[ Juan Martínez Villergas ]
Ortografía
En vano apuramos los conocimientos humanos para hallar explicación a las cosas que ocurren en España. Si apelamos a la filosofía, nos salimos con las manos en la cabeza; porque en este país nunca ha habido ni habrá filosofía, y le damos por ello el parabién. Demasiadas contiendas tenemos para que pretendamos añadir un eslabón más a la cadena de nuestros embrollos. Las matemáticas tampoco nos ofrecen cosa de particular, y esto se concibe bien, porque las matemáticas requieren exactitud en las verdades, y nada hay en nuestro país que pueda confundirse ni que siquiera se aproxime a la exactitud. La lógica tampoco sirve [258] para lo que nosotros apetecemos, por la sencilla razón de que lo que no es lógico no es matemático, y vice-versa. Esto no necesita demostración; pero si se quiere algún ejemplo, lo encontraremos a la mano. El señor González Brabo, que en sus mocedades pertenecía al partido liberal, y algo más que esto, al partido de las revueltas y de la anarquía, se metió de la noche a la mañana a predicador, preconizador y mantenedor de la arbitrariedad, lo cual no tiene nada de lógico. Luego que fue embajador y le creció un poco la tripa, se apartó de los moderados, encomendando su suerte a los puritanos. ¿Y para qué? Para desertar de los puritanos como había desertado de los moderados, después de haber desertado de los progresistas, a quienes se acogió durante algunos meses como desertor de los revolucionarios. Esto no es lógico. ¿Qué es esto? Nosotros sólo sabemos que antes de ayer se celebró, según dicen, cierto banquete a que asistieron personas de importancia, y como era natural y lógico (aquí hubo lógica), tratándose de personas de importancia, nadie se acordó de González Brabo. Podía este señor resignarse con su suerte, pero nada de eso: parece que el tal hombre lo ha tomado a pechos y está que trina contra los moderados; y como que no puede pertenecer más a los puritanos porque ya no hay puritanos, ni a los progresistas porque le detestan, resulta que el señor Brabo no tiene más remedio para vengar el desaire que pasarse a los carlistas. Y es capaz de hacerlo si se le pone en la cabeza, que sería lo que hubiera que ver eso de hacerse un hombre absolutista porque no le dan de almorzar. Nosotros no nos sorprenderíamos, francamente; porque habiendo Brabo figurado como republicano, como progresista, como puritano y como moderado furibundo, ya para lo que le falta debe dar el último paso. Hay más; si el señor Brabo desea saber nuestro dictamen, diremos que no debe hacer causa común con los absolutistas, por lo mismo que el paso sería lógico; pero que debe abrazar la causa del absolutismo para vengar el desaire del almuerzo, por lo mismo que no es lógico. Si yo fuera montemolinista, tal es la idea que tengo de González Brabo, que en revancha de lo del almuerzo le convidaría a merendar y a cenar, con la condición de que me había de prestar un juramento, el juramento de no pertenecer jamás a mi partido; porque así como en la comedia Un cuarto con dos camas se dice que cuando se juega una mujer, el que gana, pierde; y el que pierde, gana; del mismo modo creo yo que el señor Brabo es una de esas notabilidades políticas que se deben jugar al gana-pierde, y ¡ay del que se lo lleve! Bien se le puede decir aquello de «no te arriendo la ganancia.»
Si las cosas de España carecen, como llevamos dicho, de reglas matemáticas, de lógica y de filosofía, no tienen mucho que agradecer a Dios en punto a gramática, como que por ir todo al revés, ahí está Salvá, que según dice uno de nuestros mejores hablistas, ha hecho una gramática, cuyo título debía ser: [259] «Tratado completo en que se dan reglas fáciles y seguras para hablar mal el castellano.» Veamos si puede sacarse algo de la ortografía. Puede que sí.
