[ Juan Martínez Villergas ]
Don Antonio Gil y Zarate,
(a) El Director General de Instrucción Pública.
Cierto que en España hay dos clases de hombres útiles para todas las carreras, aunque no sirvan para ninguna; los poetas y los militares. Un coronel, por ejemplo, que puede cuando mas servir para mandar un ejército en tiempo de paz, porque no todos nuestros militares son a propósito para la campaña, aunque también los tenemos que se han distinguido en la guerra y son precisamente los que se hallan postergados; digo que un coronel solo por llevar tres galones se considera apto para desempeñar una intendencia, una jefatura política, una plaza de oficial en el ministerio, lo mismo en Guerra que en Hacienda, en Gracia y Justicia, en Estado y hasta en Marina, que no se necesita saber mucho, y aun en Instrucción Pública que se necesita saber muy poco, como lo prueba el hallarse al frente de este ramo un naranjo, un homme de rien, un mal coplero, en una palabra, D. Antonio Gil y Zárate, que por su cualidad de poeta (aunque es mal dicho) tiene como los militares opción a desempeñar cargos superiores a su talento y a sus conocimientos.
Lo que he dicho de los militares se verifica también con los poetas. Estos señores pueden no haber aprendido nada mas que a hacer malas quintillas en versos prosaicos, sin armonía, sin gala y sin filosofía; pero en el hecho de hacer quintillas, pueden como los militares optar a todos los destinos así en Guerra como en Marina, en Estado, en Hacienda, en Gobernación, en Gracia y Justicia y aun en Instrucción Pública, como lo prueba el hallarse al frente de este ramo D. Antonio Gil y Zárate, que es como decíamos antes, un naranjo, y si no fuera por hacerle mucho favor, diríamos que era un bruto, un Scita, un hombre, en fin, a quien el Tío Camorra no encomendaría la enseñanza de su ganado vacuno: ese es Gil y Zárate.
Por esa cualidad de poeta, aunque de mal poeta, goza D. Antonio Gil y Zárate las prerrogativas concedidas en su patria a los poetas, así como un diputado, aunque sea mal diputado, disfruta siempre la inviolabilidad y demás prerrogativas que la Constitución concede a los diputados. Fortuna es de D. Antonio Gil y Zárate, a quien hoy vamos a atacar, no en ese terreno de las extravagancias, que cuando mas probarían nuestro buen humor, sino en el vasto campo de atrocidades trascendentales que nos ofrecen sus monstruosas disposiciones relativas al plan de estudios. Cualquiera de ellas que examinemos, presenta un conjunto de vaciedades y de desatinos tan enormes, que avergonzarían a un mozo de la Aduana, y sacaremos en limpio, que D. Antonio Gil y Zárate, no solo no ha nacido para dirigir la instrucción pública, ni para dedicarse al estudio, sino que debía darse por muy contento con una plaza de aguador en Puerta Cerrada.
Véanse sus programas para las asignaturas de filosofía, publicados por la Dirección General de Instrucción pública con arreglo a lo dispuesto en la real orden de 24 de Julio de 1846. Tenemos a la vista el folleto que comprende estos programas, y apenas podemos dar crédito a lo que nuestros ojos ven. Dudaríamos que fuera una realidad si no viésemos en la portada del libro las armas y rótulo de la Imprenta Nacional y en la página 156 los dos últimos renglones; el primero en letra muy pequeña que dice: «El Director de Instrucción pública,» y el segundo en letras gordas que contiene estas palabras que pueden calificarse de subversivas y atentatorias al buen sentido: «Antonio Gil y Zarate.»
En la página 41, hablando de las varias especies de silogismos, dice: De la Entimema, en lugar de decir Del Entimema, porque el Entimema no es femenino, no es hembra sino macho, tan macho como D. Antonio Gil y Zárate. A renglón seguido escribe: De la Epiquerema, siendo así que el Epiquerema tiene también de común con Gil y Zárate la cualidad de masculino, que quiere decir la cualidad de macho.
En la página 43 nos habla de los Medas, que no son Medas sino Medos, y no puede esto atribuirse a errata de imprenta, porque en la página 44 vuelve a hablar de Medas y no de Medos, lo que no debía escaparse a un hombre que se halla nada menos que al frente de la Instrucción pública en España.
En la página 57, habla (por no decir que rebuzna) de las causas y revoluciones que dieron lugar a la grande emigración de los Humnos, sin duda porque no se ha tomado el trabajo de hojear a Mariana, que dice Hunnos, y tampoco es errata, porque a renglón seguido habla de la invasión de los Humnos y no de los Hunnos.
