La Verdad. Periódico de medicina y ciencias auxiliares
Sección Científica · Sección literaria · Parte material
El estado harto lastimoso por desgracia en que se halla en la actualidad la clase médica de España, la ninguna protección ni apoyo que merece a propios y extraños y el abandono degradante a que se entregan un número inmenso de profesores de la ciencia de curar, consecuencia precisa hasta cierto punto del total olvido e indiferencia con que la Sociedad los mira, son consideraciones demasiado tristes, sobrado graves y harto aflictivas para que podamos mirarlas por más tiempo con frialdad. Por do quiera que se tienda la vista, a cualquier punto de la Península que se dirijan nuestras miradas, desde la corte a las capitales de provincia, desde las cabezas de partido a los pueblos rurales, en todas partes hallamos al médico, a ese ser filantrópico y humanitario por excelencia, que en vez del papel brillante y de la alta consideración social a que está llamado, es tan solo un objeto de escarnio, de burla y de desprecio para los mismos que le acatan, le respetan y bendicen en los terribles momentos en que de su auxilio necesitan. No se nos culpe pues, porque al empezar nuestra tarea periodística, nos vemos precisados a presentar a nuestros lectores, en vez de imágenes risueñas y lisonjeras, un cuadro sombrío y desconsolador, pero al mismo tiempo exacto y verdadero retrato del estado actual de la medicina en España. Las causas de una postración tan degradante para la ciencia, los motivos que pueda haber para que una sociedad ingrata pague con la mofa y el descrédito los inmensos beneficios que debe a la profesión, son de todos conocidos. Empero, falta una voz que robusta por la razón, franca por su independencia y veraz por no estar ligada a intereses mezquinos y poco nobles, se levante enérgica y proteste a la faz del mundo médico y de la España entera contra el insulto y desacato que se hace a la ciencia de la salud y de la vida en las personas de los que sacrifican su existencia y sus fortunas en favor de la humanidad doliente y de la orfandad desvalida. Si, indignación causa el pensarlo, lástima y despecho a la vez cuesta el decirlo. En medio de una sociedad corrompida, entre una generación positiva y ambiciosa, que sin embargo se apellida a sí misma filantrópica, insultando así nuevamente al que hambriento y desamparado cree hallar en esta palabra hueca, hipócrita y especuladora una tabla de salvación, una esperanza de remedio ¿qué clase de esta sociedad se digna descender de la esfera en que la suerte caprichosa la ha colocado, para tender su mano caritativa al que postrado en el lecho del dolor o tendido al paso en una calle, sucumbe víctima de la desesperación y la miseria? La medicina tiene una nueva gloria en esta misma decepción. Pasaron los años, sobrevinieron convulsiones y trastornos políticos, variaron las costumbres y se metalizaron los corazones, pero el médico, siempre humano, siempre benéfico, siempre filantrópico, y fiel siempre a los juramentos que ha prestado, socorre, cura y consuela al huérfano y al desamparado, no bastando muchas veces a su caridad el auxilio científico que le presta con su profesión, que es el único patrimonio que posee, sino que le ayuda con sus escasos recursos pecuniarios a sobrellevar su enfermedad y su miseria, prodigándole el doble e inapreciable favor de indicarle los medios de obtener su curación y proporcionarle los recursos necesarios para conseguirla.
Esta apología justa y exacta del médico, parecerá a algunos sin embargo apasionada e hija de nuestro cariño hacia la profesión que ejercemos y por la que tantos afanes y desvelos empleamos. No faltarán personas extrañas a la ciencia, y aun médicos mismos, que ridiculicen nuestra pintura como una utopía o una fantasía exagerada y que en su mente recuerden ejemplos lastimosos de profesores del arte de curar, que lejos de asemejarse en su práctica al médico filantrópico que acabamos de bosquejar, se olvidan por el contrario de los sagrados deberes de su ejercicio y dan a sus clientes numerosas y repetidas pruebas de inmoralidad y sórdida avaricia. ¡Verdad ciertamente lamentable! Consideración triste y vergonzosa, que nos dará motivo por desgracia para más de cuatro artículos en nuestro periódico!
