[ Julián Sanz del Río ]
Revista literaria de diciembre
I. Francia.– Historia del Consulado y del Imperio, por Mr. Thiers, tomo 12.– Introducción.– Bibliografía.
II. España.– Discusiones: Oposiciones: Revistas: Ediciones.
I
Se acaba de publicar en francés, y se publicará quizá pronto en español, el tomo 12 de la Historia del Consulado y del Imperio, por Mr. Thiers. Precede al tomo una introducción o proemio, recomendado por los apologistas del célebre escritor como obra maestra, sobre el modo de tratar y escribir la historia, y modelo también de estilo. No le negamos en parte esto último, si en el estilo es lo principal la fluidez, la animación y el colorido, aunque otras más altas calidades hay de estilo que éstas; el carácter moral, la gradación medida de los pensamientos, la dignidad y el nervio de la frase, y que no adornan esta parte y cabeza del tomo presente. Pero más que el estilo nos lleva ahora la atención la idea que se revela en el escrito, subjetiva, a saber y afectada de pretensión, superficial, y muy inferior en su sentido a lo que la alta historia exige hoy de los que la cultivan. Sigamos un momento al escritor.– Comienza, ocupándose (párrafo 1.º) de sí mismo, del tiempo y diligencia escrupulosa empleada en su trabajo, en el que se considera como un jurado delante de los siglos. Habla seguidamente (2.º) de los 30.000 y más documentos particulares que ha consultado, por cuyo medio cree (párrafo 3.º) que reproduce la verdad de los hechos mismos ante un público que ha dado algún precio a sus trabajos.
Declara luego (párrafo 5.º) que la verdadera manera de escribir la historia es la exposición exacta y completa de los hechos tal y como han pasado, y (6.º) que la historia es el asunto que conviene más a nuestro siglo, bastante impresionable ante los grandes acontecimientos y experimentado para apreciarlos y juzgarlos. Sobre lo cual dice de sí, que ha gastado 30 años de su vida en este estudio, y (7.º) que su vida toda ha sido una larga preparación para escribir la historia. De esta observa (8.º) que puede predominar en ella o la narración fluida, o la fantasía animadora, o la razón fría, pero penetrante y comprensiva, resumiendo al fin todas las cualidades del historiador en la inteligencia, que es (9.º) la ojeada penetrante comprensiva y viva, esto es, práctica y objetiva del asunto histórico. Con la inteligencia (10) se distingue lo verdadero de lo falso, se posee la crítica, el conocimiento de los hombres y de las cosas, y aun la equidad respecto a las flaquezas humanas; con la inteligencia se adquiere la narración fácil, animada, y todo esto sin necesidad de arte. De esta cualidad natural, sin arte, cita como ejemplos (12) a Guicciardini y (13-14) a Federico, el cual, aunque ha dado a la historia el tono de la murmuración, la ha inmortalizado con el carácter de la más profunda inteligencia y el más raro buen sentido que jamás han existido. Con estos dos ejemplos prueba (15), que cualquiera que posee la inteligencia de los hombres y las cosas, posee el verdadero genio histórico, al cual debe juntarse (16) el arte de componer, de pintar, el talento de escribir y (18) una virtud animadora, que reavive los sucesos en todas sus relaciones según su verdad moral y como reproducidos sin esfuerzo, con el arte además (19) de pintar y hacer resaltar los colores y matices de la acción.
La inteligencia, sin embargo, (20) es más que el arte, y casi lo suple en la historia. Porque la historia no dice (21): Yo soy la ficción, como el arte o la poesía dice: Yo soy la verdad; debiendo pues ser aquella (22) verdadera, sencilla, concisa; para lo cual basta casi la inteligencia, sin necesidad de mucho arte (23), para hacerla amable, como sucede, a diferencia de los cuadros de invención de Rafael, en los retratos del mismo (24-25), en que observa y reproduce el pintor la verdad del original. Pues lo mismo en los grandes hombres, que para ser pintados basta que sean comprendidos, lo que nos mueve únicamente a comprenderlos más. Así, la profunda inteligencia de las cosas conduce al amor idólatra de lo verdadero (26, párrafo digno de memoria). Vuelve de aquí el autor (27) a sí mismo y a su héroe, de quien habla en tono apologista o biográfico, más que en tono de historiador, mirando desde Napoleón hacia la Europa, no desde la Europa hacia Napoleón. No muy seguro de sí en esto, acude luego (28) a una consideración abstracta, y en el fondo sofística para explicar la desgracia y caída del grande hombre, la libertad en que se le dejo de quererlo todo y hacerlo todo, y la desgracia en general de poder el hombre todo lo que es capaz de querer. De donde deduce (29) que es mejor el mando de todos (la libertad) que el de uno; lugar común político, inferior a la altura a que se eleva el escritor en algunas consideraciones anteriores. Infinitamente inferiores lo son los dos últimos párrafos, donde trae al asunto el autor sus opiniones y conducta en los destinos de la Francia y de la libertad; y hacia el fin casi adolece de la misma manía de su héroe. Todo el mundo verá, dice, en estos últimos volúmenes un historiador admirador ardiente de Napoleón, amigo aún más ardiente de la Francia, olvidando Mr. Thiers que el historiador debe amar más que la Francia la Europa, y más que la Europa la humanidad; o de no debe limitarse a menos que historiador, del cual ha dicho al principio (55), olvidándose ahora de ello, que la alabanza o el vituperio de los grandes hechos no es, a mi ver, sino declamar en vano.
