Filosofía en español 
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[ Benito Amado Salazar ]

Cuestión Núñez

Necesitamos toda nuestra moderación y el triste convencimiento de lo estériles que serían nuestros cargos, por grande y justa que fuese la energía con que los formulásemos, para ahogar en nuestro pecho todo el dolor; toda la indignación de que estamos poseídos al volver a ocuparnos de esta tristemente célebre cuestión. El insulto hecho a la ciencia y al decoro médico, el ultraje que han devorado con estoica resignación hombres respetables, encanecidos y acreditados en el ejercicio de una profesión honrosa, ya no es un misterio. El mismo Sr. Núñez se encarga de probarlo en un comunicado que ha visto la luz pública en varios periódicos políticos del miércoles 8 del corriente. ¡A cuan serias y lamentables reflexiones nos conduce la lectura de tan audaz escrito! Pero nuestra posición es triste, muy triste sí, porque de una parte tenemos que dirigirnos nuevamente a personas respetables, que son nuestros amigos, que ocupan con justicia los primeros escalones de la ciencia y que bastante han sufrido por varios conceptos, sin que vayamos a aumentar con nuestra tenacidad los sinsabores que acaba de causarles la conservación de sus altos puestos. De otra, parte está el gobierno, para nosotros inexpugnable, atrincherado en una ley que sella nuestros labios, que pone un nudo en nuestra lengua que nos obliga a encerrar con dolor en el fondo de nuestros corazones mil y mil comentarios, que hoy hacer pudiéramos y por obediencia callamos.

Devoremos, pues, en silencio el amargo disgusto que nos ha producido, el ver afirmar al Sr. Núñez, que se ha separado del lado de S. M. voluntariamente y que desde el 20 de octubre no le administra medicamento alguno para observar en el invierno sus dolencias. Quede pues consignado, ínterin no se desmienta cuanto en este escrito se asegura, que el Sr. Núñez es médico numerario de cámara de S. M. con ejercicio.

Creemos innecesario reproducir las lamentables consecuencias que la elevación del charlatán homeópata pudiera quizá un día originar, porque en nuestro núm. 5.° hemos sido ya bastante explícitos sobre este particular, y ahora como entonces nos dirigimos a aquellos a quienes alcanza un tanto de responsabilidad, dando por supuesto como separados legalmente de esta contienda a los profesores de la facultad de esta corte, que han creído oportuno hacer su defensa ante el supremo tribunal de la opinión pública.

En el momento en que se supo en Madrid que el Sr. Núñez había sido graduado de bachiller, la prensa científica se ocupó de este acto, denunciándolo inmediatamente para que llegase a noticia del mundo médico. Verificado el examen por los medios que ya saben nuestros lectores, era en aquel entonces un hecho consumado y naturalmente irremediable, por hallarse en el poder el ministerio que había expedido la real orden [...] facultad de Madrid, quizá hubiera enmendado el error cometido, y temiendo esto mismo, pasó el homeópata a revalidarse ante la escuela de Barcelona.

Es imposible, que los profesores que han graduado a Núñez de licenciado y doctor ignorasen que este aventurero no había sufrido un solo examen de curso, ni en España, ni en el extranjero; de donde resulta, que al autorizarle para la práctica de la medicina, sucumbieron a relaciones personales, a intereses propios, o a razones extrañas a la ciencia. Nosotros no nos meteremos a juzgar de lo que pudo pasar en el acto del examen, en ese juicio inquisitorial, a puertas cerradas, y cuya ilegalidad difícilmente podríamos probar. Pero sí podemos y debemos hacer un argumento, fundado en todas las probabilidades morales, y del que si no resulta un cargo legal, se desprende al menos moralmente una convicción de parcialidad. El Sr. Núñez, si algo es, es homeópata, y esto nadie lo duda. El Sr. Núñez ni ha estudiado, ni ha ejercido la alopatía, como ellos dicen. ¿De qué, pues, se le ha examinado? ¿De alopatía? No la sabe. ¿De homeopatía? Debe saber más que sus jueces, y además esta no es una materia aprobada para la enseñanza, no se explica en ninguna cátedra pública, y por consiguiente no puede ser objeto de un examen. Repetimos que al hacer esta reflexión no queremos formular un cargo contra los jueces del grado, y si tan solo exponer una razón clara y sencilla que se ocurre al menos versado en las ciencias médicas, si sabe, como nadie ignora, el pasado y el presente del Sr. Núñez.

¿Qué documentos ha exhibido el Sr. Núñez en la facultad de Barcelona para ser admitido a la reválida? ¿Presentó otra real orden? El público tiene un derecho a saberlo. ¿Justificó el grado precio de bachiller? De lo que antes de ahora hemos expuesto y del comunicado del Sr. Mata, inserto en nuestro número anterior, resulta, que no se le ha dado al homeópata ningún documento en que constase su aprobación, y que el título le ha sido conferido posteriormente al 7 de abril de 1845, es decir, más de tres meses después de haberse revalidado en Barcelona.