Nuestra profesión es un sacerdocio; como tal la miramos y, todos nuestros conatos se dirigirán a inculcar esta idea en el ánimo de nuestros jóvenes comprofesores. Pero este sacerdocio se parece en más de un concepto al religioso: paz, caridad, consuelo al infeliz, apoyo al desvalido, practican el párroco pobre y el médico de partido; intriga, cábalas, desprecio al que es inferior en la clase, ni una limosna al miserable, ni un consejo al que no puede pagar, esta es en general la conducta del médico de alto rango, canónigo prebendado lleno de goces y comodidades. Hay excepciones honrosas, aunque raras, y nosotros tendremos un placer en consignarlas en nuestro periódico, porque así en la alabanza como en la censura, procuraremos, cuanto al hombre le es lícito, acercarnos a la más estricta y rigurosa justicia, a la más severa e inflexible imparcialidad.
Pero tendremos, si, que censurar y quien se ponga a pensar por un momento sobre el estado lastimoso en que los médicos se hallan, conocerá que debemos hacerlo y pronto, muy pronto, por si se remedia hoy lo que mañana seria irremediable. Amamos demasiado a la profesión y a los profesores, para no atribuir su abandono a causas independientes de la voluntad de estos, y que traen su origen del gobierno y de las leyes y costumbres porque se rigen muchos pueblos de España en perjuicio y desdoro de la clase médica. Pero también hay males que provienen de nosotros mismos, de comprofesores, por más que cueste decirlo, egoístas unos, intrigantes y agiotistas otros, poco morales algunos, y abandonados e indolentes una no pequeña parte. Con todos pues nos entenderemos y a todos iremos tocando sucesivamente, pero con dignidad, con decoro y con mesura, por más que algunas veces tendremos que hacerlo con energía y quizá con indignación, (pues tales pueden ser los motivos) pero sin que jamás descarguemos nuestro furor sobre cada uno con más fuerza de la que merezca el hecho sujeto a nuestra fiscalización e irremisible denuncia. Tendremos pues que ser, según el grado del delito, duros e inflexibles unas veces, severos acusadores otras, rígidos censores algunas, y jocosos con lo ridículo muchas; por cuyo medio podremos dar a nuestros lectores un periódico ameno y variado, y nuestras víctimas tendrán que conformarse al ver que hacemos con todos recta y equitativa justicia y que según es el pecado, así imponemos la penitencia.
En lo que toca a las causas que residen fuera de la profesión, nuestros lectores conocen que no nos será posible establecer las mismas gradaciones, ni menos decir muchas veces todo lo que ciertos actos del gobierno merecerían. No obstante, como nuestro lenguaje, aunque fuerte en algunas ocasiones, será siempre, como ya hemos prometido, digno y decoroso, podremos, sin ofender, excitar continuamente a las autoridades a las mejoras que creamos útiles a la profesión y beneficiosas a la par para los pueblos, procurando por cuantos medios estén a nuestro alcance corregir antiguos abusos, que sin favorecer en nada a los que solo por rutina los sostienen, perjudican notoriamente a la clase médica, y entorpecen el progreso social que está urgente y perentoriamente reclamando.
