[ Juan Martínez Villergas ]
La Libertad
Perdona ¡oh musa! si rebelde al grito
de broma y de contento
con que ofreciste, divertir al mundo,
hoy resuena en amargo sentimiento
tu lira popular y generosa
melancólicos ayes dando al viento.
La Europa que ante el hacha del verdugo
en Francia, en Alemania, en todas partes,
tuvo valor para sufrir el yugo,
a la afligida humanidad salvando,
como las olas de la mar se agita
de libertad el estandarte alzando.
Cansóse Italia del puñal que osaba
rasgar su corazón con inclemencia,
y lanzó, sumergiendo a sus tiranos,
la magnífica voz de Independencia.
París, la gran ciudad, que en vergonzoso
letargo tantos años adormida
vio al despotismo dominar tranquilo,
se hartó ya del dogal liberticida;
y ofreciendo a la Europa un digno ejemplo,
la que fue de los déspotas asilo
tornóse, ufana, de los libres templo.
¡La Libertad! ¡La Libertad querida!
clamó París: a la traidora hueste
arrojó en pocas horas al profundo
y el ¡ay! postrero de la turba agreste
alzóse tremebundo
retronando en la bóveda celeste
para anunciar la redención del mundo.
Entonces fue cuando la lira hermosa
del pueblo soberano
cantó su triunfo en entusiastas sones;
y al contemplar la iniquidad vencida
palpitaron los nobles corazones
el elixir gustando de la vida.
La Bélgica, la Hungría, muchos pueblos
que en la opresión gimieron tantos años,
libres pudieron elevarse un día
de la razón al trono verdadero;
sintiendo con asombro en su agonía,
el rayo vengador que de la Francia
lanzaron las jornadas de febrero
para hundir a la infame tiranía.
El Austria conmovida
que en la escuela fatal de la desgracia
el valor de sus fueros ha aprendido,
castigó de sus príncipes la audacia,
traiciones y opresión dando al olvido;
El monarca de Prusia que orgulloso
de libertad el eco oyó sin pena,
la esperanza perdió de uncir un pueblo
a su carro triunfal, y harto dichoso
si no cayó en las calles al romperse
de sus pueblos la bárbara cadena,
envuelto entre la lava y las cenizas,
que le arrojara el huracán de Viena.
En todas partes veo
la libertad triunfante;
mas ¡ay! es ilusión de mi deseo:
con sentimiento observo harto profundo
que aun necesita hacer grandes esfuerzos,
para que pueda dar la vuelta al mundo.
Sí, libertad, obstáculos horribles
a tu paso hallarás de día en día,
pero la saña impía
no podrá detenerte en tu carrera,
que es el destino quien tu planta guía.
Sí, libertad, mil genios generosos
brotarán de tu numen sacrosanto,
para honrar de este siglo la memoria
como esos que otras veces te aclamaron
y el porvenir dichosos alumbraron
el mar atravesando de la historia.
A tu paso imponente y soberano
no resisten el plomo y las murallas:
tú inspiras el honor al ciudadano,
tú le infundes aliento en las batallas.
Por tí Padilla con designio santo
pereció de Castilla en las arenas,
por tí vibró con seductor encanto,
la fiera voz del orador de Atenas.
Por tí mi inspiración pálida y fría,
que renombre ambiciona,
quizá para mis sienes algún día
de vate alcance la inmortal corona.
Yo quisiera pagándote el tributo
que abarcar puede solo el pensamiento
de mi ardiente entusiasmo en justa ofrenda,
levantar a tu gloria un monumento.
Pero ya que mi voz débil, cansada,
por el dolor y el llanto fatigada,
lograr no pueda tan dichosa suerte,
de todo buen patriota apetecida,
aun tengo que ofrecerte
un corazón dispuesto a defenderte
hasta el último instante de mi vida.
Dichoso el que por tí vierte su sangre;
maldito quien te ataja en tu camino:
si por tí sucumbir es mi destino,
pruebas daré de mi pasión sincera
cuando sumirte en los abismos quiera,
la vista herida por tus rayos bellos,
esa impura falange que debiera
rendirte altares y postrarse ante ellos.