Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Juan Martínez Villergas ]

El Tío Camorra

La República Francesa

—Señor D. Juan, dígame usted la verdad, ¿qué piensa usted de la actual revolución francesa?

—¿En qué sentido me diriges la pregunta?

—Deseo saber si esa revolución es buena o mala.

—Mala y buena, según se la considere. Esa revolución es mala para Luis Felipe y buena para la Francia; es mala para el despotismo, pero es buena para la libertad; es mala también para la corrupción personificada en los bandidos que componían el ministerio del ex-rey, pero es buena para la moral pública y para los ciudadanos. Mira tú como esa revolución puede ser calificada de distintos modos y probarse que tiene tanto de buena como de mala.

—He observado, sin embargo, que todo lo que en su opinión de usted tiene de mala esa revolución, es tan bueno que no puede ser mejor; de lo cual infiero yo que solo bajo el punto de vista de los intereses privados de una cuadrilla, puede llamarse malo lo que a todas luces es bueno. Pero ya que la revolución es buena ¿cómo se ha obrado semejante milagro siendo el producto de unos cuantos parricidas?

—¿Cómo parricidas?

—Sí señor, parricidas los ha llamado el señor Martínez de la Rosa.

—El señor Martínez de la Rosa no tiene otra razón para decir eso que el ver la libertad triunfante en la nación vecina. El señor Martínez de la Rosa es el enemigo más decidido del pueblo; el señor Martínez de la Rosa mira con horror a los liberales; el señor Martínez de la Rosa sería capaz de calificar de sublime y sagrada la revolución francesa, si en vez de dar por resultado la libertad de la Francia hubiera producido las cadenas y la Inquisición.

—¿Conque es decir que no ha habido parricidas en Francia?

—Sí; ha habido parricidas y héroes: parricidas antes de la revolución y héroes durante la revolución; los parricidas eran Mr. Guizot, Duchatel, Bougeaud y comparsa, y los héroes son los ciudadanos que han derrocado al rey de julio; los parricidas eran los explotadores de la paciencia del pueblo, y los héroes son los que cansados de sufrir el insoportable yugo de la tiranía, lo han despedazado para siempre; los parricidas eran los que aniquilaban a la Francia y edificaban palacios y ostentaban un escandaloso boato con el sudor del pueblo, y los héroes son los que han arriesgado su vida por defender sus derechos y volver por su dignidad ultrajada; los parricidas eran los traidores que falsearon la revolución de julio para oprimir a la Francia y hacer bueno a Carlos X, y los héroes son los que cansados de farsas y de farsantes, han proclamado en toda su latitud la soberanía del pueblo; y por último, los parricidas eran todos aquellos cuya desgracia ha herido tan vivamente la sensibilidad del señor Martínez de la Rosa, y los héroes son todos los hombres libres, cuyo pecado consiste solo en no doblar cobardemente la rodilla ante los ídolos del despotismo.

—Señor D. Juan, francamente, hace ya mucho tiempo que tenía yo formada mala opinión de Martínez de la Rosa; pero estaba muy lejos de creerle tan malo.

—¿Cómo malo?

—Sí señor; malo, políticamente hablando, y a la verdad no me extraña que haya maltratado tan duramente a los liberales franceses, porque acostumbra a hacer lo mismo con los liberales españoles. Pero en fin, no es solo el señor Martínez de la Rosa quien lamenta el desenlace del drama últimamente representado en París, por cuya razón tenia yo mis dudas.

—Permíteme dudar a mi vez que sean liberales los que lamentan ese resultado.

—Sí señor, son liberales, o al menos se llaman liberales.

—Es que no son liberales todos los que se apropian este honroso nombre; algunos llevan falsificado el título de liberales, como el que probaba la baronía de los Pelichis y de los Boulows.

—Ya ve usted, como que el resultado ha sido la República...

—¿Y qué tiene eso de malo, amigo Camorra? ¿Eres tú también de los que creen que la República es sinónimo de anarquía y desorden?

—Así lo dicen algunos que se asustan al oír pronunciar semejante palabra; y lo mismo digo de mí, porque francamente, a pesar de los epítetos de anarquistas y revoltosos con que somos calificados los liberales españoles, sepa usted, que yo que amo tanto la libertad no tengo nada de revoltoso ni de anarquista; quiero que haya un gobierno justo, enérgico y legal, la propiedad sea respetada, que la justicia sacuda su formidable cuchilla sobre la cabeza de los criminales, que las costumbres no se corrompan, que la sociedad no se pervierta.

—Pues en nada se opone la República a tus nobles deseos.

—¿De veras? hombre, hágame usted el favor de explicar lo que es República.

—Con mucho gusto.

—Empiece usted, que tengo muchas ganas de aprender, pues como usted sabe muy bien, soy un pobre paleto y no tengo obligación de conocer las cosas tanto como usted.

—República es una forma de gobierno que se funda en la soberanía del Pueblo.

—¿Y qué mas?

—No necesito decir más.

—Quiero saber si en la República hay gobierno y de qué manera se compone este, caso de que le haya.

—Te lo explicaré, escúchame bien: La República es un gobierno que no necesita rey, por cuya razón ha tenido que tomar las de Villadiego Luis Felipe, que desempeñaba este papel desde la revolución de julio. He dicho que el gobierno republicano se funda en la soberanía popular y voy a manifestarte de qué modo. Primeramente has de saber que en la República todos los ciudadanos tienen derecho electoral y por consiguiente todos los ciudadanos toman parte en la elección de los diputados o representantes del pueblo. Estos señores, constituyen lo que se llama el poder legislativo, es decir, que son los encargados de hacer las leyes que han de regir a la nación, cuyos intereses representan legítimamente, como que son elegidos por todos los ciudadanos, sean pobres o ricos.

