[ Bonaparte: Yo tengo mi política... ]
Concluye la contestación al artículo comunicado inserto en la gaceta anterior
De estos antecedentes se infiere con la mayor claridad cual es la idea que pretendió dar Bonaparte de su política con estas palabras: J’ai ma politique á moi. Esta proposición podría traducirse literalmente en esta forma: Yo tengo mi política a mí, o hacia mí, o para mí; así como estas proposiciones: J'ai mon argent á moi, j’ai ma maison á moi se vertirían bien de esta manera: Yo tengo mi dinero para mí, yo tengo mi casa para mí; pero de ningún modo en esta forma: Yo tengo un dinero peculiar mío, yo tengo una casa peculiar mía. Mas semejante traducción en la materia de esta disputa expresaría muy débil y vagamente el concepto de aquel político. Estas dos sílabas á moi, hacia mí, o para mí declaran con una precisión y fuerza, de que acaso no es capaz nuestro idioma el objeto de la política de Bonaparte, esto es, manifiestan que él es el punto céntrico de donde salen todas las líneas dirigidas a la circunferencia de la esfera en que se halla constituido, y a donde por fin se refunden todos los resultados de sus proyectos y maquinaciones; de manera que él viene a ser la única ley y el todo; y los demás unos miserables insectos, que en tanto deben merecer su atención, en cuanto puedan contribuir al logro de sus particulares designios.
Esta política, que mientras queda reducida a los límites de un solo estado, y fija las relaciones recíprocas entre el soberano y los ciudadanos, puede llamarse nacional, y en cuanto mira a las demás naciones suele llevar la denominación de internacional,{1} gira siempre sobre las especulaciones dirigidas a la utilidad, caprichos y pasiones de los gobernantes, prescindiendo de la justicia y honestidad de los medios que puedan conducir a la consecución de sus depravados intentos. Tal es la idea que Demóstenes dio de la política de Filipo rey de Macedonia, cuando después de haber manifestado su pérfida conducta respecto de los Atenienses y varios otros estados de la Grecia, dijo que todo lo hacía por causa de sí mismo, o por su propio interés{2}: tal es la idea que da Aristóteles de la tiranía, diciendo que el objeto de la misma es la utilidad individual del tirano{3}, y tal es la idea que Bonaparte dio de su política, cuando el Señor Cevallos le reconvino sobre la contradicción en que se hallaban sus anteriores protestas, y las estipulaciones de los tratados entre la España y el imperio francés, con la conducta que desplegó en aquella época. Aquel ilustre caballero se esmeró en reunir bajo un punto de vista los poderosos motivos que debían apartar a Bonaparte de unos procedimientos, que chocan directamente con los principios de que depende la buena correspondencia de los príncipes y estados entre sí, y la estabilidad de sus negociaciones, esto es los tratados de Basilea y Fontenebleau, la alianza de las dos naciones, la exactitud de la España en el cumplimiento de sus empeños, los elogios y promesas magníficas de Bonaparte, y todo cuanto hay de más santo y respetable en el derecho de las gentes, y que sirve de base para que las naciones puedan caminar con seguridad en el arreglo de sus relaciones, y recíprocos intereses.
Convencido Bonaparte de la fuerza de estos principios, y abrumado con todo el peso de la razón ¿qué es lo que contestó? Reconoció estos mismos principios; pero yo tengo, dijo, mi política á moi, como si hubiese dicho: «esa política de que vos hacéis mérito en defensa de los derechos de la nación española, y sus soberanos, es buena para los demás estados. Está muy bien que los demás príncipes se arreglen a vuestras máximas para la puntual observancia de sus respectivos empeños, que guarden inviolablemente la fe de los tratados, y cumplan sus promesas, mayormente si en esto median las razones de mi propio interés: pero por lo tocante a mí, yo me gobierno por otros principios; yo tengo una política tanto más sublime, y misteriosa, cuanto más se eleva sobre las preocupaciones vulgares de los demás estados. Esta política se dirige toda a mí, á moi; yo soy el objeto de la misma con exclusión de cualquier otro objeto diferente de mí, que soy su principio fundamental: mi propio interés es mi fin, y todo cuanto pueda conducir a su logro, por injusto e indecoroso que sea, es conforme a las máximas del egoísmo, que es el norte de mis combinaciones así en la invención como en la práctica de los medios dirigidos al cumplimiento de mis proyectos. Todo cuando se halla en contradicción conmigo mismo, por justo y honroso que sea, es contrario a mis principios. Apruebo el que los Atenienses prefiriesen la rectitud y justicia de los consejos de Arístides a los de Temístocles tan injustos como ventajosos para aquella República. Esta no tuvo entonces su política á soi, a sí; pero yo la tengo á moi, a mí. Celebré tratados con los soberanos de España, elogié su religiosa conducta en el puntual desempeño de sus deberes, les vendí amistad, los colmé de promesas magníficas, porque así me lo prescribían las razones de mi política; los engañé, porque me interesaba mantenerlos por algún tiempo en la falsa idea de mi sinceridad: ahora descubro mi engaño, me aparto de los tratados, me desentiendo de mis promesas, porque así lo exige mi interés, porque yo tengo mi política dirigida toda a mí, cuyo objeto soy yo mismo, sin que deba entrar en sus cálculos la justicia que pueda asistir a los demás, sino mientras yo quiera, esto es mientras esta misma justicia, o no se oponga, o pueda contribuir al logro de mis particulares ventajas.»