¿Qué oficios hacen los signos de la ortografía en nuestras costumbres políticas? Muy importantes. Tenemos, por ejemplo, los estados de sitio, que son el punto final de todos los hombres de gobierno probados hasta la presente. No hablemos de la coma, donde todos los actos y todos los pasos del hombre público se encaminan a un fin, a comer. Lo que ofrece a primera vista poco partido es el punto y coma, signo más común entre los franceses que entre los españoles. Sin embargo, como que hemos estado tanto tiempo surtiéndonos de todo en el almacén de los traspirenaicos, también nos ha tocado este signo, que no carece de significación política, atendiendo a que después del punto y coma, según los que lo entienden, suele continuar la oración con un pero o cosa parecida. Y en efecto, el pero es una de las palabras que más juegan en nuestras leyes. «Tenéis Constitución, se nos dice, y todos la debemos acatamiento (punto y coma); pero en algunos casos el gobierno podrá prescindir de ella para ejercer el mando.» Y como consecuencia de esto ocurren una porción de peros, a saber: Todos los españoles son iguales ante la ley; pero la ley no es igual ante todos los españoles. Ningún ciudadano puede ser preso ni detenido sino por el tribunal competente; pero en situaciones excepcionales cualquiera puede ser preso o detenido sin que le valga la bula de Meco. Todo español puede expresar libremente sus ideas por medio de la prensa, sin sujeción a previa censura (pongamos aquí tres veces punto y coma, porque cuando menos se ocurren tres peros);;; pero ha de poner seis mil duros de depósito en el Banco de San Fernando, y si nó no puede imprimir sus ideas, aunque sea tan español como el primero; pero además ha de llevar sus escritos a la aprobación del señor jefe político, dos horas antes de proceder al reparto; pero también puede ocurrir que el uso de tan precioso derecho cueste a los ciudadanos un viaje a Filipinas. En fin, se dice igualmente: «No podrá el gobierno recaudar contribución ninguna que no esté votada por las Cortes;» pero suele cobrarlas. Mucho papel tendríamos que emborronar si fuéramos a apurar todos los peros que se nos ocurren; pero (allá va otro) no queremos abusar de la paciencia de nuestros amados lectores.
Hay otro signo que puede tenérselas tiesas con el punto y medio o punto y coma, y este signo es el paréntesis; porque gracias a Dios hemos tenido la dicha de nacer en una nación donde todo está entre paréntesis. La mar, dice Quevedo, es cárcel de la tierra, y la tierra es cárcel de la mar: el mismo argumento podemos hacer de nuestros asuntos políticos, aunque para ello preferimos no separarnos del tema de nuestro artículo. El terror entre nosotros no es otra cosa que un paréntesis más o menos largo de la legalidad. Esto es lo que dicen algunos, que no nos quitarán el derecho de hacer [260] un retruécano justísimo, diciendo con más propiedad que la legalidad es en España un paréntesis del sistema de terror. Para hacer ver que dicho signo desempeña un papel principal entre nosotros, bastará probar que no se puede escribir un artículo en pro o en contra del gobierno sin apelar al paréntesis en cada línea. Ejemplos: El gobierno desea el bienestar de los españoles (entre paréntesis; téngase presente que se va a dar el diseño de un artículo ministerial), y es claro que lo desea (aunque no faltan murmuradores que digan lo contrario); porque cumpliendo con su deber, satisface al mismo tiempo a sus intereses privados (lo principal es el deber). El gobierno promoverá (por cuantos medios estén a su alcance) las reformas políticas que (en su concepto) reclama el país, y piensa llevar a cabo las mejoras materiales (si no encuentra impedimento en su marcha) para que la nación se eleve al rango que tuvo en otro tiempo (y que de derecho le pertenece). Los descontentos (que siempre los hay) verán que pronto nuestra patria disfruta los beneficios de la paz, de la riqueza y del orden (con tal de que los ciudadanos hagan de su parte lo que puedan, para no crear obstáculos insuperables a los que guiados por el más santo patriotismo tienen bastante fe, bastante valor y bastante perseverancia para conducir a punto seguro la nave del Estado). Basta, basta: con pocos paréntesis de este tamaño tenemos otros tantos artículos ministeriales.