No es esto sin embargo lo que nosotros hallamos más censurable en la consideración preliminar de Mr. Thiers. Porque éste es en el autor un efecto, no la causa; como efecto es también de su preocupación francesa la injusticia con que trata a España en la historia francesa-española durante la guerra de la independencia, según ha mostrado ya detenidamente otro escritor (Parlamento 13 de Diciembre).– ¡Qué profunda perversión de toda moralidad y justicia humana hay en explicar la desgracia de Napoleón por el error de su política, y no por el olvido de los derechos humanos contra hombres y pueblos, incluso el propio, al cual se creía el más necesario que necesitado de él! ¡Qué sofisma tan refinado hay en atribuir aquella caída a la libertad en que se le dejó de quererlo todo y hacerlo todo, como si fuera una cuasi-culpa de la Europa y en general de la humanidad, o si no fuera una ley de la historia, el confiar los pueblos alguna vez su destino a aquellos de sus hijos que reciben de la Providencia las dotes para este grande y noble fin, y con ellas la obligación del uso legítimo, no del abuso, en mal y opresión y ruina de esa misma humanidad! Y aun sin todo esto, ¡será, según Mr. Thiers, una desgracia, no un crimen, hacer todo cuanto podemos, aunque se ponga de por medio el derecho y la paz de millares y millones, aunque este hacer del poderoso cueste miles de millones, aunque haga innumerables víctimas, y borre la nacionalidad de los pueblos para encajarlos unos en otros, como se encajan las piedras de un edificio en otro de nueva invención!
Pero esto, decimos, es en el historiador francés el efecto de una causa, y esta causa es no tanto una predilección de personalidad o de nacionalidad, de la cual debió haberse purgado aquel antes de acometer la empresa, mirando ante todo a la gloria de la Europa y de la humanidad, que está en la paz, no en la guerra; en la justicia, no en la injusticia; en la libertad ordenada a ley de moral y derecho, no en la opresión y tiranía arrogante de un hombre o pueblo sobre les demás hombres o pueblos.
Esta causa, de pensar que la definitiva y suprema cualidad del historiador consiste únicamente en la inteligencia desnuda de los hechos, como históricos, para reproducirlos según pasaron en concreto, está más alta y más arraigada en el espíritu del autor francés. Ha venido este a su asunto, olvidando que los hechos históricos, los grandes y pequeños, y los mínimos tienen sobre su verdad material, actual y particular una verdad de relación, en la que, mientras la obra de un hombre o de un pueblo se cumple, está pasando en el fondo de la corriente histórica la obra y la vida de toda la humanidad y su educación en la tierra, y de esta obra total, la única que queda y deja rastro durable, la única que llegará hasta fin del camino, es parte integrante la obra e historia de un hombre o un pueblo, de Napoleón de la Francia, de todo el siglo presente, y como tal ha de mirarse y a ella referirse para hallar su entera verdad histórica (como la de una figura en un cuadro) y su verdad moral asimismo, que es inseparable de la primera. Esta verdad y verdadera relación de los hechos a su todo histórico, de grado en grado, es parte integrante y esencial para la verdadera apreciación de ellos, como lo es el lugar elevado o llano, el cerca o el lejos desde donde miramos una comarca, pareciendo diferente desde cada punto y solo verdadera desde el más central.– Pero hay otra superior relación y verdad para entender y apreciar los hechos de la historia, relación ultra-histórica porque es absoluta, a saber, las leyes eternas de la vida en hombres o pueblos, no medidas por relaciones, o fines o resultados temporales, sino por principios o fines permanentes, sin esperar al último día de la historia para anunciarse.
