[ Benito Amado Salazar ]
Pretensiones desmedidas del Sr. Núñez
Nuestro artículo del número anterior ha empezado a producir sus efectos, superiores en cierto punto a nuestras esperanzas. No podemos todavía enterar a nuestros lectores del partido que piensan adoptar los que se creen aludidos, porque aun cuando se ha hablado mucho estos días de denuncia, nada oficial hasta ahora se nos ha comunicado. Para que no se crea que desconfiamos de la bondad de nuestra causa, creemos oportuno decir hoy, que nos ratificamos en cuanto tenemos manifestado, y que compareceremos tranquilos ante los tribunales, porque la conciencia nos dice que henos cumplido con nuestro deber. Si llega pues el caso de llevar a otro terreno este ruidoso asunto, seremos todavía más explícitos, y al citar nombres y apellidos, pintaremos a cada cual con sus verdaderos colores, sin que baste a ocultarles de nuestra severa censura la máscara con que algunos han creído oportuno hasta ahora el encubrirse.
Cúmplenos pues, siguiendo nuestra ingrata tarea, combatir las pretensiones del señor Núñez a colocarse en los primeros puestos de la profesión, es decir a insultar el buen nombre de la medicina española, que tendría que sufrir entonces el justo desconcepto con que la mirarían los extranjeros el ver colocado a su frente el emigrado carlista metido a curandero, hoy médico de cámara de la reina constitucional.
Ya hemos sentado en el número anterior que no basta a un médico el poseer un título de tal, para aspirar a todos los puestos de la profesión. Sea dicho de paso: nos repugna al tratar científicamente esta cuestión, admitir al señor Núñez en la categoría de profesor; pero una vez que se ha verificado este acto tan vituperable, y ya que, gracias a la falta de conciencia de sus célebres protectores, ostenta el homeópata un diploma que no ha ganado, preciso será transigir por el momento con este hecho consumado, y vencer nuestra repugnancia para llevar al cabo el plan que nos hemos propuesto.
El título de médico no es más que la autorización para ejercer la medicina con arreglo a las leyes; pero no lleva envuelto en si el derecho de poder aspirar por sola esta autorización a los destinos tanto lucrativos como honoríficos de la profesión. Para esto son necesarias otras pruebas científicas, otros ejercicios literarios, certámenes públicos en que el que lo posee pruebe no solo que sabe curar, sino que puede enseñar la ciencia en una cátedra, o hacer una aplicación más o menos extensa de ella a los demás ramos tanto científicos como administrativos que abraza la instrucción pública. El cirujano de hospital que goza un mezquino sueldo, el médico de ejército, el director de baños, el catedrático, el regente agregado, todos deben acreditar su suficiencia en oposiciones públicas y solo entran legalmente en posesión de estos empleos, después de haber vencido en lid científica a contrincantes más o menos instruidos, más o menos numerosos. Es cierto que este principio justo y consignado en todos los planes y reglamentos vigentes se ha infringido muchas veces concediendo, numerosos e importantes destinos a personas que no han probado cual debían que eran dignos de desempeñarlos y, lo que es más triste aún, a algunas que no podrían probarlo jamás. Pero prescindiendo de que sus circunstancias no guardan proporción con las del señor Núñez, sus nombramientos son otros tantos actos de arbitrariedad, de injusticia y mala administración, como tendremos ocasión de probar otro día, en que de esto exclusivamente nos ocupemos.
Ahora bien: si una plaza de cinco mil reales, que es el sueldo de los cirujanos del hospital de Madrid, si las de regentes agregados dotadas con la vergonzosa cantidad de tres y cuatro mil, según el nuevo arreglo, solo pueden obtenerse por medio de oposición ¿será justo que los altos destinos médicos sean accesibles a la ignorancia y se obtengan solo por medio del favor y de la intriga? Esto sería el colmo de la inmoralidad. Los consejos de instrucción pública y de sanidad son las dos corporaciones superiores de la medicina, y a cuyos actos prestan obediencia todos los profesores de la ciencia de curar. Los hombres, pues, que compongan estos cuerpos científicos, deben haber probado en diversas ocasiones sus conocimientos especiales, y una ilustración superior, que los haga dignos de gobernar la gran familia médica.
