[ Juan Martínez Villergas ]
París 28 de marzo de 1848
Mi estimada Cotorra: Extraño te parecerá que te escriba desde París (de Francia) con fecha 28 de marzo, habiendo salido de esa el 27 por la tarde; pero no te sorprenda tanta velocidad, porque he viajado por el telégrafo para llegar mas pronto a este país, donde por lo menos todo ciudadano se halla en posesión de sus garantías individuales.
Antes de todo procuré en mi caminata hacer una visita al célebre Abd-el-Kader, que tanto ruido ha metido en el mundo, el cual me recibió con más política de la que usan algunos por esa corte, donde se hace tanto alarde de civilización. Ansioso de saber lo que pasa en el riñón de ese país bárbaro por excelencia, que llaman África, traté de informarme de su estado político, costumbres, &c.; y aunque Abd-el-Kader, como parte interesada (al fin africano) quise pintarmelo con halagüeños colores, insistí en que el África estaba a la cola de la civilización, que allí el despotismo era intolerable, que los vasallos vivían de milagro y siempre envilecidos; en fin, dije muchas cosas a que no podía Abd-el-Kader oponerse razonablemente, conviniendo en que sus paisanos tenían derecho a quejarse de la esclavitud, si se comparaban con muchos de los habitantes de Europa; y esto diciendo me preguntó:
—¿Es usted francés?
A lo que yo contesté:
—No señor.
—¿Austriaco?
—No Señor.
—¿Prusiano?
—No señor.
—¿Italiano?
—No señor.
—¿Suizo?
—No señor.
—¿Pues qué es usted?
—Español.
Decir esto, querida Cotorra, y soltar el bárbaro africano, una carcajada que me dejó frio, todo fue una misma cosa. Inútil fue querer interpelar: aquel hombre no me dio explicaciones, y deseando tal vez perderme de vista, me dijo que trataba de pedir permiso al gobierno provisional para hacer un viaje a Turquía. Yo quise echarla de cumplido y le ofrecí mi casa si se quería ir a España. ¡Ay Cotorra mía, qué malas pulgas gastan los africanos! ¿Sabes que faltó poco para que Abd-el-Kader me rompiera la cabeza? En vano he tratado de averiguar la causa de sus enojos. Me parece que ofrecer a un africano la hospitalidad española no es un motivo para atufarse un hombre tanto. ¿Lo tomaría por burla? No lo sé; lo que te puedo decir es que me arrojó de su casa con malos modos, cosa que no extrañé yo mucho, porque acostumbrado estoy a recibir peores tratamientos de algunos españoles, que según las señas tienen algo de común con los africanos.
Por lo demás, en París, he sido bien recibido, que aquí se han vuelto las tornas, amiga mía, y los españoles que en tiempo de Luis Felipe primero y último eran ultrajados cuando tenían la tacha de liberales, ahora son recibidos por el gobierno y por el pueblo francés con entusiasmo. Así al pronto, los parisiens me miraron con desconfianza, y acercándose a mí en actitud hostil, exclamaron como energúmenos:
—¡Vive le Repúblique!
Yo me quedé estupefacto y no contesté una palabra, en vista de lo cual insistieron los grupos gritando:
—¡Vive le Repúblique!
—Señores, dije yo como atontado por aquella inesperada agresión: yo vengo huyendo de un país donde se han suspendido las garantías individuales: he tomado el tole porque recibí un aviso de que me iban a meter en chirona, en una palabra, vengo a París porque soy un hombre pacífico que no me meto con nadie y quiero disfrutar un poco de tranquilidad. Pero la muchedumbre cercándome por todas partes, dio por la tercera vez con tan amenazante modo la voz de
—¡Vive le Repúblique!
Que yo no pude excusarme y contesté maquinalmente:
—¡Vive!
Ya ves, querida Cotorra, a la fuerza no hay resistencia, y sobre todo ¿a tanto porfiar quién se ha de resistir? Por otra parte no me probó tan mal aquella muestra de asentimiento; pues acto continuo los republicanos me condujeron en triunfo al Hotel de Ville cantando aquellos tan sabidos versos de la Marsellesa:
Allons enfants de la patrie
le jour de glorie est arrivé &c.
Allí conocí al inmortal Mr. de La-Martine y a todos sus camaradas, que me llenaron de gozo y de consuelo asegurándome que estaba muy próximo el día en que el sol de la libertad penetrase en todos los rincones de Europa, cosa que mitigó mi melancolía, pues ya sabes que los rincones de muestra casa están algo oscuros, y si en efecto han de iluminarse pronto, como es probable, por el sol de que hablaba Mr. de La-Martine, tendré la satisfacción de escribir sátiras a todas horas del día y de la noche sin necesidad de lamparillas ni de lamparones.
