0256 15abr1997 / Symploké / Sinopsis: Nacionalismo y Guerra entre culturas
0257 16abr1997 / Felipe Giménez / Presentación de "El mito de la cultura". Crónica
0258 16abr1997 / Juan José Pino / Antropocentrismo
0259 17abr1997 / David Teira Serrano / Lucha entre culturas: felicidad y dolor
0260 17abr1997 / David Teira Serrano / Economía y cultura (Mas sobre el debate Camprubi-Alvargonzález)

Symploké 0241
Fecha: Miércoles, 09 Abril 1997 23:32:09 -0100
De: David Teira Serrano
Título: Objeciones contra la distinción propuesta por Emiliano Fernández

Queridos compañeros,

Emiliano Fernández viene ofreciéndonos una secuencia de mensajes donde se conjugan admirablemente la mirada y los conocimientos del etnólogo con una clara sensibilidad filosófica -cosa absolutamente natural siendo él su autor: se muestra en el capítulo de su Tesis disponible en nuestro Fondo auxiliar, como en un sinopsis razonada de la misma que esperamos poder incorporar pronto al Fondo.

Es muy interesante el comentario que nos ofrece del Leviatan a propósito de un motivo antropológico: se diría que acierta a desarrollar filosóficamente muchos de las ideas implícitamente operantes entre los etnólogos, a la vez que a rectificar éstas a la luz de los mismos resultados de la etnología. Cuando uno es consciente de la importancia de criterios de este carácter, difícilmente caerá uno en una variante ingenua del relativismo, y Emiliano es sumamente consecuente al advertirnos acerca de su coincidencia con Lévi-Strauss y Alberto Luque.

Por mi parte, diría que comparto el criterio expresado, i.e., el Estado como marca distintiva entre la Barbarie y la Civilización, aunque mis razones serían distintas de las alegadas por Emiliano. Aunque antes de entrar en la cuestión, me gustaría detenerme en los argumentos de Emiliano, pues en ellos, creo, se dan muchas de las claves de la construcción relativista. Pues, en efecto, se diría imposible concluir lo contrario asumiendo estos lemas donde el apoya su demostración: si, por un lado, asumimos la igualdad esencial de los individuos de nuestra especie respecto a su constitución corporal y anímica, y derivamos sin más de su interacción la institución del Estado, a la cual reducimos los otros contenidos característicamente culturales, obviamente, las diferencias entre éstos se calificarán de accidentales, ya que no serán inherentes a la naturaleza de nuestra especie ni a los caracteres de la institución estatal que los contiene. De este modo, la diferencia entre estos contenidos quedará a lo sumo reducida a la diversidad del medio donde se inscribe cada colectividad.

De igual modo, la guerra se disolverá en un enfrentamiento dimanante de nuestra condición individual natural, y la superioridad demostrada en este enfrentamiento será sólo consecuencia de la diferencia de recursos empleados o del número de combatientes, o de su astucia, factores, en cualquier caso, aleatorios si los consideramos respecto a la relación esencial de igualdad de la que partimos.

Pues bien, aun cuando no negaré nuestra común inscripción en una misma especie, sí cuestionaría que el análisis etnólogico (como la filosofía a él asociada) asuma como axioma esta igualdad como clave de su estrategia de análisis: ¿no debiera el etnólogo ocuparse precisamente de la diferencia de los contenidos culturales como clave de la diversidad de constitución de los distintos colectivos? Sí es así, ¿cómo descalificar como accidental esta diversidad a no ser ubicándonos sub specie aeternitatis, a una escala donde desaparecen aquellos elementos más característicos de nuestra constitución social? Mas el etnólogo de oficio se enfrenta inexcusablemente al análisis de estos elementos, y uno de las claves de su discurso es, desde luego, el que son estos elementos culturales los que nos constituyen (contra cualquier ansia expansiva de la sociobiología o la etología, por ejemplo). Consecuentemente, aunque nadie negará nuestro común origen en cuanto especie, será obligado concederle algún valor distinto del meramente accidental a los distintos componentes culturales, de acuerdo con los resultados de su enfrentamiento, pues, con Emiliano, reconozcamos, que el conflicto rige la relación intercultural.

Quizá Emiliano sea consciente de que, asumiendo el conflicto como clave de relación intercultural, uno se arriesga a derivar consecuencias como éstas al modo de Felipe Giménez y añade a sus argumentos que si ese conflicto fuera de proporciones auténticamente universales, ya estaría resuelto, después de siglos a favor de una u otra cultura. Pero aquí le traiciona su perspectiva, pues razona como si las condiciones de partida del conflicto estuvieran dadas desde su mismo origen y se mantuvieran inmutables a lo largo de su evolución, cuando más bien ocurre al contrario. Por otra parte, la idea de una sociedad universal (de rasgos, por cierto, occidentales) en sus distintas formas (desde la ONU al Estado mundial que defendió alguna vez Russell) no es ya quimérica a la altura del S.XXI, y quizá, al cabo, no estemos demasiado alejados de esa victoria de la cultura occidental a la que se refería Emiliano.

Por ello, a mi entender convendría revisar este excelente ensayo de Emiliano desde sus mismos supuestos, pues así se iluminaría singularmente el argumento relativista.

Saludos, David

PD. Ya que contamos con su participación, aprovecho para explicitar que muchos de mis argumentos los recojo del excelente ensayo sobre el materialismo cultural del que es autor el profesor Alvargonzález (Ciencia y Materialismo cultural editado en la colección Aula Abierta de la UNED) con el cual muchos vencimos el deslumbramiento inevitablemente causado por la etnología.


Symploké 0242
Fecha: Jueves, 10 Abril 1997 10:33:21 +0200
De: Joaquim Camprubí
Título: Nacionalismo y relativismo cultural 2

En relación a los comentarios de David Alvargonzález (DA):

Entiendo que el término rentabilidad tiene un fuerte contenido económico aunque no era mi intención reducirlo a ese contenido. En algún momento de mi texto, y de los comentarios de DA, se utiliza viabilidad como sustituto de rentabilidad aunque no son sinónimos. Efectivamente, es más correcto hablar de viabilidad ya que incluye ese "algo más " al que hace referencia DA.

De todos modos, los contenidos económicos no son necesariamente reduccionistas ni aplicables exclusivamente a ciertas empresas capitalistas (¿no sería mejor a todas?). Cualquier iniciativa debe ser rentable económicamente para ser viable, aunque esta rentabilidad casi nunca es a corto plazo.

La relación entre economía y nación se me hace más evidente que la relación entre nación y los otros factores que describe DA y que indudablemente existen, entre los que, en mi opinión, destaca la condición geoestratégica.

Esa relación hay que analizarla a través de largos periodos de tiempo, comprobándose su viabilidad en periodos superiores a la vida de sus actores.

Por eso los mitos tienen una función imprescindible en el desarrollo de cualquier nación, como referentes o caminos por los que transcurre la actuación de los diferentes grupos, clases sociales y generaciones de esa nación. Pero caminos no determinados sino caminos que se hacen al andar. Esa indeterminación es la que justifica la Política como actividad de dirección (legislativa y ejecutiva) de las naciones, es decir, de sus habitantes, diferenciada de la Administración. Si el futuro de las naciones estuviera ya fijado (¿por quién?) o el camino ya trazado bastaría con la administración de los recursos para garantizar la supervivencia de una nación. Ni el pasado ni el presente de una nación basta para garantizar su viabilidad futura en un mundo cambiante.

Y creo que esta es la clave para entender el fenómeno nacionalista, no solo en España, de nuestra década y entender por que no se produjo antes de la caída de los paises del Este sepultados por los escombros del muro de Berlín. Los efectos del hundimiento de la URSS no solo han afectado a los paises de su órbita. ¿Era planteable el referéndum secesionista de Quebec cuando los paises comunistas tenían intacta su potencia militar y sus mercados estaban vedados a los paises capitalistas? A pesar del "Vive Quebec Libre" del General Degaulle en los sesenta, a nadie se le ocurrió desestabilizar Canadá en periodos de guerra fría.

Precisamente el mundo actual -en el que a la economía globalizada hay que añadir la disminución de la importancia de los ejércitos, reducidos a un papel de policía, y la perdida de soberanía económica de las naciones en beneficio de las empresas, aspectos claves que ya comenté en mi anterior intervención y que no han sido comentados por DA- es posible autonomizar e independizar territorios siempre y cuando sean aceptados por los que detentan el poder y la capacidad de decisión (los siete grandes). Eso es lo que está ahora ocurriendo en Europa en la que se fragmentan y debilitan paises para mayor gloria de los que siguen siendo fuertes. A la vez que se reunifica Alemania se rompen los Balcanes. En este entorno las propuestas nacionalistas son perfectamente viables no siendo de aplicación el "sin sentido" que les atribuye DA. Basta con ver la buena acogida que los partidos nacionalistas tienen en Europa (Pujol en Alemania, PNV en la internacional democristiana). Pero la viabilidad de esas propuestas exige la invención de mitos, que tengan la función de referentes para distintas generaciones y clases sociales. Para entender el nacionalismo, para apoyarlo o combatirlo, hay que despojarlo de sus mitos y analizar sus expectativas de viabilidad.

Como dije hace unos días, hasta ahora ni una palabra sobre el relativismo cultural. Pero sería una descortesía de mi parte limitarme a insistir en mis argumentos y no atender a otras afirmaciones de DA, por lo que debo prolongar mi mensaje aun a riesgo de agotar a los lectores o contertulios de lista.

En el texto de DA hay una asimilación entre cultura, lengua y nación que no se corresponde con la realidad y que forma parte de lo que él llama idealismo histórico. En Europa hay paises consolidados por la Historia con varias lenguas -Suiza, Bélgica, Holanda, ...- y todas las zonas fronterizas disfrutan del uso de varios idiomas. También hay paises distintos que comparten la misma cultura. ¿Puede hablarse de diferencias culturales entre Portugal y España? ¿Qué criterio emplearían DA, y otros, para determinar la superioridad cultural entre ambas culturas en el supuesto de que fueran distintas? Si no son distintas entre si, ni superiores una en relación a la otra, ¿bastaría esa unicidad para propugnar un estado común -Iberia- que superara el "error" histórico de su separación? Una posible independencia de Cataluña no exige ninguna diferencia cultural ni ninguna agresión a la cultura española. Ni a la portuguesa, desde luego.

Más adelante, DA formula la hipótesis de desaparición del español como posible requisito para una hipotética independencia de Cataluña. Y a partir de esa formulación razona como si estuviera ante una amenaza real ahora o a la vuelta de la esquina. Hay que recordar -no solo a DA, sino también a grupos radicales catalanes- que Cataluña es un territorio bilingüe, es decir, que superado cierto nivel de escolarización, todos los catalanes utilizamos igual de bien o de mal el catalán y el español. No es que seamos muy listos, sino que el latín original común, el contacto permanente durante toda la historia de ambos idiomas y el trasiego de personas, hace que las diferencias entre ambos no sean un obstáculo para la comunicación, fin último del lenguaje, excepto desde posiciones de mala fe, que tienen que ser denunciadas como lo que son. Por otro lado, ningún grupo político con posibilidades de dirigir a la sociedad catalana y generar un consenso independentista ha hecho ninguna propuesta aniquiladora del español. No sé si es su intención, pero eso ya entra en el campo de las especulaciones del mismo modo que sería pura especulación injustificada suponerle a DA cualquier ánimo liquidacionista hacia el idioma catalán por el hecho de que defienda el español.

La supervivencia de un idioma no está en relación al número de personas que lo hablan, sino en su capacidad para ser vehículo de comunicación en todos los ámbitos de la actividad social, desde el doméstico al científico, literario, filosófico, empresarial, &c. En el siglo XIX el idioma catalán supo saltar del mundo rural al urbano, de la agricultura y artesanía a la industria y del folklore al saber. Su raíz latina y una sociedad activa le permitió esa evolución. Esto ha permitido su supervivencia frente a los intentos de reducirlo a ámbitos domésticos de hace unas décadas (cuando yo iba al colegio estaba prohibido enseñar catalán en las escuelas, debido a lo cual tengo más faltas de ortografía en catalán que en español). Hasta donde yo sé, no hay tal intento de reducción de los ámbitos del español en Cataluña, sino un intento de ampliación o recuperación de los ámbitos del catalán. En el supuesto de que hubiera ese liquidacionismo del idioma español estaría condenado al fracaso, porque el bilingüismo es más presente en Cataluña que la propia virgen de Montserrat.

Salud. Joaquim Camprubí


Symploké 0243
Fecha: Jueves, 10 Abril 1997 13:59:55 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda
Título: Culturas y Hegel

Estimados contertulios:

Esa alusión a Hegel que hace Felipe Giménez es muy significativa. Dice al hilo de ella que "no es porque una cultura vence por lo que es superior, sino que porque es superior vence históricamente". Pues claro. Si un gladiador vence a otro por algo será, y, una vez que lo ha vencido, sabemos que es superior. Puede ser superior en fuerza, astucia, agilidad, velocidad, artes marciales..., y gracias a alguna de esas cualidades, o a una combinación de todas ellas, logra vencer al otro. Pero no creo que ninguna de ellas le haga superior moral o éticamente. Concluir en ello me parece un serio non sequitur. Y, si Felipe sigue en esto a Hegel, no entiendo yo muy bien dónde está su materialismo. Me temo que nos vamos a pasar la vida volviendo a Hegel sobre su cabeza, a Marx sobre la suya ... Lo digo porque, según me parece, la argumentación de Felipe tiene como fundamento la siguiente idea hegeliana: el Estado moderno -dice Hegel en Principios de la filosofía del Derecho, Ed. Siglo XX, Buenos Aires, 1987, página 225, párrafo 257- "es la realidad actual de la idea ética (sittliche Idee), el espíritu ético (sittliche Geist) como voluntad sustancial revelada". Si es así, como se desprende, a mi juicio, de sus intervenciones, no entiendo en qué consiste su materialismo, como no entiendo tampoco que a quienes no aceptemos esa "realidad actual de la idea ética", se nos condene al infierno del relativismo.

Esta perspectiva aclara todavía más las cosas en un punto: si para Hegel todo comenzó con el Despotismo Oriental, lo anterior, que no es sino las sociedades sin Estado, quedaba en la oscuridad más absoluta. Pero lo anterior es justamente la materia de estudio de los antropólogos. ¿Cómo no iba a ser visto como lo más lejano del Espíritu Absoluto, que cobra cuerpo primero en el Estado y después en la cabeza del propio Hegel?

Otra cosa: si las culturas humanas están, como también dice Felipe, "empeñadas en una lucha a muerte entre sí, pues son incompatibles entre sí", debería conceder que, en el transcurso de varios centenares de miles de años, ya han tenido tiempo sobrado para que una de ellas al menos se muestre superior y destruya a las demás. No ha sucedido así, ergo...

Estimo que esto es un correcto modus tollens que debería ser respetado, salvo que se muestre la falsedad de las premisas. Pero la primera es de Felipe. La segunda es mía y creo que no puede decirse en modo alguno que es falsa, salvo yendo en contra de la arqueología de un modo inaceptable. En consecuencia....

Un saludo. Emiliano Fernández Rueda


Symploké 0244
Fecha: Jueves, 10 Abril 1997 17:06:30 +0100
De: Nestor Casado / nestor•cop.gva.es
Título: Saludos y Durkheim

Estimados amigos:

Me llamo Néstor Casado y soy alumno de Filosofía de la Universidad de Valencia, antes de iniciar mis estudios de Filosofía había leído algo de filosofía y mucho de literatura.

Con respecto a esta lista, hace unos meses que "escucho" con respetuoso silencio y, finalmente, me he decidido a expresar alguna de mis inquietudes filosóficas, que son modestas pero tozudas.

Me interesa la antropología de la religión, concretamente los conceptos de "sagrado y profano" en Durkheim. Sé que existe un libro con ese título de Mircea Eliade que todavía no he podido leer. No obstante si alguien está interesado en este tema o conoce bibliografía me haría un favor si me la facilitase. O, simplemente, si ha leído "Las formas elementales de la vida religiosa" y quiere intercambiar impresiones, aquí estoy.

Gracias. Néstor Casado


Symploké 0245
Fecha: Viernes, 11 Abril 1997 00:03:48 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: Acto en Madrid

Estimados compañeros,

Para los participantes que sigan nuestra discusión desde la capital de España, nos comunican que este lunes 15 de abril se presentará El mito de la cultura en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, con la intervención de su autor, Gustavo Bueno. La hora no está confirmada, pero, si no os la remitimos antes, el mismo día podréis informaros en el Círculo. Esperamos poder dar cuenta aquí del acto, en la medida en que se discutan cosas de interés para la lista.

Saludos
Pedro Santana Martínez, David Teira Serrano
Coordinadores de Symploké


Symploké 0246
Fecha: Viernes, 11 Abril 1997 11:13:06 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda
Título: A David: ya no podemos ser bárbaros

Estimados contertulios:

Agradezco la atenta mirada que David ha dirigido a mis mensajes y me apresuro a contestar los argumentos que me dirige.

Empiezo por el final de su comunicado. Que yo haya utilizado las ideas de Hobbes para explicar la diferencia existente entre los bárbaros y los civilizados no me compromete con ellas hasta las últimas consecuencias. No me compromete, por ejemplo, con la idea de que el estado de naturaleza, que yo he adjudicado a las sociedades primitivas, esté constituido por individuos aislados, como tampoco con la de que las condiciones iniciales del conflicto permanezcan invariables. A esto último creo que se refiere David cuando dice que yo razono "como si las condiciones de partida del conflicto estuvieran dadas desde su mismo origen y se mantuvieran inmutables a lo largo de su evolución". Él añade que "más bien ocurre al contrario".

Estoy de acuerdo, si he entendido bien, pues yo también creo que las razones determinantes del conflicto, los motivos por los que una de las sociedades se ha impuesto sobre las demás, son de creación reciente. Por esto preguntaba hace poco a Felipe Giménez qué es lo que hace que un vencedor sea vencedor. Me parece que en esto es difícil que pensemos él y yo cosas distintas.

También estoy de acuerdo en que el objeto propio de la etnología es la diversidad, diversidad que toca a su fin cuando triunfa la igualación de todos los contenidos puesta de manifiesto por una de las sociedades, la occidental, lo que haría verdadera la afirmación de G. Bueno a propósito del final inevitable de la antropología: él mismo cita a Lévi-Strauss para decir que tal ciencia no parece tener otra salida que convertirse en estudio de gabinete.

Pero no entiendo bien el razonamiento que hace en contra la etnología, o de la interpretación filosófica que yo propongo. ¿Por qué no puede aceptarse una igualdad fundamental "como clave de la estrategia de análisis" de la etnología, igualdad que consistiría, a tenor de las ideas de Hobbes, precisamente en que cada una de las culturas es concebida como enemiga de las demás? Creo que no hay incongruencia en esto, pero me temo que el argumento de David es mucho más complejo de lo que aparenta, por lo que le pido encarecidamente que lo desarrolle. Le pido además que haga hincapié en la relación de los conceptos de accidentalidad, diversidad e igualdad con las aportaciones de la sociobiología y la etología, a que él mismo se refiere de pasada.

Mientras llegan esas razones, que pueden contribuir decisivamente a la aclaración de muchos términos de este debate, yo doy algunas otras que ayuden a precisar mi posición. Espero que David halle en ellas motivos para restarle incoherencia.

Siendo todas las culturas etnocéntricas, una muestra de lo cual es, entre otras, que cada una se atribuye el concepto de lo humano y relega a las otras, si no a la animalidad, sí a un terreno indefinido, no tematizado, donde la pertenencia a la especie no se discute ni se afirma, solamente una de ellas ha emprendido el camino efectivo de la asimilación y destrucción de las demás. Y ha tenido un éxito indiscutible.

El origen de este éxito no es exactamente el monopolio del poder por parte del Leviatán, pues, pese a que cada Estado debe definirse por su tendencia al centro, que lo es a la universalización, y distinguirse así de las sociedades grupales y aldeanas, muchos Estados han detenido la asimilación de lo extraño en un cierto límite. Ha sucedido, por ejemplo, con la dominación de los árabes en España, que permitió los usos y costumbres de los vencidos, razón por la que, cuando fueron expulsados, apenas dejaron otra huella que la arquitectónica, y aun ésta es discutible. Y ha sucedido también, si no estoy errado, con la dominación de los mayas. Lo que hace de la sociedad occidental un estómago capaz de deglutir todo es el capitalismo, que falta en otras civilizaciones. Lo afirma Marx en El manifiesto comunista: la burguesía capitalista se caracteriza "por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes".

Y más abajo: "La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. La baratura de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza". (Subrayo estas últimas palabras).

Este es el sentido general de la confrontación a que hoy asistimos. No otra es la lucha a muerte que ha implantado triunfalmente esta sociedad. Hasta ahora, las sociedades podían vivir en la diferencia, pero eran indiferentes entre sí, cosa que no puede suceder en adelante. Es fácil discrepar de Marx en los detalles, pero en lo esencial tiene toda la razón. Por ese motivo, la etnología no debería brindar al filósofo ni al antropólogo una ocasión para entonar esa larga letanía de lamentos que carece de todo objeto. No tiene sentido llorar sobre el pasado. Y no vale, por recurso a él, dividir a los actuales, por un lado, en herederos de los vencidos, que se sentirían con derecho a exigir no sé qué reparación a los demás, y, por el otro, en herederos de los vencedores, que creerían hallarse en posesión de motivos para el orgullo. Quiero decir que me parece inútil analizar si yo, nacido en España, desciendo más de Viriato que de Escipión con el fin de identificarme anímicamente con alguno de los dos. Estos asuntos son propios de la fantasía. La realidad es que yo soy, para bien o para mal, un producto de la sociedad burguesa, por lo que no me resulta fácil entender que alguien, tras pensarlo con un mínimo de seriedad, mantenga la opinión contraria. Ni viriato ni Cortés, si soy español; ni Moctezuma ni Cortés, si soy mejicano..; y así sucesivamente. En este punto, somos lo que somos, no lo que elegimos ser.

La victoria está garantizada a estas alturas sin duda alguna. Cito a David: "la idea de una sociedad universal (de rasgos, por cierto, occidentales) en sus distintas formas (desde la ONU al Estado mundial que defendió alguna vez Russell) no es ya quimérica a la altura del siglo XXI, y quizá, al cabo, no estemos demasiado alejados de esa victoria de la cultura occidental...". Le corrijo solamente una expresión: en el momento presente ya no es solamente una idea, un proyecto por hacer, sino algo mucho más real y efectivo, que finalmente no coincidirá con los proyectos de la ONU ni con el Estado defendido por Russell.

Un saludo a todos. Emiliano Fernández.


Symploké 0247
Fecha: Sábado, 12 Abril 1997 08:22:38 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Cultura 10

Estimados contertulios:

Se me acusa de ser hegeliano. No soy hegeliano porque en algún punto coincida con Hegel. También Marx suscribiría lo que decía Hegel. El problema no es la verdad de Hegel sino la falta de verdad de la tesis opuesta: Hay un deber ser kantiano, un reino de los fines que no tiene nada que ver con lo real. Hay un deber ser en contraposición con el ser. Se puede llegar a sostener que formas culturales vencidas por otras eran mejores que aquellas que las vencieron y eso ¿cómo es posible? Sugiero que se medite esto: la alternativa es peor: es idealismo moral histórico.

Puede afirmarse como tesis filosófica seria, tal como se viene a decir en el "Symploké" que el hombre está constituido por la cultura. Por ello, los conflictos humanos son conflictos entre culturas. Ya que la cultura está trascendentalmente ligada al hombre, se trata de determinar qué formas culturales deben prevalecer sobre otras, puesto que la religación del hombre con la cultura no puede concebirse como una relación tranquila, pacífica, sino como una relación dialéctica, conflictiva, turbulenta, pues no hay una cultura, sino múltiples y sus formas están contrapuestas entre sí, vamos que la cultura es algo internamente contradictorio.

Hoy día, los salvajes casi no existen y los bárbaros (las otras culturas opuestas a la civilización occidental: la islámica, la china, la japonesa, la hindú, la africana, &c.) se aprestan a sobrevivir, aunque son vías muertas y confluirán o convergerán finalmente con la occidental, la civilización predominante a nivel mundial o universal.

Atentamente, Felipe Giménez


Symploké 0248
Fecha: Sábado, 12 Abril 1997 08:33:47 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda
Título: Puntualización

Estimados amigos:

Por el interés que pudiera tener mis aportaciones pasadas y por la importancia filosófica de las ideas que tiene el mensaje último de David, quiero hacerle alguna puntualización que espero sea útil para desenredar la madeja que hay en nuestro debate.

Dice David que "si, por un lado, asumimos la igualdad esencial de los individuos de nuestra especie respecto a su constitución corporal y anímica, y derivamos sin más de su interacción la institución del Estado, a la cual reducimos los otros contenidos característicamente culturales, obviamente, las diferencias entre éstos se calificarán de accidentales, ya que no serán inherentes a la naturaleza de nuestra especie ni a los caracteres de la institución estatal que los contiene. De este modo, la diferencia entre estos contenidos quedará a lo sumo reducida a la diversidad del medio donde se inscribe cada colectividad".

Yo no he defendido que la institución estatal derive sin más de la interacción entre individuos iguales. En esto no sigo el modelo contractualista de Hobbes, que entre sus virtudes no cuenta con la de explicar el origen real del Estado. Sí he dicho, siguiéndolo, que, una vez surgido el Estado, la violencia de los individuos y los grupos no desaparece necesariamente, sino que se torna ilegal, y que, en consecuencia, aquellas sociedades que carecen de Estado son sociedades donde el derecho a la violencia no es legal ni ilegal, pues no hay ley para determinarlo. Estas últimas son las sociedades en estado natural.

Hobbes duda de la existencia generalizada del estado que llama de guerra de todos contra todos, y, para poner un ejemplo de él, recurre a las guerras civiles. Los salvajes, parece pensar, o bien viven en la brutalidad descrita en los cinco adjetivos que mencioné en otro mensaje, o bien viven en pequeñas familias que logran preservar la paz por causa de la "natural lujuria". Esto último es lo cierto. La "natural lujuria" es el parentesco, la organización de las relaciones entre los hombres según los lazos sexuales, que es la verdadera organización política de las sociedades primitivas. Parentesco y Estado serían, pues, las notas diferenciadoras últimas.

Pero no sé de dónde surge la institución estatal, ni espero que se pueda deducir de mis palabras una tesis al respecto. En esto me parece que no puede seguirse el modelo contractualista de Hobbes, que es un modelo lógico más que etiológico. Sí estoy convencido, en cambio, de que el estudio de las sociedades primitivas puede arrojar luz sobre un asunto de capital importancia como es éste.

Tampoco sé que la especie humana posea una sola característica inherente a su naturaleza. Pienso además que esta especie no tiene verdadera naturaleza.

Me agrada que David haya planteado el problema en estos términos, los propios de una antropología filosófica. Acepto, pues, que el hombre no tiene ser, sino hacer. Que transforma lo que toca y que, al hacerlo, se transforma él mismo en otra cosa que antes no era.

Vayan estas notas para aclarar un poco más mi posición. Solamente hago una última pregunta a David: ¿en qué sentido se puede decir de ella que es relativista? Conste, por si quieres contestarla, que no me molestaría lo más mínimo que lo fuera.


Symploké 0249
Fecha: Lunes, 14 Abril 1997 09:43:10 +0200 (METDST)
De: David Alvargonzalez
Título: Más comentarios al señor Camprubí

En su carta «Nacionalismo y relativismo cultural:2» del pasado 10 de abril, el señor Camprubí matiza algunas de las afirmaciones anteriores hasta tal punto que, de haber leído yo entonces esta exposición de ahora, no me habría animado a hacer los comentarios hechos: se admite que la viabilidad de un nuevo estado no depende sólo de los factores propuestos (la rentabilidad económica y la aquiescencia de los siete), se admite la importancia de los factores geoestratégicos, se admite que la rentabilidad económica debe ser evaluada a largo plazo (lo cual es tanto como afirmar que se puede posponer a plazo corto y medio), se diferencia la política de la administración (dicho sea de paso: como si pudiera existir una economía que no fuese, necesariamente, economía política), &c.

Sin embargo, queremos ahora a añadir más comentarios porque esta segunda entrega de Camprubí deja a la vista muchos de sus principios: principios en filosofía de la historia, en filosofía política, y en filosofía del lenguaje. Por supuesto, no es este el lugar para poder discutirlos con el detalle que se merecerían pues agotaríamos la paciencia de los demás contertulios; pero sí, quizás, haya tiempo, al menos, de contraponerlos a algunos de los nuestros, para que se aprecie mejor por qué nuestras posiciones son, necesariamente, diferentes.

En primer lugar, a la vista de la historia no sólo milenaria sino también reciente, no creemos que se deba infravalorar la importancia de los ejércitos: es más, igual sería preferible que nuestro país tuviera un ejército aún mejor que el que tiene, más dotado, más potente, a poder ser con armamento nuclear, y con la máxima independencia y soberanía posibles en cuanto a sus suministros y su tecnología. Este perfeccionamiento es posible como un objetivo a medio plazo: «los molinos de los dioses muelen despacio» y no se ven las razones para bajar la guardia. Al fin y al cabo, puesto que el Derecho internacional no es ejecutado por ningún poder supranacional (los E.U.A. ejecutan lo que les interesa a ellos), seguimos en la situación hegeliana en la que «la guerra es el juicio de Dios en la Tierra», la continuación de la política por otros medios. Para nosotros, en contra de Ortega, «mandar es empujar» o, al menos, estar en condiciones de poder empujar, si llega el caso. Resulta chocante que el señor Camprubí admita la importancia de los factores geoestratégicos y niegue el papel esencial de los ejércitos (y de las alianzas militares). Sobre este asunto, una cuestión más, de carácter doméstico que, quizás no interese a nuestros compañeros de fuera de España, pero que es importante en el «tema catalán»: En la transición española al régimen actual democrático-monárquico, el Rey Juan Carlos, Jefe de los tres ejércitos, empeñó su palabra ante los estamentos militares de que la transición se haría sin poner en peligro la unidad de España. Y cumplió. Los ejércitos españoles tienen una organización centralizada, a través de la Junta de Jefes de Estado Mayor y, en el límite, de la figura del Jefe del Estado, que hace que cualquier secesión de una parte del territorio español tenga que contar con el permiso de ese poder central militar. A la monarquía no le interesa la secesión, y el Rey Juan Carlos, que es Jefe del Estado y de los ejércitos, es, además, como dice Pedro de Silva, el primer agente de la CIA en España. Pero no está donde está por esta razón solamente; está donde está, sobre todo, como él mismo dice, porque lo puso Franco.

Sobre la «pérdida de soberanía de las naciones en beneficio de las empresas» es muy poco lo que vamos a comentar porque el tema es muy extenso: el sentido general de nuestra posición es que se ha exagerado mucho este asunto. Del hecho de que la economía sea internacional y de que haya empresas multinacionales no se ha seguido una redistribución de la riqueza entre los diferentes países; al contrario, las diferencias siguen aumentando. Por tanto, se deduce que las empresas multinacionales son, como tantas veces se ha dicho, una nueva forma de colonialismo, pues drenan los beneficios obtenidos en un país extranjero hacia su país de origen. Esas mismas empresas buscan asentarse en aquellos países donde las condiciones del mercado laboral les son más favorables y, por tanto, continuan en el extranjero la explotación que ya no pueden hacer en su propio país (por cuestiones de legalidad, sensibilidad social, &c.). Es decir, que podría ser que el capitalismo multinacional en vez de debilitar la soberanía económica de las naciones la estuviera reforzando. De otra manera no se entenderían muchos de los procederes de la política internacional, por ejemplo: si la economía está tan globalizada, ¿por qué tuvieron tanto interés los alemanes en cerrar nuestras fábricas, en comprarlas, &c.?

La distancia que nos separa de Camprubí en cuestiones de filosofía del lenguaje es tanta que no estoy seguro de que haya ese mínimo acuerdo que se requiere entre dos interlocutores para cualquier discusión. Desde luego, para nosotros, el fin último del lenguaje no es la comunicación, como supone Camprubí. Y ello, entre otras cosas, porque los idiomas nacionales valen tanto para comunicar como para incomunicar y, por tanto, para separar objetivamente unas áreas geográficas de otras. (Dejamos a cada cual la valoración de si la política lingüística de los sucesivos gobiernos catalanes busca más la comunicación entre catalanes -a quienes, al parecer, no les sería suficiente el español para satisfacer todas sus «necesidades comunicativas»- o busca, más bien, la incomunicación de lo catalán con el resto). Además, lo específico de los idiomas nacionales no es la comunicación, aunque sólo sea porque hay muchas otras formas de comunicación no verbales. Concebir los idiomas nacionales como una «forma de comunicación» es no captar la diferencia esencial entre ciertos códigos de comunicación (por ejemplo, los usados por muchos animales) y el lenguaje verbal y escrito específicamente humano. Por otra parte, para nosotros, la viabilidad de un idioma, y su importancia en la historia universal, sí está relacionada con el número y «calidad» de los hablantes que tiene: un bable circunscrito a unos pocos valles y unos miles de hablantes tiene sólo un interés arqueológico.

Por la respuesta del señor Camprubí aprecio que no nos explicamos suficientemente cuando hablamos de estados que pudieran ser considerados insignificantes, una especie de «sinsentido» en términos históricos. Mi referencia fue tan breve que, de ningún modo, podría haber sido correctamente entendida. Tiene razón Camprubí cuando dice que la fragmentación de unos países redunda en beneficio de los fuertes, los que no piensan en fragmentarse e incluso siguen vías de unificación. Por eso no es raro que Pujol sea bienvenido en Alemania puesto que este país sería un claro beneficiario de una España rota. La reflexión que debemos hacernos es, entonces, ésta: ¿acaso al dividir España no estamos debilitándonos todos, haciéndoles un favor a nuestros competidores, disminuyendo nuestra presencia en las decisiones internacionales? ¿Acaso una hipotética conformidad de los siete (suponiendo que estuvieran de acuerdo entre sí, lo cual es mucho suponer) no sería un indicio de su interés por quitarse de en medio un posible competidor? España es un país intermedio: no está entre los siete y, en ese sentido es un satélite; pero dentro de los satélites también hay clases. España tiene unos niveles de soberanía muy superiores a los de otros estados, y la presencia internacional de la cultura y el idioma español está muy por encima de lo que se deduciría de criterios estrictamente económicos (porque es el resultado de una historia que no es sólo historia económica).

Su división en estados más pequeños implicaría un retroceso en nuestra posición respecto de terceros y, supondría de hecho, ceder aún más soberanía a los grandes. Y, como ya dijimos, en el límite, un estado muy pequeño, aunque sea viable, es un «sinsentido» histórico y político porque las decisiones internacionales no pasan por él, y porque tiene su soberanía reducida al mínimo.

Una última cuestión acerca de la influencia de la caída de la URSS sobre el referéndum quebequés: en un momento de su exposición, el señor Camprubí afirma que el reciente referéndum sobre la independencia de Quebec no habría sido posible antes de la caída del Muro de Berlín. Propone Camprubí, con audacia, una pregunta (dando por supuesta la respuesta negativa): «¿Era planteable el referéndum secesionista de Quebec cuando los países comunistas tenían intacta su potencia militar y sus mercados estaban vedados a los países capitalistas?» ¿Era este referéndum planteable antes de que «los países del Este cayeran sepultados por los escombros del Muro de Berlín»?

Pues bien, la respuesta es, sencillamente, que sí. Como es bien sabido, en l980 hubo una primera consulta en referéndum sobre la cuestión de la soberanía de Quebec.

Un saludo muy cordial,
David Alvargonzalez
Departamento de Filosofía. Universidad de Oviedo.


Symploké 0250
Fecha: Domingo, 13 Abril 1997 21:48:32 -0700
De: Javier Pulido Biosca / fjpulido•dns.moomsa.com.mx
Título: Re: Lucha a muerte

Esto me parece aberrante, pero si así piensas...

> Las culturas humanas están empeñadas en una lucha a muerte entre sí pues son incompatibles entre sí. No se puede ser a la vez católico y budista o musulmán de vez en cuando y partidario también de Quetzalcoatl. No se puede producir la pederastia y a la vez ser civilizado o moral. Tampoco es compatible vivir en sociedad y abrirle a uno el pecho para sacarle el corazón. <

"Tomemos dialécticamente"... ¿qué clase de broma es esta?

> El día que tomemos dialécticamente lo que ha ocurrido y nos dejemos de moralina judeocristiana daremos un paso adelante. <

Los españoles eran muy

> malos y mataron a muchos buenos indios, que no tenían ni escritura, ni ciencia, ni rueda, pero eran buenos salvajes. Esa leyenda se inventó en el siglo XVI para desprestigiar a España. España mató a muchos, bueno, pero mira cuantos quedan todavía. Eso es que no mataría a tantos. Los norteamericanos sí que hicieron una buena, pero nadie habla de ellos. <

Es cierto lo que dices de los gringos, pero los españoles, con su "civilización", su rueda y sus universidades introdujeron toda esa mojigatería judeo-cristiana, la voracidad por el oro y las joyas, la hipocresía, la traición.

Sí introdujeron un idioma, que hablamos en América, pero que tiene una pobreza enorme en cuanto a expresar los misterios y la armonía del universo, cosa que sí captan las lenguas oriundas de América, que entre otras cosas tienen una gran riqueza poética, que el español (como lengua) ni entiende.

Es cierto que con España ingresa América en la historia universal, pero eso que llamas historia universal no es más que la secuencia de voracidades y marrullerías efectuadas con tal de obtener el poder, cuando el verdadero poder es el que tiene el hombre sobre sí mismo.

Eso que llamas historia universal no es más que la historia de los prejuicios europeos para justificar la enorme explotación que hicieron de sus colonias.

Lástima que hay mucho europeos que, no obstante sus títulos y subtítulos académicos nunca quisieron comprender a los hombres que "civilizaron", efectuaron traducciones aberrantes de códices, inventaron dioses y demonios y cuando se les llama a cuentas dicen que no son "relativistas", no se trata de relatividad, sino de ver los errores de la propia cultura y eso requiere de algo cuya carencia suscita guerras: conocerse a sí mismo.

Javier Pulido Biosca


Symploké 0251
Fecha: Lunes, 14 Abril 1997 11:35:32 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda
Título: Moral y cultura

Estimados contertulios:

Quiero volver a insistir en que tomar decisiones es algo que solamente puede suceder dentro de ciertos límites. Un hombre sensato elige lo que es factible, por lo que no se decidirá por la inmortalidad, la felicidad libre de todo dolor, el reino futuro, la salvación del género humano o el paso al Siguiente Nivel en un ovni que cabalga a lomos del cometa. No digo esto último sin la consternación de comprobar el poder de las fantasías soteriológicas.

Tampoco se puede optar entre ser civilizado o ser salvaje, y no porque alguna de las alternativas sea superior o inferior, cosa imposible de determinar por otro lado, pues seguramente han existido pueblos salvajes cuya vida no vale la pena vivir, lo mismo que han existido estados que han subyugado a sus súbditos hasta extremos intolerables, sino porque una de las dos no existe ya. Si no fuera así, yo no lo dudaría un instante: ¡larga vida de siglos a los bosquimanos del Kalahari, a los Waika de la selva brasileña, a los Arunta del desierto australiano, aunque después los diseque todos la afición museística de Occidente! Pero esta clase de manifestaciones del deseo pertenece a la quimera. Pueden valer para construir ensoñaciones utópicas, pero no para que un hombre de temple práctico y realista las tenga en cuenta a la hora de elegir.

Me apresuro a declarar que mi inclinación anímica a favor del salvaje no me impide percibir que en la mayor parte de las ocasiones éste ha servido para proyectar, positiva o negativamente, valores occidentales. Unas veces se ha visto en él el reverso de las maldades occidentales, el mito naturalista roussoniano, en contra seguramente del espíritu que animaba a Rousseau.

Otras el compendio de todas las miserias y brutalidades de que es supuestamente capaz la naturaleza humana sin sometimiento a norma. En ambos casos ha sido un producto de la mitificación y no del estudio, una descripción de las frustraciones y esperanzas de los occidentales y no de la vida real de los salvajes. Ha sido, en fin, ideología, racionalización secundaria de las costumbres europeas. Más que un objeto, el antropólogo acababa estudiando su propia imagen de occidental en un espejo.

No tengo nada que discutir con quien se niegue a aceptar cualquiera de estas dos mitificaciones. Y menos aún con quien se niegue a tenerlas como alternativa de una elección moral. Pero de ahí a decir que las organizaciones del pasado han desaparecido por ser éticamente inferiores hay un trecho injustificable. No estoy seguro de que alguien lo haya defendido realmente en esta tertulia. Pero, por si fuera el caso, me adelanto a decir que la mejor defensa de tal posición que yo conozco es la hegeliana, que vio en la realización de la idea ética por el Estado moderno el altar que justificaba el sacrificio de muchas generaciones humanas.

Pienso además que la idea de sacrificio obedece a una necesidad de la teodicea: la de mostrar los sucesos humanos como medios para la realización de un fin superior cuyo solo presentimiento bastaba para justificarlos. Y me parece que es más aconsejable dejarlos como sucesos que no remiten a nada, como hechos desnudos que no revelan tras de sí ningún sentido. Si la felicidad no mueve a la búsqueda de fines que la justifiquen, tampoco debe mover su contrario.

Puesto que en esta tertulia se han hecho alardes continuados de ateísmo, supongo que no estará de más pensar que todo intento de justificar la extinción del pasado quizá no pase de ser un resto de la defensa de Dios en la Historia, que tuvo su inicio más claro en S. Agustín. Y tratar de restaurar el reino de los fines en el decurso de la Historia, una tesis cuyo inmediato rendimiento teórico es el de servir de punto de referencia desde el cual, por su mayor o menor aproximación a ellos, catalogar a todas las culturas en mejores y peores, es lo que más se acerca, a mi juicio, a ese idealismo justificador que se alza sobre los hechos para verlos desde una perspectiva muy próxima a lo religioso, si es que no es heredera directa de lo religioso, una versión secularizada de la teodicea. En lugar de ello, yo prefiero la posición del pagano, del pensador que ve la historia como un resultado ciego de fuerzas que actúan al azar.

Esta posición sigue dejando algún margen a la elección moral, no tanto como quisiera el que pretenda instaurar la justicia en el mundo, pero sí el suficiente para oponerse a las injusticias que va encontrándose en él. No se trata, pues, de ver qué culturas deben prevalecer, lo que solamente podría determinarse por su alejamiento del Bien, sino de ver qué aspectos de ciertas culturas no se deben aceptar. No si debe seguir existiendo o no la cultura global de los Yanomami -su lengua, organización política, costumbres..., que de todos modos desaparecerán, lo quieran o no nuestros criterios morales-, sino si algún aspecto de ella es inaceptable para una persona de criterio moral. Baste un ejemplo concreto, más cercano a nosotros: no deben prohibirse las creencias y prácticas de los Testigos de Jehová, pero sí se debe imponer a alguno de ellos la transfusión de sangre cuando los médicos lo vean necesario para salvarlo de la muerte.

Un saludo, Emiliano Fernández.


Symploké 0252
Fecha: Lunes, 14 Abril 1997 13:29:52 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Cultura 11

Estimados contertulios:

Debo responder por alusiones a las intervenciones de D. Javier Pulido y de D. Emiliano Fernández.

A D. Javier Pulido le respondo lo siguiente y le pido que se fije bien en lo que estoy escribiendo:

1. Tomar dialécticamente algo es superarlo y no verse invadido por la memoria que paraliza la acción y el pensamiento lúcido. Eso es lo que les pasa a todos los que tanto hablan de tal "genocidio".

2. La voracidad por las riquezas ha impulsado la constitución del capitalismo para bien y para mal. No creo que los súbditos del Gran Inca fueran un dechado de honestidad por su espíritu abyecto de someterse al Hijo del Sol.

3. El idioma español es universal. Es la lengua de un imperio. Un imperio provoca que el idioma se enriquezca. El español puede hablar de cualquier cosa. Le pido que lea a San Juan de la Cruz. No creo que las lenguas amerindias sean más ricas que el español. Fue España la que descubrió a América y no al revés.

4. Claro que hubo explotación, no pretendo justificarla. Las cosas son como son y el pasado no lo puede cambiar nadie. Hay que partir de lo que hay y dejarse de sentimentalismo.

5. Claro que hay errores de la propia cultura, menos desde luego que en las demás.

A Emiliano Fernández le respondo de la siguiente manera:

1. La cultura nos constituye y no es algo accidental al hombre. No podemos optar entre el salvajismo y la civilización al principio. Hay antropólogos que parece que optan, puesto que sostienen que los valores morales de tales culturas bárbaras o salvajes son mejores que los de las culturas civilizadas.

2. No soy agustiniano ni progresista. Creo que la historia es fruto del azar, pero creo también que las culturas son incompatibles entre sí y que los conflictos humanos son conflictos culturales, por bienes culturales y que unas culturas predominan sobre otras porque son más aptas para sobrevivir. En esto soy más hegeliano que kantiano. No defiendo a Kant, muy al contrario, rechazo su idealismo. Hegel es realista, pegado al terreno.

Atentamente, Felipe Giménez


Symploké 0253
Fecha: Lunes, 14 Abril 1997 15:52:10 -0200
De: Alberto Luque / aluque•pie.xtec.es
Título: La historia, último reducto de la trascendencia

Estimados contertulios:

El debate se diversifica ferazmente. No es posible atender a todos sus escollos. No es malo proceder por partes. Ahora sólo me gustaría añadir algo a las inteligentes apreciaciones de Emiliano Fernández.

