Medicina teórica
Doctrina homœopática del doctor Hahnemann, por el doctor don Ramón Isaac López Pinciano
Constantes en nuestro sistema de poner a nuestros comprofesores al corriente, no solo de todos los progresos que haga la Medicina, sino de todas las novedades que ocurran en ella; y de darles ocasión para que ejercitando su razón y sus conocimientos puedan contribuir a la resolución de los problemas médicos que a cada paso se presentan, nos hemos creído obligados a dar cabida en nuestras columnas al siguiente artículo que nos dirige el apóstol español de la nueva doctrina, el doctor don Ramón Isaac López Pinciano.
Bien hubiéramos deseado que este señor hubiese omitido en su escrito las invectivas acres y odiosas calificaciones con que oficiosamente saluda a todos los que no piensan como él (que por cierto son demasiados); pero para eso era necesario que el señor Pinciano dejase de ser apóstol de una nueva doctrina, y por la misma razón fanático por ella. Efectivamente, toda especie de fanatismo es intolerante por necesidad, y su lenguaje no puede menos de ser ofensivo, audaz y apasionado; y teniendo presentes estas razones, perdonaríamos gustosos al digno apóstol de la homœopatía tantas injurias y ofensas, si consiguiese convencernos y enseñarnos una Medicina mejor que la que hasta aquí hemos profesado.
Pero tenga entendido el señor Pinciano, que no se trata de convencer solo a ignorantes y mal intencionados como gratuitamente supone, sino a hombres ilustrados y celosos de los adelantos de la ciencia, por lo menos tanto como él, y más serenos y capaces de raciocinar, porque no están apasionados o por mejor decir fanatizados. A esta clase de hombres no se les convence con vanas declamaciones, con amenazantes invectivas, con nuevas y altisonantes palabras, con principios abstractos admitidos sin pruebas; y en fin, con todo ese aparato imponente de frases poéticas y diatribas, que si bien seducen y acobardan al débil de razón, previenen muy en contra a los espíritus independientes, a los hombres verdaderamente ilustrados, que buscan la verdad de buena fe; que poseen los medios de distinguirla en doquier que se halla, y de conocer los errores que se atavían con sus apariencias; que no se dejan seducir con declamaciones ni se acobardan por invectivas; y a quienes solo se convence con razonamientos sólidos y bien lógicos, con discursos en que no aparezca un mezquino interés por la causa que se defiende y, sobre todo, con hechos cuando se trata de cosas que solo con ellos pueden probarse. Y puesto que los médicos homœopatas proclaman que su nueva Medicina es puramente experimental, y que solo se apoya en los hechos, déjense de todo lo demás que de nada puede servirles más que de irritar y prevenir los ánimos contra ellos y aduzcan hechos en su apoyo; pero hechos claros terminantes, que no admitan interpretaciones, y sobre todo, públicos y de que nadie pueda dudar.
Si así lo hacen cuenten siempre con nuestras páginas para dar publicidad a sus observaciones y raciocinios médicos; con nuestra más estricta imparcialidad para juzgarlos; con la mayor docilidad para creer lo que creíble sea; y con la gratitud y buena acogida de todos los amantes de la ciencia.
Concluiremos nuestras reflexiones aconsejando al doctor Pinciano que si su objeto es hacer prosélitos entre los ignorantes e ilusos que nunca faltan, continúe produciéndose con el tono declamatorio, ofensivo y amenazador con que ha empezado; pero que si su intento es convencer a los sabios y verdaderos profesores adopte un lenguaje más tolerante, moderado, convincente y menos apasionado. En el primer caso su triunfo será poco costoso, rápido y brillante, pero innoble y de poca duración; en el segundo, será glorioso solo el intentarlo y, si lo consigue, más sólido y duradero, y sobre todo más útil a su honor e intereses y a los de la ciencia y la humanidad, que deben ser el objeto constante de los desvelos del verdadero médico. LL. RR.