Pero como quiera que al cumplir con lo que dejamos prometido, tendremos que separarnos algunas veces del sistema que generalmente se ha adoptado hasta ahora y al que se han adherido, sin razón a nuestro entender, cuantos hasta hoy de estas materias se han ocupado, creemos un deber hacer pública en este prospecto la senda que nos hemos trazado y la línea de conducta que en el particular nos proponemos seguir, para que algún día no nos acuse el resentimiento o la mala fe de ser inconsecuentes con nuestros principios y de destruir la unión y buena armonía de la clase, por la que tan interesados aparecemos. Ya dejamos dicho que hay males que no proceden de los médicos, y que hay otros, quizá los peores, que residen en ellos mismos. Hasta el día se ha comprendido que el modo de defender a los profesores era acusar a los que no lo eran, en una palabra, por un mal entendido decoro de la clase, se ha dado siempre la razón al médico contra el gobierno, ayuntamiento, jefe o autoridad que le perseguía. Esto en nuestro concepto es un error. Todos sabemos que hay médicos de partido víctimas de la arbitrariedad de un alcalde o de la presunción aristocrática de cuatro vecinos pudientes, pero nadie ignora que los hay también que no llenan, cual corresponde, los deberes de su profesión, ni cumplen, cual han prometido, con los compromisos contraídos con los pueblos. Es muy frecuente ver que los tribunales aperciben y rebajan sin razón derechos justamente adquiridos a profesores delicados, que han desempeñado con celo e inteligencia las comisiones judiciales de que han sido encargados; pero sucede también a veces hallar anotaciones escandalosas, verdaderas estafas, en causas de poca importancia, en que se arruinan familias enteras por la codicia de un médico. Los ayudantes del ejército y armada sufren a menudo sonrojos y vejaciones injustas, causadas por jefes poco atentos, que no quieren acabar de comprender el puesto distinguido que merecen y las consideraciones de que son dignos los hombres dedicados al ejercicio de nuestra ciencia; pero los profesores castrenses saben ya también por experiencia, que el trato que reciben de sus jefes y oficiales está generalmente en relación con el decoro que ellos saben darse y con el celo más o menos exquisito que emplean en el cumplimiento de sus deberes.
Creemos que no es posible ser más explícitos ni más francos en cuanto al objeto de nuestros trabajos y de los medios de llevarlos al cabo. Si pues, para cumplir nuestros compromisos, tenemos en alguna ocasión que prescindir de consideraciones, que en otro terreno nos serían muy respetables, los hombres de bien, los verdaderos médicos, sabrán apreciar cual se merece lo costoso del sacrificio, y sus aplausos será el mejor premio que anhelar podemos, y bastarán a hacernos olvidar, sino despreciar, la censura de los que se crean con derecho a ser nuestros detractores. Verdad e imparcialidad, he aquí nuestro lema, por la ciencia y para la ciencia, he aquí nuestra divisa; y solo colocándonos en este terreno podremos hacernos dignos de que nuestro periódico merezca el título que lleva, y solo cumpliendo, como lo haremos, con la más escrupulosa buena fe así en lo que toca a nuestros compañeros, como a los que no lo son, esperamos que nuestros suscriptores y el público lleguen a creer en la veracidad de nuestros asertos, por la razón de que no pasaremos jamás a insertar con seguridad ningún hecho de cuya exactitud no tengamos pruebas auténticas y convincentes, en cuanto sea posible. Pero del mismo modo advertimos, que si llegamos a adquirir estas pruebas, siquiera sean morales, aunque fundadas, no titubearemos un solo instante en denunciar cuantos abusos lleguen a nuestra noticia, sin omitir los nombres de los que los han cometido, por altos que sean los títulos y condecoraciones de que se hallen adornados.
Para concluir: debemos dos palabras a nuestros lectores acerca del título que hemos puesto a nuestra publicación. No faltarán personas demasiado escrupulosas o sobrado gramáticas que nos critiquen de haber bautizado con el nombre de VERDAD, a un periódico de medicina, distando tanto esta ciencia de la exactitud matemática, que sería necesaria para merecer semejante denominación. Convenido: pero a esto contestaremos, 1.º que nuestro periódico, como científico, no estará filiado en ningún sistema, ni doctrina, sino que dará cabida a todos y juzgará del mérito de cada uno según las ventajas que vayan presentando en la práctica; y que quien tal línea de conducta se traza, no dirá por de pronto infalibles axiomas, pero sí se acercará cuanto es posible a la verdad; 2.º que no estando ligados los redactores a ningún compromiso con personas, ni principios, se proponen escribir en favor de la clase, en los términos y bajo las condiciones que ya quedan establecidas, de donde resulta, que como para defender los intereses médicos, criticar abusos, denunciar escándalos y hablar muy alto y muy claro sobre ciertos y ciertos hechos, será preciso decir muchas y grandes verdades, o los nombres no han de ser la representación exacta de las cosas, o si lo son, no creemos posible dará nuestro periódico otro título que le cuadre mejor que el de la VERDAD, con que vamos desde hoy a publicarlo.