Pero aun dado caso que el Sr. Núñez hubiese justificado que era bachiller ya, a consecuencia no de estudios anteriores, sino de una real orden, los catedráticos de Barcelona no debieron conferirle el grado de licenciado. La prensa médica los avisó en tiempo, todos debían estar enterados de que no se trataba de un acto de justicia, sino de un impulso de favor, y, o nosotros no entendemos lo que es decoro médico, o aquellos profesores debieron antes dejar sus cátedras, sus títulos de médicos si preciso fuese, que consentir en declarar igual en ciencia y categoría un aventurero de antecedentes poco recomendables, a sus mismos discípulos, jóvenes estudiosos, que con aplicación y laboriosidad han asistido día por día, un año y otro, hasta siete cumplidos a oír sus lecciones, a seguir sus clínicas. Repetimos, y repetiremos cien veces, que no han debido autorizar con su asentimiento la ambición injusta e infundada del Sr. Núñez. Y no se crea que hablamos así porque no ocupamos puestos importantes, porque estos sentimientos nacen del corazón, son peculiares a todo hombre de sentimientos nobles y delicados, y o los destinos pingües agotan estos bellos instintos, o nosotros seríamos capaces de hacerlo con el mismo valor que hoy tenemos para decirlo. Por desgracia hemos emprendido una senda errada para poder algún día justificar lo que dejamos afirmado, porque es muy difícil que lleguen a ser algo, en una nación donde solo medra la intriga y la adulación, los que solo conocen el lenguaje de la franqueza y de la verdad; pero, si fuese posible que los medios legales nos llevasen a puestos, que hoy ocupan muchos por el favor y la protección, ya pueden nuestros compañeros tomar acta desde ahora mismo de nuestras palabras, para lanzarnos con este escrito el baldón y desprecio a que seríamos acreedores si llegásemos a hacer traición a nuestros principios.

Réstanos analizar el punto más importante; a la par que el más delicado. Hay una real orden en que se dice que el Sr. Núñez ha hecho en el extranjero los estudios que se requieren para revalidarse de licenciado en medicina; pero nuestro periódico no es político y en España se llama político todo cuanto un gobierno dispone, por más que diste de las reglas y teorías del derecho público. Por esta triste razón tenemos que callar cuanto sabemos, y he aquí una nueva prueba de la triste verdad que más de cuatro veces hemos tenido que lamentar. Si al Sr. Núñez se le hubiese hecho capitán, magistrado, jefe político o intendente, la prensa política hubiera clamado contra esta arbitrariedad [...] llegado al poder se apresuraría a deshacer el yerro cometido por su antecesor. ¿Pero qué importa al gobierno, a la prensa, ni a la sociedad que haya o no un médico más? Dura y terrible lección que debemos no olvidar jamás: funestas y desconsoladoras consecuencias, esta y otras mil que observamos a cada paso, de la indiferencia, si se quiere lo diremos también, del injusto desprecio con que hoy se mira a la clase médica.

Nosotros, pues, tenemos por precisión que convenir en que es cierto que el Sr. Núñez ha presentado en el ministerio todos los documentos necesarios. Pero ¿dónde y cómo los ha obtenido? El Sr. Núñez solo tomó un cortísimo número de inscripciones en la escuela de Burdeos, y en esta facultad de segundo orden solo pueden probarse los cursos de física, química, historia natural, anatomía y fisiología. ¿Dónde, pues, ha estudiado el Sr. Núñez la patología interna y externa, la obstetricia y las clínicas médica y quirúrgica? ¿En la escuela de Burdeos? No, porque estas asignaturas, si bien se enseñan en esta facultad, no se abonan en ninguna otra de Francia, y no creemos que se admita en el extranjero lo que no es válido dentro de la misma nación. Además, el Sr. Núñez no tiene ninguna prueba de curso, es decir, no ha sufrido ningún examen de las materias que suponemos pudo haber estudiado, y en este caso las inscripciones de nada sirven porque solo corresponden en el vecino reino a lo que en España llamamos matrículas. Nosotros tenemos pruebas en nuestro poder que justifican lo que dejamos afirmado, y de cuyas pruebas resulta, o que no es cierto que haya presentado los documentos necesarios, o que estos son falsos e ilegal por consiguiente el título que ha obtenido y con el cual ha osado penetrar hasta el alcázar de nuestros reyes.

La severidad de nuestros principios, el decoro médico y la estricta legalidad que es la norma de nuestros actos, nos han conducido forzosamente a desempeñar el triste papel de denunciadores, ensañándonos con personas que jamás nos han ofendido personalmente y contra las que, como particulares, no abrigamos el menor encono, ni resentimiento. Pero tal es el terrible deber del escritor público, especialmente del que como nosotros dirige sus conatos a vindicar a la clase médica de los injustos ultrajes a que ordinariamente se halla expuesta. Sentimos, pues, que se nos presenten ocasiones de ejercer una censura implacable; pero no podemos eludirlas. Nuestro afán se dirige en esta cuestión, que creemos por ahora terminada, a exponer al gobierno de S. M. los medios de que se ha valido un aventurero sin méritos ni servicios que pudiesen abonarle para obtener un título distinguido, por el que se pone en sus manos la preciosa vida de sus semejantes. El ministerio, pues, que recoja este diploma inmerecido, prestará un servicio a la humanidad, hará un acto de moralidad y de justicia, y será merecedor [...] y a la gratitud de todos los profesores dignos de este nombre, que deben sus títulos a sus largos estudios y los grandes sacrificios personales y pecuniarios que para concluir sus carreras se les han exigido.