—Hasta ahora me va gustando lo que hay en Francia.

—Además del poder legislativo se necesita el poder ejecutivo, que es lo que vulgarmente se llama ministerio, y los ministros son elegidos por los diputados, de suerte que también los ministros son representantes del pueblo, aunque elegidos indirectamente; porque en último resultado deben su elevación al sufragio universal. Estos ministros son responsables de sus actos públicos, y la cámara de diputados tiene la facultad de pedirles cuentas de su administración, y quitarlos del puesto, y formarles causa cuando por sus actos se han hecho indignos de merecer la confianza de la nación.

—Adelante, adelante.

—El gobierno republicano reconoce también la necesidad del poder judicial, que es el que aplica la ley a los delincuentes. Tiene una fuerte Milicia Nacional para asegurar el orden en el interior, y un ejercito para defender las fronteras de la patria, de cualquier invasión extranjera.

—Eso es magnífico: siga usted, señor D. Juan, siga usted, que me va gustando todo eso.

—El gobierno republicano disminuye el número de empleados y los sueldos crecidos, como ahora debe verificarse en Francia. Además se va a ahorrar la nación unos cincuenta millones de reales anuales que necesitaba antes para mantener al rey y a los príncipes, de manera, que las contribuciones podrán reducirse a menos de la mitad.

—De suerte que el gobierno republicano que han establecido los franceses, además de ser un gobierno legítimo, como que emana de la voluntad nacional, y un gobierno liberal, como que se funda en la soberanía del pueblo, y un gobierno recto, como que debe dar cuenta de sus actos a la cámara legislativa, será un gobierno muy barato.

—Sí por cierto: la baratura, la economía es una de las principales dotes del gobierno republicano.

—Pues hombre; eso no es para llamar parricidas a los franceses.

—Yo lo creo que no.

—Y diga usted, en el gobierno republicano ¿hay libertad de imprenta?

—Completa libertad: allí el absolutista, el monárquico-constitucional, el demócrata puro, todos pueden expresar libremente sus ideas, manifestar sus principios y juzgar como les parezca los actos de los funcionarios públicos, sin temor a los censores, ni a los fiscales, ni a los tribunales pagados por el gobierno para sofocar los gritos de la razón. Hay además libertad individual, de modo que los ciudadanos que no conspiren, tienen seguridad de no ser presos y maltratados por los esbirros del poder, y cada uno podrá viajar libremente sin necesidad de pasaporte.

—¿Cómo es eso?

—¿Para qué hacen falta los pasaportes?

—Para impedir que los ladrones anden por donde quieran.

—Los ladrones tienen siempre pasaportes a su disposición; ellos los falsifican o encuentran quien se los proporcione, y así es que estoy de acuerdo en lo del otro: antes de inventarse los pasaportes había ladrones, y luego que los pasaportes se inventaron hubo ladrones y pasaportes. Como si todo esto no fuera bastante, se creó la policía y tuvimos ladrones, pasaportes y policía; luego se añadió la Guardia Civil, con lo cual disfrutamos Guardia Civil, policía, pasaportes y ladrones.

—Está bien; pero ¿cómo se persigue a los malhechores en los gobiernos republicanos?

—Para eso están las municipalidades, que son los gobiernos locales de los pueblos, elegidos también por todos los ciudadanos, y para eso sirve también la guardia o Milicia Nacional interesada, como se compone de ciudadanos honrados, interesados en la tranquilidad pública y seguridad doméstica. ¿Te va gustando?

—Mucho, muchísimo; eso es mejor de lo que yo creía. Pero diga usted, en la República hay esas andróminas de puertas, aduanas, alcabalas y otras contribuciones indirectas que tanto contribuyen a encarecer los comestibles?

—Nada de eso. En la República todo es libertad; cualquier ciudadano es dueño de comprar y vender como le acomode, sin que le pongan trabas; y así el pan y la carne y todo cuanto los hombres necesitan para su manutención, está mucho mas barato.

—¿De suerte que los pobres estarán en la gloria con el gobierno republicano?

—Es claro, como que el gobierno les asegura el jornal, les da los comestibles más baratos y les saca menos contribuciones.

—Son tres ventajas capaces de ablandar a los bronces, señor don Juan. Pero aun tengo que hacer una objeción.

—Sepamos cuál es.

—Dicen que la República ocasiona mucha sangre.

—Eso era en el siglo pasado; de 1793 a 1848 van cincuenta y cinco años, es decir, once lustros, o si tú quieres medio siglo y un poco; por consiguiente, han variado las cosas de aspecto.

—¿Conque según eso los republicanos de ahora no llevarán a la guillotina a tantos millares de ciudadanos como en tiempo de Robespierre?

—No por cierto, y para que te convenzas de que la República no lleva consigo la necesidad de matar gente, has saber que el gobierno provisional republicano que rige hoy en Francia, ha decretado la abolición de la pena de muerte por delitos políticos.

—¿Qué dice usted? ¿Conque ya no se quitará la vida a nadie por opinión?

—A nadie.

—Diga usted, ¿y esa forma de gobierno convendría en España?

—No me atrevo a contestarte. He hablado de lo que es la República francesa y nada más: en cuanto a nuestra nación, ella decidirá la forma de gobierno que más la convenga; y sea este el que quiera, nosotros le daremos nuestro apoyo o nuestras palizas correspondientes, respetando siempre las leyes, como deben hacer todos los que aspiran al glorioso título de buenos ciudadanos.