[ José María Quadrado Nieto ]
[ Dos palabras sobre el título ]
Por más que a un escritor sincero, no acostumbrado a decir ni más ni menos de lo que piensa, sea fastidioso todo lo que huela a protesta, y parezca además inútil esto en un país donde todos personalmente nos conocemos; por más que el lenguaje bien explícito del prospecto, y sus ideas explanadas en los tres artículos siguientes, debieran excusarnos toda ulterior explicación; no seremos con todo avaros de ella acerca del título que escogimos; puesto que si bien nos propusimos discurrir en una región superior a los choques e intereses de partido, achaque podría ser del que anda con los ojos fijos en lo alto, tropezar en obstáculos, u hollar susceptibilidades, sin apercibirse de ello.
Cabalmente un periódico nada sospechoso de exageración, el templado Corresponsal, en un bien razonado artículo dice ocupándose de nuestro prospecto: «No hace tantos años para que aun los menos provectos puedan haberlo olvidado, que una publicación con semejante título hubiera logrado poca fortuna, inspirando cierto desden, y circulando como vergonzante en un corto número de manos fieles todavía a las antiguas tradiciones... Ya lo que antes se consideraba como ridículo va reconciliándose con las costumbres renacientes, y no es preciso cubrirse la cara con el embozo para hacer la señal de la cruz.» Y nosotros no quisiéramos ni creemos que para Mallorca corran todavía aquellos años de verdadero atraso, en que la fe pasaba por sinónimo de fanatismo y de persecución.
Absortos en las secretas relaciones de los diversos órdenes de ideas entre sí, y en el imperio que ejerce la fe sobre todos ellos; ni dábamos, ni creíamos posible que dieran otros a esta augusta palabra otro sentido que el que le dábamos, filosófico, universal, y no por otro motivo religioso que por ser la religión base también universal: cualquier otro sentido nos pareciera interpretación mezquina o equivoco maligno. No nos acordábamos ciertamente de los vivas y de las reacciones de 1814, y no es extraño: no habíamos nacido en aquella época. Y aun en caso de acordarnos no hubiéramos desistido de nuestra elección; que no seremos nosotros quienes nos vedemos el uso de las palabras más santas por el abuso que de ellas se haya hecho. La fe es de naturaleza harto [4] divina, y está esta colocada demasiado arriba para que pueda salpicarla el lodo de la tierra. De categoría asaz inferior es la libertad, y los excesos cometidos en su nombre dejan atrás seguramente a los que en el de la fe puedan haberse perpetrado, y sin embargo aquella palabra no nos asusta, y en su recto sentido la apreciaremos siempre.
Colocar una obra bajo los auspicios de la Religión nos pareció el más seguro garante de nuestras intenciones, nos pareció que era lo mismo que escribir paz, suavidad, tolerancia... y justicia. Así al menos comprendemos la Religión.
Y ya que de explicaciones vamos, apresurémonos a decir lo que de lo anterior habrá ya podido colegirse, a saber, que no es nuestro propósito abarcar la fe bajo un aspecto sobrado dogmático, ni aspirarán al honor de enseñanzas teológicas nuestros escritos: nuestras manos vacilarían bajo el peso del depósito sagrado. Triples filas de sacerdotes rodean el arca santa para defenderla de toda agresión: séanos lícito a nosotros, jóvenes y seglares, seguir las huellas de aquellos bajo la más estrecha disciplina, y hacer alternar la voz del pueblo con la del clero en el concierto de homenajes que al sumo Hacedor debemos. Estamos en una época en que toda ciencia debe más que nunca una especie de diezmo a aquel de quien procede, y en que a nadie debe retraer la medianía del talento si va acompañada de sinceridad de corazón. «No veo, dice el ilustre conde de Maistre con una modestia que fuera en nosotros justicia, porque los seglares a quienes su inclinación lleva hacia los estudios serios, no han de ir a colocase entre los defensores de la causa más santa. Aun cuando no sirvieran más que para llenar los huecos del ejército del Señor, no se les podría al menos negar el mérito de aquellas mujeres valerosas, que han subido a las murallas de una ciudad sitiada para asustar al enemigo.»