[ Benito Amado Salazar ]
Sección Científica
La aparición de un nuevo cofrade en la liza periodística médica, que con tantos y tan buenos campeones cuenta en Madrid y en las provincias, argüiría tal vez sobrada arrogancia por nuestra parte, si no hubiera presidido en la ejecución de este proyecto una idea de interés capital, según dejamos extensamente consignado en el artículo anterior. Pero, por más poderosas que sean las cuestiones que afectan al bienestar de clase, es preciso confesar, que no darían todo el atractivo necesario a una publicación de esta especie. Además, no podíamos renunciar a la gloria que nos cabría tomando plaza al lado de los que se esfuerzan por difundir entre sus comprofesores todo género de conocimientos útiles, y aunque nuestras pretensiones no fueran grandes, nos sentíamos con suficientes fuerzas para llevar también nuestra piedrecita al camino por donde marchan en el presente siglo todos los ramos del saber humano, en busca del mayor grado de perfección posible.
Mucho se ha disputado en nuestros días acerca de los servicios o perjuicios que la prensa periódica haya podido prestar a la propagación de los conocimientos. Ligera en su forma y rápida en su circulación, se la ha juzgado incapaz de contener otra cosa que lo que su aspecto exterior prometía. Con perdón sea dicho de los que, arrastrados por el ejemplo de graves Aristarcos, lloran a todas horas la falta de aquellos tremebundos in-folios que formaban la delectación de nuestros mayores; pero nos parece un exceso de amor a la venerable antigüedad, y una sobra de desdeñosa intolerancia a todo lo contemporáneo, el considerar como de un valor efímero, y quizás nulo, el auxilio eficaz del periodismo. Bien sabemos que no se forma un sabio con la simple lectura de periódicos: ni estos suministran un cuerpo de doctrina, que necesita tiempo, calma y espacio para ser desarrollado. Mas ¿se negará por esto su eficacia? ¿De cuántos trabajos preciosos, aunque cortos tal vez, carecemos hoy, cuyos modestos autores no se atreverían a publicar, dejándolos que perecieran entre el polvo de sus pupitres? La bondad y mérito intrínseco de un producto literario no siempre suelen estar en razón directa de las dimensiones de este; y a veces sacamos más provecho de un folleto, de un artículo de periódico, que de una obra en forma, pero indigestamente compilada.
Da Mr. Arago un luminoso informe a la academia, donde quedaría en otros tiempos arrumbado entre el polvo de los estantes, aguardando a lo más la ocasión de ser publicado con los demás trabajos de aquella corporación: pero se apodera de él el periodismo, y con sus cien trompas difunde por todas partes las doctrinas que encierra. ¿Cuánto tiempo hubiera tardado en otras épocas Laverrier para hacer saber al mundo sabio su descubrimiento? Hoy por el contrario: apenas acaban dos profesores de los Estados Unidos de comunicar sus observaciones acerca la acción del éter sobre el centro sensitivo, toma a su cargo la prensa periódica el difundir la noticia, y atravesando los mares viene a extenderse por toda Europa; de modo, que antes de que volvieran a hablar los autores de este invento, ya en Paris se estaban construyendo aparatos para simplificar los procedimientos de la inhalación etérea.
