La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Fondo auxiliar de Symploké (1997)

Pelayo García Sierra
La Idea de Cultura (objetiva) en Ortega
a la luz del materialismo filosófico


Ponencia defendida en el Aula Unamuno de la Universidad de Salamanca, el viernes 27 de septiembre de 1996,
ante el X Seminario de Historia de la Filosofía Española e Iberoamericana.

El título de la ponencia que aquí voy a exponer es La Idea de Cultura (objetiva) en Ortega a luz del materialismo filosófico. Esto supone que el análisis que aquí presento está inserto dentro de lo que se conoce como materialismo filosófico, es decir, el sistema de ideas que Gustavo Bueno -y colaboradores- viene desarrollando en los últimos años. En concreto, el análisis de la idea orteguiana de Cultura que aquí se presenta está hecho «desde» la Filosofía de la Cultura expuesta por Bueno en El mito de la cultura{1}. No obstante, debo precisar que lejos de ofrecer un análisis de la idea de Cultura a lo largo de toda la obra de Ortega, me voy a limitar a exponer la idea de Cultura (objetiva) de nuestro autor hasta 1914, hasta las Meditaciones del Quijote.

Sin más preámbulos, para abreviar y ajustarme lo máximo posible al tiempo de que dispongo, voy a empezar constatando algo que, sin duda, es bien conocido por todos, a saber: que la principal preocupación del joven Ortega fue, sin duda, España. España como problema. Esta preocupación alcanza su máxima expresión en las Meditaciones del Quijote en donde Ortega declara explícitamente que el Quijote es el libro español más profundo, la máxima expresión de la «sustancia» española, y en él cree encontrar la respuesta a la pregunta ¿qué es España? Ahora bien, ocurre que España no es una entidad aislada; no es, por así decir, una «esencia megárica», sino que forma parte de una determinada tradición: la europea. La pregunta por España, por tanto, se transforma, de inmediato, en esta otra: ¿Qué es España en el conjunto de Europa? De otro modo: ¿Qué representa España en el contexto de la cultura europea?

En consecuencia, la pregunta genérica acerca de lo que es España se especifica en esta otra: ¿Qué papel ha desempeñado España en el desarrollo de esa cultura de tradición milenaria que es Europa? Si Europa, como sostiene Ortega, representa la más alta especificación de lo humano gracias a su cultura, ¿qué papel ha jugado España en el desarrollo de esa tradición? De manera que, la pregunta inicial nos ha conducido, de lleno, al asunto que hoy nos ocupa. Porque el problema de España tal como lo enfoca Ortega es, propiamente, un problema cultural, quiero decir, un problema de «filosofía de la cultura».

La cuestión es, por otra parte, grave para Ortega; porque resulta que España «ha sufrido una progresiva desviación de la línea clásica de la cultura», y, como resultado de ello, se ha dado lo que Ortega llama «decadencia histórica» de nuestra raza{2}. De ahí que, en sus primeros escritos, se proponga, como asunto central, responder a la pregunta ¿Qué es la cultura?: «hay que obligarse -afirma en «Pidiendo una Biblioteca»-, una vez siquiera, a contestar 'técnicamente' a esta pregunta: ¿Qué es la cultura?»{3}

Puestas así las cosas, preguntamos nosotros ¿qué es Cultura para Ortega? ¿En qué sentido utiliza Ortega el concepto de cultura?, ¿en sentido subjetivo o subjetual?, ¿en sentido objetivo u objetual?, ¿en ambos?

Ante todo, es preciso constatar que, en Ortega, nos encontramos perfectamente delimitadas las características propias de la idea de Cultura en sentido moderno, es decir, la idea de Cultura «objetiva u objetual» (cultura extrasomática o material y cultura intersomática o social){4}, en tanto que se distingue de la «primera modulación de la idea de cultura», la cultura en sentido «subjetivo» (la cultura animi) o «subjetual» (cultura intrasomática){5}, que fue la idea de cultura que prevaleció durante la Antigüedad y la Edad Media.

Más aún la afirmación antecedente supone que en Ortega está presente la idea objetiva y metafísica de cultura, que fue, precisamente, la que cristalizó en el ámbito de la filosofía clásica alemana -concretamente, según la tesis de Gustavo Bueno, en la obra de J.G. Herder Ideas para una Filosofía de la Historia de la Humanidad (1784){6}- y la que inauguraría la idea moderna de cultura. En este sentido no carece de importancia el hecho de que, cuando Ortega habla de la cultura, se esté refiriendo, constante y exclusivamente, a la cultura europea. ésta es, en efecto, la única cultura que merece tal nombre: «la cultura moderna es genuinamente la cultura europea»{7}, es decir, que Ortega parte in medias res de una cultura ya dada: la cultura europea. Pero (y esta es otra consecuencia que podemos extraer de la idea orteguiana de cultura) supone también la crítica al relativismo cultural: «la cultura europea es la protagonista de la historia, mientras no exista otra superior»{8}. Ello no obsta, sin embargo, para que Ortega reconozca, dentro ya del «área cultural europea», distintas modulaciones de ella. Es decir, la cultura europea, tomada en general, supone la confluencia de distintas tradiciones: por un lado, la tradición helénica; por otro, la tradición mediterránea. Tradiciones que aparecen identificadas con países distintos: la tradición helénica, con Grecia y Alemania; la mediterránea con Roma y España. Y todo esto no quita para que Ortega conceda, a su vez, a una de ellas -la de tradición griega- el papel de pilar fundamental en el desarrollo de la cultura europea{9}.

