Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Samuel Hahnemann ]

Instrucción para que cada uno pueda asistir a los suyos en caso de cólera

Un español que viaja por Alemania nos ha remitido el siguiente escrito, que podrá ser de mucha utilidad si por desgracia nos visitase el cólera

El doctor Hahnemann, uno de los primeros médicos de Alemania, se ha hecho principalmente célebre por su nueva doctrina homeopática, así llamada por emplear para la cura de las enfermedades remedios semejantes a las mismas, o tales que en el hombre sano producen síntomas iguales a los que se notan en las dolencias a que se aplican. Esta doctrina fue a su aparición combatida, vilipendiada y aun perseguida, como los descubrimientos grandes lo han sido, son y serán en todos tiempos; pero prevalece al fin la fuerza de la verdad, y hoy día el método curativo de Hahnemann cuenta discípulos y partidarios de nota, no ya solo en Sajonia, su patria, y en gran parte de Alemania, sino en Polonia, Rusia y Hungría, empezando a cundir también por Italia{1} y Suiza, y aun a llamar la atención en Inglaterra y Francia.

La homeopatía ha logrado los resultados más venturosos, tanto en las enfermedades agudas como en las crónicas; más lo que últimamente ha influido en aumentar su reputación, arrancando la convicción de muchos, aun de los más incrédulos, son las felices consecuencias que su aplicación ha producido contra los estragos del cólera morbo asiático. Este mal, que ha atravesado ya los países más notables por su civilización y adelantos, llevando tras sí la mitad de las personas a que acometía, cualquiera que fuese el sistema médico que para resistirle se hubiese adoptado, ha cedido solo al descubrimiento de Hahnemann. Por su método han sanado constantemente de seis a nueve décimos del número de pacientes, y eso en circunstancias desfavorables, y bajo la dirección a veces de facultativos poco diestros en una doctrina que por primera vez ensayaban, movidos meramente del deseo de acertar.

Entre estos merece mencionarse el Dr. J. Mabit, de Burdeos, que ya había observado el cólera en Inglaterra, y acaba de publicar una carta dirigida al Dr. Hahnemann, manifestándole los buenos efectos de su método, en el uso que de él hizo en el hospital mayor de dicha ciudad durante la invasión del cólera en noviembre del año último. Tuvo allí el Dr. Mabit a su cargo la asistencia de cincuenta coléricos, y perdidos de ellos treinta y cuatro, se determinó, afligido de resultas tan deplorables, a emplear los remedios homeopáticos en dos enfermos que se hallaban en mayor peligro, e instantáneamente se mejoraron, librándose por fin de una muerte casi cierta. Animado con este primer ensayo, aplicó los mismos medicamentos a los restantes enfermos, y resultó que de treinta y un coléricos medicinados según el método homeopático solo murieron seis: «beneficio inmenso (observa el mismo Dr. Mabit), si se compara con el hecho anterior y con la mortandad de Burdeos a la sazón, que ascendió a trescientas ocho personas en trescientos noventa y ocho enfermos, es decir, a más de las tres cuartas partes del total.»

El Dr. Quin, inglés, ha sido igualmente afortunado en su aplicación de esta doctrina, según manifiesta en su opúsculo dado a luz poco tiempo hace en París; y los ensayos emprendidos en varios hospitales de Viena por otros facultativos homeopatistas, a presencia misma de los médicos que profesan máximas contrarias, han sido tan acertados, que por lo general se han salvado las nueve décimas partes de los pacientes.

Semejantes hechos, junto con la persuasión de que los principios curativos del Dr. Hahnemann o previenen el mal o le atajan en sus primeros pasos, sin que sean posibles accidentes perjudiciales en razón de la extrema tenuidad de las dosis administradas, han movido a traducir fielmente la siguiente instrucción que el Dr. Hahnemann ha tenido la bondad de extender exprofeso, en medio de sus afanosas tareas, sobre el modo de aplicar uno propio sus remedios en el caso presente.