Tan poderosas y convincentes son las razones en que se funda la traducción de las citadas palabras de Bonaparte concebida en estos términos: yo tengo mi política cuyo objeto es mi propio interés; traducción que en mi concepto expresa con toda la fuerza y claridad, de que es susceptible nuestro idioma, la idea de aquel emperador en el primer miembro de su respuesta. Por otra parte parece que esta versión: yo tengo una política peculiar mía, o no declara el concepto de Bonaparte, o le expresa muy vagamente. Porque, ¿qué significan estas palabras? ¿Por ventura la conducta pública de aquel emperador se deriva de unos principios o inventados por él mismo, o desconocidos hasta entonces, o que no se hubiesen reducido anteriormente a la práctica? Sería necesario esto o en todo, o en parte para que aquellos principios pudiesen decirse propios y peculiares de Bonaparte. Pero ¿cómo pueden tenerse por desconocidas, y desusadas unas máximas tan antiguas como las pasiones de los hombres? Los dos polos sobre que gira toda la política de aquel príncipe, son la fuerza del león, y la astucia de la zorra, como se demostrará tratando de la exacta correspondencia de sus procedimientos con los principios de Maquiavelo. ¿Y cuando ha dejado de haber hombres que no hayan promovido el logro de sus injustos deseos por estos medios? Las máximas de esta política ¿no se hallan refutadas en los libros sapienciales de la Sagrada Escritura, y señaladamente en los Proverbios de Salomón? Cuando Demóstenes exhorta a los Atenienses a tomar todas las medidas de precaución contra Filipo de Macedonia, ¿no les hace ver claramente, que la astucia, la perfidia, la impostura, el perjurio, la violación de las promesas y tratados, y todas las raterías de esta política son los medios con que procuró su engrandecimiento; que nadie había tratado con aquel monarca sin ser víctima de sus engaños; que siempre tendía armadijos a la sencillez y credulidad de los que no le conocían; que por estos medios, vendiendo amistad y finezas a todo el mundo, ascendió a la cumbre de su poder; que conviene adoptar contra él los mismos arbitrios; y lo que es mas ¿no caracteriza la política de Filipo de la misma manera, en que caracterizó Bonaparte la suya, diciendo, que en sus negociaciones todo lo hacía por sí mismo, o por su propio interés?{4}
En cuanto a la fuerza, que es el otro polo de esta política: ¿no desplegaron las mismas máximas los antiguos galos, cuando preguntados por los romanos en qué derecho apoyaban su pretensión relativa a los campos de Clusio, respondieron ferozmente que llevaban la justicia en las armas, y que todas las cosas eran de los que tenían más fuerza{5}? ¿En la expedición que los mismos galos hicieron a la Macedonia no obligaban a comprar la paz a las naciones, que no se hallaban en estado de resistir a su fuerza{6}? Los griegos ¿no unieron a los recursos de su poder todas las artimañas de la astucia para sorprender la sencillez de los Macabeos{7}? Los romanos después de invadida injustamente la España, ¿no atropellaron sucesivamente los primeros principios de la equidad y justicia hasta el extremo de pasar a degüello a algunas poblaciones, en donde habían entrado por capitulación con el solo objeto de apoderarse más libremente de sus riquezas{8}? Parece pues que esta política, que se quiere sea propia y peculiar de Bonaparte, es, y ha sido común a muchos desde que hay hombres, que se dejan arrebatar de los furores de una exaltada ambición. Además de esto ¿qué palabra hay en la respuesta de Bonaparte, a la que literalmente corresponda el término peculiar?
Que esta política se dijese peculiar de Maquiavelo, estaría bien; porque si es verdad que muchos príncipes han adoptado sus máximas, aquel solo escritor ha formado la colección de las mismas, y las ha reducido a un sistema, que por sus horrores debe llamarse monstruoso aborto del abismo. Y para que se vea la exacta correspondencia de la conducta pública de Bonaparte con aquellos detestables principios, pondré a su tiempo al lado de los mismos los hechos de este hombre especialmente en las ocurrencias de Bayona, cuya comparación presentará a luz del sol los horribles misterios de aquel tenebroso gabinete, justificará al mismo tiempo la verdad de mi aserción, y acabará de dar la satisfacción que solicita el autor del artículo comunicado. = El Redactor.
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{1} Bentham vista general de un cuerpo completo de legislación cap. 22 y 23.
{2} Demóstenes en la Olinthiaca 3ª.
{3} Aris. polit. lib. 4, cap. 10.
{4} Epeida pant enela eautou poion exelelegtai; después que se ha averiguado que todo lo hace por causa de sí mismo. Demóstenes in Olinthiacis, et Philippicis.
{5} Tit. Liv. his. lib. 5.
{6} Justin. histor. lib. 24.
{7} Machab. I, et 2.
{8} Mariana lib. 2, cap. 1.