De ese rápido comercio en las ideas resulta, que una gran parte del mundo se halla convertida en un vasto congreso científico, donde a todas horas se lanzan nuevas cuestiones a la arena de la discusión. Cualquiera que sea el asiento que en el ocupéis, anunciad un nuevo pensamiento, y veréis al instante cómo se amparan de él los varios miembros de esa gran asamblea, lo miran, lo examinan, lo anatomizan, y del crisol de este concurso de opiniones sale depurada la verdad de vuestra proposición.
Todas las ciencias encierran cosas inmutables y eternas como la divinidad, de quien emanan; pero tienen otras amovibles, perecederas y sujetas a los cambios y vicisitudes de los tiempos: ¿Quién disputará el derecho que a la prensa periódica asiste para representar ese interés de actualidad, ese flujo y reflujo de las ideas, esas mudanzas en las opiniones de los hombres?
Nos hemos engolfado en las precedentes reflexiones generales, si no tanto como quisiéramos, más de lo que nuestro objeto permite. Contrayéndonos a nuestro periódico, ya el lector habrá adivinado por el título que hemos dado a esta sección, que en ella vamos a entrar de lleno en el debate de las cuestiones científicas. La polémica viva, pero de buena ley, sobre cuestiones del día, suministrará materiales abundantes para que podamos emitir nuestras opiniones. Publicaremos artículos sobre los diversos ramos de las ciencias médicas y sus auxiliares, ya originales, ya traducidos, siempre que veamos algunos que por su importancia merezcan los honores de la traducción. Estimularemos el amor propio de nuestros comprofesores, y con ahínco buscaremos y sacaremos de la obscuridad de su bufete, las producciones de algunos hombres modestos, que en el retiro de la vida privada dedican sus horas a el estudio, sin pretensiones de ningún género. Mientras en otra parte resucitamos de sus mismas cenizas nuestra literatura médica antigua, en esta nos proponemos dar a conocer nuestra literatura médica actual, tal vez más fecunda de lo que muchos creen. Así pues, daremos a luz algunos informes y memorias leídas ante las academias, o simplemente escritas para el uso particular de sus autores, y dictadas por el secreto impulso del genio. También daremos razonadas historias de enfermedades, que sirvan a aumentar el caudal de los conocimientos clínicos de nuestros suscriptores: pero en esto seremos muy parcos, pues no pensamos molestar la atención con insustanciales compilaciones de casos comunísimos en la práctica de cada cual. Solo tendrán cabida aquellas observaciones verdaderamente dignas de figurar como tales, y aun así descartándolas de todo lo inútil, y acompañándolas con las reflexiones que nos sugiera nuestro criterio. Donde nuestras fuerzas no alcanzaren, nos ayudarán algunas personas de conocido saber y bien probada experiencia, quienes nos han ofrecido su generoso apoyo.
Fáltanos decir una palabra. A todos los profesores de los distintos ramos de la ciencia de curar, a todos sin excepción ofrecemos nuestras columnas: nuestra obra no es la obra del monopolio: no servimos los intereses particulares, sino los generales de la clase: por lo tanto, a nadie preguntaremos quién eres, ni de dónde vienes, sino ¿qué traes? y no se crea que al hacer el examen que envuelve la pregunta, vayamos a pararnos en si se rebaten o no nuestras doctrinas; nuestra somera indagatoria tendrá solo por objeto ver el lenguaje en que vengan las comunicaciones; porque, francamente lo decimos, aunque sin picarnos de hablistas, querríamos que La Verdad, siquiera sea periódico científico, no dejará por esto de adornarse en lo posible con las galas del buen decir.
Por lo demás, volveremos a repetir: Todo por la ciencia y para la ciencia. Por ella, pues, y para ella, no hay género de sacrificios que no estemos dispuestos a hacer. Y si, lo que no es posible, hubiera fuerzas humanas capaces de ahogar nuestra voz, todavía al espirar, vueltos los moribundos ojos hacia esa deidad benéfica, objeto de nuestros constantes desvelos, exclamaríamos como los gladiadores del circo romano: ¡Diva, morituri te salutant!!!