Estas leyes, que no son otras que las de la educación, ya latente, ya manifiesta, pero en sí igual, progresiva e infalible de la humanidad por Dios, hasta conocerlo el hombre y asemejarse a él, con razón y libertad y mérito moral, son una norma y criterio actual y eterno a la vez, siempre obligado, e infinitamente rico en aplicaciones y juicios históricos. Ellas forman en quien las comprende, tanto como comprende el hecho presente, el fondo de su sentido, el tono y el color de su composición y narración, con harta más fuerza de concepto y trascendencia de pensamiento, y animación, y útil enseñanza, que la inteligencia secular empírica y atea de Mr. Thiers. Esta a lo más fija y sujeta nuestra fantasía y nuestro entendimiento, pero el corazón, ni la razón no se dejan ligar ni dirigir ni satisfacer por ella. Si más allá de las preguntas; ¿qué ha hecho Napoleón para su gloria, para su familia, para la gloria militar de la Francia? se preguntara Mr. Thiers: ¿qué ha hecho el mismo Napoleón para la Europa, para la humanidad toda, o qué ha alcanzado para acercar en la historia el triunfo del derecho sobre la injusticia, de la paz sobre la guerra, de la moral sobre la inmoralidad, de la generosidad sobre el egoísmo, de la ciencia libre y moral sobre la ciencia oficial y artesana, de la educación religiosa sobre la irreligiosa... cuántas páginas doradas pudiera escribir y cuántos himnos de admiración pudiera cantar Mr. Thiers a su héroe? Y aun de lo bueno que pudiera contar en último resultado de Napoleón, ¿cuánto no hallaría ocasionado, no causado ni promovido por él, con sistema perseverante, y en que lo mucho que dejó por hacer pudiéndolo, oscureciera lo mucho más que pudo hacer y no hizo? No nos parece pues que se ha acercado Mr. Thiers a su asunto ni a su héroe con un sentido universal-histórico, sino particular, ni con un sentido eterno histórico (moral y religioso) sino temporal y secular, no con la alta razón y juicio de historiador, sino a lo más con el talento cojo del narrador.– La introducción al tomo doce de su obra ha hecho en nosotros el efecto de una luz pasajera de magia, no el de la luz clara, perenne, animadora del sol. ¡De manera bien diferente encabeza poco más lejos, a las orillas del Neckar, otro historiador (Mr. Gervinus) con el juicio de Napoleón la historia del siglo XIX!
Siguen a la obra de Mr. Thiers otras del mismo género, y si no de tanta celebridad, de tanto interés por lo menos. Tales son, el tomo quinto de la historia de Francia por Mr. H. Martin, escrita en sentido nacional, el tomo tercero de la historia de Francia; principalmente durante los siglos XVI, y XVII por M. L. Ranke.– La historia diplomática del reinado de Luis XVI fundada en documentos inéditos, por. Mr. Capefige. Además, y acerca de los países que hoy se llevan la atención de la Europa, con el presentimiento de algún nuevo y superior destino, ha publicado Mr. Regnault la Historia política y comercial de los Principados Danubianos; Mr. Joubert y Félix Mornand publican un Cuadro de la Turquía y de la Rusia, y Mr. Destrilhes, Confidencias sobre la Turquía, de la que espera el autor un nuevo porvenir, pero mediante una reforma entera social y política.
II
España. Discusiones. Se ha abierto en algún periódico una polémica sobre la filosofía alemana, aunque hasta ahora no podemos anunciar de ella resultado útil, ni aún casi lo esperamos, según el giro y tono con que comenzó esta discusión, muy lejanos del sentido serio, instructivo, fecundo que pide el cultivo de la razón filosófica en nuestro pueblo. Si la alta filosofía no ha de ser solo asunto del entendimiento discursivo o de afición humorística y liviana, si ha de ser una educación de la razón, según el tiempo pide, un alimento para el corazón, y una guía y maestra de la vida, hemos de comenzar por necesitarla y por saber que la necesitamos, para llenar el vacío de otras fuentes del espíritu, antes copiosas, hoy poco menos que secas y agotadas. Y después de necesitarla, hemos de buscar en nosotros, en nuestra vida e historia y costumbres, las cuestiones, las concepciones espontáneas, los presentimientos superiores acerca de los últimos fines y relaciones humanas, que sin duda hemos preguntado, concebido y presentido como todo hombre o pueblo, aún el de más corta y pobre historia. Y entonces, a este engendro propio, natural, de nuestro carácter filosófico, podemos para desenvolverlo y robustecerlo y encaminarlo, anudar útilmente las obras semejantes de otros pueblos, los presentes como los pasados, con sentido universal y libre, pero serio, circunspecto, bien intencionado, y con mira atenta a la vida, para dirigirla y gobernarla, como a la razón conviene, no para pervertirla y desorientarla en su destino.
