Sesión del día 5 de setiembre de 1812
Suplican se restablezca a la villa del Burgo de Osma su Universidad literaria
Burgo de Osma, 12 de Julio de 1812
Las Cortes oyeron con especial agrado, y mandaron insertar íntegras en este Diario, las siguientes exposiciones: […]
«Señor, la justicia, regimiento, procuradores generales y síndico personero de la villa del Burgo de Osma, de la provincia de Soria, y 14 diputados que representan el común de sus vecinos, P. A L. P. de V. M., con el respeto más profundo, decimos: que el día 19 de Marzo de este año hace una época brillante en los fastos de la historia: ¡día prodigioso, en que se ha jurado y publicado la Constitución política de la Monarquía española! ¡Día feliz que ha sentado la columna indestructible de la restauración española! Dios haga prósperos los años de V. M. por obra tan maravillosa y estupenda. Estos son nuestros votos.
Abiertas de este modo las puertas a la justicia, a la clemencia, a la benignidad de V. M., ya cesó la cobardía de los españoles para representar sus necesidades y sus derechos. Esta confianza portentosa no puede dispensar a la villa del Burgo de reclamar los suyos. La misma Constitución nos alienta. «Se establecerán y arreglarán, dice, en el Reino las Universidades que convengan.» Bajo este principio, la villa va a referir la serie de sus trabajos, a que dio causa la aversión con que en el Gobierno de Godoy, siendo Ministro el apóstata Caballero, se miró la felicidad de los pueblos. Dígnese V. M. escuchar la historia de nuestros males con oídos gratos y benignos.
El esclarecido varón Obispo de Osma, D. Pero de Acosta, fue un bienhechor universal en el Obispado de Osma. Por eso es tan agradable su memoria. Fundó en la villa del Burgo el colegio y Universidad de Santa Catalina hace más de tres siglos. Obtuvo para ello Bulas pontificias y el beneplácito de los Monarcas de España. Sus santos objetos tuvieron por norte favorecer a los pobres hijos de la diócesi, y cultivar sus conocidos talentos. Distinguió aquel Prelado pío al Burgo como centro de las ciencias, que Dios parece había destinado para la silla episcopal de la santa iglesia y otros muy altos fines.
Por un decurso de muchos años permanecieron este colegio y Universidad en aquel esplendor que su benéfico fundador se había reprometido. No le salieron vanas sus esperanzas. Se lograron sus laudables fines. El colegio y Universidad de Santa Catalina eran la honra de Castilla la Vieja en aquellos tiempos. No hay bien que dure. El decreto de suspensión de grados y enseñanza en las Universidades menores cupo a la del Burgo de Osma lo mismo que a otras del Reino que eran de aquella clase. Tampoco el mal es duradero. La villa del Burgo en el año de 1778, a costa de desvelados afanes y sacrificios, tuvo la pretensión de que se restableciese su Universidad. Se activó el asunto por medio de su comisionado especial el Dr. D. Antonio González de Toro. Se formó de Real orden un expediente muy serio, muy detenido, en el Supremo Consejo. Carlos III el Piadoso selló con su mano augusta esta inestimable gracia; asignó rentas con que subsistir; erigió muchas cátedras de todas facultades, y puso la Universidad de Osma en un pié mucho más sólido y floreciente que jamás se había conocido. Esto fue lo mismo que abrir de par en par los diques a un piélago inmenso de beneficios en favor de la villa del Burgo y de la diócesi.
Los progresos que se hacían en la Universidad de Osma, y que ya resonaban en los cuatro ángulos de la España, exigían de justicia nuevas gracias. El Real ánimo concedió las de conferir grados mayores en las facultades de filosofía, teología, leyes y cánones. En fin, en el reinado de Carlos IV vio la Universidad erigidas otras dos cátedras de prima, de leyes y cánones, que era lo único que faltaba para su total complemento. En el mismo reinado empeñó el Monarca su Real palabra de tomar la Universidad bajo el manto de su protección y amparo.
