Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Juan Antonio Zamácola ]

[ Al señor Filarmónico sobre la Música ]

Señor Filarmónico:

Si Vmd. creyó que la carta del Extravagante contra la Música no era más que un buscapié, ¿a qué fin responderle con tanta formalidad? Y si creyó que impugnaba la Música de veras, ¿por qué no hizo una apología más racional y oportuna? Porque no sé más; dirá Vmd., y a esto no tengo que replicar. Pudiera Vmd. haber dicho en defensa de la Música, que es tan natural al hombre como el habla; que no se ha hallado país alguno por bárbaro que sea, que no tuviese su música; que en la Sagrada Escritura se recomienda sobre manera; que los legisladores y políticos de la Grecia la consideraron como parte muy esencial de la educación, capaz de corregir las costumbres, &c. &c. pero como Vmd. ignoraba estas y otras infinitas excelencias de la Música, se contentó con las miserias que nos ensartó en su carta de 27 de Agosto.

Pues bien, dirá Vmd., hágame Vmd. el favor de hacer una buena apología de la Música. –Pues, Señor mío, no quiero, porque todo lo dicho y mucho más que se pudiera decir no viene al caso, ni desata la dificultad del Extravagante. Este Señor (mi positivo) no impugna la Música que tuvieron los Griegos, Hebreos, Romanos, ni aun la que tuvimos en España, sino que se ciñe a decir, que va a la Opera, o asiste a una Academia de Música, y no saca más que aturdimiento en los oídos. ¿Quiere Vmd. que se lo explique más claro? Voy a ello. [1010]

La Música de los Griegos producía los efectos más prodigiosos, como aseguraron todos los escritores de la antigüedad; y es preciso creerlos, porque en las pocas reliquias que nos han quedado de su escultura, arquitectura, poesía, elocuencia, &c. vemos que no eran nada ponderativos de la excelencia de sus artes. Ahora bien, ¡qué efecto produce ni puede producir la algarabía de la Música Italiana! ¿Sacamos acaso de ella mas utilidad que el placer pasajero de oír una infinidad de combinaciones de sonidos, que nada dicen al alma ni al corazón? ¿Sonata qué me quieres decir? exclamó un sabio de primer orden, oyendo un concierto de Música: y tenía mil razones. Los partidarios fanáticos de la algarabía musical moderna, que han esparcido los Italianos por toda Europa, se pasman al oír las travesuras de un Músico, que no tienen más mérito que halagar más o menos el oído, y la dificultad de su ejecución: pero el que considera filosóficamente la Música, se encoge de hombros, y se admira solamente de la corrupción de tantas orejas, que no hallan placer sino en este estilo churrigueresco.

¿Quiere Vmd. oír más herejías musicales? pues présteme Vmd. un poco de atención y de paciencia. Yo no puedo sufrir que esta Música Italiana haya corrompido nuestra Música nacional, sencilla, graciosa, expresiva, propia de nuestro carácter, que movía los afectos, que intentaba, que divertía, que interesaba, que se pegaba al corazón, y se conservaba en la memoria con sola una vez que se oyese. Lo mismo ha sucedido con nuestra poesía lírica: los malhadados sonetos y canciones de versos Italianos han arrinconado a nuestros graciosos romances y letrillas, que se cantaban; y con estas dos novedades hemos logrado tener una poesía lírica, o cantable, que no se canta ni puede cantar, y una música que no se acompaña con el canto, ni se puede cantar. Qué carcajadas no darían los Griegos si oyesen música sin canto, o poesía que no se puede cantar.

En fin, gracias a los idiotas en la Música, que nos conservan todavía algunas gracias de la Música Española en sus boleras, tiranas, &c. que a no ser por ellos, ya cantarían nuestras cocineras arias Italianas con riesgo evidente de que nuestras ollas podridas, pidiesen macarrones, fideos, &c. en vez de carnero, jamón, gallina, &c. A esto me atengo con el Extravagante, mientras que la Música no me suene más que a la afeminación Italiana; pues si oyese yo una música Española de aquellas que mueven y deleitan, arrojaría la olla y me estaría con tanta boca abierta.

Todavía me quedan otras muchas herejías musicales en el cuerpo: hágamelas Vmd. echar, y veremos quien lleva el gato al agua.

El Extravagantísimo.