[ Juan Martínez Villergas ]
¿Quién es ella?
He aquí lo que preguntaba Carlos III cuando le iban a referir alguna desgracia, suponiendo que no podía haber lance desagradable en que no interviniera un ser femenino, y a fe que no iba descaminado al pensar así, porque también D. Juan de la Pilindrica abriga la opinión de que el bello sexo es la fuente de todas las discordias, y por eso cuando noches pasadas se inundó de esbirros el teatro del Circo, y supo que se tramaba algo contra Espartero y sus amigos, lo primero que le ocurrió fue preguntar como Carlos III ¿quién es ella?
A la verdad, la tal preguntita no carecía de misterio; pero no todos la comprendían, y no faltaba quien saliera con la pata de gallo de encontrar alusión hacia tal o cual persona de alto chapín, sin que el sencillo D. Juan de la Pilindrica hubiera pensado, como es de suponer, en semejante cosa.
Alguno que otro colgaba el milagro a personajes masculinos, como por ejemplo, a Mon, a Pidal, a Narvaez, &c., &c.
—¡Qué disparate! ¿Qué interés podían tener esos señores en ultrajar a Espartero? dijo el Tío Camorra.
—¡Toma! el que tienen todos los afrancesados en desacreditar a los buenos españoles, contestó un hombre del pueblo.
—No lo creo, dijo D. Juan; yo no sospecho de nadie mas que de ella.
—¿Pero quién es ella? preguntó el hombre del pueblo.
—Eso es lo que yo digo, insistió el Tío Camorra, ¿quién es ella? porque aquí para inter nos, yo entiendo que esto que está pasando puede ser realmente inspiración de ella, proyecto de ella, plan imaginado por ella y puesto en ejecución por ella; solo que hablando ingenuamente, necesitamos saber quién es ella para que Dios nos libre de ella.
—Lo que no admite duda, añadió un cuarto individuo, es que lo estupendo de tan grotesco espectáculo, está autorizado, o cuando menos consentido por el gobierno.
—Concedido; pero el gobierno lo ha autorizado o consentido por ser cosa de ella, dijo D. Juan.
—¿Pero quién es ella?
—Eso es lo que digo yo, añadió el Tío Camorra, ¿quién es ella?
—Hablando seriamente, repuso el cuarto individuo, he oído decir que se trata de hacer algo contra el Duque de la Victoria, y que este señor debe andarse con pies de plomo. Dele V. un buen consejo, Tío Camorra, para que no caiga en el lazo.
—Es escusado, respondí yo: el general Espartero conoce perfectamente al partido moderado y sabe de lo que son capaces los enemigos de la libertad. Así es que vive prevenido contra las redes que pudieran tenderle los moderados o ella.
—Bien hecho; lo que yo sentiré será que venga esta noche sabiendo que todo el teatro está lleno de gente pagada para cometer las iniquidades propias de ese bando inmoral y villano.
—No tenga V. cuidado, contestó D. Juan, que me parece que no vendrá, porque está al corriente de todo lo que pasa y no quiere que ella se salga con ella.
—Pero ¿quién es ella?
—Eso es lo que yo pregunto, señor D. Juan, ¿quién es ella?
—¿Conque tampoco V. sabe quién sea ella? Entonces permítame V., Tío Camorra, que ponga en cuarentena los recelos de don Juan. Yo creo que aquí no media ningún ser femenino, porque para esto sería necesario que mediasen todas estas razones: 1.ª Que Espartero no hiciera buenas migas con ella: 2.ª que Espartero hubiera sufrido otras vejaciones por ella: 3.ª que Espartero no hubiera cumplido con ella: 4.ª que ella estuviera en alta posición: 5.ª que ella tuviera tan malas intenciones: 6.ª que ella fuera enemiga de la libertad: 7.ª que ella quisiera mal a los españoles; 8.ª que ella fuera capaz de apelar a tan vedados recursos: 9.ª que ella fuera mayor de edad y tuviera mucho mundo: 10.ª que ella tuviera dinero ajeno para costear la broma: 11.ª que ella…
—¿Pero dónde va V. a parar, interrumpí?
—Mientras este señor no me diga quién es ella…
—Yo no quiero decir quién es ella; lo único que digo es, que no puede menos de ser cosa de ella.
En esto empezó la función; los caballeros, que merced a la gratificación de cuatro a seis reales, iban a dar muestras de su entusiasmo servil se desanimaron al ver que la presa se les escapaba de entre las manos, y vertían lágrimas asquerosas de dolor viendo que no se presentaba el Duque de la Victoria, a quien trataban de hacer demostraciones propias de gente que recibe dinero para insultar a los patriotas. Acabóse la ópera por fin y cada cual se retiró a su casa; los que no pueden ver a Espartero, llenos de ira porque no le habían visto, y los que quisieran verle a todas horas, alegres de no haberle visto en semejante noche. El Tío Camorra salía reprendiendo con las miradas a los peseteros; y se fue a cenar diciendo para sí lleno de gozo. ¿Será posible, Don Juan, que todo esto sea cosa de ella? Pues en tal caso ¡qué chasco para ella! Quien quiera que ella sea podrá tener mucho talento, podrá manejar bien la intriga, podrá desear al pueblo español días de luto, podrá tener dinero propio o ajeno para llevar a cabo sus planes; podrá contar con hombres degradados que se vendan por cuatro reales; pero hoy ha marrado el golpe: de nada la han servido sus malos instintos, sus intrigas, sus pesetas y sus satélites; y lo mejor de todo es que si los liberales saben manejarse, a pesar de tanto maquiavelismo, tengo por imposible que ella se salga con ella. Ocho días han pasado y todavía el Tío Camorra no sabe quién es ella; ignoro si será la pandilla afrancesada, o la política moderada, o la injusticia situacionera, o la tiranía moderna, o la ley del embudo. Don Juan de la Pilindrica es el único que la conoce y ofrece dar su periódico a todo el que apronte cinco reales al mes, tenga o no la fortuna de saber quién es ella.