Ahora bien, si afirmamos que Ortega participa de la idea objetiva y metafísica de cultura procedente de la filosofía alemana, será porque hemos podido constatar que comparte ciertas características propias de dicha idea, que la distinguirán de la antigua idea de cultura{10}.

En efecto, ante todo su carácter sustancial. La idea metafísica de cultura es sustantiva porque (a diferencia de la idea de cultura en sentido subjetivo) constituye un mundo que está por encima de los individuos, que los envuelve; un mundo en el que nacen los individuos que a ella pertenecen y que, por tanto, les precede. Esta idea es la que Ortega expresa en «Pío Baroja, anatomía de un alma dispersa», con el término «mitología». La mitología de un pueblo es la ideología difusa de ese pueblo, es el sistema de creencias básicas que un individuo se encuentra al nacer, es una comunidad de sentimientos y emociones; también forman parte de esa mitología las tendencias intelectuales que predominan en ese pueblo. Y todo ello no es sino la expresión de la «sustancia» de ese pueblo, sustancia que es supraindividual porque moldea y conforma a los individuos que en ella nacen:

«Mitología... es el módulo decisivo, el ritmo mental que penetra íntegramente nuestra estructura psicológica, atmósfera omnipresente e irradiante, siempre y dondequiera eficaz sustancia colectiva de que los individuos somos solo valoraciones. Una mitología es un pueblo... La mitología en que nacemos es nuestra fatalidad y nuestro determinismo.»{11}

Esto mismo, bien que bajo el concepto de «casticismo», es lo que Ortega insinúa en su ensayo «Una primera vista sobre Baroja», cuando considera a Baroja como expresión del «casticismo español», en donde por «casticismo» entiende la «manifestación de los instintos de una especie [digamos de la cultura española] en un individuo [Baroja]», es decir, casticismo es «la espontaneidad sobreindividual, aquella de que el individuo mismo no se percata»{12}.

Otro aspecto fundamental de la idea de cultura objetiva es la perspectiva histórica. En efecto, las concepciones de la cultura en su sentido objetivo contemplan a la cultura como resultado de una tradición ininterrumpida que va acumulándose a lo largo de un proceso histórico indefinido: «lo que diferencia al hombre del animal -dirá Ortega- es ser un heredero y no un mero descendiente». Un proceso que tendrá necesariamente un punto inicial: Grecia, según Ortega; y un punto final: el infinito, es decir, cuando desaparezca la «humanidad»{13}.

El proceso histórico en el que se va desenvolviendo la cultura europea tuvo como eje fundamental los «rasgos» o motivos culturales que ya habían sido «inventados» por los griegos. A esto, es a lo que Ortega denomina «línea clásica de la cultura»; «línea clásica» de la que España se había desviado hacía tiempo, habiendo quedado desconectada de esa tradición, que fue, según nuestro autor, el lugar donde nació la cultura europea; por eso, dirá Ortega, «el hombre nació en Grecia», y, por eso mismo, el clasicismo es el «principio de la conservación de la energía histórica»{14}. España se apartó de esa tradición cuya antorcha habría sido recogida por otras naciones, principalmente por Alemania. Pero el concepto de clasicismo que Ortega propugna es un concepto que sólo tiene sentido visto desde una perspectiva histórica: clasicismo no significa un volver a Grecia, un regreso a la antigüedad, sino precisamente, partiendo de ella, continuar la labor de una progresión indefinida allí iniciada.

Ahora bien, España al haberse desviado de la cultura europea, al haber perdido contacto con esa tradición iniciada en Grecia, se habría visto abocada a permanecer presa de su propia y elemental forma específica de cultura. Una cultura que se caracteriza, precisamente, por no haberse desarrollado, por no haber progresado. Es decir, España al perder la referencia histórica de la cultura europea ha permanecido anquilosada, sin historia, sin cultura: «Yo ambiciono, yo no me contento con menos que con una cultura española, con un espíritu español. Y esto no existe; por mi parte dudo que haya existido»{15}.