En la página 58 dice odoacer y no odoacro, que es como se dice, así como en la 59 llama Daneses a los que en la 74 da el nombre de Dinamarqueses. ¿Por qué esta diferencia de vocablos?
Pero no es extraño, porque en la página 60 dice: Califado en vez de Califato, según el diccionario de la lengua o Califazgo, que es como debe decirse. Para eso en un renglón tiene después dos disparates, como podrá verse copiando literalmente sus palabras. «Abd-er-Rhaman, último vástago de los Omniadas.» Si el señor Gil y Zárate no fuera tan incivil y tan cuadrado de mollera, en lugar de Abd-er-Rhaman, hubiera escrito Abd-el-Rhaman, y en vez de Omniadas hubiera puesto Omiadas, lo que tampoco es errata de imprenta porque ya es frase repetida.
En la página 61, habla de la dinastía Capeciana en lugar de Capetana, que es como se escribe por tener su origen en Hugo Capeto, que no se llamaba Hugo Capecio, y aprovecho el consonante para decir que Gil es todo un necio.
En la página 65 pone Bouillon por Bullon, y en la 64 habla de las revueltas de los comunes en el norte de Francia. Aquí es donde se ve el mal gusto de D. Antonio Gil y Zárate, porque eso de revolver comunes es una expresión que maquinalmente nos hace llevar las manos a las narices. Si el señor Gil y Zárate no sabe que algunas veces el buen gusto manda desechar ciertas frases anfibológicas, dígole que no ha nacido para director de Instrucción pública, que su destino, que su misión en el mundo ha debido reducirse a revolver comunes.
En la página 72 escribe Maria Estuarda, sin duda porque no sabe que el apellido es invariable para todos los individuos de una familia, cualquiera que sea su sexo; si así no fuera tendríamos que decir en España que los actuales reyes son D. Francisco Borbón y Doña Isabel Borbona.
En la misma página hay un corto período que dice asi: «idea de la reforma en Suiza y Francia. Calvino. Francisco I «la combate» Y yo pregunto ¿a quién combate? ¿a la idea? ¿a la reforma? ¿a la Suiza? ¿a la Francia? Mientras no se aclare este punto, será necesario combatir a Gil y Zárate.
En la página 75 habla del impulso dado por el cardenal Richelieu al poderío de Francia. El original dice al poder real (au pouvoir royal) y en el día se dice más lacónicamente al trono.
Pero donde D. Antonio Gil y Zárate está menos feliz, aunque propiamente debíamos decir más desdichado, es en su programa de literatura. Veamos cómo define la Estética. «La Estética tiene por objeto la teoría de lo bello: es la filosofía del arte o bellas artes.» Esto no es definición ni tiene gramática. ¿Qué importa? para eso su autor disfruta 60.000 rs. de sueldo como director de Instrucción Pública. También dice que el bello ideal se saca del bello natural. ¡¡¡Se saca!!! Expresión es esta que denuncia a D. Antonio como turronero. Se saca un destino del gobierno, se saca el oro mal ganado del Tesoro público, se saca la tripa de mal año, pero eso de sacar el bello ideal del bello natural, solo podía ocurrirse a D. Antonio, que en su manía de equivocar las cosas tiene sin duda la torpeza de creer que el bello natural es un saco.
En la página 135 habla D. Antonio de la armonía prealable, en lugar de preestablecida, que es como se escribe en castellano, porque eso de prealable es un término francés que no está en uso y que lo atribuiríamos a descuido si no recordáramos la traducción que Don Antonio Gil hizo del Vaso de Agua, donde en vez de traducir un grano de arena tradujo un grano de sable.
Y por último, en la página 156 pone una advertencia que dice así: «para la enseñanza de las lenguas y demás asignaturas de la facultad de filosofía, no se publican programas porque el profesor debe ser libre de adoptar en ellas el método que mejor le parezca.» ¿Y por qué, señor D. Antonio? La razón es muy sencilla; porque no tenía V. a mano mas programas que traducir y su cabeza de V. es demasiado redonda para hacer un trabajo original.