[ Antonio Manté Gual ]
Sección literaria
Reunir a un tiempo mismo un periódico y diferentes obras, he aquí el objeto principal de esta sección. El modo y forma que hemos adoptado, no puede menos de agradar en nuestra patria donde el estudio de la literatura médica se encuentra tan atrasado a pesar de los luminosos y concienzudos trabajos de Morejón y Chinchilla en sus apreciabilísimas obras. Cuando se quiere conocer la literatura de un país, no basta hacer extractos como los que aquellos autores se han visto forzados a publicar; sino que es preciso reproducir (compendiados) los monumentos de gloria literaria, si han de ser fructuosos a los lectores, y si verdaderamente se desea volver por el prestigio y amenguado decoro de nuestra literatura. Para conseguir este objeto importantísimo, vamos a decir el método que seguiremos, la forma en que haremos nuestra publicación, y más que todo el orden que adoptamos para unir lo útil a lo deleitable, según el precepto de Horacio. Si hubiéramos de imprimir íntegras las obras clásicas de la antigüedad, y nuestros muchos y buenos clásicos españoles, cierto que ni el tiempo nos bastaría, ni los suscriptores que tuviera nuestro periódico, serían tan numerosos como es preciso que sean, ni la literatura médica ganaría mucho con nuestras producciones; pero como nuestro interés es dar a conocer lo bueno y abandonar lo malo de las obras, y como estas abundan casi siempre más en lo uno que en lo otro, hemos determinado quitar lo teórico, es decir, insertar todo lo que sea teórico en un artículo crítico que precederá siempre a las obras que publicaremos, imprimiendo únicamente lo que a la práctica y fin del arte correspondiente de un modo directo, o aquello que verdaderamente fundó la bien adquirida fama de los autores que reproduciremos. El hacer un beneficio inmenso, siendo insensible el desembolso a las clases facultativas, he aquí el principal móvil que nos indujo a publicar una sección que necesariamente habrá de agradar y al mismo tiempo instruir, así a los médicos prácticos como a los escolares, a quienes regalaremos también en esta sección alguna obra enteramente necesaria para ellos, en días en que es preciso recordar lo que en obras más vastas hubieren leído y meditado.
En la elección de estas procuraremos ser eclécticos; unas veces de práctica, otras de informes y literatura, a fin de agradar a nuestros suscriptores; pero deben tener entendido estos, que solo serán obras clásicas las que en esta sección publiquemos, ocupándonos en la parte satírico-científica de los juicios críticos, hablillas, variedades y chispazos acerca de los autores contemporáneos, porque nos gusta respetar a los difuntos, y contender y discutir con los vivientes.
Aquí, pues, solo daremos las obras que hayan adquirido derecho de domicilio y respeto en el mundo literario; queremos descorrer los cerrojos de las tumbas y hacer que los que un tiempo merecieron alabanza, salgan del olvido a que los tienen condenados, no el movimiento progresivo de la literatura, sino una colección de ignorantes o mal intencionados que desearan se olvidase la sabia antigüedad, para erigirse ellos en dictadores del movimiento literario y en usurpadores de la fama que cubre a autores respetables escondidos en el polvo de las bibliotecas, relegados al olvido o acaso aun menos afortunados, sirviendo para usos groseros y torpes, cuando debieran estar engastados entre perlas y brillantes, como el tesoro benéfico legado por la ciencia a la humanidad, como el florón honroso debido a la laboriosidad y al talento. Así que, deseando contribuir a esta reacción favorable que se siente hacia los estudios clásicos, generosos amigos de los progresos científicos, pero no menos apasionados de la naturalidad de los antiguos, tratamos de hacer en España un servicio inmenso, pero un servicio desinteresado; sí, desinteresado, porque bien poco valor tendría si publicásemos estos documentos y estas obras, con el sobreprecio con que algunos especuladores expenden los romanceros, los Quijotes y las antiguas obras literarias de nuestra España: desinteresado, volvemos a repetir, cuando alguno de los ejemplares que vamos a dar no son conocidos de los bibliógrafos españoles, y sin embargo los publicaremos en nuestra sección literaria, a pesar de su rareza, insertándolos para generalizarlos y enaltecer con la publicidad lo que el misterio y el monopolio tienen oscurecido, con la posesión individual y egoísta.
¿El trabajo que ahora emprendemos, se ha intentado siquiera en nuestra patria? A nadie nos dirigimos, a nadie combatimos al expresar la verdad, y si alguien se diere por entendido, procure no manifestarlo, o pruébenos que se ejecutó, y nosotros le rendiremos gracias: aunque bien sabemos no lo podrá hacer, porque no se ha reimpreso de nuestra literatura más que trozos mancos e incompletos, y a veces no con el más fino y atinado gusto.
La forma que hemos adoptado es la más sencilla y cómoda que adoptarse puede; dar un periódico semanal, y con él una entrega de 32 páginas de materia literaria y provechosa: publicar pues un periódico de actualidad, con obras de gusto literario, he aquí una empresa útil y benéfica a todas luces.
El orden que seguiremos, será comenzar una obra terminándola sin interrupción; porque estamos convencidos que este es el medio más a propósito para no defraudar las esperanzas de los suscriptores, y no disminuir el interés y gusto que se toma en la lectura progresiva, porque la interrupción impacienta y disgusta, aun a las personas más apacibles. El método dicho se está, que es el expuesto en las consideraciones generales que llevamos anotadas, es decir, que formaremos un artículo crítico en el cual expongamos las doctrinas que en el cuerpo de la obra u obras se contengan, así como el extracto de lo que menos interesante o inútil no reimprimamos o traduzcamos, a fin de que el conjunto sea armonioso e instructivo, y al propio tiempo tenga la utilidad de las reimpresiones, en aquello que forma la reputación científica de las obras que en esta sección insertemos.
Si al hacer este servicio a la literatura española no lo ejecutáramos con tanta perfección como deseamos, al menos tendremos la honra de ser los primeros que descartando a la ciencia de lo inútil, consignemos lo que es eterno, a saber: el fruto de la experiencia, del estudio, del ingenio y laboriosidad de tantos preclaros varones como ha producido la literatura médica.
¿Qué obra será la que debe abrir este palenque científico? ¿Comenzaremos por una voluminosa y complicada, o por una sencilla y de corto tamaño? ¿Empezaremos por una obra práctica o una simplemente literaria? Estas son las cuestiones que nos hemos propuesto ventilar, y no sabemos ni aun acertamos a comprender cual gustará mas a nuestros suscriptores; pero como en estas cosas es preciso tener resolución, meditando ventajas e inconvenientes, de tres españoles que habíamos elegido para comenzar y que tenemos actualmente en nuestras manos, no sabemos cuál escoger: es uno el Dr. Fernando Cardoso, Acerca de beber frío y caliente, autor sentenciosísimo y de una belleza de dicción inimitable; el otro es Martin Acakia, catalán profundo y sabio del siglo XVI, autor desconocido al señor Morejón y al señor Chinchilla: Acakia escribió una obrita que daremos traducida, y que se imprimió en Londres en 1547, tan rara en doctrina, como profunda en concepción, y tan desconocida que los dos historiadores referidos no la conocen ni poseen, puesto que el uno terminó su historia de la medicina española, y no le anotó, y el otro pasó ya el siglo XVII y no le menciona: otra de las obras que tenemos es la de la brillante Doctriz española Doña Oliva Sabuco de Nantes, la primera edición no expurgada. ¿Cuál comenzaremos a publicar? nos hemos preguntado; y pesadas todas las razones, hemos convenido en ser corteses comenzando por la obra de una dama que honra nuestra literatura, y que si bien es conocida, no deja de ser ya bastante rara. Especialmente la primitiva edición es rarísima, y nosotros la poseemos.