Restablecida, aumentada, protegida de este modo la Universidad de Osma, excedía en el número de oyentes a las otras menores: daba a la Nación copioso número de catedráticos, graduados y profesores para los puestos ilustres, así en la jerarquía eclesiástica como en la civil, ministros togados, inquisidores, prebendados de oficio, corregidores, párrocos y letrados. Por decirlo todo, recibió nueva alma, nuevo ser, nueva materia, nueva forma, nuevas cualidades, todo a costa de la villa y común que representa.
Señor, un día desastroso y aciago hizo desaparecer como el humo todas estas glorias: eclipsó el sol que nos iluminaba: derribó el baluarte que nos defendía, y cortó de un golpe una vid frondosa y admirable que tan bellos vástagos germinaba. El Marqués Caballero, ese ahijado de Godoy el ignorante, ese prosélito del tirano, hizo llegar a su ocaso las ciencias, y sepultó al Burgo y su obispado en las más caliginosas tinieblas que se palpan con las manos como las de Egipto desde el instante infausto. Dio su estallido el rayo de reunión de Universidades en el año de 1787. Vino a Osma D. José Oñate, comisionado para reunir la nuestra a la de Valladolid. Todo lo sacó de cuajo, como cuando un río caudaloso y embravecido arranca los robustos árboles. Si no lo hizo del edificio majestuoso, fue porque los hombres no pueden todo lo que quieren aunque les fatiguen los deseos.
¿Cómo podrían con expresiones vivas el ayuntamiento y común poner a V. M. un dibujo del torrente impetuoso de desdichas que tan violenta medida causó al Burgo, su diócesi y a todas las comarcas de donde venían a poca costa los profesores? Jamás se enjugarán las lágrimas de este dolor amargo, amarguísimo. Un millón de reales que quedaban cada año en la villa del Burgo, era capaz de hacer dichosos a sus habitantes. El menestral, el artesano, el comerciante, las viudas, los dependientes, los graduados, hallaban en la Universidad unos socorros que consolidaban sus casas y constituían la medianía de su fortuna. Los padres de familia, privados de un bien puro, y que tocaba la raya de infinito, ya no pueden educar sus hijos en sus propios hogares y en las ciencias. El que puede, tiene que entregar los suyos a la lectura de los vicios, que a las veces es inseparable de las ciudades populosas. ¿Dónde habrá aflicción que no se pueda comparar a esta aflicción, y a la de que muchos jóvenes que por su talento y luces ocuparían un rango respetable en la república, se oscurezcan en los oficios del mecanismo?
La localidad del Burgo es el mejor punto de proporción para los estudios. Desde Valladolid a Zaragoza hay 60 leguas. El punto céntrico es el Burgo: pueblo de clerecía numerosa: pueblo en que hay un seminario conciliar, que antes de la guerra constaba de 80 alumnos; pueblo sin distracciones, sin teatros, sin divagaciones públicas: pueblo en que la misma soledad es el mejor despertador de la aplicación y del amor a las meditaciones profundas. Quitar la Universidad al Burgo, fue lo mismo que asolarle y la provincia. ¿Quién tirará un cálculo exacto de los desastres de la guerra? Pues, Señor, para el Burgo de Osma, su provincia y limítrofes, ha sido golpe más mortal la traslación de su Universidad que la misma guerra con todos sus estragos. No es paradoja. En viviendo V. M. y los buenos españoles, la guerra ha de ver su fin. El imperio de la tiranía con precisión ha de exhalar su último suspiro en brazos del coraje de la Nación valiente. No hay frío que no se temple, ni calentura que en su período no decline. Las desgracias de la guerra han de repararse y aun mejorarse con el tiempo. La pérdida de la Universidad es un mal, un tabardillo tan rebelde para un país tan pobre; un país de bellos talentos, e inclinado a las ciencias, que ha de dar con el enfermo en la tumba.
¿Qué mano, sino la de V. M., edificadora de lo bueno y destructora de lo malo, podrá reparar estas pérdidas? ¿Qué otro antídoto podrá preservar de este veneno? Vuestra Majestad lo ha dicho: soberanas y firmes son sus palabras; soberanas y firmes son sus obras; obras de edificación y de consuelo. V. M. lo ha sancionado. ¡Lejos, lejos ahora de nosotros el terror y aun la memoria del tirano y sus satélites! Lluevan infortunios, como V. M. no nos falte. La villa del Burgo apela a las palabras de V. M., palabras preciosas y seguramente inviolables. ¡No hay remedio! «La Nación está obligada, dijo V. M., y no se arrepentirá, a proteger con leyes sabias la seguridad, las propiedades, los derechos de los ciudadanos españoles.» La villa del Burgo reclama ante la presencia augusta de V. M. un derecho suyo de justicia, el más sagrado: reclama su Universidad, el patrimonio de los pobres, el amparo de los padres de familia, de las viudas, y en ello el bien general del Reino. Vuelva, vuelva, Señor, a nuestros brazos este jardín de las ciencias. Será una recompensa de las aflicciones de la guerra. Ellas se endulzarán con este alivio. La villa del Burgo tiene contraídos, a la faz de la Nación, méritos muy relevantes en la santa lucha para recibir una gracia hermana de la justicia. La villa del Burgo es el genio tutelar de los gloriosos defensores de la Patria. Pocas o ninguna la aventajarán en lealtad, en amor, en patriotismo, en sacrificios. Un día en que del todo se rasgue el velo, se verán sus obras. Todavía amenazan las bayonetas enemigas en este país, y no sería prudencia clasificarlas. Se escapó ya por dicha nuestra el tiempo de la arbitrariedad y del despotismo: huyeron los tenebrosos días en que un infame privado se nutria con la sangre ajena. La justicia sentó ya su solio en la Nación española como una majestuosa matrona entre sus hijos amados. Son expresiones de V. M.: la villa se afianza en ellas. La villa pide a V. M. justicia y clemencia. Veamos la restauración de un cuerpo honorífico y provechoso que se nos ha quitado a viva fuerza. ¡Oh! día venturoso en que digamos: «La Nación soberana nos ha restituido contra el despojo, y ha ejercido su poder justo e independiente contra la usurpación y la tiranía. La Nación soberana nos ha cicatrizado las llagas que nos habían abierto el mal humor y la ignorancia. Nosotros, nuestros hijos, nuestros nietos, tendremos para siempre que bendecir la diestra sublime y bienhechora de la Nación más benéfica e ilustrada que han conocido y alabado los mortales.» En el borde de unas esperanzas tan bien fundadas.
A V. M. rendidamente suplicamos se digne, por un efecto de su soberana justificación y clemencia, acordar que se vuelva, se restituya, se restablezca a la villa del Burgo de Osma su Universidad literaria, con todas sus rentas, bienes y adyacencias, entendiéndose para cuando la fidelísima Castilla la Vieja se halle libre, comisionando a costa de la villa, obispado y provincia la persona que sea de vuestro soberano agrado para que lo ponga en ejecución hasta dejar el cuerpo literario con todas las regalías, atributos y preeminencias que gozaba al tiempo que se verificó su traslación a Valladolid.
Por tanta gracia no cesaremos de pedir a Dios que haga eterno el Trono de V. M. en la gloria.
Burgo de Osma 12 de Julio de 1812.= Señor.= A L. R. P. de V. M. con fidelidad respetuosa, Manuel Gómez.= Manuel Martínez.= Bartolomé Ruiz.= Manuel Mellen.= Pedro Casado.= Damián de la Poza.= Francisco Hernán Sanz.= Pedro Antonio Gorrea.= Julián Lorenzo, personero.= Julián Pascual de Medina.= Santiago Cabrerizo.= Ángel Itero.= Martin de Martinera y Azpiroz.= Sebastián Calvo.= Ramón Navao.= Gerónimo Almería.= José Miguel.= Martin Gallo.= Juan de Aguilera.= De acuerdo del ayuntamiento y común, Manuel Jiménez, secretario.= Licenciado D. Ramón Santiyán, secretario.»
Por lo que toca a la solicitud que hacia el Burgo de Osma en su exposición acerca de que se restableciese su antigua Universidad, se acordó reservar este punto para cuando se tratase del plan de educación pública que con arreglo a la Constitución debía formarse.