Por la tarde me reuní con los demás españoles residentes en París, los cuales me convidaron a comer y yo acepté, por tener la satisfacción de pasar el rato entre españoles liberales. Efectivamente, fui a comer: no puedo decirte lo que hablamos, porque temo que abran esta carta en pasando los Pirineos, y podrían hacer un atropello contigo o con mi buen maestro D. Juan de la Pilindrica; tú podrás inferir lo que todos diríamos siendo liberales y viviendo en un país donde las garantías individuales estaban a prueba de bomba. Acabada la comida empezaron los brindis; ¡vaya unos brindis! Si los oyera Martínez de la Rosa se suicidaba, como se suicidó Mr. Bresson después de aquel asunto que tan caro le ha costado a su amo Luis Felipe. Ahora que me acuerdo, dícese por aquí que Luis Felipe trataba de meterse en un convento, atormentado sin duda por los remordimientos de la mala vida pasada. No sé si querrá hacerse capuchino, carmelita o franciscano, aunque yo supongo que se hará jesuita, que no necesita para ello estudiar mucho, aunque todo le servirá bien poco, según el polvo que van llevando por todas partes los hijos de Loyola. A la verdad, no tiene nada de particular que el ex-monarca de julio, después de haber perdido el trono, quiera hacer penitencia tirándose al coleto aquellos jicarones de chocolate con bollos de manteca y leche que tanto recomiendan los santos padres; pero si su idea es abandonar este mundo, ya hace tiempo que podía haberlo abandonado, y no seré yo quien le quite de la cabeza tan santa vocación.
Pero volviendo a los brindis de nuestra comida, sabrás como uno brindó por la libertad de Prusia, donde el pueblo ha vencido a Federico Guillermo, ese fanático sectario y representante del despotismo, que hoy la echa de muy liberal y pasa por mil humillaciones a trueque de conservar una corona que tanto estima y que de seguro se le caerá de las sienes si no anda derecho y pierde el equilibrio. Otro brindó por la libertad del Austria, improvisando estos versos al príncipe de Meternich:
Siempre a las revoluciones
hizo sangrienta amenaza;
y si en una perdió el mando
tenga el buen viejo cachaza,
que ya se irá acostumbrando.
Hubo por de contado brindis en grande a Pío IX, al porvenir de Italia, a la libertad de la Polonia... Al llegar aquí, querida Cotorra, un vértigo se apoderó de mí; el nombre de la pobre Polonia (no creas que es la Polonia la hija de la tía Timotea la de Torrelodones, que es una nación que ha pocos años perdió su libertad y su independencia), digo que al oír el nombre de la pobre Polonia, víctima de ese inicuo yugo que todavía pesa sobre algunos pueblos de Europa, pedí la palabra, y todos los circunstantes exclamaron:
—¡El Tío Camorra! ¡Silencio! ¡Que brinde el Tío Camorra!
—¡Sí, sí, que brinde el ciudadano de Torrelodones!!!
Yo me subí encima de la mesa, esperé a que se restableciera un poco el silencio, y luego dije:
Si Polonia sufrió la dura pena
que la impusiera el déspota inclemente,
pronto, muy pronto de entusiasmo llena
del sufrimiento el huracán reviente
arrojando su bárbara cadena
del opresor a la ominosa frente.
También espero que de tanta saña...
Al llegar aquí fue tal el palmoteo de los oyentes, que no puedo decirte la conclusión de la octava, porque ni yo mismo oí lo que dije.
Fuimos por la noche al teatro, donde vi mucho entusiasmo; los himnos nacionales se sucedían sin interrumpir el orden, y esto me chocó algo, como que pertenezco a un país donde a pretexto de que no se altere el orden, han prohibido los himnos nacionales. Todos los actores repetían los coros y daban muchos gritos de ¡viva el gobierno! lo que me sorprendió más todavía que la música; pues hace ya mucho tiempo que no veo un gobierno victoreado por sus subordinados. Yo ya sé que los individuos del gobierno provisional vivirán sin necesidad de estas demostraciones; pero ya que oiga la voz del pueblo, me parece a mí que más valdrá que le vitoreen que no que le silben, pues los vítores cuando menos prueban que el pueblo está contento.
Sería muy largo referirte mas pormenores de todo lo que he visto. Esto marcha; hay libertad, igualdad y fraternidad. La gente vive alegre y tranquila, y el gobierno, apoyado por todos los partidos de la Francia, está haciendo grandes aprestos militares para... ¿para qué será? Esto es lo que yo ignoro, aunque desde luego supongo que será para alguna cosa. Allá lo veremos, si Dios quiere, que no se ha de pasar mucho tiempo en la incertidumbre, y puedes creer que en cuanto yo sepa alguna cosa te lo escribiré inmediata mente. Basta por hoy; da muchas memorias a mis queridos suscritores, y di que no olvidaré en la vida sus bondades: di a D. Juan de la Pilindrica que tenga esta por suya, y tú dispón de tu buen amigo
El Tío Camorra.
P. D. Dime qué broma ha sido esa del día 26, pues yo no tuve tiempo para enterarme. Supongo que, una vez vencida la revolución, habrán vuelto las cosas al ser y estado que tenían el día 25, y que los periódicos de la oposición tendrán libertad para emitir francamente sus opiniones. Dime también si han vuelto los celadores a buscarme, aunque no lo creo, pues me parece que no se tomarán medidas contra los ciudadanos pacíficos... En fin, da muchas expresiones a mis amigos D. Salustiano Olózaga, D. Patricio de la Escosura, D. Mariano Perez Luzaró, generales Van-Halen y Nogueras, y a todos los que pregunten por mí.