Haríase hoy un bien harto más positivo y meritorio, investigando en nuestra historia social, moral y religiosa, en las obras de nuestros moralistas, de nuestros místicos, aún de los escritores populares nuestro sentido común filosófico, que existe sin duda, en lucha laboriosa con el mal y el accidente histórico, que saltar de improviso sin asidero, ni guía, ni motivo bien fundado, a discutir acaloradamente sobre la filosofía de otros pueblos, muy distante en su carácter y estado actual de la del nuestro. Semejantes aproximaciones, cuando antes no se ha discernido lo que en la especulación ajena hay de universal y lo que hay de peculiar al carácter filosófico del pueblo, son violentas y estériles para el buen fin. Acaso el sentimiento de esta distancia nos lleve algún día al verdadero camino de acortarla y de utilizar mejor la filosofía alemana, condenada de unos por pasión, de otros por política religiosa, de otros por pereza y hábitos reacios del espíritu, o aún por hallar más cómodo hablar de oposición que de doctrina positiva, tomando cada cual, según su fin, el lado que mejor le cuadra, y dejando el que debían tomar y estimar grandemente en esta filosofía, como un estado y período capital en la historia de la razón.
De este estado y grado de la filosofía norte-europea, dista mucho hoy todavía nuestro sentido filosófico popular (no contando aquí los ensayos individuales) que ha declinado en unas épocas al extremo del escepticismo o el fatalismo, en otras al del epicureísmo, alternado con un misticismo ceremonial y rigorista, y en pocas, y aun en pocos hombres se ha mantenido en la sana razón teórico-práctico con tendencia moral. Con este sentido, y para fundarlo y sistematizarlo en provecho de la vida toda, individual y social, y además con el discernimiento crítico y la elevación de idea que la filosofía no enseña, pero ejercita y dirige, puede aún ser para nosotros el espíritu de la filosofía moderna alemana un alimento no estéril ni indigesto.
Oposiciones. Se han celebrado en estos días las oposiciones a la cátedra de Literatura general y española de la Universidad de Granada. Presidía los ejercicios un tribunal numeroso y competente, como el que más, en la materia; siendo Jueces, además de los catedráticos de las asignaturas respectivas, tres eminentes literatos y poetas juntamente, y un crítico señalado por trabajos estimables. El auditorio escuchaba con religioso silencio y vivo interés a los opositores, aunque pocos para lo que fuera de desear en estos estudios fundamentales y reguladores de todos los demás. Las cuestiones o temas que oímos leer, nos parecieron capitales, y algunos hubieran dado asunto para largas disertaciones; claros además y bien determinados en el punto de cuestión. He aquí alguno de los ciento que debía contener cada vez la urna:
«Carácter de los estudios bajo el reinado de Isabel la Católica. Representación de Pedro Mártir de Anglería y Antonio de Nebrija en aquel movimiento literario.– ¿Contribuyó Lope de Vega a pervertir el Teatro español, o le dio el giro que más convenía a nuestra nacionalidad?– Si los progresos más fecundos en escuelas y en doctrinas filosóficas se deben a Sócrates, a la influencia aristotélica en el siglo XIII, a Locke y a Kant, ¿cuál es el carácter común de las doctrinas de estos filósofos y causa de aquel resultado?– La percepción inmediata subjetiva del espíritu por sí mismo llamada Yo, ¿es absolutamente cierta? ¿es absolutamente primera, o envuelve anticipaciones superiores de la razón, que suponen un conocimiento anterior y fundamental del conocimiento inmediato subjetivo? Ejemplos de algunas de estas anticipaciones de la razón.»