El objeto es el bien de la humanidad, y que si (lo que Dios no permita) llega algún día a verse la España afligida de tan fatal calamidad, no se ignore en ella el mejor medio hasta ahora conocido, de contrarrestar un mal contra el cual han podido tan poco los sistemas curativos de los médicos más eminentes de Inglaterra y Francia.

Instrucción para que cada uno pueda asistir a los suyos en caso de cólera, y preservarse de este mal

«Casi sin presentimiento es el hombre sobrecogido del cólera agudo, y como con vértigos y en una especie de estupor, tambalea y cae en el suelo, súbitamente fríos su rostro, manos, pies, y el cuerpo sobre todo. Acompaña o sigue inmovilidad e insensibilidad universal, dificultad de inspiración, espiración pronta, aliento frío con hipo, lengua fría, ojos hundidos en sus órbitas, facciones encogidas indicando la extrema agonía, voz hueca casi ininteligible, dolor ardiente en el vacío del estómago, ayes involuntarios al tocar allí, sed abrasadora, coloración azulada de manos y pies, calambres en los dedos, músculos sóleos, &c.

El momento en que el hombre es acometido del cólera (lo que sucede comúnmente sobre la media noche) es el más precioso, y para el socorro el más infalible; pero si el enfermo pasa una o dos horas sin los auxilios convenientes, el restablecimiento se hace dudoso, y muchas veces imposible.

Por esta razón es de suma importancia que el público mismo tome a su cargo la asistencia de los suyos: es decir, cada familia la del individuo suyo que sea herido de este terrible azote, empleando el espíritu de alcanfor, cuyos vapores preservan de toda infección así al que le aplica como a los que están asistiendo.

Para este fin, quien tenga la caridad de socorrer al doliente tomará él primero una o dos gotas de espíritu de alcanfor en un terroncillo de azúcar, y rociará el suelo del cuarto de cuando en cuando con algunas gotas del mismo espíritu. Entonces, acercándose al enfermo, le pondrá en la boca a cada cinco minutos un trocito de azúcar empapado en una o dos gotas de dicha disolución de alcanfor, la cual ha de componerse de ocho adarmes (gros) de espíritu de vino, y uno de alcanfor hecho menudos pedazos. Así continuará hasta que advierta que el paciente recobra un calor moderado y recupera su vivacidad, pues entonces se le administrará la misma dosis de cuarto en cuarto de hora hasta el completo recobro.

Mientras tanto, es conveniente dispensar al enfermo una cucharadita de agua de nieve al instante que la pida.

A fin de facilitar al público la suministración de socorros tan preciosos para desvanecer la epidemia, por decirlo así, de un golpe, exterminaría del todo, y sin dilación arrojarla fuera del pueblo, convendrá proveerse de un frasco lleno en sus tres cuartas partes de ocho adarmes (gros) de este espíritu de alcanfor.

Si por desgracia hubiera pasado las dos primeras horas el enfermo sin el socorro mencionado, y el espíritu de alcanfor ya no aprovecha por estar en toda su fuerza los cursos y vómitos coléricos, dará entonces el medicinante al enfermo una de las píldoras del veratrum (eléboro blanco) a cada hora o de dos en dos horas hasta la mejoría.

Para desinficionar a los procedentes de un sitio contagiado del cólera, se rociarán sus vestidos y equipajes con el espíritu de alcanfor.

Quien de antemano quiera preservarse del cólera que se hubiere declarado donde habita, tome cada quinto día una de las pildorillas de la medicina cuprum (cobre). Samuel Hahnemann M. D.»

P. D. Siendo uno de los fundamentos esenciales de la doctrina de Hahnemann tanto la tenuidad como la parcidad de las dosis, se encarga que en manera alguna se pase de lo prescrito por dicho Doctor en su precedente escrito, pues de lo contrario o los remedios se frustran, o se convierten en dañosos. (Boletín de comercio.)

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{1} El doctor Necker, médico de S. A. R. el duque de Luca, infante de España, sigue la nueva doctrina y la practica con el mejor éxito.