La homœopatía
Tal es el nombre con que ha empezado a extenderse una nueva doctrina médica que de algunos años a esta parte cuenta ya numerosos y distinguidos partidarios en las capitales más ilustradas de Europa y América. Cuarenta años de continuos ensayos e infatigables experiencias; al mismo tiempo que hacen su apología, sirven a distinguirla de todos los sistemas médicos conocidos, de todas las teorías más o menos seductoras que han podido sucederse en un arte esencialmente experimental, y que constituyen su estéril historia. El objeto principal de esta nueva escuela es restituir el arte de curar a la admirable y ventajosa sencillez de que disfrutaba en los tiempos de Hipócrates; volver la Medicina a la observación pura de los hechos; estudiar sobre el hombre sano los efectos verdaderos y característicos de los medicamentos; conocer las influencias electivas de estos sobre los diferentes órganos, y desterrar de una vez los asquerosos brebajes emanados de las boticas. El médico deberá en adelante escuchar con la mayor atención y tomar detallada nota por escrito de todos los padecimientos de su enfermo, no confundir su afección individual con esos cuadros genéricos e insignificantes estampados en los libros, ni llevar a prevención ya combinadas veinte recetas para una enfermedad que todavía no ha examinado. El conjunto de los síntomas es alguna cosa, los nombres patológicos no son más que un poco de aire batido entre los labios. Aplicar a una enfermedad bien observada un medicamento bien conocido, tal es la divisa de la nueva escuela; y a este fin no han economizado sus prosélitos sacrificios, perseverancia, escrupulosidad para consolidar un arte de que con frecuencia depende la felicidad o la desgracia de las familias; para dar a la primera ciencia de los hombres un grado de exactitud a que parecía no poder aspirar. ¡Gloria eterna al genio revelador de la Alemania! ¡Eterno reconocimiento al hombre superior que ha dado el grande impulso a esta obra de regeneración y de filantropía! Él ha abierto una ancha carrera de gloria a todos los médicos verdaderamente ilustrados, cegando al mismo tiempo el manantial de los errores del charlatanismo y de la ignorancia presuntuosa. Él ha realizado las miras del primer fundador de la ciencia, consiguiendo obtener portentosos resultados con medios sumamente sencillos. Él ha conseguido en fin, atacar directamente los padecimientos sin menoscabar de modo alguno las fuerzas de los enfermos y sin someterlos a una dieta tan ridícula como innecesaria. Tales son las inestimables ventajas que recomiendan la nueva escuela homœopática, ventajas de que puede ya testificar casi toda la Europa a la par sorprendida y consolada de ver desaparecer enormes padecimientos únicamente a beneficio de algunos átomos medicinales administrados con oportunidad.
Sin embargo, la homœopatía ha encontrado y encontrará todavía numerosos antagonistas entre los sujetos superficiales e indolentes, dispuestos siempre a decidir en todo género de cuestiones sin tomarse la molestia de examinarlas. Desafortunadamente hemos pasado de un extremo a otro: en algún tiempo todo se decidía con citas y autoridades; hoy día hasta el último zarramplín se viste de un ridículo aire de magisterio, y se cree autorizado a fallar por sí mismo en último recurso sobre cuestiones trascendentales que jamás han podido entrar en el estrecho círculo de su capacidad. Sea dicho, no obstante, en honor de la verdad que la nueva escuela, a medida que más se ha perfeccionado, mayor campo ha abierto a los ataques de la ignorancia, porque más se ha separado de los principios recibidos, de los caminos trillados. Las dosis infinitesimales han sido acaso el principal motivo de no extenderse con más rapidez la nueva Medicina: un millonésimo, un trillonésimo, un decillonésimo de grano parece a primera vista no poder ofrecer acción alguna sobre la economía; mas no se considera el nuevo género de preparación que hacen experimentar los homœopatistas a las sustancias medicinales, el excesivo grado de pureza que exigen en ellas, finalmente la suma impresionabilidad de los órganos enfermos sobre quienes dichas sustancias deben ejercer su acción electiva. La materia cuanto más se atenúa más se virtualiza