Venero su tono de cautela, de completa cortesía, cuando dice que «no está seguro» de que alguien en esta tertulia se haya atrevido a afirmar que las civilizaciones desaparecen a causa de su inferioridad ética. Pero sí hay alguien que lo ha afirmado, y no hay por qué rasgarse las vestiduras. Ese alguien no es otro que Felipe Giménez. Además, lo ha expresado de manera inequívoca. Tan inequívoca que incluso recalca las cosas de manera a hacernos creer que, por su parte, el asunto está claro y zanjado. Personalmente, aunque estoy lejos de llegar a sus conclusiones morales (ergo políticas), no me escuecen en absoluto, y me parecen dignas de ser discutidas con serenidad y frialdad, sin suponer o dar a entender que a Felipe no le queda otra salida más decorosa que dar su brazo a torcer. Lo digo porque, ¡claro!, yo comparto casi milimétricamente el sentir y el razonar de Emiliano, pero en la entrañable cortesía de sus alusiones encuentro ese deseo ético de que verdaderamente Felipe no esté defendiendo el estatalismo descarnado de Hegel, el «realismo» político, como lo llama Felipe. En resumidas cuentas, que si Felipe está defendiendo apodíctica y claramente una postura que parece ser intolerable para la sensibilidad de los otros, eso no justifica que se le encasqueten atenuantes. Si alguien está autorizado a atenuar la dureza de sus ideas es el propio Felipe, si lo considera oportuno. Yo acepto literalmente cuanto dice, y me parece justo discutir sobre lo que dice en lugar de suponer que ha querido decir otra cosa quizá más angelical.

La imagen de la historia como un auténtico tiovivo, sin dirección ni objeto, como mera acumulación de azares dramáticos o grotescos es muy ética, muy profunda. La comparto con Emiliano en los momentos de desánimo. Es más: creo que la historia, como alguna vez he recordado en este mismo foro, no es más que una «sucesión de estados de ánimo», según decía un personaje de La terraza de Ettore Scola. Y ciertamente esa visión radicalmente pesimista que Emiliano defiende deja margen a la «elección moral». El escepticismo es un territorio habitable. Quienes no lo asimilan siguen de alguna manera sujetos al sentir religioso. De nuevo vengo a coincidir en todo con Emiliano.

Cuando Sartre acusó a la ciencia de Lévi-Strauss de tratar a los hombres como si fuesen hormigas, el gran antropólogo asumió el letrón como un elogio. Sí, eso es precisamente lo que hace la antropología: tratar a los hombres con la misma frialdad racional con que un entomólogo trata a los bichitos --también, quizá, con el mismo amor a su existencia en bruto. Pero la asunción llevaba represalias serias: Lévi-Strauss respondió al gran filósofo que, en cambio, él había tratado de convertir la historia en el último reducto de la trascendencia. Eso valía por una inequívoca acusación de misticismo a toda la filosofía existencialista.

El fondo y lo más ardientemente importante de todo este debate que ahora nosotros reiteramos está en un concepto que sólo Emiliano ha mencionado hasta el momento: la felicidad. Que una civilización sea superior a otra por su tecnología o por su sentido de la rectitud cívica o por su amor al rigor matemático... puede convertirse en un asunto baladí, o en una racionalización de nuestras carencias profundas. Lo importante sería si una civilización hace más felices a los hombres que otra. Lo importante es ciertamente aquello que Lévi-Strauss reclamaba como un compromiso ético del etnógrafo con su propia cultura y que ahora Emiliano Fernández nos vuelve a recordar.

Ahora bien, este enjuiciamiento que Emiliano y yo compartimos con Lévi-Strauss es en sí un enjuiciamiento moral (amén de ético, propiamente). ¿Qué puede oponérsele? De seguro que no una vuelta a la superioridad técnico-intelectual de Occidente y del Estado de derecho, como intenta Felipe. Enfrentar consideraciones inconmensurables, unas de orden ético y otras de orden práctico-lógico, podría ser muy estéril. Tampoco puede impugnarse que argumentemos more etico, aunque de seguro habrá quien aborrezca de todo discurso ético como una filosofía de plañideras o de místicos o de mogigatos. Bueno, ¡habría que tenerlo en cuenta! Junto al pesimismo incurable al que aludo, también comparto el espíritu humanista del positivismo.

Una cosa más: el ejemplo sobre las transfusiones de sangre para los Testigos de Jehová no es claro completamente, en el sentido de ahorrarnos más consideraciones. En el terreno práctico-lógico-jurídico: ¿Quién tiene la potestad sobre los hijos, los padres o el Estado? En última instancia el Estado, que representa la razón colectiva como salvaguarda contra la posible sinrazón individual. Pero otra cosa: ¿Quién tiene la potestad sobre el alma de los muchachos? Según las creencias del Testigo, si el niño recibe una transfusión se condenará al fuego eterno. Prefiere que muera su cuerpo a condenar su alma. La prueba de amor no puede ser más grande, terrible, patética, romántica. De nuevo debe ser el Estado, la racionalidad jurídicamente, cívicamente organizada, quien decida en la práctica, quizá descargando al pobre padre de la tentación de cometer un pecado mortal y una crueldad infinita. Pero notemos que la decisión práctica correspondería siempre al Estado, aunque el Estado no fuese de derecho y sus leyes fuesen completamente absurdas o inhumanas. El Estado de derecho es buena cosa, como desde el principio de nuestras discusiones se supuso por tácito consenso. Pero lo bueno de una tertulia como ésta es la oportunidad que nos ofrece de volver a revisar todas nuestras convicciones, sea para consolidarlas, sea para dulcificarlas.

Un saludo. Alberto Luque.


Symploké 0254
Fecha: Lunes, 14 Abril 1997 16:39:36 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Idealismo

Estimados contertulios:

Alberto Luque ha mostrado los límites de su discurso claramente. Hay un deber ser, un reino de los fines al que debe subordinarse todo, incluso la acción política. Es desde esa prístina, ideal, armonista esfera desde donde se ha de evaluar todo el devenir histórico desde un punto de vista ético.

No soy hegeliano del todo. No hay causas finales, ni destino histórico, pero hay un determinismo histórico que los marxistas supieron ver. Las cosas, el rumbo de los acontecimientos históricos no ofrece duda alguna: el predominio de Occidente es completo a la altura de nuestro tiempo. Eso no es ni bueno ni malo en principio. Ahora, bien, cuando comparamos los valores morales dominantes en Occidente con los de otras culturas, la verdad, la superioridad de nuestra civilización es evidente. Es por eso por lo que ha triunfado sobre las otras. Los hechos son los hechos y no cabe negarlos. La antropología es un discurso occidental sobre los bárbaros, sobre las culturas primitivas. Si alguien simpatiza con tales culturas, muy bien, es un problema privado que carece de fundamentación científica y filosófica. Nunca se olvide que la posición opuesta a la mía es el idealismo histórico: Kant. Hay un deber ser distinto del ser desde el cual se evalúa moralmente el devenir y el presente.

No quiero volver a citar nuevamente a Gustavo Bueno. Todos conocen ya lo que anteriormente he escrito. Sólo quisiera decir que el relativismo cultural considera que todas las culturas son iguales e igualmente dignas de conservación y que el no relativismo sostiene que unas son más evolucionadas que otras, más fuertes o axiológicamente mejores. Igual que en las especies animales: sólo sobreviven y triunfan las más aptas en la lucha por el predominio. Si eso no gusta, bueno, qué le vamos a hacer. El sentimentalismo no ayuda nada a entender las cosas. La tesis opuesta tiene consecuencias más insostenibles. Eso es lo que me mueve a negar la verdad del relativismo antropológico, moral, político, ético, &c.

Atentamente, Felipe Giménez


Symploké 0255
Fecha: Martes, 15 Abril 1997 01:58:55 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: Acto en Madrid (II)

Estimados amigos,

Nos confirman que mañana martes, 15 de abril, a las 20:00 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, se presentará El mito de la Cultura con intervenciones, entre otras, de su autor, Gustavo Bueno.

Saludos
Pedro Santana Martínez, David Teira Serrano, Coordinadores de Symploké


Symploké 0256
Fecha: Martes, 15 Abril 1997 01:59:00 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: Sinopsis: Nacionalismo y Guerra entre culturas

Estimados compañeros,

Como my bien advierte Alberto Luque, la discusión se «diversifica ferozmente». Conviene pues intentar una sinopsis. Cabría distinguir, al menos, los siguientes cursos en la discusión: «Cultura y Nacionalismo» y «Guerra entre las culturas». La distinción carece de otro objeto que facilitar la sinopsis, ella misma muy precaria, pues la discusión está abierta y aquí sólo intentamos apuntar algunos de sus cursos para facilitar a otros lectores la participación en su desarrollo.

I. Cultura y Nacionalismo

Felipe Giménez introdujo en su momento en el debate la cuestión de si el nacionalismo no sería acaso la vertiente más viva, al menos en Europa, del debate acerca de la idea de cultura. La interesantísima discusión entre Joaquim Camprubi y David Alvargonzález vino a darle la razón. La riqueza de argumentos de ambas partes complica la sinopsis, pero cabría ensayar ésta.

Joaquim Camprubi efectúa una crítica de la idea de nación, particularmente como es ejercitada por algunos nacionalistas de la España actual, interpretándola con arreglo a distintos factores mundanos: por una parte, aquellos factores dados en el enfrentamiento entre colectivos o Estados, señaladamente enfrentamientos económicos y militares; por otra parte, los contenidos ideales atribuidos como característicos a cada cultura.

Respecto a aquéllos, señala cómo la gradual diferenciación en cuanto a su poder (económico o militar) del Grupo de los Siete respecto a los otros Estados facilita la constitución de una nación (y del Estado consiguiente) sólo con la acción en este sentido de un colectivo suficientemente organizado y su aceptación por parte de estos países, con independencia de lo que digan los otros Estados afectados, subordinados al poder de los Siete Grandes.

Los factores ideales resultarían, a su vez, del desarrollo de la acción del colectivo nacionalista, con la creación de «mitos» -dice Joaquim- alrededor de los cuales aglutinar a un número creciente de individuos en un programa de acción común:

«Por eso los mitos tienen una función imprescindible en el desarrollo de cualquier nación, como referentes o caminos por los que transcurre la actuación de los diferentes grupos, clases sociales y generaciones de esa nación. Pero caminos no determinados sino caminos que se hacen al andar. Esa indeterminación es la que justifica la Política como actividad de dirección (legislativa y ejecutiva) de las naciones, es decir, de sus habitantes, diferenciada de la Administración. Si el futuro de las naciones estuviera ya fijado (¿por quién?) o el camino ya trazado bastaría con la administración de los recursos para garantizar la supervivencia de una nación. Ni el pasado ni el presente de una nación basta para garantizar su viabilidad futura en un mundo cambiante.»

David Alvargonzález, por su lado, criticaba en estos argumentos la misma oposición entre factores económicos o militares e ideológicos, y la reducción de estos últimos a «mitos». Con sus mismas palabras:

«El sentido general de nuestros comentarios sería que, al utilizar, en el análisis de estos asuntos, los criterios de productividad económica que pueden aplicarse a ciertas empresas capitalistas, se está, inevitablemente, trivializando la cuestión. En primer lugar, porque se ponen en pie de igualdad estados que ya existen y tienen una larga historia y una cultura objetiva muy importante (en términos de la Historia Universal), como España, con estados que no existen y con grupos que no tienen todavía una cultura objetiva diferenciada suficiente. Y, sobre todo, se ponen en pie de igualdad culturas y lenguas con cuatrocientos millones de hablantes con culturas como la catalana o la vasca: como si fuera factible pensar, en un horizonte no utópico, que el catalán o el vasco llegaran a tener cuatrocientos millones de hablantes.»

La réplica ulterior de Joaquim Camprubi se apoyaba, precisamente, en la crítica de los criterios aquí expuestos, particularmente en el de la lengua: por una parte, se disminuía la importancia de la lengua como contenido cultural diferenciador (refiriéndose a la comunidad de cultura española y portuguesa); por otra, se disminuía la importancia de su número de hablantes como índice de sus posibilidades adaptativas, prefiriendo más bien «su capacidad para ser vehículo de comunicación en todos los ámbitos de la actividad social».