La cultura, el hombre en definitiva, se define por su carácter histórico; la historia del hombre es la historia del progreso de la cultura (ciencia, arte, moral), del mejoramiento continuo; pero este no es el caso de España, por eso, los artistas españoles, Goya, por ejemplo, hubiesen pintado uros en la cueva de Altamira. La cultura española es una cultura estancada en el Paleolítico, es una cultura de «robinsones», de «adanes»:

«Una cultura impresionista [como la española] está condenada a no ser una cultura progresiva. Vivirá de modo discontinuo, podrá ofrecer grandes figuras y obras aisladas a lo largo del tiempo, pero todas retenidas en el mismo plano. Cada genial impresionista vuelve a tomar el mundo de la nada, no allí donde otro genial antecesor lo dejó. ¿No es ésta la historia de la cultura española? Todo genio español ha vuelto a partir del caos, como si nada hubiera existido antes... Encerrado en la cueva de Altamira, Goya hubiera sido el pintor de los uros o toros salvajes. Hombre sin edad, ni historia, Goya representa -como acaso España- una forma paradójica de la cultura: la cultura salvaje, la cultura sin ayer, sin progresión, sin seguridad; la cultura en perpetua lucha con lo elemental, disputando todos los días la posesión del terreno que ocupan sus plantas. En suma, cultura fronteriza.»{16}

Otro tanto, había sido señalado, años antes, por Ortega a propósito de la ciencia; la ciencia, en tanto que rasgo fundamental y diferenciador de la cultura europea, exige una tradición continuada, por eso en España no hay ciencia, aunque, eventualmente, puede haber hombres de ciencia, hombres que lejos de ser un orgullo para España, constituyen, más bien, una vergüenza, precisamente por su escasez:

«En Alemania, en Francia, persiste de hace tres o cuatro siglos una muchedumbre de ciudadanos que se dedican exclusivamente a trabajar ciencia: en su historia no hay claros ni soluciones de continuidad: como los corredores nocturnos de la edad clásica, la edad de mármol, pasábanse a la carrera los unos a los otros la antorcha festival, sin que se apagara nunca, pásanse las generaciones de sabios, unas a otras, esta luz sagrada de la ciencia, sin que jamás se consuma. Por tal razón, puede decirse que en estos países la ciencia existe fuera de los científicos y en tanto que ella perdura y se desenvuelve van mudándose los que la sustentaban y llegan siempre otros nuevos ya adiestrados y regimentados por los sabios caporales... La ciencia disciplinada, he aquí el tipo de la ciencia alemana y de la francesa... Menéndez Pelayo, cuando juvenil y hazareño, rompió aquellas famosas lanzas en pro de la ciencia española; antes de su libro entreveíase ya que en España no había habido ciencia; luego de publicado se vio paladinamente que jamás la había habido. Ciencia, no; hombres de ciencia, sí. Y esto quisiera hacer notar... Al tiempo que supone ésta una continuidad en el esfuerzo, la ciencia y los sabios españoles son monolíticos, como sus pintores y sus poetas: seres de una pieza que nacen sin precursores, por generación espontánea, de las madres lavas, aunque bastante cenagosas de nuestra raza, y mueren muerte de su cuerpo y de su obra, sin dejar discípulos. Al contrario de Alemania, nuestra ciencia ha vivido sólo en los entresijos de los que la crearon y se la han comido los gusanos también.»{17}

Otro rasgo esencial a la idea metafísica de Cultura consiste en presentarla constantemente en oposición a la Naturaleza: «la cultura -afirma Ortega en un ensayo sobre Renan- es siempre la negación de la naturaleza»{18}. Y esta oposición aparece de forma constante y de modos diversos en Ortega. Ya en escritos muy tempranos, Ortega define a la cultura por el hombre («cultura vale en propiedad como cultura del hombre, y significa elaboración y henchimiento progresivo de lo específicamente humano»){19} y recíprocamente («Ser hombre es participar en la ciencia, en la moral, en el arte»){20}.

Sin embargo, Ortega no niega en absoluto que el Hombre forme parte, como un componente más, de la Naturaleza. En efecto, el Hombre, en tanto que cuerpo, está enteramente inmerso en la Naturaleza. Pero ocurre que para una filosofía espiritualista{21} (como lo es sin duda la orteguiana) el Hombre, además de cuerpo, es decir, además de concebirse como un ser más de la escala zoológica, como un ser que pertenece, por tanto, al mismo reino que los animales y que comparte ciertas características genéricas con ellos, es un ser dotado de espíritu («Ahora debemos preguntarnos: ¿es el hombre un individuo biológico, un puro organismo? La contestación será inequívoca; no: no es solo un caso de la biología, puesto que es la biología misma. No es sólo un grado en la escala zoológica, puesto que es él quien construye la escala entera»){22}. Esta propiedad será precisamente la que defina y distinga al hombre del resto de los seres de su mismo reino. El hombre, definido por el espíritu, tiene unas cualidades propias y esenciales que se manifiestan a través de ciertos contenidos que son los específicamente humanos; a esos contenidos son a los que se llama Cultura: costumbres, derecho, ciencia, arte, religión, &c.:

«Y como en el hombre hay realmente algo de piedra y bastante de animal, procuraremos distinguir dentro de él mismo aquello que nos parece más exclusivamente suyo. Por lentas manipulaciones de una química ideal, hemos obtenido ciertas sustancias puramente humanas, como son el pensar, la ciencia, el querer lo debido y el sentir esa norma fugitiva que llamamos belleza»{23}.

De este modo, el Hombre aparece recortado e inmerso en dos «Reinos»: el «Reino de la Naturaleza», del que ha surgido; y el «Reino del Espíritu», el «Reino de la Cultura». Este último, sería un reino creado por el propio Hombre en virtud del cual es capaz de dominar y someter no sólo a la propia «Naturaleza», así, tomada en general, sino también a su propia naturaleza animal:

«Dentro de cada cual hay como dos hombres que viven en perpetua lucha: un hombre salvaje, voluntarioso, irreductible a regla y compás, una especie de gorila, y otro hombre severo que busca pensar ideas exactas, cumplir acciones legales, sentir emociones de valor trascendente. Es aquél el hombre para quien sólo existen los bravíos instintos, el hombre de la natura; es éste el que participa en la ciencia, en el deber, en la belleza, el hombre de la cultura»{24}.

El «Reino de la Cultura», por tanto, es un «Reino» que el Hombre ha ido forjándose en un proceso histórico ininterrumpido, el cual, a su vez, se define por el espíritu, puesto que los productos culturales no son «cosas», sino «condensaciones de espíritu»{25}.

Ahora bien, la Cultura es concebida asimismo por Ortega como una realidad que «eleva» al hombre por encima de la Naturaleza. De este modo la idea de Cultura, en su acepción metafísica, contiene una de las características fundamentales que habría heredado de la idea de Gracia cristiana, de la cual, según la tesis de Gustavo Bueno, surgió, por transformación, la idea moderna de Cultura{26}.

En efecto, los hombres, por la Gracia, se sitúan en un plano superior al de los animales; el Reino de la Gracia es un reino sobrenatural (el reino del Espíritu Santo) y únicamente por él los hombres adquieren su dignidad. Pues bien, Ortega, en tanto que heredero, a su vez, de la filosofía clásica alemana, reproduce estas mismas ideas en sus escritos. Así, por ejemplo, podemos señalar algún lugar donde Ortega expone ese carácter elevante y sobrenatural atribuido a la Cultura, en este caso concreto aplicado a la biología y a la física en tanto que productos humanos:

«Estas últimas manifestaciones de la cultura constituyen la dignidad del hombre, y cuanto afecta a sus progresos y regresiones es un valor trascendente. Cuanto mejor describa la biología nuestro origen animal, mayor será el privilegio que separa al hombre del resto de la naturaleza, porque ello significará que la biología es cada vez más exacta. Ahora bien; la biología no es un hecho biológico; como la física no lo es físico, sino que ambas son precisamente hechos sobrenaturales, metafísicos.»{27}

El carácter sobrenatural (teológico, en definitiva) atribuido por Ortega a la Cultura aparece claramente expuesto en un artículo dedicado a Renan. En él puede apreciarse claramente cómo la idea de cultura sustituye a la idea de Dios, en tanto que soporte de los contenidos culturales:

«El pensamiento de Renan en este punto me parece transparente. Dios es la categoría de la dignidad humana; la variedad riquísima de dogmas religiosos viene a confortar la opinión de que lo divino es como el lugar imaginario sobre que el hombre proyecta cuanto halla en sí de gran valor, cuanto le aparta de la bestia sutilizando su naturaleza y dignificando sus instintos... Dios queda disuelto en la historia de la humanidad; es inmanente al hombre: es, en cierto modo, el hombre mismo padeciendo y esforzándose en servicio de lo ideal. Dios, en una palabra, es la cultura... podría decirse que Dios es el conjunto de las acciones mejores que han cumplido los hombres: el Partenón y el Evangelio, Don Quijote y la mecánica de Newton, la Revolución francesa y la 'Historia Romana' de Mommsen, las cooperativas de consumo y el régimen parlamentario. Dios es lo mejor del hombre, lo que le enorgullece, lo que intensifica su energía espiritual, la herencia científica y moral acumulada lentamente en la historia.»{28}

Más aún: cuando Ortega, metido en polémicas políticas frente a los que llama «conservadores», afirma que España no ha tenido cultura, sencillamente porque, como ya hemos tenido ocasión de ver, no ha participado de la cultura europea, acusa a tales «conservadores», precisamente, de haber cometido un pecado contra el Espíritu Santo porque han convertido a España en un país sin cultura{29}.