también, más se dinamiza, y este descubrimiento que bastaría por sí solo para conceder la inmortalidad al fundador de la homœopatía, se halla ya testificado por las observaciones más triviales: los huesos, que apenas tienen olor en el estado grosero, despiden uno insoportable cuando se sierran; el ámbar, cuyo aroma es sumamente suave cuando se halla en pedazos, arroja uno muy fragante cuando se tritura; finalmente, el oro, la plata, el carbón vegetal y tantas otras sustancias inocentes en estado grosero, adquieren propiedades eminentemente medicinales, una vez atenuadas a beneficio de tres horas de incesante moledura. En efecto, la trituración y la succusión parecen desarrollar en las diferentes drogas una especie de electricidad medicamentosa, de que se van cargando las altas diluciones, y a que deben toda su virtualidad, su extraordinaria potencia; de manera que los medicamentos llegan por medio de este nuevo género de preparación a entrar en el círculo de los principios imponderables, a hacerse tan penetrantes como el calor, la luz, el fluido magnético &c., y a poder insinuarse desde luego hasta en los últimos repliegues de la organización animal. Por otra parte, los multiplicados ensayos que se han hecho con las sustancias medicinales sobre el hombre sano han dado también una idea exacta de su verdadero modo de obrar, esto es, del órgano sobre que cada una de ellas influye de preferencia. Ningún médico pone en duda que la digital purpúrea dirige particularmente su eficacia al juego del corazón; que el opio obra con especialidad sobre el encéfalo; la escila marítima sobre los órganos respiratorios; las cantáridas sobre los genito-urinarios &c.; pero estos hechos, demasiado evidentes para desconocerse, solo se extendían hasta aquí a un limitadísimo número de sustancias, y aun esto únicamente de una manera genérica: faltaba precisarlos y hacerlos extensivos a todos los modificadores de que se sirve la Medicina, cosa que no se podía conseguir sin ensayarlos uno por uno sobre el hombre sano, en quienes los síntomas medicinales no pueden ciertamente confundirse con los síntomas morbíficos. Tal es el grande paso que han hecho dar a la ciencia los homœopatistas: fundador y discípulos no han economizado sacrificio alguno para averiguar el verdadero modo de acción de los medicamentos simples; han expuesto al efecto su propia existencia, y aun varios de ellos la han perdido generosamente entregándose a tan filantrópica tarea, por asegurar a ingratos contemporáneos los medios verdaderos y seguros de recobrar su salud. Nada más ridículo ni pernicioso que la práctica incierta del médico vulgar empleando unas sustancias cuya exacta acción no ha estudiado; sirviéndose de unos instrumentos que no sabe manejar; acumulando en una receta o brebaje un centón de modificadores enérgicos a dosis realmente veterinarias. Nada tampoco más sensato ni ventajoso que el procedimiento curativo de un homœopatista, examinando con la mayor escrupulosidad los caracteres de las enfermedades, las circunstancias que las individualizan, y haciendo uso en su tratamiento de sustancias, cuya acción le es perfectamente conocida, y que sabe con toda evidencia han de obrar directamente sobre los órganos afectos: si a esto se agrega la suavidad de los recursos de que se vale, suavidad debida tanto a la esmerada graduación de las dosis, como a la absoluta simplificación de los medicamentos, se formará una exacta idea de la notoria superioridad de que disfruta la nueva Medicina sobre el monstruoso y aun criminal empirismo de la escuela vulgar. La homœopatía, hemos dicho en otra ocasión, no pide otra cosa más que se la examine: las charlatanerías y necedades de hombres que no la conocen, nada pueden seguramente probar contra ella; la aprobación de grandes prácticos, de médicos consumados, como Des-Guidi, Dufresne, De Horatiis, Gueyrard, Trinks, Weber, Bijel, &c.{1}, milita por el contrario en su favor; los sujetos que la han pretendido impugnar, se han rendido a ella al estudiarla: solo a ignorantes ridículos es dado considerarla desventajosamente de memoria: el tiempo y los hombres realmente ilustrados y progresivos la harán justicia; nada es capaz de impedir en las ciencias el triunfo de la verdad y de la razón.