David Alvargonzález contestaba, a su vez, introduciendo nuevos elementos en el debate (que ojalá sean objeto de nuevas discusiones) e impugnando las objeciones de Camprubi en sus mismos fundamentos: «para nosotros -dice Alvargonzález-, el fin último del lenguaje no es la comunicación, como supone Camprubí. Y ello, entre otras cosas, porque los idiomas nacionales valen tanto para comunicar como para incomunicar y, por tanto, para separar objetivamente unas áreas geográficas de otras». Así, aun cuando se compartiesen otros contenidos culturales, la diferencia de lenguas sería ya un signo de divergencia, más significativo cuanto mayor su número de hablantes: «para nosotros, la viabilidad de un idioma, y su importancia en la historia universal, sí está relacionada con el número y «calidad» de los hablantes que tiene: un bable circunscrito a unos pocos valles y unos miles de hablantes tiene sólo un interés arqueológico.»

Ciertamente las contribuciones de ambos comunicantes apuntan a la importancia de considerar el valor cultural de una lengua relacionándola con otros contenidos culturales a los que vaya aparejada: la diferencia radicaría, quizá, que estos otros contenidos son, en el caso de Joaquim Camprubi, genéricos (como universales son el enfrentamiento económico o militar, que, en su opinión determinarían la evolución de una cultura), y en el caso de David Alvargonzález específicos (en la medida en que las misma organización de la economía o la guerra suponen unos u otros contenidos culturales). Esperemos que la discusión de ocasiones para desarrollar ambas perspectivas (que, de algún modo, son las que distinguen al materialismo marxista del materialismo filosófico).

II. Guerra entre las culturas

De nuevo es Felipe Giménez quien ocasiona el debate introduciendo el motivo del enfrentamiento entre las culturas, o de otro modo, la imposibilidad de su convivencia armónica. Emiliano Fernández se oponía a la pretensión de universalidad de este argumento con una reducción al absurdo:

«Si fuera cierto, hace tiempo que debería haber acabado la contienda. En un período que se debe contar por decenas o centenas de milenios ya deberían haberse cumplido todas las posibilidades de una lucha como la que él dice. Y las posibilidades son solamente dos: o exterminio de los contendientes o triunfo de uno de ellos sobre todos los demás. Pero ninguna de estas cosas ha sucedido durante muchos miles de años. Luego Felipe está profundamente equivocado.»

Con ello no pretende sólo la admisión de la posibilidad de la convivencia armónica entre culturas, aun cuando reconozca la predominancia de las relaciones de dominación en la Historia, cuanto la crítica de la intención asociada al argumento de Felipe: si el conflicto es inevitable, de sus resultados se seguiría una escala de culturas en orden de superioridad, lo cual no admitiría Emiliano, ya que, a su entender, la asociación de unos contenidos culturales u otros (señaladamente morales o éticos) a la colectividad vencedora en el conflicto económico o militar sería azarosa, cabría desligar el ser del deber ser.

La razón que alegaría aquí Emiliano es que, con Marx, el auténtico conflicto auténticamente universal sería económico, el causado por la expansión del capitalismo, cuyos resultados cabría quizá interpretarlos desligando los contenidos del orden económico de los de otros ámbitos culturales. I.e., no se enfrentarían culturas globalmente, sino ciertos contenidos culturales a otros, y por ello convendría razonar por partes (sin aceptar u objetar completamente una cultura u otra) y, como él mismo sugiere, de un modo realista, atendiendo a lo agible. Por otra parte, creo que quizá una de las razones decisivas en la renuncia de Emiliano a evaluar la superioridad de una cultura sobre otra es que no ve modo de efectuar esta evaluación sin caer en la Teodicea, cuyo último exponente sería Hegel (aquí aparece un motivo recurrente en nuestras discusiones en Symploké, la teleología en la Historia).

Emiliano, por cierto, desarrollo en parte sus argumentos elaborando la distinción entre Civilización y Barbarie, donde yo mismo (D. Teira) expuse algunas objeciones particulares que Emiliano supo después matizar.

Respecto a Hegel y al comentario de Emiliano, el mismo Felipe Giménez exponía la clave de su argumentación:

«El problema no es la verdad de Hegel sino la falta de verdad de la tesis opuesta: Hay un deber ser kantiano, un reino de los fines que no tiene nada que ver con lo real. Hay un deber ser en contraposición con el ser. Se puede llegar a sostener que formas culturales vencidas por otras eran mejores que aquellas que las vencieron y eso ¿cómo es posible? Sugiero que se medite esto: la alternativa es peor: es idealismo moral histórico.»

Alberto Luque, señalando su coincidencia con Emiliano, insistía en el aspecto ético de la disputa:

«El fondo y lo más ardientemente importante de todo este debate que ahora nosotros reiteramos está en un concepto que sólo Emiliano ha mencionado hasta el momento: la felicidad. Que una civilización sea superior a otra por su tecnología o por su sentido de la rectitud cívica o por su amor al rigor matemático... puede convertirse en un asunto baladí, o en una racionalización de nuestras carencias profundas. Lo importante sería si una civilización hace más felices a los hombres que otra. Lo importante es ciertamente aquello que Lévi-Strauss reclamaba como un compromiso ético del etnógrafo con su propia cultura y que ahora Emiliano Fernández nos vuelve a recordar.»

Otros participantes expusieron de un modo más breve su opción en este debate: Adrián Faigon optaba sumariamente por el relativismo; Javier Pulido objetaba, en el caso de la conquista española de América, la incapacidad de la cultura española para poder apreciar contenidos muy significativos de las culturas indígenas, y, en consecuencia, postulaba la imposibilidad de pretender aquélla superior a éstas (denunciando en la conquista su exclusivo afán de dominación).

Saludos
David Teira Serrano


Symploké 0257
Fecha: Miércoles, 16 Abril 1997 17:04:56 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Presentación de "El mito de la cultura". Crónica

Estimados contertulios:

Procedo a dar cuenta del acto de presentación del libro de Gustavo Bueno "El mito de la cultura" que tuvo lugar en Madrid el 15 de abril de 1997 en el Círculo de Bellas Artes.

Intervinieron Gabriel Albiac, profesor de filosofía en la Universidad Complutense y columnista habitual en el periódico "El Mundo", José Manuel Vaquero en nombre de la editorial Prensa Ibérica, la que edita el libro de Gustavo Bueno.

Primero intervino de forma escueta, sintética, somera y breve José Manuel Vaquero ponderando el contenido del libro, del que hizo una sinopsis: La cultura como opio del pueblo distinguiendo, claro está, entre el ocio de los pobres (el fútbol) y el de los ricos (la ópera). Es el último gran mito del milenio, algo de lo que todo el mundo habla, pero que nadie sabe muy bien qué es. Otro gran mito conectado y derivado directamente del mito de la cultura es el mito de la identidad cultural y de la lengua propia. La cultura es la secularización de los contenidos del Reino de la Gracia.

José Manuel Vaquero dijo que el libro se había vendido muy bien y que se había agotado la segunda edición.

Gabriel Albiac tuvo una brillante intervención elogiosa para con el libro y para con su autor. Afirmó que el libro de Gustavo Bueno "El mito de la cultura" es un clásico ya desde su aparición en las librerías. Ser un clásico desde el momento mismo de su aparición es algo que se pueden permitir muy pocos libros. Tales libros clásicos brotan del corazón mismo de un tiempo determinado. El clásico tiene la propiedad de realizar un desvelamiento de algo que si lo consideramos más atentamente, nos resulta asombroso que nadie lo hubiera dicho antes. La amplia difusión de un libro tal garantiza además el que éste pueda ser considerado ya como un clásico.

Los problemas que plantea el libro de Gustavo Bueno son inmediatamente reconocibles por todos. Por esto es un clásico el libro de Gustavo Bueno. Es un objeto necesario cuya lectura no deja indiferente.

Bueno es el pensador académico más importante de la España del siglo XX. La filosofía es nadar contra corriente, pensar contra lo establecido, transgredir. Es una apuesta por el rigor. Es una anomalía. Es un arma demoledora contra la superstición, contra la sumisión, contra el sentido común, variante universalizada de la estupidez.

El filósofo cultiva la excentricidad, esto es, la inteligencia, su nombre más común. El libro de Gustavo Bueno es una pequeña intervención sobre un punto de la línea del frente, pero su intervención ha sido tan decisiva que ha conmovido el frente entero. El momento de la publicación de su libro es un momento clave en la producción en el horizonte teórico español que se caracteriza por su gran vacío y por su mistificación retórica e ideológica. Nos muestra Bueno la gran mugre ideológica vacía y huera de la cultura española de la Transición. Es una mugre igual a la que siempre ha habido en España. El libro de Gustavo Bueno constituye una auténtica arqueología de la miseria de la cultura. Es un libro corrosivo y subversivo caracterizado por su mucho rigor y mucha fuerza crítica. La filosofía no es desde luego una actividad para pusilánimes tal como dijo Espinosa.

La cultura es el opio del pueblo. Ahí se pueden contemplar los fastos de 1992 y lo que luego trajeron, su desenlace lóbrego. Hoy día la cultura es la coartada para todo. Es el consenso de un Estado incoherente e inconsistente. Funciona como sucedáneo de la religión, es ideología, falsa conciencia. En sentido propio la cultura opera en los arquetipos con los que ha operado la Iglesia Católica.

La gran mitología de la Cultura Nacional es uno de los elementos clave legitimadores del fascismo y del nacionalsocialismo. El fascismo no fue un movimiento anti-cultura, más bien todo lo contrario.

La ideología de la identidad propia del nacionalismo es excluyente, digámoslo ya de una vez. El nacionalismo dibuja un ámbito de la destrucción simbólica del otro, pero si es posible, opera con una destrucción física del otro.

El mensaje de Gustavo Bueno es como el de Epicuro en su carta a Pítocles: «Huye con las velas desplegadas de toda forma de cultura.»

Pierre Bayle afirma en su Dictionnaire Critique que la filosofía es como unos polvos corrosivos que no sólo corroen las llagas de la carne purulenta, sino también la carne viva y los huesos. La destrucción es lo que nos enseña Gustavo Bueno, pues es la función de la Filosofía.

A continuación habló Gustavo Bueno con su inteligencia, su gracejo y su gran erudición. Púsose en pie y comenzó su parlamento:

El mito de la cultura es el resultado de muchos años de trabajo, no diré que de meditación solitaria porque es un error considerar que la filosofía surge del espléndido aislamiento del filósofo, igual que es una majadería el que muchos profesores de filosofía se queden embobados con el cogito ergo sum de Descartes y con su duda metódica solipsista, como si eso fuera el no va más de la filosofía. Un sujeto que hiciera lo que Descartes recomienda, caería en una deprivación sensorial, esto es, se quedaría dormido. Nuestra alma está en los demás, está en las cosas. Hablar de algo interior es un error.

El libro es un intento de mostrar hasta qué punto las ideas-fuerza de cada época están en función directa de su oscuridad. Es por su oscuridad precisamente por lo que son Ideas-fuerza. Desafío a cualquiera de Vds. a que me defina qué es la cultura. Nadie sabe qué es la cultura. Es exactamente lo que pasaba con la gracia de Dios.

La filosofía no tiene por qué ser atea. Desde luego no puede ser en ningún caso agnóstica. Es mejor un católico que un agnóstico, que es una especie de creyente vergonzante, una especie de católico que viaja en primera a diferencia del pueblo vulgar con su fe de carboneros.