Así va la Instrucción en España: puede decirse que es la nación donde más cuesta este ramo y la más atrasada de todas, como que aquí no nos cuidamos de otra cosa que de crear destinos para dar de comer a los hombres, y en virtud de este sistema de despilfarro se ha inventado el ocioso cargo de rector de la Universidad con 50.000 reales de sueldo, un ministro de Instrucción pública con 120.000 rs., y un director de ídem con 60.000. Aquí de la pregunta de Cristina de Suecia «Si votos para qué rejas?». Si hay un ministro de Instrucción, ¿qué falta hace un Director de Estudios? ¿Y si hay un director general de estudios para qué se necesita el ministro de Instrucción? Para que entre los dos, y D. Nicomedes Pastor Diaz, rector de la Universidad de Madrid, se chupen 230.000 rs. anuales sin contar el coche del ministro que cuesta 15.000 rs. a la nación, el del rector que costará lo menos 10.000, y el del director que no sabemos si lo paga de su bolsillo, aunque lo más verosímil es que lo pague la nación también. De suerte que los tres susodichos señores sacan anualmente de las arcas públicas unos 260.000 rs. para que la instrucción sea una mentira, un escarnio, una vergüenza, si habíamos de juzgar del profesorado por lo que representa relativamente al rector de la Universidad de Madrid y al bárbaro Gil y Zárate, director general de Instrucción pública, que como hemos probado hoy no sabe traducir, y como probaremos otro día no sabe sumar. Que desconoce la historia y la literatura, y que solo entiende de sacar 5.000 rs. mensuales a la nación en recompensa de su estupidez prealable.
Si para probar los vicios de la instrucción habíamos de descender a ciertos pormenores, sería el cuento de nunca acabar. ¿De cuándo acá se ha dado importancia a los catedráticos suplentes que solo trabajan en ausencias y enfermedades de los catedráticos en propiedad? Pues sin embargo desde que figuran al frente de la instrucción esos hombres, esos coritos que quitan la gana de aprender a cualquiera, se ha dado a los catedráticos suplentes el nombre de regentes agregados, para lo cual no necesitan hacer ningún ejercicio, ninguna oposición, ningún trabajo científico, sino que les basta una credencial del Director, y como el Director es D. Antonio, capaz será de dar credenciales este señor a su doncella y a su cocinero si se le pone en el magín, pues hace ya mucho tiempo que este señor tiene la cabeza a pájaros. Indudablemente D. Antonio Gil no goza de la mejor salud según las cosas que hace, y téngase presente que en este artículo habla el Tío Camorra con toda la formalidad de que es capaz. Dígame V., D. Antonio, ¿por qué no ha establecido V. un escalafón en la jerarquía de catedráticos a fin de que estos señores fuesen ganando en consideración y sueldo según sus años de trabajo y estudio? Pero no; V. ha querido que en cada ascenso necesiten hacer ejercicios de oposición hombres que ya han ganado por oposición las cátedras que desempeñan. Así le sucede a un joven catedrático de lógica de Ciudad-Real que pretende ser trasladado a la misma cátedra en la Universidad de Madrid, por la simple razón de que en Madrid disfrutará 12.000 rs., de sueldo y en Ciudad-Real no tiene mas que 9.000. V. quiere que ese joven se presente nuevamente a oposición, dando al Tío Camorra, con este motivo medios de probar hasta la evidencia que es V., señor D. Antonio, lo que se llama un bolo. Porque una de dos: o el mencionado profesor sale bien de sus ejercicios, o sale mal. En el primer caso no ha hecho mas que corroborar su aptitud reconocida por el tribunal que le envió a Ciudad-Real, y en el segundo caso, es decir, si sale mal, no solamente no se le debe dar la cátedra de Madrid sino que debe quitársele la que desempeña en Ciudad-Real. Dispense V. estas concluyentes razones porque estamos tratando de una cátedra de lógica y el Tío Camorra tiene la obligación de ser lógico.
Otro día sacaremos a relucir los trapillos de algunos paniaguados; por hoy me contentaré con citar al Sr. Araujo, pobre dómine que ni siquiera está graduado de bachiller y goza la friolera de 30.000 rs. anuales. Hablaré de Carlitos Coronado, sustituto de lógica con 3.000 rs. de sueldo en 1843 y hoy catedrático propietario de jurisprudencia con 20.000 del pico. ¿Qué reputación tiene este señor, qué oposiciones, qué obras, qué trabajos científicos o literarios ha hecho para que le den 20.000 rs. de sueldo? Pero ahí está el Sr. Chavarri, catedrático también de física hace tres años en el Instituto de Jerez, que goza hoy también 20.000 rs. y categoría siendo catedrático de Instituto, sin más méritos que el haber acompañado a Paris a D. Antonio Gil y Zárate cuando este señor fue maquinalmente a Francia en busca de máquinas, que es como si dijéramos, que el Sr. Chavarri tiene 20.000 rs. por servir de bufón a D. Gil de las calzas verdes. No costaban tan caros los papeles grotescos de las comedias antiguas; aunque no debemos admirarnos de nada porque las aberraciones de este género, son hoy el patrimonio exclusivo de una nación cuya instrucción dirige un animal con 60.000 rs. de sueldo. Es una indirecta a D. Antonio Gil y Zárate.