Volvemos a repetirlo, la homœopatía es una doctrina esencialmente experimental; es la gran palanca que debe remover todos los obstáculos que se oponían a la consolidación de la ciencia; es el coloso de la Medicina que viene a dirigir el último golpe, a descargar su clava sobre el asesino arte de las misturas. Su principal objeto consiste en reducir todo el arte a la observación pura de los hechos, borrar los arbitrarios cuadros nosológicos, las enfermedades nominales que tanto abundan en los libros, y cegar de una vez el manantial de los sistemas, la incomprensible causa próxima que cada uno explica a su manera; porque en el imperio de las hipótesis puede con toda seguridad proclamarse rey aquel que más se eleva sobre los cinco sentidos. Los rápidos progresos que ha hecho de dos años a esta, parte en Francia, prueba bastantemente el alto aprecio que desde luego ha merecido. Diarios, clínicas, hospitales, celosos propagadores, todo se ha puesto en movimiento para proclamar con dignidad la ciencia de que depende la suerte futura de la humanidad doliente. La vieja escuela fuertemente conmovida en sus principales cimientos empieza ya a vacilar y anuncia una pronta ruina. No es cuestión ahora de reemplazar un sistema con otro sistema, un procedimiento alopático por otro que en nada difiere esencialmente de él; se trata sí de probar que siendo falso el principio fundamental de donde todos parten, deben también todos ellos ser igualmente erróneos, y deben ceder el terreno a la única Medicina que pueda razonablemente existir; Medicina que nada tiene de común con cuanto se ha podido practicar hasta el día, y en que no se sabe qué admirar más, si las altas y profundas miras de su fundador y discípulos, o las portentosas curaciones y resultados científicos que por su medio se obtienen: queda a los profesores españoles, constantemente celosos de hallarse al nivel de los progresos de la ciencia, verificar los multiplicados hechos que militan en favor de la doctrina homœopática; hechos que no ha podido negar en estos últimos tiempos el mismo fundador de la escuela fisiológica, ni sus más acalorados discípulos.
Creemos por nuestra parte haber llenado ya en algún modo el deber que nos habíamos impuesto, publicando en español las obras más esenciales de la nueva doctrina, fomentando la formación de una botica homœopática{2}, y facilitando gustosamente a cuantos profesores nos han favorecido dirigiéndose a nosotros todas las explicaciones, medicamentos y libros que hayan podido serles necesarios. Sin embargo, apasionados cada día más por los brillantes éxitos obtenidos a beneficio de la homœopatía, estamos reduplicando los esfuerzos en todo género, a fin de acelerar su propagación y conseguir que todo el mundo pueda juzgar por sí mismo de tan inestimables ventajas, y no tenga que referirse a la opinión de ciertos petulantes a la moda, en quienes la ignorancia y la presunción se disputan la preferencia. El maternal Gobierno de nuestra ilustrada Reina es de creer nos proporcione bien pronto la ocasión de establecer una instrucción oral sobre la homœopatía en el Ateneo, y en todo caso podrán dirigirse francamente a nosotros los que exclaman contra la nueva doctrina. Entre tanto nos proponemos publicar algunos otros artículos ilustrativos, a fin de rectificar la opinión de varios profesores atrozmente extraviada por las erróneas sugestiones de colegas tan poco caritativos como nada veraces. Teniendo entendido que algunos facultativos, a más de los que nosotros conocemos, practican ya con buen éxito la homœopatía en diferentes puntos de la península, desearíamos se sirvieran comunicarnos las observaciones clínicas de más relieve que puedan haber obtenido en su nueva práctica, a fin de reunirlas a las que estamos coleccionando actualmente para añadir en España un testimonio irrefragable a los muchos que ya existen en toda Europa, a favor de la nueva regeneración médica. Los que gusten favorecernos pueden remitir sus cartas o paquetes francos bajo la dirección, calle de santa Isabel, número 17 nuevo, cuarto segundo.
Doctor don Ramón Isaac López Pinciano.
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{1} Véase lo que puede el espíritu de partido ¡hacer la apoteosis de hombres casi desconocidos en la ciencia, de nombres obscuros, y despreciar a tantos insignes varones, antepasados y contemporáneos, cuyos nombres son célebres por sus trabajos, escrito y saber reconocido por todos los hombres ilustrados! LL. RR.
{2} La del licenciado Sánchez, Puerta del Sol, frente a la casa de Correos, que está provista de los medicamentos en tubos, botellitas y estuches de faltriquera con muchos cientos de glóbulos. L. P.
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El encargado de la redacción, Mariano Delgrás
Madrid. Imprenta que fue de Fuentenebro.