Nos movía además a seguir con atención este solemne acto, el saber que alguno de los opositores era discípulo de la escuela Normal, cuyos frutos literarios deseábamos conocer, aunque cortados a deshora y de mano airada por un espíritu antipático a la alta y libre cultura en filosofía, literatura y ciencias, y análogo, cuanto hoy cabe, a un célebre decreto de Felipe II contra la comunicación intelectual de España con Europa; porque justamente las materias cuyo estudio especial y más ampliado se ha suprimido con la escuela Normal de filosofía, son las que se comunican más de Europa a España y de España a Europa, con trascendencias a los demás estudios y a toda la cultura social. ¿Puede creerse, que los altos conocimientos filológicos literarios y filosóficos, los de ciencias físico-matemáticas, y de ciencias naturales se seguirán hoy con perseverancia y con fruto, en medio de la distracción de la vida pública y de otros fines más inmediatos, por la sola expectativa, lejana y dudosa, de obtener un puesto en el profesorado, la casi única carrera abierta hoy a estos estudios? Por ventura, el sobrestímulo incesante en que debe perseverar el joven bachiller en letras o ciencias, para cultivar aquellos con acierto y buen ánimo en su preparación al magisterio, puede sostenerse largo tiempo sin acercar en comercio y emulación frecuente a los que una vez han abrazado este noble y difícil camino; sin una especial y diligente dirección y ejemplo de sus maestros, sin conquistar a fuerza de ensayos y esfuerzos el hábito del libre y circunspecto pensar e indagar y juzgar, sin recibir del Gobierno una protección, moderada es verdad y rigorosamente merecida, pero inexcusable, por ahora a lo menos, para sacar nuestros estudios liberales del olvido en que yacen, y elevar las altas facultades del espíritu, la razón indagadora y crítica, la especulación matemática, de la vergonzosa inercia y entumecimiento en que aún están, y de cuyos efectos nos acusamos cada día, sin querer buscar y remediar las causas? Algunos, y aún muchos jóvenes acudirían gustosos a merecer un puesto en este período superior y especial de su carrera, si previeran algún estímulo y dirección, y medios para ello, y a los que ha cerrado este camino de noble y pacífica gloria un espíritu oscurantista y retrógrado, que teme ver renacer en España el espíritu libre con que nos dotó la naturaleza. Alentado y bien guiado este espíritu honraría nuestra España literaria con nombres no menos dignos que los mejores extranjeros, cuyas lecciones buscamos hoy con mengua propia, como si la Providencia nos hubiera condenado a vivir de merced, con la riqueza ajena, ignorando la que tenemos en nuestra casa.
Solo nos resta decir, que el fallo del tribunal, según tenemos entendido, ha sido conforme a la más estricta justicia y al fallo moral del público, que asistió a los ejercicios de ambos opositores. Esta feliz conformidad de la opinión y los Jueces es una firmísima garantía para la acertada elección del Gobierno.
Revistas. Ha muerto una Revista (Española de ambos mundos), despidiéndose de los vivos con acento lamentable y fatídico. Otras dos han nacido al punto (la de Caridad y Beneficencia y la Peninsular,) la primera bajo un pensamiento mixto divino-humano, que se propone juzgar las instituciones y hechos presentes sociales y las medidas administrativas, no bajo la norma amplia de la filantropía, y menos bajo el principio socialista del premio según el trabajo, sino según la ley de la caridad en el sentido de la Iglesia; fin, aunque difícil, laudable y digno del interés que le va a consagrar el nuevo periódico.– La segunda tiene un fin más temporal y terreno, el de la asociación literaria y literario-política de España y Portugal. Aun tenemos entendido, que se prepara otra empresa de este género, con todo lo cual podemos consolarnos de la muerte de la primera, que, en verdad sea dicho, cumplió dignamente su noble fin mientras vivió.
Ediciones. De la imitación de Cristo, en latín, por Mr. Tomás de Kempis, traducida por el P. Juan Eusebio de Nieremberg; añadida con los avisos y dictámenes del mismo Padre Nieremberg (D. A. Calleja, editor).
Comienza dignamente su año editorial de 1856 el señor Calleja por la publicación de la obra citada. Ninguna más piadosa, pocas más útiles, aun contando que fue escrita para el hombre y vida de la edad media, y que pudiera hoy ser reproducida libremente bajo el mismo espíritu, con aplicación a las relaciones actuales, que rodean al hombre interior, y modifican sus deberes (Thomas Hamerken (Malleolus) de Kempen murió de 92 años en 1472).– La Imitación de Cristo es una voz del cristianismo universal y eterno sobre el cristianismo histórico y sobre las diferencias de confesiones cristianas: es consuelo del desgraciado, fortaleza del débil, espuela del perezoso, llamamiento del distraído; ella despierta, anima, sostiene poderosamente al hombre interior; siempre será leída con interés y con fruto: por esto ha tenido este libro más de 3.000 ediciones (sobre 7 ediciones por año); por esto ha sido trasladado en casi todas las lenguas, y recibido en todos los pueblos, sin otra fuerza ni otra ley que la del amor cristiano. El Sr. Calleja, publicando para el año 1856 este libro en la excelente traducción del P. Nieremberg, ha hecho justicia al espíritu serio, racionalmente religioso de nuestro tiempo. Aun hubiéramos deseado ver encabezado el libro con alguna noticia biográfica del autor, que es indudablemente el mismo Tomás Hammerker de Kempen, según el testimonio expreso de Juan Buch, ocho años posterior a la muerte del autor, y el de Pedro Schott, canónigo de Strasburgo en 1488, 16 años después.