El ateísmo es una tesis filosófica. Ha de ser discutido filosóficamente. Lo que sí es rigurosamente cierto es que la filosofía es totalmente incompatible con la piedad. La filosofía es impía. Hay que despreciar a cualquiera que afirme que posee una fuente privilegiada e inefable de conocimiento a la que los demás hombres no pueden acceder. Hay que despreciar cualquier creencia irracional y dogmática. En contra del agnosticismo que afirma que en algunos temas nada se puede saber, el materialismo, la filosofía afirma que todo se puede saber. No cabe en filosofía el ignorabimus. Todo se puede criticar, al Papa y al Dalai Lama.

La filosofía está en contra de toda revelación, de lo irracional. Hay que combatir la falsa opinión del que se cree que su opinión por el mero hecho de ser proferida es respetable. No hay opiniones respetables. Las personas sí son respetables, las opiniones no. No hay que respetar las opiniones absurdas e irracionales. Nadie tiene una fuente privilegiada de revelación de conocimientos, mística.

El catolicismo es una religión de analfabetos. Se puede ser analfabeto e ir al cielo. No hace falta saber leer para salvarse. Basta con oír la palabra de Dios. Lutero y Gutenberg están aliados. La lectura es imprescindible en el protestantismo.

Según Tylor la cultura es un todo complejo que incluye todo. Gustavo Bueno afirmó que la cultura tiene una función eminentemente religiosa.

Cuando se hizo la exposición de Velázquez en Madrid, el público quedaba transfigurado después de ver la exposición.

¿De dónde le viene su prestigio a la cultura? Primero, la palabra cultura se refería a la agricultura. Funcionaba como una metáfora. Se trataba de la cultura animi, la cultura subjetiva. Ello aparece muy claramente en Cicerón y en Veleyo Patérculo.

Bueno propuso suprimir el término "cultura subjetiva" por "cultura subjetual". Hay que entender el sujeto como un sujeto con manos y laringe. Las operaciones no son otras cosa que separar y juntar cuerpos. De ahí surge y no de otro sitio, la lógica. La cultura subjetiva recae en el cuerpo.

Antiguamente, tal cultura subjetual recibía el nombre de crianza o educación. Tal concepto de cultura ha sido reasumido plenamente por la etología. Los etólogos contraponen cultura (memes)/naturaleza (genes). Los etólogos han descubierto que los animales también tienen cultura.

La cultura objetiva es un envolvente de los sujetos, algo que es suprasubjetivo. Surge con Herder y Fichte. De modo que la filosofía clásica alemana es la madre de tal confuso concepto. Se puede trazar perfectamente una línea de continuidad desde Fichte hasta la Kulturkamf de Bismarck y hasta la Constitución española de 1931 y por último hasta la constitución española de 1978, art 46 que define al Estado español como Estado de cultura.

La cultura es según Fichte el único objetivo digno de un Estado. Así era el genio alemán que parió la idea de cultura.

La idea de Cultura ha sustituido a la noción cristiana de Reino de la Gracia. La Gracia es un reino sobrenatural de dones del Espíritu Santo.

La Gracia es elevante, curante y santificante. Mediante el proceso de secularización, tales propiedades corresponden a la Idea de Cultura. Esto empezó con la Reforma protestante, que fomentó el individualismo. De aquí surge la psicología, término que utiliza por primera vez Goclenius. El protestantismo es el origen de un concepto tan curioso como el de la objeción de conciencia, que parte de la conciencia individual subjetiva como recinto absolutamente verdadero e inviolable. La conciencia como algo absoluto y sin crítica, es una majadería absoluta. La conciencia si es irracional, por mucha conciencia que sea, no vale nada.

La Nación sustituye en la contemporaneidad al Espíritu Santo que se expresa en el Volksgeist. Dios sopla a través de la Nación en vez de soplar a través de la gracia del Espíritu Santo. Así surge de aquí la Cultura Nacional.

Todas las contradicciones del Reino de la Gracia las hereda la Idea de la Cultura. La Idea de un Estado Nacional es absurda y contradictoria. Un Estado es una combinación o fusión de gentes diversas, esto es, de naciones diversas. La Nación es un concepto republicano que se expresa el 20 de septiembre de 1792 en la batalla de Valmy cuando los soldados franceses, sin Monarquía, gritan: Viva la Nación. Todo Estado une a varias gentes por encima de los vínculos de parentesco.

Hoy día el gremio antropológico ha sustituido a los psicólogos, quienes eran antiguos sacerdotes que colgaron los hábitos y se casaron, entonces se hicieron psicólogos. Ahora los antropólogos tienen como función investigar en España al servicio de los gobiernos autonómicos para mostrar que tal territorio tiene unas raíces culturales prehistóricas que justifican hablar de una "identidad cultural" prehistórica. Lo peor del nacionalismo es su racismo, que es terrible. El nacionalismo impide razonar y manipula las pasiones y la visceralidad. Esto ha sido fomentado por la Iglesia Católica.

La lengua es aislante. Fomenta la división y el aislamiento, sobre todo las lenguas minoritarias. Las normalizaciones lingüísticas buscan siempre en España las palabras más diferentes al español. El nacionalismo periférico en España no es más que el interés de unas élites caciquiles regionales y locales aduladas por el clero, el principal promotor de las culturas regionales.

Hay que subrayar la peligrosidad del mito de la cultura por su carácter emocional que toca las fibras más delicadas del ser humano: sus pasiones, sus emociones. No hay raciocinio en tal caso que valga.

La descomposición de España es un hecho. Hablar de nación de naciones es un error. España es un Estado multinacional, una unión de varias gentes diversas. La idea de cultura es un mito fuente viviente que organiza la Constitución Española de 1978. El término "Nación de Naciones" es un absurdo lingüístico, un concepto contradictorio, porque si fueran varias naciones, se acabarían fusionando.

El nacionalismo que está renaciendo es un fenómeno vivo muy difícil de diagnosticar. Es una de las aplicaciones más peligrosas del mito de la cultura.

No olvidemos que las culturas humanas son contradictorias entre sí y que libran una lucha a muerte entre ellas. Es que no son armónicas. Son incompatibles entre sí. En las comunidades autónomas con lenguas minoritarias en España, la contradicción real es entre el español y el inglés.

Así termino la conferencia-presentación del libro "El mito de la cultura". Hacía mucho calor y la sala estaba abarrotada por más de 300 personas. La gente quedó muy satisfecha de oír a Gustavo Bueno. Que me corrijan los hombres doctos si he cometido muchos errores de transcripción del discurso de los intervinientes.

Atentamente, Felipe Giménez


Symploké 0258
Fecha: Martes, 16 Abril 1997 19:31:44 +0200
De: Juan José Pino / jjpino•quercus.es
Título: Antropocentrismo

Estimados compañeros:

Me llamo Juan Pino; soy profesor de filosofía en un instituto de Monforte, en Lugo. Voy a simplificar. Para mí hay un par de hechos insoslayables:

1)El hombre es un animal, un primate que vive en sociedad, en bandas y en cada uno de estos grupos sociales compuestos por individuos diferentes, les suceden cosas diferentes.

2) Como los recursos son limitados, los grupos sociales compiten entre sí por ellos. Eso vale tanto para el robo de mujeres que se hacía en las pluvisilvas de Nueva Guinea como para conseguir una plaza de administrativo o catedrático en la universidad. Los recursos, por lo visto, siempre son escasos y los que intentan acceder a ellos, demasiados.

Precisamente y de forma muy general, la conjunción de estos dos hechos genera lo que se ha dado en llamar cultura (concepto de cultura que la etología y la ecología han extendido a otras especies animales, fundamentalmente porque, dado que los seres vivos no surgen de la nada sino de otros más o menos semejantes, cualquier característica con suficiente inercia evolutiva que se estudie en alguno de ellos estará distribuida y presente con una mayor o menor dilución en los restantes, como predice la teoría neoadarwinista).

Desde mi punto de vista, el problema de la cultura encierra dos dicotomías que se mezclan:

1) Individuo vs sociedad.

2) Naturaleza vs cultura.

Considero a la primera real, algo que puedes observar objetivamente, que puedes apoyarlo con datos e incluso analogías fructíferas desde el ámbito de la ciencia natural.

Sin embargo, soy escéptico respecto de la 2ª. Es más, creo que las discusiones en Symploké sobre el problema de la cultura, tienen un sesgo manifiestamente antropocéntrico. Dicho de otra forma se enfoca el problema desde el lugar equivocado.

Todos sabemos que una parte, y no banal, de la Hª del pensamiento ha consistido en derrumbar los errores producidos por nuestro antropocentrismo: éramos el centro del universo, hasta que Copérnico comenzó la ardua tarea de descentralizarnos, que llega prácticamente hasta nuestra época contemporánea; éramos el centro de la creación, el culmen de la escala natural, hasta que Darwin nos colocó entre nuestros compañeros de viaje; éramos cartesianos hasta la médula: todo es maquinal salvo nosotros que poseemos un alma, un cogito; pero ahora, las ciencias naturales, etología, neurofisiología, &c., aportan datos fehacientes de que acaso la conciencia, el pensamiento o alguna otra facultad humana 'superior' esté presente en otros seres vivos (presente en sentido empírico, no metafísico).

En fin, no voy a seguir con lo manido. Y, sin embargo, al hombre se le escapa de nuevo el hecho de que en la dicotomía naturaleza vs cultura (y tal vez derivadas, barbarie vs civilización, &c.) se encierra ¡otra vez!

una cuestión centrípeta al hombre.

Cuando las discusiones se embarcan en defender que, o bien unas culturas son mejores o superiores o 'algo más' que otras, o bien que todas poseen igual nivel de equivalencia, aquí se naufraga.

Si unas culturas son 'superiores' a otras eso sólo se podrá medir en última instancia por su supervivencia. Es ilusorio pretender que una clasificación de las culturas en función de si sus individuos llevan lanza u ordenador portátil, corbatas en vez de fíbulas de pluma de calao, nos diga algo importante sobre lo valioso que pudiese ser para los individuos una guisa o la otra. Es más, lo que se oculta aquí es precisamente aquello que se desea encontrar: una escala axiológica (¡qué bonito que fuera atemporal, universal, redactada en tablillas, &c.!). Si clasifico culturas en función de algún parámetro lo que encuentro es un conjunto con una determinada relación de orden impuesta por el modo de clasificar, no porque estuviese ínsita en los elementos objeto de la clasificación para ser clasificados así. Lo que en el fondo cuenta es si la cultura existe o no, incluso si los individuos que la originaron ya no están. Por eso mi sensación es que una vez se ha impuesto orden axiológico a los grupos sociales desde fuera y puesto que los grupos culturales que se clasifican existen en el presente (investigar el mismo problema diacrónicamente no cambia las cosas), entonces se concluye que si la cultura tal existe y está en lo más alto de la clasificación entonces es la 'mejor' o 'superior'.

Pero cuando Felipe compara las culturas con las especies animales, sabemos que la Biología posee una teoría, laxamente, la evolutiva, que explica cómo escapar, por ejemplo, de la famosa tautología (implicando a la selección natural) que señala que las mejores especies son las mejor adaptadas al entorno y por tanto sobreviven, o lo que es lo mismo que sobreviven las que sobreviven, ¿es que acaso la Antropología posee alguna teoría similar?

Sabemos mucho de las especies, su ecología y su dinámica evolutiva ¿qué sabemos de las culturas para poder aplicar la analogía?

Precisamente, la Biología escapa hoy en día de los juicios de valor de antaño, como los aplicados en la gran cadena del ser. Los árboles filogenéticos actuales colocan a todas las especies vivas en ramas podadas al mismo nivel, al momento presente. Sin embargo, Felipe, pese a lo anterior, cercena ramas culturales dejando sólo las convenidas.

