Londres
Aviso a las Naciones de la Europa
Se prepara en este momento un acaso importante a toda la Europa: y se oculta quizá a la observación, sin que nadie prevea las funestas consecuencias que debe producir.
Existe en las Islas del Sur un gran vegetal llamado el Árbol del Pan, siendo el mejor presente, con que la Providencia ha señalado su bondad.
Este árbol que es del grueso y altura de un Manzano grande da un fruto casi tan grueso como la cabeza de un muchacho, que contiene bajo de una corteza espesa una sustancia blanca, que cocida en un horno es muy semejante a la miga del pan blanco y de un gusto agradable y dulce. Se recoge su fruto por espacio de ocho meses al año, en cuyo tiempo los habitantes no usan de otro alimento.
Según el Lord Anson, mientras descansó en Tinián, su equipaje se alimentó constantemente del fruto pan que prefería al pan mismo.
El Capitán Cook en su primer viaje después de haber descrito el árbol, el fruto, y el modo con que le preparan los habitantes de las Islas de la Sociedad para conservarle después de la cosecha, añade, que de todos los vegetales de que se alimentan estos Isleños, el fruto-pan es el principal, sin costarles más trabajo que recogerle.
En su segundo viaje a Hotaithi dice que los Isleños jamás plantan el Árbol del Pan: se advierte (son sus palabras) que los árboles jóvenes son renuevos de las raíces de los viejos, que se extienden sobre la superficie del terreno, de suerte que es muy creíble que este árbol cubriría naturalmente las llanuras, a no estorbar los habitantes de la Isla, que el producto se multiplique demasiado, para conservar otras especies de árboles, y variar algún tanto su alimento.
Con las ideas que estos viajeros han dado del Árbol del Pan, el Gobierno inglés acaba de destinar uno de los navíos de la expedición a la Bahía Botánica, para ir desde allí a Otahiti, y tomar de estos arbustos, que se consideran los de mejor cualidad, porque nacen espontáneamente. De allí el navío se dirigirá por el camino más corto a las Islas Inglesas de América, cargado de una cantidad de plantas bastante considerables para acelerar la época, en que el Árbol del Pan se multiplique en términos que pueda proveer abundantemente de este género de alimento a los habitantes de las Islas Inglesas.
No es esto solo: para fomentar esta empresa el gobierno ha formado en Inglaterra una subscripción con el designio de recompensar a los que contribuían al mejor éxito. Se indican los medios de asegurar este, y se señalan diferentes lugares intermedios entre las Islas de la Sociedad y la América, en donde se podrá plantar el Árbol del pan, y de donde será muy fácil transportarlo después a las Islas, en cuyo caso se recompensará también la primera trasplantación. En fin, la Sociedad de Londres ha prometido sus auxilios para la ejecución del mismo proyecto y adoptará para este asunto antes de fin de año un plan completo y extenso.
No dudo que la mayor parte de nuestros lectores tendrán por un gran descubrimiento el de un alimento abundante y sano, que el suelo da al hombre espontáneamente, y que se multiplica de tal modo que obliga más a contener que a excitar su producción. Es natural mirar con interés, y aun con admiración a una nación ilustrada que trabaja en extender y multiplicar sobre la tierra bienes que parece reserva la naturaleza para algunos climas favorecidos, y que desde el seno de las comodidades, que la facilitan el progreso de sus artes y ciencias, lleva a un suelo escaso para la subsistencia de sus habitantes el equivalente de un grano nutritivo que ha fundado y mantiene las sociedades más grandes y ricas.
Pero guardémonos de dejarnos seducir de apariencias. Más de una vez la política conducida por miras de beneficencia y humanidad ha causado la desgracia de las naciones, y por otra parte ciertas medidas que parecían crueles han sido la salud y salva-guardia de los Pueblos. Tengo a este por uno de los ejemplares más visibles.
¿Cómo se puede desconocer el peligro que amenaza a todas las naciones de Europa, o a lo menos a lo que se llama su comercio, si logra un feliz éxito esta tentativa? ¿Cómo no se prevé la total ruina de las Metrópolis si las Colonias tienen en adelante seguro, y producido por su mismo suelo el fondo de su manutención?
Es bien claro que el Árbol de Pan propagado una vez en nuestras Islas las hará independientes de la Metrópoli en cuanto a su más urgente necesidad, la subsistencia de sus esclavos, y una porción importante de los dueños. Hay más; siendo el Árbol de Pan propio al mismo tiempo para el alimento de animales domésticos por su hoja y fruto, se multiplicarán estos considerablemente. Su carne reemplazará las viandas saladas y el bacalao. Las Colonias se pondrán al abrigo de la escasez, que hace florecer el comercio, vendiendo las harinas de Moysac, la carne salada de Irlanda, y el bacalao de Terranova a 100 y 200 por ciento más del precio a que le darían los extranjeros si se les concediese libertad.
Muchas autoridades justifican esta desconfianza. Es bien conocida la conducta de España para con sus Colonias. Ha prohibido la plantación de viñas y olivos en los climas que parecían los más propios para estas producciones. Los Ministros de esta Monarquía han pensado desde el siglo 16 como los de las demás naciones de Europa, que para establecer entre la Metrópoli y sus Colonias una balanza de comercio ventajosa es forzoso hacer dependiente y precaria su subsistencia de la Madre-Patria; y que el México y el Perú esperen su cotidiano alimento y los objetos de primera necesidad de algunos puertos de Europa.
La misma política ha observado constantemente la Inglaterra, por lo que su proyecto me parece en contradicción con todas sus antiguas máximas.
Por fin no tememos decir que sería tan razonable una guerra para estorbar la trasplantación del Árbol del Pan a las Islas de América, como cualquiera de las que ha originado el comercio.
Nuestra idea ha sido manifestar las consecuencias que puede producir el proyecto de los Ingleses, pero nada tenemos que responder a los que tengan una gran pasión a la libertad, odio a todo monopolio o privilegio y quieran la perfecta igualdad de derechos entre los habitantes de las Colonias y los de la Metrópoli. (Diario de Ginebra.)
En la Imprenta de José Herrera [ Madrid ]