Pero hay otra característica importante en la idea de Gracia, además de la «elevante» o «dignificante», que encontramos reproducida en la idea metafísica de cultura, a saber, su carácter medicinal. En efecto, la idea de Gracia está concebida como el único elemento que, tras la caída de Adán, es capaz de salvar al Hombre cuya naturaleza había sido corrompida por el pecado. De este modo, la salvación del Hombre no puede darse nunca a través de la naturaleza humana corrompida después de Adán, sino sólo a través de la Gracia otorgada a la Iglesia por el Espíritu Santo: los hombres, por tanto, sólo alcanzarán su salvación por el Reino de la Gracia.

Esta misma función salvífica de la Gracia, como decimos, será posteriormente «transmitida» a la idea metafísica de Cultura. En efecto, el «Hombre» es un animal biológico, pero la cultura, en tanto que elemento específicamente humano, será precisamente aquello que le permita rebasar, superar y borrar su naturaleza animal. El Hombre, por la Cultura, consigue dominar sus más bajos instintos animales, y aquél que no participe de la cultura, no podrá siquiera considerarse hombre, sino tan sólo un «subhombre». Estos componentes medicinales y curativos atribuidos a la cultura los encontramos, asimismo, perfectamente dibujados en Ortega. Primero, bajo la forma de control de los instintos animales. Como cuando, por ejemplo, dice que Cristo «creó» una de las «formas superiores de la cultura» cuando, al ser abofeteado, en lugar de repeler la agresión, ofreció la otra mejilla{30}.

La condición animal del hombre es expresada por Ortega de distintos modos, unas veces es llamada lo «espontáneo», otras «pura animalidad», otras «orangután» o «gorila», otras la «sinceridad». («Unos cuantos hombres sinceros en el recinto del Congreso acabarían dándose de puñaladas. El orangután es el hombres sincero.»){31}

Frente a esto se sitúa la Cultura que es el «reino de lo conveniente y lo convenido». Unicamente en el ámbito de ese «Reino», que ha sido forjado y creado por el propio hombre y que constituye, en palabras de Ortega, «una naturaleza nueva»{32}, podrá el hombre purificar, limpiar y curar su naturaleza animal, a la vez que, paulatinamente, podrá ir -dice Ortega- «ocultando la bestialidad de nuestra materia originaria»; y el destino del Hombre será precisamente eliminar y borrar todo rastro de aquella naturaleza originaria y sustituirla por ese «Reino nuevo», que no es otro que el «Reino de la cultura». Sólo a través de la cultura conseguiremos dominar y mantener a raya a ese orangután que todos «llevamos puesto».

Una vez que hemos constatado que Ortega se mueve en el contexto de las concepciones objetivas y metafísicas de la cultura, estamos en condiciones de abordar la cuestión relativa a la clasificación de la concepción orteguiana de la cultura dentro de un sistema de alternativas que recoja en su seno los distintos tratamientos de la idea (objetiva) de cultura que se hayan dado. Un sistema de alternativas que pretende englobar no sólo aquellas concepciones de la cultura que se dieron en el ámbito de la filosofía alemana, sino también aquellos otros tratamientos de la idea de Cultura (Dilthey, Durkheim o Marx, Morgan, Tylor, Boas o Kroeber) que en ningún caso pueden reducirse a aquel originario{33}. Para ello Gustavo Bueno ofrece una serie de criterios (de naturaleza ontológica) en virtud de los cuales pueda obtenerse una clasificación de concepciones de la cultura objetiva.

Vamos a presentar a continuación los criterios que Gustavo Bueno, en El mito de la cultura, considera pertinentes para construir esa taxonomía de concepciones de la cultura en su sentido objetivo{34}.

Desde el punto de vista ontológico, es preciso determinar las relaciones que la idea de Cultura mantiene con otras ideas también ontológicas, a saber, con las ideas de Naturaleza y Hombre.

Si nos atenemos a las relaciones que median entre las ideas de Cultura y de Naturaleza, se nos abre la alternativa siguiente, respecto a la concepción de la Cultura:

(A) Aquellas concepciones que consideran a la cultura como una creación que, aunque tenga lugar en el seno de la Naturaleza, sin embargo, es considerada como un proceso que tiene lugar con independencia de la Naturaleza, y es irreductible a ella.

(B) Aquellas concepciones que consideran que la cultura humana es un proceso que está totalmente inmerso en los procesos del Mundo natural, sin que por ello se reduzca a las culturas de otras especies zoológicas.

En la primera alternativa se sitúan las concepciones espiritualistas de la cultura, mientras que la segunda contiene a las concepciones materialistas de la cultura. En este punto hay que tener presente que el espiritualismo del que se habla hace referencia a aquellas concepciones que conciben al «espíritu» como un «principio creador, poético», independiente de la Naturaleza{35}.