El método que hemos dicho íbamos a seguir con todas las obras de la sección, será el que sigamos con nuestra importante Doctriz, descartándola de una multitud de doctrina y teorías que no conducen a nuestro objeto, ni corresponden a la reputación de la insigne autora; por lo que la obra que vamos a publicar, única y exclusivamente será, la Filosofía de las pasiones, que tan feliz como oportunamente publicó aquella dama, o quien quisiera que fuese, según después probaremos en el análisis crítico-literario que hagamos de esta obra y su espíritu.
Lo que el público advierta de esta, ha de notar de las demás, así traducidas como reimpresas: no habiendo comenzado por la obra de Acakia, porque queremos tener adelantada la traducción para que no se interrumpa nuestro número científico; por cuya razón hemos preferido a Doña Oliva a pesar de ser menos rara.
Lo expuesto basta y sobra acerca del orden, forma y método que procuraremos seguir en esta parte de nuestra publicación; terminando este exordio diciendo: que antes de fallar esperen a ver como se desenvuelve el pensamiento.
[ Ildefonso Martínez Fernández ]
Parte material
Huyendo de la mezquindad de un prospecto, y para dar a nuestros comprofesores una idea verdadera, exacta y práctica, así de la letra y tamaño de este periódico, como de las materias que debe abrazar, el orden de su colocación y el modo como pensamos desempeñar el compromiso que desde hoy contraemos con el público médico, hemos preferido tirar el primer número completo, que recibirán gratis nuestros suscriptores. También repartimos con este número-pros pecto el primer pliego de la Filosofía de las pasiones de Doña Oliva de Sabuco, obra de la que continuaremos repartiendo semanalmente 32 páginas de impresión, es decir que nuestros suscriptores recibirán cada mes cuatro números del periódico y cuatro entregas de la obra clásica que publiquemos, y que como dejamos dicho en otra parte, continuaremos sin interrupción hasta dejarla concluida.
Nuestros deseos serían que todos los médicos y cirujanos españoles recibiesen este primer número-prospecto con la entrega de la obra, y hemos hecho todos los esfuerzos posibles para conseguirlo, sin perdonar medio ni sacrificio pecuniario de ninguna clase a fin de lograr este objeto. Todo ha sido en vano. En una nación en que se carece de tantas cosas útiles, no extrañarán nuestros compañeros que falte una estadística médica, que nos diese noticias del número de profesores de la península y de sus respectivas residencias. Así pues nos vemos precisados a molestar a la distinguida clase de subdelegados de partido, esperando de su celo por el brillo de nuestra abandonada profesión, se servirán circular en su distrito los números que nos tomamos la libertad de dirigirles.
Ya hemos dicho que este prospecto y la primera entrega de la obra son gratuitos y un regalo que hace la redacción a sus suscriptores: así pues, los señores que gusten serlo, y no hayan recibido uno u otra, se servirán avisarlo al suscribirse, y les serán enviados con los números siguientes, pues por no dejar incompletas las colecciones, no nos atrevemos a remitir hoy a todos dicho primer pliego de Doña Oliva y solo lo dirigiremos a nuestros amigos, a los subdelegados y a un número crecido de compañeros, que saben hace tiempo nuestro pensamiento y han tenido la bondad de escribirnos, ofreciéndonos sus sufragios.
El módico precio de nuestra publicación, la entrega de la obra que la acompaña y la clase de materias a que pensamos dar la preferencia, son circunstancias que nos recomiendan más que cuantos elogios pudiésemos hacer, que bastaba fuesen propios, para que apareciesen sospechosos. No nos gustan vanas promesas, y así hemos preferido empezar con hechos positivos, para que nuestros lectores puedan por ellos juzgar si las ventajas que ofrecemos son palpables, o si pueden caber en nosotros ideas de especulación o interés particular.
LA VERDAD saldrá cuatro veces al mes en los días 1, 8, 15 y 22, y llevará a provincias todas las noticias y anuncios interesantes que se publiquen en la corte hasta el mismo momento de entrar el número en prensa.