No podremos expresar bien lo que sentimos al hacer aplicación de estos principios al hombre oscuro, que sin embargo brilla a favor de los inmensos fuegos fatuos que encienden a su alrededor la intriga, la adulación, la bajeza y mil otras pasiones innobles que le rodean. Son tan elevados aquellos y es para nosotros este tan pigmeo, que ponerlos de frente, es casi un insulto. Sí, un insulto: porque para nosotros, los consejos de instrucción pública y de sanidad son al señor Núñez como Scarpa y Dupuytren a los mozos de una sala de disección, como Cristóbal Colón y el Capitán Cook a los palanquines que descargan los equipajes de los buques, como Napoleón y Federico 2.° a los granujas que ayudan a los rancheros en sus faenas. Este es el verdadero punto de vista bajo el cual debemos mirar al señor Núñez. Su desmedida ambición le hace concebir proyectos ridículos de puro elevados: quiere serlo todo y no puede ser nada. No ha bastado a su afán hacerse notable por medios que a la mayoría de los hombres causarían repugnancia, no se cree satisfecho con haber probado todos los estados, todas las posiciones, con haber pasado de diácono a faccioso, de faccioso a curandero, de curandero a médico y a favor de este título honroso, que nunca hubiera debido obtener, elevarse hasta el alcázar de los reyes y ceñirse el distintivo reservado para los grandes hombres, sino que quiere usurpar una autoridad que no le corresponde, mandar en toda la clase médica, y disponer a su antojo la enseñanza de la ciencia. Estos son los deseos del señor Núñez, que ojalá se quedasen solo en deseos, pero que ya sea nuestra natural desconfianza, ya el triste desengaño de tantas anomalías como hemos presenciado, nos hace temer que lleguen a verse realizados.
En medio de este temor nos queda sin embargo una esperanza. Cada uno tiene el derecho de hacerse las ilusiones que más le agraden, y nosotros nos aprovechamos de este derecho. El señor Núñez se ha elevado demasiado, dirigió osado sus miradas a regiones donde jamás debía penetrar, y llegó al fin a profanarlas con su planta. Sea en buen hora: quizá no tarde en eclipsarse este astro hoy tan refulgente, y cual efímero meteoro se disipe su luz a los pocos momentos de empezar a ostentar su brillo: quizá vuelva a reproducirse en este nuevo Proteo la fábula de Ícaro, y ya que su audacia le llevó al arrojo de subir hasta el Sol por medio de alas de cera, gócese de antemano en su caída la ciencia por él ultrajada, y preparémonos a presenciar el magnífico espectáculo de que derretidas las alas por los rayos de fuego que aquel astro lanza, cae y se precipita en la mar el ídolo que hoy tantos adulan, y que nos ha dado a nosotros el sensible disgusto de tener que ocuparnos de su persona en dos artículos sucesivos.
——
Habiéndose acercado a nuestra redacción el Señor D. Pedro Mata, catedrático de la facultad de esta corte, manifestando que se creía aludido en nuestro artículo del número anterior sobre las gracias concedidas al Sr. Núñez, y rogándonos que dejásemos su buen nombre en el lugar que le corresponde, creemos oportuno decir, que por nuestra parte es innecesaria semejante aclaración, puesto que ya sabíamos, y ningún médico de Madrid ignora, que el Sr. Mata no conocía personalmente al homeópata; que no estaba enterado de sus circunstancias, y hasta que presentó más tarde una protesta ante la facultad reunida. Si en nuestro articulo no habíamos exceptuado al Sr. Mata, es porque la prudencia nos dictaba callar nombres propios, y aun hoy seguiríamos la misma línea de conducta si no creyésemos que se va elevando hasta tal punto este ruidoso negocio, que nos veremos precisados a decir cuanto sabemos, citando las personas que han influido en favor del Sr. Núñez, y el modo y forma como lo han hecho. Como cuando llegue este caso, que regularmente no estará distante, habremos de decir la verdad respecto a todos, la manifestamos hoy gustosos en cuanto al Sr. Mata, para quedarnos de frente solo con los verdaderos responsables.