Si nos atenemos a las relaciones que median entre la Cultura y el Hombre, obtenemos las siguientes alternativas:

(a) Aquellas concepciones que identifican la Cultura con el Hombre. Concepciones humanistas de la cultura.

(b) Aquellas que desligan la Cultura del Hombre, según dos sentidos: o bien porque consideran que la Cultura está por encima del Hombre («sobrehumanismo» de la cultura), o bien porque consideran que la Cultura está por debajo del Hombre («infrahumanismo» de la Cultura). A éstas se denominan concepciones antihumanistas de la cultura.

(c) Aquellas concepciones que en parte identifican a la Cultura con el Hombre, y en parte la separan. En este caso, estamos ante concepciones praeterhumanistas de la cultura.

Si cruzamos ambos criterios obtenemos un sistema de seis alternativas en el que se pueden ir clasificando las distintas concepciones de la Cultura en sentido objetivo:

Aa. Concepciones espiritualistas y humanistas de la cultura
Ab. Concepciones espiritualistas y antihumanistas de la cultura
Ac. Concepciones espiritualistas y praeterhumanistas de la cultura
Ba. Concepciones materialistas y humanistas de la cultura
Bb. Concepciones materialistas y antihumanistas de la cultura
Bc. Concepciones materialistas y praeterhumanistas de la cultura{36}

Puestas así las cosas y teniendo en cuenta lo que llevamos dicho acerca de la idea de Cultura en Ortega, tenemos indicios suficientes para situarla, si nos fijamos en la primera alternativa abierta, dentro de las concepciones espiritualistas de la cultura. Y si nos atenemos a la triada abierta en la segunda, diremos que la concepción orteguiana de la cultura está en «sintonía» con las concepciones humanistas de la cultura. En consecuencia: el «lugar» que corresponde a la concepción orteguiana de la cultura, si tomamos como referencia la taxonomía presentada en función de los criterios indicados, sería el de las concepciones espiritualistas y humanistas de la cultura.

En efecto, según los textos (que hemos presentado) en los que Ortega trata estas cuestiones parece que queda suficientemente argumentada esta adscripción. Pues, como hemos visto, Ortega define al hombre por la cultura y viceversa: «La cultura es la verdadera humanidad, es lo humano...»{37}. Pero, además, en Ortega se cumple la condición «espiritualista» en el sentido dicho. El hombre es un ser dotado de espíritu creador de su propia y verdadera naturaleza (la cultura): los pueblos se expresan a través de su cultura, y un pueblo, una raza, es ante todo una cultura. Por ejemplo, la arquitectura «expresa amplios y simples estados de espíritu, los cuales no son los del carácter individual, sino los de un pueblo o de una época»{38}; los contenidos culturales son «condensaciones del espíritu»{39} pero, sobre todo y ante todo el hombre, en tanto que «espíritu», se define por su capacidad «creadora». Así, Ortega dirá que la obra de un hombre sólo puede ser considerada «genial» cuando ese «genio» es capaz de «crear un nuevo pedazo de universo», es decir, «si [su obra] representa una verdad científica o ética o bella, a su creador llamaremos genio y original»{40}. Por eso, la Cultura es un puro artificio (respecto a la Naturaleza), puesto que el hombre, por la Cultura, «tiene que crear un mundo virtual», y, por eso, «el acto específicamente cultural es el creador, aquel en que extraemos el logos de algo que todavía era insignificante (i-lógico{41}. Así, por ejemplo, el «pintor crea bajo su pincel una cosa, organizando un sistema de relaciones espaciales y dándole puesto en él»{42}. Pero esos individuos «geniales» -dotados de esa «imaginación creadora»- no son sino manifestación del espíritu del pueblo al que pertenecen, y cuando surge una determinada concreción cultural en el seno de un pueblo, ella no será más que la consecuencia del espíritu de ese pueblo. Esto es lo que ocurre en España, por ejemplo, con la novela picaresca:

«¿Qué es esto de la novela picaresca? Hay una común vanagloria entre nuestros compatriotas por sentirse herederos de los cuentos de pícaros... ¿Por qué rinde honor esta manera de creación literaria? ¿Se sabe lo que significa? Porque una forma de creación literaria que ha educido tan numerosas producciones y que es reputada síntoma de un espíritu nacional, no viene al mundo por casualidad... Y como de una manera o de otra hay que buscar en el medio físico el motivo de aparecer una especie zoológica, hay que inquirir en el medio psicológico el origen de un género literario. Por algo hay elefantes en el junco y por algo hay novelas picarescas en la lengua castellana.»{43}

Con esto creemos haber fundamentado suficientemente la consideración de Ortega (en la época estudiada) como uno de los representantes de las concepciones espiritualistas y humanistas de la cultura.

Por otra parte, y para concluir. Aunque, según hemos visto, la idea orteguiana de Cultura se mueve en el ámbito de la cultura objetiva, no por ello debe deducirse que Ortega se mantiene completamente al margen de la idea de cultura en sentido subjetivo. Más aún: cabría mostrar cómo la principal solución que Ortega propone para que España salga de su «achabacamiento» histórico pasa por dicha idea. En efecto, Ortega parte de una cultura objetivamente ya dada (la europea) en tanto ella es susceptible de ser asimilada, es decir, cultivada (en el sentido de formación, Bildung) por un pueblo (el español) con el fin de que pueda, en virtud de su propio «espíritu», «crear» nuevas formas culturales, distintas a las existentes y que Ortega considera ya insuficientes, por caducas. En resolución, en lo que Ortega pone verdadero énfasis (para «salvar a España») cae del lado de la cultura subjetiva, puesto que la necesidad prioritaria que acucia a España es, si es que ésta pretende abandonar su estado de «decadencia histórica», justamente que algunos individuos se dediquen a estudiar y aprender la ciencia europea. Esta es la razón por la que Ortega, en muchos lugares, defina el «problema español» como un «problema pedagógico»:

«El problema español es, ciertamente, un problema pedagógico; pero lo genuino, lo característico de nuestro problema pedagógico, es que necesitamos primero educar unos pocos hombres de ciencia, suscitar siquiera una sombra de preocupaciones científicas y que sin esta previa obra el resto de la acción pedagógica será vano, imposible, sin sentido. Creo que una cosa análoga a lo que voy diciendo podría ser la fórmula precisa de europeización. Si queremos tener cosechas europeas es menester que nos procuremos simientes y gérmenes europeos.»{44}

Problema que, al parecer, se solucionaría con la simple disciplina y aprendizaje por unos cuantos hombres de la ciencia, tras lo cual España ya podrá ofrecer «genuinas cosechas europeas», es decir, cultura en sentido objetivo, considerando que realmente había llegado la hora de España (pues la hora de Alemania ya había pasado), convirtiéndose así en la portadora de la antorcha que había partido de Grecia:

«¿Qué nos importa el extranjero, la serie de formas étnicas, históricas que pueda tomar la cultura en otras partes? Precisamente, cuando postulamos la europeización de España, no queremos otra cosa que la obtención de una nueva forma de cultura distinta de la francesa, de la alemana... Queremos la interpretación española del mundo. Mas, para esto, nos hace falta la sustancia, nos hace falta la materia que hemos de adobar, nos hace falta la cultura. Una secular tradición y ejercicio de lo humano ha ido sedimentando densas secreciones espirituales: Filosofía, Física, Filología. La enorme acumulación se eleva como un monte asiático; desde lo alto se dominan espacios ilimitados. Esa altura ideal es Europa: un punto de vista. No solicitemos más que esto: clávese sobre España el punto de vista europeo. La sórdida realidad ibérica se ensanchará hasta el infinito; nuestras realidades, sin valor, cobrarán un sentido denso de símbolos humanos... Europa, cansada en Francia, agotada en Alemania, débil en Inglaterra, tendrá una nueva juventud bajo el sol poderoso de nuestra tierra. España es una posibilidad Europea. Sólo mirada desde Europa es posible España.»{45}

Mas no podemos detenernos en el análisis más profundo de estas cuestiones. Quede para otra ocasión.


Notas

{1} Gustavo Bueno, El mito de la cultura. Ensayo de una filosofía materialista de la cultura, Prensa Ibérica, Barcelona 1996, 259 págs.{volver}

{2} José Ortega y Gasset, «Pidiendo una biblioteca» (El Imparcial, 21 febrero 1908), en Obras Completas, Alianza, Madrid 1983, Tomo 1, págs. 82-83. En adelante citaremos: OC:1, págs.{volver}

{3} Ortega, loc. cit.{volver}

{4} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Cap. 3 «La idea de cultura como campo de la investigación científica. La Antropología cultural como 'Culturología'», Cap. 4 «La idea de cultura como idea práctica constituyente. El 'Estado de Cultura'», y Glosario, s.v. «Cultura intersubjetiva (intersomática, social), «Cultura objetiva (objetual)».{volver}

{5} Gustavo Bueno, op. cit, Cap. 1. «Prehistoria de la idea de cultura: la idea de cultura 'subjetiva'», y Glosario: s.v. «Cultura subjetiva», «Cultura subjetual».{volver}

{6} Gustavo Bueno, op. cit. Cap. 2 «Nacimiento y maduración de la idea metafísica de cultura en la filosofía alemana».{volver}

{7} Ortega, «La estética del 'El enano Gregorio el Botero'» (1910), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 543.{volver}

{8} Ortega, Meditaciones del Quijote (1914), OC:1, pág. 342.{volver}

{9} Ortega, Meditaciones del Quijote (1914), OC:1, págs. 341-342.{volver}

{10} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, págs. 47-50.{volver}

{11} Ortega, «Pío Baroja: Anatomía de un alma dispersa» (1910), El Espectador I (edición de 1964), OC:9, pág. 490. Esta misma idea también se encuentra presente, para dar otra referencia, en una conferencia pronunciada por Ortega en Bilbao, el 12 de marzo de 1910, sobre pedagogía, invitado por la Sociedad El Sitio. Véase Ortega, «La pedagogía social como programa político» (1910), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 508.{volver}

{12} Ortega, «Una primera vista sobre Baroja» (1910), El Espectador I (edición de 1928), OC:2, pág. 121.{volver}

{13} Ortega, «Sobre los estudios clásicos» (El Imparcial, 28 octubre 1907), OC:1, pág. 65.{volver}

{14} Ortega, «Teoría del clasicismo I» (El Imparcial, 18 noviembre 1907), OC:1, pág. 69.{volver}

{15} «El pathos del Sur» (1910?), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 501.{volver}

{16} Ortega, Meditaciones del Quijote (1914), OC:1, págs. 354-355.{volver}

{17} Ortega, «La ciencia romántica» (El Imparcial, 4 junio 1906), OC:1, págs. 40-42.{volver}

{18} Ortega, «Renan» (1909), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 460.{volver}

{19} Ortega, «Sobre los estudios clásicos» (El Imparcial, 28 octubre 1907), OC:1, pág. 64.{volver}

{20} Ortega, «La pedagogía social como programa político» (1910), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 512.{volver}

{21} Por «espiritualismo» filosófico no entendemos sólo aquellas concepciones que admitan a las «sustancias incorpóreas» como componentes del Ser, sino también aquellas concepciones en las que el «espíritu» sea concebido como un principio creador, no dependiente de la naturaleza, y en las que éste se defina precisamente por la «actividad». Véase, Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Cap. 2. Materia, Pentalfa, Oviedo 1990, Cap. 1.{volver}

{22} Ortega, «La pedagogía social como programa político» (1910), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 511.{volver}

{23} Ortega, «Una polémica II» (El Imparcial, 6 octubre 1910), OC:1, pág. 160.{volver}

{24} Ortega, «La pedagogía social como programa político» (1910), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, págs. 512-513.{volver}

{25} Ortega, «Renan» (1909), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 462.{volver}

{26} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Cap. 5. «Génesis de la idea metafísica de cultura. El 'Reino de la Gracia' y el 'Reino de la Cultura'». También, puede consultarse: «El reino de la Cultura y el reino de la Gracia», El Basilisco, 2ª época, n° 7, 1991, págs. 53-56.{volver}

{27} Ortega, «Una polémica II» (El Imparcial, 6 octubre 1910), OC:1, pág. 161.{volver}

{28} Ortega, «La teología de Renan» (Europa, 20 febrero 1910), OC:1, págs. 134-135.{volver}

{29} Ortega, «La conservación de la cultura» (El Faro, núm. 3, 8 marzo 1908), OC:11, pág. 44.{volver}

{30} Ortega, «Renan» (1909), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 459.{volver}

{31} Ortega, «Planeta sitibundo I» (El Imparcial, 25 julio 1910), OC:1, pág. 148.{volver}

{32} Ortega, loc. cit., pág. 149.{volver}

{33} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, pág. 65.{volver}

{34} Los fundamentos de dicha clasificación pueden encontrarse en: Gustavo Bueno, op. cit., págs. 65-70.{volver}

{35} Vid. supra.{volver}

{36} Ejemplos de cada una de ellas pueden encontrarse en: Gustavo Bueno, El mito de la cultura, págs. 70-88.{volver}

{37} Ortega, «El sobrehombre» (El Imparcial, 13 julio 1908), OC:1, pág. 94.{volver}

{38} Ortega, «Arte de este mundo y del otro I» (El Imparcial, 24 julio 1911), OC:1, pág. 189.{volver}

{39} Ortega, «Renan» (1909), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 462.{volver}

{40} Ortega, loc. cit. pág. 444.{volver}

{41} Ortega, Meditaciones del Quijote (1914), OC:1, pág. 321.{volver}

{42} Ortega, «Adán en el Paraíso» (1910), Personas, obras, cosas (1916), OC:1, pág. 487.{volver}

{43} Ortega, «Una primera vista sobre Baroja» (1910), El Espectador I. OC:2, págs. 121-122.{volver}

{44} Ortega, «Asamblea para el Progreso de las Ciencias I» (1908), OC:1, pág. 103.{volver}

{45} Ortega, «España como posibilidad» (1910), OC:1, págs. 137-138.{volver}


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