Es por eso que colijo de lo expuesto por Felipe que nuestra cultura es superior a otras quizás porque tenemos más tornillos que la bantú (tecnología), porque emitimos y arrojamos a la atmósfera más CO2 per capita que los bosquimanos (el famoso y tonto 'estado del bienestar'), o porque no blandimos cuchillos de obsidiana para abrir el pecho de nuestros vecinos como los pasados 'aborígenes de la Nueva España' (normas morales), &c. En definitiva es una perspectiva etic, una visión centrípeta de la cultura occidental como referente absoluto.

Pero, tampoco la posición relativista que, me da la impresión, goza de mayor aceptación en la lista, se salva del error antropocéntrico. No es sólo, como ya se ha dicho, que desde un punto de vista lógico el relativismo tenga problemas. Es que los mismos que parecen apoyarlo no se atreven a poner en igualdad cualquier característica, tecnológica, moral o lo que sea de cualesquiera culturas. Sería un relativismo demasiado fuerte que Emiliano afirmase que las conductas que conllevan sufrimiento y dejación del individuo en determinadas culturas (sacrificios, canibalismos rituales, ablacciones de clítoris, &c.) tuviesen el mismo valor moral o ético que las prescripciones occidentales sobre la persona y sus derechos. No, claro. No somos sofistas hasta la extenuación.

Pero, para mí es claro: o todas las culturas valen lo mismo o no valen lo mismo, sino ¿de qué estamos hablando? Si el relativista cultural sostiene que el valor se les supone a todas las culturas, deberá digerir, es decir, afirmar y valorar, aquello que sea contrario a sus creencias, intereses éticos, &c. Si se opina que el valor no pesa igual en todas las culturas, habrá que cargar con la también pesada y difícil carga que, p. e., lleva Felipe.

Creo que este dilema surge precisamente por ese antropocentrismo del que he hablado. Creyéndonos los únicos en algo, creyendo que somos los únicos bichos con cultura o creyendo que la 'nuestra' es la única, la 'mejor' o la 'verdadera', sólo repetimos un estribillo histórico que ya aburre (e incluso es de mal gusto, como cuando otrora se hablaba de salvajes, de bárbaros o de rojos con rabo).

Cuando uno se fija en las plumas de pájaros diversos, observa que tienen formas y colores diversos; 'construidas', adaptadas a una función particular, no se pueden colocar ordenadas en tablas que ofrezcan información relevante sobre ellas partiendo de baremos externos al azar, dependientes del observador y no del objeto. Clasificar las plumas por colores dice más de quien construyó el sistema clasificatorio que del mismo objeto de estudio.

Con las culturas pasa algo similar: para bien o para mal de los baremos axiológicos de cualquier cultura, la supervivencia es la clave.

Biologizar la ética como decía Wilson me parece sólo una parte de la ingente tarea de biologizar la cultura. Tiempo habrá de ver si Hegel o Kant o algún otro, encaja o coincide con lo que sea el caso.

Un saludo, Juan J. Pino / jjpino•quercus.es


Symploké 0259
Fecha: Jueves, 17 Abril 1997 00:15:40 -0100
De: David Teira Serrano
Título: Lucha entre culturas: felicidad y dolor

Queridos compañeros

Me gustaría continuar la discusión acerca de la cultura a partir de ciertos aspectos de las últimas comunicaciones de Emiliano Fernández y Alberto Luque, creo que algo apresuradamente diagnosticadas por Felipe de «idealismo». No digo que no lo sean, pero, si acaso, serían de un idealismo de muy distinto carácter que ese de Kant al que apela Felipe (reino de los fines, &c.). En el caso de Alberto, como se mostró en otras ocasiones, sería el de Freud, si interpreto bien, y que me corrija Alberto si me equivoco, esa apelación a la contradicción entre felicidad y civilización.

«Que una civilización sea superior a otra por su tecnología o por su sentido de la rectitud cívica o por su amor al rigor matemático... puede convertirse en un asunto baladí, o en una racionalización de nuestras carencias profundas. Lo importante sería si una civilización hace más felices a los hombres que otra.»

El Freud último, en efecto, entendía que la represión instintual inherente al avance de la civilización nos obligaba a sublimar aquellos deseos (amor, muerte) en los que primariamente consistiría la felicidad. Gustavo Bueno se refería precisamente a este aspecto en El mito de la cultura: «La atribución de materialismo a Freud, un materialismo, sin duda, de corte naturalista -su concepto de `energía psíquica´ como un quantum susceptible de ser tratado según `modelos hidráulicos´-, puede darse por demostrada» (pág.87). Allí mismo Bueno desarrolla el paralelismo doctrinal entre marxismo y psicoanálisis.

Obviamente, cabe impugnar los mismos fundamentos de ese concepto de felicidad (como el de civilización) propuesto por Freud y empleado aquí por Alberto -si no me equivoco al interpretarle-: creo, en efecto, que no es difícil admitir el carácter peyorativamente metafísico de los mitos (así calificados por Freud, si no recuerdo mal la cita) que sustentan El malestar en la cultura y sus otros ensayos de psicoanálisis social de aquella época. Pero aun así, aun no compartiendo la dialéctica de Eros y Tánatos, queda un poso en esa apelación a la felicidad que indudablemente conmoverá a más de un lector. El mismo Emiliano decía en una de sus comunicaciones:

«¿Por qué no, en lugar de un altar que justifique el devenir, un tajo de carnicero? Me parece que, si bien se mira, hay más maldad en querer justificar el sufrimiento que en dejarlo tal como está, sin sentido alguno.

Si tampoco lo tiene la felicidad, ¿por qué sí el dolor?»

Este del dolor es un motivo característicamente asociado en nuestra época a los alegatos de Horkheimer, de enorme eco en círculos cristianos (entre nosotros, por ejemplo, Reyes Mate). Pero sería erróneo, creo, despreciarlos calificándolos de «sensiblería»: «Si eso no gusta, bueno, qué le vamos a hacer. El sentimentalismo no ayuda nada a entender las cosas», dice Felipe.

Alberto apelaba, si mi interpretación es correcta, a un concepto de felicidad con un notable componente materialista (los instintos son constitutivos de la subjetividad, inmanentes, no optativos, como no lo es su represión). Emiliano, precisamente, propone dejar sin sentido al sufrimiento, pero ¿acaso ésta no es una opción más cruel? Pues si se reconoce el sufrimiento, dejarlo sin sentido equivale a desligarlo de los resultados de aquellos procesos (en este caso las guerras de conquista de América) en los cuales se dio.

La cuestión, entonces, es regresar geométricamente, como Espinosa, a los mismos fundamentos de esos sentimientos de felicidad y dolor, y no oponer sensiblería a insensibilidad, debilidad de carácter a firmeza, &c.: como si la firmeza no acompañase en ocasiones conductas éticamente repugnantes; como si por aceptar el dolor, éste dejase de serlo. Si se impugna el concepto de felicidad de Alberto es porque se supone otro, y es obligado exponerlo; y si se critica ese concepto de dolor al que apela Emiliano, quizá sea por interpretarlo de otro modo (con arreglo a otros criterios éticos o morales), y conviene explicitar esta interpretación, y no suponerla apodícticamente.

¿Se animan Felipe, Alberto, Emiliano o cualquier otro lector a desarrollar estos conceptos a la escala del análisis de acontecimientos culturales como los que discutimos estos días?

Saludos, David


Symploké 0260
Fecha: Jueves, 17 Abril 1997 00:15:42 -0100
De: David Teira Serrano
Título: Economía y cultura (Mas sobre el debate Camprubi-Alvargonzález)

Queridos compañeros,

Desearía desarrollar cierto aspecto de la polémica entre Joaquim Camprubi y David Alvargonzález, referente a la relación entre los conceptos de economía y cultura aparecidos en su discusión del nacionalismo. Los críticos del concepto de nación, como Camprubi, suelen adjudicarle contenidos característicamente adscritos a los Ministerios de cultura (lengua, folklore, &c.) a los cuales igualmente apelan los mismos nacionalistas. Y la crítica, entonces, se resuelve mostrando que si no simplemente ficticios, estos contenidos son de una importancia mucho menor que la que les suelen atribuir los nacionalistas, y son más las concomitancias que las diferencias: así, Cataluña es un capítulo más, pongamos, de los Presupuestos generales del Estado español, y por ello de su estructura jurídica y económica, y esto (que no sería sustancialmente distintos, exceptuando el cambio de escala si Cataluña se independizase) es mucho más importante, se diría, en la actual constitución de Cataluña y en su supervivencia que el catalán o la sardana. De este modo, el concepto de cultura, sobreentendiendo que contendría aquellos aspectos específicos de cada colectividad, se disolvería y cabría preguntar, como Camprubi, qué distingue a España de Portugal, supuesto que nuestras diferencias jurídicas y económicas no son mucho más acusadas que las que se dan, por ejemplo, entre la Generalitat catalana y las Cortes españolas.

Pues bien, es cierto que, puestas así las cosas, se disolvería cualquier diferencia sustantiva entre los países, pongamos, inscritos en la actual Unión Europea: avanzamos ya, parece, en la unión jurídica y económica, y en unos futuros Estados Unidos de Europa, las diferencias culturales no serían mayores que entre Länder alemanes, por ejemplo (aun cuando se reiterase el discurso de la diversidad cultural europea, su riqueza, &c. referido a sus lenguas, usos y costumbres, &c.) ¿Cabe, entonces, hablar de cultura en otro sentido que este que recibe en las disputas nacionalistas de la Europa de nuestros días?

Creo que sí, al menos si consideramos (y David Alvargonzález ya avanzaba algo al respecto) cómo esas diferencias aparentemente superficiales constitutivas de la cultura aparecen inevitablemente conjugadas con aquellos otros aspectos económicos o jurídicos que aparentemente nos unen: la circulación de mano de obra (como la de capital) se nos muestra indisociable de los caracteres culturales de esa mano de obra (las lenguas, los usos laborales o culinarios, &c.) imposibilitando una fusión absoluta y reproduciendo, cuando se satura el mercado, conflictos que, desde un punto de vista jurídico o económico (el de la igualdad individual de derechos e intereses), no debieran darse. La cuestión es, por consiguiente, que aún cuando se aprecie cierto grado de universalidad en nuestras actual constitución económica y jurídica, la conjugación de estos factores con otros muy anteriores a ella, que diríamos culturales, disuelve esa aparente universalidad. ¿Cabe hablar entonces, dada esta diferencia de orden cultural, de la superioridad de unas culturas sobre otras en el ámbito de la vieja Europa (y no ya respecto a las culturas indígenas precolombinas)? Aquí la cuestión no se resuelve apelando a la complejidad de una u otra, ya que, por compartir un origen y un mismo espacio continental a lo largo de los siglos, las diferencias en cuanto a complejidad no son sustantivas.

La resolución es entonces inevitablemente partidista, lo que no quiere decir arbitraria, de acuerdo con aquellos aspectos que reconozcamos constitutivos en nuestra Historia y su oposición, que nos viene dada, a otras alternativas: el catolicismo frente al protestantismo, con lo que ello implica, sería una de las más significativas que se me ocurren [el monográfico «Hispania» recién inaugurado en el PFE se ocuparía entre otras cosas de ésta]. Y, por supuesto, la superioridad que se predica no es en sí misma concluyente, sino indisociable del curso mismo de los acontecimientos: la derrota del fascismo alemán sería quizá uno de los ejemplos más claros (en la medida en que el fascismo no se sobreentienda como un fenómeno ajeno a la cultura alemana, y se interprete la II Guerra Mundial como consecuencia del programa político dimanado de ella). ¿Acierto a reconstruir el argumento de Camprubi? ¿Acepta él, u otros lectores, mi desarrollo de su análisis?

Saludos, David


Symploké • Cartas
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