El gobierno se ha obstinado en seguir una marcha torcida (adviértase que ahora vamos a hacer el artículo de oposición). Desconfía de los liberales (que son muy buenos), y cree contar con el apoyo de los carlistas (que son muy malos). Es necesario que se convenza de que no debe atropellarse a los ciudadanos (y tanto como es necesario); que sus agentes (guiados por su celo extremado) abusan alguna vez de sus atribuciones (díganlo si no los que han amenazado estos días a tantos hombres pacíficos con el destierro y la prisión para explotar su credulidad y su miedo). Así es que todo el mundo se queja (y con razón) de la situación que atravesamos. El estado de la plaza es aflictivo (entre paréntesis, también ayer llevaron leña los que se presentaban a cobrar lo que es suyo); el crédito del Banco va cada día de mal en peor (y no tiene trazas de corregirse); las clases están desatendidas, y se quejan que cuando reciben una paga es en mala moneda (ayer sin ir más lejos se pagó una mesada en la sección de Corrientes de las oficinas militares, dándose la mitad en calderilla y la mitad en billetes (que es peor que calderilla (y vayan paréntesis y más paréntesis), como que sobre cobrar tarde tienen que sufrir el descuento) y este estado de cosas no puede prolongarse mucho tiempo). Por consiguiente, lo hemos dicho (y no nos cansaremos de repetirlo), el gobierno merece nuestra más severa censura, y seguiremos haciéndole la oposición (si nos deja) hasta que, convencido de nuestras razones (y que no vale mentir), tenga la abnegación suficiente de resignar el poder en manos más hábiles o adopte una marcha de estricta [261] legalidad (si sabe), de buena administración (si puede) y de prudente tolerancia (si quiere).
Decíamos que los paréntesis desempeñan un papel importante en los artículos (sobre todo en los de oposición): ahora vamos a probar que no se puede absolutamente escribir un artículo, ni tan siquiera un párrafo de oposición, so pena de exponerse a una recogida o a una denuncia. Prueba al canto: «Hemos recibido carta de nuestro corresponsal, en que nos dice (no nos atrevemos a creerlo, y esto se dice aunque estemos bien seguros del hecho que se denuncia) que se ha cometido una falta (que a ser cierta podría llamarse iniquidad). El gobierno tolera semejantes escándalos (según dicen sus enemigos) y tiene obligación de castigar a sus agentes (si en efecto son culpables), o en caso contrario prepararse a sufrir (en el terreno de la ley, se supone) una derrota completa». Quítense los entreparéntesis a este párrafo y estamos seguros de una denuncia, aunque estamos seguros de haber dicho la verdad, por la dificultad que hay de probar ciertas cosas.
Hay otro medio de salvar los inconvenientes de una denuncia, que consisten en suprimir el paréntesis usando la interrogación. Y esto es más útil porque es más disimulado, como que escribimos en un país en que el que más sabe anda por lo común a la cuarta pregunta. ¿Es verdad que el gobierno trata de dar un golpe de estado? Suprimiendo el interrogante queremos decir: «Es verdad que el gobierno trata de dar un golpe de estado»; y véase cuánta diferencia hay de decir las dos cosas de un modo a decirlas de otro, lo que hay de la simple pregunta a la afirmación. Pero lo que con más razón tenemos que prodigar en nuestros artículos, es la admiración; ¡porque hay tantas cosas admirables en estos tiempos! Por ejemplo, y esto va fuera de broma; cuando sabemos que el gobierno sigue haciendo prisiones, tenemos que exclamar forzosamente: ¡Pasan de quinientos los individuos presos por opiniones políticas! ¡Y todavía siguen las persecuciones!!!! ¡El terror está a la orden del día! ¡Los hombres del poder continúan impávidos por la marcha de la dictadura, sin oír nuestras quejas ni los lamentos de las víctimas!!!! ¡En Madrid, en Valencia y otros puntos ha habido fusilamientos! ¡Todavía más sangre!!!!! ¡Pobres de nosotros los escritores, si el gobierno por riguroso que sea no comprendiese en ciertos casos la imposibilidad de escribir sin admiraciones!
Fáltanos hablar de los dos puntos, del guión y de las señales que se emplean para hacer una llamada o nota; pero lo dejaremos en obsequio a la brevedad, a pesar de que al gobierno actual le cuadran con bastante frecuencia los dos puntos; no le estaría demás el guión, y da pocos pasos que no sean susceptibles de una o de muchas notas.
Para concluir dignamente el asunto, podríamos decir cosas muy buenas; pero en atención a lo que nos hemos extendido, y a la posición en que nos encontramos, y a lo mucho que hemos oído [262] ponderar la elocuencia del silencio, allá va un párrafo que comprende todo lo que podríamos decir y que no dejará descontento a nadie, como que cada cual puede interpretarlo a su manera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .